Caballo de Troya 6 - IDU

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26.10.2014 Views

Pero surgió el primer problema... «Denario» y yo nos interrogamos mutuamente. Ninguno cayó en la cuenta. Entre las provisiones adquiridas a los Tiglat no figuraba el imprescindible manojo de «cerillas». Aquellas largas astillas previamente embadurnadas en azufre y que eran activadas al choque del pedernal. Discutimos. Busqué entre los sacos. Negativo. Ni rastro de las dichosas «cerillas». El Maestro escuchó y, advirtiendo la naturaleza del conflicto, fue a su tienda. Al poco, depositando en mis pecadoras manos un puñado de «fósforos», sentenció burlón: -¡Vaya par de ángeles! Instantes después, gracias a mi hermano, claro está, un aromático fuego danzaba rojo, alto y con ganas, llamando la atención de un madrugador y curioso Venus. A partir de ese momento -dada mi preclara inutilidad- me limité a vigilar y sostener las llamas, asistiendo, entre incrédulo y divertido, al ir y venir de los esforzados y muy serios «cocineros». ¡Quién lo hubiera dicho! ¡Jesús de Nazaret cocinando...! Primero extendió una amplia estera de hoja de palma sobre la hierba. Después organizó los cacharros y dispuso ingredientes y viandas. Eliseo, atentísimo, cumplió las instrucciones del chef. Tomó media docena de blancas y hermosas manzanas sirias y comenzó el rallado. Sonreí para mis adentros. No lo había visto tan concentrado ni en las operaciones de vuelo de la «cuna»... De pronto, al llegar al corazón de la primera fruta, se detuvo. E, indeciso, preguntó: -Señor, ¿qué hago con el lebab? (En arameo, la palabra lebab tenía un doble sentido: corazón y mente.) Jesús, absorto en el batido de una salsa, replicó sin levantar la vista del cuenco de madera: -¿Qué le ocurre?... ¿Está inquieta? Comprendí. El Maestro, distraído, interpretó el término como «mente». -¿Inquieta? No, Señor... Es que no sé qué hacer con él. -Olvida las preocupaciones. Disfruta del momento... -Pero... -Comprendo... -se resignó Jesús, agitando con fuerza la mezcla-. La echas de menos... ¿Es guapa? El ingeniero, perplejo, miró el corazón que sostenía entre los dedos. -¿Guapa?... No, Señor... -¿No es guapa? -prosiguió sin dejar de golpear la salsa-. ¡Qué raro!... ¿Y cuál es el problema? ¿Por qué te inquietas? -Señor -intentó aclarar el cada vez más confuso «pinche»-, es una tappuah... 245

Nuevo enredo. Tappuah (manzana) era utilizado también como piropo. Equivalía a «dulce», «sabrosa», «deseable» (referido, naturalmente, a una mujer bella). -¿En qué quedamos? ¿Es o no tappuah? -Sí, pero... No pude contenerme y rompí a reír, alertando al ensimismado «cocinero jefe». Jesús alzó la vista y Eliseo, mostrándole el corazón de la tappuah, insistió rojo como una amapola: -Yo no tengo novia, Señor... Hablaba del corazón. ¿Lo rallo o no? Naturalmente, al descubrir el equívoco, las carcajadas regresaron al mahaneh, contagiando a las primeras estrellas. Y las vi parpadear, desconcertadas. Así era aquel maravilloso Hombre... La cena no se demoró. Ensalada «made in María», la de la «palomas». Una receta aprendida de su madre. Disfrutamos y repetimos: manzanas ralladas, palitos de una legumbre parecida al apio, nueces, pasas de Corinto (sin grano) y una suave y disgestiva salsa integrada por aceite, sal, miel, vinagre y un chorreón de vino. Después, tocino magro a la brasa y queso en abundancia. No pude por menos de felicitarles. Y mi hermano, satisfecho y mordaz, tendió la mano, obligándome a besarla. Pero el de Nazaret, que no le iba a la zaga en el sentido del humor, hizo otro tanto. Ese beso, sin embargo, fue distinto. Y me estremecí... La noche nos sorprendió. La temperatura descendió ligeramente y el firmamento, atento, con una luz de lujo, se arremolinó sobre el Hermón, sabedor de a «quién» iluminaba y protegía. Hasta el cometa Halley, oportunísimo, asomó una breve cabellera por el oeste de la pulsante Procyon... No, las estrellas no se equivocaban. Aquélla, efectivamente, sería una noche histórica. Inolvidable. Al menos para nosotros... Allí, concluida la cena, al amor del fuego, con el rítmico e incansable croar de las ranas junto al nahal Hermón, tendría lugar la primera de una serie de conversaciones con el Hijo del Hombre. Unas conversaciones íntimas. Sinceras. Reveladoras... Prácticamente, excepción hecha de la última semana, cada jornada, a la misma hora, como algo minuciosamente «programado», el Maestro habló, abriendo mentes y corazones. Y así, suavemente, nos fue preparando... No ha sido fácil. A pesar de los muchos apuntes y notas, tomados siempre tras las animadas tertulias y en el silencio de la tienda, algunas de sus ideas y palabras, muy probablemente, se perdieron. Pero ha quedado lo fundamental. Las claves... Y entiendo que debo ser honesto. No todo lo que dijo puede ser recogido aquí 246

Pero surgió el primer problema...<br />

«Denario» y yo nos interrogamos mutuamente. Ninguno cayó en la cuenta.<br />

Entre las provisiones adquiridas a los Tiglat no figuraba el imprescindible<br />

manojo <strong>de</strong> «cerillas». Aquellas largas astillas previamente embadurnadas en<br />

azufre y que eran activadas al choque <strong>de</strong>l pe<strong>de</strong>rnal.<br />

Discutimos. Busqué entre los sacos. Negativo. Ni rastro <strong>de</strong> las dichosas «cerillas».<br />

El Maestro escuchó y, advirtiendo la naturaleza <strong>de</strong>l conflicto, fue a su tienda.<br />

Al poco, <strong>de</strong>positando en mis pecadoras manos un puñado <strong>de</strong> «fósforos»,<br />

sentenció burlón:<br />

-¡Vaya par <strong>de</strong> ángeles!<br />

Instantes <strong>de</strong>spués, gracias a mi hermano, claro está, un aromático fuego<br />

danzaba rojo, alto y con ganas, llamando la atención <strong>de</strong> un madrugador y<br />

curioso Venus.<br />

A partir <strong>de</strong> ese momento -dada mi preclara inutilidad- me limité a vigilar y<br />

sostener las llamas, asistiendo, entre incrédulo y divertido, al ir y venir <strong>de</strong> los<br />

esforzados y muy serios «cocineros».<br />

¡Quién lo hubiera dicho! ¡Jesús <strong>de</strong> Nazaret cocinando...!<br />

Primero extendió una amplia estera <strong>de</strong> hoja <strong>de</strong> palma sobre la hierba. Después<br />

organizó los cacharros y dispuso ingredientes y viandas.<br />

Eliseo, atentísimo, cumplió las instrucciones <strong>de</strong>l chef. Tomó media docena <strong>de</strong><br />

blancas y hermosas manzanas sirias y comenzó el rallado.<br />

Sonreí para mis a<strong>de</strong>ntros. No lo había visto tan concentrado ni en las operaciones<br />

<strong>de</strong> vuelo <strong>de</strong> la «cuna»...<br />

De pronto, al llegar al corazón <strong>de</strong> la primera fruta, se <strong>de</strong>tuvo. E, in<strong>de</strong>ciso,<br />

preguntó:<br />

-Señor, ¿qué hago con el lebab?<br />

(En arameo, la palabra lebab tenía un doble sentido: corazón y mente.)<br />

Jesús, absorto en el batido <strong>de</strong> una salsa, replicó sin levantar la vista <strong>de</strong>l<br />

cuenco <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra:<br />

-¿Qué le ocurre?... ¿Está inquieta?<br />

Comprendí. El Maestro, distraído, interpretó el término como «mente».<br />

-¿Inquieta? No, Señor... Es que no sé qué hacer con él.<br />

-Olvida las preocupaciones. Disfruta <strong>de</strong>l momento...<br />

-Pero...<br />

-Comprendo... -se resignó Jesús, agitando con fuerza la mezcla-. La echas <strong>de</strong><br />

menos... ¿Es guapa?<br />

El ingeniero, perplejo, miró el corazón que sostenía entre los <strong>de</strong>dos.<br />

-¿Guapa?... No, Señor...<br />

-¿No es guapa? -prosiguió sin <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> golpear la salsa-. ¡Qué raro!... ¿Y cuál<br />

es el problema? ¿Por qué te inquietas?<br />

-Señor -intentó aclarar el cada vez más confuso «pinche»-, es una tappuah...<br />

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