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Caballo de Troya 6 - IDU

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Pronto lo sabríamos...<br />

Al cabo <strong>de</strong> unos minutos, el bosque se abrió momentáneamente. Y el sen<strong>de</strong>ro<br />

se dividió en dos.<br />

El muchacho <strong>de</strong>scendió e inmovilizó al onagro. Al reunimos, señalando hacia<br />

nuestra <strong>de</strong>recha, fue a <strong>de</strong>scubrir un minúsculo grupo <strong>de</strong> chozas, medio oculto<br />

por el pinar. Era Quinea, un poblado <strong>de</strong> leñadores. Pidió que esperásemos.<br />

Deseaba entrar y consultar la situación <strong>de</strong> la zona. La presencia <strong>de</strong> los buitres<br />

no le agradó. No era buena señal.<br />

-Esos -manifestó- llegan siempre <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> los «bucoles»...<br />

Y dicho y hecho.<br />

Tiglat corrió hacia los árboles, seguido <strong>de</strong>l bullicioso basenji.<br />

Eliseo observó las evoluciones <strong>de</strong> los buitres y me interrogó con la mirada.<br />

Poco pu<strong>de</strong> <strong>de</strong>cirle. Mi experiencia con los bandidos -al margen <strong>de</strong> la vivida en<br />

la pasada operación «Salomón»- era casi nula.<br />

E inquietos nos entretuvimos inspeccionando el calvero.<br />

El sen<strong>de</strong>rillo, en efecto, se bifurcaba a escasa distancia. El nuevo ramal partía<br />

hacia la izquierda, tragado prácticamente por la espesura. En la encrucijada,<br />

un grueso poste clavado en la escoria volcánica advertía: «Paneas. Siete<br />

millas.»<br />

Tomamos nota <strong>de</strong> la referencia. La senda, al parecer, <strong>de</strong>scendiendo hacia el<br />

suroeste, moría en la ruta <strong>de</strong> Damasco, muy cerca <strong>de</strong> Cesárea <strong>de</strong> Filipo.<br />

Regresamos al centro <strong>de</strong>l claro. Tiglat se <strong>de</strong>moraba. Todo, a nuestro alre<strong>de</strong>dor,<br />

parecía tranquilo. El silencio, sin embargo, se me antojó raro. Podía<br />

oírse. Y lo atribuí a lo alejado y remoto <strong>de</strong>l lugar.<br />

De pronto, Oí surgió entre los pinos. Y <strong>de</strong>trás, su dueño, acompañado por dos<br />

individuos.<br />

-Malas noticias -gritó Tiglat mientras se aproximaba-. Esos malditos mero<strong>de</strong>an<br />

por los alre<strong>de</strong>dores...<br />

-¿Esos malditos?<br />

La pregunta <strong>de</strong> Eliseo era innecesaria. Pero el guía aclaró:<br />

-Los «bucoles».<br />

Y refiriéndose a los fornidos y renegridos leñadores, añadió:<br />

-Acaban <strong>de</strong> confirmarlo. Esta mañana, al alba, han visitado la al<strong>de</strong>a. Se han<br />

llevado vino y provisiones...<br />

El muchacho se dirigió entonces a uno <strong>de</strong> los paisanos y, en fenicio, volvió a<br />

interrogarlo.<br />

El hoteb, un leñador curtido y con cara <strong>de</strong> pocos amigos, se extendió en un<br />

largo parlamento, marcando el norte con la mano <strong>de</strong>recha.<br />

-Dice -tradujo el guía- que los vieron alejarse hacia las «cascadas»... Eran<br />

seis. Los manda un viejo «conocido»; Kedab, también llamado «Al».<br />

El nombre, en arameo, significaba «mentiroso». En cuanto al apodo -«Al»-,<br />

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