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or<strong>de</strong>nó que consumiera el citado estómago <strong>de</strong> liebre. En el pasaje en cuestión<br />
no se menciona nada semejante. El ángel habla <strong>de</strong> la esterilidad <strong>de</strong> la esposa<br />
<strong>de</strong> Manóaj y, simplemente, le prohíbe beber vino y comer alimentos impuros.<br />
La cuestión es que, con el paso <strong>de</strong>l tiempo, el texto resultaría <strong>de</strong>formado,<br />
montándose un floreciente negocio a cuenta <strong>de</strong> las pobres amabet.<br />
Los cerebros, por su parte, eran igualmente valorados. En especial por las<br />
madres. Estas supersticiosas gentes estaban convencidas <strong>de</strong> que el simple<br />
roce sobre las encías <strong>de</strong> los bebés conjuraba los dolores provocados por los<br />
primeros dientes.<br />
La liebre palestina, <strong>de</strong>finitivamente, no tenía suerte. En el colmo <strong>de</strong> la ignorancia<br />
y <strong>de</strong>l retorcimiento, rabinos y «auxiliadores» recomendaban, incluso,<br />
que no se la mirase fijamente y, mucho menos, que fuera <strong>de</strong>seada sexualmente.<br />
Si esto ocurría, Yavé fulminaba al «pecador» con el <strong>de</strong>fecto conocido<br />
como «labio leporino».<br />
Pero nuestra sorpresa llegó al límite cuando Tiglat aseguró convencido que<br />
todas las liebres eran <strong>de</strong> sexo femenino. Aquella era otra creencia, firmemente<br />
arraigada, nacida quizá <strong>de</strong>l propio término (amabet es una palabra<br />
femenina). Como mucho, tras una encendida discusión, el fenicio aceptó que<br />
«un año podían ser machos y al siguiente, irremediablemente, hembras».<br />
Insistir era inútil. Y ahí lo <strong>de</strong>jamos.<br />
Cuando le llegó el turno al lobo, el temido y respetado zeeb, también<br />
aprendimos algo.<br />
Durante los inviernos, sobre todo en los más crudos, <strong>de</strong>scendían en manadas<br />
<strong>de</strong>s<strong>de</strong> el Hermón, llegando hasta los pantanos <strong>de</strong>l Hule. Algunos <strong>de</strong> los vecinos<br />
habían sido ferozmente atacados. Y Tiglat añadió otro dato preocupante:<br />
la zona <strong>de</strong> las «cascadas», muy próxima al campamento <strong>de</strong> Jesús <strong>de</strong> Nazaret,<br />
era uno <strong>de</strong> los parajes habitualmente frecuentado por los zeeb. Allí, en <strong>de</strong>finitiva,<br />
acudían a abrevar la mayor parte <strong>de</strong> los animales <strong>de</strong>l bosque...<br />
Para capturarlos, los montañeses se valían <strong>de</strong> lazos y trampas. Y todo en él<br />
era aprovechado.<br />
Con la piel cubrían el calzado, aliviando la marcha <strong>de</strong>l caminante. También la<br />
vendían en pequeñas porciones, previamente empapadas en vino o vinagre.<br />
Al comerla -aseguraban-, los sueños eran benéficos..., y eróticos.<br />
Los dientes, como los cerebros <strong>de</strong> las liebres, se utilizaban para restregar las<br />
encías <strong>de</strong> los niños, eliminando (?) el dolor <strong>de</strong> las incipientes <strong>de</strong>ntaduras.<br />
En cuanto al corazón -siguiendo otra vieja creencia-, la familia lo secaba,<br />
vendiéndolo como un mágico talismán contra los propios lobos. La mejor<br />
«arma», sin embargo, era la manteca que <strong>de</strong>stilaban los riñones <strong>de</strong> león. Si el<br />
viajero se embadurnaba con ella, ningún lobo osaba acercarse. Así nos lo juró<br />
Tiglat. El problema, claro, era cómo conseguir semejante «ungüento»...<br />
Para unos y otros -judíos y gentiles-, este <strong>de</strong>predador era el símbolo vivo <strong>de</strong><br />
la traición. Su cuello corto -<strong>de</strong>cían- era la prueba irrefutable. Y aseguraban<br />
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