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Caballo de Troya 6 - IDU

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catástrofe, <strong>de</strong>jándonos en aquel «tiempo» para siempre...<br />

Los tanques, por tanto, fueron convenientemente aislados. El or<strong>de</strong>nador, por<br />

su parte, se responsabilizaría <strong>de</strong>l chequeo <strong>de</strong> los mismos, velando para evitar<br />

cualquier fuga. La alta toxicidad, en el caso <strong>de</strong> emanación, habría resultado<br />

letal para todo el entorno, incluyendo, naturalmente, a los pilotos.<br />

En el caso <strong>de</strong> una alta emergencia -algo realmente improbable-, la computadora<br />

fue programada para modificar la direccionalidad <strong>de</strong>l «ojo <strong>de</strong>l cíclope»,<br />

advirtiéndonos. En dicho supuesto, el último cinturón protector -el <strong>de</strong> los<br />

microláseres- sería dirigido hacia el cielo. Si nos hallábamos en el yam, o en<br />

sus alre<strong>de</strong>dores, el abanico infrarrojo podía ser <strong>de</strong>tectado con el auxilio <strong>de</strong> las<br />

«crótalos». Todo era cuestión, entonces, <strong>de</strong> retornar <strong>de</strong> inmediato a la cima<br />

<strong>de</strong>l Ravid. La privilegiada atalaya, como creo haber mencionado, se encontraba<br />

a diez kilómetros en línea recta <strong>de</strong> Nahum y a catorce <strong>de</strong> la pequeña<br />

localidad costera <strong>de</strong> Saidan. Suficiente para «visualizar» el «faro» <strong>de</strong> los<br />

microláseres.<br />

Y, satisfechos y nerviosos, nos retiramos a <strong>de</strong>scansar.<br />

Al poco, sin embargo, mi hermano volvió a levantarse. Parecía preocupado.<br />

Lo atribuí a lo inminente <strong>de</strong>l viaje y, quizá, al no muy lejano encuentro con el<br />

Hijo <strong>de</strong>l Hombre. Pero, ante mi sorpresa, <strong>de</strong>scendió a tierra, perdiéndose en la<br />

oscuridad. Aquello me intranquilizó.<br />

¿Qué sucedía?<br />

Supongo que fue lógico. Por mi mente <strong>de</strong>sfiló <strong>de</strong> inmediato la vieja amenaza<br />

<strong>de</strong>l <strong>de</strong>terioro neuronal.<br />

¡Dios!... ¡Otra vez no!<br />

¿Es que presentaba algún nuevo síntoma? ¿Cuál <strong>de</strong> ellos?<br />

E inquieto lo busqué a través <strong>de</strong> las escotillas.<br />

Imposible. La luna nueva caía negra y espesa sobre el «portaaviones».<br />

¿Y si estuviera equivocado?<br />

Debía contenerme.<br />

Quizá se trataba, únicamente, <strong>de</strong> un insomnio pasajero, fruto <strong>de</strong> la tensión...<br />

No, mi hermano disfrutaba <strong>de</strong> unos nervios <strong>de</strong> acero. Siempre dormía como<br />

un bendito...<br />

Tenía que sacudirme aquella maldita duda.<br />

Media hora más tar<strong>de</strong>, ansioso, cuando me disponía a saltar, lo vi llegar.<br />

Se sorprendió al verme en pie. Y, comprendiendo, se excusó, explicando el<br />

porqué <strong>de</strong> la repentina salida al exterior.<br />

Al escucharle, mi estima por aquel espíritu limpio y generoso creció notablemente.<br />

La verdad es que la Provi<strong>de</strong>ncia -estoy convencido- tuvo mucho<br />

que ver en la «organización» <strong>de</strong> aquel gran «viaje». De haber tropezado con<br />

otro piloto, nada hubiera sido igual...<br />

Naturalmente asentí, aprobando la sugerencia. A pesar <strong>de</strong> los pesares,<br />

cumpliríamos...<br />

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