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<strong>de</strong>l «papel», judíos y gentiles fabricaban <strong>de</strong>cenas <strong>de</strong> artículos: barriles, ropa<br />
para los más pobres, cuerdas, sandalias, cestos, chozas, embarcaciones y un<br />
largo etcétera. En caso <strong>de</strong> hambruna, incluso los rizomas eran cocinados o<br />
consumidos crudos. Una costumbre igualmente exportada <strong>de</strong> Egipto, «inventor»<br />
<strong>de</strong>l gomeh o papiro. Aunque no llegamos a probarlos, imaginé que el<br />
alto contenido en almidón <strong>de</strong> los citados Cyperus los hacía muy nutritivos.<br />
La prosperidad <strong>de</strong> aquella parte <strong>de</strong> la Gaulanitis, en <strong>de</strong>finitiva, estaba asegurada.<br />
Por un lado, gracias a la inmensa «selva» que bullía a expensas <strong>de</strong><br />
ríos y pantanos. A la izquierda <strong>de</strong> la ruta, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el kan <strong>de</strong> Assi hasta las<br />
proximida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> Daphne, una población cercana a Dan, en el norte, juncos,<br />
papiros, cañas, a<strong>de</strong>lfas y espadañas formaban un todo compacto e ininterrumpido.<br />
Una «jungla» <strong>de</strong> unos 23 kilómetros <strong>de</strong> longitud, <strong>de</strong> sur a norte, por<br />
otros 5 <strong>de</strong> este a oeste. Un intrincado laberinto <strong>de</strong> ríos y lagunas, infestado <strong>de</strong><br />
mosquitos, aves y alimañas, en el que sólo se aventuraban los más diestros o<br />
necesitados. Una masa ver<strong>de</strong>, trepidante y traicionera que no permitía el<br />
crecimiento <strong>de</strong> otras plantas y a la que los esforzados felah se veían obligados<br />
a hacer retroce<strong>de</strong>r casi a diario.<br />
De vez en cuando, sobre las mansas y brillantes láminas <strong>de</strong> agua <strong>de</strong>l Hule y <strong>de</strong><br />
las lagunas mayores se distinguían pequeñas canoas <strong>de</strong> papiro, ya mencionadas<br />
por Job e Isaías. Avanzaban lentas, con las proas y popas afiladas y el<br />
«casco» panzudo e igualmente trenzado con cientos <strong>de</strong> tallos dorados. Probablemente<br />
pescaban. Y a cada grito o maniobra <strong>de</strong> los tripulantes, <strong>de</strong> la<br />
espesura -blancos, chillones y atolondrados- escapaban nutridos pelotones <strong>de</strong><br />
aves acuáticas. Sería imposible <strong>de</strong>scribir la variedad y belleza <strong>de</strong> aquella<br />
fauna. Sólo en aves menores llegué a contabilizar más <strong>de</strong> cien especies. Pero<br />
lo más llamativo <strong>de</strong>l Hule y <strong>de</strong> sus pantanos eran las innumerables cigüeñas y<br />
pelícanos. Por esas fechas, mediado agosto, llegaban las primeras oleadas<br />
migratorias proce<strong>de</strong>ntes <strong>de</strong>l Bosforo. En varias oportunida<strong>de</strong>s, entre agosto y<br />
octubre, calculé en más <strong>de</strong> trescientas mil las cigüeñas blancas y negras que<br />
hicieron un alto en la «olla» <strong>de</strong>l Hule, antes <strong>de</strong> proseguir hacia el sur. La<br />
aparición <strong>de</strong> la Ciconia ciconia (cigüeña blanca), enorme, majestuosa e insaciable,<br />
era muy celebrada entre los felah. La presencia <strong>de</strong> miles <strong>de</strong> ejemplares,<br />
con sus picos y patas pintados en rojo, constituía un alivio para la<br />
campiña. Des<strong>de</strong> el alba hasta la puesta <strong>de</strong>l sol caían inexorables sobre insectos,<br />
langostas, grillos y saltamontes, «limpiando» prácticamente huertos,<br />
frutales y plantaciones. En la «jungla» hacían igualmente estragos, <strong>de</strong>vorando<br />
toda clase <strong>de</strong> anfibios y serpientes.<br />
Los pelícanos, en cambio, no eran bien recibidos. Para los pescadores <strong>de</strong> la<br />
<strong>de</strong>sembocadura <strong>de</strong>l Hule y <strong>de</strong> las gran<strong>de</strong>s lagunas, los blancos y <strong>de</strong>formes<br />
Pelecanus onocrotalus eran una maldición. Des<strong>de</strong> finales <strong>de</strong> agosto o principios<br />
<strong>de</strong> septiembre, con los primeros migrado-res, las capturas disminuían<br />
sensiblemente. En ocasiones <strong>de</strong>scendían sobre las aguas hasta diez mil <strong>de</strong><br />
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