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estrecho y humil<strong>de</strong> sen<strong>de</strong>rillo que zigzagueaba hacia poniente. Calculé que, al<br />
<strong>de</strong>jar la vía principal y torcer a la izquierda, podíamos estar a unos seis kilómetros<br />
<strong>de</strong>l cruce <strong>de</strong> Qazrin y a diecisiete, más o menos, <strong>de</strong>l calvero <strong>de</strong>l<br />
«pelirrojo», en las cercanías <strong>de</strong> Beth Saida Julias.<br />
Al avanzar hacia el Jordán, el paisaje dio un vuelco. Y el caminillo, <strong>de</strong> apenas<br />
metro y medio, valiente, se enfrentó a la temida y sofocante «jungla» <strong>de</strong><br />
cañas, a<strong>de</strong>lfas y espadañas. A ambos lados, macizas, casi impenetrables, se<br />
alzaban sendas murallas <strong>de</strong> Anmdo donax, las cañas gigantes <strong>de</strong> cinco metros,<br />
rematadas por aburridos penachos <strong>de</strong> plumas. Más allá, encarceladas entre<br />
las gruesas y nudosas qanes, disputando cada palmo <strong>de</strong> tierra, pedían clemencia<br />
las rojas, blancas y naranjas ardaf, las a<strong>de</strong>lfas impregnadas en veneno.<br />
Y al final, lindando con las invisible aguas <strong>de</strong>l Hule, otra resignada y<br />
compacta población <strong>de</strong> espadañas, el mítico suf que sirvió para trenzar la<br />
canasta que salvó a Moisés, con sus esbeltos tallos <strong>de</strong> tres y cuatro metros<br />
buscando la luz <strong>de</strong>sesperadamente. Y entre las erectas hojas, finas como<br />
cintas, una errática, oscura y zumbante amenaza: la malaria...<br />
Al fondo, quizá a medio kilómetro, sobre el pantano, se escuchaba, confuso y<br />
<strong>de</strong>safinado, el concierto <strong>de</strong> las aves acuáticas.<br />
Conté setecientos pasos. Allí, al fin, el pasillo <strong>de</strong> cañas se rindió. Y ante estos<br />
exploradores se presentó una <strong>de</strong>sahogada explanada, casi circular, <strong>de</strong> unos<br />
cien metros <strong>de</strong> diámetro, férreamente cercada por otro verdiamarillento<br />
bosque <strong>de</strong> Arundos. Por <strong>de</strong>trás, hacia el oeste, a escasa distancia, murmuraba<br />
ronco e inconfundible el padre Jordán, recién liberado <strong>de</strong>l Hule.<br />
En el centro, plantadas en círculo, siete chozas. Todas montadas con las<br />
huecas y recias cañas gigantes. Los techos, a poco más <strong>de</strong> tres metros <strong>de</strong>l<br />
negro y polvoriento suelo, habían sido confeccionados con ramas y hojas <strong>de</strong><br />
palma.<br />
Nos miramos intrigados.<br />
A primera vista, el kan parecía abandonado.<br />
¿Qué extraño? Ninguno <strong>de</strong> los felah nos advirtió...<br />
Las chozas se hallaban cerradas, con las estrechas puertecillas <strong>de</strong> cañas<br />
firmemente bloqueadas con sendos y pesados ma<strong>de</strong>ros. Cada viga, <strong>de</strong> un<br />
metro, era sostenida por un par <strong>de</strong> lazadas <strong>de</strong> cuerdas, sólidamente amarradas<br />
al cañizo.<br />
El cierre, no sé por qué, se me antojó raro. Retirar los travesaños no hubiera<br />
sido difícil...<br />
Por puro instinto, conversando en voz baja, optamos por echar un segundo y<br />
minucioso vistazo.<br />
Negativo.<br />
La espesura que abrazaba el lugar, al margen <strong>de</strong> las alborotadoras aves y los<br />
oscuros nubarrones <strong>de</strong> insectos, aparecía tan solitaria como el minúsculo<br />
poblado.<br />
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