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Caballo de Troya 6 - IDU

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estrecho y humil<strong>de</strong> sen<strong>de</strong>rillo que zigzagueaba hacia poniente. Calculé que, al<br />

<strong>de</strong>jar la vía principal y torcer a la izquierda, podíamos estar a unos seis kilómetros<br />

<strong>de</strong>l cruce <strong>de</strong> Qazrin y a diecisiete, más o menos, <strong>de</strong>l calvero <strong>de</strong>l<br />

«pelirrojo», en las cercanías <strong>de</strong> Beth Saida Julias.<br />

Al avanzar hacia el Jordán, el paisaje dio un vuelco. Y el caminillo, <strong>de</strong> apenas<br />

metro y medio, valiente, se enfrentó a la temida y sofocante «jungla» <strong>de</strong><br />

cañas, a<strong>de</strong>lfas y espadañas. A ambos lados, macizas, casi impenetrables, se<br />

alzaban sendas murallas <strong>de</strong> Anmdo donax, las cañas gigantes <strong>de</strong> cinco metros,<br />

rematadas por aburridos penachos <strong>de</strong> plumas. Más allá, encarceladas entre<br />

las gruesas y nudosas qanes, disputando cada palmo <strong>de</strong> tierra, pedían clemencia<br />

las rojas, blancas y naranjas ardaf, las a<strong>de</strong>lfas impregnadas en veneno.<br />

Y al final, lindando con las invisible aguas <strong>de</strong>l Hule, otra resignada y<br />

compacta población <strong>de</strong> espadañas, el mítico suf que sirvió para trenzar la<br />

canasta que salvó a Moisés, con sus esbeltos tallos <strong>de</strong> tres y cuatro metros<br />

buscando la luz <strong>de</strong>sesperadamente. Y entre las erectas hojas, finas como<br />

cintas, una errática, oscura y zumbante amenaza: la malaria...<br />

Al fondo, quizá a medio kilómetro, sobre el pantano, se escuchaba, confuso y<br />

<strong>de</strong>safinado, el concierto <strong>de</strong> las aves acuáticas.<br />

Conté setecientos pasos. Allí, al fin, el pasillo <strong>de</strong> cañas se rindió. Y ante estos<br />

exploradores se presentó una <strong>de</strong>sahogada explanada, casi circular, <strong>de</strong> unos<br />

cien metros <strong>de</strong> diámetro, férreamente cercada por otro verdiamarillento<br />

bosque <strong>de</strong> Arundos. Por <strong>de</strong>trás, hacia el oeste, a escasa distancia, murmuraba<br />

ronco e inconfundible el padre Jordán, recién liberado <strong>de</strong>l Hule.<br />

En el centro, plantadas en círculo, siete chozas. Todas montadas con las<br />

huecas y recias cañas gigantes. Los techos, a poco más <strong>de</strong> tres metros <strong>de</strong>l<br />

negro y polvoriento suelo, habían sido confeccionados con ramas y hojas <strong>de</strong><br />

palma.<br />

Nos miramos intrigados.<br />

A primera vista, el kan parecía abandonado.<br />

¿Qué extraño? Ninguno <strong>de</strong> los felah nos advirtió...<br />

Las chozas se hallaban cerradas, con las estrechas puertecillas <strong>de</strong> cañas<br />

firmemente bloqueadas con sendos y pesados ma<strong>de</strong>ros. Cada viga, <strong>de</strong> un<br />

metro, era sostenida por un par <strong>de</strong> lazadas <strong>de</strong> cuerdas, sólidamente amarradas<br />

al cañizo.<br />

El cierre, no sé por qué, se me antojó raro. Retirar los travesaños no hubiera<br />

sido difícil...<br />

Por puro instinto, conversando en voz baja, optamos por echar un segundo y<br />

minucioso vistazo.<br />

Negativo.<br />

La espesura que abrazaba el lugar, al margen <strong>de</strong> las alborotadoras aves y los<br />

oscuros nubarrones <strong>de</strong> insectos, aparecía tan solitaria como el minúsculo<br />

poblado.<br />

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