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Caballo de Troya 6 - IDU

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antiguo volcán anegado por las corrientes subterráneas que huían <strong>de</strong>l Hermón.<br />

Los lugareños aseguraban que la menguada y circular laguna, <strong>de</strong> unos trescientos<br />

metros <strong>de</strong> diámetro, se hallaba comunicada con la ciudad <strong>de</strong> Paneas e,<br />

incluso, con el padre Jordán.<br />

Y, <strong>de</strong> pronto, al cruzar un olivar, Tiglat, <strong>de</strong> un salto, fue a montar sobre el<br />

onagro.<br />

¿Cómo no me había dado cuenta?<br />

Me estremecí.<br />

La reducida expedición presentaba el mismo or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> marcha que el sueño...<br />

Y como un idiota llegué a volver la cabeza. Allí, a mis espaldas, obviamente,<br />

sólo encontré olivos.<br />

El breve trayecto entre los corpulentos zayit fue un suplicio. Y la ensoñación<br />

se creció. Sin querer estaba olvidando a los «bucoles», los sanguinarios rufianes<br />

<strong>de</strong>l Hule.<br />

Entonces -no sé cómo-, lo vi claro...<br />

Los «hombres» <strong>de</strong>l sueño podían ser bandidos. Estábamos en sus dominios. El<br />

jefe <strong>de</strong>l clan ratificó las advertencias <strong>de</strong> los felah. Aquellas alturas eran un<br />

nido <strong>de</strong> maleantes.<br />

No, los militares armados no eran un «residuo» <strong>de</strong>l subconsciente. Allí latía<br />

«algo» más...<br />

Pero, ¿y las cabezas colgadas <strong>de</strong> las ramas? ¿Por qué la <strong>de</strong> Ot era la única sin<br />

vida?<br />

Y el negro presentimiento tomó posesión, <strong>de</strong>finitivamente, <strong>de</strong> este angustiado<br />

explorador.<br />

Por fortuna, el fragante olor a tierra mojada y la aparente paz <strong>de</strong> los riscos<br />

fueron relajándome. Y el susto se diluyó.<br />

Cerca <strong>de</strong> la cota «1 700» el paisaje cambió <strong>de</strong> rostro. Cipreses y olivos se<br />

rezagaron y, en su lugar, las estribaciones <strong>de</strong>l Hermón presentaron una cara<br />

más adusta y cerrada. Al frente y a la <strong>de</strong>recha, picudos y vigilantes, aparecieron<br />

los har Nida y Kahal, con las la<strong>de</strong>ras vestidas <strong>de</strong> enebros griegos, pinos<br />

<strong>de</strong> Calabria, abetos cilíceos y los perfumados mirtos, dulcificando con sus<br />

coronas <strong>de</strong> flores blancas los graves, enmarañados y azules perfiles <strong>de</strong>l espeso<br />

aar, el bosque anunciador, siempre súbdito, <strong>de</strong>l «rey» <strong>de</strong>l Hermón, el<br />

monumental y mítico cedro.<br />

La senda, como pudo, torció a la izquierda y atacó los nuevos promontorios.<br />

En lo alto, montada en el viento, patrullaba en círculo una familia <strong>de</strong> buitres<br />

negros y leonados. De vez en cuando, bregando con la fuerza <strong>de</strong> los «Cb», se<br />

<strong>de</strong>jaban caer, señalizando algo. No presté mayor atención. Probablemente<br />

vigilaban alguna carroña.<br />

Tiglat también miró a los cielos y, sin previo aviso, azuzó al jumento, avivando<br />

la marcha.<br />

¿Qué ocurría?<br />

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