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A la mañana siguiente, al amanecer, abandonaríamos el Ravid, encaminándonos<br />
hacia la primera <strong>de</strong>sembocadura <strong>de</strong>l Jordán, en las cercanías <strong>de</strong><br />
Saidan. Des<strong>de</strong> allí, a buen paso, remontando el río, podíamos alcanzar la orilla<br />
sur <strong>de</strong>l lago Hule (Semaconitis) antes <strong>de</strong>l ocaso. La segunda etapa <strong>de</strong>l viaje,<br />
prevista para el domingo, 19, era más compleja. Y no por la distancia a recorrer<br />
-prácticamente similar a la <strong>de</strong>l día anterior-, sino por el hecho <strong>de</strong><br />
penetrar en las estribaciones <strong>de</strong>l inmenso Hermón. El macizo, integrado por<br />
múltiples alturas, sumaba más <strong>de</strong> sesenta kilómetros <strong>de</strong> longitud. Todo un<br />
laberinto. Si las pistas fallaban, la búsqueda <strong>de</strong> Jesús <strong>de</strong> Nazaret sería un<br />
empeño casi inviable.<br />
Pero no quisimos pensar en esa posibilidad. Lo importante, <strong>de</strong> momento,<br />
como repetía Eliseo, «era llegar al río». Una vez allí, ya veríamos cómo<br />
«cruzarlo»...<br />
Si lo hallábamos, si encontrábamos al Maestro, y si las fuerzas nos acompañaban,<br />
el trabajo consistiría en seguirlo. Vivir a su lado día y noche. Reunir<br />
toda la información posible. Conocer sus pensamientos, <strong>de</strong>seos y proyectos.<br />
Averiguar, en <strong>de</strong>finitiva, quién era aquel Hombre...<br />
Ni qué <strong>de</strong>cir tiene que, conforme fuimos chequeando el plan, mi compañero se<br />
encendió, contagiándome su entusiasmo. El instinto (?) nos gritaba que lo<br />
teníamos al alcance <strong>de</strong> la mano. Estábamos a punto <strong>de</strong> <strong>de</strong>svelar otro misterioso<br />
e ignorado capítulo <strong>de</strong> su vida...<br />
Aquellos intensos momentos, francamente, nos compensaron <strong>de</strong> las pasadas<br />
amarguras. Parecíamos niños, ilusionados con la magia <strong>de</strong> un encuentro<br />
largamente <strong>de</strong>seado.<br />
Y fue el pletórico ingeniero quien planteó también una <strong>de</strong> las cuestiones clave:<br />
¿nos reconocería?<br />
El problema era arduo.<br />
Si nos ajustábamos a un criterio estrictamente racional, ese «reconocimiento»<br />
era imposible. Lo habíamos conocido en el año 30. Es <strong>de</strong>cir, en el<br />
«futuro». Obviamente, al retroce<strong>de</strong>r cinco años, Él no podía saber quiénes<br />
eran aquellos griegos. ¿O sí? Y en mi mente surgió la increíble escena en la<br />
casa <strong>de</strong> Lázaro, en Betania. El Maestro, a pesar <strong>de</strong> ignorarlo todo sobre mí,<br />
<strong>de</strong>jó a los suyos y, avanzando hacia quien esto escribe, fue a posar sus largas<br />
y velludas manos sobre mis hombros. Y haciéndome un guiño, sonriendo,<br />
exclamó:<br />
«Sé bien venido.»<br />
Aquello ocurrió un 31 <strong>de</strong> marzo, viernes. Nunca lo olvidaré.<br />
Pues bien, si fue capaz <strong>de</strong> tal recibimiento en dicho año 30, ¿qué suce<strong>de</strong>ría<br />
ahora, en el 25?<br />
El examen <strong>de</strong> los petates e indumentarias fue rápido. No era mucho lo que<br />
precisábamos. En cambio, sí necesitábamos dormir y reponer las maltrechas<br />
fuerzas.<br />
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