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No tuvimos opción. El ingeniero cursó la or<strong>de</strong>n pertinente y la <strong>de</strong>fensa gravitatoria<br />
fue <strong>de</strong>splazada hasta la «popa» <strong>de</strong>l Ravid, más allá <strong>de</strong> «nuestro»<br />
manzano <strong>de</strong> Sodoma. Al punto, las Danau se vieron irremediablemente<br />
empujadas en todas direcciones. Y la cima quedó limpia.<br />
¡Cuan certero es el adagio!... No hay mal que por bien no venga.<br />
Gracias a las inoportunas mariposas comprendimos que no todo era tan<br />
perfecto como suponíamos. Y <strong>de</strong> inmediato, mi hermano corrigió la estrategia<br />
<strong>de</strong> seguridad.<br />
Varió el límite <strong>de</strong>l cinturón gravitatorio, fijándolo a 500 metros <strong>de</strong> la «cuna» y<br />
convirtiéndolo en el primero <strong>de</strong> los escudos. Con ello, la nave quedaba perfectamente<br />
protegida bajo una gran cúpula, invisible a los ojos humanos. Por<br />
<strong>de</strong>trás, a 400 metros <strong>de</strong>l vértice o «proa» <strong>de</strong>l «portaaviones», la barrera IR.<br />
Por último, coincidiendo con la muralla romana, a 173 metros <strong>de</strong>l lugar <strong>de</strong>l<br />
asentamiento <strong>de</strong>l módulo, «Santa Claus» ubicó el «escenario» <strong>de</strong> los hologramas,<br />
con las ficticias y temibles escenas protagonizadas por nuestros<br />
«vecinos» las ratas-topo. En cuanto al barrido <strong>de</strong> los microláseres, fue <strong>de</strong>sestimado.<br />
Con las protecciones mencionadas era suficiente. Así se consiguió,<br />
a<strong>de</strong>más, un notable ahorro energético y, por supuesto, un «<strong>de</strong>scanso» para el<br />
or<strong>de</strong>nador. El «ojo <strong>de</strong>l cíclope» sólo actuaría en el ya referido caso <strong>de</strong> alta<br />
emergencia, proyectando el abanico infrarrojo en vertical.<br />
Las nuevas medidas redujeron el área <strong>de</strong> protección pero, a cambio, la fortificaron,<br />
conjurando «invasiones» como la <strong>de</strong> aquella madrugada y eliminando,<br />
<strong>de</strong>finitivamente, las continuas y familiares irrupciones, en la franja <strong>de</strong><br />
seguridad, <strong>de</strong> los otros «vecinos»: las aves que anidaban en el cercano Arbel<br />
y alre<strong>de</strong>dores.<br />
Todos salimos ganando. Las perplejas aves, nosotros y, obviamente, el or<strong>de</strong>nador,<br />
que vio aliviada la tarea <strong>de</strong> <strong>de</strong>tección y alerta.<br />
El único inconveniente <strong>de</strong> esta modificación estuvo en la obligada operación<br />
<strong>de</strong> apertura y cierre <strong>de</strong>l gravitatorio. Al aproximarse a la línea establecida<br />
-500 metros-, los exploradores no tenían más remedio que <strong>de</strong>sactivarlo y<br />
volverlo a activar. Para ello, el ingeniero i<strong>de</strong>ó una doble «llave». Merced a la<br />
conexión auditiva, «Santa Claus» recibía las ór<strong>de</strong>nes pertinentes, procediendo<br />
a la anulación, y reintegración <strong>de</strong> la cúpula, según los casos. Al alejarnos<br />
hacia la «popa», por ejemplo, o retornar a la nave, bastaba con formular<br />
una contraseña -«base-madre-tres»- y la computadora <strong>de</strong>spejaba el<br />
camino. Para el cierre, el «santo y seña» elegido fue «Ravid», pero en inglés...<br />
La sugerencia me pareció correcta. Y Eliseo transfirió los códigos al sistema<br />
director.<br />
Sin embargo, algo me <strong>de</strong>jó intranquilo...<br />
¿Qué suce<strong>de</strong>ría si ambos olvidábamos las contraseñas?<br />
Muy simple: no habría forma <strong>de</strong> salir <strong>de</strong>l entorno <strong>de</strong> la «cuna» y, lo que era<br />
peor, <strong>de</strong> acce<strong>de</strong>r a ella.<br />
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