Caballo de Troya 6 - IDU

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26.10.2014 Views

posibilidad de discusión. «Aquello» era la voluntad de Dios. Para otros, más sensatos, mezclar los «deseos divinos» con el hecho de disfrutar de un buen jamón o de una sabrosa centolla era algo absurdo. El propio Jesús de Nazaret, para regocijo de muchos, se vio envuelto en más de una discusión con los intransigentes doctores de la Ley. Y, naturalmente, los confundió. Unos encuentros dialécticos, por cierto, jamás mencionados por los evangelistas... Pero, sin duda, los que más me sorprendieron fueron los «carteles» que adornaban la pared de la izquierda. «Ama y busca la paz... Ama a los otros hombres y acércalos a la Ley.» «Si uno es agredido, serán dos a defenderse.» «Mejor no prometer que dejar de cumplir lo prometido.» Los repasé varias veces y llegué a la misma conclusión: los dichos, en su mayoría, pertenecían a un venerado y ya desaparecido rabino de Jerusalén. En cierto modo, un precursor de la filosofía del Galileo. Me refiero, claro está, a Hillel, muerto hacia el año 10 de nuestra era. «Quien extiende su fama -seguí leyendo- la hace perecer. Quien no aumenta, disminuye. Quien no aprende se hace reo de muerte. Quien se sirve de la corona (la Tora), desaparece.» «Más vale una sola mano llena de reposo que las dos llenas de trabajo y de vanos afanes.» «Con lo mejor de tu riqueza adquiere la sabiduría. Con lo que poseas, compra la inteligencia.» Las sabias palabras, desde luego, me recordaron otras no menos certeras y sublimes. «Si no estoy para mí, ¿quién estará? Y si estoy para mí, ¿qué soy yo? Y si ahora no, ¿cuándo?» «¿Quién es rico?... El que se regocija con lo que tiene.» «La envidia, la codicia y la ambición abrevian la vida humana.» Poco a poco, como digo, mi admiración por Sitio fue creciendo. ¿Quién era realmente aquella «mujer»? ¿Qué hacía en un lugar tan remoto y oscuro? Las siguientes frases me dejaron igualmente perplejo... «Habla poco y haz mucho. Y recibe a todo hombre con la cara sonriente.» «Cumple la voluntad de Dios como si fuera la tuya, para que haga Él la tuya como si fuera suya.» «No juzgues a tu prójimo hasta que no estés en sus mismas circunstancias.» Algún tiempo después, el Maestro hablaría de lo mismo. La voluntad del Padre. Su gran mensaje. Su gran deseo... «Los ríos van todos al mar y la mar no se llena.» «Que el honor de tu amigo te sea tan querido como el tuyo propio.» «No te fíes de ti mismo hasta el día de tu muerte.» Un apetitoso tufillo a carne guisada casi me desvió de la lectura. Estaba 157

hambriento. ¿Y Eliseo? ¿Por qué no regresaba? «¿Quién es honrado?... Aquel que honra a otros.» «Anillo de oro en jeta de puerco es la bella mujer sin seso.» «Ve con los sabios y te harás sabio. Al que a necios se acerca le llega la desdicha.» Sitio procedió a preparar la mesa. Me observó de reojo, pero no dijo nada. Ambos, creo, estábamos de acuerdo: la lectura era más importante. «Donde no hay hombres, esfuérzate por serlo.» «Cuanta más carne, más gusanos. Cuanta más riqueza, más preocupaciones. Cuantas más mujeres, más sortilegios. Cuantas más criadas, más incontinencia. Cuantos más esclavos, más robo. Cuanto más estudio de la Ley, más vida. Cuanta más escuela, más sabiduría. Cuanto más consejo, más inteligencia. Cuanta más justicia, más paz.» La patrona había subrayado «mujeres» y «sortilegios». Normal en su «caso»... «El contenido es más importante que el recipiente.» «Todo te ha sido dado como préstamo y una red se extiende sobre ti.» «No juzgues en solitario. Como mucho, júzgate a ti mismo.» Creí reconocer en algunas de las sentencias los ecos del libro de los Proverbios y del Eclesiastés. Pero, ¿cómo podía ser? Sitio, supuestamente, era pagana. «Es mejor el pacífico que el fuerte. El que domina su espíritu que el que conquista una ciudad.» «No desprecies a nadie, ni rechaces ninguna cosa como imposible, porque no hay hombre que no tenga su honra, ni cosa que no tenga su lugar.» «Sé humildísimo, ya que lo que te espera es la muerte.» En la inminente y providencial cena, la «mujer» nos aclararía el porqué de la singular «decoración». Y reconozco que, tanto mi compañero como yo, tuvimos que inclinarnos ante su poco común y, al mismo tiempo, ardiente deseo. Y surgiría otra interesante «sorpresa». Mejor dicho, varias «sorpresas»... «Todo aquel que profana en secreto el nombre de Dios será públicamente castigado.» «Que tu amor no dependa de las cosas, ni de lo que tienes, sino de lo que eres.» No hubo tiempo para más. De pronto, por el arco, irrumpió Eliseo. Le salí al encuentro. Y, furioso, exclamó: -¡Lo ha hecho otra vez! Intenté calmarlo. Su rostro aparecía sudoroso. -¿Lo ha hecho? Pero, ¿qué?..., ¿quién? Sitio, al depositar en la mesa una humeante olla de barro, nos miró intrigada. Mi hermano, visiblemente agotado, fue a tomar asiento y, moviendo la cabeza negativamente, repitió una y otra vez: 158

posibilidad <strong>de</strong> discusión. «Aquello» era la voluntad <strong>de</strong> Dios. Para otros, más<br />

sensatos, mezclar los «<strong>de</strong>seos divinos» con el hecho <strong>de</strong> disfrutar <strong>de</strong> un buen<br />

jamón o <strong>de</strong> una sabrosa centolla era algo absurdo. El propio Jesús <strong>de</strong> Nazaret,<br />

para regocijo <strong>de</strong> muchos, se vio envuelto en más <strong>de</strong> una discusión con los<br />

intransigentes doctores <strong>de</strong> la Ley. Y, naturalmente, los confundió. Unos encuentros<br />

dialécticos, por cierto, jamás mencionados por los evangelistas...<br />

Pero, sin duda, los que más me sorprendieron fueron los «carteles» que<br />

adornaban la pared <strong>de</strong> la izquierda.<br />

«Ama y busca la paz... Ama a los otros hombres y acércalos a la Ley.»<br />

«Si uno es agredido, serán dos a <strong>de</strong>fen<strong>de</strong>rse.»<br />

«Mejor no prometer que <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> cumplir lo prometido.»<br />

Los repasé varias veces y llegué a la misma conclusión: los dichos, en su<br />

mayoría, pertenecían a un venerado y ya <strong>de</strong>saparecido rabino <strong>de</strong> Jerusalén.<br />

En cierto modo, un precursor <strong>de</strong> la filosofía <strong>de</strong>l Galileo. Me refiero, claro está,<br />

a Hillel, muerto hacia el año 10 <strong>de</strong> nuestra era.<br />

«Quien extien<strong>de</strong> su fama -seguí leyendo- la hace perecer. Quien no aumenta,<br />

disminuye. Quien no apren<strong>de</strong> se hace reo <strong>de</strong> muerte. Quien se sirve <strong>de</strong> la<br />

corona (la Tora), <strong>de</strong>saparece.»<br />

«Más vale una sola mano llena <strong>de</strong> reposo que las dos llenas <strong>de</strong> trabajo y <strong>de</strong><br />

vanos afanes.»<br />

«Con lo mejor <strong>de</strong> tu riqueza adquiere la sabiduría. Con lo que poseas, compra<br />

la inteligencia.»<br />

Las sabias palabras, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> luego, me recordaron otras no menos certeras y<br />

sublimes.<br />

«Si no estoy para mí, ¿quién estará? Y si estoy para mí, ¿qué soy yo? Y si<br />

ahora no, ¿cuándo?»<br />

«¿Quién es rico?... El que se regocija con lo que tiene.»<br />

«La envidia, la codicia y la ambición abrevian la vida humana.»<br />

Poco a poco, como digo, mi admiración por Sitio fue creciendo.<br />

¿Quién era realmente aquella «mujer»? ¿Qué hacía en un lugar tan remoto y<br />

oscuro?<br />

Las siguientes frases me <strong>de</strong>jaron igualmente perplejo...<br />

«Habla poco y haz mucho. Y recibe a todo hombre con la cara sonriente.»<br />

«Cumple la voluntad <strong>de</strong> Dios como si fuera la tuya, para que haga Él la tuya<br />

como si fuera suya.»<br />

«No juzgues a tu prójimo hasta que no estés en sus mismas circunstancias.»<br />

Algún tiempo <strong>de</strong>spués, el Maestro hablaría <strong>de</strong> lo mismo. La voluntad <strong>de</strong>l Padre.<br />

Su gran mensaje. Su gran <strong>de</strong>seo...<br />

«Los ríos van todos al mar y la mar no se llena.»<br />

«Que el honor <strong>de</strong> tu amigo te sea tan querido como el tuyo propio.»<br />

«No te fíes <strong>de</strong> ti mismo hasta el día <strong>de</strong> tu muerte.»<br />

Un apetitoso tufillo a carne guisada casi me <strong>de</strong>svió <strong>de</strong> la lectura. Estaba<br />

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