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Caballo de Troya 6 - IDU

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¿Fue provocado?<br />

Sólo Él lo sabe...<br />

¿Cómo <strong>de</strong>scribir aquel momento? ¿Cómo <strong>de</strong>finirlo?<br />

¿Absurdo? ¿Entrañable? ¿Muy al estilo <strong>de</strong> Jesús <strong>de</strong> Nazaret y <strong>de</strong> estos patosos<br />

exploradores?<br />

Veamos si soy capaz <strong>de</strong> pintarlo, aunque sólo sea a gran<strong>de</strong>s trazos.<br />

Primero vi a Eliseo. Se hallaba a mi lado, zaran<strong>de</strong>ándome nervioso. Estaba<br />

pálido. Con la mano <strong>de</strong>recha señaló al frente.<br />

-¡Jasón, <strong>de</strong>spierta!... ¡Mira!<br />

Necesité unos segundos para ubicarme.<br />

El bosque, sí... Los cedros... Tiglat, enfadado, alejándose... La cota «2 000»...<br />

El refulgió con las provisiones... La espera... El Maestro no podía tardar...<br />

¡El Maestro!<br />

E intenté ponerme en pie a tal velocidad, y con tal aturdimiento, que -torpe <strong>de</strong><br />

mí- fui a pisar los bajos <strong>de</strong> la túnica, precipitándome <strong>de</strong> bruces sobre el<br />

empinado terreno.<br />

Y al punto surgió una risa. Una cálida, familiar y contagiosa risa...<br />

Mi hermano, solícito, se apresuró a auxiliar a este <strong>de</strong>solado y confuso piloto.<br />

Pero aquel, evi<strong>de</strong>ntemente, no era nuestro mejor día...<br />

Al levantarme, sin proponérmelo, golpeé con el cráneo la frente <strong>de</strong>l ingeniero,<br />

<strong>de</strong>rribándolo cuan largo era y perdiendo <strong>de</strong> nuevo el equilibrio. Y ambos,<br />

como dos perfectos inútiles, rodamos por tierra...<br />

Las risas, incontenibles, arreciaron.<br />

Entonces, aquellos estúpidos, a gatas, lo observaron atónitos y con las bocas<br />

abiertas...<br />

Nos miramos y, al comprobar la embarazosa situación, ocurrió lo inevitable:<br />

rompimos a reír con la misma fuerza, asustando al bosque con un sonoro<br />

concierto <strong>de</strong> carcajadas.<br />

Eliseo, con las lágrimas saltadas, me señaló con el <strong>de</strong>do, burlándose. Y yo,<br />

contemplando su no menos ridícula estampa, le imité, doblándome <strong>de</strong> risa.<br />

Pero el ataque me traicionó. Y me atraganté.<br />

Entonces, el Hombre se incorporó. Y, aproximándose, fue a golpear la espalda<br />

<strong>de</strong> este caído y cada vez más <strong>de</strong>sconcertado explorador.<br />

Instantes <strong>de</strong>spués, en pie, disipadas las risas, sumidos en la sorpresa y antes<br />

<strong>de</strong> que acertáramos a pronunciar una sola palabra, Jesús <strong>de</strong> Nazaret abrió los<br />

brazos y, estrechándome, SUSUITÓ:<br />

-Oheb!<br />

Y repitió:<br />

-Yaqqiroheb!... ¡Querido amigo!<br />

No soy capaz <strong>de</strong> explicarlo. No hay forma <strong>de</strong> articular y poner en pie el torbellino<br />

<strong>de</strong> sentimientos y sensaciones que provocó aquel abrazo.<br />

¿Gratitud? ¿Alegría? ¿Emoción? ¿Desconcierto?<br />

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