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Caballo de Troya 6 - IDU

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verdad. Y continuó la búsqueda.<br />

Probó con los estoicos. Su «Dios-Razón» la conmovió. Estuvo <strong>de</strong> acuerdo en el<br />

posible origen divino <strong>de</strong>l alma y en la hermandad <strong>de</strong> los hombres, cantado por<br />

los seguidores <strong>de</strong> Zenón <strong>de</strong> Citio. Aprendió a vivir en armonía con la Naturaleza<br />

y, lo que era más importante, consigo mismo. Pero las brillantes i<strong>de</strong>as<br />

<strong>de</strong>l estoicismo la <strong>de</strong>jaron igualmente insatisfecha. Necesitaba la esperanza y<br />

ésta, lamentablemente, no aparecía en aquella filosofía. El «Dios-Razón»,<br />

como el resto <strong>de</strong> los dioses <strong>de</strong> los gentiles, era «alguien» lejano e inalcanzable.<br />

Tampoco epicúreos y escépticos aportaron noveda<strong>de</strong>s a su inquieto y anhelante<br />

espíritu. Los primeros, <strong>de</strong>fendiendo la pru<strong>de</strong>ncia como máximo exponente<br />

<strong>de</strong> la felicidad, no le convencieron. No era lo que precisaba. No era<br />

eso...<br />

En cuanto a la doctrina <strong>de</strong> los escépticos -el conocimiento y la sabiduría son<br />

engañosos-, sinceramente, no la tuvo en cuenta. Apren<strong>de</strong>r, conocer, crecer,<br />

no podía ser dañino o <strong>de</strong>testable...<br />

Finalmente, en este arduo peregrinaje, tropezó con el Dios <strong>de</strong> los judíos. Pero<br />

el <strong>de</strong>sencanto fue idéntico. Aquel Yavé, lejos <strong>de</strong> infundir algo que justificase y<br />

diese sentido a su vida, sólo provocó miedo e incomprensión. El instinto la<br />

obligó a renunciar. Yavé no era la esperanza...<br />

De todas formas, el «viaje» a la religión <strong>de</strong>l colérico Dios <strong>de</strong>l Sinaí no fue en<br />

vano. Algo le impactó. Mejor dicho, alguien. Y el espíritu <strong>de</strong> ese alguien<br />

-profundamente humano y universalista- fue a presidir su alma y las pare<strong>de</strong>s<br />

<strong>de</strong> la casa. Ese alguien, como suponía, no era otro que Hillel. Sus dichos y<br />

sentencias sí la equilibraron en parte. Pero no la llenaron. Tampoco era eso lo<br />

que buscaba...<br />

El postre puso fin a las disquisiciones <strong>de</strong> la atormentada Sitio.<br />

Exquisito.<br />

La «mujer», a <strong>de</strong>cir verdad, se había esmerado.<br />

Pirámi<strong>de</strong> <strong>de</strong> jengibre blanco, comprado a las caravanas <strong>de</strong> la India. Un exótico<br />

y dulcísimo «bizcocho», hábilmente emborrachado con un «chocolate» líquido<br />

extraído <strong>de</strong> la ya referida keratia. Y en lo alto, una reluciente bola <strong>de</strong> miel y<br />

nueces.<br />

Eliseo y yo lo <strong>de</strong>voramos en silencio. Nos miramos y, creo, compartimos el<br />

mismo sentimiento. Le hice una señal. No <strong>de</strong>bíamos precipitarnos. No era el<br />

momento...<br />

Sin embargo, impulsivo, <strong>de</strong>seoso <strong>de</strong> proporcionar un rayo <strong>de</strong> luz a la solícita<br />

mesonera, el ingeniero abrió las compuertas <strong>de</strong> aquel sentimiento mutuo,<br />

planteándole una pregunta:<br />

-¿Conoces a un tal Jesús, carpintero <strong>de</strong> Nazaret?<br />

Buscó en la memoria. Aquél fue ya un signo inequívoco...<br />

Negó con la cabeza.<br />

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