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mente enterradas, <strong>de</strong> casi tres metros, sosteniendo, en forma <strong>de</strong> techumbre,<br />
otra enorme laja plana. En este caso, la colosal estructura carecía <strong>de</strong> las<br />
habituales cámaras funerarias.<br />
Pasé mucho tiempo a la sombra <strong>de</strong> aquella impresionante construcción. Y<br />
siempre me pregunté lo mismo: ¿cómo la levantaron? O mucho me equivocaba<br />
o la roca superior pesaba más <strong>de</strong> dos toneladas...<br />
Y al norte, a poco más <strong>de</strong> 800 metros por encima <strong>de</strong> la mesetas, el pico<br />
nevado, refulgente, <strong>de</strong>l Hermón, amado <strong>de</strong> cerca por el verdiazul <strong>de</strong> los<br />
bosques.<br />
Quedamos extasiados. Pero no..., no lo habíamos visto todo.<br />
Acto seguido, auxiliados por el Maestro, nos centramos en el montaje <strong>de</strong> la<br />
tienda y en la organización <strong>de</strong> la mo<strong>de</strong>sta impedimenta. El rústico refugio,<br />
muy próximo al <strong>de</strong>l Galileo, quedó listo en cuestión <strong>de</strong> minutos.<br />
Y en ello estábamos cuando, <strong>de</strong> pronto, en el silencio <strong>de</strong> los dos mil metros,<br />
sonó algo.<br />
Mi hermano y yo, soltando los petates, nos miramos atónitos.<br />
El pensamiento fue el mismo. Pero, discreta y pru<strong>de</strong>ntemente, no hicimos<br />
comentario alguno.<br />
Al poco, el increíble «ruido» se repitió. Esta vez más nítido.<br />
No había duda...<br />
Jesús, atareado en el anclaje <strong>de</strong> uno <strong>de</strong> los vientos, captó nuestra inquietud.<br />
Nos miró y, divertido, esbozó una media sonrisa. Pero siguió a lo suyo.<br />
La tercera tanda fue, incluso, más espectacular. Procedía, al parecer, <strong>de</strong>l<br />
flanco oriental <strong>de</strong> la meseta. Pero allí sólo se distinguían los árboles.<br />
De improviso, sobre los cedros, apareció la silueta <strong>de</strong> una rapaz. No estoy<br />
seguro, pero juraría que se trataba <strong>de</strong> una «perdicera» <strong>de</strong> gran tamaño,<br />
dotada con la fuerza <strong>de</strong>l águila y la agilidad <strong>de</strong>l halcón.<br />
Planeó lenta y majestuosa, trazando círculos al otro lado <strong>de</strong> la arboleda.<br />
Súbitamente se <strong>de</strong>jó caer en un rápido e impecable picado, <strong>de</strong>sapareciendo<br />
por <strong>de</strong>trás <strong>de</strong>l bosque. Y al instante, el <strong>de</strong>sconcertante e «imposible» sonido...<br />
¡Eran disparos!... ¡Ráfagas!<br />
Creí que alucinaba.<br />
¿Disparos? ¿En el año 25?<br />
Medio minuto <strong>de</strong>spués el águila reapareció, alejándose hacia el Hermón. Y las<br />
«ráfagas <strong>de</strong> ametralladora» cesaron.<br />
Esperamos un nuevo tableteo. Nada. Silencio. No volveríamos a escucharlo.<br />
A la mañana siguiente llegaría la explicación...<br />
Concluida la faena, el Maestro buscó el sol. Podía ser la «décima» (las cuatro<br />
<strong>de</strong> la tar<strong>de</strong>). Faltaban, pues, algo más <strong>de</strong> dos horas para el ocaso.<br />
Y, atento y servicial, preguntó:<br />
-¿Qué tal un baño antes <strong>de</strong> la cena?<br />
¿Un baño? ¿A dos mil metros <strong>de</strong> altitud?<br />
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