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<strong>de</strong> los oportunos y benéficos puestos <strong>de</strong> cerveza.<br />
En aquella estratégica zona <strong>de</strong>l «mercadillo», a lo largo <strong>de</strong> la tapia frontal <strong>de</strong>l<br />
albergue, los ven<strong>de</strong>dores eran mujeres. Hebreas, beduinas y fenicias, tan<br />
parlanchinas, discutidoras y <strong>de</strong>scaradas como los hombres..., o más.<br />
Al cruzar a su altura, el apuesto Eliseo tuvo que soportar toda suerte <strong>de</strong><br />
«lin<strong>de</strong>zas», <strong>de</strong>stinadas, naturalmente, a atraer la atención <strong>de</strong>l viajero sobre<br />
las mercancías. Pero el tímido ingeniero, sofocado y rojo como la grana, no<br />
captó la intencionalidad. Y apretó el paso. Pero todo estaba previsto entre las<br />
astutas y veteranas matronas. De inmediato, a una or<strong>de</strong>n colectiva, varios <strong>de</strong><br />
los pequeñuelos que las acompañaban cortaron el nervioso caminar <strong>de</strong> mi<br />
compañero. Y, como un tonto, lo arrastraron hasta los cuencos y canastas. Ya<br />
apren<strong>de</strong>ría...<br />
Supongo que mi amplia sonrisa lo tranquilizó. En el fondo, como en todas las<br />
épocas, sólo pretendían ven<strong>de</strong>r.<br />
El género lo integraban también los frutos habituales <strong>de</strong> la región: semillas y<br />
cortezas <strong>de</strong> pino <strong>de</strong> Alepo y laurel.<br />
Las primeras, sueltas o enquistadas en miel. Según las maliciosas mujeres,<br />
«muy a<strong>de</strong>cuadas para los que sufrían impotencia sexual».<br />
Eliseo, medio recuperado, replicó que no era ése su caso. Y las ven<strong>de</strong>doras,<br />
cáusticas, ulularon a coro, enrojeciendo <strong>de</strong> nuevo al inocente explorador. Se<br />
<strong>de</strong>fendió como pudo y, obviamente, fui yo la «víctima»...<br />
-¿Has pensado en tu «novio»? Quizá te lo agra<strong>de</strong>zca.<br />
Negué nervioso. Demasiado tar<strong>de</strong>. La parroquia, divertida, se ensañó con<br />
quien esto escribe. Y tuve que soportar las más mordaces insinuaciones. Lo di<br />
por bueno. Mi compañero, muerto <strong>de</strong> risa, equilibró el ánimo.<br />
En otras vasijas aparecían los granos previamente tostados. De aquello<br />
tampoco sabíamos gran cosa. Pues bien, ante nuestra sorpresa, resultó ser la<br />
base para una infusión negra, suave y aromatizada, muy cercana al «café».<br />
Los montañeses la consumían día y noche.<br />
Pero la más próspera «industria» <strong>de</strong> la región, <strong>de</strong>rivada <strong>de</strong> los pinos carrascos,<br />
se fundamentaba en el aprovechamiento <strong>de</strong> su resina. Los habitantes <strong>de</strong><br />
Qazrin la recogían y envasaban, exportándola a numerosos países. Sobre<br />
todo a Grecia y a otros pueblos productores <strong>de</strong> vino blanco. Con ella, embadurnando<br />
el interior <strong>de</strong> cubas y toneles, evitaban que se agriara el vino. El<br />
licor, así tratado, recibía el nombre <strong>de</strong> retsina y era igualmente cotizado entre<br />
los más exigentes y exquisitos.<br />
En gran<strong>de</strong>s montones, apilada en mantas o directamente sobre la ceniza<br />
volcánica <strong>de</strong>l terreno, se ofrecía también la corteza <strong>de</strong>l Alepo.<br />
Intrigado, pregunté.<br />
La verdad es que el ingenio y la picaresca <strong>de</strong> los felah no conocían fronteras.<br />
Una vez pulverizada servía como emplasto, favoreciendo la cicatrización <strong>de</strong><br />
las heridas. Algunos gremios, especialmente barberos y «auxiliadores»<br />
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