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Caballo de Troya 6 - IDU

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sión». Para los pueblos <strong>de</strong>l Eufrates, locos y <strong>de</strong>sequilibrados no eran otra cosa<br />

que individuos «tocados» por ziqa, el viento o soplo <strong>de</strong> los dioses. Aunque<br />

modificado, éste sería el panorama que encontraría Jesús <strong>de</strong> Nazaret respecto<br />

a los «posesos» y perturbados mentales con los que convivió y a quienes<br />

curó.<br />

A la nítida y rotunda influencia babilónica se sumó igualmente la casi gemela<br />

creencia <strong>de</strong> los egipcios. Muchos <strong>de</strong> los conjuros, amuletos y actos mágicos<br />

que ro<strong>de</strong>aban las «sanaciones» (?) <strong>de</strong> los judíos procedían <strong>de</strong> Egipto. Los<br />

exorcistas hebreos -a quienes tendríamos oportunidad <strong>de</strong> conocer a lo largo<br />

<strong>de</strong> aquella nueva y apasionante aventura- bebieron, sin duda, en las no<br />

menos antiguas tradiciones <strong>de</strong>l Nilo. Recuerdo, por ejemplo, las «recomendaciones»<br />

<strong>de</strong> uno <strong>de</strong> estos «expulsadores <strong>de</strong> <strong>de</strong>monios» a la familia <strong>de</strong> un<br />

pobre epiléptico. Para que el «poseído» recobrara la salud, amén <strong>de</strong> reconocer<br />

sus pecados, padre y madre <strong>de</strong>bían raparse las cabezas. El peso <strong>de</strong> los<br />

cabellos se convertía entonces en oro. Sólo así -predicaba el astuto exorcistapodía<br />

ahuyentarse al espíritu inmundo. Pero la entrega <strong>de</strong> los dineros, claro<br />

está, no provocaba otra cosa que la ruina <strong>de</strong> los progenitores...<br />

La «terapia», como otras muchas, procedía <strong>de</strong> Egipto.<br />

También Roma <strong>de</strong>jaría su sello en las creencias judías sobre la enfermedad y,<br />

más concretamente, sobre la locura. A pesar <strong>de</strong>l visceral odio hacia los invasores,<br />

los «auxiliadores» hebreos -así lo constatamos, por ejemplo, con<br />

Assi, el esenio- terminarían aceptando las i<strong>de</strong>as y «remedios» <strong>de</strong> los kittim.<br />

Uno <strong>de</strong> los que más influyó, sin duda, fue Celso, médico y enciclopedista,<br />

nacido en el 25 a. <strong>de</strong> C. y que ejerció entre el 14 y el 37 <strong>de</strong> nuestra era. Para<br />

él, como para el resto <strong>de</strong> la ciudadanía romana, enfermeda<strong>de</strong>s y <strong>de</strong>sgracias<br />

eran lógicos castigos por <strong>de</strong>sobe<strong>de</strong>cer a los dioses o, simplemente, por no<br />

saber interpretar su voluntad. Personajes tan ilustrados como Plutarco o<br />

Cicerón lo manifiestan claramente en sus obras. Tanto en Nwna como en<br />

Leyes y sobre la naturaleza <strong>de</strong> los dioses, ambos expresan su convencimiento<br />

<strong>de</strong> que las fuerzas <strong>de</strong> la Naturaleza son removidas por el po<strong>de</strong>r divino. La<br />

enfermedad, naturalmente, formaba parte <strong>de</strong> las caprichosas volunta<strong>de</strong>s <strong>de</strong><br />

los 30 000 dioses que los gobernaban. La filosofía, en el fondo, a pesar <strong>de</strong>l<br />

monoteísmo <strong>de</strong> Israel, era la misma. El pobre mortal se equivocaba y los<br />

dioses o Yavé respondían puntual y fulminantemente, castigándolo con la<br />

enfermedad.<br />

Fue una lástima que, entre tanta influencia extranjera, los griegos, en cambio,<br />

no consiguieran «ven<strong>de</strong>r» sus acertados pronósticos al recalcitrante «pueblo<br />

elegido». A pesar <strong>de</strong> sus errores y primitivismo, hombres como Platón,<br />

Aristóteles, Frasístrato o Asclepiado, entre otros, supieron darle la vuelta al<br />

viejo concepto «pecado = castigo divino = enfermedad», re<strong>de</strong>finiéndolo con<br />

una i<strong>de</strong>a más ajustada a la verdad: «la enfermedad era una pérdida <strong>de</strong>l<br />

equilibrio natural». Sólo eso.<br />

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