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durante el verano y el tiempo <strong>de</strong> la vendimia, dueños y patronos instalaban en<br />
lo alto -día y noche- a los mejores oteadores. Abajo, confiadas, <strong>de</strong>coradas en<br />
rojo, se adivinaban unas viñas bien preñadas, a punto para la cosecha y<br />
apuntaladas con estacas.<br />
El padre Jordán -menos bíblico en aquel curso que en el propiciado por la<br />
segunda <strong>de</strong>sembocadura- ben<strong>de</strong>cía sin <strong>de</strong>scanso la escasamente célebre<br />
Gaulanitis. Unas tierras, sin embargo, <strong>de</strong> especial importancia en la existencia<br />
<strong>de</strong> Jesús <strong>de</strong> Nazaret. Poco a poco iríamos comprobándolo...<br />
Parecía como si la Provi<strong>de</strong>ncia hubiera invertido un tiempo y un esfuerzo<br />
«extras» a la hora <strong>de</strong> diseñar aquellos parajes. No en vano, digo yo, <strong>de</strong>bían<br />
ser hollados por un Dios...<br />
Extasiados, continuamos en silencio.<br />
A la <strong>de</strong>recha <strong>de</strong> la solitaria senda, aunque diferente, el paisaje no era menos<br />
rico y exuberante.<br />
Pacientes e inteligentes, los felah habían conquistado el abrupto perfil, robando<br />
planicies casi imposibles y convirtiéndolas en los codiciados graneros<br />
<strong>de</strong> la alta Galilea. Los campos <strong>de</strong> trigo y cebada -cosechados entre abril y<br />
junio- se <strong>de</strong>rramaban hacia el este como un mar negro-amarillento, ahora en<br />
llamas por la quema <strong>de</strong> rastrojos. En la lejanía, envueltos en el humazo,<br />
partidas <strong>de</strong> campesinos pastoreaban un fuego débil e inquieto, peligrosamente<br />
arengado por el tnaambit, el viento <strong>de</strong>l Mediterráneo.<br />
En los lin<strong>de</strong>ros, altas, oscuras y brillantes pirámi<strong>de</strong>s <strong>de</strong> basalto recordaban a<br />
propios y extraños el titánico esfuerzo <strong>de</strong> los galileos en la doma <strong>de</strong> aquellos<br />
cabezos. Ni una sola <strong>de</strong> las planicies había quedado libre <strong>de</strong> la minuciosa labor<br />
<strong>de</strong> limpieza <strong>de</strong> los guijarros y rocas volcánicos que asolaban la región.<br />
En algunas <strong>de</strong> las «islas», rezagados, los felah cargaban en gran<strong>de</strong>s carretas<br />
las últimas gavillas <strong>de</strong> una paja aburrida y tostada por el sol.<br />
Más allá, encorvados, severos y vestidos <strong>de</strong> arrugas, los zayit, los olivos,<br />
avisando <strong>de</strong>l nuevo territorio y marcando sin discusión la frontera entre la<br />
humil<strong>de</strong> verticalidad <strong>de</strong>l cereal y la altivez <strong>de</strong>l bosque. Fiel al profeta Oseas, el<br />
olivar se engalanaba discreto y distante...<br />
Escrupulosos y sabios, sabedores <strong>de</strong> la permanente y legendaria «sed» <strong>de</strong><br />
esta especie -la Olea europea-, los campesinos procuraban plantarlos tal y<br />
como recomendaba la Ley: a once metros uno <strong>de</strong> otro. Algunos <strong>de</strong> los zayit,<br />
vencedores, lucían unos troncos ahuecados <strong>de</strong> hasta cuatro y cinco metros <strong>de</strong><br />
diámetro. Probablemente eran mudos testigos <strong>de</strong> mil años en la historia <strong>de</strong><br />
Israel.<br />
Y por <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> esta «milicia», <strong>de</strong> nuevo el bosque, colonizando el norte y el<br />
oriente hasta los 800 o 900 metros <strong>de</strong> altitud.<br />
Era asombroso.<br />
La masa forestal tomaba el relevo. Se disfrazaba <strong>de</strong> horizonte verdiazul y<br />
confundía a los cielos. Verda<strong>de</strong>ramente, la Palestina <strong>de</strong> Jesús <strong>de</strong> Nazaret poco<br />
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