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mentes y volunta<strong>de</strong>s, haciéndoles ver que la «suerte» y la verda<strong>de</strong>ra «protección»<br />
no se hallaban en tales objetos. Pero no a<strong>de</strong>lantemos acontecimientos...<br />
Rechacé las «divinas aspas» y me interesé por el resto <strong>de</strong> los amuletos.<br />
Uno <strong>de</strong> ellos, torpemente pintado en hoja <strong>de</strong> palma, rezaba en un <strong>de</strong>fectuoso<br />
hebreo:<br />
«Canción para glorificar al rey <strong>de</strong> los mundos: Yo soy el que Soy, el rey que<br />
habla en una forma diferente y misteriosa a todo mal, que no <strong>de</strong>be causar<br />
dolor al rabino... [aquí se incluía el nombre <strong>de</strong>l comprador; en este caso un<br />
rabino], servidor <strong>de</strong>l Dios <strong>de</strong> los cielos... Anael, Suriel, Kafael, Abiel y <strong>de</strong>más<br />
ángeles proteged a…».<br />
Quedé pensativo.<br />
Éste era un excelente resumen <strong>de</strong>l concepto <strong>de</strong> Yavé. Así pensaban los judíos.<br />
Su Dios -«Yo soy el que Soy»- era Alguien que sólo causaba dolor o administraba<br />
justicia. Y nada mejor que un amuleto para congraciarse con semejante<br />
«fiscal» y, <strong>de</strong> paso, recibir su bendición...<br />
A la vista <strong>de</strong> la <strong>de</strong>sgraciada situación empecé a enten<strong>de</strong>r el auténtico alcance<br />
<strong>de</strong> la «revolución» que pondría en marcha el rabí <strong>de</strong> Galilea. Des<strong>de</strong> mi corto<br />
conocimiento, Jesús intentó acabar con esa implacable y única «cara» <strong>de</strong> Dios.<br />
Un «rostro» -ahora lo sé- absolutamente falso.<br />
Otro, escrito sobre un lienzo <strong>de</strong> lino, podía arrollarse en la cabeza, siendo «útil<br />
y beneficioso en los viajes». Decía así:<br />
«Yo soy el que Soy... Yo no sumaré tus culpas... [nombre <strong>de</strong>l individuo],<br />
porque llevas la señal <strong>de</strong>l temeroso.»<br />
Por último -la lista sería interminable-, mi hermano fue a mostrarme una<br />
pequeña placa <strong>de</strong> cobre en la que el artesano había grabado lo siguiente:<br />
«Don<strong>de</strong> este amuleto sea visto... [nombre <strong>de</strong>l propietario] no <strong>de</strong>be temer. Y si<br />
alguien lo <strong>de</strong>tiene será quemado en el horno. Bendito eres tú, Señor. Envía a...<br />
los remedios. Ángeles que curan las fiebres y el temblor, curad a... con palabras<br />
santas.»<br />
La pieza, provista <strong>de</strong> un cordón tan cargado <strong>de</strong> años como <strong>de</strong> sebo, se colocaba<br />
al cuello. Pero, ¡ojo!, según el viejo, el «po<strong>de</strong>r» <strong>de</strong>l amuleto se hallaba<br />
limitado por las horas... Me explico. Si uno pagaba el precio «base» -un<br />
<strong>de</strong>nario <strong>de</strong> plata-, la «protección» se extendía a las vigilias <strong>de</strong> la noche. Por<br />
otra moneda más, en cambio, el incauto comprador recibía una «bendición<br />
extra», alargando la «magia» al resto <strong>de</strong>l día.<br />
Junto a esta «sagrada mercancía» se alineaban otros «po<strong>de</strong>rosos fetiches»,<br />
fundamentalmente fenicios e hititas. En plomo, bronce, piedra y ma<strong>de</strong>ra, y en<br />
todos los tamaños, distinguimos lo más selecto <strong>de</strong> las «cortes celestiales»,<br />
adoradas en aquel tiempo y en aquellas tierras <strong>de</strong> la pagana Gaulanitis. Allí,<br />
por uno, dos o tres <strong>de</strong>narios -según el material y la «categoría» <strong>de</strong>l ídolo-, el<br />
caminante se llevaba consigo al número «uno» fenicio, el dios «Él», repre-<br />
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