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<strong>de</strong> utensilios <strong>de</strong> vidrio.<br />
Agra<strong>de</strong>cimos la hospitalidad. Para aquellos agotados caminantes, cualquier<br />
rincón era bueno. Preparamos los ropones al pie <strong>de</strong> uno <strong>de</strong> los apagados<br />
hornos y, tras <strong>de</strong>searnos paz, Tiglat <strong>de</strong>positó una lucerna <strong>de</strong> aceite en una <strong>de</strong><br />
las estanterías, arrancando guiños ver<strong>de</strong>s y dorados a los abombados y<br />
transparentes vasos, jarrones y botellas. Nos observó un instante y, feliz,<br />
cerró la puerta, <strong>de</strong>sapareciendo.<br />
La Provi<strong>de</strong>ncia, en efecto, seguía velando y protegiéndonos. Aquella familia<br />
fue una bendición y un chorro <strong>de</strong> oxígeno en nuestro camino.<br />
Al poco, el bueno <strong>de</strong> Eliseo dormía profundamente. Yo, en cambio, me agité<br />
inquieto. No hubo forma <strong>de</strong> llamar al sueño. Y lo atribuí al cansancio. ¿O fue la<br />
inquietud?<br />
La verdad es que, una y otra vez, obsesivamente, la imagen <strong>de</strong>l Maestro se<br />
presentaba en la memoria.<br />
Estábamos muy cerca, sí, casi a un paso...<br />
Pero, ¿por qué me preocupaba? Y me vi asaltado por una jauría <strong>de</strong> furiosas e<br />
irritantes incógnitas.<br />
¿Nos reconocería? ¿Nos admitiría en su compañía? ¿Qué podíamos <strong>de</strong>cirle?<br />
¿Cómo explicarle?<br />
Y la seguridad que me había acompañado hasta esos momentos huyó <strong>de</strong><br />
quien esto escribe. Me sentí <strong>de</strong>solado. Quizá estábamos equivocados...<br />
¿Qué suce<strong>de</strong>ría si Jesús <strong>de</strong> Nazaret no nos aceptaba junto a Él?<br />
¡Dios!<br />
En eso no habíamos pensado...<br />
Y la figura <strong>de</strong>l Galileo, ora distante, ora seria y ajena, seguía visitándome en<br />
la penumbra <strong>de</strong>l taller.<br />
Me resistí.<br />
Ése no era el afable y entrañable «amigo» que conocía. El agotamiento, sin<br />
duda, jugaba conmigo.<br />
Finalmente, incapaz <strong>de</strong> soportar aquel suplicio, me alcé. Tomé la débil y<br />
amarillenta flama e intenté distraerme. Repasé hornos, fuelles, cañas <strong>de</strong><br />
soplado, materia prima y la nutrida batería <strong>de</strong> objetos que se apretaba fría e<br />
indiferente en pare<strong>de</strong>s y suelo.<br />
Imposible. El sueño, rebel<strong>de</strong>, se mantuvo a distancia.<br />
Y opté por asomarme al exterior. Allí, seguramente, me relajaría.<br />
Pero todo, aquella noche, parecía huraño y contrario a mi voluntad. Al empujar<br />
la achacosa portezuela que comunicaba con el resto <strong>de</strong> la al<strong>de</strong>a, los<br />
goznes, irritados, protestaron. Me volví hacia el lugar don<strong>de</strong> <strong>de</strong>scansaba mi<br />
hermano. ¡Bendito ingeniero! Ni un terremoto lo hubiera <strong>de</strong>spertado...<br />
Las casuchas, oscuras y silenciosas, ni se inmutaron.<br />
Busqué refugio al pie <strong>de</strong> uno <strong>de</strong> los muros <strong>de</strong>l taller. Inspiré profundamente y<br />
me bebí las estrellas.<br />
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