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equivocó...<br />
Y al alcanzar la cola <strong>de</strong> la caravana, proce<strong>de</strong>nte sin eluda <strong>de</strong>l yam o <strong>de</strong> otras<br />
latitu<strong>de</strong>s más meridionales, no supimos qué hacer. Ro<strong>de</strong>arla hubiera sido una<br />
pérdida <strong>de</strong> tiempo. Por otro lado, la gran excitación <strong>de</strong> los arrieros -negros en<br />
su casi totalidad-, corriendo <strong>de</strong> un lado para otro y propinando una lluvia <strong>de</strong><br />
palos a uno <strong>de</strong> los enormes asnos, nos intrigó, forzándonos a sortear la<br />
veintena <strong>de</strong> caballerías.<br />
Nunca, hasta ese momento, había visto burros tan vistosos y espectaculares.<br />
Disfrutaban <strong>de</strong> una alzada consi<strong>de</strong>rable (casi metro y medio), con orejas<br />
largas y altaneras sobre cabezas anchas en las que <strong>de</strong>stacaban hocicos<br />
blancos como la nieve. Pero lo más llamativo era el pelaje, casi rosado, con<br />
una cruz <strong>de</strong> san Andrés en la espalda y un mechón <strong>de</strong> crines grises rojizas<br />
rematando las colas. Alertados ante los rebuznos <strong>de</strong>l que estaba siendo tan<br />
cruelmente apaleado, los animales se agitaban inquietos, tropezando entre<br />
ellos y poniendo en peligro las voluminosas ánforas que cargaban a los<br />
costados. El caos, lógicamente, fue espesándose. Los negros, ataviados con<br />
túnicas rojas que casi rozaban el suelo, trataban <strong>de</strong> calmar a la reata, empleando<br />
estri<strong>de</strong>ntes chillidos y, lo que era peor, contun<strong>de</strong>ntes varazos sobre<br />
patas y vientres. Más <strong>de</strong> uno tuvo que saltar precipitadamente ante las<br />
certeras, violentas y más que justificadas coces <strong>de</strong> los aturdidos jumentos.<br />
Nosotros, entre unos y otros, nos las vimos y nos las <strong>de</strong>seamos...<br />
Finalmente, al superar aquel manicomio, fuimos a topar con una muralla<br />
humana.<br />
¿Por qué no obe<strong>de</strong>cí al instinto? ¿Por qué no evitamos el tumulto? ¿Qué<br />
hubiera importado una pérdida <strong>de</strong> diez o quince minutos? Bastaba con ingresar<br />
en los barbechos que ceñían la ruta para sortear el <strong>de</strong>sastre...<br />
Pero no. El Destino se hallaba muy atento y, como <strong>de</strong>cía, nos puso frente a<br />
otro singular aprieto.<br />
Al principio no distinguimos nada. El grupo <strong>de</strong> hombres, fundamentalmente<br />
ven<strong>de</strong>dores en aquel cruce <strong>de</strong> caminos, formaba un apretado círculo gritando<br />
y gesticulando sin or<strong>de</strong>n ni concierto.<br />
Eliseo, cada vez más intrigado, trató <strong>de</strong> abrirse paso, en un intento <strong>de</strong> averiguar<br />
qué era lo que provocaba semejante excitación. Le <strong>de</strong>jé hacer.<br />
¡Torpe <strong>de</strong> mí!<br />
Tendría que haber tirado <strong>de</strong> él, alejándonos <strong>de</strong>l lugar y <strong>de</strong> lo que nos<br />
aguardaba...<br />
Algunos <strong>de</strong> los galileos, indignados, levantaban las voces sobre el resto <strong>de</strong> los<br />
paisanos, pidiendo justicia y reclamando a los kittini. Otros, igualmente<br />
enar<strong>de</strong>cidos, tachaban a alguien <strong>de</strong> «sucio gentil» y «asesino».<br />
Temí lo peor. Nosotros también éramos extranjeros e, inconscientemente,<br />
nos habíamos situado en el ojo <strong>de</strong>l misterioso huracán.<br />
No hubo tiempo ni posibilidad <strong>de</strong> reaccionar. Varios <strong>de</strong> aquellos energúmenos,<br />
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