Caballo de Troya 6 - IDU
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mentes y voluntades, haciéndoles ver que la «suerte» y la verdadera «protección» no se hallaban en tales objetos. Pero no adelantemos acontecimientos... Rechacé las «divinas aspas» y me interesé por el resto de los amuletos. Uno de ellos, torpemente pintado en hoja de palma, rezaba en un defectuoso hebreo: «Canción para glorificar al rey de los mundos: Yo soy el que Soy, el rey que habla en una forma diferente y misteriosa a todo mal, que no debe causar dolor al rabino... [aquí se incluía el nombre del comprador; en este caso un rabino], servidor del Dios de los cielos... Anael, Suriel, Kafael, Abiel y demás ángeles proteged a…». Quedé pensativo. Éste era un excelente resumen del concepto de Yavé. Así pensaban los judíos. Su Dios -«Yo soy el que Soy»- era Alguien que sólo causaba dolor o administraba justicia. Y nada mejor que un amuleto para congraciarse con semejante «fiscal» y, de paso, recibir su bendición... A la vista de la desgraciada situación empecé a entender el auténtico alcance de la «revolución» que pondría en marcha el rabí de Galilea. Desde mi corto conocimiento, Jesús intentó acabar con esa implacable y única «cara» de Dios. Un «rostro» -ahora lo sé- absolutamente falso. Otro, escrito sobre un lienzo de lino, podía arrollarse en la cabeza, siendo «útil y beneficioso en los viajes». Decía así: «Yo soy el que Soy... Yo no sumaré tus culpas... [nombre del individuo], porque llevas la señal del temeroso.» Por último -la lista sería interminable-, mi hermano fue a mostrarme una pequeña placa de cobre en la que el artesano había grabado lo siguiente: «Donde este amuleto sea visto... [nombre del propietario] no debe temer. Y si alguien lo detiene será quemado en el horno. Bendito eres tú, Señor. Envía a... los remedios. Ángeles que curan las fiebres y el temblor, curad a... con palabras santas.» La pieza, provista de un cordón tan cargado de años como de sebo, se colocaba al cuello. Pero, ¡ojo!, según el viejo, el «poder» del amuleto se hallaba limitado por las horas... Me explico. Si uno pagaba el precio «base» -un denario de plata-, la «protección» se extendía a las vigilias de la noche. Por otra moneda más, en cambio, el incauto comprador recibía una «bendición extra», alargando la «magia» al resto del día. Junto a esta «sagrada mercancía» se alineaban otros «poderosos fetiches», fundamentalmente fenicios e hititas. En plomo, bronce, piedra y madera, y en todos los tamaños, distinguimos lo más selecto de las «cortes celestiales», adoradas en aquel tiempo y en aquellas tierras de la pagana Gaulanitis. Allí, por uno, dos o tres denarios -según el material y la «categoría» del ídolo-, el caminante se llevaba consigo al número «uno» fenicio, el dios «Él», repre- 125
sentado en forma de toro, a su esposa Asherat del Mar o Astarté, con su perfil casi egipcio y tocada con un disco entre dos cuernos o al hijo de ambos -Baal-, portando el rayo de la victoria en su mano izquierda. Además de estas representaciones divinas de Tiro, Biblos, Sidón, Arvad y la extinguida Ugarit, uno podía adquirir lo más granado de los dioses de la mítica Cartago o de las ancianas Babilonia y Asiría. Entre la «nómina» de los primeros distinguí a Baal Hammón, el dios barbudo, sentado en un trono cuyos brazos eran rematados por cabezas de moruecos. (Los romanos lo identificaron con el dios africano Júpiter Ammón.) El badawi, listo como el aire, conociendo la arraigada superstición de los pescadores del yam, se había procurado, incluso, unos ídolos de madera de ébano con la representación del dios Bes, un enano grueso como un tonel, de expresión feroz, que los marinos gustaban clavetear en las proas de los barcos. Aunque el «invento» procedía de Cartago, pronto se extendió por todo el «Gran Mar» (Mediterráneo) y por los ríos y lagos navegables. Junto a Bes me llamó también la atención otro extraño «ídolo», grabado sobre hierro. Lo examiné pero, francamente, no supe identificarlo. Lo formaba una especie de cono truncado, con un disco en la parte superior. Entre ambos, el grabador había trazado una línea con los extremos doblados hacia arriba y en ángulo recto. Pregunté y, harto ante la insaciable curiosidad de aquellos extranjeros y el, hasta entonces, nulo éxito en las ventas, el nómada replicó con un escueto «gran magia de dioses bajados del cielo»... Poco más sabía. Al regresar al Ravid, vivamente intrigado, consulté el banco de datos del ordenador. «Santa Claus», con reservas, lo identificó con la diosa Tanit, de Cartago, también conocida como el «rostro de Baal». La imagen figura en numerosas estelas de esa parte del norte de África pero, en honor a la verdad, sólo son opiniones de los arqueólogos. La computadora, finalmente, aportó un dato tan interesante como misterioso: quizá estábamos, no ante un dios, sino en presencia de un antiguo y desconocido «alfabeto». ¿Quizá beréber? Entre el nutrido panteón de dioses hititas reconocí a Ishkur, también venerado como Adad, y simbolizado con una «X». Con este número o marca (?) se representaba una divinidad innominada, responsable de la administración de las lluvias. Como tendríamos ocasión de comprobar, para muchos felah no judíos, la presencia de Baal o de «X» en sus campos favorecía las precipitaciones -en especial las tempranas-, siendo entronizados en los accesos y orientados siempre hacia el norte o el oriente, respectivamente. Es decir, hacia los lugares de sus supuestos orígenes. El «muestrario», en fin, era altamente ilustrativo. Éste era el panorama religioso de los gentiles. A esta caótica situación debería enfrentarse en su día el Hijo del Hombre. Un confuso «panorama» al que se sumaba, naturalmente, la «plantilla» de dioses romanos, griegos, egipcios, galos, beduinos, etc. Según 126
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sentado en forma <strong>de</strong> toro, a su esposa Asherat <strong>de</strong>l Mar o Astarté, con su perfil<br />
casi egipcio y tocada con un disco entre dos cuernos o al hijo <strong>de</strong> ambos -Baal-,<br />
portando el rayo <strong>de</strong> la victoria en su mano izquierda. A<strong>de</strong>más <strong>de</strong> estas representaciones<br />
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uno podía adquirir lo más granado <strong>de</strong> los dioses <strong>de</strong> la mítica Cartago o <strong>de</strong> las<br />
ancianas Babilonia y Asiría. Entre la «nómina» <strong>de</strong> los primeros distinguí a Baal<br />
Hammón, el dios barbudo, sentado en un trono cuyos brazos eran rematados<br />
por cabezas <strong>de</strong> moruecos. (Los romanos lo i<strong>de</strong>ntificaron con el dios africano<br />
Júpiter Ammón.) El badawi, listo como el aire, conociendo la arraigada superstición<br />
<strong>de</strong> los pescadores <strong>de</strong>l yam, se había procurado, incluso, unos ídolos<br />
<strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra <strong>de</strong> ébano con la representación <strong>de</strong>l dios Bes, un enano grueso<br />
como un tonel, <strong>de</strong> expresión feroz, que los marinos gustaban clavetear en las<br />
proas <strong>de</strong> los barcos. Aunque el «invento» procedía <strong>de</strong> Cartago, pronto se<br />
extendió por todo el «Gran Mar» (Mediterráneo) y por los ríos y lagos navegables.<br />
Junto a Bes me llamó también la atención otro extraño «ídolo»,<br />
grabado sobre hierro. Lo examiné pero, francamente, no supe i<strong>de</strong>ntificarlo. Lo<br />
formaba una especie <strong>de</strong> cono truncado, con un disco en la parte superior.<br />
Entre ambos, el grabador había trazado una línea con los extremos doblados<br />
hacia arriba y en ángulo recto.<br />
Pregunté y, harto ante la insaciable curiosidad <strong>de</strong> aquellos extranjeros y el,<br />
hasta entonces, nulo éxito en las ventas, el nómada replicó con un escueto<br />
«gran magia <strong>de</strong> dioses bajados <strong>de</strong>l cielo»...<br />
Poco más sabía. Al regresar al Ravid, vivamente intrigado, consulté el banco<br />
<strong>de</strong> datos <strong>de</strong>l or<strong>de</strong>nador. «Santa Claus», con reservas, lo i<strong>de</strong>ntificó con la diosa<br />
Tanit, <strong>de</strong> Cartago, también conocida como el «rostro <strong>de</strong> Baal». La imagen<br />
figura en numerosas estelas <strong>de</strong> esa parte <strong>de</strong>l norte <strong>de</strong> África pero, en honor a<br />
la verdad, sólo son opiniones <strong>de</strong> los arqueólogos. La computadora, finalmente,<br />
aportó un dato tan interesante como misterioso: quizá estábamos, no ante un<br />
dios, sino en presencia <strong>de</strong> un antiguo y <strong>de</strong>sconocido «alfabeto». ¿Quizá beréber?<br />
Entre el nutrido panteón <strong>de</strong> dioses hititas reconocí a Ishkur, también venerado<br />
como Adad, y simbolizado con una «X». Con este número o marca (?) se<br />
representaba una divinidad innominada, responsable <strong>de</strong> la administración <strong>de</strong><br />
las lluvias. Como tendríamos ocasión <strong>de</strong> comprobar, para muchos felah no<br />
judíos, la presencia <strong>de</strong> Baal o <strong>de</strong> «X» en sus campos favorecía las precipitaciones<br />
-en especial las tempranas-, siendo entronizados en los accesos y<br />
orientados siempre hacia el norte o el oriente, respectivamente. Es <strong>de</strong>cir,<br />
hacia los lugares <strong>de</strong> sus supuestos orígenes.<br />
El «muestrario», en fin, era altamente ilustrativo. Éste era el panorama religioso<br />
<strong>de</strong> los gentiles. A esta caótica situación <strong>de</strong>bería enfrentarse en su día el<br />
Hijo <strong>de</strong>l Hombre. Un confuso «panorama» al que se sumaba, naturalmente, la<br />
«plantilla» <strong>de</strong> dioses romanos, griegos, egipcios, galos, beduinos, etc. Según<br />
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