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Caballo de Troya 6 - IDU

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Aquel rapaz, plantado a metro y medio <strong>de</strong> estos exploradores y pendiente <strong>de</strong><br />

la discusión, se lanzó como un meteoro hacia Eliseo, arrebatándole limpiamente<br />

la negra bolsa.<br />

Necesitamos unos segundos para reaccionar.<br />

Mi hermano fue el primero. Y, voceando, salió tras el ágil mozalbete. Después<br />

le tocó el turno al felah quien, a gritos, puso en alerta al resto <strong>de</strong>l «mercadillo».<br />

Imagino que vio en peligro la venta.<br />

En cuanto a mí, para cuando quise darme cuenta, compañero y ladronzuelo se<br />

hallaban ya a veinte o treinta metros, en la pista que conducía a Beth Saida<br />

Julias.<br />

Pensé en utilizar los ultrasonidos pero, dada la movilidad <strong>de</strong>l niño, hubiera<br />

sido infructuoso. A<strong>de</strong>más, ¿cómo hacerlo ante una parroquia tan concurrida?<br />

No era racional ni pru<strong>de</strong>nte.<br />

La verdad es que tampoco fue necesario...<br />

En esos instantes, el <strong>de</strong>safortunado ladrón, perseguido muy <strong>de</strong> cerca por el<br />

indignado Eliseo y algunos <strong>de</strong> los ven<strong>de</strong>dores, volvió la cabeza en un intento<br />

<strong>de</strong> comprobar su ventaja. Y fue a resbalar en la menuda capa <strong>de</strong> grano basáltico<br />

que alfombraba la senda. No tuvo ocasión <strong>de</strong> alzarse y proseguir la<br />

carrera. Los perseguidores cayeron sobre él, inmovilizándolo.<br />

Me apresuré a intervenir. Y gracias al cielo llegué a tiempo.<br />

Mi hermano recuperó los dineros y, sofocado, interpeló a la criatura, reprochándole<br />

su acción.<br />

Fue extraño. En esos momentos, sinceramente, no caí en la cuenta...<br />

El jovencito, a pesar <strong>de</strong> los puntapiés propinados por los felah, no rechistó.<br />

Continuó con el rostro hundido en la oscura ceniza, resoplando y bregando<br />

por zafarse <strong>de</strong> las rudas manos que lo contenían.<br />

Al parecer, no era la primera vez que ocurría algo semejante y con el mismo<br />

protagonista. Y uno <strong>de</strong> los campesinos, llamándole mamzer (bastardo), levantó<br />

su bastón, dispuesto a <strong>de</strong>strozarlo.<br />

Fue instintivo. Detuve el palo en el aire y lo sujeté con firmeza.<br />

El galileo, atónito, me miró sin compren<strong>de</strong>r. Traté <strong>de</strong> sonreír, explicándole<br />

que «aquello no era necesario». Con las patadas sobraba y bastaba... El<br />

castigo era <strong>de</strong>sproporcionado.<br />

Supongo que lo entendió. Bajó el arma y, moviendo la cabeza negativamente,<br />

se alejó.<br />

Alcé al agitado ladronzuelo y, haciendo presa en sus escuálidos brazos, lo<br />

interrogué. Siguió peleando pero, al fin, rendido, accedió a mirarme. Y percibí<br />

miedo y odio en aquellos gran<strong>de</strong>s y <strong>de</strong>solados ojos ver<strong>de</strong>s. No tendría más <strong>de</strong><br />

ocho o nueve años...<br />

No se dignó respon<strong>de</strong>r. Ninguna <strong>de</strong> las preguntas obtuvo respuesta. Y <strong>de</strong>l<br />

pánico, el pelirrojo fue pasando a una actitud <strong>de</strong>safiante.<br />

Sentí tristeza. Una profunda tristeza...<br />

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