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cadamente nevado en hocico, cuello, remos y en el final <strong>de</strong> la cola.<br />
¡Pobre Oí! Fue leal y bravo hasta la muerte...<br />
Y al fin, guiados por el solícito Tiglat, divisamos la al<strong>de</strong>a.<br />
¡Bet Jenn!<br />
El final <strong>de</strong>l laborioso viaje parecía cercano...<br />
Todo, como siempre, <strong>de</strong>pendía <strong>de</strong>l imprevisible Destino.<br />
Poco puedo contar sobre Bet Jenn. Media docena <strong>de</strong> casas, todas negras,<br />
todas en basalto, todas roídas por los años y las frecuentes lluvias y nieves <strong>de</strong><br />
aquellas latitu<strong>de</strong>s. Todas pobres, casi míseras. Una al<strong>de</strong>a perdida, habitada<br />
por los Tiglat. Un clan fenicio, casi puro, amable, orgulloso <strong>de</strong> su origen,<br />
discreto y, sobre todo, hospitalario. Maravillosamente hospitalario. Nunca lo<br />
olvidaríamos...<br />
Al penetrar en el hogar <strong>de</strong> nuestro guía y anfitrión nos salieron al paso una<br />
prolífica familia, integrada por los ancianos padres, la esposa y quince hijos, y<br />
un reconfortante fuego.<br />
A la mo<strong>de</strong>sta luz <strong>de</strong> las llamas y <strong>de</strong> las lámparas <strong>de</strong> aceite distinguimos, al fin,<br />
el aspecto <strong>de</strong> Tiglat. Al igual que la numerosa prole, presentaba la típica<br />
lámina <strong>de</strong> los habitantes <strong>de</strong> Tiro: nariz ganchuda, ojos oblicuos, negros y<br />
profundos, piel achicharrada, cabellos largos, oscuros, ensortijados y con un<br />
nacimiento muy bajo y barba espesa, <strong>de</strong>scuidada y ligeramente blanqueada<br />
por sus cuarenta o cuarenta y cinco años.<br />
Se dirigió a los suyos en fenicio y, al punto, excusándose, rectificó, prosiguiendo<br />
en un rudimentario arameo galaico.<br />
Nos presentó a su hijo, el segundo Tiglat, haciéndole ver que estos ger (forasteros)<br />
venían <strong>de</strong> muy lejos para conocerle. El muchacho que, en efecto, no<br />
pasaría <strong>de</strong> los catorce o quince años, asintió en silencio. Se a<strong>de</strong>lantó y, sonriente,<br />
se puso a nuestra disposición.<br />
Pero, cuando nos disponíamos a interrogarlo, la madre, regañando al cabeza<br />
<strong>de</strong> familia, le reprochó su falta <strong>de</strong> atención para con aquellos ilustres invitados.<br />
Y antes <strong>de</strong> que acertáramos a replicar nos vimos obligados a tomar asiento<br />
sobre una enorme y mullida piel <strong>de</strong> oso negro. Tiglat pidió perdón por su<br />
<strong>de</strong>sconsi<strong>de</strong>ración y nos ofreció unas pequeñas tazas <strong>de</strong> barro, animándonos a<br />
brindar. -Lehaim!<br />
-¡Por la vida! -repetimos agra<strong>de</strong>cidos. Y, <strong>de</strong> acuerdo a la costumbre, apuramos<br />
<strong>de</strong> un trago el transparente y furioso licor, una especie <strong>de</strong> aguardiente<br />
o ame, fabricado con arroz.<br />
Eliseo, poco hecho a estos brebajes montañeses, carraspeó, provocando las<br />
risas.<br />
Fue entonces, mientras mujeres y niños se afanaban en la preparación <strong>de</strong> la<br />
cena, cuando el complacido Tiglat sugirió que preguntásemos a su hijo. Lógicamente<br />
extrañado, no acertaba a enten<strong>de</strong>r el por qué <strong>de</strong> nuestro interés<br />
por aquel jovencito.<br />
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