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visita <strong>de</strong>l viento <strong>de</strong>l oeste, el maarabit. Entonces <strong>de</strong>splegarían las velas, enfilando<br />
la primera <strong>de</strong>sembocadura <strong>de</strong>l Jordán. Algunos averíos blancos, chillones<br />
e inquietos, se precipitaban sobre el azul plomo <strong>de</strong> las aguas, «marcando»<br />
los bancos <strong>de</strong> tilapias.<br />
Era hermoso estar allí, sí, hermoso y esperanzador...<br />
Casi sin darnos cuenta, absortos en la conversación, <strong>de</strong>jamos atrás los mojones<br />
que señalizaban el viejo y el nuevo camino. Estos miliarios, a <strong>de</strong>cir<br />
verdad, resultarían <strong>de</strong> gran utilidad en este y en los futuros viajes. Roma,<br />
eficaz y severa, se encargaba <strong>de</strong> plantarlos al filo <strong>de</strong> las calzadas y rutas<br />
menores, informando al caminante sobre distancias y direcciones. En este<br />
caso, cada cilindro <strong>de</strong> piedra caliza, <strong>de</strong> un metro <strong>de</strong> alzada, a<strong>de</strong>más <strong>de</strong><br />
anunciar las ciuda<strong>de</strong>s próximas y las millas a recorrer, presentaba una leyenda<br />
alusiva al emperador <strong>de</strong> turno. Grabado en latín se leía:<br />
«Emperador César Divino Tiberio, hijo <strong>de</strong>l Divino Augusto... Año V <strong>de</strong> Tiberio.»<br />
Salvo que fueran <strong>de</strong>struidos o <strong>de</strong>rribados -algo bastante habitual entre los<br />
judíos más fanatizados-, estos miliarios aparecían siempre a distancias<br />
exactas: una milla romana (mil pasos o 1182 metros).<br />
Para estos exploradores, como digo, fueron utilísimos, aliviando los cálculos<br />
que efectuábamos merced a los dispositivos alojados en las sandalias<br />
«electrónicas». Y llegó el día en que, prácticamente, aprendimos <strong>de</strong> memoria<br />
rutas y distancias.<br />
Al cruzar el puente cercano a la primera <strong>de</strong>sembocadura <strong>de</strong>l Jordán, dos <strong>de</strong><br />
aquellos miliarios nos advirtieron. Uno señalaba «Nahum (3,3 millas)» y el<br />
otro «Beth Saida Julias (2 millas)». A partir <strong>de</strong> allí, todo era nuevo para mí y,<br />
por supuesto, para mi hermano.<br />
Y prestamos especial atención. Las referencias geográficas, como expliqué en<br />
su momento, eran vitales.<br />
Apretamos el paso.<br />
La estrecha y <strong>de</strong>scuidada senda serpenteó dócil, durante casi dos kilómetros,<br />
bajo un benéfico «túnel» formado por esbeltos y canosos álamos <strong>de</strong>l Eufrates<br />
y enmarañados tamariscos. El «paseo», en solitario, fue una <strong>de</strong>licia. Entre las<br />
frondosas copas verdiblancas se adivinaba el incesante ir y venir <strong>de</strong> las laboriosas<br />
golondrinas <strong>de</strong> mar y <strong>de</strong> las calandrias <strong>de</strong> cabeza negra, siempre<br />
discutidoras y melodiosas. Des<strong>de</strong> la primavera, los sufridos hawr (álamos),<br />
una <strong>de</strong> las pocas especies capacitada para resistir la salinidad <strong>de</strong> las tierras<br />
próximas al Jordán, se convertían en el obligado hogar <strong>de</strong> estas pequeñas y<br />
siempre bienvenidas aves migratorias. Para los galileos, golondrinas y calandrias<br />
eran allon (palabra sagrada que significa «Él» o «Dios»). Sencillamente,<br />
las asociaban al resurgimiento <strong>de</strong> la vida, al «santo amanecer» <strong>de</strong> la<br />
Naturaleza...<br />
De pronto, lejano, apenas perceptible bajo la sinfonía <strong>de</strong>l bosque, escu-<br />
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