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Sitio retiró la sopa, alejándose hacia la «cocina». En esos momentos, Eliseo<br />
hizo un comentario que confirmó mis tardías sospechas. La «mujer», efectivamente,<br />
era un hombre... Uno <strong>de</strong> los muchos homosexuales que proliferaban<br />
en aquella Palestina. Pero, pru<strong>de</strong>ntemente, <strong>de</strong> mutuo acuerdo, preferimos<br />
«ignorarlo» y <strong>de</strong>jar las cosas como estaban.<br />
No me cansaré <strong>de</strong> repetirlo. Aquel encuentro en el albergue próximo a Qazrin<br />
tampoco sería «casual». El Destino, previsor, sabía lo que nacía. Pero <strong>de</strong>bo<br />
ser fiel a los acontecimientos, tal y como se registraron. Ojalá ese Padre<br />
maravilloso siga regalándome luz y fuerza para continuar...<br />
Carne <strong>de</strong> ternera «al vino».<br />
Eliseo, entusiasmado, elogió la buena mano <strong>de</strong> la posa<strong>de</strong>ra. Y Sitio, hinchada<br />
con los cumplidos, le obsequió una doble ración.<br />
La tertulia se animó.<br />
Creo que la corriente <strong>de</strong> simpatía fue mutua y sincera. Y aproveché la circunstancia<br />
para intercalar un par <strong>de</strong> temas que me interesaban. Por un lado,<br />
la segunda y no menos dramática maldición que pesaba sobre el pelirrojo: su<br />
condición <strong>de</strong> mamzer. ¿Cómo era posible que un esenio, extremos y radicales<br />
en lo concerniente a la pureza religiosa, hubiera adoptado a un bastardo?<br />
La «mujer» suspiró. Señaló hacia uno <strong>de</strong> los «carteles» que yo había tenido la<br />
oportunidad <strong>de</strong> leer y, certera, casi sin palabras, reprochó mi, aparentemente,<br />
poco caritativo interrogante:<br />
-No juzgues...<br />
No era ésa mi intención, pero encajé el varapalo. Acto seguido, en tono<br />
conciliador, explicó:<br />
-Assi, aunque nacido en Egipto, es <strong>de</strong> origen judío. Pero su noble corazón no<br />
tiene raíces, ni entien<strong>de</strong> esas malditas discriminaciones <strong>de</strong> los que se dicen<br />
«santos y separados». Tú eres extranjero y no sabes que en esta tierra son<br />
más los que buscan y ansían la verdad que los que adoran a esa injusta Tora...<br />
-¿La verdad?<br />
Y salté al segundo asunto. ¿A qué obe<strong>de</strong>cía la singular colección <strong>de</strong> sentencias<br />
que adornaba las pare<strong>de</strong>s?<br />
-¿Te interesa la verdad? -insistí, simulando cierto escepticismo-. ¿Y qué es?<br />
¿Está quizá en esos «carteles»?<br />
No respondió <strong>de</strong> inmediato. Me observó con gravedad y, convencida, supongo,<br />
<strong>de</strong> la sinceridad <strong>de</strong> mis planteamientos, abrió el corazón, vaciándose. Y durante<br />
un rato, rememorando la estancia en Tiro, relató su encuentro con unos<br />
«misioneros» cínicos. La filosofía <strong>de</strong> aquellos griegos, al parecer, le impresionó,<br />
e intentó vivir conforme a lo que predicaban: abandonó la prostitución,<br />
entregó a los pobres cuanto tenía, luchó por liberarse <strong>de</strong> los <strong>de</strong>seos mundanos<br />
y procuró pensar en la muerte como un mal irremediable. Sin embargo no fue<br />
suficiente. «Algo» fallaba. Su espíritu siguió huérfano. El cinismo no era la<br />
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