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La familia, ingenua y feliz, rió el juego <strong>de</strong> palabras.<br />
Estaba claro. Y aprovecharé la circunstancia para hacer un breve inciso y<br />
apuntar algo que también tuvo que ver con el Hijo <strong>de</strong>l Hombre. «Algo» que<br />
tampoco figura en los Evangelios y que, sin embargo, aportaría un dato más<br />
sobre la ternura <strong>de</strong>l Galileo, provocando, a su vez, más <strong>de</strong> uno y más <strong>de</strong> dos<br />
enfrentamientos con los puristas <strong>de</strong> la Ley mosaica.<br />
Me refiero, claro está, a Zal, el magnífico perro propiedad <strong>de</strong> Jesús <strong>de</strong> Nazaret.<br />
Pero, para compren<strong>de</strong>r mejor cuanto digo y cuanto señalaba Tiglat, es preciso<br />
contemplar primero la actitud <strong>de</strong>l pueblo judío hacia estos no menos infelices<br />
y <strong>de</strong>sprestigiados canes. El origen <strong>de</strong> la ancestral repulsión <strong>de</strong> los hebreos<br />
hacia el perro, tan alejada <strong>de</strong>l actual concepto, se hallaba, cómo no, en el<br />
mismísimo Yavé. Lisa y llanamente era con<strong>de</strong>nado y vilipendiado en todos los<br />
textos sagrados (?) en los que aparece. Sus cometidos, básicamente, se<br />
reducían a tres: carroñeros, guardianes <strong>de</strong> rebaños y «excusa» para el insulto.<br />
Isaías, Reyes y los Salmos lo <strong>de</strong>jan muy claro. En el último (22, 17-20), el<br />
término «perro» alcanza su auténtico significado: «malvado». Y a éste, poco<br />
a poco, se sumarían otros: sucio, cobar<strong>de</strong>, traidor, perezoso y <strong>de</strong>spreciable.<br />
Si a esta lamentable situación uníamos las alusiones <strong>de</strong> Yavé, por ejemplo en<br />
el Éxodo, es fácil captar la intencionalidad <strong>de</strong> Tiglat y, muy especialmente, la<br />
<strong>de</strong> los rigoristas judíos hacia el Maestro por el hecho <strong>de</strong> <strong>de</strong>mostrar cariño<br />
hacia un perro. Para colmo <strong>de</strong> males, otras ridículas y fantásticas leyendas<br />
terminaron por arruinar el escaso prestigio <strong>de</strong>l perro, rebajándolo, como digo,<br />
a la categoría <strong>de</strong> alimaña y criatura inmunda. Una <strong>de</strong> las más extendidas se<br />
remontaba al supuesto diluvio. Según esta creencia, el perro fue tachado por<br />
Dios <strong>de</strong> «inmoral» por no haber sabido contener sus instintos sexuales durante<br />
su permanencia en el arca <strong>de</strong> Noé.<br />
Sí, verda<strong>de</strong>ramente <strong>de</strong> locos...<br />
Al margen <strong>de</strong> esta realidad cotidiana, muchos judíos, bajo cuerda, se aprovechaban,<br />
sin embargo, <strong>de</strong> los «sarnosos perros», convirtiendo su caza y<br />
captura en un interesante «negocio». Así, lenguas, ojos y dientes eran extirpados,<br />
siendo vendidos como amuletos. La lengua, colocada bajo el <strong>de</strong>do<br />
gordo <strong>de</strong>l pie -<strong>de</strong>cían-, evita que otros perros ladren al propietario <strong>de</strong> tan<br />
estimado talismán. Lo mismo sucedía con los ojos <strong>de</strong> los perros negros,<br />
siempre que se tuviera la precaución <strong>de</strong> colgarlos <strong>de</strong>l cuello antes <strong>de</strong> iniciar un<br />
viaje. Pero la «eficacia suprema» contra los ataques <strong>de</strong> otros canes se hallaba<br />
en los dientes <strong>de</strong> un perro rabioso. Eso sí: antes <strong>de</strong> atarlos al hombro, el can<br />
en cuestión tenía que haber mordido a un hombre. Si la víctima era una mujer,<br />
miel sobre hojuelas...<br />
Tiglat nos condujo hasta la sala contigua y, excusándose <strong>de</strong> nuevo, nos hizo<br />
ver que no disponía <strong>de</strong> nada mejor. El lugar, amplio y espacioso como la<br />
«vivienda», era en realidad el taller en el que la familia fabricaba toda suerte<br />
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