Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
Mi hermano, entusiasmado, accedió al instante.<br />
Y con un gesto <strong>de</strong> su mano izquierda nos invitó a seguirle. Como <strong>de</strong>cía, no lo<br />
habíamos visto todo...<br />
El Galileo cruzó la explanada, a<strong>de</strong>ntrándose en la breve arboleda <strong>de</strong>l referido<br />
flanco este. Al otro lado nos aguardaba una no menos reconfortante sorpresa.<br />
¡Las cascadas!<br />
Creo que fue normal. Eran <strong>de</strong>masiadas emociones como para recordar algo<br />
tan insustancial como las repetidas alusiones <strong>de</strong> los montañeses a aquel<br />
«poco recomendable lugar». Espero volver sobre ello, pero, francamente, la<br />
presencia <strong>de</strong>l Hijo <strong>de</strong>l Hombre me tenía -nos tenía- medio hipnotizados...<br />
Al filo mismo <strong>de</strong> los cedros apareció el olvidado nahal Hermón. Bajaba <strong>de</strong> los<br />
ventisqueros. Y lo hacía espumoso, enfadado y protestón. A la altura <strong>de</strong> la<br />
meseta, a cosa <strong>de</strong> cinco o seis metros por <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> nuestros pies, el terreno<br />
se escalonaba, forzando a saltar al torrente. Resultado: dos blancas y rumorosas<br />
cascadas <strong>de</strong> más <strong>de</strong> dos metros <strong>de</strong> altura cada una. Y entre ambas,<br />
una espaciosa y mansa «piscina», <strong>de</strong> aguas frías y transparentes. Un amarillento<br />
circo rocoso <strong>de</strong> yeso cenozoico, magistral-mente diseñado por la<br />
Naturaleza, ocupaba parte <strong>de</strong> la «piscina», frenando el ímpetu <strong>de</strong>l nahal. El<br />
roqueo acompañaba a la corriente, formando un segundo islote al pie <strong>de</strong> la<br />
última cascada.<br />
Des<strong>de</strong> ese instante, para Eliseo y para quien esto escribe, el remanso en<br />
cuestión sería bautizado como la «piscina <strong>de</strong> yeso».<br />
Frente a nosotros, asomándose a dicha «piscina», <strong>de</strong>safiando a los cedros,<br />
vigilaba una solitaria patrulla <strong>de</strong> robles. Y entre la miniarboleda, algunos<br />
sauces y los inevitables corros <strong>de</strong> a<strong>de</strong>lfas.<br />
Y dicho y hecho.<br />
El Maestro, alborozado, se <strong>de</strong>spojó <strong>de</strong> túnica y sandalias y, <strong>de</strong> un salto, se<br />
lanzó <strong>de</strong> cabeza a las aguas, provocando la precipitada huida <strong>de</strong> <strong>de</strong>cenas <strong>de</strong><br />
inquilinos <strong>de</strong>l robledal: nectarinas <strong>de</strong> cabezas y pechos violetas, trigueros <strong>de</strong><br />
oreja negra y cola blanca y tímidos carpinteros sirios, entre otros.<br />
Eliseo, nervioso, se <strong>de</strong>snudó como pudo y, sin dudarlo, siguió el ejemplo <strong>de</strong><br />
Jesús <strong>de</strong> Nazaret.<br />
Y yo, sin po<strong>de</strong>r creer lo que estaba viendo, fui a sentarme al filo <strong>de</strong> la «piscina»,<br />
contemplándolos.<br />
¡El Maestro nadando!<br />
Quizá suene a infantilismo. No lo sé... Tampoco importa. Para mí, aquel Jesús<br />
era nuevo. Distinto. Tan cercano y natural...<br />
Braceaba ágil, con fuerza. Se <strong>de</strong>tenía. Tomaba aire y <strong>de</strong>saparecía bajo las<br />
aguas. Buscaba al ingeniero. Hacía presa en sus piernas y, como si fuera una<br />
pluma, lo levantaba sobre la superficie, <strong>de</strong>jándolo caer. Risas. Eliseo, <strong>de</strong>sconcertado,<br />
se recuperaba y, ni corto ni perezoso, perseguía al Maestro. Se<br />
apoyaba en los brillantes y musculosos hombros e intentaba hundirlo. Im-<br />
242