Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
No tuvo ocasión <strong>de</strong> en<strong>de</strong>rezar la cabeza. Uno <strong>de</strong> los rayos partió <strong>de</strong> la revuelta<br />
«panza» <strong>de</strong> los «Cb», cegándonos. Y se cebó en el mástil <strong>de</strong> un chorreante<br />
pino, a diez metros escasos por <strong>de</strong>lante <strong>de</strong>l grupo. El resto fue un <strong>de</strong>sastre...<br />
En una milésima <strong>de</strong> segundo -quizá menos-, el «canal» por el que <strong>de</strong>scendió<br />
la chispa se calentó a más <strong>de</strong> 30 000° C, provocando dos fenómenos simultáneos.<br />
De un lado, el aire caliente <strong>de</strong>l milimétrico «túnel» por el que viajó<br />
el rayo se expandió, dando lugar a un espantoso trueno que nos <strong>de</strong>jó temporalmente<br />
sordos. Por otro, al impactar en el húmedo árbol, la súbita y<br />
violenta evaporización creó una onda <strong>de</strong> choque. Y la expedición, incluyendo<br />
perro y onagro, rodó por los suelos. .<br />
Fueron instantes <strong>de</strong> gran confusión. Nadie gritó. Nadie se lamentó. No hubo<br />
tiempo material...<br />
Y, aturdidos, mi hermano y yo nos incorporamos como pudimos. El torrencial<br />
aguacero terminaría <strong>de</strong>spejándonos. Y lo que vimos nos llenó <strong>de</strong> espanto...<br />
Tiglat yacía en tierra. Permanecía inmóvil. Parecía muerto. Me asusté.<br />
Ot, a su lado, emitía aquellos extraños sonidos, lamiendo sin cesar la cara <strong>de</strong><br />
su dueño.<br />
En cuanto al jumento, <strong>de</strong>spavorido, galopaba colina arriba.<br />
¿Galopaba?<br />
Yo juraría que volaba...<br />
Y culebrina y estampidos siguieron acorralándonos.<br />
Nos lanzamos sobre el muchacho. Verifiqué el pulso.<br />
¡Estaba vivo!<br />
Exploré la cabeza. Un fino reguero <strong>de</strong> sangre brotaba por la nariz. Se hallaba<br />
inconsciente. Y <strong>de</strong>duje que pudo golpearse en la caída.<br />
Medio sordo, con aquel zumbido instalado en el cerebro, a gritos, por señas,<br />
<strong>de</strong>slumbrado por los rayos y con el corazón <strong>de</strong>smayado por los continuos<br />
mazazos <strong>de</strong> los truenos, le hice ver a Eliseo que teníamos que salir <strong>de</strong> aquel<br />
infierno.<br />
Y recordando las últimas palabras <strong>de</strong> Tiglat lo tomé en brazos, corriendo entre<br />
las chispas y la muralla <strong>de</strong> agua hacia el extremo <strong>de</strong>l camino.<br />
Al final <strong>de</strong>l sen<strong>de</strong>rillo, en efecto, distinguimos un claro. El bosque se había<br />
retirado, formando un mediano círculo, cruzado únicamente por la pista y el<br />
feroz torrente. En el centro geométrico, dueño y señor <strong>de</strong>l calvero, se alzaba<br />
un corpulento árbol. Una sabina enorme, <strong>de</strong> casi treinta metros, con una copa<br />
piramidal, abierta y generosa que, <strong>de</strong> momento, nos alivió.<br />
Llegué exhausto. Ja<strong>de</strong>ante...<br />
Deposité al joven al pie <strong>de</strong>l grueso y ceniciento tronco e intenté reanimarlo.<br />
El cielo fue compasivo. No tuve que esforzarme. Al poco volvía en sí. Y<br />
<strong>de</strong>scompuesto, trató <strong>de</strong> incorporarse.<br />
Lo retuve. Quise tranquilizarlo. Imposible.<br />
Al final se alzó e hizo a<strong>de</strong>mán <strong>de</strong> saltar al caminillo. Pero Eliseo, oportuno, se<br />
226