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Caballo de Troya 6 - IDU

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al percatarse <strong>de</strong> la presencia y <strong>de</strong> la insistencia <strong>de</strong> mi hermano por llegar al<br />

interior <strong>de</strong>l círculo, se revolvieron contra él y, confundiéndole con uno <strong>de</strong> los<br />

integrantes <strong>de</strong> la caravana, la emprendieron a golpes, empellones y patadas,<br />

<strong>de</strong>rribándolo.<br />

El cielo quiso que la «piel <strong>de</strong> serpiente» lo protegiera, que este explorador,<br />

rápido como el rayo, pulsara los ultrasonidos, <strong>de</strong>jando a tres <strong>de</strong> ellos fuera <strong>de</strong><br />

combate en cuestión <strong>de</strong> segundos.<br />

Atónito, sin saber qué hacer ni a dón<strong>de</strong> mirar, el resto retrocedió, incapaz <strong>de</strong><br />

articular palabra. Gritos, improperios y amenazas cesaron al punto, quedando<br />

en el aire la zarabanda <strong>de</strong> negros y asnos y, por supuesto, un «protagonista»:<br />

un miedo colectivo e insuperable.<br />

Ayudé a mi compañero y crucé con él una significativa mirada. Asintió con la<br />

cabeza. Se encontraba bien y convenía alejarse <strong>de</strong>l lugar lo antes posible. No<br />

<strong>de</strong>bíamos tentar la suerte.<br />

Pero las sorpresas acababan <strong>de</strong> empezar...<br />

Eliseo, al <strong>de</strong>scubrirlo, olvidó la consigna. Y se precipitó sobre él. Yo, tan<br />

<strong>de</strong>sconcertado como el ingeniero, no supe reaccionar.<br />

¡Dios bendito!<br />

Aquello era lo último que hubiera imaginado...<br />

Lancé una mirada a los pasmados y silenciosos ven<strong>de</strong>dores. Parecían estatuas.<br />

Pero no podía fiarme. En cuestión <strong>de</strong> minutos, los exánimes compañeros<br />

volverían en sí y Dios sabe qué ocurriría...<br />

Retrocedí <strong>de</strong>spacio, sin per<strong>de</strong>rles la cara, y fui a incorporarme al trío que<br />

integraban Eliseo, un altísimo individuo <strong>de</strong> casi dos metros, igualmente<br />

arrodillado en mitad <strong>de</strong> la negra senda, y la «causa» <strong>de</strong> aquel <strong>de</strong>sbarajuste.<br />

El gigante, vivamente compungido, sin po<strong>de</strong>r contener el llanto, movía el<br />

cuerpo sin cesar hacia a<strong>de</strong>lante y hacia atrás, alternando las lágrimas con<br />

cortos y agudos gemidos.<br />

Mi hermano, suplicante, hizo un gesto para que interviniera. Y lentamente,<br />

sosteniendo el extremo superior <strong>de</strong>l cayado, sin <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> controlar a los galileos,<br />

me incliné sobre la «víctima».<br />

-¿Está muerto?<br />

El espigado y lloriqueante hombre, entendiendo el arameo <strong>de</strong> mi compañero,<br />

arreció en sus lamentos.<br />

Busqué el pulso. Algo lento, pero normal. E inspeccionando la cabeza traté <strong>de</strong><br />

hallar algún signo <strong>de</strong> posible fractura.<br />

Negativo. Sólo la espalda presentaba algunas equimosis, provocadas por la<br />

extravasación <strong>de</strong> la sangre bajo la piel. Aparentemente, unos e<strong>de</strong>mas locales<br />

<strong>de</strong> escasa relevancia.<br />

Interrogué al <strong>de</strong>sconsolado individuo y, entre gimoteos e incontenibles hipos,<br />

creí enten<strong>de</strong>r que uno <strong>de</strong> sus asnos lo había arrollado y pisoteado. Al parecer,<br />

no vio llegar la reata y el niño cayó bajo las pezuñas <strong>de</strong>l animal que ahora<br />

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