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Caballo de Troya 6 - IDU

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novedad: en esos momentos, mucho más largo, lo recogía con una cola.<br />

Mentón valiente.<br />

La nariz, prominente, típicamente judía, era el único rasgo ligeramente en<br />

discordia.<br />

Labios finos. El superior apuntando levemente bajo el bigote.<br />

Dentadura impecable. Blanca y alineada, reforzando aquella peculiar y<br />

abrasadora sonrisa.<br />

Frente audaz. Alta y con las cejas rectas y bien marcadas. Pestañas largas,<br />

tupidas, perfilando unos ojos rasgados...<br />

¡Los ojos! ¿Cómo <strong>de</strong>scribirlos?<br />

Eran y no eran humanos.<br />

De tonalidad miel clara. Líquida. Vivos. Furiosamente vivos. Penetrantes<br />

como dagas. A veces insostenibles. Dulces. Compasivos. Atentos. Veloces.<br />

Socarrones. Amigos. Sin necesidad <strong>de</strong> palabras...<br />

Los ojos <strong>de</strong> un Hombre-Dios.<br />

Un Hombre irresistible. Magnético. Imprevisible. Cercano. Sabio. Humil<strong>de</strong>. Y,<br />

sobre todo, en esos momentos, feliz.<br />

Tampoco el atuendo nos sorprendió. Vestía su querida túnica <strong>de</strong> lana, sin<br />

costuras, <strong>de</strong> un blanco inmaculado, flotando hasta los tobillos, <strong>de</strong> anchas<br />

mangas y sujeta a la cintura, sin aprietos, por una doble y sencilla cuerda<br />

trenzada con fibra <strong>de</strong> lino. Las sandalias, en cuero <strong>de</strong> vaca empecinado, similares<br />

a las nuestras, aparecían notablemente <strong>de</strong>sgastadas.<br />

Sí, así lo vimos...<br />

Un Hombre ilusionado. Un Hombre que, como veremos, acababa <strong>de</strong> hacer su<br />

gran «<strong>de</strong>scubrimiento». Un Hombre -lo a<strong>de</strong>lanto sin la menor sombra <strong>de</strong><br />

duda- que acababa <strong>de</strong> «estrenarse» como Dios. Y ese «hallazgo», esa seguridad,<br />

durante un tiempo, lo catapultó hasta las estrellas, hasta su Padre<br />

Celestial... Y todo cuanto lo ro<strong>de</strong>ó quedó contagiado, incluyendo a estos exploradores.<br />

Jamás vivimos una experiencia tan gratificante como aquélla, al<br />

pie <strong>de</strong> las nieves perpetuas <strong>de</strong>l Hermón. Lástima que los evangelistas no<br />

hicieran mención <strong>de</strong> unos sucesos tan memorables...<br />

Pero <strong>de</strong>bo serenarme. Me estoy precipitando, una vez más. Todo en su<br />

momento. Todo paso a paso...<br />

Ahora, vencida la «nona» (las tres <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong>), sólo contaba el presente. Sólo<br />

contaba Él.<br />

Y comenzaron a suce<strong>de</strong>r cosas extrañas...<br />

¿Extrañas?<br />

No, con Él, nada era extraño. Éramos nosotros los que no lo conocíamos suficientemente.<br />

Éramos nosotros los que habíamos forjado una imagen falsa,<br />

distante, erróneamente solemne <strong>de</strong> aquel cariñoso, espontáneo, cercanísimo<br />

y casi infantil Jesús <strong>de</strong> Nazaret.<br />

Y, como digo, <strong>de</strong> improviso, el Maestro se <strong>de</strong>stapó tal cual era.<br />

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