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Platón, cinco siglos antes <strong>de</strong> Cristo, al igual que el eminente Hipócrates,<br />
propiciaron un giro <strong>de</strong> 180" en las ancestrales creencias sobre el espíritu y,<br />
consecuentemente, sobre la enfermedad y la <strong>de</strong>mencia. Ambos plantearon<br />
algo revolucionario: el alma existía. Era racional e inmortal y residía en el<br />
cerebro. A partir <strong>de</strong> ahí, la interpretación <strong>de</strong> la locura, por ejemplo, fue más<br />
coherente. Los <strong>de</strong>sequilibrios mentales fueron atribuidos a <strong>de</strong>sajustes orgánicos,<br />
rechazándose <strong>de</strong> plano las pretendidas posesiones diabólicas y el<br />
«ajuste <strong>de</strong> cuentas» por parte <strong>de</strong> los iracundos dioses.<br />
Aristóteles, discípulo <strong>de</strong> Platón, compartía la esencia <strong>de</strong> estos planteamientos,<br />
aunque difería en el «territorio» don<strong>de</strong> se asentaba la inteligencia. Para «el<br />
estagirita», muerto en el 322 a. <strong>de</strong> C., el alma <strong>de</strong>scansaba en el corazón (el<br />
sensorium commune, don<strong>de</strong> memoria e imágenes se transforman en pensamientos).<br />
Poco <strong>de</strong>spués, un nieto <strong>de</strong> Aristóteles -Frasístrato- da un paso más. Examina<br />
las circunvoluciones <strong>de</strong>l cerebro humano y <strong>de</strong>duce que la inteligencia <strong>de</strong>pen<strong>de</strong><br />
<strong>de</strong> esos misteriosos y sinuosos recorridos.<br />
«Ahí -asegura- tiene que estar el secreto <strong>de</strong> algunas enfermeda<strong>de</strong>s.»<br />
Asclepiado, por su parte, va más allá. Y se atreve a distinguir entre «locura<br />
febril» y «locura fría». Para el griego, ambas, como el resto <strong>de</strong> las dolencias,<br />
<strong>de</strong>pendían <strong>de</strong>l tamaño y movimiento <strong>de</strong> los átomos, auténticos integradores<br />
<strong>de</strong> la materia humana. Dichos átomos «anidaban» en unos vacíos que <strong>de</strong>nominaba<br />
poros. El cierre o alteración <strong>de</strong> tales poros provocaba, en <strong>de</strong>finitiva,<br />
el quebranto <strong>de</strong> la salud, sólo recuperable con el restablecimiento <strong>de</strong>l or<strong>de</strong>n<br />
atómico.<br />
Estas sugerentes proposiciones, sin embargo, repugnaron a la teología judía.<br />
Si Yavé no era el justiciero administrador <strong>de</strong> las enfermeda<strong>de</strong>s» y si todo<br />
<strong>de</strong>pendía <strong>de</strong> «átomo» o «<strong>de</strong>sajustes orgánicos», ¿qué hacían con las categóricas<br />
afirmaciones contenidas en la Biblia?<br />
El «negocio» <strong>de</strong> los sacerdotes, a<strong>de</strong>más, según las hipótesis griegas, era<br />
fraudulento.<br />
Y rabinos y doctores <strong>de</strong> la Ley se rasgaron las vestiduras.<br />
¿Desplazar a Yavé en beneficio <strong>de</strong>l raciocinio?<br />
Ni pensarlo...<br />
¿Revisar la próspera secuencia «pecado = castigo divino - enfermedad»?<br />
Ni soñarlo...<br />
¿Renunciar a la prestigiosa prerrogativa <strong>de</strong> perdonar las culpas a los míseros<br />
mortales?<br />
Nada <strong>de</strong> eso...<br />
Y la saludable filosofía griega fue con<strong>de</strong>nada por sacrílega..., e inoportuna.<br />
«Yavé y cía.» era intocable. Y continuó alimentándose <strong>de</strong> citas bíblicas,<br />
conjuros, posesiones <strong>de</strong>moníacas y con el fructífero monopolio <strong>de</strong> la curación<br />
«previo pago».<br />
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