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guíamos aparecía cortada «por obras».<br />
Pero fue el segundo «aviso» el que nos inquietó. El nathiv que conducía a Bet<br />
Jenn era un continuo ir y venir <strong>de</strong> bandidos y maleantes...<br />
Tomamos nota.<br />
Algunos metros más allá, en efecto, en terreno abierto y <strong>de</strong>spejado, divisamos<br />
una cierta aglomeración <strong>de</strong> gentes.<br />
Nos aproximamos <strong>de</strong>spacio.<br />
La ruta, efectivamente, se hallaba interrumpida. Reatas y caminantes eran<br />
<strong>de</strong>sviados por nuestra <strong>de</strong>recha. Un nathiv estrecho, negro y polvoriento<br />
trepaba hacia el este, absorbiendo con dificultad los hombres y caballerías<br />
que iban y venían.<br />
Al alcanzar el final <strong>de</strong> la carretera comprendimos. La vital y <strong>de</strong>scuidada arteria<br />
por la que circulábamos estaba siendo rehabilitada. Partiendo <strong>de</strong> Paneas, una<br />
nutrida cuadrilla <strong>de</strong> obreros y técnicos procedía a la construcción <strong>de</strong> una<br />
calzada.<br />
Eliseo, fascinado, solicitó tiempo. Y fuimos a mezclarnos entre los curiosos y<br />
<strong>de</strong>socupados que contemplaban la febril labor <strong>de</strong> topógrafos, canteros, carpinteros,<br />
herreros y <strong>de</strong>más especialistas.<br />
A un centenar <strong>de</strong> pasos, protegidos <strong>de</strong>l sol por un cobertizo <strong>de</strong> ramas y hojas<br />
<strong>de</strong> palma, <strong>de</strong>scubrimos a los siempre temidos y temibles kittim. Mi hermano<br />
me interrogó. Los observé minuciosamente y <strong>de</strong>duje que estábamos ante un<br />
conlubernium, una patrulla o grupo <strong>de</strong> ocho infantes, pertenecientes a las<br />
tropas auxiliares. En <strong>de</strong>finitiva, soldados rasos, más que hartos y aburridos. A<br />
juzgar por los arcos, cortos y fabricados con acero y cuerno, supuse que eran<br />
sirios. Los hábiles y belicosos guerreros asentados habitualmente en Rafan<br />
(Siria). En lugar <strong>de</strong> la típica coraza metálica -la lonca segméntala- vestían una<br />
armadura anatómica, <strong>de</strong> cuero leonado, que protegía el tórax. También las<br />
largas espadas, <strong>de</strong> un metro y <strong>de</strong> bor<strong>de</strong>s afiladísimos, les distinguían <strong>de</strong> los<br />
legionarios.<br />
Tres o cuatro parecían jugar a los dados. El resto dormitaba o miraba <strong>de</strong> vez<br />
en cuando hacia la obra, más pendientes <strong>de</strong>l sol y <strong>de</strong> la caída <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong> que<br />
<strong>de</strong>l tráfico y <strong>de</strong> los que vigilábamos los trabajos.<br />
Por <strong>de</strong>lante, en cabeza, distinguimos media docena <strong>de</strong> operarios, a las ór<strong>de</strong>nes<br />
<strong>de</strong> los topógrafos y <strong>de</strong> sus ayudantes. Su labor consistía en la limpieza<br />
<strong>de</strong>l terreno por el que <strong>de</strong>bía discurrir la calzada. Y con ellos, los admirables<br />
«técnicos» encargados <strong>de</strong>l trazado propiamente dicho. Sencillamente, quedamos<br />
perplejos. La minuciosidad y buen hacer <strong>de</strong> los romanos en este tipo<br />
<strong>de</strong> construcciones eran sobresalientes.<br />
Los topógrafos, armados <strong>de</strong> los instrumentos <strong>de</strong> nivelación -dioptras, bastones<br />
y gromas- medían una y otra vez, apuntando los cálculos en pequeñas<br />
tablillas <strong>de</strong> cera que colgaban <strong>de</strong> los ceñidores. Los ayudantes sostenían los<br />
bastones, pendientes <strong>de</strong> los gritos <strong>de</strong> sus «jefes». Ora subían los discos. Ora<br />
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