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-Amigo..., haces bien en preguntar. Para eso estáis aquí. Para contar y dar fe<br />
<strong>de</strong> lo que soy y <strong>de</strong> lo que <strong>de</strong>sea ni i Padre... Vuestro Padre...<br />
Solicité disculpas a mi compañero y, olvidado el leve inci<strong>de</strong>nte, Eliseo, vibrante,<br />
cayó sobre el rabí, matizando a cuestión inicial.<br />
-¿Has venido al Hermón para buscar algo que habías perdido?<br />
El Maestro, encantado ante la transparencia <strong>de</strong> aquel hombre, lo miró unos<br />
segundos. Sus ojos brillaron y una sonrisa casi imperceptible se <strong>de</strong>rramó por<br />
el rostro, alcanzándonos.<br />
Y volvió a <strong>de</strong>sconcertarnos.<br />
-Excelente pregunta... Recuérdamela <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la cena...<br />
Le guiñó un ojo y, <strong>de</strong> un salto, como un atleta, se puso en pie. Recogió sus<br />
cosas y, <strong>de</strong>cidido, canturreando, regresó al mahaneh.<br />
Y estos exploradores, y un Hermón <strong>de</strong>finitivamente naranja, quedaron en<br />
suspenso.<br />
Así era aquel Hombre...<br />
Supongo que es inevitable. Suplico perdón. Espero que el paciente e hipotético<br />
lector <strong>de</strong> estas atropelladas memorias sepa compren<strong>de</strong>r y disculpar.<br />
Escribo con el corazón, con todas mis ya escasas fuerzas, pero, aun así, las<br />
vivencias escapan. Son tantas las cosas que <strong>de</strong>bo contar que, en ocasiones,<br />
no sé por dón<strong>de</strong> tirar y, lo que es peor, pue<strong>de</strong> que olvi<strong>de</strong> <strong>de</strong>talles e impresiones.<br />
Ahora mismo acaba <strong>de</strong> suce<strong>de</strong>r. Estaba olvidando otra <strong>de</strong> las <strong>de</strong>sconocidas<br />
facetas <strong>de</strong>l Hijo <strong>de</strong>l Hombre.<br />
¿Quién ha imaginado alguna vez a Jesús <strong>de</strong> Nazaret «cocinero»?<br />
La verdad es que, en el transcurso <strong>de</strong> las anteriores experiencias junto al<br />
Maestro, jamás reparé en ello. Sin embargo, así era. Así lo <strong>de</strong>scubrimos en el<br />
Hermón. Y nos rendimos a la evi<strong>de</strong>ncia.<br />
¿Jesús cocinero?<br />
Sí..., y muy bueno.<br />
El sol caía. En cuestión <strong>de</strong> una hora oscurecería.<br />
Y Jesús puso manos a la obra. Eliseo, más hábil para los menesteres domésticos<br />
que este limitado explorador, se brindó como «pinche». Y reconozco<br />
que, en el tiempo que duró la estancia en las cumbres <strong>de</strong> la Gaulanitis, el<br />
Maestro y mi hermano formaron una excelente y bien compenetrada pareja<br />
culinaria.<br />
Quien esto escribe, como era <strong>de</strong> prever, fue relegado a «pinche <strong>de</strong>l pinche».<br />
En otras palabras: a mero fregaplatos. Pero no me arrepiento. También<br />
aprendí lo mío con el natrón, ollas, vasos y <strong>de</strong>más utensilios <strong>de</strong> cocina.<br />
El Maestro dio las ór<strong>de</strong>nes oportunas y estos «ayudantes», sumisos y felices,<br />
se dispusieron a levantar un buen fuego.<br />
Frente a la tienda <strong>de</strong>l Galileo se hallaba preparado un mo<strong>de</strong>sto hogar: seis<br />
gran<strong>de</strong>s piedras en círculo y, al lado, una buena reserva <strong>de</strong> ramas <strong>de</strong> cedro.<br />
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