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Caballo de Troya 6 - IDU

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encrucijada, optamos por <strong>de</strong>spedirnos, separándonos <strong>de</strong>l lento convoy.<br />

Azzam, que hacía honor a su nombre, nos bendijo, pidiendo a la brillante<br />

estrella matutina que guiara nuestros pasos. Nos abrazamos, y, antes <strong>de</strong><br />

partir, el «buen hombre» nos obsequió con una calabaza vinatera, repleta <strong>de</strong><br />

aquel brebaje recio y transparente, relativamente parecido a nuestra ginebra.<br />

No pudimos rechazarla. Le habríamos insultado.<br />

Curioso Destino...<br />

Algún tiempo <strong>de</strong>spués -en plena vida pública <strong>de</strong> Jesús <strong>de</strong> Nazaret- volveríamos<br />

a encontrarlo. ¡Y en qué circunstancias!<br />

Verda<strong>de</strong>ramente, el mundo ha sido -y es- un insignificante pañuelo...<br />

El sol, tan agotado como estos exploradores, se rugaba por el oeste, concediendo<br />

perdón y <strong>de</strong>jando libres a las criaturas.<br />

Aceleramos. Apenas restaban dos horas <strong>de</strong> luz y el lago Hule, si no erraba,<br />

distaba aún cinco piedras miliares (cada seis kilómetros).<br />

Al contemplar a mi hermano, feliz y confiado, con el silencioso pelirrojo sobre<br />

los hombros, regresaron las viejas dudas y recelos.<br />

Se había salido con la suya. Muy bien. Y ahora, ¿qué?<br />

¿Se lo <strong>de</strong>cía? ¿Le ponía en antece<strong>de</strong>ntes <strong>de</strong>l mal que, con toda seguridad,<br />

pa<strong>de</strong>cía el muchachito?<br />

No me atreví. Lo <strong>de</strong>jaría para mejor ocasión. Quizá terminara por <strong>de</strong>scubrirlo.<br />

Era irremediable.<br />

Sí, una vez más me abandoné en manos <strong>de</strong>l Destino. Él «sabía»...<br />

Inmerso en estas reflexiones necesité un tiempo para darme cuenta que olvidaba<br />

algo vital: las referencias geográficas. Y procuré espantar las inquietu<strong>de</strong>s,<br />

centrándome en lo que tenía a la vista.<br />

Des<strong>de</strong> el cruce <strong>de</strong> Taraba, el paisaje cambió. El Jordán, cada vez más alejado<br />

<strong>de</strong> la senda, <strong>de</strong>sapareció por <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> una nueva oleada <strong>de</strong> olivos. Huertos y<br />

plantaciones quedaron allá abajo, a la izquierda, ahora resucitados por un sol<br />

oblicuo y en retirada.<br />

El camino, voluntarioso, siguió conquistando repechos y vaguadas. Calculé<br />

que el abrupto perfil alcanzaba ya los 800 o 900 metros.<br />

A la <strong>de</strong>recha, los nogales y algarrobos <strong>de</strong> los kilómetros prece<strong>de</strong>ntes fueron<br />

reemplazados por otro inmenso, tupido y verdinegro horizonte en el que<br />

gobernaban el tortuoso ramaje <strong>de</strong> los robles <strong>de</strong>l Tabor (los sagrados allon) y<br />

las suaves y <strong>de</strong>speinadas copas <strong>de</strong> los pinos carrascos (los etz shemen),<br />

veteranos conquistadores <strong>de</strong> aquella agreste y bellísima Palestina <strong>de</strong> Jesús <strong>de</strong><br />

Nazaret. Y <strong>de</strong> vez en cuando, asomándose tímidos a la senda, huyendo <strong>de</strong>l<br />

escandaloso cónclave <strong>de</strong> las aves y <strong>de</strong> los amarillos cañones <strong>de</strong> luz <strong>de</strong> la<br />

espesura, los ar, los espartanos y sufridos laureles, metidos, incomprensiblemente,<br />

a aprendices <strong>de</strong> árboles.<br />

Aquél, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> entonces, fue el «tramo <strong>de</strong> los ar».<br />

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