Caballo de Troya 6 - IDU
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Ot, envarado, no se movió. E imaginando el inminente desenlace sugerí a Tiglat que llamara al perro. El muchacho, sin embargo, no obedeció. -¡Dehab! -gritó el jefe al llegar a cinco metros del árbol. Y repitió con insolencia. -¡Oro!... ¡Queremos todo el oro! Intenté calcular. Primero el de la pata de palo. A continuación, aprovechando la sorpresa, las tres espadas. En cuanto al del turbante rojo, ya veríamos... -Somos unos pobres caminantes -contesté en tono sumiso-. No llevamos oro... -¡No! -Puedes registrarnos. -¡No! -Si lo deseas -insistí- quédate con las provisiones... -¡No! Tiglat, apretado a mi cintura, susurró: -Es la única palabra que conoce... Por eso le llaman «Al»... ¡Por el señor Baal!... ¡Dale el oro! -¡Mientes! -prosiguió el energúmeno, cada vez más violento y enfurecido-. ¡Kesap!... ¡Plata! El basenji, pendiente de la voz de su amo, abrió las fauces, dispuesto a saltar sobre el cojo. No lo pensé más. Aquella comedia tenía que concluir. .. Levanté ligeramente la «vara de Moisés» y Eliseo, comprendiendo, se arrojó al suelo. Al punto, una invisible descarga de ocho mil vatios hizo blanco en la semi podrida prótesis del bandido, incendiándola. El desconcierto, como era de esperar, fue general. Tiglat retrocedió espantado. Y «Al», aullando, soltó la maza. Dos segundos después, uno de los «gladius», consumido por el láser, se quebraba y caía a tierra. Y los «bucoles», al unísono, levantaron las cabezas hacia la negra tormenta. Eliseo, gateando, trató de alejarse del grupo. El guía reaccionó y, en fenicio, ordenó a Ot que atacase. Y el perro, como un ariete, cayó sobre el jefe, derribándolo. Uno se los sujetos, sin embargo, al descubrir la huida de Eliseo, se arrojó sobre él, descargando un fuerte mandoble a la altura de los riñones. Y la espada se partió en dos... Preso de rabia, lancé una descarga contra el saq del atónito agresor. Esta vez, el láser, además de consumir el taparrabo, alcanzó el bajo vientre, achicharrándolo. Y el fulano cayó desmayado. Busqué al que continuaba armado. Miedo y sorpresa lo mantenían inmóvil, 229
pálido como la cera. Y en la precipitación cometí un error... En lugar de quemar el gladius, apunté hacia uno de los extremos de la piel de oro. Y al instante, a pesar de la humedad, unas llamas aparecieron en el saq, desencadenando el pánico de su propietario. Y el sujeto, descompuesto, soltó la espada, corriendo hacia el torrente. Poco después, arrollado por las turbulentas aguas, se perdía río abajo. Y digo que me equivoqué porque, contra todo pronóstico, el que sostenía las riendas del asno supo reaccionar con presteza, apoderándose del único gladius que no había sido inutilizado. Y, aullando, corrió hacia el maltrecho «Al». Apunté de nuevo y pulsé el clavo... -¡Mierda! El láser no respondió. Lo intenté una segunda y una tercera vez... Negativo. Algo falló en el dispositivo de defensa. Esos segundos fueron decisivos. Ot, ciego, encelado con el berreante e incendiado cojo, seguía buscando el cuello del rufián. No se percató de la llegada del tipo del turbante rojo. Y antes de que este perplejo explorador acertara a pulsar el clavo de los ultrasonidos, el esbirro, levantando la espada con ambas manos, la abatió sobre el can, decapitándolo. El tajo me dejó helado. De pronto, a mis espaldas, escuché un grito desgarrador. Fue cuestión de segundos. Un Tiglat fuera de sí cruzó como un bólido, lanzándose de cabeza contra el estómago del bandido. Y ambos rodaron por tierra. No pude evitarlo. El muchacho se rehizo. Se apoderó del «gladius» y lo enterró en el corazón del derribado y dolorido individuo. Acto seguido, arrancando el enrojecido hierro, se dirigió hacia el que quedaba en pie. Pero el hetep, comprendiendo, huyó del claro, saltando limpiamente al nahal. Instantes después, como sucediera con su compinche, los rápidos lo engullían, desapareciendo. Tiglat terminó arrojando la espada a las embravecidas aguas. Después, ignorándonos, regresó junto al destrozado cuerpo del basenji. Tomó la negra y blanca cabeza entre las manos y, besándola, rompió a llorar amargamente. Eliseo, dolorido por el mandoble, se reunió con este desolado y hundido explorador. Me sentí culpable. De haber utilizado los ultrasonidos desde un primer momento, quizá Ot hubiera seguido vivo... Pero lamentarse no servía de nada. La «vara», por primera vez, falló. En cuanto al jefe, cuando quisimos darnos cuenta, escapaba a trompicones en dirección al asherat. Inteligentemente optó por la huida. Y en el claro, bajo la lluvia, quedó la humeante pata de palo... Curioso Destino. Algún tiempo más tarde volveríamos a encontrarlo. Y en esa ocasión solicitaría del Maestro «algo» mucho más importante que la plata y el oro... Impotentes, no supimos qué hacer ni qué decir. 230
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pálido como la cera. Y en la precipitación cometí un error...<br />
En lugar <strong>de</strong> quemar el gladius, apunté hacia uno <strong>de</strong> los extremos <strong>de</strong> la piel <strong>de</strong><br />
oro. Y al instante, a pesar <strong>de</strong> la humedad, unas llamas aparecieron en el saq,<br />
<strong>de</strong>senca<strong>de</strong>nando el pánico <strong>de</strong> su propietario. Y el sujeto, <strong>de</strong>scompuesto, soltó<br />
la espada, corriendo hacia el torrente. Poco <strong>de</strong>spués, arrollado por las turbulentas<br />
aguas, se perdía río abajo.<br />
Y digo que me equivoqué porque, contra todo pronóstico, el que sostenía las<br />
riendas <strong>de</strong>l asno supo reaccionar con presteza, apo<strong>de</strong>rándose <strong>de</strong>l único gladius<br />
que no había sido inutilizado.<br />
Y, aullando, corrió hacia el maltrecho «Al».<br />
Apunté <strong>de</strong> nuevo y pulsé el clavo... -¡Mierda!<br />
El láser no respondió.<br />
Lo intenté una segunda y una tercera vez...<br />
Negativo.<br />
Algo falló en el dispositivo <strong>de</strong> <strong>de</strong>fensa. Esos segundos fueron <strong>de</strong>cisivos. Ot,<br />
ciego, encelado con el berreante e incendiado cojo, seguía buscando el cuello<br />
<strong>de</strong>l rufián. No se percató <strong>de</strong> la llegada <strong>de</strong>l tipo <strong>de</strong>l turbante rojo. Y antes <strong>de</strong><br />
que este perplejo explorador acertara a pulsar el clavo <strong>de</strong> los ultrasonidos, el<br />
esbirro, levantando la espada con ambas manos, la abatió sobre el can,<br />
<strong>de</strong>capitándolo. El tajo me <strong>de</strong>jó helado. De pronto, a mis espaldas, escuché un<br />
grito <strong>de</strong>sgarrador. Fue cuestión <strong>de</strong> segundos.<br />
Un Tiglat fuera <strong>de</strong> sí cruzó como un bólido, lanzándose <strong>de</strong> cabeza contra el<br />
estómago <strong>de</strong>l bandido. Y ambos rodaron por tierra. No pu<strong>de</strong> evitarlo.<br />
El muchacho se rehizo. Se apo<strong>de</strong>ró <strong>de</strong>l «gladius» y lo enterró en el corazón <strong>de</strong>l<br />
<strong>de</strong>rribado y dolorido individuo. Acto seguido, arrancando el enrojecido hierro,<br />
se dirigió hacia el que quedaba en pie. Pero el hetep, comprendiendo, huyó<br />
<strong>de</strong>l claro, saltando limpiamente al nahal. Instantes <strong>de</strong>spués, como sucediera<br />
con su compinche, los rápidos lo engullían, <strong>de</strong>sapareciendo.<br />
Tiglat terminó arrojando la espada a las embravecidas aguas. Después, ignorándonos,<br />
regresó junto al <strong>de</strong>strozado cuerpo <strong>de</strong>l basenji. Tomó la negra y<br />
blanca cabeza entre las manos y, besándola, rompió a llorar amargamente.<br />
Eliseo, dolorido por el mandoble, se reunió con este <strong>de</strong>solado y hundido explorador.<br />
Me sentí culpable. De haber utilizado los ultrasonidos <strong>de</strong>s<strong>de</strong> un<br />
primer momento, quizá Ot hubiera seguido vivo...<br />
Pero lamentarse no servía <strong>de</strong> nada. La «vara», por primera vez, falló.<br />
En cuanto al jefe, cuando quisimos darnos cuenta, escapaba a trompicones en<br />
dirección al asherat. Inteligentemente optó por la huida. Y en el claro, bajo la<br />
lluvia, quedó la humeante pata <strong>de</strong> palo...<br />
Curioso Destino. Algún tiempo más tar<strong>de</strong> volveríamos a encontrarlo. Y en esa<br />
ocasión solicitaría <strong>de</strong>l Maestro «algo» mucho más importante que la plata y el<br />
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Impotentes, no supimos qué hacer ni qué <strong>de</strong>cir.<br />
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