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La caída <strong>de</strong>l pelo, tumefacción y tonalidad amarillenta <strong>de</strong> la piel, tiritona y la<br />
voz lenta y aguar<strong>de</strong>ntosa parecían indicarlo. Si era así, la <strong>de</strong>sagradable voz<br />
tenía que estar producida por la infiltración mucoi<strong>de</strong> <strong>de</strong> la lengua y <strong>de</strong> la<br />
laringe. Sin embargo, sin un examen más riguroso, sólo cabía especular.<br />
Me dispuse a retirarme. Ya había visto suficiente...<br />
Intenté zafarme <strong>de</strong> las manos <strong>de</strong> la mujer. Pero, supongo que necesitada <strong>de</strong><br />
compañía, se resistió, apretando con fuerza. En esos instantes, <strong>de</strong> improviso,<br />
el segundo y silencioso hombre se incorporó, Lo vi gesticular. Y, <strong>de</strong> un salto,<br />
se colocó a espaldas <strong>de</strong> la anciana.<br />
No, no lo había visto todo...<br />
De pronto, el renegrido y arrugado rostro se convulsionó. Y cejas, párpados,<br />
nariz, mejillas y boca se enzarzaron en un espectacular baile <strong>de</strong> tics.<br />
Desconcertado, incapaz <strong>de</strong> precisar el alcance y la intencionalidad <strong>de</strong> las<br />
violentas muecas, solté al fin mis manos, echándome atrás.<br />
La mujer repitió la señal, colocando el <strong>de</strong>do en la sien.<br />
También acertó.<br />
Sin control, dominado por los tics motores, el pobre infeliz inició entonces una<br />
nerviosa y compulsiva sarta <strong>de</strong> blasfemias, juramentos y obscenida<strong>de</strong>s <strong>de</strong><br />
todo tipo.<br />
El ataque se endureció y, junto a las aparatosas muecas y tics musculares,<br />
surgió otra incontrolable serie <strong>de</strong> movimientos espasmódicos en la mitad<br />
superior <strong>de</strong>l cuerpo. La mujer, golpeada sin querer por manos, brazos y tórax,<br />
se retiró atemorizada. ¡Dios! Aquello era <strong>de</strong>masiado... La coprolalia (repetición<br />
<strong>de</strong> frases obscenas) se centró en el otro <strong>de</strong>sgraciado -el oligofrénico-,<br />
sacando a relucir, a voz en grito, todas y cada una <strong>de</strong> las miserias <strong>de</strong>l <strong>de</strong>ficiente<br />
mental.<br />
Y a cada mención a los excrementos, el enfermo acompañaba su locura con<br />
toses, salivazos y cavernosos ruidos bucales.<br />
Eliseo, harto, me enganchó por la espalda, obligándome a <strong>de</strong>saparecer <strong>de</strong><br />
aquel «infierno».<br />
No creo equivocarme. El último sujeto era víctima <strong>de</strong> un trastorno mental<br />
llamado «síndrome De la Turette», una enfermedad <strong>de</strong> muy mal pronóstico.<br />
¡Dios bendito! ¿Dón<strong>de</strong> estábamos? ¿A qué clase <strong>de</strong> kan habíamos ido a parar?<br />
«Aquello» nada tenía que ver con lo que conocía. «Aquello» no era el típico<br />
albergue <strong>de</strong> paso...<br />
Y, <strong>de</strong>smoralizado, siguiendo <strong>de</strong> cerca los presurosos pasos <strong>de</strong> mi compañero<br />
por el pasillo <strong>de</strong> cañas, me pregunté qué otras calamida<strong>de</strong>s y <strong>de</strong>spojos<br />
humanos escondía el resto <strong>de</strong> las chozas.<br />
¡Dios <strong>de</strong> los cielos! Sólo nos asomamos a dos... ¿Qué encerraban las otras<br />
cinco? Semanas <strong>de</strong>spués, como ya he mencionado, al <strong>de</strong>scen<strong>de</strong>r <strong>de</strong>l Hermón<br />
y entrar <strong>de</strong> nuevo en el lugar, quedaríamos sobrecogidos.<br />
Al igual que la oscura y tenebrosa «ciudad <strong>de</strong> los niamzer, ubicada, como se<br />
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