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Zalmon. Por pru<strong>de</strong>ncia seleccionamos aquella ruta, más tranquila y solitaria,<br />
evitando así la concurrida Migdal.<br />
Y mientras <strong>de</strong>jábamos atrás las sedientas y agostadas elevaciones que nos<br />
separaban <strong>de</strong> la curva <strong>de</strong> la «herradura» no pu<strong>de</strong> evitar el recuerdo <strong>de</strong> Camar.<br />
Fue en esa breve estancia en los huertos cuando Eliseo y yo tuvimos auténtica<br />
conciencia <strong>de</strong> otro «hecho» que ahora adquiría especial relevancia.<br />
Lo hablamos por el camino y llegamos a una misma conclusión: ese «otro<br />
Jasón» al que hacían mención algunos familiares e íntimos <strong>de</strong>l Maestro sólo<br />
podía ser este explorador. La explicación, aunque enrevesada, era elemental.<br />
Ellos, Ruth, la Señora, los discípulos, etc., me «conocieron» en el transcurso<br />
<strong>de</strong>l año 30. Pues bien, nos hallábamos en el 25 y, casi con seguridad, volvería<br />
a encontrarlos. Para todos, este «ahora», el que estrenábamos, era el<br />
«primero». Es <strong>de</strong>cir, no tenían memoria <strong>de</strong> lo acaecido cinco años <strong>de</strong>spués.<br />
Era, pues, en el año 25 cuando nos conocerían por primera vez. Pero, si todas<br />
las alusiones hacían referencia a un Jasón mucho más viejo que el <strong>de</strong>l 30,<br />
¿qué quería <strong>de</strong>cir esto?<br />
Mi hermano y yo guardamos silencio, <strong>de</strong>jando correr una dramática pausa.<br />
Estaba clarísimo. Por razones que conocíamos muy bien, ambos envejeceríamos<br />
prematuramente en este «ahora».<br />
Nuevo y prolongado silencio.<br />
Por eso, sencillamente, al verme en el 30, en el «futuro», no consiguieron<br />
i<strong>de</strong>ntificarme con el «otro Jasón», el «viejo griego» con el que trataron en el<br />
«pasado». ¿Cómo era posible -llegaron a comentar- que el Jasón <strong>de</strong>l 30 fuera<br />
más joven que el <strong>de</strong>l 25?<br />
Y la sospecha -yo diría que la certeza- me eclipsó durante algún tiempo.<br />
Debíamos prepararnos. «Algo» suce<strong>de</strong>ría en esta nueva aventura. «Algo» nos<br />
<strong>de</strong>jaría casi irreconocibles. Varios <strong>de</strong> los síntomas, en efecto, apuntaban ya en<br />
nuestra piel.<br />
Sacudí el «fantasma» y procuré centrarme. Eso sería valorado..., en su<br />
momento. Estábamos don<strong>de</strong> estábamos. Las fuerzas se hallaban intactas. Y<br />
olvidé.<br />
Alcanzamos la solitaria curva <strong>de</strong> la «herradura» y va<strong>de</strong>amos el disminuido<br />
cauce <strong>de</strong>l Zalmon. A partir <strong>de</strong> allí penetramos en la «jungla», uno <strong>de</strong> los<br />
tramos más peligrosos <strong>de</strong> aquella etapa <strong>de</strong>l viaje. La margen izquierda <strong>de</strong>l<br />
terroso río que <strong>de</strong>sembocaba en el yam era un nido <strong>de</strong> insectos, a cual más<br />
agresivo. En aquel infierno <strong>de</strong> alas espadañas, papiros, venenosas a<strong>de</strong>lfas,<br />
juncos <strong>de</strong> laguna y los míticos aravah o sauces <strong>de</strong> diminutas y verdosas flores<br />
se concentraba una «nube» <strong>de</strong> potenciales «agresores». Nos hicimos con los<br />
mantos y, a pesar <strong>de</strong> la sofocante atmósfera y <strong>de</strong> la protección <strong>de</strong> la «piel <strong>de</strong><br />
serpiente», cubrimos los cuerpos hasta don<strong>de</strong> fue posible, cruzando la intrincada<br />
vegetación sin <strong>de</strong>mora. Al ingresar finalmente en la «vía maris», la<br />
calzada que ro<strong>de</strong>aba la orilla occi<strong>de</strong>ntal <strong>de</strong>l mar <strong>de</strong> Tibería<strong>de</strong>s, respiramos.<br />
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