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posible. El Hijo <strong>de</strong>l Hombre era una roca. Se revolvía. Chapoteaba. Y, entre<br />
carcajadas, terminaba hundiendo <strong>de</strong> nuevo al pobre Eliseo...<br />
No sé cuánto tiempo permanecí allí arriba, atónito..., y feliz. Sí, esa es la<br />
palabra exacta: feliz.<br />
Pero, <strong>de</strong> pronto, les vi cuchichear. Y, en silencio, se <strong>de</strong>splazaron hacia quien<br />
esto escribe. Ambos lucían una sospechosa sonrisa <strong>de</strong> complicidad.<br />
Me puse en pie y, comprendiendo las malévolas intenciones, supliqué calma.<br />
Me <strong>de</strong>svestí a toda velocidad y, antes <strong>de</strong> que fuera presa <strong>de</strong> aquellos maravillosos<br />
«locos», salté a la «piscina». Cuando acerté a resollar, cuatro po<strong>de</strong>rosas<br />
manos cayeron sobre mí, hundiéndome.<br />
Y como tres niños, sin <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> reír persiguiéndonos una y otra vez, así se<br />
prolongó aquel primer e inolvidable baño a los pies <strong>de</strong>l Hermón.<br />
Nunca, nunca podré olvidarlo...<br />
Una hora <strong>de</strong>spués, agotados, nos reuníamos al pie <strong>de</strong> los cedros.<br />
El Maestro soltó sus cabellos y fue a sentarse frente a estos ja<strong>de</strong>antes exploradores.<br />
El sol, <strong>de</strong>spidiéndose, rozando el horizonte azul y ondulado <strong>de</strong> los bosques,<br />
empezó a vestir y a preparar para la noche las nevadas cumbres. Y lo hizo<br />
<strong>de</strong>spacio, respetuoso, con <strong>de</strong>dos naranjas.<br />
Jesús inspiró profundamente y echó la cabeza atrás. Después, cerrando los<br />
ojos, permaneció en un largo y majestuoso silencio. Algunas gotas, irreverentes,<br />
resbalaron por las sienes, cayendo sobre el bronceado, ancho y relajado<br />
tórax.<br />
Quedé nuevamente sorprendido. Mientras mi hermano y yo soportábamos el<br />
agitado bombeo <strong>de</strong> los corazones. Él, impasible, apenas alzaba la caja torácica.<br />
Su capacidad <strong>de</strong> recuperación era asombrosa.<br />
Y, <strong>de</strong> pronto, sin previo aviso, el siempre sincero y espontáneo ingeniero<br />
formuló una pregunta. Una cuestión que nos rondaba y atormentaba <strong>de</strong>s<strong>de</strong><br />
mucho antes <strong>de</strong> llegar a su presencia.<br />
Eliseo, como <strong>de</strong> costumbre, fue más valiente que quien esto escribe...<br />
-Señor, ¿qué haces aquí?<br />
De momento, el Galileo no replicó. Continuó con los ojos cerrados, ajeno a<br />
todo y a todos. Pensé que no <strong>de</strong>seaba hablar. Y fulminé a mi compañero con<br />
la mirada. Eliseo, <strong>de</strong>solado, bajó la cabeza.<br />
-No, Jasón -intervino el Maestro, pillándome por sorpresa-, no reprendas a tu<br />
hermano porque, como tú, ansia la verdad...<br />
Era imposible. No lograba acostumbrarme. ¿Cómo lo hacía? ¿Cómo podía<br />
«ver» o «leer» en los corazones? Si tenía los ojos cerrados, ¿cómo pudo...?<br />
En<strong>de</strong>rezó el rostro y, atravesándome con aquella mirada, me salió <strong>de</strong> nuevo al<br />
paso:<br />
-Porque ahora, querido Jasón, finalmente, he recuperado lo que es mío...<br />
Y volviéndose hacia el aturdido Eliseo, regalándole su mejor sonrisa, añadió:<br />
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