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Al coronar una <strong>de</strong> las rebel<strong>de</strong>s pendientes, exhaustos, divisamos al fin la<br />
encrucijada <strong>de</strong> Qazrin.<br />
¡Un edificio!<br />
Sorpresa.<br />
Era el primero en los 17 kilómetros recorridos <strong>de</strong>s<strong>de</strong> Nahum. Se alzaba negro<br />
y <strong>de</strong>scuidado, a la diestra <strong>de</strong> la ruta y a corta distancia <strong>de</strong> la bifurcación. Quizá<br />
a diez o quince pasos más allá.<br />
A juzgar por el emplazamiento y la inconfundible lámina <strong>de</strong>duje que se trataba<br />
<strong>de</strong> una mutation, un hospedaje y estación <strong>de</strong>stinada al relevo <strong>de</strong> caballerías.<br />
Como las posadas que ya habíamos visitado, ésta constaba <strong>de</strong> dos<br />
plantas con un «<strong>de</strong>talle» que la distinguía <strong>de</strong> las anteriores: una engordada y<br />
alta muralla <strong>de</strong> casi tres metros que la abrazaba y protegía en su totalidad,<br />
formando un rectángulo <strong>de</strong> unos 50 metros <strong>de</strong> lado. Estábamos en la Gaulanitis,<br />
tierra <strong>de</strong> bandidos, proscritos e in<strong>de</strong>seables. Esta lamentable realidad<br />
justificaba el oscuro y aparatoso murallón. Los viajeros, así, se sentían más<br />
seguros.<br />
Observamos atentamente. Otro inci<strong>de</strong>nte hubiera sido excesivo...<br />
Todo parecía tranquilo. Dormido.<br />
Al pie <strong>de</strong>l parapeto, a ambos lados <strong>de</strong>l camino y en los bor<strong>de</strong>s <strong>de</strong> la encrucijada,<br />
dormitaban y conversaban los inevitables ven<strong>de</strong>dores. En esta ocasión<br />
más <strong>de</strong> cincuenta. Era lógico. Aquel ramal conducía a la mencionada Qazrin,<br />
una industriosa localidad <strong>de</strong> algo más <strong>de</strong> tres mil almas, ubicada a seis kilómetros,<br />
ro<strong>de</strong>ada <strong>de</strong> bosques y montada en un peñasco, a 900 metros <strong>de</strong> altitud.<br />
Una plácida al<strong>de</strong>a <strong>de</strong> leñadores y felah que recorreríamos, en su momento,<br />
a la sombra <strong>de</strong>l Galileo.<br />
Los robles y pinos <strong>de</strong> Alepo, obligados por los campesinos, habían retrocedido.<br />
En su lugar, alguien, paciente y <strong>de</strong>licadamente, pintó una marcial formación<br />
<strong>de</strong> olivos. Eran centenares, trazados a tiralíneas y anestesiados por el furioso<br />
sisear <strong>de</strong> las cigarras. Agrietados y epilépticos se perdían hacia el norte, civilizando,<br />
a su manera, el primitivo paisaje.<br />
Al fondo, a un tiro <strong>de</strong> piedra <strong>de</strong>l albergue, un puentecillo <strong>de</strong> troncos brincaba<br />
alegre y ágil sobre un wadi por el que huía, cristalino y con prisas, un riachuelo<br />
<strong>de</strong> menguado porte. A la pesada carga <strong>de</strong>l caluroso estío, el mo<strong>de</strong>sto<br />
tributario <strong>de</strong>l Jordán veía añadida ahora la no menos molesta presencia <strong>de</strong><br />
una chiquillería <strong>de</strong>snuda, alborotadora y feliz.<br />
Al <strong>de</strong>scubrir a los niños, «Denario» lanzó un ronco chillido. Y <strong>de</strong>slizándose por<br />
las espaldas <strong>de</strong> Eliseo corrió pendiente abajo, reuniéndose con el festivo<br />
grupo. No lo dudó. De un salto se zambulló en las refrescantes aguas, mezclándose<br />
con los muchachos.<br />
Mi hermano, sorprendido, no supo qué hacer. Lo tranquilicé, explicando que el<br />
baño, amén <strong>de</strong> arrastrar parte <strong>de</strong> la mugre, calmaría el dolor <strong>de</strong> la espalda,<br />
provocando una vasoconstricción y la consiguiente y benéfica reducción <strong>de</strong> los<br />
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