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Caballo de Troya 6 - IDU

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Asentí.<br />

-¿Crees que nos hemos precipitado?<br />

No supe respon<strong>de</strong>r.<br />

Y el silencio <strong>de</strong> aquellos exploradores se unió al <strong>de</strong> las cumbres.<br />

El ingeniero se <strong>de</strong>jó caer junto al semicírculo <strong>de</strong> piedra y, tras una larga pausa,<br />

sentenció con tino:<br />

-Muy bien, querido mayor... Aceptemos que tienes razón, que no es el<br />

momento, ni el lugar a<strong>de</strong>cuados. Incluso que el Galileo, al vernos, manifiesta<br />

su <strong>de</strong>seo <strong>de</strong> continuar en soledad... Todo eso pue<strong>de</strong> ser correcto, pero, utilizando<br />

tu propio lenguaje, ¿por qué no <strong>de</strong>jas que el Destino <strong>de</strong>cida?<br />

Y, burlón, matizó:<br />

-Destino, como tú dices y escribes, con mayúscula...<br />

Agra<strong>de</strong>cí la sugerencia. Como casi siempre, hablaba con tanta oportunidad<br />

como sentido común. La verdad es que no disponíamos <strong>de</strong> la menor información<br />

respecto al porqué <strong>de</strong> la estancia <strong>de</strong>l Maestro en aquel remoto paraje.<br />

Los textos evangélicos no lo mencionan. Tampoco el anciano Zebe<strong>de</strong>o sabía<br />

gran cosa. Se limitó a relatar lo que el propio Jesús le confesó: «permaneció<br />

en el Hermón unas cinco semanas, <strong>de</strong>scendiendo a mediados <strong>de</strong>l mes <strong>de</strong> elul<br />

(septiembre). Cuando llegó al yam era otro hombre. Lo notamos cambiado.<br />

Pictórico».<br />

Allí, evi<strong>de</strong>ntemente, había una contradicción. Tiglat aseguró que «parecía<br />

serio y preocupado, con cierta tristeza en sus ojos». El jefe <strong>de</strong> los Zebe<strong>de</strong>o, en<br />

cambio, afirmó que aquel Jesús «era otro», feliz y seguro <strong>de</strong> sí mismo...<br />

¿Qué <strong>de</strong>monios sucedió allí arriba? ¿A qué obe<strong>de</strong>cía tan dilatado aislamiento?<br />

¿Y por qué en esos momentos? Estábamos en el año 25. Faltaba mucho para<br />

el arranque <strong>de</strong> la vida pública...<br />

Obviamente, en esos críticos instantes, ni Eliseo ni yo podíamos imaginar<br />

siquiera la extraordinaria «razón» que impulsó a Jesús <strong>de</strong> Nazaret a refugiarse<br />

a dos mil metros <strong>de</strong> altitud. Una «razón» que, por supuesto, justificaba<br />

plenamente las certeras palabras <strong>de</strong>l Zebe<strong>de</strong>o...<br />

Y los cielos quisieron que estos esforzados exploradores fueran testigos <strong>de</strong><br />

excepción <strong>de</strong> ese increíble «milagro».<br />

Pero, una vez más, <strong>de</strong>bo contener los impulsos. Es preciso que me ajuste a los<br />

hechos, tal y como sucedieron.<br />

La cuestión es que, enredado en estos análisis y suavemente arropado por el<br />

susurro y la fragancia <strong>de</strong> los cedros, quien esto escribe, como Eliseo, terminó<br />

cayendo en un plácido sueño. Supongo que el cansancio acumulado y lo agrio<br />

<strong>de</strong> la última experiencia con los «buco-les» contribuyó igualmente a que<br />

ambos, sin querer, nos viéramos sumidos en aquel profundo y relajante<br />

<strong>de</strong>scanso.<br />

Hoy, sin embargo, con la ventaja <strong>de</strong>l conocimiento y la distancia, tengo dudas.<br />

Serias dudas. ¿Fue un sueño lógico y natural? ¿Y por qué los dos a la vez?<br />

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