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¡Qué hermosa y difícil «revolución» la <strong>de</strong> aquel Hombre! ¡Qué distintos el Yavé<br />
<strong>de</strong> los judíos y el Ab-bá <strong>de</strong> Jesús <strong>de</strong> Nazaret!<br />
Y continuamos...<br />
-Está claro -sentencié-. La salud ha sido, y sigue siendo, un patrimonio exclusivo<br />
<strong>de</strong> Yavé. La Biblia lo repite hasta la saciedad: «Yavé curó a Abimélej»<br />
(Génesis 20, 17). «Yo soy Yavé, tu sanador» (Éxodo 15, 26). «¡Ruégote, oh<br />
Dios, que los sanes ahora!» (Números 12, 13). Y así podríamos seguir hasta el<br />
infinito...<br />
»De hecho, como también sabes, los judíos no aceptan el título <strong>de</strong> médico.<br />
Sólo Dios es rofé. Ellos se contentan con una <strong>de</strong>signación que no ofenda a ese<br />
«Señor». Se autoproclaman «auxiliadores» o «sanadores». Assi, cuando lo<br />
conozcas, es uno <strong>de</strong> ellos. Los otros médicos, los gentiles, son <strong>de</strong>spreciables<br />
usurpadores. Habrás notado que, en muchas ocasiones, me miran con repugnancia...<br />
»En resumen, <strong>de</strong> acuerdo a lo promulgado por Yavé, la enfermedad es un<br />
castigo divino, consecuencia, ¡siempre!, <strong>de</strong> los pecados humanos. Si un judío<br />
se equivoca, si infringe la Ley, ese Dios vigilante y vengativo no perdona...<br />
-¡Dios mío! se lamentó Eliseo con razón-. ¿Y qué suce<strong>de</strong> con las enfermeda<strong>de</strong>s<br />
genéticas? ¿Qué pecado pue<strong>de</strong> haber cometido el oligofrénico que<br />
acabamos <strong>de</strong> ver?<br />
-Todo está previsto y contemplado en esa retorcida y sibilina Ley, querido<br />
amigo. Todo...<br />
«Evi<strong>de</strong>ntemente, es muy difícil culpar <strong>de</strong> pecado a alguien que haya nacido<br />
con ese o con cualquier otro <strong>de</strong>fecto. No importa. Los intérpretes <strong>de</strong> la Ley<br />
invocan entonces la culpabilidad <strong>de</strong> los padres. Y si éstos son sanos, retroce<strong>de</strong>n<br />
en los ancestros...<br />
»Alguien, en <strong>de</strong>finitiva, cometió un error. Y Dios, implacable, hiere y humilla.<br />
-No, eso no es un Dios...<br />
Sonreí para mis a<strong>de</strong>ntros. Eliseo, efectivamente, estaba poniendo el <strong>de</strong>do en<br />
la llaga. Estaba aproximándose a otro <strong>de</strong> los «frentes <strong>de</strong> batalla» que <strong>de</strong>bería<br />
sostener el Hijo <strong>de</strong>l Hombre. Un «frente» que multiplicaría el número <strong>de</strong><br />
enemigos y que contribuiría <strong>de</strong>cisivamente a su arresto y ejecución. No<br />
conviene olvidarlo.<br />
-En otras palabras -maticé-: la salud, para este pueblo, <strong>de</strong>pen<strong>de</strong> directa y<br />
proporcionalmente <strong>de</strong>l cumplimiento <strong>de</strong> la Ley. El problema, el gran problema,<br />
es que esa Ley es una diabólica tela <strong>de</strong> araña, imposible <strong>de</strong> memorizar. En<br />
consecuencia, según los rigoristas, siempre hay algo que se incumple. Esta<br />
<strong>de</strong>mencial situación, como comprobarás en su momento, provoca dos realida<strong>de</strong>s,<br />
a cual más absurda. Un hombre sano, para los judíos, es alguien puro,<br />
fiel cumplidor <strong>de</strong> los preceptos divinos. Esta suposición, en multitud <strong>de</strong> ocasiones,<br />
arrastra a rabinos, doctores <strong>de</strong> la Ley y <strong>de</strong>más castas principales a una<br />
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