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Caballo de Troya 6 - IDU

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A la mañana siguiente, al amanecer, abandonaríamos el Ravid, encaminándonos<br />

hacia la primera <strong>de</strong>sembocadura <strong>de</strong>l Jordán, en las cercanías <strong>de</strong><br />

Saidan. Des<strong>de</strong> allí, a buen paso, remontando el río, podíamos alcanzar la orilla<br />

sur <strong>de</strong>l lago Hule (Semaconitis) antes <strong>de</strong>l ocaso. La segunda etapa <strong>de</strong>l viaje,<br />

prevista para el domingo, 19, era más compleja. Y no por la distancia a recorrer<br />

-prácticamente similar a la <strong>de</strong>l día anterior-, sino por el hecho <strong>de</strong><br />

penetrar en las estribaciones <strong>de</strong>l inmenso Hermón. El macizo, integrado por<br />

múltiples alturas, sumaba más <strong>de</strong> sesenta kilómetros <strong>de</strong> longitud. Todo un<br />

laberinto. Si las pistas fallaban, la búsqueda <strong>de</strong> Jesús <strong>de</strong> Nazaret sería un<br />

empeño casi inviable.<br />

Pero no quisimos pensar en esa posibilidad. Lo importante, <strong>de</strong> momento,<br />

como repetía Eliseo, «era llegar al río». Una vez allí, ya veríamos cómo<br />

«cruzarlo»...<br />

Si lo hallábamos, si encontrábamos al Maestro, y si las fuerzas nos acompañaban,<br />

el trabajo consistiría en seguirlo. Vivir a su lado día y noche. Reunir<br />

toda la información posible. Conocer sus pensamientos, <strong>de</strong>seos y proyectos.<br />

Averiguar, en <strong>de</strong>finitiva, quién era aquel Hombre...<br />

Ni qué <strong>de</strong>cir tiene que, conforme fuimos chequeando el plan, mi compañero se<br />

encendió, contagiándome su entusiasmo. El instinto (?) nos gritaba que lo<br />

teníamos al alcance <strong>de</strong> la mano. Estábamos a punto <strong>de</strong> <strong>de</strong>svelar otro misterioso<br />

e ignorado capítulo <strong>de</strong> su vida...<br />

Aquellos intensos momentos, francamente, nos compensaron <strong>de</strong> las pasadas<br />

amarguras. Parecíamos niños, ilusionados con la magia <strong>de</strong> un encuentro<br />

largamente <strong>de</strong>seado.<br />

Y fue el pletórico ingeniero quien planteó también una <strong>de</strong> las cuestiones clave:<br />

¿nos reconocería?<br />

El problema era arduo.<br />

Si nos ajustábamos a un criterio estrictamente racional, ese «reconocimiento»<br />

era imposible. Lo habíamos conocido en el año 30. Es <strong>de</strong>cir, en el<br />

«futuro». Obviamente, al retroce<strong>de</strong>r cinco años, Él no podía saber quiénes<br />

eran aquellos griegos. ¿O sí? Y en mi mente surgió la increíble escena en la<br />

casa <strong>de</strong> Lázaro, en Betania. El Maestro, a pesar <strong>de</strong> ignorarlo todo sobre mí,<br />

<strong>de</strong>jó a los suyos y, avanzando hacia quien esto escribe, fue a posar sus largas<br />

y velludas manos sobre mis hombros. Y haciéndome un guiño, sonriendo,<br />

exclamó:<br />

«Sé bien venido.»<br />

Aquello ocurrió un 31 <strong>de</strong> marzo, viernes. Nunca lo olvidaré.<br />

Pues bien, si fue capaz <strong>de</strong> tal recibimiento en dicho año 30, ¿qué suce<strong>de</strong>ría<br />

ahora, en el 25?<br />

El examen <strong>de</strong> los petates e indumentarias fue rápido. No era mucho lo que<br />

precisábamos. En cambio, sí necesitábamos dormir y reponer las maltrechas<br />

fuerzas.<br />

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