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gramado».<br />
En cuanto al día a día <strong>de</strong> estos pictóricos exploradores, fue simple y espartano.<br />
Quien esto escribe se ocupaba en el repaso <strong>de</strong> las notas. Atendía junto a mi<br />
hermano los mo<strong>de</strong>stos quehaceres domésticos, nos relajábamos en la «piscina»<br />
o caminábamos por los alre<strong>de</strong>dores, siempre sorprendidos por la<br />
magnífica naturaleza. Y cada jornada, con el ocaso, el instante culminante: el<br />
retorno <strong>de</strong> Jesús <strong>de</strong> Nazaret. Después, tras la cena, las ansiadas tertulias...<br />
Aquel martes, sin embargo, 21 <strong>de</strong> agosto, sería diferente. Veamos por qué...<br />
Recuerdo que, tras asearnos y fregotear los cacharros en la «piscina <strong>de</strong> yeso»,<br />
al penetrar <strong>de</strong> nuevo en la tienda y disponerme a escribir, «algo» me llamó la<br />
atención. Revisé apuntes y memoria y, efectivamente, caí en la cuenta...<br />
Busqué a Eliseo y, entre aturdido y alborozado, anuncié:<br />
-¿Sabes qué día es hoy?<br />
El ingeniero, burlón, replicó:<br />
-¿De qué tiempo? ¿Del nuestro o <strong>de</strong>l actual?<br />
Le mostré uno <strong>de</strong> los pergaminos y leyó:<br />
-«Veintiuno <strong>de</strong> agosto»... ¿Y qué?<br />
-¿No lo recuerdas?... Hoy es su cumpleaños.<br />
-¿Hoy?<br />
El rostro <strong>de</strong>l amigo se iluminó.<br />
-Su cumpleaños... Y hace...»<br />
-Creo que treinta y uno... ¿Se te ocurre algo? «Permaneció pensativo. Después,<br />
prosiguiendo con la limpieza <strong>de</strong>l hogar, soltó un lacónico «pue<strong>de</strong> ser...»<br />
No le saqué una sola palabra más. Y, encogiéndose <strong>de</strong> hombros, regresé a lo<br />
mío. A <strong>de</strong>cir verdad, no me quedé tranquilo. Conocía a Eliseo y sabía que su<br />
calenturienta imaginación <strong>de</strong>scansaría...<br />
Al poco, sin embargo, estas reflexiones se vieron súbitamente interrumpidas.<br />
Allí estaba otra vez...<br />
Salí intrigado. Mi hermano, en pie, con las manos sobre los ojos y a manera <strong>de</strong><br />
visera, oteaba el flanco oriental <strong>de</strong> la meseta. Pero el sol, frontal y rasante, no<br />
nos permitió ver con claridad.<br />
-¿Estás oyendo? -preguntó el ingeniero a media voz-. Esto es <strong>de</strong> locos...<br />
Asentí.<br />
¡Eran «disparos»!... ¡Auténticas ráfagas!<br />
Y el eco jugueteó en las cumbres, asustando a los inquilinos <strong>de</strong>l cedro gigante.<br />
No había duda. «Aquello» era real.<br />
Tomé la «vara <strong>de</strong> Moisés» y, <strong>de</strong>cidido a <strong>de</strong>spejar la irritante incógnita, me<br />
encaminé hacia las «cascadas». Eliseo, <strong>de</strong>trás, siguió con la cantinela.<br />
-Jasón, estamos alucinando...<br />
En la última fila <strong>de</strong> cedros nos <strong>de</strong>tuvimos. Y, ocultos, fuimos a <strong>de</strong>scubrir el<br />
origen <strong>de</strong>l increíble «tableteo».<br />
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