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o nada tenía que ver con lo hoy conocido. Por lo que fuimos <strong>de</strong>scubriendo, una<br />
ardilla <strong>de</strong>l Hermón hubiera podido <strong>de</strong>scen<strong>de</strong>r hasta el mar Muerto sin tocar el<br />
suelo...<br />
En primera línea, respetuosos con el anciano olivar, se apretaban los dulces<br />
algarrobos -los haruv <strong>de</strong>l Talmud y <strong>de</strong> la Misná-, con sus copas anchas,<br />
abiertas y hospitalarias a todas las aves. Por <strong>de</strong>trás, <strong>de</strong>safiantes y engreídos,<br />
los egoz, los gigantescos nogales persas <strong>de</strong> treinta metros <strong>de</strong> altura, listos<br />
para dar fruto. Y entre el <strong>de</strong>nso y aromático ramaje, sus «primos», los nogales<br />
negros, unos intrusos y ladrones <strong>de</strong> luz <strong>de</strong> hasta cincuenta metros.<br />
Pru<strong>de</strong>ntes, los galileos habían trazado numerosos cortafuegos que se a<strong>de</strong>ntraban<br />
y perdían en la floresta. Semanas más tar<strong>de</strong>, en una inolvidable incursión<br />
en aquellos bosques, siguiendo, naturalmente, al Hijo <strong>de</strong>l Hombre, mi<br />
hermano y yo disfrutaríamos <strong>de</strong> una excelente ocasión para explorarlos y<br />
conocer <strong>de</strong> cerca la vida <strong>de</strong> otro gremio apasionante: los leñadores. Ni qué<br />
<strong>de</strong>cir tiene que uno <strong>de</strong> esos «leñadores» era, justamente, el entrañable y<br />
siempre sorpren<strong>de</strong>nte rabí.<br />
Allí, en alguna parte, ocultas entre nogales y algarrobos, se alzaban tres<br />
al<strong>de</strong>as -Dardara, Batra y Gamala-, básicamente afanadas en la recolección <strong>de</strong><br />
la keraíia (la dulce vaina <strong>de</strong>l haruv), <strong>de</strong> la nuez y en la tala <strong>de</strong>l egoz negro, <strong>de</strong><br />
ma<strong>de</strong>ra dura y homogénea, muy apreciada por carpinteros y ebanistas <strong>de</strong><br />
interiores.<br />
El avance, en fin, fue un espectáculo...<br />
Cubrimos en solitario y sin problemas los siguientes dos kilómetros y medio y,<br />
al llegar a la altura <strong>de</strong>l miliario que anunciaba la población <strong>de</strong> Jaraba (a dos<br />
millas romanas: 2 364 metros), «algo» nos <strong>de</strong>tuvo.<br />
Inspeccionamos los alre<strong>de</strong>dores pero, a simple vista, no <strong>de</strong>tectamos el origen<br />
<strong>de</strong>l prolongado y sordo «martilleo» que eclipsaba el familiar y monótono<br />
«chirriar» <strong>de</strong> las incansables cigarras.<br />
Eliseo señaló el cielo.<br />
A pesar <strong>de</strong>l fortísimo calor -quizá rondase los 35° Celsius-, inquietas bandadas<br />
<strong>de</strong> pájaros flotaban y <strong>de</strong>scendían sobre los barbechos, atacando a<br />
«algo» que, en la distancia, fuimos incapaces <strong>de</strong> distinguir.<br />
Proseguimos <strong>de</strong>spacio, con cautela, imaginando -no sé por qué- una plaga <strong>de</strong><br />
serpientes. Quizá víboras, tan abundantes en el estío y, sobre todo, en las<br />
zonas rocosas.<br />
Un centenar <strong>de</strong> pasos más a<strong>de</strong>lante obtuvimos puntual respuesta.<br />
Mi hermano, <strong>de</strong>sconcertado, se echó atrás.<br />
Los había a millares...<br />
El camino, las plantaciones <strong>de</strong> la izquierda y los campos y bloques basálticos<br />
<strong>de</strong> la <strong>de</strong>recha eran un hervi<strong>de</strong>ro.<br />
¿Qué hacíamos?<br />
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