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Caballo de Troya 6 - IDU

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Esperamos una respuesta. No la hubo. Tiglat, en el fondo, sabía que mi<br />

compañero <strong>de</strong>cía la verdad. Esos miserables no perdonaban.<br />

Pero, enroscado en la <strong>de</strong>solación, no cedió. Y haciendo un esfuerzo proclamó:<br />

-Cumpliré lo pactado... Lo haré, únicamente, por mi padre. Os llevaré hasta el<br />

refugio <strong>de</strong> piedras... Después rogaré a mi señor Baal para que os maldiga...<br />

Fueron sus últimas palabras. Tomó las riendas <strong>de</strong>l onagro y, sin mirar atrás,<br />

caminó con prisas hacia el siguiente promontorio.<br />

Eliseo y quien esto escribe, resignados, le seguimos.<br />

Minutos <strong>de</strong>spués, cercana ya la cota <strong>de</strong> los dos mil metros, aparecieron sobre<br />

el calvero <strong>de</strong> la sabina las inconfundibles y oscuras siluetas <strong>de</strong> los carroñeros.<br />

Y en mi corazón, a pesar <strong>de</strong> las sensatas reflexiones <strong>de</strong> Eliseo, asomó una<br />

penosa duda:<br />

«¿Tenía razón el fenicio? ¿Qué habría sucedido si hubiéramos entregado las<br />

bolsas <strong>de</strong> hule con los diamantes y <strong>de</strong>narios <strong>de</strong> plata?»<br />

Quiero creer que fue la mejor respuesta...<br />

Mientras ascendíamos, por el oeste, amarrado a los bosques, se presentó <strong>de</strong><br />

pronto un brillante y hermoso arco iris.<br />

E hizo el milagro.<br />

Consiguió que olvidara, en parte, los recientes y dramáticos sucesos. Y me<br />

<strong>de</strong>volvió a la realidad, a la feliz y esperanzadora realidad.<br />

Casi lo habíamos logrado...<br />

El Maestro se hallaba al alcance <strong>de</strong> la mano.<br />

¡Al fin!<br />

El tramo entre el árbol sagrado -referencia difícil <strong>de</strong> olvidar- y el refugio <strong>de</strong><br />

piedra, en el que Tiglat <strong>de</strong>bía <strong>de</strong>positar las provisiones, fue breve, aunque<br />

arduo. La montaña se puso en pie y la senda, cada vez más humillada, tuvo<br />

que serpentear, disputando cada metro con tesón.<br />

Finalmente, vencidos por la altitud, en la cota «1 900», los frondosos pinares,<br />

abetos, mirtos y <strong>de</strong>más cohorte claudicaron, cediendo la<strong>de</strong>ras y cañadas al<br />

señor <strong>de</strong>l Hermón: el cedro.<br />

También el basalto se quedó atrás. Y fue sustituido por las femeninas calizas<br />

y margas jurásicas, más a tono con la <strong>de</strong>licada y silenciosa belleza <strong>de</strong> aquellas<br />

cumbres.<br />

Sí, ésas serían las palabras a<strong>de</strong>cuadas: silencio y majestad. Nunca, mientras<br />

duró nuestra aventura en la Palestina <strong>de</strong> Jesús <strong>de</strong> Nazaret, alcanzamos a vivir<br />

un silencio tan sonoro y continuado como aquél.<br />

En cuanto al nuevo paisaje, ¿cómo <strong>de</strong>scribirlo?<br />

Hoy, el Hermón es una pobre caricatura <strong>de</strong> lo que llegamos a contemplar. El<br />

llamado Cedrus libani podía contarse por millones. Ni una sola <strong>de</strong> las estribaciones,<br />

y menos aún la propia cumbre <strong>de</strong>l monte santo, aparecía abierta o<br />

mutilada. Todo, en realidad, era una masa ver<strong>de</strong> oscura, en dura competencia<br />

con las nieves perpetuas y el azul cristalino, casi milagroso, <strong>de</strong> los cielos.<br />

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