Caballo de Troya 6 - IDU
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dos reconfortantes y apetitosos platos. ¿Parca cena? Menos mal que la visita fue inesperada... Para despabilar el apetito -aunque el nuestro se hallaba más que despierto-, lo que llamaban jolodetz. un caldo espeso y aguerrido en el que flotaba una gelatina preparada con patas de vaca. Una receta típica de la alta Galilea. Tras lavar y limpiar las piezas, las mujeres las braceaban, procediendo después al escalpado de la piel. Una vez saneadas eran introducidas en agua y escoltadas en la gran marmita por sucesivas oleadas de cebolla, laurel, sal, pimienta, ajos, zanahorias y un generoso chorro de ame o vino blanco. El caldo se servía muy caliente. A continuación, el segundo y no menos nutritivo plato: carne y médula, minuciosamente molidas y mezcladas con huevo duro. Y para terminar de ponerlo en pie, un suspiro de mostaza y unas cucharadas de miel que humillaban el poderío del condumio. Delicioso. Eliseo, naturalmente, repitió. Y en el transcurso de la plácida cena supimos algo más de aquel remoto y caritativo clan. Una familia que, a su manera, modestamente, contribuyó también al desarrollo del gran «plan» del Hijo del Hombre. Un grupo humano que, sin embargo, no consta en los escritos evangélicos... Tiglat explicó que los suyos, como el resto de las menguadas aldeas que sobrevivían en el Hermón, se dedicaban desde siempre a tres actividades principales: tala de árboles, caza y soplado de vidrio. Sobre la primera, como creo haber referido, tendríamos cumplida información pocos meses después, cuando el Destino nos permitió acompañar al Maestro. Allí, como dije, entre los bosques de la Gaulanitis, descubriríamos a un Jesús leñador. Algo nuevo para estos exploradores. Respecto a la caza, el cabeza de familia atendió gustoso y divertido todas las preguntas -a veces ingenuas y aparentemente infantiles- de aquellos curiosos yewani. Así supimos que eran expertos en la captura del jabalí, ciervo rojo, gamo, liebre, zorro y, en ocasiones, del lobo y del no menos peligroso dob. Carne y pieles constituían un buen negocio, así como los «remedios» derivados de las piezas, habitualmente elaborados por las mujeres. El jabalí o chazir era casi una plaga. Cada año, al final del verano, invadía los viñedos de la «olla» del Hule y del resto de la Gaulanitis, arrasando las cosechas. La carne, inmunda para los judíos, era muy apreciada entre los gentiles, siendo utilizada, incluso, como «arma di-suasoria» contra las partidas de «bucoles» hebreos. Las cabezas eran colgadas en cancelas y puertas, advirtiendo así a los posibles asaltantes. Tal y como prescribía la Ley de Moisés, el simple hecho de aproximarse al chazir o cerdo salvaje significaba contaminación y pecado. 207
Ciervo y gamo, en cambio, gozaban de una excelente reputación en la Palestina de Jesús. El primero, abundantísimo en aquellas montañas, era plato obligado en las mesas de los poderosos, desde que Salomón lo pusiera de moda (Reyes 1, 4-23). Para darle caza, los montañeses empleaban un curioso y efectivo sistema: a la caída del sol se ocultaban junto a ríos y fuentes y esperaban pacientemente la llegada del tsebi (término hebreo más próximo a «gacela» que a «ciervo»). Cuando el animal comenzaba a beber entonaban una dulce melodía con la ayuda de flautas y cítaras. El tsébi, entonces, lejos de huir, quedaba como hipnotizado, aproximándose y cayendo en manos de los astutos cazadores. Los cuernos eran «comercializados» como amuletos de «especial fuerza», capacitados -según los Tiglat- para contrarrestar cualquier veneno y, sobre todo, muy útiles para evitar broncas y peleas con esposas y suegras. La ingenuidad de estas gentes era conmovedora... Con el shual o zorro sucedía algo parecido a lo mencionado sobre el jabalí. Su afición a las uvas, arruinando las prósperas vides, lo había convertido en otro enemigo público. Y dueños y capataces pagaban entre uno y tres denarios-plata por cabeza presentada. En realidad, según nuestras observaciones, no se trataba del zorro rojo europeo, sino del Vulpes vulpes niloticus, un hermano de menos talla, de pelaje pardo-amarillento, con el lomo y vientre grisáceos y el dorso de las orejas en un negro profundo. En el fondo, judíos y gentiles lo admiraban por su sagacidad. Y coman decenas de leyendas. Una, en especial, hacía las delicias de grandes y chicos. Decía, más o menos, así: «Tras el pecado de Adán, Yavé entregó al mundo al "ángel de la muerte". Y todas las especies animales, incluida la serpiente, fueron arrojadas al agua por parejas. Cuando le tocó el turno a shual, la astuta raposa, señalando su imagen reflejada en las aguas, comenzó a gemir y a lloriquear. El ángel, entonces, preguntó el por qué de tanto lamento. Y el zorro explicó que se hallaba apenado por la triste suerte de su "compañero". Al reparar en el sutil engaño, Dios ordenó que fuera indultado.» Esto aclaraba por qué los judíos se negaban a darle caza, quedando el asunto en las casi exclusivas manos de los paganos. Al interesarnos por la amabet (liebre), Tiglat, entusiasmado, reconoció que era la pieza de la que obtenían mayores y más regulares beneficios. Y no por la carne o piel, estimadas únicamente por los gentiles, sino por sus estómagos y cerebros. Desde antiguo, la creencia popular aseguraba que los primeros eran un certero e infalible remedio contra la esterilidad. (Entendiendo siempre la femenina. La masculina era impensable.) Todo procedía, al parecer, de una información contenida en la Biblia. Según el libro de los Jueces (13, 4), la madre de Sansón fue estéril. Pues bien, según los judíos, cuando el ángel de Yavé se presentó ante ella, anunciando el nacimiento del mítico héroe, le 208
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Ciervo y gamo, en cambio, gozaban <strong>de</strong> una excelente reputación en la Palestina<br />
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moda (Reyes 1, 4-23). Para darle caza, los montañeses empleaban un curioso<br />
y efectivo sistema: a la caída <strong>de</strong>l sol se ocultaban junto a ríos y fuentes y<br />
esperaban pacientemente la llegada <strong>de</strong>l tsebi (término hebreo más próximo a<br />
«gacela» que a «ciervo»). Cuando el animal comenzaba a beber entonaban<br />
una dulce melodía con la ayuda <strong>de</strong> flautas y cítaras. El tsébi, entonces, lejos<br />
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Los cuernos eran «comercializados» como amuletos <strong>de</strong> «especial fuerza»,<br />
capacitados -según los Tiglat- para contrarrestar cualquier veneno y, sobre<br />
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Con el shual o zorro sucedía algo parecido a lo mencionado sobre el jabalí. Su<br />
afición a las uvas, arruinando las prósperas vi<strong>de</strong>s, lo había convertido en otro<br />
enemigo público. Y dueños y capataces pagaban entre uno y tres <strong>de</strong>narios-plata<br />
por cabeza presentada. En realidad, según nuestras observaciones,<br />
no se trataba <strong>de</strong>l zorro rojo europeo, sino <strong>de</strong>l Vulpes vulpes niloticus, un hermano<br />
<strong>de</strong> menos talla, <strong>de</strong> pelaje pardo-amarillento, con el lomo y vientre<br />
grisáceos y el dorso <strong>de</strong> las orejas en un negro profundo.<br />
En el fondo, judíos y gentiles lo admiraban por su sagacidad. Y coman <strong>de</strong>cenas<br />
<strong>de</strong> leyendas. Una, en especial, hacía las <strong>de</strong>licias <strong>de</strong> gran<strong>de</strong>s y chicos. Decía,<br />
más o menos, así:<br />
«Tras el pecado <strong>de</strong> Adán, Yavé entregó al mundo al "ángel <strong>de</strong> la muerte". Y<br />
todas las especies animales, incluida la serpiente, fueron arrojadas al agua<br />
por parejas. Cuando le tocó el turno a shual, la astuta raposa, señalando su<br />
imagen reflejada en las aguas, comenzó a gemir y a lloriquear. El ángel,<br />
entonces, preguntó el por qué <strong>de</strong> tanto lamento. Y el zorro explicó que se<br />
hallaba apenado por la triste suerte <strong>de</strong> su "compañero". Al reparar en el sutil<br />
engaño, Dios or<strong>de</strong>nó que fuera indultado.»<br />
Esto aclaraba por qué los judíos se negaban a darle caza, quedando el asunto<br />
en las casi exclusivas manos <strong>de</strong> los paganos.<br />
Al interesarnos por la amabet (liebre), Tiglat, entusiasmado, reconoció que<br />
era la pieza <strong>de</strong> la que obtenían mayores y más regulares beneficios. Y no por<br />
la carne o piel, estimadas únicamente por los gentiles, sino por sus estómagos<br />
y cerebros. Des<strong>de</strong> antiguo, la creencia popular aseguraba que los primeros<br />
eran un certero e infalible remedio contra la esterilidad. (Entendiendo siempre<br />
la femenina. La masculina era impensable.) Todo procedía, al parecer, <strong>de</strong> una<br />
información contenida en la Biblia. Según el libro <strong>de</strong> los Jueces (13, 4), la<br />
madre <strong>de</strong> Sansón fue estéril. Pues bien, según los judíos, cuando el ángel <strong>de</strong><br />
Yavé se presentó ante ella, anunciando el nacimiento <strong>de</strong>l mítico héroe, le<br />
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