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mento».<br />
Por encima <strong>de</strong>l Meroth, a unas diez millas <strong>de</strong> Safed y a poco más <strong>de</strong> cuatro <strong>de</strong>l<br />
flanco occi<strong>de</strong>ntal <strong>de</strong>l Hule, brillaba rosa y <strong>de</strong>slumbrante otra misteriosa población:<br />
Ca<strong>de</strong>s o Cadasa, lugar santo para los judíos. Allí, según la tradición,<br />
se veneraba la tumba <strong>de</strong> Josué.<br />
También aquella ciudad me interesaba. Por lo que sabía, Ca<strong>de</strong>s disfrutaba <strong>de</strong><br />
una curiosa singularidad: era una <strong>de</strong> las seis antiguas y míticas «ciuda<strong>de</strong>s<br />
refugio» citadas en la Biblia. Un «asilo» inviolable en el que podía guarecerse<br />
todo aquel -judío o gentil- que hubiera cometido un homicidio involuntario.<br />
Así lo establecían Éxodo (21, 12-14) y Números (25, 9-29). Fue precisamente<br />
a Josué, al cruzar el Jordán, a quien Yavé or<strong>de</strong>nó que seleccionase dichas<br />
«ciuda<strong>de</strong>s asilo». De esta forma se garantizaba al presunto inocente un juicio<br />
justo y, sobre todo, que no cayera en manos <strong>de</strong> parientes y amigos <strong>de</strong>l muerto<br />
(vengadores <strong>de</strong> sangre).<br />
Según una antiquísima tradición, estos «refugios» <strong>de</strong>bían hallarse a distancias<br />
equidistantes entre sí. Tres a cada lado <strong>de</strong>l Jordán. Y se obligaba, incluso,<br />
a gobernantes y ciudadanos a que cuidaran el trazado y pavimento <strong>de</strong> los<br />
caminos, construyendo puentes, señalizando las ciuda<strong>de</strong>s convenientemente<br />
y <strong>de</strong>spejando las sendas <strong>de</strong> cualquier obstáculo que entorpeciera o confundiera<br />
al huido.<br />
A la muerte <strong>de</strong>l sumo sacerdote, si el juicio no se había celebrado, el supuesto<br />
homicida estaba autorizado a regresar a su lugar <strong>de</strong> origen. Y se daba un<br />
hecho interesante: la madre <strong>de</strong>l sumo sacerdote fallecido procuraba alimentar<br />
y vestir a estos fugados, conjurando así la posibilidad <strong>de</strong> que maldijeran al<br />
hijo.<br />
Si, por el contrario, el fugitivo moría antes que el sumo sacerdote, los restos<br />
eran trasladados junto a los suyos.<br />
Ensimismado con estos asuntos me vi <strong>de</strong> pronto junto al Jordán. Faltando dos<br />
kilómetros para el Hule, el todavía cristalino cauce se asomó a la senda y,<br />
rumoroso, le puso música.<br />
Al poco, otro miliario nos obligó a reducir el paso. El lago se hallaba a una milla<br />
romana.<br />
Muy cerca, en algún rincón <strong>de</strong>l extremo sur <strong>de</strong>l «corazón», según las informaciones<br />
<strong>de</strong> Sitio, <strong>de</strong>bía <strong>de</strong> encontrarse el kan <strong>de</strong> Assi, el auxiliador. Y nos<br />
preparamos para visitarlo.<br />
Lo que no imaginábamos es que el Destino, tomando la <strong>de</strong>lantera, nos<br />
aguardaba «impaciente»...<br />
No fue difícil. Assi, el esenio, era sobradamente conocido en los pantanos. El<br />
kan se levantaba en un ángulo estratégico, entre el Jordán, por el oeste, y el<br />
lago, por el norte.<br />
Y siguiendo las indicaciones <strong>de</strong> los felah abandonamos la ruta, tomando un<br />
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