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Caballo de Troya 6 - IDU

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-Amigo..., haces bien en preguntar. Para eso estáis aquí. Para contar y dar fe<br />

<strong>de</strong> lo que soy y <strong>de</strong> lo que <strong>de</strong>sea ni i Padre... Vuestro Padre...<br />

Solicité disculpas a mi compañero y, olvidado el leve inci<strong>de</strong>nte, Eliseo, vibrante,<br />

cayó sobre el rabí, matizando a cuestión inicial.<br />

-¿Has venido al Hermón para buscar algo que habías perdido?<br />

El Maestro, encantado ante la transparencia <strong>de</strong> aquel hombre, lo miró unos<br />

segundos. Sus ojos brillaron y una sonrisa casi imperceptible se <strong>de</strong>rramó por<br />

el rostro, alcanzándonos.<br />

Y volvió a <strong>de</strong>sconcertarnos.<br />

-Excelente pregunta... Recuérdamela <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la cena...<br />

Le guiñó un ojo y, <strong>de</strong> un salto, como un atleta, se puso en pie. Recogió sus<br />

cosas y, <strong>de</strong>cidido, canturreando, regresó al mahaneh.<br />

Y estos exploradores, y un Hermón <strong>de</strong>finitivamente naranja, quedaron en<br />

suspenso.<br />

Así era aquel Hombre...<br />

Supongo que es inevitable. Suplico perdón. Espero que el paciente e hipotético<br />

lector <strong>de</strong> estas atropelladas memorias sepa compren<strong>de</strong>r y disculpar.<br />

Escribo con el corazón, con todas mis ya escasas fuerzas, pero, aun así, las<br />

vivencias escapan. Son tantas las cosas que <strong>de</strong>bo contar que, en ocasiones,<br />

no sé por dón<strong>de</strong> tirar y, lo que es peor, pue<strong>de</strong> que olvi<strong>de</strong> <strong>de</strong>talles e impresiones.<br />

Ahora mismo acaba <strong>de</strong> suce<strong>de</strong>r. Estaba olvidando otra <strong>de</strong> las <strong>de</strong>sconocidas<br />

facetas <strong>de</strong>l Hijo <strong>de</strong>l Hombre.<br />

¿Quién ha imaginado alguna vez a Jesús <strong>de</strong> Nazaret «cocinero»?<br />

La verdad es que, en el transcurso <strong>de</strong> las anteriores experiencias junto al<br />

Maestro, jamás reparé en ello. Sin embargo, así era. Así lo <strong>de</strong>scubrimos en el<br />

Hermón. Y nos rendimos a la evi<strong>de</strong>ncia.<br />

¿Jesús cocinero?<br />

Sí..., y muy bueno.<br />

El sol caía. En cuestión <strong>de</strong> una hora oscurecería.<br />

Y Jesús puso manos a la obra. Eliseo, más hábil para los menesteres domésticos<br />

que este limitado explorador, se brindó como «pinche». Y reconozco<br />

que, en el tiempo que duró la estancia en las cumbres <strong>de</strong> la Gaulanitis, el<br />

Maestro y mi hermano formaron una excelente y bien compenetrada pareja<br />

culinaria.<br />

Quien esto escribe, como era <strong>de</strong> prever, fue relegado a «pinche <strong>de</strong>l pinche».<br />

En otras palabras: a mero fregaplatos. Pero no me arrepiento. También<br />

aprendí lo mío con el natrón, ollas, vasos y <strong>de</strong>más utensilios <strong>de</strong> cocina.<br />

El Maestro dio las ór<strong>de</strong>nes oportunas y estos «ayudantes», sumisos y felices,<br />

se dispusieron a levantar un buen fuego.<br />

Frente a la tienda <strong>de</strong>l Galileo se hallaba preparado un mo<strong>de</strong>sto hogar: seis<br />

gran<strong>de</strong>s piedras en círculo y, al lado, una buena reserva <strong>de</strong> ramas <strong>de</strong> cedro.<br />

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