Caballo de Troya 6 - IDU

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Claus», convertido de pronto en enemigo, fue inabordable. «Acceso denegado.» Discutimos. Intentamos desmenuzar el problema. La conclusión, lamentablemente, fue siempre la misma: «alguien», en efecto, una vez transferido el paquete informativo sobre los ADN, programó el ordenador, bloqueándolo. ¿«Alguien»? Mi hermano estuvo de acuerdo conmigo. Ese «alguien» era Curtiss... Pero, ¿por qué? ¿A qué obedecía aquella desconfianza? Eliseo sonrió con benevolencia. -¿Es que no comprendes?... Son de Inteligencia... Le reproché la venenosa insinuación aunque, en el fondo, tenía sobradas razones para opinar como él. Finalmente se excusó: -Hay militares y militares, querido mayor... Tú y yo pertenecemos a los de buena voluntad, como muchos compañeros, que tratan de servir a su nación lo mejor posible. Acepté la matización, regresando al tema principal. ¿Qué encerraban esas investigaciones para que «alguien» las hubiera clausurado? -Está muy claro -prosiguió el ingeniero con cierto cansancio-. Los ADN son mucho más que un experimento científico... ¡Sólo Dios sabe lo que planean con ellos! Por eso han sido clasificados... Reconocí que podía estar en lo cierto. Y poco faltó para que le confesara cuanto había descubierto con los fármacos. Pero la indignación del leal soldado era tal que me contuve. Definitivamente, sólo éramos marionetas al servicio de «algo» que me estremeció. ¡Pobres, esforzados e incautos exploradores! ¿Cuándo aprenderíamos? Y ambos tomamos buena nota. Eliseo, herido en lo más íntimo, juró que «aquello» no quedaría así. Encontraría la «puerta trasera» o la clave de acceso para abrir de nuevo el directorio de los ADN. Creía conocer la psicología del administrador del sistema y pelearía por hallar la «llave». No dudé de su capacidad pero, sinceramente, la empresa se me antojó casi imposible. Estaba claro que nos enfrentábamos a una mente especialmente agresiva y diabólica. El tiempo me daría la razón... En cuanto a mí, a raíz del «incidente», también tomé algunas «decisiones». Para empezar, nos aprovecharíamos de la Operación en todos los sentidos. Uno, en particular, recibiría la máxima prioridad: la información obtenida en aquel tercer y extraoficial «salto» sería de nuestra absoluta propiedad. Nadie nos arrebataría la valiosa documentación. Y una audaz y peligrosa «idea» fue germinando en mi cerebro. No lo consentiría. No permitiría que esas tenebrosas fuerzas que nos estaban utilizando se apoderasen del valioso «cargamento» depositado en el módulo. Los ADN no caerían en sus manos. 103

También lo juré. Y lo hice por lo más sagrado que conocía: el Hijo del Hombre... He sido militar, y me siento orgulloso, pero entiendo que todo tiene un límite. Mi hermano tampoco supo de estas drásticas «decisiones». No lo consideré oportuno. Dado lo arriesgado de la «idea», y las imprevisibles «consecuencias» que podían derivarse de una «acción» así, preferí mantenerlo al margen. Nadie le culparía. Sería yo el único responsable. Así terminó aquel extraño y difícil día. Una jornada, como apuntaba anteriormente, en la que el Destino se empeñó en mostrarnos la otra «cara» de la Operación Caballo de Troya. Por supuesto, lo agradecí. Era más útil y rentable saber a qué atenernos..., antes de emprender la nueva y fascinante aventura. Era vital que estos exploradores conocieran de antemano lo que les aguardaba al retornar a su verdadero «ahora». Y me puse en manos de la Providencia. Ella «sabe»... 17 DE AGOSTO, VIERNES No sé por qué pero, al asomarme al «portaaviones», me sentí optimista. Cielo azul. Viento en calma... Un día magnífico, sí. Los recientes y tristes «hallazgos» parecían casi olvidados. Ahora sólo contaba el inminente viaje al macizo montañoso del Hermón. E imaginé al Maestro en algún bello rincón de aquel coloso nevado... ¿Qué haría? ¿Por qué tomó la decisión de refugiarse en un lugar tan apartado? Y, sobre todo, ¿cuáles eran sus pensamientos? ¿Había concebido ya la idea de lanzarse a predicar? Súbitamente, sin embargo, el Destino me arrancó de estas reflexiones. Y siguió tejiendo y destejiendo... Fue al reparar en mis manos cuando, de pronto, el optimismo se evaporó. ¿Cómo no me di cuenta? Al acostarme no estaban allí... Esto tuvo que aparecer en el transcurso de la pasada noche. Y los viejos temores, los familiares fantasmas, se agolparon en tropel en el corazón de este cansado explorador. .. ¡Dios mío! Lo examiné cuidadosamente, llegando a un único e inmisericorde diagnóstico: la degradación neuronal avanzaba con mayor rapidez de lo inicialmente supuesto. Desperté a mi hermano y, sin mediar palabra, repetí la inspección. ¡Afirmativo! Eliseo, como yo, reaccionó con asombro. Se restregó las manos y, titubeante, preguntó: -¿Es grave? 104

Claus», convertido <strong>de</strong> pronto en enemigo, fue inabordable. «Acceso <strong>de</strong>negado.»<br />

Discutimos. Intentamos <strong>de</strong>smenuzar el problema. La conclusión, lamentablemente,<br />

fue siempre la misma: «alguien», en efecto, una vez transferido el<br />

paquete informativo sobre los ADN, programó el or<strong>de</strong>nador, bloqueándolo.<br />

¿«Alguien»?<br />

Mi hermano estuvo <strong>de</strong> acuerdo conmigo. Ese «alguien» era Curtiss...<br />

Pero, ¿por qué? ¿A qué obe<strong>de</strong>cía aquella <strong>de</strong>sconfianza?<br />

Eliseo sonrió con benevolencia.<br />

-¿Es que no compren<strong>de</strong>s?... Son <strong>de</strong> Inteligencia...<br />

Le reproché la venenosa insinuación aunque, en el fondo, tenía sobradas<br />

razones para opinar como él. Finalmente se excusó:<br />

-Hay militares y militares, querido mayor... Tú y yo pertenecemos a los <strong>de</strong><br />

buena voluntad, como muchos compañeros, que tratan <strong>de</strong> servir a su nación<br />

lo mejor posible.<br />

Acepté la matización, regresando al tema principal. ¿Qué encerraban esas<br />

investigaciones para que «alguien» las hubiera clausurado?<br />

-Está muy claro -prosiguió el ingeniero con cierto cansancio-. Los ADN son<br />

mucho más que un experimento científico... ¡Sólo Dios sabe lo que planean<br />

con ellos! Por eso han sido clasificados...<br />

Reconocí que podía estar en lo cierto. Y poco faltó para que le confesara<br />

cuanto había <strong>de</strong>scubierto con los fármacos. Pero la indignación <strong>de</strong>l leal soldado<br />

era tal que me contuve.<br />

Definitivamente, sólo éramos marionetas al servicio <strong>de</strong> «algo» que me estremeció.<br />

¡Pobres, esforzados e incautos exploradores! ¿Cuándo apren<strong>de</strong>ríamos?<br />

Y ambos tomamos buena nota.<br />

Eliseo, herido en lo más íntimo, juró que «aquello» no quedaría así. Encontraría<br />

la «puerta trasera» o la clave <strong>de</strong> acceso para abrir <strong>de</strong> nuevo el directorio<br />

<strong>de</strong> los ADN. Creía conocer la psicología <strong>de</strong>l administrador <strong>de</strong>l sistema y pelearía<br />

por hallar la «llave». No dudé <strong>de</strong> su capacidad pero, sinceramente, la<br />

empresa se me antojó casi imposible. Estaba claro que nos enfrentábamos a<br />

una mente especialmente agresiva y diabólica. El tiempo me daría la razón...<br />

En cuanto a mí, a raíz <strong>de</strong>l «inci<strong>de</strong>nte», también tomé algunas «<strong>de</strong>cisiones».<br />

Para empezar, nos aprovecharíamos <strong>de</strong> la Operación en todos los sentidos.<br />

Uno, en particular, recibiría la máxima prioridad: la información obtenida en<br />

aquel tercer y extraoficial «salto» sería <strong>de</strong> nuestra absoluta propiedad. Nadie<br />

nos arrebataría la valiosa documentación.<br />

Y una audaz y peligrosa «i<strong>de</strong>a» fue germinando en mi cerebro.<br />

No lo consentiría. No permitiría que esas tenebrosas fuerzas que nos estaban<br />

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Los ADN no caerían en sus manos.<br />

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