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CABALLO DE TROYA 6 (HERMÓN) – J. J. BENÍTEZ<br />
SÍNTESIS DE LO PUBLICADO<br />
Enero (1973)<br />
Las Fuerzas Aéreas Norteamericanas inauguran la operación secreta <strong>de</strong>nominada<br />
<strong>Caballo</strong> <strong>de</strong> <strong>Troya</strong>. Un ambicioso proyecto científico que sitúa a dos<br />
pilotos en el año 30 <strong>de</strong> nuestra era. Concretamente, en la Palestina <strong>de</strong> Jesús<br />
<strong>de</strong> Nazaret.<br />
El objetivo es tan complejo como fascinante: conocer <strong>de</strong> primera mano la vida<br />
y los pensamientos <strong>de</strong>l llamado Hijo <strong>de</strong>l Hombre.<br />
Jasón y Eliseo, responsables <strong>de</strong> la exploración, viven paso a paso -casi minuto<br />
a minuto- las terroríficas jornadas <strong>de</strong> la Pasión y Muerte <strong>de</strong>l Galileo. Y comprueban<br />
que muchos <strong>de</strong> los sucesos narrados en los textos evangélicos fueron<br />
<strong>de</strong>formados, silenciados o mutilados.<br />
Tras el primer «salto» en el tiempo, Jasón, el mayor <strong>de</strong> la USAF que dirige la<br />
operación y autor <strong>de</strong>l diario en el que se narra esta aventura, experimenta<br />
una profunda transformación. A pesar <strong>de</strong> su inicial escepticismo, la proximidad<br />
<strong>de</strong>l Maestro conmueve sus cimientos interiores.<br />
Marzo (1973)<br />
Los responsables <strong>de</strong> <strong>Caballo</strong> <strong>de</strong> <strong>Troya</strong> <strong>de</strong>ci<strong>de</strong>n repetir el experimento. Algo<br />
falló...<br />
A<strong>de</strong>más, en el aire han quedado algunas incógnitas. Una, en especial, estimula<br />
la curiosidad <strong>de</strong> los científicos: ¿qué ocurrió en la madrugada <strong>de</strong>l domingo,<br />
9 <strong>de</strong> abril <strong>de</strong>l año 30? ¿Cómo explicar la misteriosa <strong>de</strong>saparición <strong>de</strong>l<br />
cadáver <strong>de</strong>l rabí <strong>de</strong> Galilea?<br />
Jasón entra <strong>de</strong> nuevo en Jerusalén y asiste, perplejo, a varias <strong>de</strong> las apariciones<br />
<strong>de</strong>l Maestro. La <strong>de</strong>sconcertante experiencia se repite en la Galilea. No<br />
hay duda: el Resucitado es una realidad física... Esta vez, la Ciencia no tiene<br />
palabras. No sabe, no compren<strong>de</strong> el cómo <strong>de</strong> aquel «cuerpo glorioso».<br />
Jasón se aventura en Nazaret y reconstruye la infancia y la mal llamada «vida<br />
oculta» <strong>de</strong> Jesús. Idéntica conclusión: los evangelistas no acertaron a la hora<br />
<strong>de</strong> narrar esas trascen<strong>de</strong>ntales etapas <strong>de</strong> la encarnación <strong>de</strong>l Hijo <strong>de</strong> Dios. La<br />
adolescencia y madurez fueron más intensas y apasionantes <strong>de</strong> lo que se ha<br />
dicho o imaginado.<br />
El mayor va conociendo y entendiendo la personalidad <strong>de</strong> muchos <strong>de</strong> los<br />
personajes que ro<strong>de</strong>aron al Galileo. Jamás, hasta hoy, se había trazado un<br />
perfil tan minucioso y exhaustivo <strong>de</strong> los hombres y mujeres que participaron<br />
en la obra <strong>de</strong>l Maestro. Es así como <strong>Caballo</strong> <strong>de</strong> <strong>Troya</strong> <strong>de</strong>smitifica y coloca en<br />
1
su justo lugar a protagonistas como María, la madre <strong>de</strong> Jesús, Poncio o los<br />
íntimos.<br />
Pero la aventura continúa. Deseosos <strong>de</strong> llegar hasta el final, <strong>de</strong> conocer, en<br />
suma, la totalidad <strong>de</strong> la vida pública o <strong>de</strong> predicación <strong>de</strong> Jesús <strong>de</strong> Nazaret, los<br />
pilotos norteamericanos toman una drástica <strong>de</strong>cisión: actuarán al margen <strong>de</strong><br />
lo establecido oficialmente. Y aunque sus vidas se hallan hipotecadas por un<br />
mal irreversible -consecuencia <strong>de</strong>l propio experimento- se preparan para un<br />
tercer «salto» en el tiempo. Una experiencia singular que nos muestra a un<br />
Jesús infinitamente más humano y divino. Un Jesús que poco o nada tiene que<br />
ver con lo que han pintado o sugerido las religiones y la Historia...<br />
EL DIARIO<br />
(SEXTA PARTE)<br />
18 DE MAYO, JUEVES (AÑO 30)<br />
«Me equivoqué, sí... Una vez más...<br />
Pero Eliseo, mi entrañable compañero, supo esperar. Supo escuchar. Supo<br />
compren<strong>de</strong>r. E hizo fácil lo difícil.<br />
Como creo haber mencionado, los recuerdos, a partir <strong>de</strong> esa mañana <strong>de</strong>l<br />
jueves, 18 <strong>de</strong> mayo, son confusos. Algo me transformó y dominó. Abandoné<br />
precipitadamente la Ciudad Santa y, olvidando la misión, galopé sin <strong>de</strong>scanso.<br />
«El Maestro nos esperaba...<br />
»Su amor nos cubriría...»<br />
¿Qué había sucedido en aquella larga y postrera presencia <strong>de</strong>l rabí? Mejor<br />
dicho, ¿qué me había ocurrido?<br />
No era yo. No era el científico que, supuestamente, <strong>de</strong>bía valorar, contrastar<br />
y juzgar. Algo singular, en efecto, se instaló en mi corazón. En mi mente sólo<br />
brillaban un rostro, una frase y un guiño <strong>de</strong> complicidad...<br />
«¡Hasta muy pronto!»<br />
Estaba <strong>de</strong>cidido. Lo haríamos..., ¡ya! A<strong>de</strong>lantaríamos el ansiado tercer<br />
«salto» en el tiempo. Él nos esperaba.<br />
Pobre Poseidón. Apenas si le concedí <strong>de</strong>scanso.<br />
La cuestión es que, bien entrada la noche, Eliseo me recibía <strong>de</strong>sconcertado. Y<br />
durante un tiempo -en realidad, todo el tiempo-, atropelladamente y sin<br />
<strong>de</strong>masiado acierto, intenté dibujar lo acaecido en el piso superior <strong>de</strong> la casa <strong>de</strong><br />
los Marcos y en la falda <strong>de</strong>l monte <strong>de</strong> las Aceitunas. Mi hermano, como digo,<br />
comprendiendo que algo no iba bien, se limitó a escuchar. Dejó que me vaciara.<br />
Después, tras una espesa pausa, señaló hacia las literas, sentenciando:<br />
-Descansemos... Demos a cada día su afán. Mañana <strong>de</strong>cidiremos.<br />
2
A qué negarlo. Me sentí <strong>de</strong>cepcionado. Insistí.<br />
-Él nos espera...<br />
No hubo respuesta. Yo sabía <strong>de</strong> su ardiente <strong>de</strong>seo. Él, como yo, había planificado<br />
la nueva aventura con tanta precisión como cariño. Sin embargo...<br />
Ahora le comprendo y bendigo su templanza.<br />
Ahí murió mi fogosa <strong>de</strong>fensa. El cansancio tomó entonces el relevo y se hizo el<br />
silencio. Lo último que recuerdo es a un Eliseo <strong>de</strong> espaldas, enfrascado en la<br />
revisión <strong>de</strong> los cinturones <strong>de</strong> seguridad que peinaban la solitaria cumbre <strong>de</strong>l<br />
Ravid.<br />
Sí, mañana <strong>de</strong>cidiríamos...<br />
19 DE MAYO, VIERNES<br />
Eliseo, pru<strong>de</strong>nte, me <strong>de</strong>jó dormir. Fue un sueño dilatado. Profundo. Vivificador.<br />
Un <strong>de</strong>scanso que hizo el prodigio. ¿O no fue el sueño? Veamos si soy<br />
capaz <strong>de</strong> explicarme...<br />
La nueva mañana se presentó espléndida. Luminosa. Los sensores <strong>de</strong> la<br />
«cuna» ratificaron lo que teníamos a la vista. Temperatura, a las 9 horas, 18°<br />
centígrados. Humedad relativa a un 47 por ciento. Visibilidad ilimitada. Viento<br />
en calma.<br />
Sí, una jornada primaveral..., y distinta. Al principio, como venía diciendo,<br />
atribuí el cambio al sereno y reconfortante sueño. Pero, al poco, al asomarme<br />
a la plataforma rocosa <strong>de</strong>l «portaaviones», empecé a intuir que allí ocurría<br />
algo más... Las palabras, una vez más, me frenan y limitan.<br />
Era una sensación. ¿O <strong>de</strong>bería hablar <strong>de</strong> un estado? Casi no recordaba al<br />
Jasón <strong>de</strong>l día anterior. Aquella fogosidad, aquel ciego empeño por abordar el<br />
tercer «salto», parecían ahora una lejana pesadilla. Algo irreal.<br />
¡Dios, cómo explicarlo!<br />
Por supuesto, lo contrasté con mi hermano. Y estuvo <strong>de</strong> acuerdo conmigo. Él<br />
también lo había percibido. Fue aparentemente súbito, aunque sigo teniendo<br />
serias dudas...<br />
Era, sí, como si «algo» invisible, superior, benéfico y sutil se hubiera <strong>de</strong>rramado<br />
en nuestros corazones. «Algo» que, obviamente, en esos instantes,<br />
no supimos <strong>de</strong>finir.<br />
Era, sí, una sólida e implacable sensación (?) <strong>de</strong> seguridad. Una seguridad<br />
distinta a cuanto llevaba experimentado. Una seguridad en mí mismo y, en<br />
especial, en lo que llevaba entre manos. Una extraña e inexplicable mezcla (?)<br />
<strong>de</strong> seguridad, paz interior y confianza. Todo se nos antojó distinto. Y al<br />
principio, quizá por un estúpido pudor, ninguno <strong>de</strong> los dos nos atrevimos a<br />
mencionar la palabra, el espíritu -no sé cómo <strong>de</strong>scribirlo-, que aleteaba en<br />
mitad <strong>de</strong> aquella «sensación». Fue mi hermano quien, valientemente, abrió<br />
su corazón...<br />
3
-No consigo enten<strong>de</strong>rlo -manifestó-, pero ahí está... Algo o alguien ha abierto<br />
mi mente... Y sé que mi vida ya no será igual... Su espíritu, sus palabras y sus<br />
obras se han instalado en todo mi ser...<br />
Entonces, arrodillándose, exclamó:<br />
-¡Bendito seas..., Jesús <strong>de</strong> Nazaret!<br />
Días <strong>de</strong>spués, al reanudar las misiones que habían quedado en suspenso, al<br />
saber, en <strong>de</strong>finitiva, lo ocurrido y vivido por los íntimos <strong>de</strong>l Maestro en Jerusalén,<br />
empecé a sospechar. Y hoy sé quién fue el responsable <strong>de</strong> aquella<br />
cálida y po<strong>de</strong>rosa «sensación». Hoy sé que también fuimos partícipes <strong>de</strong>l<br />
magnífico «regalo» <strong>de</strong>l Maestro. Un «obsequio» varias veces prometido y que<br />
llevaba un nombre mágico: el Espíritu <strong>de</strong> la Verdad. Pero no a<strong>de</strong>lantemos los<br />
acontecimientos...<br />
No había tiempo que per<strong>de</strong>r. Así que, ante mi propio <strong>de</strong>sconcierto y la estampa<br />
feliz y radiante <strong>de</strong> Eliseo, procedimos a un reposado y minucioso<br />
análisis <strong>de</strong> la situación. Y <strong>de</strong> forma espontánea arrancamos por lo prioritario.<br />
Mi alocada fuga <strong>de</strong> la Ciudad Santa acababa <strong>de</strong> arruinar uno <strong>de</strong> los objetivos<br />
<strong>de</strong> la misión oficial: el seguimiento <strong>de</strong> los discípulos tras la mal llamada<br />
«ascensión». ¿Qué fue lo ocurrido durante la célebre fiesta <strong>de</strong> Pentecostés?<br />
¿Se produjo realmente el advenimiento <strong>de</strong>l Espíritu? Más aún: ¿qué era<br />
exactamente esa misteriosa entidad? ¿Podíamos dar credibilidad a los fantásticos<br />
sucesos narrados por Lucas? ¿Qué sucedió en el cenáculo? ¿Vieron los<br />
allí reunidos las increíbles lenguas <strong>de</strong> fuego? ¿Hablaron los íntimos <strong>de</strong>l<br />
Maestro en otros idiomas?<br />
Para intentar <strong>de</strong>spejar estas incógnitas sólo quedaba un único medio: hacer<br />
acto <strong>de</strong> presencia en Jerusalén y, con paciencia y tacto, reunir toda la información<br />
posible.<br />
Segundo y no menos <strong>de</strong>licado asunto: la <strong>de</strong>nominada Operación Salomón.<br />
Aquélla, justamente, era otra <strong>de</strong> las claves <strong>de</strong> este segundo «salto». No podíamos<br />
fallar. Pero el arranque <strong>de</strong> la misma se hallaba sujeto a mi retorno a la<br />
«base-madre-tres». Eliseo y quien esto escribe repasamos y valoramos una y<br />
otra vez el tiempo <strong>de</strong> permanencia <strong>de</strong> este explorador en la Ciudad Santa.<br />
Finalmente nos rendimos. No había forma <strong>de</strong> precisar. Todo <strong>de</strong>pendía <strong>de</strong> un<br />
cúmulo <strong>de</strong> factores, a cual más en<strong>de</strong>ble e inseguro. Pero, guiados por esa<br />
férrea y recién estrenada «fuerza» que nos invadía en manos <strong>de</strong> Ab-bá, el<br />
Padre <strong>de</strong> los cielos...<br />
Curioso. ¡Vaya par <strong>de</strong> científicos!<br />
Eliseo y yo nos miramos, estupefactos. ¿Des<strong>de</strong> cuándo confiábamos en el<br />
criterio y en la voluntad <strong>de</strong> Ab-bá? Lo increíble es que ninguno se sintió incómodo.<br />
Todo lo contrario. Lucharíamos, sí. Eso estaba claro. Pero, a partir <strong>de</strong><br />
un punto, si la inteligencia o las fuerzas flaqueaban, el asunto pasaría a su<br />
jurisdicción. Sí, no cabe duda. Algo habíamos aprendido <strong>de</strong>l Maestro...<br />
Tercer problema. Mejor dicho, doble tercer problema: la amenaza <strong>de</strong> Poncio y<br />
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el irritante asunto <strong>de</strong> la escasez <strong>de</strong> fondos.<br />
El gobernador, como anunciara el primípilus, no <strong>de</strong>scansaría hasta capturar al<br />
«po<strong>de</strong>roso mago» que había osado <strong>de</strong>jarle en ridículo. La verdad es que poco<br />
podía hacer. Amén <strong>de</strong> las ya habituales y conocidas medidas personales <strong>de</strong><br />
seguridad, sólo me restaba extremar la pru<strong>de</strong>ncia y confiar...<br />
Eliseo, discreto, no <strong>de</strong>seando cargar mi ánimo, aligeró <strong>de</strong> hierro el conflicto,<br />
recordándome algo que ya sabía:<br />
-Resistiremos... Con el tercer «salto», todo eso <strong>de</strong>saparecerá.<br />
Otra cuestión fue el enojoso dilema planteado por el ópalo blanco. En principio,<br />
yo había perdido una primera oportunidad <strong>de</strong> canjearlo en Jerusalén. Sin embargo,<br />
contemplando las sensatas recomendaciones <strong>de</strong>l anciano Zebe<strong>de</strong>o,<br />
advirtiéndome sobre las torcidas intenciones y la rapacidad <strong>de</strong> banqueros y<br />
cambistas, ya no estuve tan seguro. Es más: Eliseo se congratuló ante la<br />
aparentemente loca huida <strong>de</strong> la Ciudad Santa. ¿Qué hacer entonces con<br />
aquella valiosa gema? Como se recordará, según Claudia Procla, gobernadora,<br />
la pieza fue tasada en unos dos millones <strong>de</strong> sestercios (algo más <strong>de</strong> trescientos<br />
treinta mil <strong>de</strong>narios-plata). Toda una fortuna...<br />
Podía arriesgarme a viajar a Jerusalén con ella. Podía, incluso, negociar la<br />
venta. Pero, ¿era aconsejable el transporte <strong>de</strong> tan abultado y pesado cargamento<br />
<strong>de</strong> monedas hasta la «cuna»?<br />
Mi hermano se negó en redondo. El sentido común le dictaba cautela. Esperaríamos.<br />
Fue entonces, al llevar a cabo el recuento <strong>de</strong> las menguadas reservas existentes<br />
en la bolsa <strong>de</strong> hule, cuando aquellos exploradores, lejos <strong>de</strong> caer en un<br />
más que lógico <strong>de</strong>sánimo, rompieron a reír.<br />
Otro indicio, sí, <strong>de</strong> que «algo» espléndido y prometedor estaba naciendo en lo<br />
más profundo...<br />
Eliseo acarició las monedas y cantó por segunda vez:<br />
-Diez <strong>de</strong>narios y veinte ases...<br />
Y al mirarnos, inexplicable e irrefrenable, una risa contagiosa se <strong>de</strong>sbordó <strong>de</strong><br />
nuevo, colocándonos al filo <strong>de</strong> las lágrimas.<br />
¿Desconcertante? No <strong>de</strong>l todo. Hoy creo saber el porqué <strong>de</strong> tan paradójica<br />
reacción. En parte, la explicación fue apuntada por mi amigo en el siguiente y<br />
certero comentario:<br />
-Tu «Jefe» tiene un problema...<br />
Y la risa regresó, poniendo en fuga cualquier vestigio <strong>de</strong> pesimismo.<br />
Insisto. Hoy lo sé. Allí se había producido un «milagro». Aquellos hombres<br />
empezaban a compren<strong>de</strong>r. Mejor aún: aquellos locos aventureros empezaban<br />
a confiar en «algo» aparentemente poco científico..., pero sublime.<br />
En efecto, Ab-bá, nuestro «Jefe», tenía un problema.<br />
Por último, maravillados ante nuestra propia actitud, repasamos los <strong>de</strong>talles<br />
<strong>de</strong>l más que estudiado tercer «salto». Eliseo me observó con complacencia.<br />
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Aquel Jasón, tranquilo y sensato, midió y calculó con mesura. Lo teníamos<br />
todo, sí, pero convenía esperar y cumplir primero con lo establecido. Y aquella<br />
atmósfera <strong>de</strong> paz, confianza y seguridad llenó la «cuna»...<br />
Eliseo, en silencio, fue a sentarse entonces frente al or<strong>de</strong>nador central. Tecleó<br />
y, al punto, el fiel «Santa Claus» iluminó la pantalla y nos iluminó.<br />
La lectura <strong>de</strong> las frases -pronunciadas por el Resucitado el 22 <strong>de</strong> abril en su<br />
aparición en la colina <strong>de</strong> las Bienaventuranzas- redon<strong>de</strong>ó la inolvidable mañana.<br />
«...Cuando seáis <strong>de</strong>vueltos al mundo y al momento <strong>de</strong> don<strong>de</strong> procedáis, una<br />
sola realidad brillará en vuestros corazones: enseñad a vuestros semejantes,<br />
a todos, cuanto habéis visto, oído y experimentado a mi lado. Sé que, a<br />
vuestra manera, terminaréis por confiar en mí. Sé también que no teméis a<br />
los hombres, ni a lo que puedan representar, y que proclamaréis mi Verdad. Y<br />
otros muchos, gracias a vuestro esfuerzo y sacrificio, recibirán la luz <strong>de</strong> mi<br />
promesa...»<br />
No hubo comentarios. Ignoro si mi hermano lo tenía preparado. Poco importa.<br />
Ambos estábamos <strong>de</strong> acuerdo: aquél sí era el auténtico, el más sagrado<br />
objetivo <strong>de</strong> esta dura, extraña y fascinante experiencia. Por supuesto que<br />
confiábamos en Él. Cómo no hacerlo <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> lo que habíamos visto y<br />
experimentado... Lo haríamos, sí. No <strong>de</strong>jaríamos en blanco un solo minuto, un<br />
solo suceso relacionado con el Maestro. El mundo <strong>de</strong>bía, tenía <strong>de</strong>recho a<br />
saber...<br />
¡Poseidón!<br />
Al asomarnos a las escotillas comprendimos nuestra torpeza. El noble caballo<br />
blanco, proporcionado por Civilis en la fortaleza <strong>de</strong>l gobernador, en Cesárea,<br />
reclamaba un mínimo <strong>de</strong> atención. Los reiterados y breves relinchos, rematados<br />
con un sonido grave, casi con la boca cerrada, no <strong>de</strong>jaban lugar a dudas.<br />
El animal protestaba. Llamaba. Pero ¿cómo podía saber que estábamos allí? El<br />
módulo, protegido por la radiación IR (infrarroja), era invisible a sus ojos...<br />
Debíamos tomar una <strong>de</strong>cisión. ¿Nos quedábamos con él? Mi hermano, cargado<br />
<strong>de</strong> razón, se opuso. Ciertamente, pensando en los viajes que nos<br />
aguardaban, el concurso <strong>de</strong> Poseidón podía ser <strong>de</strong> gran utilidad. Sin embargo,<br />
mientras la amenaza <strong>de</strong> Poncio siguiera pesando sobre este explorador, la<br />
presencia <strong>de</strong>l llamativo bruto constituía un riesgo añadido. Traté <strong>de</strong> disuadirle,<br />
argumentando que, al montarlo, no había reparado en marca alguna. Ni <strong>de</strong><br />
raza, ni tampoco <strong>de</strong> propiedad.<br />
Eliseo me perforó con la mirada. Y supo la verdad: la única, la verda<strong>de</strong>ra<br />
razón <strong>de</strong> peso que me movía a <strong>de</strong>fen<strong>de</strong>r al nuevo compañero..., era el afecto.<br />
Pero no protestó. Se encogió <strong>de</strong> hombros y me <strong>de</strong>jó hacer.<br />
Lo primero era lo primero. Preten<strong>de</strong>r alimentar al equino en lo alto <strong>de</strong> aquella<br />
pedregosa y reseca planicie era poco menos que imposible. El agua, quizá,<br />
era lo <strong>de</strong> menos. La «cuna» estaba en condiciones <strong>de</strong> suministrársela. El<br />
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forraje, en cambio, era otra cuestión. La vegetación que medio prosperaba en<br />
el lugar la formaba tan sólo los heroicos corros <strong>de</strong> cardos perennes (la ya<br />
mencionada Gun<strong>de</strong>lia <strong>de</strong> Toumefort).<br />
Así que, <strong>de</strong> mutuo acuerdo, opté por <strong>de</strong>scen<strong>de</strong>r hasta la plantación situada al<br />
nor<strong>de</strong>ste <strong>de</strong>l Ravid, al pie <strong>de</strong>l camino que unía Migdal con Maghar. Entre los<br />
huertos, con un poco <strong>de</strong> suerte, podía encontrar lo que buscaba. Lo que no<br />
imaginé, naturalmente, es que el Destino -cómo no- también me aguardaba<br />
entre aquellos laboriosos felah...<br />
Eché mano <strong>de</strong> la «vara <strong>de</strong> Moisés» y <strong>de</strong> los últimos <strong>de</strong>narios y, con el sol en el<br />
cénit, tiré <strong>de</strong> las riendas <strong>de</strong>l hambriento Poseidón, cruzando la suave pendiente.<br />
Todo se hallaba en calma. Sujeté al paciente animal al frondoso<br />
manzano <strong>de</strong> Sodoma y, <strong>de</strong>spacio, extremando las precauciones, fui a asomarme<br />
a lo que <strong>de</strong>nominábamos la «zona muerta», la rampa <strong>de</strong> un seis por<br />
ciento <strong>de</strong> <strong>de</strong>snivel que moría en la pista <strong>de</strong> tierra negra y volcánica.<br />
El camino aparecía <strong>de</strong>spejado. A lo lejos, a la altura <strong>de</strong> la plantación, distinguí<br />
una reata <strong>de</strong> onagros, los duros y altivos asnos asiáticos <strong>de</strong> vientre blanco y<br />
gran<strong>de</strong>s orejas. Me tranquilicé. Trotaban rápidos hacia el yam.<br />
Aquél era el momento. Me hice <strong>de</strong> nuevo con el caballo y, sin pérdida <strong>de</strong><br />
tiempo, irrumpimos en la senda. Minutos <strong>de</strong>spués, sin saber hacia dón<strong>de</strong> tirar,<br />
me introduje <strong>de</strong>cidido en el laberinto <strong>de</strong> huertos y frutales. No tuve que<br />
caminar gran cosa. A la sombra <strong>de</strong> unos almendros en flor, una pareja <strong>de</strong><br />
felah (campesinos) se afanaba en la recogida <strong>de</strong> enormes y suculentos hatzir<br />
(los afamados puerros <strong>de</strong> la Galilea). Desconfiados, me obligaron a repetir la<br />
pregunta. Necesitaba adquirir cebada. A ser posible, cocida, y también algunos<br />
efa <strong>de</strong> buen heno, así como la pequeña y nutritiva pol (haba) que<br />
empezaba a recogerse en las riberas <strong>de</strong>l yam.<br />
Supongo que me entendieron pero, con <strong>de</strong>sgana, dándome casi la espalda, se<br />
limitaron a señalar hacia el oeste, mascullando algo sobre un tal Camar. No<br />
intenté aclarar el confuso término. Aquello no parecía arameo. Y no <strong>de</strong>seando<br />
crear problemas innecesarios di por buena la indicación, situándome <strong>de</strong> nuevo<br />
en el arranque <strong>de</strong> la plantación. Allí, al pie <strong>de</strong>l montículo que protegía el vergel<br />
por su flanco norte, medio oculta entre algarrobos, higueras, alfóncigos y<br />
palmeras datileras, distinguí una choza <strong>de</strong> adobe con techo <strong>de</strong> palma.<br />
Y avancé.<br />
A corta distancia <strong>de</strong> la casa, sentado sobre la hierba y recostado contra la<br />
negra pared <strong>de</strong> basalto <strong>de</strong> un pozo, me observaba un viejo. Decidí probar. Tiré<br />
<strong>de</strong>l animal y, al llegar a la altura <strong>de</strong>l individuo, empecé a compren<strong>de</strong>r.<br />
Respetuoso, respondió a mi saludo, pero en un arameo galilaico roto y<br />
<strong>de</strong>scompuesto. Se alzó, extendió su mano <strong>de</strong>recha y, tras entonar un «que<br />
Dios fortalezca tu barba», fue a colocar dicha mano sobre el corazón. Me<br />
hallaba, en efecto, ante un badawi (un beduino).<br />
El anciano, que podría rondar los sesenta años, vestía una cumplida túnica<br />
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lanca (algo similar al dishasha <strong>de</strong> los nómadas <strong>de</strong> Arabia), con amplias<br />
mangas recogidas por encima <strong>de</strong> los codos. Se tocaba con un turbante (un<br />
keffiyeh), también <strong>de</strong> lana y <strong>de</strong> un blanco igualmente inmaculado. Y bajo<br />
dicho keffiyeh, <strong>de</strong>splomado sobre los estrechos hombros, un largo y estropajoso<br />
cabello, teñido en un rojo rabioso.<br />
Nos observamos con curiosidad.<br />
El rostro, afilado, cargado <strong>de</strong> esquinas y trabajado por <strong>de</strong>cenas <strong>de</strong> arrugas,<br />
presentaba unos ojos pequeños, oscuros y arrogantes. Y al pie <strong>de</strong> aquel<br />
semblante verdinegro, una perilla cana y <strong>de</strong>shilachada.<br />
Sonrió, mostrando unas encías ulceradas y sin un solo diente. Y aferrándose a<br />
la gran mano <strong>de</strong> plata que colgaba <strong>de</strong>l cuello indicó que me aproximara y que<br />
tomara posesión <strong>de</strong> su humil<strong>de</strong> hogar.<br />
Dudé. Ni siquiera había preguntado quién era o por qué me encontraba allí.<br />
Poco a poco, conforme fuimos avanzando en el seguimiento <strong>de</strong> Jesús <strong>de</strong><br />
Nazaret, el roce con estos numerosísimos badu -«el pueblo que habla claramente»-<br />
fue proporcionándonos un más completo y riguroso conocimiento<br />
<strong>de</strong> sus modos y costumbres. Y la hospitalidad, como espero tener oportunidad<br />
<strong>de</strong> relatar, era una <strong>de</strong> sus normas más sagradas. Lástima que los evangelistas<br />
no hicieran prácticamente mención <strong>de</strong> los numerosos momentos en los que el<br />
Maestro <strong>de</strong>partió y convivió con los arab... Pero <strong>de</strong>mos tiempo al tiempo.<br />
Al poco rato, en silencio, el amable anciano regresaba <strong>de</strong> la oscuridad <strong>de</strong> la<br />
choza, <strong>de</strong>positando en el suelo una escudilla <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra y un ibríg (una especie<br />
<strong>de</strong> jarra <strong>de</strong> piedra). Y ceremonioso, me animó a probar.<br />
No haberlo hecho hubiera sido un insulto. Así que, correspondiendo con<br />
idéntica teatralidad, llevé a los labios la jarra, <strong>de</strong>scubriendo con placer que el<br />
mo<strong>de</strong>sto «aperitivo» no era otra cosa que el raki, una suerte <strong>de</strong> «mosto»<br />
ligeramente fermentado y sabiamente mezclado con yogur batido en zumo <strong>de</strong><br />
frutas. A continuación, ante la atenta mirada <strong>de</strong> mi anfitrión, como dictaban<br />
las buenas costumbres, introduje tres <strong>de</strong>dos <strong>de</strong> la mano <strong>de</strong>recha en la escudilla,<br />
haciéndome con una <strong>de</strong> las <strong>de</strong>licadas y doradas tortas <strong>de</strong> pan.<br />
Exquisita...<br />
El hombre, feliz ante mis elogios, aclaró que algo inexplicable -«pue<strong>de</strong> que la<br />
mano <strong>de</strong> Dios»- lo había empujado esa mañana a preparar el lizzaqeh, un pan<br />
especial, elaborado con harina <strong>de</strong> trigo y empapado en mantequilla y miel.<br />
Me llamó la atención que hablara <strong>de</strong> Dios y no <strong>de</strong> dioses... Estos pueblos<br />
preislámicos adoraban y veneraban a toda una legión <strong>de</strong> genios benéficos (los<br />
wely) y maléficos (los ginri), así como a numerosos fenómenos <strong>de</strong> la Naturaleza,<br />
planetas y meteoritos. Pero no me pareció pru<strong>de</strong>nte profundizar en un<br />
tema tan personal.<br />
Tal y como especificaba la buena educación entre los badu repetí el raki por<br />
tres veces y, finalmente, agitando la jarra, procedí a <strong>de</strong>positarla en las finas e<br />
interminables manos <strong>de</strong>l complacido anciano. Fue entonces cuando -<strong>de</strong><br />
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acuerdo con esas mismas costumbres- el gentil beduino se <strong>de</strong>cidió a comer. Y<br />
lo hizo en un reverencial mutismo.<br />
No tuve opción. Si realmente <strong>de</strong>seaba comprar el forraje para el paciente<br />
Poseidón era menester ajustarse a las normas y armarse <strong>de</strong> paciencia. No me<br />
equivoqué. ¿O sí?<br />
Concluida la colación, como suponía, ignorando la razón o razones <strong>de</strong> mi<br />
presencia en su propiedad, tomó la palabra y en aquel <strong>de</strong>testable arameo<br />
comenzó a hablar <strong>de</strong> sus ancestros y <strong>de</strong> su glorioso origen. Me resigné, simulando<br />
un vivo interés y asintiendo en silencio a cada una <strong>de</strong> sus más que<br />
dudosas afirmaciones.<br />
De esta forma supe que se llamaba Gofel, aunque todo el mundo, en la<br />
comarca, lo conocía por un apodo: Camar, que en árabe significa «luna». El<br />
alias <strong>de</strong>l antiguo nómada -proce<strong>de</strong>nte, según él, <strong>de</strong> las lejanas mesetas <strong>de</strong><br />
Moab- se hallaba, al parecer, perfectamente justificado. Pero <strong>de</strong> eso tendríamos<br />
cumplidas noticias en el tercer «salto»...<br />
Dijo pertenecer al muy noble clan o tribu <strong>de</strong> los Beni Saher, oriundos <strong>de</strong> los<br />
pastos <strong>de</strong> Madaba. Y enar<strong>de</strong>cido se refirió a su estirpe como los «hijos <strong>de</strong>l<br />
peñasco», una leyenda que situaba el nacimiento <strong>de</strong> dicho pueblo en una roca<br />
o saher situada en los límites <strong>de</strong> la actual Bel-qa. Y tras enumerar los nombres<br />
<strong>de</strong> los varones hasta la quinta generación, agotado, fue a concluir maldiciendo<br />
-como era <strong>de</strong> esperar- a los Adwan, los Mogally, los Hamai<strong>de</strong>h, los Atawne y,<br />
naturalmente, a los odiados Sararat. Todos ellos, según el encendido Camar,<br />
«perros rabiosos y ancestrales enemigos <strong>de</strong> su gente».<br />
Era el ritual y, como digo, no tuve más remedio que escuchar y esperar.<br />
Finalmente, como lo más natural, preguntó a qué se <strong>de</strong>bía el honor <strong>de</strong> mi<br />
visita. Fui directo y escueto. Pero Camar, tras compren<strong>de</strong>r mis prosaicas<br />
intenciones, no respondió. Dirigió una mirada al caballo y, alzándose, caminó<br />
hacia él. No supe qué hacer, ni qué <strong>de</strong>cir.<br />
Se encaró a Poseidón y acarició la negra estrella <strong>de</strong> la frente. El equino, con<br />
las orejas en punta y hacia a<strong>de</strong>lante, se mostró dócil y tranquilo. Buena señal.<br />
El fino instinto <strong>de</strong>l animal parecía coincidir con mis iniciales apreciaciones:<br />
Camar era <strong>de</strong> fiar... Ro<strong>de</strong>ó <strong>de</strong>spacio al bruto y fue palpando y examinando. Y<br />
escuché algunos elogios relativos a los excelentes aplomos, a la fina e inmaculada<br />
capa plateada, a la cabeza rectilínea y al cuello <strong>de</strong> cisne <strong>de</strong> mi<br />
«amigo».<br />
Por último retornó junto a mí. Siguió observando la montura y, solicitando mi<br />
aprobación, fue a separar los labios <strong>de</strong>l caballo. Soportó el cabeceo con<br />
<strong>de</strong>streza y energía. El badawi sabía...<br />
Lo <strong>de</strong>jé hacer. A buen seguro, aquel personaje podía resultar <strong>de</strong> utilidad. Aún<br />
nos restaban muchas jornadas <strong>de</strong> obligada permanencia en el Ravid...<br />
«Quién sabe -reflexioné-. Pue<strong>de</strong> que la <strong>de</strong>spensa se vea beneficiada.»<br />
Acerté, pero no como imaginaba.<br />
9
Inspeccionó los dientes y, una vez más, se mostró satisfecho. La verdad es<br />
que, hasta ese momento, no había reparado en la edad <strong>de</strong> mi compañero. Los<br />
incisivos <strong>de</strong> leche aparecían <strong>de</strong>finitivamente reemplazados, presentando las<br />
correspondientes concavida<strong>de</strong>s en las puntas. Poseidón, con toda probabilidad,<br />
estaba a punto <strong>de</strong> cumplir los cinco años.<br />
-Bien -susurró al fin, reforzando las palabras con una picara sonrisa-, en mi<br />
juventud fui sais y sé lo que digo...<br />
¿Sais? Debí suponerlo. Un especialista en el pelaje <strong>de</strong> los caballos...<br />
-...Te ofrezco cuarenta piezas...<br />
Fue tan súbito e inesperado que permanecí con la boca abierta, incapaz <strong>de</strong><br />
reaccionar. Y Camar, admitiendo el silencio como una lógica negativa<br />
-divertido ante lo que presumía como una forzosa ceremonia <strong>de</strong> regateoelevó<br />
la suma.<br />
-Cuarenta y cinco y que mis ancestros me perdonen...<br />
-Pero...<br />
Rápido y astuto, adoptó una postura tan falsa como obligada en aquella<br />
suerte <strong>de</strong> negocios entre los badu.<br />
-¿Crees que te engaño?<br />
-Es que...<br />
No me permitió terminar. Y abordó la siguiente y teatral puesta en escena,<br />
golpeándose el pecho e invocando al supuesto fundador <strong>de</strong> su tribu.<br />
-¡Oh, padre Sahel!... ¡Protégeme <strong>de</strong> este munayyil!<br />
No me inmuté. A pesar <strong>de</strong> la cru<strong>de</strong>za <strong>de</strong>l insulto [munayyil, entre los arab, es<br />
sinónimo <strong>de</strong> cobar<strong>de</strong> y hombre sin honor], yo sabía que lamentos e improperios<br />
formaban parte <strong>de</strong>l ritual.<br />
-¿Qué preten<strong>de</strong>s? -elevó el tono, <strong>de</strong>sconcertado ante la aparente resistencia<br />
<strong>de</strong> aquel extranjero-. ¿Quieres mi ruina?... ¿Tratas <strong>de</strong> ensuciar mi cara?... ¿Es<br />
que no ves que estoy jurando por lo más santo?... ¡Juro por mí y por mis<br />
cinco!... ¿Me tomas por un perro sararat?<br />
La comedia, en efecto, llegaba a su final. Al jurar por sí mismo y por sus cinco<br />
generaciones, Camar <strong>de</strong>fendía su honor en el límite <strong>de</strong> lo permitido por los<br />
escrupulosos badu. En cuanto a la <strong>de</strong>spectiva alusión al clan <strong>de</strong> los sararat, el<br />
viejo no hacía otra cosa que ayudarse con una muletilla, una expresión común<br />
y corriente en aquel tiempo. Los sararat, nómadas entre los nómadas, habían<br />
caído en <strong>de</strong>sgracia, siendo calificados por judíos, gentiles y arab como ladrones,<br />
asesinos y «perros <strong>de</strong>l <strong>de</strong>sierto». No por casualidad, a lo largo <strong>de</strong> su<br />
vida <strong>de</strong> predicación, Jesús <strong>de</strong> Nazaret se referiría en diferentes oportunida<strong>de</strong>s<br />
a estos infelices, tan injustamente marginados y <strong>de</strong>spreciados.<br />
Francamente, no sé qué ocurrió. Supongo que el Destino, atento, me salió al<br />
encuentro...<br />
Mientras asistía perplejo a la escenificación <strong>de</strong> Camar, «algo» me empujó a<br />
meditar la propuesta. Me resistí, pero fue inútil. «Aquello» resultó implacable.<br />
10
Valoré pros y contras y, <strong>de</strong>sconcertado, tuve que reconocer que la oferta nos<br />
aliviaría en un doble sentido. Por un lado zanjaba el asunto <strong>de</strong> la comprometida<br />
presencia <strong>de</strong> Poseidón. Me dolía, sí, pero, tar<strong>de</strong> o temprano, tendría<br />
que seguir los consejos <strong>de</strong> mi hermano. Al mismo tiempo -y no era cuestión<br />
<strong>de</strong> esquivar la magnífica ocasión- ; La venta <strong>de</strong>l caballo nos proporcionaría un<br />
respiro...<br />
-De acuerdo.<br />
Ni yo mismo podía creerlo.<br />
-... Pero <strong>de</strong>jémoslo en cincuenta...<br />
Camar pali<strong>de</strong>ció. Sin embargo, no le di cuartel.<br />
-...Cincuenta <strong>de</strong>narios -rematé autoritario- y un regalo.<br />
Los ojillos <strong>de</strong>l badawi se entornaron. Besó la mano <strong>de</strong> plata y, sonriendo<br />
forzadamente, negó con la cabeza.<br />
No insistí. Debía aparentar firmeza. Así que, tirando <strong>de</strong> Poseidón, simulé una<br />
retirada en toda regla, encaminándome a la pista.<br />
El viejo truco dio resultado. Un Camar gesticulante y lloroso se interponía en<br />
mi camino, repitiendo la consabida letanía <strong>de</strong> juramentos.<br />
El resto fue sencillo. Y el trato se cerró en cuarenta y siete piezas <strong>de</strong> plata y un<br />
abultado saco con las primicias <strong>de</strong> la huerta: ajos en abundancia, cebollas, las<br />
suculentas adashim (lentejas), puerros, huevos y diez log (seis kilos) <strong>de</strong><br />
tiernas pol (habas).<br />
Me negué a mirar atrás. Y con el corazón en un puño huí literalmente <strong>de</strong> la<br />
plantación. Acababa <strong>de</strong> ven<strong>de</strong>r a un «amigo»... por un puñado <strong>de</strong> monedas.<br />
Curioso y <strong>de</strong>moledor Destino...<br />
Naturalmente, Eliseo aplaudió la operación. Yo, en cambio, permanecí silencioso<br />
y taciturno el resto <strong>de</strong> la jornada, refugiándome en los preparativos para<br />
la inminente partida hacia la Ciudad Santa y en la puesta al día <strong>de</strong> notas y<br />
recuerdos.<br />
Repasé, en especial, los trascen<strong>de</strong>ntales sucesos vividos por este explorador<br />
en las primeras horas <strong>de</strong> la mañana <strong>de</strong>l jueves, 18 <strong>de</strong> ese mes <strong>de</strong> mayo, en la<br />
casa <strong>de</strong>l fallecido Elías Marcos y en el monte <strong>de</strong> los Olivos.<br />
Volví a estremecerme, pero, conforme escribía, poniendo en pie la última e<br />
increíble aparición <strong>de</strong>l Maestro, un creciente y, supongo, inevitable disgusto<br />
me dominó.<br />
¿Cómo era posible? Caí <strong>de</strong> nuevo sobre los textos evangélicos y, como digo,<br />
mi ánimo fue incendiándose.<br />
Marcos y Lucas, los únicos que refieren el prodigio, sencillamente, no daban<br />
una... ¿Cómo era posible?<br />
El primero, en el capítulo 16, versículo 19, dice textualmente:<br />
«Y el Señor, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haberles hablado, fue llevado al cielo, y está sentado<br />
a la diestra <strong>de</strong> Dios.»<br />
11
¿Es que la prolongada «presencia» <strong>de</strong>l Resucitado entre sus íntimos<br />
-alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> hora y media- no fue estimada como importante? ¿Es que el<br />
joven Juan Marcos -el futuro escritor sagrado (?)- no supo o no quiso informarse<br />
a fondo?<br />
Esta lamentable parquedad, para colmo, terminaría provocando, con el<br />
tiempo, una absurda polémica entre exegetas y escrituristas. Y la mayoría ha<br />
tratado <strong>de</strong> justificar el texto <strong>de</strong> Marcos, argumentando, poco más o menos,<br />
que el evangelista se inspiró en la historia <strong>de</strong> Elías y en el Salmo 110. En otras<br />
palabras; algo así como si la «ascensión» hubiera sido una licencia poética.<br />
Me sublevé, claro. Él lo dijo. El Maestro lo repitió dos veces. Primero en el<br />
cenáculo y, por último, en la falda oeste <strong>de</strong>l monte <strong>de</strong> las Aceitunas: «...Os<br />
pedí que permanecierais aquí, en Jerusalén, hasta mi ascensión junto al<br />
Padre...»<br />
¿Leyenda? ¿Licencia poética?<br />
Marcos dijo la verdad, pero no fue fiel a la totalidad <strong>de</strong> lo acaecido aquella<br />
memorable mañana. Si hubiera relatado los sucesos con <strong>de</strong>talle, nadie tendría<br />
por qué dudar. Pero, ¿<strong>de</strong> qué me extrañaba? Las mutilaciones, silencios y<br />
cambios en los textos -que me niego a aceptar como revelados- apenas si<br />
habían comenzado.<br />
¿Estoy siendo realmente objetivo? Me temo que no...<br />
Quizá simplifico <strong>de</strong>masiado. Quizá el bueno y voluntarioso <strong>de</strong> Marcos no tuvo<br />
toda la culpa. Me explicaré. Según mis noticias, aunque el joven Juan Marcos,<br />
como vengo relatando, conoció al Maestro y le siguió durante algunos periodos<br />
<strong>de</strong> la vida <strong>de</strong> predicación, su evangelio, en realidad, <strong>de</strong>bería llevar el<br />
nombre <strong>de</strong> Pedro o <strong>de</strong> Pablo. Fueron éstos quienes, al parecer, le empujaron<br />
a escribir. Pero eso no fue lo peor. Lo lamentable es que ambos -Pedro y<br />
Pablo- influyeron <strong>de</strong>cisivamente en la redacción, tergiversando y suprimiendo<br />
según los intereses <strong>de</strong> las cabezas visibles <strong>de</strong> la casi recién estrenada iglesia<br />
<strong>de</strong> Roma. Como <strong>de</strong>cía el Maestro, «quien tenga oídos...».<br />
¿Y qué <strong>de</strong>cir <strong>de</strong> Lucas?<br />
No conoció a Jesús. Al parecer, la casi totalidad <strong>de</strong> su información sobre el<br />
Maestro procedía <strong>de</strong>l, para mí, nefasto Pablo. Quizá explique esto el porqué <strong>de</strong><br />
muchos <strong>de</strong> sus arrebatos literarios y <strong>de</strong> sus crasos errores. Pero vayamos por<br />
partes. De momento me ceñiré al tema que me ocupa: la ascensión. Veamos<br />
algunos ejemplos <strong>de</strong> cuanto afirmo.<br />
En el último capítulo <strong>de</strong> su evangelio (versículos 50 y 51), al narrar la postrera<br />
«presencia» <strong>de</strong>l Resucitado, escribe impertérrito: «Los sacó hasta cerca <strong>de</strong><br />
Betania y, alzando sus manos, los bendijo. Y sucedió que, mientras los<br />
ben<strong>de</strong>cía, se separó <strong>de</strong> ellos y fue llevado al cielo.»<br />
¿Cerca <strong>de</strong> Betania? Nada <strong>de</strong> eso...<br />
¿Y qué fue <strong>de</strong>l importante mensaje que el Hijo <strong>de</strong>l Hombre se preocupó <strong>de</strong><br />
recordar a los suyos?<br />
12
«... Amad a los hombres con el mismo amor con que os he amado. Y servid a<br />
vuestros semejantes como yo os he servido... Servidlos con el ejemplo... Y<br />
enseñad a los hombres con los frutos espirituales <strong>de</strong> vuestra vida. Enseñadles<br />
la gran verdad... Incitadlos a creer que el hombre es un hijo <strong>de</strong> Dios... ¡Un hijo<br />
<strong>de</strong> Dios!... El hombre es un hijo <strong>de</strong> Dios y todos, por tanto, sois hermanos...»<br />
Lucas enmu<strong>de</strong>ce. ¿Por qué? Si habló con Pablo, si preguntó a muchos <strong>de</strong> los<br />
testigos, ¿por qué silenció esas importantes palabras? Días más tar<strong>de</strong>, cuando<br />
la Provi<strong>de</strong>ncia me permitió asistir a la <strong>de</strong>finitiva ruptura entre los apóstoles,<br />
intuí la posible razón que llevó a Lucas y a los otros «notarios» a correr un<br />
tupido velo sobre esta <strong>de</strong>cisiva escena <strong>de</strong> la ascensión. Pero <strong>de</strong> eso prefiero<br />
hablar en su momento...<br />
En cuanto al segundo texto -los Hechos <strong>de</strong> los Apóstoles-, atribuido igualmente<br />
a Lucas, el <strong>de</strong>sbarajuste alcanza cotas insospechadas. La verdad es<br />
que no hay por dón<strong>de</strong> cogerlo.<br />
El médico <strong>de</strong> Antioquía lo mezcla todo, añadiendo -no sé si <strong>de</strong> su cosechasucesos<br />
que jamás tuvieron lugar. Y en el colmo <strong>de</strong> la prepotencia tiene la<br />
osadía <strong>de</strong> afirmar que «en el primer libro -el evangelio que lleva su nombreescribió<br />
todo lo que hizo y enseñó Jesús <strong>de</strong>s<strong>de</strong> un principio...».<br />
¡Dios <strong>de</strong> los cielos! ¡Cuan engañados están los que se consi<strong>de</strong>ran creyentes!<br />
Pero sigamos con los ejemplos.<br />
En el capítulo 1 <strong>de</strong> los referidos Hechos (versículos 6 al 12), dice textualmente:<br />
«Los que estaban reunidos le preguntaron: "Señor, ¿es en este momento<br />
cuando vas a restablecer el Reino <strong>de</strong> Israel?" Él les contestó: "A vosotros no<br />
os toca conocer el tiempo y el momento que ha fijado el Padre con su autoridad,<br />
sino que recibiréis la fuerza <strong>de</strong>l Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros,<br />
y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Ju<strong>de</strong>a y Samaría, y hasta<br />
los confines <strong>de</strong> la tierra."<br />
»Y dicho esto, fue levantado en presencia <strong>de</strong> ellos, y una nube le ocultó a sus<br />
ojos. Estando ellos mirando fijamente al cielo mientras se iba, se les aparecieron<br />
dos hombres vestidos <strong>de</strong> blanco que les dijeron: "Galileos, ¿qué hacéis<br />
ahí mirando al cielo? Este que os ha sido llevado, este mismo Jesús, vendrá<br />
así tal como le habéis visto subir al cielo."»<br />
Lo dicho. Toda una «ensalada» <strong>de</strong> errores e inventos.<br />
Para empezar, el confiado Lucas mezcla la pregunta <strong>de</strong> «los allí reunidos» con<br />
el final <strong>de</strong> la mal llamada «ascensión». Como se recordará, dicha cuestión<br />
-planteada por Simón el Zelota, en representación <strong>de</strong> los atemorizados íntimos-<br />
surgió en el cenáculo. En cuanto a la respuesta <strong>de</strong>l Maestro, nada que<br />
ver con la realidad. Lucas escuchó campanas, pero...<br />
Segundo párrafo. ¿Nube? ¿Ángeles? ¿Vestiduras blancas? ¿Anuncio <strong>de</strong>l retorno<br />
<strong>de</strong> Jesús?<br />
Esto sí que es pura leyenda. El Resucitado, simplemente, <strong>de</strong>sapareció. Allí no<br />
13
hubo nada más. Y no es POCO...<br />
Supongo que, interpretando el sentimiento generalizado <strong>de</strong> la iglesia primitiva<br />
respecto a la inminente y triunfal vuelta a la tierra <strong>de</strong>l añorado Maestro,<br />
Lucas <strong>de</strong>jó volar la imaginación, adornando un prodigio que no necesitaba<br />
refuerzo alguno. La Ciencia, hoy, lo sabe -lo sabemos- muy bien.<br />
Los que, en cambio, no terminan <strong>de</strong> enterarse son los <strong>de</strong> siempre: teólogos y<br />
exegetas. Muchos continúan creyendo, y afirmando, que el fenómeno <strong>de</strong> la<br />
ascensión sólo fue una «enseñanza teológica», carente <strong>de</strong> rigor. Más claro:<br />
que la resurrección y el propio Resucitado no existieron jamás.<br />
Pobrecitos...<br />
Último ejemplo.<br />
Tanto en su evangelio, como en Hechos, el confuso y confundido médico<br />
ofrece, insisto, una invención que, entiendo, altera la ya, <strong>de</strong> por sí, fantástica<br />
realidad <strong>de</strong>l Resucitado. Veamos. El evangelista afirma que, en una <strong>de</strong> las<br />
apariciones, el Maestro comió con los discípulos (Le. 24, 42 y 43 y Ac. 1, 4).<br />
Amén <strong>de</strong> no establecer con claridad el lugar y la fecha [dicha «presencia» se<br />
produjo el 21 <strong>de</strong> abril, viernes, a orillas <strong>de</strong>l yam], comete otro error. Ignoro<br />
qué pudieron contarle los testigos presenciales pero, como ya he tenido<br />
ocasión <strong>de</strong> relatar en este apresurado diario, al ofrecerle una ración <strong>de</strong><br />
pescado, el Galileo la rechazó, negándose a comer. El Resucitado jamás ingirió<br />
comida o bebida. Ni en ésa, ni en ninguna <strong>de</strong> las diecinueve apariciones<br />
que alcanzamos a contabilizar. Un «<strong>de</strong>talle» aparentemente anecdótico y sin<br />
mayor trascen<strong>de</strong>ncia pero que, para la Ciencia, encierra un interesante<br />
contenido. Un sutil «<strong>de</strong>talle» que, en <strong>de</strong>finitiva, ponía <strong>de</strong> manifiesto la «lógica»<br />
y la aplastante realidad <strong>de</strong> aquel «cuerpo glorioso». Un maravilloso<br />
«<strong>de</strong>talle» que parecía «programado», no para aquel tiempo, sino para el<br />
nuestro...<br />
Lucas, en fin, volvía a adornar los hechos..., innecesariamente.<br />
Y no tengo más remedio que preguntarme: si estos textos, supuestamente<br />
sagrados, han cambiado la dirección <strong>de</strong> medio mundo, ¿qué habría ocurrido si<br />
hubieran respetado la verdad?<br />
Pero lo más triste -que pone en tela <strong>de</strong> juicio buena parte <strong>de</strong> cuanto se narra<br />
en dichos evangelios- estaba por llegar.<br />
Y poco a poco fui resignándome.<br />
21 DE MAYO AL 15 DE JUNIO<br />
Otro periodo clave, sí. Unas jornadas intensas en las que este explorador<br />
recibió una información privilegiada. Una información que, para variar,<br />
tampoco fue recogida por los evangelistas. Veamos si soy capaz <strong>de</strong> sacarla<br />
a<strong>de</strong>lante.<br />
Tras <strong>de</strong>scansar el sábado, el domingo, 21 <strong>de</strong> mayo <strong>de</strong>l año 30, primer día <strong>de</strong><br />
14
la semana, abandoné el Ravid con el alba, emprendiendo lo que sería nuestra<br />
última misión oficial en tierras <strong>de</strong> la provincia romana <strong>de</strong> la Ju<strong>de</strong>a.<br />
Eliseo, como siempre, fue parco. Ambos <strong>de</strong>testábamos las <strong>de</strong>spedidas. Como<br />
creo haber mencionado, resultaba difícil establecer la fecha exacta <strong>de</strong> mi<br />
retorno. Quizá, con dos o tres semanas sería suficiente, salvo que el Destino<br />
tuviera otros planes... En <strong>de</strong>finitiva, un periodo más que sobrado para visitar<br />
la Ciudad Santa y la al<strong>de</strong>a <strong>de</strong> Nazaret, reuniendo la documentación que se nos<br />
había encomendado y que este alocado griego no supo lograr en su momento.<br />
En la cumbre <strong>de</strong>l «portaaviones» todo discurría sin novedad. «Base-madre-tres»,<br />
como sospechábamos, parecía un refugio excelente, sin<br />
interés alguno para los habitantes <strong>de</strong> la zona y tampoco para el ganado. De<br />
hecho, en aquellos días, las alarmas, en especial la «cortina» <strong>de</strong> los microláseres<br />
-que barría la «popa» <strong>de</strong>l Ravid en un ángulo <strong>de</strong> 180° y a razón <strong>de</strong> un<br />
centenar <strong>de</strong> «peinados» por segundo-, no <strong>de</strong>tectaron target alguno <strong>de</strong> importancia,<br />
excepción hecha <strong>de</strong> las inevitables irrupciones <strong>de</strong> las festivas bandadas<br />
<strong>de</strong> palomas bravías, collalbas rubias y vencejos <strong>de</strong> la Galilea, tan<br />
habituales en aquella benigna primavera en los riscos y acantilados <strong>de</strong>l cercano<br />
Arbel.<br />
La «cuna», según lo previsto, <strong>de</strong>sconectada la SNAP 27 (la pila atómica),<br />
continuó «viva», merced a la energía suministrada por los provi<strong>de</strong>nciales<br />
espejos solares, capaces <strong>de</strong> generar hasta 500 W. Como fue dicho, la larga<br />
permanencia <strong>de</strong>l módulo en lo alto <strong>de</strong>l Ravid nos obligó a reservar la potencia<br />
<strong>de</strong>l plutonio <strong>de</strong> la SNAP -limitada a un año- para el obligado vuelo <strong>de</strong> retorno<br />
a la meseta <strong>de</strong> Masada. Des<strong>de</strong> los primeros instantes, nada más tomar tierra,<br />
mi hermano se ocupó <strong>de</strong> la instalación y puesta a punto <strong>de</strong> los doce espejos <strong>de</strong><br />
vidrio con revestimiento <strong>de</strong> plata. Y como medida suplementaria y precautoria<br />
fijó igualmente en el exterior <strong>de</strong> la nave las planchas <strong>de</strong> reserva, a base <strong>de</strong><br />
acero dulce plateado y metal electroplateado, cuyos índices <strong>de</strong> reflexión -91 y<br />
96 por ciento, respectivamente- podían incrementar la autonomía eléctrica <strong>de</strong><br />
la «cuna».<br />
Tampoco la <strong>de</strong>spensa -discretamente surtida- nos preocupaba. En principio,<br />
agua y alimentos eran más que suficientes para sostener a Eliseo durante mi<br />
ausencia. En caso <strong>de</strong> emergencia, sin embargo, siempre quedaba el recurso<br />
<strong>de</strong> la plantación. Mi compañero, entonces, <strong>de</strong>bería <strong>de</strong>scen<strong>de</strong>r y negociar con<br />
los felah. El contacto con Camar había sido positivo, <strong>de</strong>jando abierta una<br />
interesante puerta. Aun así, recordando la amarga experiencia vivida en la<br />
cripta <strong>de</strong> Nahum, le supliqué que no cayera en la tentación <strong>de</strong> alejarse <strong>de</strong>l<br />
módulo.<br />
Sonrió con picardía y, francamente, me eché a temblar.<br />
Según lo acordado, mientras este explorador permaneciera ausente, se<br />
mantendría ocupado con los interrumpidos análisis <strong>de</strong> la sangre <strong>de</strong> la Señora,<br />
la madre <strong>de</strong>l Maestro, y la revisión <strong>de</strong>l viaje al sur <strong>de</strong> Israel, bautizado como<br />
15
Operación Salomón. La primera parte <strong>de</strong> su cometido <strong>de</strong>bía redon<strong>de</strong>arse con<br />
los correspondientes estudios sobre el ADN <strong>de</strong> José, el padre terrenal <strong>de</strong> Jesús.<br />
Pero, para ello, quien esto escribe tenía que hacerse con algunos <strong>de</strong> los restos<br />
óseos. Una misión que me obligaba a visitar <strong>de</strong> nuevo el cementerio <strong>de</strong> la<br />
recóndita Nazaret. Pero eso sería a mi vuelta <strong>de</strong> Jerusalén.<br />
Por último, siguiendo las estrictas normas <strong>de</strong> <strong>Caballo</strong> <strong>de</strong> <strong>Troya</strong>, procedimos al<br />
chequeo <strong>de</strong> mi indumentaria y equipamiento. En realidad, pura rutina.<br />
Fui meticulosamente rociado con la «piel <strong>de</strong> serpiente», incluyendo manos,<br />
cuello y cabeza. Repasamos el «tatuaje» adherido a la palma <strong>de</strong> la mano<br />
izquierda, así como las «crótalos» (las lentes <strong>de</strong> contacto, vitales para la visión<br />
infrarroja) y las sandalias «electrónicas». A partir <strong>de</strong> esos momentos<br />
<strong>de</strong>bería extremar la pru<strong>de</strong>ncia. Aquéllos eran los últimos pares <strong>de</strong> que disponíamos.<br />
Con la bolsa <strong>de</strong> hule y los treinta <strong>de</strong>narios <strong>de</strong> plata <strong>de</strong>positados en la misma<br />
regresó la risa. Pero mi ánimo se hallaba intacto. Saldríamos a<strong>de</strong>lante...<br />
Por pura pru<strong>de</strong>ncia -obe<strong>de</strong>ciendo los sensatos consejos <strong>de</strong> Eliseo-, el valioso<br />
ópalo blanco permaneció en la «cuna».<br />
En cuanto al saco <strong>de</strong> viaje, pocas veces lo había encontrado tan ligero: algunas<br />
provisiones (fundamentalmente frutos secos), agua, la habitual<br />
«farmacia» <strong>de</strong> campaña y un par <strong>de</strong> ampolletas extras, vacías.<br />
Tampoco la vestimenta fue alterada: túnica color hueso <strong>de</strong> lino bayal, mo<strong>de</strong>sto<br />
ceñidor trenzado con cuerdas egipcias y el incómodo pero imprescindible<br />
manto azul celeste confeccionado con lana <strong>de</strong> las montañas <strong>de</strong> Ju<strong>de</strong>a.<br />
Y aferrándome a la «vara <strong>de</strong> Moisés» salté a tierra, alejándome. ¿Qué me<br />
reservaba el Destino? La respuesta fue un familiar cosquilleo en el estómago.<br />
No me inquieté. Aquella misteriosa «fuerza» seguía allí, inundándome. Y<br />
seguro <strong>de</strong> mí mismo, disfrutando <strong>de</strong>l cálido amanecer, caminé rápido al<br />
encuentro <strong>de</strong> la «vía maris» y <strong>de</strong> las puertas <strong>de</strong> la bulliciosa Tibería<strong>de</strong>s. Sí,<br />
aquella experiencia sería distinta. Lo sentía con niti<strong>de</strong>z. «Algo» o «Alguien»<br />
me acompañaba...<br />
En el límite <strong>de</strong> la conexión auditiva (15000 pies), frente a la capital <strong>de</strong>l yam,<br />
me <strong>de</strong>spedí <strong>de</strong>finitivamente <strong>de</strong> Eliseo, confirmando la marcha hacia la segunda<br />
<strong>de</strong>sembocadura <strong>de</strong>l Jordán. A partir <strong>de</strong> Tibería<strong>de</strong>s, el enlace con la<br />
«cuna» quedaba prácticamente cortado.<br />
No tuve que aguardar mucho tiempo. Al poco me unía a una nutrida caravana<br />
<strong>de</strong> sirios que transportaba harina <strong>de</strong> cebada y cuyo <strong>de</strong>stino final era Jericó, en<br />
la margen occi<strong>de</strong>ntal <strong>de</strong>l río. El capataz y jefe <strong>de</strong> los burreros aceptó <strong>de</strong> buen<br />
grado la compañía <strong>de</strong> aquel griego solitario y la suma <strong>de</strong> doce ases (medio<br />
<strong>de</strong>nario <strong>de</strong> plata) por día <strong>de</strong> viaje. Como ya dije, muchos <strong>de</strong> los peregrinos<br />
buscaban este tipo <strong>de</strong> protección a la hora <strong>de</strong> <strong>de</strong>splazarse <strong>de</strong>ntro y fuera <strong>de</strong>l<br />
país.<br />
Y el cielo fue complaciente. En la tar<strong>de</strong> <strong>de</strong>l martes, !3, poco antes <strong>de</strong>l ocaso,<br />
16
este explorador llamaba a las puertas <strong>de</strong>l hogar <strong>de</strong> los Marcos, en Jerusalén.<br />
El último tramo, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> Jericó, aunque en solitario, fue cubierto sin inci<strong>de</strong>ntes<br />
dignos <strong>de</strong> mención.<br />
El ambiente, lo reconozco, me <strong>de</strong>sconcertó. El luto por la muerte <strong>de</strong>l cabeza<br />
<strong>de</strong> familia parecía haber <strong>de</strong>saparecido por completo. Todo era bullicio y una<br />
contagiosa e inexplicable alegría. María, la señora <strong>de</strong> la casa, Juan Marcos, el<br />
benjamín, Rodé, el resto <strong>de</strong> la servidumbre y los íntimos <strong>de</strong>l Maestro que aún<br />
permanecían en la vivienda me recibieron con los brazos abiertos. Todos<br />
menos Juan Zebe<strong>de</strong>o, claro está... La verdad es que los echaba <strong>de</strong> menos.<br />
Tras la aparición en el yam, en la tar<strong>de</strong> <strong>de</strong>l sábado, 29 <strong>de</strong> abril, no había<br />
vuelto a verlos. También la Señora y Santiago, su hijo, seguían en el caserón.<br />
¿Seré capaz <strong>de</strong> explicarlo?<br />
Como digo, allí sucedía «algo» inusual. Rostros, a<strong>de</strong>manes y actitu<strong>de</strong>s no<br />
eran normales. Aquello no guardaba relación con lo que había visto y escuchado<br />
en la Galilea. Desconcertante, sí...<br />
Pensé primero en los lógicos efectos provocados por la última aparición <strong>de</strong>l<br />
Resucitado. Pero no... El comportamiento, insisto, me resultaba familiar.<br />
Sonrisas, alegría, compañerismo y afecto no eran estri<strong>de</strong>ntes. Allí latía algo<br />
más profundo, más sereno, más sólido y continuado. Todos hablaban y se<br />
manifestaban con un aplomo, con una seguridad y una dulzura que, repito,<br />
me recordó la enigmática «sensación» experimentada por mi hermano y por<br />
quien esto escribe en la cumbre <strong>de</strong>l Ravid.<br />
Algún tiempo <strong>de</strong>spués, tras sucesivas jornadas <strong>de</strong> intensas y minuciosas<br />
conversaciones con aquella veintena <strong>de</strong> amigos, llegué a una conclusión. Una<br />
conclusión que me hizo temblar...<br />
Pero sigamos por or<strong>de</strong>n.<br />
No podía creerlo. ¿Qué había sido <strong>de</strong> aquel Pedro agresivo y <strong>de</strong>sconsi<strong>de</strong>rado?<br />
Ahora se presentó ante mí templado, pictórico e irradiando una paz insólita y<br />
<strong>de</strong>sconocida. Hasta el seco y escéptico Tomás daba rienda suelta a un optimismo<br />
y a una confianza que habrían llenado <strong>de</strong> satisfacción al Maestro.<br />
Fue María, la Señora, quien, esa misma noche, al interesarme por la causa <strong>de</strong><br />
tan llamativo cambio, empezó a abrirme los ojos. Y poco a poco, como digo, al<br />
interrogar al resto, pu<strong>de</strong> ir montando los <strong>de</strong>talles <strong>de</strong> lo que, sin duda, fue una<br />
jornada histórica..., para todos. Sí, he dicho bien: para todos.<br />
He aquí la esencia <strong>de</strong> lo acaecido aquel jueves, 18 <strong>de</strong> mayo, y que, por mi<br />
proverbial torpeza, no tuve la fortuna <strong>de</strong> presenciar:<br />
Según mis informadores, entre los que <strong>de</strong>bo mencionar a hombres tan<br />
sensatos y lúcido como José <strong>de</strong> : Arimatea, Nico<strong>de</strong>mo y el propio Santiago,<br />
hermano <strong>de</strong>l Maestro, poco <strong>de</strong>spués <strong>de</strong>l <strong>de</strong>finitivo «adiós» <strong>de</strong>l Resucitado en<br />
el monte <strong>de</strong> los Olivos, un Pedro firme y valiente -ignorando las disposiciones<br />
<strong>de</strong>l Sanedrín contra los que pregonaran la resurrección- dio una escueta or<strong>de</strong>n:<br />
«cuantos amaban a Jesús <strong>de</strong> Nazaret <strong>de</strong>berían congregarse en la casa <strong>de</strong><br />
17
los Marcos».<br />
El benjamín y la servidumbre recorrieron entonces Jerusalén y, entre las<br />
horas tercia y quinta (más o menos hacia las diez y media <strong>de</strong> la mañana),<br />
alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> ciento veinte hombres y mujeres, todos fieles seguidores <strong>de</strong> las<br />
enseñanzas <strong>de</strong> Jesús, fueron a abarrotar el piso superior <strong>de</strong>l caserón.<br />
Allí, el ya casi consagrado nuevo lí<strong>de</strong>r, Simón Pedro, se dirigió al grupo y, con<br />
su peculiar elocuencia, habló <strong>de</strong> los recientes sucesos registrados en aquel<br />
mismo cenáculo y en el vecino monte.<br />
Según mis indagaciones, Pedro no alteró los hechos, ni tampoco las palabras<br />
<strong>de</strong>l rabí. Pero cometió un error -no sé si involuntario- que se repetiría en el<br />
futuro y que, como ya he afirmado en otras oportunida<strong>de</strong>s, terminaría modificando<br />
gravemente el mensaje <strong>de</strong>l Maestro. Al llegar a las alusiones a la<br />
magnífica y esperanzadora paternidad <strong>de</strong> Dios, el pescador olvidó el pasaje,<br />
reforzando, en cambio, el <strong>de</strong>slumbrante suceso <strong>de</strong> la realidad física <strong>de</strong>l Resucitado.<br />
Y los presentes vibraron <strong>de</strong> emoción. Sí, Jesús vivía. Jesús tenía<br />
cuerpo. Jesús había vuelto <strong>de</strong> la tumba. Jesús, en <strong>de</strong>finitiva, era el triunfador.<br />
Y Pedro cargó contra la casta sacerdotal, ridiculizándola. Supongo que es<br />
comprensible. Eran seres humanos. Acababan <strong>de</strong> pa<strong>de</strong>cer el horror y la<br />
vergüenza <strong>de</strong> la crucifixión. ¿Cómo no aferrarse a la maravilla <strong>de</strong> un Jesús<br />
vivo, que hablaba, que se movía y que tocaba? No pretendo justificar el error<br />
<strong>de</strong> Pedro y <strong>de</strong> cuantos lo secundaron, pero lo entiendo. Yo le vi. Conversé con<br />
Él. Tuvimos la fortuna <strong>de</strong> medio analizar su estructura física. ¿Cómo no<br />
quedar <strong>de</strong>sbordado por semejante prodigio?<br />
El vibrante discurso -en el que fue plantada, sin querer, la semilla <strong>de</strong> una<br />
religión «en torno a la figura <strong>de</strong>l Galileo» y no <strong>de</strong> su mensaje- se prolongó<br />
durante una hora. Fue tal el impacto que nadie se movió. Todos aguardaron<br />
las ór<strong>de</strong>nes <strong>de</strong>l flamante lí<strong>de</strong>r. Pero Pedro, atónito ante su propia fuerza, no<br />
reaccionó. Fue Mateo Leví, secundado por Andrés, el hermano <strong>de</strong> Simón,<br />
quien resolvió la incómoda situación, recordando la promesa <strong>de</strong>l Maestro <strong>de</strong><br />
enviar al Espíritu. Ésa sería la señal. Sólo entonces pasarían a la acción.<br />
Cuando pregunté qué i<strong>de</strong>a tenían <strong>de</strong> dicho Espíritu <strong>de</strong> la Verdad, ni uno solo<br />
<strong>de</strong> mis confi<strong>de</strong>ntes supo darme razón. No entendieron al Resucitado. No sabían<br />
<strong>de</strong> qué hablaba. Sin embargo, pronto, muy pronto, lo averiguarían. ..<br />
Todos aceptaron. Esperarían.<br />
La siguiente iniciativa corrió a cargo <strong>de</strong> Pedro. En uno <strong>de</strong> aquellos interrogatorios,<br />
el pescador me confesó que la i<strong>de</strong>a surgió al recordar las frases <strong>de</strong><br />
Jesús sobre el malogrado Judas Iscariote. Una alusión, en efecto, que tuvo<br />
lugar en aquel mismo piso superior y en la primera parte -digámoslo así- <strong>de</strong> la<br />
última «presencia» <strong>de</strong>l Galileo en la Tierra. «Judas ya no está con vosotros<br />
-había dicho el Maestro- porque su amor se enfrió y porque os negó su confianza.»<br />
Pues bien, esta referencia al traidor movió al lí<strong>de</strong>r a buscar un sustituto. Lo<br />
18
expuso a la totalidad <strong>de</strong> los íntimos y la sugerencia fue aprobada por unanimidad.<br />
Pero, ¿cómo hacer para nombrar al «embajador» número doce?<br />
Guiados por su buena fe cometieron la torpeza <strong>de</strong> anunciarlo a los allí presentes.<br />
Y parte <strong>de</strong>l grupo, enar<strong>de</strong>cida por los fantásticos sucesos <strong>de</strong> esa<br />
misma mañana, se presentó voluntaria en medio <strong>de</strong> un formidable griterío.<br />
Todos <strong>de</strong>seaban ese puesto. Curiosamente -según mis informaciones-, entre<br />
esos cincuenta o sesenta brazos en alto, ni uno solo pertenecía a una mujer.<br />
No me equivocaba. Las cosas, tras la partida <strong>de</strong>l rabí, no mejoraron para las<br />
sufridas y resignada hembras. Pero ésta es otra historia.<br />
Necesitaron poner or<strong>de</strong>n y echar mano <strong>de</strong> una votación. Así, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> no<br />
pocas discusiones, el problema quedó reducido a dos candidatos: un judío <strong>de</strong>l<br />
barrio alto <strong>de</strong> Jerusalén, herrero <strong>de</strong> profesión, viudo, <strong>de</strong> unos cincuenta años,<br />
hombre <strong>de</strong> escasas palabras, y que recibía el nombre <strong>de</strong> Matías, y un badawi<br />
conocido por el alias <strong>de</strong> «Beer-Seba» o «Berseba» o «Barsaba», veinte años<br />
más joven y que había <strong>de</strong>stacado por su excelente labor entre los «correos»<br />
<strong>de</strong> David Zebe<strong>de</strong>o. Lamentablemente, como veremos, la condición <strong>de</strong> prosélito<br />
no le favoreció a la hora <strong>de</strong> la votación final. Este arab, nacido entre los<br />
nómadas <strong>de</strong>l Neguev, que adoptó el nombre <strong>de</strong> José al convertirse al judaísmo,<br />
hubiera <strong>de</strong>sempeñado un trabajo mil veces más fructífero que el <strong>de</strong>l<br />
parco herrero. Pero -no lo olvi<strong>de</strong>mos- los íntimos <strong>de</strong>l Maestro vivían, y seguirían<br />
viviendo, enraizados en la fe y en las costumbres judías.<br />
Pedro, finalmente, tomó <strong>de</strong> nuevo la palabra y explicó que, «dada la importancia<br />
y complejidad <strong>de</strong> la elección», sus hermanos y él se retirarían al<br />
patio <strong>de</strong> la planta baja para <strong>de</strong>cidir. Y así fue.<br />
Cuando me interesé por el procedimiento utilizado para dicha votación, Andrés,<br />
el que fuera jefe <strong>de</strong>l grupo en vida <strong>de</strong> Jesús, sonrió con benevolencia. Me<br />
contempló como quien tiene <strong>de</strong>lante a un niño pequeño y exclamó con cierto<br />
asomo <strong>de</strong> arrepentimiento:<br />
-Querido amigo, no seas ingenuo... ¿Votación? ¿Qué votación? Allí mismo,<br />
antes <strong>de</strong> que nadie acertara a pronunciar palabra alguna, mi hermano se<br />
a<strong>de</strong>lantó y «sugirió» que no era el momento <strong>de</strong> «confiar los graves asuntos<br />
<strong>de</strong>l reino a los que se acercan»...<br />
«Los que se acercan» era una <strong>de</strong> las expresiones comúnmente utilizada por<br />
los judíos para <strong>de</strong>signar a los prosélitos. Y el badu, como digo, era uno <strong>de</strong><br />
ellos.<br />
-«La importante y compleja elección» -prosiguió con resignación- murió allí<br />
mismo. Se hizo un simulacro, sí, pero la suerte estaba echada... Cuando<br />
Pedro invocó el nombre <strong>de</strong> Matías, obviamente influidos por la brillantez <strong>de</strong>l<br />
nuevo lí<strong>de</strong>r, nueve manos se alzaron al unísono. Sólo Bartolomé y Simón, el<br />
Zelota, confiaron en «Berseba»...<br />
Interesante. Bartolomé y el Zelota. Ambos, como veremos, se mostrarían<br />
especialmente ácidos con la filosofía y el giro <strong>de</strong> Pedro a la hora <strong>de</strong> proclamar<br />
19
la buena nueva.<br />
Naturalmente, los interrogué en varias ocasiones. El «oso <strong>de</strong> Cana», más<br />
diplomático, se escudó en la magnífica trayectoria <strong>de</strong>l «correo». Por eso se<br />
pronunció a su favor. El Zelota, en cambio, que no sabía <strong>de</strong> medias tintas, fue<br />
contun<strong>de</strong>nte:<br />
-Ese herrero parece más fenicio que judío... Nunca me gustaron los tibios...<br />
En honor a la verdad, el antiguo guerrillero terminaría acertando. Matías fue<br />
presentado, en efecto, como el nuevo «embajador» número doce. Y se ocupó<br />
<strong>de</strong> la tesorería. Pero, que yo sepa, poco o nada tuvo que ver con las activida<strong>de</strong>s<br />
<strong>de</strong> la primitiva iglesia.<br />
En aquellas semanas alcancé a conversar con él en dos oportunida<strong>de</strong>s. Sinceramente,<br />
me <strong>de</strong>cepcionó. Casi no sabía hablar. Había escuchado al Maestro<br />
media docena <strong>de</strong> veces y siempre en la Ciudad Santa. No era un convencido<br />
<strong>de</strong> su divinidad. No entendía el porqué <strong>de</strong> la encamación <strong>de</strong>l Hijo <strong>de</strong>l Hombre.<br />
En realidad, su adhesión al grupo <strong>de</strong> los galileos obe<strong>de</strong>cía más al odio hacia la<br />
casta sacerdotal -ridiculizada por Jesús <strong>de</strong> Nazaret- que a un sincero y ferviente<br />
<strong>de</strong>seo <strong>de</strong> participar en las i<strong>de</strong>as <strong>de</strong>l rabí.<br />
Consumada la «elección», poco más o menos hacia la hora sexta (las doce),<br />
Pedro, asumiendo una jefatura implícita -jamás fue <strong>de</strong>signado abiertamente-,<br />
or<strong>de</strong>nó silencio. Y convencido <strong>de</strong> la inminente llegada <strong>de</strong>l Espíritu, prometido<br />
por el Maestro, pidió calma, entonando el Oye, Israel. La oración fue coreada<br />
con entusiasmo. Aquel grupo, al que fueron sumándose otros seguidores,<br />
estaba seguro. Así me lo ratificaron. Pero, ¿seguro <strong>de</strong> qué? La palabra<br />
siempre repetida fue «po<strong>de</strong>r». El Maestro -<strong>de</strong>cían- lo había anunciado. El<br />
Espíritu llegaría con po<strong>de</strong>r. El «reino» se establecería en el mundo con fuerza<br />
y majestad. Ellos eran los embajadores. Ellos fueron elegidos. Suyo sería el<br />
po<strong>de</strong>r para conducir a la nación judía a la gloria que le correspondía.<br />
En suma, lo ya sabido...<br />
Me sentí <strong>de</strong>cepcionado. Aquella buena gente -a pesar <strong>de</strong> lo sucedido hacia la<br />
una <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong>- continuaba obsesionada con las viejas y manoseadas i<strong>de</strong>as<br />
sobre un Mesías terrenal, político y libertador.<br />
Y ocurrió..., lo inexplicable.<br />
Debo confesarlo. Fue inútil. Por más que pregunté, por más horas que consumí<br />
en exhaustivos interrogatorios, por más interés que <strong>de</strong>mostré y que<br />
<strong>de</strong>mostraron los testigos, no fui capaz <strong>de</strong> atravesar la barrera. Una y otra vez<br />
me estrellé contra la palabra «presencia».<br />
Éste fue el concepto que sintetizó el fenómeno vivido en el cenáculo cuando<br />
los allí congregados entonaban fervorosos el Oye, Israel.<br />
¡Una «presencia»!<br />
Las opiniones fueron unánimes. No había transcurrido ni una hora <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que<br />
Pedro los animó a orar cuando, <strong>de</strong> pronto, «algo» (?) se instaló en la habitación...,<br />
y en los corazones.<br />
20
Claro que me resultó familiar...<br />
¿«Algo»?<br />
Imposible. Como digo, nadie acertó a <strong>de</strong>scribirlo mejor.<br />
«Una "presencia", Jasón -repetían-. "Algo" que nos erizó el cabello... Una<br />
"presencia" que fue <strong>de</strong>smoronando la plegaria hasta <strong>de</strong>jarnos en silencio... Un<br />
silencio total... Nos miramos asustados... Sí, todos experimentamos lo<br />
mismo... Allí flotaba "algo" o "alguien"... ¡Una "presencia"!»<br />
¿Nada más?<br />
Al insinuar si vieron, escucharon o percibieron algo más, todos, absolutamente<br />
todos, negaron sin vacilación.<br />
«¿Lenguas <strong>de</strong> fuego o <strong>de</strong> luz sobre las cabezas? ¿Un ruido, como el <strong>de</strong> un<br />
viento impetuoso?»<br />
Los pacientes y sorprendidos hebreos me miraban <strong>de</strong>sconcertados. Pero no,<br />
quien esto escribe no estaba loco.<br />
Negativo. Ni lenguas, ni extraños sonidos... Sólo esa irritante e imprecisa<br />
<strong>de</strong>finición: una «presencia».<br />
Lo importante, sin embargo, no eran los <strong>de</strong>talles. Lo asombroso fue el resultado<br />
<strong>de</strong> la enigmática «presencia»: unos hombres y mujeres..., distintos.<br />
Optimistas. Confiados. Seguros <strong>de</strong> sí mismos. Entrañables... No es que el<br />
misterioso fenómeno les hiciera más sabios. Tampoco avanzaron gran cosa<br />
respecto a las claves <strong>de</strong>l revolucionario legado <strong>de</strong> Jesús. Fue «algo» <strong>de</strong> otra<br />
naturaleza. «Algo» que disparó un dormido «motor» interior, proporcionándole<br />
lo ya dicho: una «sensación» <strong>de</strong> seguridad y confianza en el<br />
Maestro.<br />
Fue entonces cuando acerté a intuir que la «cuna», al igual que el cenáculo,<br />
había sido «visitada» (?) por esa misma «presencia». Una «fuerza» (?) superior,<br />
benéfica, incomprensible para la mo<strong>de</strong>sta inteligencia humana, que<br />
nos estaba transformando. Un «regalo», en <strong>de</strong>finitiva, que el Resucitado<br />
llamó Espíritu <strong>de</strong> la Verdad.<br />
Por supuesto, mi curiosidad no se vio satisfecha. Necesitaba respuestas. ¿Qué<br />
o quién era esa entidad? ¿De dón<strong>de</strong> procedía? ¿Por qué modificó el talante y<br />
el pensamiento <strong>de</strong> todos nosotros? ¿Por qué en ese momento -18 <strong>de</strong> mayo <strong>de</strong>l<br />
año 30- y no antes?<br />
Naturalmente, tuve que esperar. Sería durante el tercer «salto» cuando esas,<br />
y otras interrogantes, recibirían puntual y cumplida aclaración.<br />
El grupo, atónito, sin po<strong>de</strong>r dar crédito a la magnífica «sensación» que lo<br />
envolvía, continuó mudo algunos minutos. Después -según mis informantes-,<br />
fueron apareciendo murmullos. Y <strong>de</strong> los cuchicheos, como una ola, saltaron a<br />
los gritos, palmas y abrazos.<br />
Pedro tuvo problemas. La asamblea enloqueció <strong>de</strong> alegría.<br />
«¿Cómo explicarte, Jasón?... Nos sentíamos felices... El miedo <strong>de</strong>sapareció...<br />
Era como volar.»<br />
21
El alborozo y la confusión se prolongaron casi media hora. Por último,<br />
haciéndose con el control, Pedro pronunció aquellas históricas palabras:<br />
-¡Hermanos, ha llegado la hora!... ¡Vayamos al Templo y hablemos claro!<br />
El lí<strong>de</strong>r acertó. Esta vez sí. Simón Pedro supo captar el fenómeno <strong>de</strong> la<br />
arrolladora «presencia». Y asociándolo con presteza al anunciado advenimiento<br />
<strong>de</strong>l Espíritu puso en pie los corazones, provocando el <strong>de</strong>lirio. El nuevo<br />
«Jefe» se consagraba minuto a minuto.<br />
¿Detenerlos?<br />
Si alguien hubiera osado solicitar calma o sentido común, sencillamente, se lo<br />
habrían llevado por <strong>de</strong>lante. A juzgar por los datos recogidos, el centenar<br />
largo <strong>de</strong> hombres y mujeres se transformó en un ciclón, lanzándose a las<br />
calles. Allí no había lógica. Al menos, lógica humana.<br />
Y coreando el nombre <strong>de</strong>l Resucitado siguieron los pasos <strong>de</strong>l inflamado Pedro.<br />
Era el triunfo <strong>de</strong> un grupo que, durante cincuenta oscuros días, fue humillado,<br />
perseguido y supuestamente anulado. Lo entendí.<br />
Los que, en cambio, no salían <strong>de</strong> su asombro eran los cientos <strong>de</strong> peregrinos y<br />
los sacerdotes que los vieron pasar. Pero nadie se atrevió a enfrentarse a<br />
semejante huracán.<br />
Finalmente, Pedro y los suyos tomaron posesión <strong>de</strong>l atrio <strong>de</strong> los Gentiles, en el<br />
concurrido Templo.<br />
Según mis informaciones, Pedro fue directo, repitiendo, poco más o menos, lo<br />
proclamado esa mañana en el cenáculo. Quizá fueran las dos o dos y media <strong>de</strong><br />
la tar<strong>de</strong>.<br />
No hubo tregua. No hubo concesión.<br />
El parlamento rué calentando los ánimos. Simón, con una elocuencia envidiable,<br />
se centró en la gran noticia: Jesús <strong>de</strong> Nazaret, el crucificado, seguía<br />
vivo. Muchos <strong>de</strong> los allí presentes podían dar fe. Y explicó. Dio <strong>de</strong>talles. Invocó<br />
a los que llegaron a verlo en el yam y, esa misma mañana, en las atestadas<br />
calles <strong>de</strong> Jerusalén.<br />
La pasión, las estudiadas pausas y, <strong>de</strong> nuevo, la aplastante seguridad <strong>de</strong><br />
aquel galileo no tardaron en hacer efecto en una masa <strong>de</strong>sconcertada e incapaz<br />
<strong>de</strong> razonar.<br />
El lí<strong>de</strong>r, hábil, cedió la palabra a sus hermanos. Así fue como los Zebe<strong>de</strong>o,<br />
Mateo Leví, Felipe y Andrés entraron en liza, confirmando lo ya expuesto. Pero<br />
ninguno supo completar la brillante plática <strong>de</strong> Simón, con lo que constituía el<br />
alma <strong>de</strong>l mensaje <strong>de</strong> aquel «po<strong>de</strong>roso Resucitado»; «el hombre es un hijo <strong>de</strong><br />
Dios». El error se repetía.<br />
Los sacerdotes, inquietos, formaron corros, murmurando. Pero el magnetismo<br />
y la audacia <strong>de</strong> aquellos hombres doblegaron a la multitud. Se escucharon<br />
voces, solicitando perdón y consejo. No era el momento para <strong>de</strong>tenciones<br />
o polémicas. Y la casta sacerdotal, rabiosa y humillada, tuvo que retirarse.<br />
22
El hecho no pasó <strong>de</strong>sapercibido para los íntimos. Y se crecieron.<br />
El resto fue tan lógico como satisfactorio. Hacia la hora «décima» (las cuatro),<br />
por iniciativa <strong>de</strong> Juan Zebe<strong>de</strong>o, los radiantes «embajadores» tiraron <strong>de</strong>l<br />
gentío, invadiendo la gran piscina <strong>de</strong> Siloé, al sur <strong>de</strong> la ciudad. Allí, eufóricos<br />
-«casi en una nube»-, bautizaron a más <strong>de</strong> dos mil personas. Eso, al menos,<br />
fue lo que dijeron. Un bautismo en nombre <strong>de</strong>l «Señor Jesús»...<br />
Bien entrada la noche, agotados pero felices, se refugiaron <strong>de</strong> nuevo en el<br />
caserón <strong>de</strong> los Marcos. «El mundo -se <strong>de</strong>cían unos a otros- es nuestro.<br />
Preparemos la gloriosa vuelta <strong>de</strong>l Señor.»<br />
Por supuesto que no olvidé el intrigante asunto <strong>de</strong>l llamado «don <strong>de</strong> lenguas».<br />
Según Lucas, los íntimos <strong>de</strong>sconcertaron a la concurrencia, hablando en toda<br />
suerte <strong>de</strong> idiomas. Lenguas que, al parecer, no conocían.<br />
Al plantearlo volvieron las risas. Aquel griego <strong>de</strong> Tesalónica, en efecto, parecía<br />
haber perdido el juicio.<br />
-¿Otras lenguas?... Sí, Jasón, las <strong>de</strong> siempre. Las habituales...<br />
La información me <strong>de</strong>jó perplejo. En el fondo había creído al evangelista.<br />
¿Cuándo apren<strong>de</strong>ré?<br />
Lo sucedido, según me relataron, fue simple. Aquella lar<strong>de</strong>, en el atrio <strong>de</strong> los<br />
Gentiles, se congregaba una multitud <strong>de</strong> lo más variopinto. La fiesta <strong>de</strong>l<br />
«Shavuot» podía reunir en Jerusalén a más <strong>de</strong> diez mil peregrinos, llegados<br />
<strong>de</strong> toda la diáspora. De hecho, muchos <strong>de</strong> los que habían acudido a la Pascua,<br />
siete semanas antes, continuaban aún en la Ciudad Santa. Allí, en el Templo,<br />
según mis informantes, a<strong>de</strong>más <strong>de</strong> cientos <strong>de</strong> vecinos <strong>de</strong> la capital, se reunieron<br />
judíos y gentiles <strong>de</strong> Lidia, la Capadocia, Babilonia, Egipto, Tracia,<br />
Palmira, la Nabatea, Numidia, Creta, Roma, Cilicia y un larguísimo etcétera.<br />
Pues bien, siguiendo la costumbre <strong>de</strong>l Maestro -<strong>de</strong> esto, francamente, apenas<br />
sabía gran cosa-, los oradores, los cinco discípulos, intercalaron otros idiomas<br />
en sus respectivos discursos en arameo. Naturalmente, lenguas que conocían.<br />
A saber: griego (más exactamente koiné), latín y frases en arab, egipcio y<br />
siríaco.<br />
Lo encontré normal, teniendo en cuenta que muchos <strong>de</strong> los judíos que residían<br />
en el extranjero no hablaban arameo. Éstos, en cambio, sí comprendían<br />
la koiné, el griego «internacional» al que se recurría para casi todo: comercio,<br />
cultura, etc.<br />
Y volvemos al viejo tema. Muchos, creyentes o no, piensan hoy que los íntimos<br />
<strong>de</strong> Jesús eran unos patanes, sin la menor base intelectual. Lamentable<br />
error. Como tendré oportunidad <strong>de</strong> exponer más a<strong>de</strong>lante, los once galileos y<br />
el Iscariote (el único judío) habían acudido a las escuelas <strong>de</strong> las sinagogas y,<br />
aunque el nivel no podría equipararse al <strong>de</strong> nuestros «universitarios», sabían<br />
mantener una conversación <strong>de</strong> cierto rango, dominando, por supuesto, algunos<br />
idiomas. Por ejemplo, salvo los gemelos, que presentaban mayores<br />
dificulta<strong>de</strong>s, el resto se <strong>de</strong>fendía a la perfección en el mencionado griego<br />
23
«internacional». En latín, la lengua <strong>de</strong> Roma, aunque macarrónico y portuario,<br />
Mateo Leví, Judas, Bartolomé, Simón el Zelota, los Zebe<strong>de</strong>o y Tomás también<br />
eran capaces <strong>de</strong> enten<strong>de</strong>r y hacerse enten<strong>de</strong>r. Respecto al arab (árabe), muy<br />
extendido en Palestina y alre<strong>de</strong>dores, Bartolomé y el Zelota manejaban palabras<br />
y frases sueltas. Estos dos, en especial el «oso <strong>de</strong> Cana», sin duda uno<br />
<strong>de</strong> los más ilustrados, estaban en condiciones <strong>de</strong> aventurarse, incluso, en el<br />
difícil egipcio y en el siríaco, otro <strong>de</strong> los dialectos <strong>de</strong>l arameo.<br />
En suma, <strong>de</strong> «don <strong>de</strong> lenguas», nada <strong>de</strong> nada. En todo caso, un nuevo<br />
arrebato literario <strong>de</strong>l amigo Lucas.<br />
Y ya que el Destino parece empeñado en enfrentarme al «inefable» médico <strong>de</strong><br />
Antioquía me resisto a pasar por alto su increíble versión sobre los acontecimientos<br />
registrados en aquella memorable jornada que hoy llaman «Pentecostés».<br />
Ignoro quién le informó, pero lo cierto es que el responsable fue un total<br />
irresponsable. El servicio <strong>de</strong> Lucas a la Historia y a la comunidad <strong>de</strong> creyentes<br />
no pudo ser más negativo.<br />
Veamos por qué.<br />
Al escribir sobre la «sustitución <strong>de</strong> Judas» (Ac. 1, 15), el escritor sagrado (?)<br />
sigue confundiendo las fechas.<br />
«Uno <strong>de</strong> aquellos días -dice-, Pedro se puso en pie en medio <strong>de</strong> los hermanos...»<br />
¿Uno <strong>de</strong> aquellos días? Falso. Todo sucedió en la misma jornada, la <strong>de</strong>l jueves,<br />
18 <strong>de</strong> mayo (mes <strong>de</strong> sivan). Al leer el párrafo inmediatamente anterior<br />
-versículos 12 al 15-, uno comprueba que las fuentes <strong>de</strong>l evangelista <strong>de</strong>jaban<br />
mucho que <strong>de</strong>sear... Tras la «ascensión», los discípulos se retiraron a la casa<br />
<strong>de</strong> los Marcos, sí, pero la espera fue cuestión <strong>de</strong> horas, no <strong>de</strong> días.<br />
Acto seguido -Ac. 1, 16-23-, Lucas ofrece un discurso <strong>de</strong> Pedro que jamás fue<br />
pronunciado. Al menos, no en aquel cenáculo y en la referida mañana. Y dudo<br />
que Simón hablara nunca <strong>de</strong>l «campo comprado por el Iscariote». Él sabía que<br />
las monedas recibidas por Judas fueron arrojadas por el traidor en la sala <strong>de</strong><br />
los «cepillos», en el Templo, en un último y <strong>de</strong>sesperado intento <strong>de</strong> salvar al<br />
Maestro. No creo, insisto, que Pedro se atreviera a tergiversar aquel suceso.<br />
El evangelista, en cambio, a<strong>de</strong>más <strong>de</strong> alterar la suerte final <strong>de</strong> los treinta<br />
ciclos, lo pone en boca <strong>de</strong>l lí<strong>de</strong>r. Una afirmación, en fin, tan falsa como poco<br />
caritativa.<br />
Y el <strong>de</strong>sastre continúa...<br />
Al mencionar a Matías, sustituto <strong>de</strong> Judas, Lucas <strong>de</strong>forma <strong>de</strong> nuevo los hechos,<br />
ocultando parte <strong>de</strong> la verdad. Ni hubo oración previa a la «votación», ni el<br />
escritor advierte <strong>de</strong> las torcidas intenciones <strong>de</strong> Simón Pedro respecto a<br />
«Berseba», el segundo candidato. El lapsus, en parte, tiene una justificación.<br />
El discípulo <strong>de</strong> Pablo, al poner por escrito estos acontecimientos, no podía<br />
mancillar la imagen <strong>de</strong> uno <strong>de</strong> los fundadores <strong>de</strong>l movimiento al que perte-<br />
24
necía. ¿Cómo explicar a los creyentes que el carismático lí<strong>de</strong>r había <strong>de</strong>spreciado<br />
a un prosélito?<br />
Así se hace la Historia...<br />
Más a<strong>de</strong>lante, en el capítulo 2 <strong>de</strong> Hechos, el fantástico Lucas se dispara. Y<br />
dice:<br />
«Al llegar el día <strong>de</strong> Pentecostés, estaban todos reunidos en un mismo lugar.<br />
De repente vino <strong>de</strong>l cielo un ruido como el <strong>de</strong> una ráfaga <strong>de</strong> viento impetuoso,<br />
que llenó toda la casa en la que se encontraban. Se les aparecieron unas<br />
lenguas como <strong>de</strong> fuego que se repartieron y se posaron sobre cada uno <strong>de</strong><br />
ellos...»<br />
Inaudito.<br />
¿De dón<strong>de</strong> saca el evangelista el «ruido» y las «lenguas <strong>de</strong> fuego»? Por cierto,<br />
tampoco aclara si fueron doce o ciento veinte... Puesto a repartir «fuegos<br />
artificiales», no creo que el Espíritu hiciera restricciones...<br />
El suceso, como ya he dicho, fue más serio y profundo <strong>de</strong> lo que nos pinta<br />
Lucas. Pero, una vez más, estimó que «aquello» no era suficiente y que<br />
convenía adornarlo. Si realmente hubiera sucedido lo que afirma el escritor, el<br />
«ruido» y las «lenguas» habrían terminado por provocar un pánico generalizado<br />
y una <strong>de</strong>sbandada colectiva. El «<strong>de</strong>talle», sin embargo, no fue tenido en<br />
cuenta por el «inventor».<br />
Más confusión.<br />
A renglón seguido -versículos 4 al 14-, el evangelista, que no atranca, mezcla,<br />
inventa y <strong>de</strong>forma.<br />
«¿Don <strong>de</strong> lenguas?»<br />
Falso.<br />
¿Gente <strong>de</strong> Jerusalén que escuchó el impetuoso ruido y fueron congregarse<br />
ante la casa <strong>de</strong> los Marcos?<br />
Falso.<br />
Esos discursos, tras el advenimiento <strong>de</strong>l Espíritu <strong>de</strong> la Verdad, se pronunciaron<br />
en el Templo una hora y media más tar<strong>de</strong>.<br />
Sinceramente, no logro enten<strong>de</strong>rlo. No alcanzo a compren<strong>de</strong>r el porqué <strong>de</strong><br />
tanto <strong>de</strong>spiste. A no ser que Lucas no consiguiera hablar con los testigos<br />
presenciales -cosa que dudo- o que su memoria fallase. Cincuenta años era<br />
<strong>de</strong>masiado...<br />
Por supuesto, cabe también otra explicación, ya insinuada anteriormente:<br />
que el evangelista sí hubiera tenido puntual información, pero <strong>de</strong>seoso <strong>de</strong><br />
magnificar el lance e influenciado por las peregrinas i<strong>de</strong>as <strong>de</strong> su maestro,<br />
Pablo <strong>de</strong> Tarso, conviniera en modificar hechos y palabras «para mayor gloria<br />
<strong>de</strong> la primitiva iglesia». No era la primera vez que sucedía algo así, ni sería la<br />
última. Y he dicho bien. He hablado <strong>de</strong> «peregrinas i<strong>de</strong>as», refiriéndome a<br />
Pablo. Basta repasar una <strong>de</strong> sus epístolas (1 Cor. 14) para captar la obsesión<br />
<strong>de</strong> este, no lo dudo, bienintencionado artífice <strong>de</strong>l cristianismo sobre el célebre<br />
25
«don <strong>de</strong> lenguas». ¿Pudo estar ahí la «inspiración» que movió a Lucas una<br />
historia tan diferente? Como <strong>de</strong>cía el Maestro, «quien tenga oídos...».<br />
En cuanto al supuesto discurso <strong>de</strong>l lí<strong>de</strong>r -versículos 14 al 37 <strong>de</strong>l mencionado<br />
capítulo 2 <strong>de</strong> Hechos-, poco puedo añadir. La manipulación fue igualmente<br />
feroz.<br />
¿Quién podía burlarse <strong>de</strong> los discípulos, tachándoles <strong>de</strong> borrachos, si no<br />
existió el pretendido milagro <strong>de</strong> las lenguas?<br />
A Lucas, sin embargo, le da igual. Es posible que necesitase una excusa. Un<br />
inci<strong>de</strong>nte que le permitiera cuadrar la historia y sacar a relucir la cita justa. En<br />
este caso, <strong>de</strong>l profeta Joel. ¿Y por qué la cita justa? He ahí otra sutileza que<br />
termina <strong>de</strong>scubriendo los manejos <strong>de</strong>l evangelista. Fue a partir <strong>de</strong> Pentecostés<br />
cuando los íntimos y seguidores <strong>de</strong>l Maestro llegaron al convencimiento<br />
<strong>de</strong> que el retorno <strong>de</strong> Jesús era algo inminente. Una vuelta con gran po<strong>de</strong>r y<br />
majestad, escoltada por signos celestes. Y Lucas, que escribe medio siglo<br />
<strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la «ascensión», aprovecha el pasaje para <strong>de</strong>slizar una profecía<br />
que venía ni que pintada. Él, probablemente, continuaba creyendo en ese<br />
próximo retorno y no dudó en recordárselo a la iglesia primitiva, poniéndolo<br />
en boca <strong>de</strong> Pedro. El fallo, sin embargo, apenas perceptible, estuvo en la<br />
fecha. En ese jueves, 18 <strong>de</strong> mayo, nadie hablaba aún <strong>de</strong>l espectacular e<br />
inmediato regreso <strong>de</strong>l rabí. Eso fue posterior.<br />
Y necesitado, como digo, <strong>de</strong> una excusa -que justificase, a<strong>de</strong>más, el forzado<br />
«milagro» <strong>de</strong> los idiomas <strong>de</strong>sconocidos-, el escritor no tiene otra ocurrencia<br />
que situar el arranque <strong>de</strong>l discurso <strong>de</strong>l lí<strong>de</strong>r en la hora «tercia».<br />
¿Hora «tercia»? ¿Las nueve <strong>de</strong> la mañana?<br />
Si Lucas conversó con Pedro, con Juan Marcos, con Pablo o con otros testigos<br />
tuvo que saber -necesariamente- que el horario fue otro. Como ya <strong>de</strong>tallé en<br />
su momento, la <strong>de</strong>smaterialización (?) <strong>de</strong>l Resucitado en la falda <strong>de</strong>l monte <strong>de</strong><br />
las Aceitunas se produjo poco antes <strong>de</strong> las 8 horas. Y fue entre las 10 y las 11<br />
cuando, obe<strong>de</strong>ciendo la or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> Pedro, se congregaron en el hogar <strong>de</strong> los<br />
Marcos los ciento veinte hombres y mujeres que amaban a Jesús. La enigmática<br />
«presencia» -el Espíritu- inundó la sala <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la «sexta» (hacia<br />
las 13). A raíz <strong>de</strong> esto, el grupo se movilizó, dirigiéndose al Templo. Y fue al<br />
filo <strong>de</strong> la «nona» (15 horas) cuando los discípulos lanzaron sus discursos.<br />
Estoy seguro <strong>de</strong> que Lucas sabía todo esto, pero, si <strong>de</strong>seaba embellecerlo,<br />
qué mejor solución que la <strong>de</strong>l mosto a las nueve <strong>de</strong> la mañana...<br />
Lo dicho: un <strong>de</strong>sastre.<br />
En lo concerniente al contenido <strong>de</strong> dicho parlamento, amén <strong>de</strong> olvidar (?) que<br />
fueron cinco los que hablaron a la multitud, el evangelista coloca en boca <strong>de</strong><br />
Simón unos argumentos, citas y reflexiones que nunca existieron. Excepción<br />
hecha <strong>de</strong> las alusiones a la muerte y resurrección <strong>de</strong> Jesús, lo <strong>de</strong>más es<br />
irreconocible. No dudo <strong>de</strong> que el lí<strong>de</strong>r llegara a predicar esas y otras admoniciones<br />
en su dilatada carrera como embajador <strong>de</strong>l reino (más <strong>de</strong> treinta<br />
26
años), pero nunca en la mañana o en la tar<strong>de</strong> <strong>de</strong> ese jueves.<br />
En ambas oportunida<strong>de</strong>s, no me cansaré <strong>de</strong> insistir en ello, todos, absolutamente<br />
todos, se centraron en lo que, obviamente, los tenía perplejos: la<br />
<strong>de</strong>slumbrante realidad física <strong>de</strong>l Resucitado. Repito: aquello era un triunfo y<br />
los íntimos, no lo olvi<strong>de</strong>mos, seres humanos...<br />
Eso, y no otra cosa, fue lo que conmovió y <strong>de</strong>jó boquiabiertos a peregrinos y<br />
habitantes <strong>de</strong> la Ciudad Santa. Allí estaban los testigos, hombres y mujeres<br />
<strong>de</strong> fiar. Podían preguntar y lo hicieron. Ése fue el gran argumento. Si los<br />
oradores se hubieran limitado a las rimbombantes palabras que menciona<br />
Lucas -impropias, a<strong>de</strong>más, <strong>de</strong>l tosco Pedro-, lo más probable es que el<br />
<strong>de</strong>senlace habría sido otro. Los sacerdotes, por ejemplo, no hubieran consentido<br />
semejante <strong>de</strong>safío. La normativa <strong>de</strong>l Sanedrín contra los que dieran<br />
publicidad a la resurrección seguía en vigor. Si no actuaron fue, sencillamente,<br />
porque el pueblo se hallaba electrizado con la gran noticia. Pero, lamentablemente,<br />
esto no fue suficiente para algunos...<br />
Repasando, en fin, el <strong>de</strong>safortunado texto, uno tiene la sensación <strong>de</strong> que el<br />
evangelista, obe<strong>de</strong>ciendo, quizá, la «recomendación» <strong>de</strong> otros, procuró sublimar<br />
la imagen <strong>de</strong>l cuerpo apostólico..., <strong>de</strong>s<strong>de</strong> los primeros momentos. Alguien<br />
los calificó <strong>de</strong> hombres «sagrados» y hubo que mantener y <strong>de</strong>fen<strong>de</strong>r la<br />
i<strong>de</strong>a a toda costa. Parece como si el Espíritu <strong>de</strong> la Verdad sólo se hubiera<br />
<strong>de</strong>rramado sobre los doce...<br />
Esta hipótesis explicaría el porqué <strong>de</strong> unas no menos <strong>de</strong>safortunadas frases,<br />
atribuidas al lí<strong>de</strong>r, y que Lucas introduce en el mencionado discurso. Dudo <strong>de</strong><br />
que Pedro llegara a afirmar en público, y menos <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> sus compañeros,<br />
que «Dios había resucitado al Maestro y que la carne <strong>de</strong>l rabí no experimentaría<br />
la corrupción». Y digo que no creo en tales afirmaciones porque,<br />
como espero narrar más a<strong>de</strong>lante, los once tuvieron ocasión <strong>de</strong> escuchar <strong>de</strong><br />
labios <strong>de</strong>l propio Resucitado cómo el acto <strong>de</strong> volver a la vida era, en realidad,<br />
un atributo <strong>de</strong> la naturaleza divina <strong>de</strong> este Hijo <strong>de</strong> Dios. En otras palabras:<br />
que la resurrección <strong>de</strong> Jesús no <strong>de</strong>pendió <strong>de</strong> la voluntad <strong>de</strong>l Padre. Si Pedro,<br />
en esos instantes, hubiera dicho una cosa así habría faltado gravemente a la<br />
verdad. Otra cuestión es que el evangelista no supiera -o no quisiera saber<strong>de</strong><br />
este singular suceso e intentara presentar a Simón Pedro como a un<br />
profeta, como a un hombre «sagrado».<br />
¿Corrupción? He ahí otra incongruencia <strong>de</strong> Lucas. En esas fechas, ni Pedro, ni<br />
nadie, estaban en condiciones <strong>de</strong> saber lo ocurrido en la tumba. Para los<br />
seguidores <strong>de</strong>l Maestro, simplemente, el cadáver <strong>de</strong>sapareció. Más aún:<br />
Simón y los restantes testigos <strong>de</strong> las apariciones tuvieron la oportunidad <strong>de</strong><br />
verificar que aquel «cuerpo glorioso», en especial durante las primeras<br />
«presencias», poco o nada tenía que ver con el antiguo soporte físico <strong>de</strong>l<br />
Maestro. Nunca, que yo sepa, se aventuraron a hablar <strong>de</strong> <strong>de</strong>scomposición.<br />
Esa i<strong>de</strong>a, como otras, fructificó mucho <strong>de</strong>spués.<br />
27
Por último, el evangelista vuelve a pillarse los <strong>de</strong>dos en el versículo 21 <strong>de</strong>l<br />
catastrófico capítulo 2.<br />
«Y todo el que invoque el nombre <strong>de</strong>l Señor -afirma Pedro (?)- se salvará.»<br />
Lucas, como fue dicho, escribe este texto hacia el año 80 y olvida un casi<br />
insignificante «<strong>de</strong>talle» que, sin embargo, invalida el pasaje. La expresión<br />
«los que invocan el nombre <strong>de</strong>l Señor» sería acuñada por los cristianos algún<br />
tiempo <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> Pentecostés. Fue una especie <strong>de</strong> «marca <strong>de</strong> la casa». Una<br />
forma <strong>de</strong> <strong>de</strong>finirse. En aquellos iniciales momentos -cuando Lucas sitúa el<br />
discurso <strong>de</strong> Pedro-, ni el lí<strong>de</strong>r ni ningún otro hablaban así. Sería años más<br />
tar<strong>de</strong> cuando nacería el eslogan. No en aquel tergiversado jueves...<br />
Sirvan, pues, estas reflexiones como aviso a los navegantes. Dados los<br />
numerosos y graves errores -y lo escribo con todo respeto-, ¿cómo aceptar<br />
los evangelios como la palabra <strong>de</strong> Dios?<br />
Espero y <strong>de</strong>seo que el hipotético lector <strong>de</strong> estas memorias sepa juzgar por sí<br />
mismo...<br />
Ahora lo sé. La <strong>de</strong>cisión fue provi<strong>de</strong>ncial. El Destino sabe siempre lo que<br />
hace...<br />
Perfiladas las indagaciones sobre Pentecostés, poco faltó para que emprendiera<br />
viaje <strong>de</strong> retorno a Nazaret. Pero la insistencia y el cariño <strong>de</strong> los Marcos<br />
me obligaron a ce<strong>de</strong>r, prolongando mi estancia en Jerusalén hasta mediados<br />
<strong>de</strong> junio.<br />
Sí, la casualidad no existe...<br />
Merced a esta circunstancia, quien esto escribe tendría la excelente oportunidad<br />
<strong>de</strong> ser testigo <strong>de</strong> una serie <strong>de</strong> acontecimientos inéditos para mí y,<br />
supongo, para los que se consi<strong>de</strong>ran creyentes. Unos sucesos <strong>de</strong> especial<br />
trascen<strong>de</strong>ncia que, obviamente, no podían ser recogidos por los evangelistas.<br />
Y no porque no tuvieran noticias <strong>de</strong> ellos, sino por la <strong>de</strong>licada naturaleza <strong>de</strong><br />
los mismos.<br />
Trataré <strong>de</strong> or<strong>de</strong>narlos, tal y como sucedieron, y <strong>de</strong> sintetizarlos. La verdad es<br />
que me asusta lo poco que me resta <strong>de</strong> vida..., y lo mucho que aún tengo que<br />
contar.<br />
El primero <strong>de</strong> estos hechos apareció nítido e implacable a las pocas horas <strong>de</strong>l<br />
advenimiento <strong>de</strong>l Espíritu. Pedro fue el gran impulsor. En los días que siguieron<br />
a Pentecostés, el entusiasta lí<strong>de</strong>r y varios <strong>de</strong> los íntimos continuaron<br />
predicando y conversando con cuantos <strong>de</strong>seaban saber sobre la resurrección.<br />
Y fue en esos discursos y charlas don<strong>de</strong> se perfiló la i<strong>de</strong>a. Los discípulos<br />
malinterpretaron las palabras <strong>de</strong>l Resucitado sobre su segunda venida a la<br />
Tierra y nació el error. Si el Maestro había afirmado que regresaría -y así fue-,<br />
eso significaba que la vuelta era segura..., e inminente. Jesús <strong>de</strong> Nazaret<br />
acababa <strong>de</strong> marchar junto al Padre para preparar la <strong>de</strong>finitiva entronización<br />
<strong>de</strong>l reino en el mundo. El asunto estaba claro. El nuevo or<strong>de</strong>n universal era<br />
28
cuestión <strong>de</strong> días o semanas...<br />
Y la euforia se disparó.<br />
Pero la equivocación fue más allá...<br />
Movidos por la mejor voluntad, <strong>de</strong>seosos <strong>de</strong> allanar el camino <strong>de</strong>l Señor y <strong>de</strong><br />
crear un propicio ambiente <strong>de</strong> hermandad, se lanzaron a una febril labor <strong>de</strong><br />
ayuda y reparación <strong>de</strong> injusticias. Y no quedó mendigo, indigente o necesitado<br />
en Jerusalén que no recibiera dinero o alimentos. Fue la locura. Invocando esa<br />
próxima parusía, muchos <strong>de</strong> los seguidores vendieron sus tierras, casa y<br />
propieda<strong>de</strong>s, repartiendo las riquezas entre los hermanos menos afortunados.<br />
Nada era <strong>de</strong> nadie y todo <strong>de</strong> todos.<br />
Si el «Señor Jesús» -como empezaban a llamar al Maestro- estaba a punto <strong>de</strong><br />
volver, y la Tierra sería equilibrio y bienestar, ¿qué sentido tenía el dinero?<br />
De poco sirvieron los sensatos llamamientos <strong>de</strong> gente como José <strong>de</strong> Arimatea,<br />
Bartolomé, María Marcos y la propia Señora, entre otros. Las peticiones <strong>de</strong><br />
pru<strong>de</strong>ncia eran como zumbidos <strong>de</strong> moscas en los oídos <strong>de</strong> aquellos exaltados.<br />
Nadie escuchaba. Yo, entristecido, no tuve más remedio que permanecer al<br />
margen.<br />
Naturalmente, como <strong>de</strong>mostraría la Historia, Jesús <strong>de</strong> Nazaret no retornó. El<br />
resto no es difícil <strong>de</strong> imaginar. La catástrofe fue inevitable. El Maestro no<br />
volvía y el mundo continuaba rodando...<br />
De este importante suceso, sin embargo, ninguno <strong>de</strong> los escritores sagrados<br />
(?) dice nada. No hace falta ser muy <strong>de</strong>spierto para enten<strong>de</strong>r por qué...<br />
Y ya que menciono tan trágica circunstancia, que provocaría infinidad <strong>de</strong><br />
conflictos y fricciones, no silenciaré un pensamiento que me ronda <strong>de</strong>s<strong>de</strong><br />
entonces. ¿Pudo ser ésta una <strong>de</strong> las causas que propició la casi absoluta falta<br />
<strong>de</strong> información sobre la faceta humana <strong>de</strong> Jesús? ¿Fue la firme creencia en el<br />
inmediato regreso <strong>de</strong>l Maestro la que restó importancia a los años anteriores<br />
a su vida <strong>de</strong> predicación?<br />
El ambiente, en fin, fue enrareciéndose y algunos <strong>de</strong> los íntimos y fieles<br />
seguidores <strong>de</strong>l rabí <strong>de</strong> Galilea terminaron por <strong>de</strong>spedirse, abandonando Jerusalén.<br />
A primeros <strong>de</strong> junio, por ejemplo, los gemelos <strong>de</strong> Alfeo, la Señora y<br />
Santiago, su hijo, marchaban hacia el yam. Juan Zebe<strong>de</strong>o los acompañó y<br />
quien esto escribe, francamente, se sintió aliviado. Aunque no tuve que soportar<br />
sus habituales <strong>de</strong>splantes, jamás me dirigió la palabra en aquellos días.<br />
Fue el único al que no me atreví a interrogar.<br />
Segundo suceso.<br />
Todo arrancó con Mateo Leví, el antiguo recaudador <strong>de</strong> impuestos. Recuerdo<br />
que, a los pocos días <strong>de</strong> la irrupción <strong>de</strong>l Espíritu en el cenáculo, el serio y parco<br />
galileo nos sorprendió a todos. Había empezado a escribir. Y lo hacía sin<br />
<strong>de</strong>scanso.<br />
Cuando me acerqué a él y, solícito y feliz, me tendió las hojas, quedé <strong>de</strong>sconcertado.<br />
En un pulcro arameo acababa <strong>de</strong> iniciar una especie <strong>de</strong> diario o<br />
29
memorias en torno a los trágicos días <strong>de</strong> la pasión y muerte <strong>de</strong> Jesús <strong>de</strong><br />
Nazaret. Aunque superficial, el relato se ajustaba a la verdad. O mucho me<br />
equivocaba o aquel texto era el primero <strong>de</strong> los que, con los años, constituirían<br />
el legado <strong>de</strong> los evangelistas sobre las enseñanzas <strong>de</strong>l Maestro.<br />
Lo interrogué con curiosidad y comprendí que estaba <strong>de</strong>cidido a poner por<br />
escrito lo más granado <strong>de</strong> cuanto había visto, escuchado y sentido junto a su<br />
adorado rabí.<br />
La recién estrenada aventura literaria <strong>de</strong> Mateo no pasó <strong>de</strong>sapercibida. Y poco<br />
a poco, casi todos <strong>de</strong>sfilaron por la sala superior <strong>de</strong>l hogar <strong>de</strong> los Marcos,<br />
leyendo el manuscrito. Las reacciones, sin embargo, no fueron unánimes.<br />
Aunque la mayoría aprobó el rigor y la precisión <strong>de</strong>l contenido, tres <strong>de</strong> los<br />
discípulos mostraron una clara oposición al hecho físico <strong>de</strong> la redacción.<br />
Bartolomé, el Zelota y Tomás, en contra <strong>de</strong> Mateo, argumentaron en primer<br />
lugar:<br />
«Si el Maestro estaba a punto <strong>de</strong> retornar, ¿por qué per<strong>de</strong>r el tiempo escribiendo<br />
sobre su vida y enseñanzas? Él se encargaría <strong>de</strong> recordarlo todo...»<br />
«El "Señor Jesús" -dijeron- no aprobaría una cosa así... Sabes bien que, en<br />
vida, repitió que no <strong>de</strong>seaba ver sus palabras por escrito.»<br />
La afirmación, rotunda, me <strong>de</strong>sconcertó. De eso tampoco sabía nada. Ciertamente,<br />
el rabí, que yo supiera, no <strong>de</strong>jó escritos. Al menos <strong>de</strong> su puño y letra.<br />
Pero la advertencia <strong>de</strong> los discípulos a Mateo no encajaba con algo que este<br />
explorador había visto: los manuscritos dictados por Jesús al Zebe<strong>de</strong>o padre.<br />
Sí, aquello era una contradicción...<br />
Pero tendríamos que esperar al ansiado tercer «salto» para resolver el enigma.<br />
Bartolomé y los <strong>de</strong>más, por supuesto, no captaron las auténticas intenciones<br />
<strong>de</strong> Jesús.<br />
La cuestión es que, haciendo caso omiso, Mateo Leví prosiguió su labor. Y<br />
nadie volvió a molestarle.<br />
Curioso. Tiempo atrás, un inci<strong>de</strong>nte así hubiera provocado, con seguridad,<br />
una agria disputa. Pues bien, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> aquel bendito Pentecostés, no me cansaré<br />
<strong>de</strong> insistir en ello, los íntimos se tornaron menos agresivos. Hubo polémicas y<br />
discusiones, pero jamás cayeron en los viejos insultos o en las <strong>de</strong>scalificaciones<br />
personales. La extraña «presencia» los cambió radicalmente. No creo<br />
que exagere si afirmo que aprendieron más en unos pocos días que en los<br />
cuatro años <strong>de</strong> convivencia con el Galileo...<br />
Cuando este explorador abandonó Jerusalén, el esforzado Mateo seguía enfrascado<br />
en su proyecto. Supongo que, con el tiempo, llegaría a ultimarlo.<br />
Después, al leer lo que actualmente aparece en el evangelio que lleva su<br />
nombre, volví a sorpren<strong>de</strong>rme. También ese texto es irreconocible.<br />
El tercer y significativo acontecimiento no tardaría en llegar. En realidad,<br />
según se mire, fue una consecuencia <strong>de</strong>l anterior.<br />
En una reacción muy humana y comprensible, Andrés, hermano <strong>de</strong> Simón<br />
30
Pedro, adoptó una iniciativa similar a la <strong>de</strong> Mateo Leví. Escribiría, sí. Pondría<br />
por escrito sus muchos e intensos recuerdos. Y se lanzó al trabajo.<br />
Al principio, todo fue bien. Mejor dicho, casi bien. Bartolomé, Tomás y Simón<br />
el Zelota protestaron <strong>de</strong> nuevo. El resultado, sin embargo, fue idéntico. Andrés<br />
lo tenía muy claro.<br />
El verda<strong>de</strong>ro problema aparecería en la segunda semana <strong>de</strong> junio cuando, al<br />
leer en voz alta las palabras <strong>de</strong>l Resucitado en su última aparición, Andrés<br />
olvidó el gran mensaje sobre la paternidad <strong>de</strong> Dios y la filiación <strong>de</strong> los<br />
hombres.<br />
Ahí surgió el conflicto.<br />
El «oso <strong>de</strong> Cana» le hizo ver que estaba suprimiendo lo que más interesaba al<br />
Maestro. Tenía razón. Y aunque el complaciente Andrés prometió enmendar el<br />
lapsus, la amonestación terminó provocando una <strong>de</strong>nsa e interminable discusión<br />
en la que el lí<strong>de</strong>r se manifestó abiertamente contra Bartolomé. No era<br />
aquello lo que atraía a las masas. No era esa revolucionaria i<strong>de</strong>a la que<br />
arrastraba cada día a cientos <strong>de</strong> judíos y gentiles al bautismo. No era eso, en<br />
<strong>de</strong>finitiva, lo que Pedro y su grupo predicaban diariamente. Era el Jesús vivo,<br />
resucitado, po<strong>de</strong>roso y triunfador lo que les había colocado en boca <strong>de</strong> todo<br />
Jerusalén.<br />
No, no cambiarían...<br />
Bartolomé y los otros dos, pacientes, con serenidad, intentaron centrar la<br />
cuestión. Y asistí maravillado a la exposición <strong>de</strong> unos argumentos irreprochables.<br />
He aquí los que me parecieron más solemnes y certeros:<br />
«El Maestro -clamó Bartolomé- nos enseñó que el hombre pue<strong>de</strong> sostener una<br />
relación directa con el Padre, con Dios... No importa que sea pobre, rico, ignorante<br />
o pecador... ¿Es que no veis que éste es el gran triunfo?»<br />
Pero el lí<strong>de</strong>r, secundado en la polémica por Felipe, Santiago <strong>de</strong> Zebe<strong>de</strong>o y<br />
Mateo, no retrocedió. Nunca me expliqué el súbito cambio <strong>de</strong>l antiguo recaudador<br />
<strong>de</strong> impuestos en este crucial asunto. Como se recordará, en otra <strong>de</strong><br />
las encendidas disputas en el yam, Mateo Leví se manifestó a favor <strong>de</strong> la<br />
predicación <strong>de</strong> la mencionada paternidad <strong>de</strong> Dios.<br />
No conviene olvidarlo. Aquellos hombres, a pesar <strong>de</strong> lo que llevaban visto y<br />
oído, eran judíos. Acataban la Ley, y lo expuesto por Bartolomé rechinaba en<br />
su interior. La Tora no hablaba <strong>de</strong> esa increíble, casi blasfema, relación entre<br />
Yavé y los seres humanos. En contra <strong>de</strong> lo que les enseñó Jesús, continuaban<br />
pensando que la obediencia a esa Ley sí que provocaba la respuesta <strong>de</strong> Dios.<br />
Bartolomé insistió:<br />
«Jesús fue muy claro. La salvación no <strong>de</strong>pen<strong>de</strong> <strong>de</strong> la obediencia a la Ley, sino<br />
<strong>de</strong> la fe...»<br />
No hubo forma. Supongo que, a<strong>de</strong>más <strong>de</strong>l <strong>de</strong>slumbramiento que llevó consigo<br />
el fenómeno <strong>de</strong> la resurrección, Pedro y el resto <strong>de</strong> la oposición intuyeron que<br />
31
el gran mensaje sólo traería dificulta<strong>de</strong>s en el angosto marco en el que, <strong>de</strong><br />
momento, tenían que vivir y <strong>de</strong>senvolverse. De hecho, si uno contempla la<br />
historia <strong>de</strong> la primitiva iglesia, observará que el lí<strong>de</strong>r y sus hermanos se<br />
movieron durante años en las estrictas coor<strong>de</strong>nadas que marcaba la religión<br />
judía.<br />
-El siguiente planteamiento -esta vez a cargo <strong>de</strong>l Zelota- fue rechazado sin<br />
contemplaciones.<br />
«¿Es que no veis que el Maestro nos está proporcionando una religión sin<br />
ca<strong>de</strong>nas, sin castas sacerdotales y sin miedos? Una religión por y para el<br />
alma...»<br />
Y Tomás añadió:<br />
«¿Cuántas veces lo repitió el rabí? El evangelio <strong>de</strong>l reino nada tiene que ver<br />
con viejas leyes, razas o culturas...»<br />
La batalla dialéctica parecía perdida...<br />
Aun así, echando mano <strong>de</strong> «algo» que todos aceptaban, Bartolomé esgrimió<br />
con agu<strong>de</strong>za:<br />
«El Espíritu <strong>de</strong> la Verdad nos ha visitado. Pues bien, ¿no comprendéis que uno<br />
<strong>de</strong> sus propósitos es purificar las almas y <strong>de</strong>spejar las mentes? ¿No entendéis<br />
que, a partir <strong>de</strong> ahora, nuestro trabajo se resume en hacer la voluntad <strong>de</strong>l<br />
Padre?»<br />
Y subrayó con energía:<br />
«...¿Qué más gloria, sabiduría y triunfo podéis esperar?»<br />
La «oposición» replicó convencida:<br />
«Olvidas que el Señor Jesús ha vencido a la muerte. Ése es el gran triunfo...<br />
Eso es lo que todos <strong>de</strong>ben saber. Ésa es la voluntad <strong>de</strong>l Padre.»<br />
Bartolomé, impotente, negó una y otra vez. Por último, <strong>de</strong>salentado, clamó:<br />
«¡Yo os diré cuál es esa voluntad!... Cumplir los <strong>de</strong>seos <strong>de</strong>l Maestro... Es <strong>de</strong>cir,<br />
proclamar al mundo que somos hijos <strong>de</strong> un Dios... ¡Hijos <strong>de</strong> un Dios!»<br />
Pero el lí<strong>de</strong>r, eufórico, <strong>de</strong>svió el certero planteamiento.<br />
«¡Eso hacemos, querido "oso"... Eso predicamos... - ¡Dios es el Padre <strong>de</strong>l<br />
Señor Jesús!...»<br />
Simón llevaba razón..., hasta cierto punto. Al fin habían comprendido el<br />
oscuro asunto <strong>de</strong> la divinidad <strong>de</strong>l Maestro. Sin embargo, como señalaba<br />
Bartolomé, la segunda parte <strong>de</strong>l misterio -la paternidad <strong>de</strong> Dios para con los<br />
humanos- escapó a su entendimiento. El grupo parecía con<strong>de</strong>nado a «fabricar»<br />
una hermandad <strong>de</strong> creyentes en la figura <strong>de</strong>l «Señor Jesús», olvidando<br />
la otra «hermandad»: la <strong>de</strong> un mundo sin rangos ni distinciones en el<br />
que todos se supieran hijos <strong>de</strong>l Padre. Fue una lástima..<br />
Y no me equivoqué. A juzgar por los resultados, Pedro y los suyos mantuvieron<br />
la postura inicial, adorando al Galileo y transformándolo en un ejemplo<br />
a seguir. Estaba asistiendo al nacimiento <strong>de</strong> una secta que, años <strong>de</strong>spués,<br />
bajo el genio organizativo <strong>de</strong> Pablo, se convertiría en lo que hoy llaman<br />
32
«iglesia». Se confun<strong>de</strong>n cuantos han supuesto, y suponen, que la iglesia se<br />
fraguó con Jesús o en los días que siguieron a Pentecostés. Aquello, al menos<br />
hasta don<strong>de</strong> alcancé a conocer, no era una organización, tal y como hoy<br />
concebimos. No había jerarquías. A lo sumo, el reconocimiento implícito <strong>de</strong> un<br />
lí<strong>de</strong>r. No existía ritual alguno. Sólo un <strong>de</strong>seo sincero, aunque utópico, <strong>de</strong><br />
compartirlo todo y <strong>de</strong> pregonar las excelencias <strong>de</strong>l Maestro.<br />
Y la ruptura fue irreversible. Las posturas, tan claras como encontradas, no<br />
cedieron un milímetro. Hablaron, sí, pero el abismo, lejos <strong>de</strong> <strong>de</strong>saparecer, fue<br />
ensanchándose. El cisma estaba servido.<br />
Naturalmente, ni uno solo <strong>de</strong> los evangelistas menciona estos lamentables<br />
acontecimientos. Unos sucesos que dividían al primitivo colegio apostólico en<br />
dos bandos irreconciliables <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el punto <strong>de</strong> vista estrictamente «teológico».<br />
De un lado, Pedro, su hermano Andrés, Santiago Zebe<strong>de</strong>o, Felipe y Mateo Leví.<br />
A éstos se uniría poco <strong>de</strong>spués Juan Zebe<strong>de</strong>o. En el otro extremo, formando<br />
un segundo «clan», Bartolomé, Tomás y Simón el Zelota. Tanto los gemelos<br />
<strong>de</strong> Alteo como Matías se mantuvieron en una tierra <strong>de</strong> nadie, alejados <strong>de</strong> toda<br />
actividad apostólica.<br />
¿Escribir sobre el distanciamiento <strong>de</strong> unos hombres que habían estado en<br />
íntimo contacto con el Hijo <strong>de</strong> Dios? ¿Aclarar que el carismático Pedro renunció<br />
al gran mensaje <strong>de</strong> Jesús? ¿Airear el cisma? ¿Reconocer que seis <strong>de</strong> los<br />
apóstoles se equivocaron?<br />
Imposible. Esto hubiera lastimado la imagen <strong>de</strong> la naciente iglesia, propiciando<br />
disensiones y <strong>de</strong>sór<strong>de</strong>nes. Demasiado humildad para alguien que se<br />
consi<strong>de</strong>raba en posesión <strong>de</strong> la verdad...<br />
Y como era previsible, el bando minoritario no tuvo opción: tendría que<br />
abandonar Jerusalén.<br />
Recuerdo que sostuve largas conversaciones con los tres. ¿Cuáles eran sus<br />
intenciones? ¿Renunciarían a la predicación?<br />
El «oso <strong>de</strong> Cana» fue rotundo. Primero solicitaría consejo <strong>de</strong> los hermanos que<br />
residían en Fila<strong>de</strong>lfia, al otro lado <strong>de</strong>l Jordán. Lázaro era uno <strong>de</strong> ellos. Después,<br />
si ésa era la voluntad <strong>de</strong>l Padre, marcharía lejos. Quizá hacia el este. Allí<br />
anunciaría la buena nueva sobre la paternidad <strong>de</strong> Dios y la filiación <strong>de</strong> los<br />
hombres. La verdad es que Bartolomé, aunque lógicamente entristecido por<br />
el rumbo <strong>de</strong> los acontecimientos, habló con serenidad. Sabía lo que quería. En<br />
su corazón, a<strong>de</strong>más, pesaban ahora, con gran fuerza, las proféticas palabras<br />
<strong>de</strong>l Maestro en la «última cena». Unas palabras, a manera <strong>de</strong> <strong>de</strong>spedida, que<br />
no había olvidado y que me recordó puntualmente:<br />
«... Cuando me haya ido -le manifestó Jesús-, pue<strong>de</strong> que tu franqueza interfiera<br />
en las relaciones con tus hermanos, tanto con los antiguos como con<br />
los nuevos...<br />
«... Dedica tu vida a <strong>de</strong>mostrar que el discípulo conocedor <strong>de</strong> Dios pue<strong>de</strong><br />
llegar a ser un constructor <strong>de</strong>l reino, incluso cuando esté solo y separado <strong>de</strong><br />
33
sus hermanos creyentes...<br />
»... Sé que serás fiel hasta el final...<br />
»... Arrastráis el precepto <strong>de</strong> la tradición judía y os empeñáis en interpretar mi<br />
evangelio <strong>de</strong> acuerdo a las enseñanzas <strong>de</strong> los escribas y fariseos...<br />
»...Lo que ahora no podéis compren<strong>de</strong>r, el nuevo maestro, cuando haya<br />
venido, os lo revelará en esta vida...».<br />
A qué ocultarlo. Una vez más quedé maravillado ante el po<strong>de</strong>r <strong>de</strong> aquel<br />
Hombre. ¿Cómo podía saber lo que ocurriría a los dos meses <strong>de</strong> la emotiva e<br />
histórica <strong>de</strong>spedida? La pregunta, lo sé, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> lo que llevaba vivido, era<br />
una solemne estupi<strong>de</strong>z...<br />
Tomás, por su parte, replicó en el mismo tono que el «oso <strong>de</strong> Cana». La <strong>de</strong>cisión<br />
<strong>de</strong> separarse <strong>de</strong> sus antiguos compañeros era dolorosa, pero no había<br />
alternativa. Cumpliría el mandato <strong>de</strong>l rabí. Hablaría <strong>de</strong>l Padre a los gentiles.<br />
Quizá se tomase un <strong>de</strong>scanso. Después, ya veríamos...<br />
A <strong>de</strong>cir verdad, nunca supe <strong>de</strong> él. Algunas tradiciones aseguran que se dirigió<br />
a Chipre, Creta y Sicilia, visitando, incluso, la costa norte <strong>de</strong> África. Pero sólo<br />
son suposiciones. La realidad es que, un día <strong>de</strong> aquel caluroso mes <strong>de</strong> sivan,<br />
creo recordar que el domingo, 10, el que había sido el escéptico <strong>de</strong>l grupo<br />
<strong>de</strong>sapareció en solitario y sin <strong>de</strong>spedidas. Algo muy propio <strong>de</strong> Tomás...<br />
En cuanto al antiguo guerrillero -Simón el Zelota-, comulgando con la opinión<br />
<strong>de</strong> los dos anteriores, <strong>de</strong>jó hacer al Padre. Por nada <strong>de</strong>l mundo traicionaría al<br />
Maestro. Él también guardaba en la memoria las certeras y lapidarias frases<br />
que le <strong>de</strong>dicó el rabí en aquella memorable <strong>de</strong>spedida, en la noche <strong>de</strong>l 6 <strong>de</strong><br />
abril...<br />
«... ¿Qué haréis cuando me marche y <strong>de</strong>spertéis al fin y os <strong>de</strong>is cuenta <strong>de</strong> que<br />
no habéis comprendido el significado <strong>de</strong> mi enseñanza y que tenéis que<br />
ajustar vuestros conceptos erróneos a otra realidad?<br />
»... Siempre serás mi apóstol, Simón, y cuando llegues a ver con el ojo <strong>de</strong>l<br />
espíritu y sometas plenamente tu voluntad a la <strong>de</strong>l Padre <strong>de</strong>l cielo, entonces<br />
volverás a trabajar como mi embajador...»<br />
Simón tampoco dudó. Era el momento. El Espíritu <strong>de</strong> la Verdad le abrió los<br />
ojos. Y ahora se burlaba <strong>de</strong> sí mismo y <strong>de</strong> sus torpes i<strong>de</strong>as sobre un reino<br />
material y un Mesías guerrero y libertador. El mensaje aparecía muy claro en<br />
su interior: «Era preciso <strong>de</strong>spertar a la gran esperanza. Era menester que el<br />
mundo supiera <strong>de</strong> aquel Dios. Un Padre radiante y benigno, todo amor, que<br />
nos estaba regalando la vida. En el fondo era sencillo. Todo consistía en hacer<br />
su voluntad...»<br />
Y él lo haría. Para empezar entraría en Egipto. Después, quién sabe...<br />
Nunca más volví a verlos..., en aquel «ahora».<br />
El miércoles, 14, una noticia proce<strong>de</strong>nte <strong>de</strong> Caná sacudió a los íntimos. Era la<br />
segunda muerte en algo más <strong>de</strong> treinta días. Primero fue la <strong>de</strong> Elías Marcos y<br />
ahora la <strong>de</strong>l padre <strong>de</strong> Bartolomé.<br />
34
Y el «oso», acompañado por el Zelota y por quien esto escribe, partió hacia su<br />
al<strong>de</strong>a natal. Des<strong>de</strong> allí, según explicó, se dirigiría a la resi<strong>de</strong>ncia <strong>de</strong> un tal<br />
Abner, en Fila<strong>de</strong>lfia (actual Amán).<br />
En cuanto a su compañero <strong>de</strong> viaje, sencillamente, tras la <strong>de</strong>spedida en<br />
Nazaret, le perdí la pista.<br />
Lo que estaba claro para quien esto escribe es que ninguno <strong>de</strong> los «disi<strong>de</strong>ntes»<br />
-Bartolomé, Tomás y Simón el Zelota- llegó a participar, directa o<br />
indirectamente, en la posterior edificación <strong>de</strong> la llamada iglesia <strong>de</strong> los cristianos.<br />
Creo, incluso, que jamás volvieron a reunirse. Una iglesia, por cierto,<br />
que sería <strong>de</strong>finitivamente diseñada, no por Pedro y su grupo, sino por aquel<br />
genio <strong>de</strong>l marketing llamado Pablo. A él y a los griegos se <strong>de</strong>be en realidad lo<br />
que hoy constituye la Iglesia Católica. El inteligente Pablo, haciendo suyas las<br />
premisas que vencieron en los días posteriores a la llegada <strong>de</strong>l Espíritu, forjó<br />
una religión cuyo objetivo básico era la glorificación <strong>de</strong>l Maestro. Lamentablemente,<br />
el gran mensaje, el que propició el cisma, fue enterrado. Y así<br />
continúa..., veinte siglos <strong>de</strong>spués. Pero esta historia me llevaría muy lejos,<br />
apartándome <strong>de</strong> lo que me ha sido encomendado.<br />
Mi trabajo en la Ciudad Santa tocaba a su fin. En realidad sólo restaba poner<br />
or<strong>de</strong>n en otro «capítulo». Un «capítulo», lo reconozco, que me tenía obsesionado<br />
y que iba engordando día a día. Un «capítulo» espectacular, igualmente<br />
cercenado por los evangelistas. Me refiero, claro está, a las numerosas<br />
apariciones <strong>de</strong>l Maestro tras su muerte en la cruz...<br />
Des<strong>de</strong> que llegué a Jerusalén, las noticias sobre las increíbles «presencias»<br />
<strong>de</strong>l Resucitado se sucedían casi sin interrupción. Procedían <strong>de</strong> todas partes.<br />
Al principio me resistí. Aquello era una locura. Alguien, probablemente, estaba<br />
tabulando. Quizá el hecho <strong>de</strong> la resurrección trastornó las mentes...<br />
Pero no. El equivocado era yo.<br />
Conforme fui interrogando a los mensajeros comprobé que sus testimonios<br />
eran sólidos. No pu<strong>de</strong> hallar contradicciones. Algo extraño, fuera <strong>de</strong> lo común,<br />
en efecto, había sucedido en esos cuarenta días.<br />
Los íntimos y <strong>de</strong>más seguidores <strong>de</strong>l rabí se reunían en torno a estos «correos»<br />
y escuchaban, felices y embelesados, los sucesivos relatos. Cada historia fue<br />
un chorro <strong>de</strong> oxígeno que renovó la certeza <strong>de</strong> todos, fortaleciendo i<strong>de</strong>as y las<br />
diarias predicaciones <strong>de</strong> Pedro y su grupo. En cierto modo, las apariciones<br />
parecían dar la razón al lí<strong>de</strong>r. Aquello era físico. Palpable. Deslumbrante.<br />
Aquello removía los corazones. Hacía palpitar a las gentes. Provocaba la<br />
polémica. Entusiasmaba...<br />
Y poco a poco conseguí or<strong>de</strong>nar el galimatías, reuniendo, creo, una información<br />
exhaustiva sobre el particular. Pero, antes <strong>de</strong> proce<strong>de</strong>r a comentar<br />
estos fascinantes sucesos, entiendo que es bueno que el hipotético lector <strong>de</strong><br />
este diario tenga cumplida cuenta <strong>de</strong> los hechos. Algunas <strong>de</strong> las «presencias»,<br />
35
ya <strong>de</strong>talladas en páginas anteriores, han sido reducidas a la mínima expresión.<br />
"Es mi <strong>de</strong>ber aclarar igualmente que no todas las apariciones pudieron ser<br />
investigadas por quien esto escribe-. La falta <strong>de</strong> tiempo y lo alejado <strong>de</strong> algunos<br />
escenarios lo impidieron. Sin embargo, como digo, nunca he Dudado<br />
<strong>de</strong> la credibilidad <strong>de</strong> los testigos. Sencillamente, no había razón para sospechar<br />
<strong>de</strong> gentiles y judíos que se hallaban separados por tantos kilómetros y<br />
que, no obstante, contaban prácticamente lo mismo.<br />
Dicho esto, intentaré enumerar, en riguroso or<strong>de</strong>n cronológico, lo que vieron<br />
y escucharon cientos <strong>de</strong> hombres y mujeres entre la madrugada <strong>de</strong>l domingo,<br />
9 <strong>de</strong> abril, y las primeras horas <strong>de</strong> la mañana <strong>de</strong>l jueves, 18 <strong>de</strong> mayo, <strong>de</strong> ese<br />
año 30 <strong>de</strong> nuestra era.<br />
9 DE ABRIL<br />
1ª. - Poco antes <strong>de</strong>l alba (alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> las 5.47 horas). Huerto <strong>de</strong> José <strong>de</strong><br />
Arimatea. Testigos: María, la <strong>de</strong> Magdala, y otras cuatro mujeres. Observan a<br />
«un hombre con ropas nevadas y el rostro, cabellos y pies como el cristal».<br />
Reconocen la voz <strong>de</strong>l Maestro. Cuando la Magdalena intenta abrazarlo, el<br />
Resucitado se lo impi<strong>de</strong>: «No soy el que has conocido en la carne.»<br />
Duración: unos cinco minutos.<br />
2ª. - Hacia las 9.35 horas. También en la plantación <strong>de</strong>l anciano <strong>de</strong> Arimatea,<br />
en las afueras <strong>de</strong> Jerusalén. Único testigo: la Magdala. Describe al Resucitado<br />
como un «extranjero con túnica y manto nevados». Reconoce la voz <strong>de</strong> Jesús.<br />
Duración: segundos.<br />
3ª. -Hora «sexta» (mediodía), poco más o menos. Betania. Jardín <strong>de</strong> la<br />
hacienda <strong>de</strong> la familia <strong>de</strong> Lázaro. El Resucitado se presenta ante Santiago, su<br />
hermano. «Me recordó una nube. O quizá humo... Era una masa brumosa que,<br />
partiendo <strong>de</strong> la cabeza, fue mol<strong>de</strong>ando una figura... Y poco a poco, la nube se<br />
convirtió en un hombre.» El testigo no reconoce al Maestro, pero sí su voz.<br />
Pasean. El «Hombre» le habla <strong>de</strong> «ciertos hechos» que <strong>de</strong>bían producirse,<br />
pero Santiago se niega a <strong>de</strong>svelarlos. Años más tar<strong>de</strong>, algunos asociaron esa<br />
revelación con la muerte <strong>de</strong> Santiago, acaecida en el 62. Súbita <strong>de</strong>saparición.<br />
Duración: <strong>de</strong> tres a cuatro minutos.<br />
4ª. - Hacia la «nona» (15 horas). También en Betania. En el umbral <strong>de</strong> una <strong>de</strong><br />
las estancias <strong>de</strong> la casa <strong>de</strong> Lázaro. Veinte testigos. Entre otros, la familia <strong>de</strong><br />
Lázaro, David Zebe<strong>de</strong>o (el que fuera jefe <strong>de</strong> los «correos»), Salomé, su madre,<br />
la Señora, Santiago (hermano <strong>de</strong> Jesús) y la Magdalena. Esta vez sí que lo<br />
reconocen. Se trata <strong>de</strong> un «hombre <strong>de</strong> carne y hueso». Súbita <strong>de</strong>saparición.<br />
Duración: segundos.<br />
5ª. -16.15 horas, aproximadamente. Interior <strong>de</strong> la casa <strong>de</strong> José <strong>de</strong> Arimatea,<br />
en Jerusalén. Testigos: María, la <strong>de</strong> Magdala, y veinticuatro mujeres. Sienten<br />
primero una clara sensación <strong>de</strong> frío. «Como una corriente <strong>de</strong> viento helado.»<br />
36
El Maestro aparece <strong>de</strong> pronto en el centro <strong>de</strong>l corro que forman las hebreas.<br />
Es un hombre <strong>de</strong> carne y hueso. El Resucitado reivindica el papel <strong>de</strong> la mujer<br />
en la difusión <strong>de</strong> la buena nueva. «Vosotras -dice- también estáis llamadas a<br />
proclamar la liberación <strong>de</strong> la Humanidad por el evangelio <strong>de</strong> la unión con<br />
Dios... Id por el mundo entero anunciando este evangelio y confirmar a los<br />
creyentes en la fe...» La «presencia» se extingue. A raíz <strong>de</strong> esta aparición, el<br />
Sanedrín dicta normas contra los que propaguen noticias sobre la vuelta a la<br />
vida <strong>de</strong>l rabí <strong>de</strong> Galilea.<br />
Duración: entre uno y dos minutos.<br />
6ª. - 16.30 horas. Jerusalén. Interior <strong>de</strong> la casa <strong>de</strong> Flavio, antiguo conocido <strong>de</strong><br />
Jesús. Testigos: más <strong>de</strong> cuarenta griegos, seguidores <strong>de</strong> las enseñanzas <strong>de</strong>l<br />
Maestro (algunos se hallaban en Getsemaní en la noche <strong>de</strong>l prendimiento).<br />
Aparición repentina. El «Hombre» les pi<strong>de</strong> igualmente que salgan al mundo y<br />
que proclamen la buena nueva. «Dentro <strong>de</strong>l reino <strong>de</strong> mi Padre -les comunicano<br />
hay ni habrá judíos ni gentiles... Aun cuando el Hijo <strong>de</strong>l Hombre haya<br />
aparecido en la Tierra entre judíos, traía su ministerio para todo los hombres.»<br />
Desaparición fulminante.<br />
Duración: poco más <strong>de</strong> un minuto.<br />
7ª. -Alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> las 18 horas. En el camino <strong>de</strong> la ruta Santa a Ammaus.<br />
Quizá a cinco o seis kilómetros <strong>de</strong> Jerusalén. Testigos: los hermanos Cleofás<br />
y Jacobo, pastores. Un «Hombre» les sale al encuentro. No reconocen al<br />
Maestro. Tampoco su voz. El «Hombre» les habla, recordándoles «que el reino<br />
anunciado por Jesús no era <strong>de</strong> este mundo y que todos los humanos son hijos<br />
<strong>de</strong> Dios». El «Hombre» entra en la casa <strong>de</strong> los pastores, se sienta a la mesa y<br />
trocea con facilidad un «redon<strong>de</strong>l» <strong>de</strong> pan <strong>de</strong> trigo. Tras ben<strong>de</strong>cirlo, <strong>de</strong>saparece.<br />
Duración: una hora y media, aproximadamente.<br />
8ª. -20.30 horas. Patio a cielo abierto en el hogar <strong>de</strong> los Marcos, en Jerusalén.<br />
Testigo: Simón Pedro. Un «Hombre» se presenta <strong>de</strong> pronto junto al <strong>de</strong>smoralizado<br />
discípulo. El pescador no lo reconoce, pero sí su voz. El Resucitado,<br />
entre otras cosas, le dice: «Prepárate a llevar la buena nueva <strong>de</strong>l evangelio a<br />
aquellos que se encuentran en las tinieblas.» Pasean recordando el pasado y<br />
hablando <strong>de</strong>l presente y <strong>de</strong>l futuro. Desaparición igualmente súbita.<br />
Duración: más <strong>de</strong> cinco minutos.<br />
9ª. - 21.30 horas. Planta superior <strong>de</strong> la casa <strong>de</strong> Elías Marcos (Jerusalén).<br />
Testigos: el cabeza <strong>de</strong> familia, José <strong>de</strong> Arimatea, diez <strong>de</strong> los once discípulos<br />
(faltaba Tomás) y quien esto escribe. Puertas cerradas y atrancadas. Un<br />
viento helado hace oscilar las llamas <strong>de</strong> las lucernas. La estancia queda a<br />
oscuras. Una zigzagueante, infinitesimal y azulada chispa eléctrica (?) aparece<br />
al fondo <strong>de</strong>l salón. La «chispa» (?) dibuja una figura humana, nítidamente<br />
perfilada por una sutil línea violeta. Una «cascada <strong>de</strong> luz» (?) se<br />
<strong>de</strong>rrama <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la parte superior, colmando la silueta. Aparece un «hombre<br />
37
luminoso». Nadie reconoce al Maestro. La forma violácea habla y parece como<br />
si la voz partiera <strong>de</strong> toda la estructura. Copas metálicas y espadas, situadas<br />
cerca <strong>de</strong> la «aparición», entrechocan, cayendo al suelo. El «ser <strong>de</strong> luz» (?) se<br />
esfuma, recogiéndose sobre sí mismo, hasta que sólo queda un punto brillante,<br />
blanco como el más potente <strong>de</strong> los arcos voltaicos.<br />
Duración: imposible <strong>de</strong> precisar. Quizá uno o dos minutos.<br />
11 DE ABRIL, MARTES<br />
10ª. - Poco antes <strong>de</strong> las 8 horas. Interior <strong>de</strong> una <strong>de</strong> las sinagogas <strong>de</strong> Fila<strong>de</strong>lfia<br />
(más allá <strong>de</strong> la Perea). Testigos: Lázaro y más <strong>de</strong> ciento cincuenta seguidores<br />
<strong>de</strong>l Maestro. La reunión tenía por objeto difundir la última noticia proce<strong>de</strong>nte<br />
<strong>de</strong> la Ciudad Santa: la resurrección <strong>de</strong>l Maestro. Cuando Lázaro y Abner, el<br />
jefe <strong>de</strong> aquellos creyentes, se disponían a hablar, un «hombre» surgió «<strong>de</strong> la<br />
nada», a escasos pasos <strong>de</strong> los oradores. Tampoco lo reconocieron. Según los<br />
emisarios que dieron cuenta <strong>de</strong>l hecho, el Resucitado dijo:<br />
«La paz sea con vosotros...<br />
»Ya sabéis que tenéis un solo Padre en el cielo y que únicamente existe un<br />
evangelio <strong>de</strong>l reino: la buena nueva <strong>de</strong>l regalo <strong>de</strong> la vida eterna que los<br />
hombres reciben por la fe. Al gozar <strong>de</strong> vuestra fi<strong>de</strong>lidad al evangelio, rogad a<br />
Dios para que la verdad se extienda en vuestros corazones con un nuevo y<br />
más bello amor hacia vuestros hermanos. Amad a todos los hombres como yo<br />
os he amado y servidles como yo os he servido. Recibid en vuestra comunidad,<br />
con agradable comprensión y afecto fraternal, a todos los hermanos consagrados<br />
a la divulgación <strong>de</strong> la buena nueva. Sean judíos o gentiles. Griegos o<br />
romanos. Persas o etíopes. Juan predicó el reino por a<strong>de</strong>lantado. Vosotros, la<br />
fuerza <strong>de</strong>l evangelio. Los griegos anuncian ya la buena nueva y yo, en breve,<br />
voy a enviar al Espíritu <strong>de</strong> la Verdad al alma <strong>de</strong> todos estos hombres, mis<br />
hermanos, que tan generosamente han consagrado sus vidas a la iluminación<br />
<strong>de</strong> sus semejantes, hundidos en las tinieblas espirituales. Todos sois hijos <strong>de</strong><br />
la luz. No tropecéis en el error <strong>de</strong> la <strong>de</strong>sconfianza y la intolerancia. Si, gracias<br />
a la fe, os habéis elevado hasta amar a los no creyentes, ¿no <strong>de</strong>beríais<br />
igualmente amar a vuestros compañeros creyentes <strong>de</strong> la gran familia <strong>de</strong> la fe?<br />
Recordad que, según os améis, todos los hombres reconocerán que sois mis<br />
discípulos.<br />
«Marchad, pues, por todo el mundo, anunciando el evangelio <strong>de</strong> la paternidad<br />
<strong>de</strong> Dios y <strong>de</strong> la hermandad <strong>de</strong> los hombres. Hacedlo con todas las razas y<br />
naciones. Sed pru<strong>de</strong>ntes al escoger los métodos para la divulgación <strong>de</strong> estas<br />
verda<strong>de</strong>s. Habéis recibido gratuitamente este evangelio <strong>de</strong>l reino y gratuitamente<br />
lo entregaréis.<br />
»No temáis... Yo estaré siempre con vosotros, hasta el fin <strong>de</strong>l tiempo.<br />
»Os <strong>de</strong>jo mi paz...»<br />
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Dicho esto, el «Hombre» <strong>de</strong>saparece <strong>de</strong> la vista <strong>de</strong> los allí congregados.<br />
Duración: alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> tres minutos.<br />
Los testigos, impresionados, se apresuran a dar cumplida cuenta <strong>de</strong> lo ocurrido<br />
a los íntimos <strong>de</strong>l Maestro y a salir a los caminos, anunciando lo solicitado<br />
por el «Hombre». A <strong>de</strong>cir verdad, son los primeros «misioneros». Los pioneros<br />
en la difusión <strong>de</strong> un mensaje -el gran mensaje- no contaminado...<br />
16 DE ABRIL, DOMINGO<br />
11 a -18 horas. Cenáculo, en la casa <strong>de</strong> los Marcos (Jerusalén). Puertas<br />
nuevamente atrancadas. Testigos: los once íntimos y quien esto escribe.<br />
Momentos antes <strong>de</strong> la «presencia», las flamas <strong>de</strong> las lámparas <strong>de</strong> aceite oscilan,<br />
pero no llegan a apagarse. Como salido <strong>de</strong> uno <strong>de</strong> los muros, se presenta<br />
en la estancia un «Hombre <strong>de</strong> carne y hueso». Todos lo reconocen. Es<br />
Jesús <strong>de</strong> Nazaret. El Resucitado or<strong>de</strong>na que salgan al mundo y anuncien la<br />
buena nueva. «Os envío, no para amar las almas <strong>de</strong> los hombres, sino para<br />
amar a los hombres... Sabéis por la fe que la vida eterna es un don <strong>de</strong> Dios.<br />
Cuando tengáis más fe y el po<strong>de</strong>r <strong>de</strong> arriba (el Espíritu <strong>de</strong> la Verdad) haya<br />
penetrado en vosotros, no ocultaréis vuestra luz... Vuestra misión en el<br />
mundo se basa en lo que he vivido con vosotros: una vida revelando a Dios y<br />
en torno a la verdad <strong>de</strong> que sois hijos <strong>de</strong>l Padre, al igual que todos los<br />
hombres. Esta misión se concretará en la vida que haréis entre los hombres,<br />
en la experiencia afectiva y viviente <strong>de</strong>l amor a todos ellos, tal y como yo os<br />
he amado y servido. Que la fe ilumine el mundo y que la revelación <strong>de</strong> la<br />
verdad abra los ojos cegados por la tradición. Que vuestro amor <strong>de</strong>struya los<br />
prejuicios engendrados por la ignorancia. Al acercaros a vuestros contemporáneos<br />
con simpatía comprensiva y una entrega <strong>de</strong>sinteresada, los<br />
conduciréis a la salvación por el conocimiento <strong>de</strong>l amor <strong>de</strong>l Padre. Los judíos<br />
han exaltado la bondad. Los griegos, la belleza. Los hindúes, la <strong>de</strong>voción. Los<br />
lejanos ascetas, el respeto. Los romanos, la fi<strong>de</strong>lidad... Pero yo pido la vida <strong>de</strong><br />
mis discípulos. Una vida <strong>de</strong> amor al servicio <strong>de</strong> sus hermanos encarnados.»<br />
El Resucitado alza los brazos. Las mangas resbalan y muestra a Tomás la piel<br />
tersa, sin huella alguna <strong>de</strong> heridas. Y le dice: «A pesar <strong>de</strong> que no veas ninguna<br />
señal <strong>de</strong> clavos, ya que ahora vivo bajo una forma que tú también tendrás<br />
cuando <strong>de</strong>jes este mundo, ¿qué les dirás a tus hermanos?»<br />
El «Hombre» se distancia. Camina hacia uno <strong>de</strong> los muros y <strong>de</strong>saparece.<br />
Duración: cuatro minutos.<br />
18 DE ABRIL, MARTES<br />
12ª. -Poco <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> las 20 horas. Resi<strong>de</strong>ncia <strong>de</strong> Rodán (ciudad <strong>de</strong> Alejandría,<br />
en Egipto). Testigos: unos ochenta griegos y judíos que compartían<br />
39
las enseñanzas <strong>de</strong>l Maestro. Cuando uno <strong>de</strong> los «correos» enviados por David<br />
Zebe<strong>de</strong>o concluye su exposición sobre la muerte <strong>de</strong> Jesús <strong>de</strong> Nazaret, un<br />
«Hombre» aparece <strong>de</strong> pronto entre los allí reunidos. Rodán, Natán <strong>de</strong> Busiris<br />
(el mensajero) y otros lo reconocen. El Resucitado, según Natán, dice textualmente:<br />
«Que la paz sea con vosotros... El Padre me ha enviado para<br />
establecer algo que no es propiedad <strong>de</strong> ninguna raza, nación, ni tampoco <strong>de</strong><br />
ningún grupo especial <strong>de</strong> educadores o predicadores. El evangelio <strong>de</strong>l reino<br />
pertenece a judíos y gentiles, a ricos y pobres, a hombres libres y a esclavos,<br />
a mujeres y varones e, incluso, a los niños. Exten<strong>de</strong>d este evangelio <strong>de</strong> amor<br />
y verdad a través <strong>de</strong> vuestras vidas. Os amaréis con un nuevo amor, como yo<br />
os he amado. Serviréis a la humanidad con una <strong>de</strong>voción nueva y sorpren<strong>de</strong>nte,<br />
como yo os he servido. Entonces, cuando los hombres vean cómo los<br />
amáis, y cuánto trabajáis en su favor, compren<strong>de</strong>rán que habéis entrado por<br />
la fe en la comunidad <strong>de</strong>l reino <strong>de</strong> los cielos. Entonces seguirán al Espíritu <strong>de</strong><br />
la Verdad, al que <strong>de</strong>scubrirán en vuestras vidas, hasta hallar la salvación<br />
eterna.<br />
»Al igual que mi Padre me envió a este mundo, yo también os envío. Todos<br />
estáis llamados a difundir esta buena nueva a quienes se <strong>de</strong>baten en las tinieblas.<br />
El evangelio <strong>de</strong>l reino pertenece a todos aquellos que creen en él...<br />
¡Prestad atención!: este evangelio no <strong>de</strong>be ser confiado exclusivamente a los<br />
sacerdotes...<br />
»En breve, el Espíritu <strong>de</strong>scen<strong>de</strong>rá sobre vosotros y os guiará hacia la verdad.<br />
Id, pues, y predicad esta gran noticia...<br />
»Y no olvidéis que estaré con vosotros hasta el fin <strong>de</strong> los tiempos.»<br />
El «Hombre» se esfuma. Dos días <strong>de</strong>spués -jueves, 20 <strong>de</strong> abril- otro «correo»<br />
llega a Alejandría con la noticia <strong>de</strong> la resurrección. Rodán y su gente proporcionan<br />
al perplejo mensajero otra no menos valiosa información: «Sí, lo<br />
sabemos. Nosotros acabamos <strong>de</strong> verlo.»<br />
Duración <strong>de</strong> la «presencia»: dos minutos escasos.<br />
21 DE ABRIL, VIERNES<br />
13ª. - Poco <strong>de</strong>spués <strong>de</strong>l amanecer (6 horas). Playa <strong>de</strong> Saidan, en el lago <strong>de</strong><br />
Tibería<strong>de</strong>s. Testigos «oficiales»: diez <strong>de</strong> los apóstoles (faltaba Simón el Zelota),<br />
el adolescente Juan Marcos y quien esto escribe. Un «Hombre» aparece<br />
en la orilla <strong>de</strong>l vara. A las 6.30 horas, las embarcaciones tripuladas por los<br />
íntimos se aproximan a la costa. El «Hombre» indica a los pescadores la<br />
presencia <strong>de</strong> un banco <strong>de</strong> tilapias. Llenan las re<strong>de</strong>s y regresan. Muy cerca,<br />
Juan Zebe<strong>de</strong>o intuye que aquel «Hombre» es el Maestro. Simón Pedro se<br />
lanza al agua y nada hasta la orilla. El «Hombre» los invita a comer algunos <strong>de</strong><br />
los pescados. Todos lo reconocen. El «Hombre» se niega a comer. Pasea con<br />
los discípulos por la playa. Lo hace con una pareja cada vez. Al dirigirse a<br />
40
Pedro, entre otras cosas, le dice: «No te preocupes <strong>de</strong> lo que hagan tus<br />
hermanos. Si quiero que Juan (el Zebe<strong>de</strong>o) permanezca aquí al marcharte tú,<br />
y hasta que yo vuelva, ¿en qué te concierne?»<br />
Minutos <strong>de</strong>spués, caminando junto a Andrés, el Resucitado, sutilmente, le<br />
anuncia la muerte <strong>de</strong> Santiago (hermano <strong>de</strong> Jesús): «...Cuando tus hermanos<br />
se dispersen como consecuencia <strong>de</strong> las persecuciones, sé un sabio y previsor<br />
consejero para Santiago, mi hermano por la sangre, ya que tendrá que soportar<br />
una pesada carga, que su experiencia no le permite llevar».<br />
En otra <strong>de</strong> las conversaciones -esta vez con Santiago <strong>de</strong> Zebe<strong>de</strong>o-, el Resucitado<br />
formula una nueva profecía. Dirigiéndose al «hijo <strong>de</strong>l trueno» afirma:<br />
«...Apren<strong>de</strong> a pensar en las consecuencias <strong>de</strong> tus palabras y actos. Recuerda<br />
que la cosecha es obra <strong>de</strong> la siembra. Reza por la tranquilidad <strong>de</strong> espíritu y<br />
cultiva la paciencia. Con fe viva, estas gracias te sostendrán cuando llegue la<br />
hora <strong>de</strong> beber la copa <strong>de</strong>l sacrificio. No temas nunca...».<br />
A las 10, tras <strong>de</strong>spedirse, <strong>de</strong>jan <strong>de</strong> verle.<br />
Duración: «oficialmente», unas cuatro horas.<br />
22 DE ABRIL, SÁBADO<br />
14ª. -Hora «sexta» (mediodía). Monte <strong>de</strong> la Or<strong>de</strong>nación (hoy llamado <strong>de</strong> las<br />
Bienaventuranzas), al norte <strong>de</strong>l Kennereth (lago <strong>de</strong> Galilea). Testigos «oficiales»:<br />
los once discípulos. Un «Hombre» surge <strong>de</strong> pronto en la cima. Es<br />
Jesús <strong>de</strong> Nazaret. El Resucitado alza el rostro hacia el cielo y, con gran voz,<br />
pi<strong>de</strong> al Padre que cui<strong>de</strong> <strong>de</strong> aquellos hombres. Después impone sus manos<br />
sobre las cabezas. En cada imposición cierra los ojos, permaneciendo en silencio<br />
algunos segundos. Finalizada la ceremonia conversa con los once,<br />
<strong>de</strong>mostrando un excelente buen humor. Abraza a Simón el Zelota durante un<br />
largo minuto. Repite la operación con el resto y hacia las 13 horas, retrocediendo<br />
hasta el centro <strong>de</strong>l círculo, <strong>de</strong>saparece fulminantemente.<br />
Duración «oficial»: una hora.<br />
29 DE ABRIL, SÁBADO<br />
15ª. - Hacia la «nona» (15 horas). Playa <strong>de</strong> Saidan. Testigos: los once discípulos,<br />
el joven Juan Marcos, la Señora, parte <strong>de</strong> la familia <strong>de</strong> los Zebe<strong>de</strong>o,<br />
alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> quinientos vecinos <strong>de</strong> las localida<strong>de</strong>s próximas y quien esto<br />
escribe. Tras un audaz discurso <strong>de</strong> Pedro, en el que proclama la resurrección<br />
<strong>de</strong>l Maestro, el maarabit, el viento <strong>de</strong>l oeste, cesa bruscamente. Se hace un<br />
silencio anormal. Las fogatas se alteran. De pronto, en el centro <strong>de</strong> la lancha<br />
varada que ocupa Simón Pedro surge un «Hombre». Parte <strong>de</strong> los felah y<br />
am-ha-arez allí reunidos retroce<strong>de</strong> y cae. Es el rabí. Durante unos instantes,<br />
el Resucitado pasea la vista sobre la muchedumbre. Finalmente exclama:<br />
41
«Que la paz sea con vosotros... Mi paz os <strong>de</strong>jo.»<br />
El «Hombre» se extingue. Vuelven los sonidos habituales <strong>de</strong>l yam, así como el<br />
viento.<br />
Duración: no más allá <strong>de</strong> quince segundos.<br />
5 DE MAYO, VIERNES<br />
16ª. - Primera vigilia <strong>de</strong> la noche (hacia las 21 horas). Patio a cielo abierto en<br />
la casa <strong>de</strong> Nico<strong>de</strong>mo (Jerusalén). Testigos: el anfitrión, los once discípulos y<br />
alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> setenta seguidores <strong>de</strong>l Maestro, entre los que se encuentran<br />
mujeres y griegos. A la media hora <strong>de</strong> iniciada la reunión, un «Hombre» se<br />
presenta <strong>de</strong> improviso entre ellos. Es reconocido <strong>de</strong> inmediato. Y Jesús, según<br />
las informaciones que obran en mi po<strong>de</strong>r, les dice: «La paz sea con vosotros...<br />
He aquí el grupo más representativo <strong>de</strong> creyentes, embajadores <strong>de</strong>l reino,<br />
discípulos, hombres y mujeres, al que he aparecido <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que me liberé <strong>de</strong> la<br />
carne. Os recuerdo ahora lo que os anuncié tiempo atrás: que mi estancia<br />
entre vosotros terminaría. Os manifesté que tenía que volver junto al Padre.<br />
También os expuse claramente cómo los sacerdotes principales y los lí<strong>de</strong>res<br />
<strong>de</strong> los judíos me entregarían para ser con<strong>de</strong>nado a muerte. Pero también os<br />
dije que me levantaría <strong>de</strong>l sepulcro. Entonces, ¿cuál es la razón <strong>de</strong> vuestro<br />
<strong>de</strong>sconcierto? ¿Por qué tanta sorpresa cuando, al tercer día, resucité? No me<br />
creísteis porque escuchasteis mis palabras sin enten<strong>de</strong>rlas.<br />
»Ahora, por tanto, prestad atención para no caer <strong>de</strong> nuevo en el error <strong>de</strong><br />
oírme con la mente, ignorándome con el corazón.<br />
»Des<strong>de</strong> el primer momento <strong>de</strong> mi estancia entre vosotros os enseñé que mi<br />
único fin era revelar a mi Padre <strong>de</strong> los cielos a sus hijos en la Tierra. He vivido<br />
esta encarnación para que podéis acce<strong>de</strong>r al conocimiento <strong>de</strong> ese gran Dios.<br />
Os he revelado que Dios es vuestro Padre y vosotros sus hijos...<br />
»¡Dios os ama!... Y es un hecho que sois sus hijos...<br />
»Por la fe en mis palabras, esto se convierte en una verdad eternamente viva<br />
en vuestros corazones.<br />
«Cuando, por esa fe viva, os hagáis conscientes <strong>de</strong> ese Dios y <strong>de</strong> cuanto<br />
afirmo, entonces habréis nacido como hijos <strong>de</strong> la luz y <strong>de</strong> la vida. Y yo os<br />
prometo que seguiréis ascendiendo y que encontraréis al Padre en el Paraíso...<br />
»Os exhorto a que no olvidéis que vuestra misión consiste en la proclamación<br />
<strong>de</strong>l evangelio <strong>de</strong>l reino. Es <strong>de</strong>cir, la realidad <strong>de</strong> la paternidad <strong>de</strong> Dios y la<br />
hermandad entre los hombres... Anunciad la buena nueva..., en su totalidad.<br />
No caigáis en la tentación <strong>de</strong> revelar tan sólo una parte... ¡Prestad atención!...<br />
Mi resurrección no <strong>de</strong>be cambiar el gran mensaje. Es <strong>de</strong>cir, ¡que sois hijos <strong>de</strong><br />
un Dios!<br />
«Permaneced, pues, fieles al evangelio <strong>de</strong>l reino.<br />
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«Debéis marchar, predicando el amor <strong>de</strong> Dios y el servicio a los hombres.<br />
»Lo que el mundo necesita es saber que todos son hijos <strong>de</strong>l Padre y que,<br />
gracias a esa fe, pue<strong>de</strong>n conocer y experimentar esa noble verdad. Mi encarnación<br />
<strong>de</strong>bería ayudar a compren<strong>de</strong>r que los hombres son hijos <strong>de</strong>l cielo,<br />
pero sé también que, sin la fe, no es posible alcanzar el auténtico sentido <strong>de</strong><br />
esa revelación.<br />
»Ahora, aquí, estáis compartiendo la realidad <strong>de</strong> mi resurrección. Pero esto no<br />
tiene nada <strong>de</strong> extraño. Yo tengo el po<strong>de</strong>r para sacrificar mi vida... y para<br />
recuperarla. Es el Padre quien me otorga ese po<strong>de</strong>r... Más que por esto,<br />
vuestros corazones <strong>de</strong>berían estremecerse por la realidad <strong>de</strong> esos muertos <strong>de</strong><br />
una época que han emprendido la ascensión eterna poco <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> que yo<br />
abandonara la tumba <strong>de</strong> José <strong>de</strong> Arimatea...<br />
»He vivido para mostraros cómo, con amor, podéis revelar a Dios a vuestros<br />
semejantes. El hecho <strong>de</strong> amaros y serviros ha sido una revelación. Si he<br />
permanecido entre vosotros como el Hijo <strong>de</strong>l Hombre ha sido para que lleguéis<br />
a conocer esta gran verdad: ¡sois hijos <strong>de</strong> un Dios!...<br />
»Id, pues, y gritad este evangelio.<br />
«Amad como yo os he amado. Servid como yo os he servido.<br />
«Habéis recibido con generosidad... Sed, pues, generosos.<br />
«Quedaos en Jerusalén hasta que vaya al Padre y os envíe el Espíritu <strong>de</strong> la<br />
Verdad. Él, <strong>de</strong>spués, os conducirá a una verdad más extensa y os acompañará<br />
por todo el mundo.<br />
«Siempre estaré con vosotros...<br />
»Os <strong>de</strong>jo mi paz.»<br />
Dicho esto, el «Hombre» <strong>de</strong>saparece.<br />
Duración: unos cuatro minutos.<br />
13 DE MAYO, SÁBADO<br />
17ª. - Hacia la «décima» (16 horas). Cerca <strong>de</strong>l pozo <strong>de</strong> Jacob (ciudad <strong>de</strong> Sicar,<br />
en Samaría). Testigos: alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> setenta y cinco samaritanos, fieles seguidores<br />
<strong>de</strong>l Maestro. Mientras comentan las noticias sobre la resurrección, el<br />
rabí aparece ante ellos. Todos lo i<strong>de</strong>ntifican. El texto, con las palabras <strong>de</strong>l<br />
Resucitado, es enviado igualmente a la casa <strong>de</strong> los Marcos. Decía así: «La paz<br />
sea con vosotros... Estáis gozosos al saber que soy la resurrección y la vida.<br />
Pero nada <strong>de</strong> esto os servirá si antes no nacéis <strong>de</strong>l espíritu y encontráis a Dios.<br />
Si llegáis a ser hijos <strong>de</strong>l Padre por la fe..., nunca moriréis.<br />
«El evangelio <strong>de</strong>l reino os enseña que todos los hombres son hijos <strong>de</strong> Dios.<br />
Pues bien, es preciso que esta buena nueva sea extendida por todo el mundo.<br />
Ha llegado la hora... Ya no <strong>de</strong>beréis adorar a Dios en el monte Gerizim o en<br />
Jerusalén, sino allí don<strong>de</strong> os encontréis. Allí don<strong>de</strong> estéis..., en espíritu y en<br />
verdad. Es vuestra fe la que salva el alma. La salvación es una gracia <strong>de</strong> Dios<br />
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para todos aquellos que se consi<strong>de</strong>ran sus hijos. Pero no os equivoquéis. Aun<br />
cuando la salvación es un regalo <strong>de</strong>l Padre, ofrecido a cuantos lo <strong>de</strong>sean por la<br />
fe, es menester rendir frutos espirituales en la vida.<br />
»La aceptación <strong>de</strong> la verdad sobre la paternidad <strong>de</strong> Dios significa que <strong>de</strong>béis<br />
hacer vuestra la segunda gran revelación: todos los hombres son hermanos...,<br />
¡físicamente!<br />
»Por lo tanto, si el hombre es vuestro hermano, es mucho más que vuestro<br />
prójimo. Y el Padre exige que lo améis como a vosotros mismos.<br />
»Si el hombre pertenece, pues, a vuestra propia familia, no sólo lo amaréis<br />
con un amor fraterno, sino que lo serviréis como os serviríais a vosotros<br />
mismos. Y así lo haréis porque yo, primero, lo hice con vosotros.<br />
»Id, pues, por el mundo, anunciando esta buena nueva a todas las criaturas<br />
<strong>de</strong> cada raza, tribu y nación.<br />
«Mi espíritu os prece<strong>de</strong>rá y estaré siempre con vosotros.»<br />
Acto seguido, ante el temor y la perplejidad <strong>de</strong> los samaritanos, el Resucitado<br />
<strong>de</strong>saparece.<br />
Duración: unos tres minutos.<br />
16 DE MAYO, MARTES<br />
18ª. - Poco antes <strong>de</strong> las 21 horas. Ciudad <strong>de</strong> Tiro (costa <strong>de</strong> Fenicia). Testigos:<br />
los emisarios no consiguen ponerse <strong>de</strong> acuerdo. Algunos mencionan cincuenta.<br />
Otros hablan <strong>de</strong> un centenar <strong>de</strong> gentiles, todos ellos conocedores <strong>de</strong><br />
las enseñanzas <strong>de</strong> Jesús. En el instante <strong>de</strong> la aparición discuten sobre la<br />
pretendida vuelta a la vida <strong>de</strong>l Galileo. Al presentarse súbitamente ante ellos,<br />
casi todos lo reconocen. «Es un "Hombre" normal y corriente.»<br />
Éstas son las palabras <strong>de</strong>l Resucitado: «La paz sea con vosotros...<br />
»Os regocijáis al saber que el Hijo <strong>de</strong>l Hombre ha resucitado <strong>de</strong> entre los<br />
muertos. Así sabéis que vosotros, al igual que vuestros hermanos, también<br />
venceréis a la muerte. Pero para alcanzar esa supervivencia es preciso que,<br />
previamente, hayáis nacido <strong>de</strong>l espíritu que busca la verdad y hayáis <strong>de</strong>scubierto<br />
al Padre. El pan y el agua <strong>de</strong> la vida se otorgan únicamente a los que<br />
tienen hambre <strong>de</strong> verdad y sed <strong>de</strong> Dios.<br />
»No os confundáis... Que los muertos resuciten no constituye el evangelio <strong>de</strong>l<br />
reino. Estas cosas sólo son el resultado, una consecuencia más, <strong>de</strong> la fe en la<br />
buena nueva. Forma parte <strong>de</strong>l evangelio y <strong>de</strong> la sublime experiencia <strong>de</strong><br />
aquellos que, por la fe, se convierten en hijos <strong>de</strong> Dios..., pero, recordad..., no<br />
es el evangelio.<br />
»Mi Padre me ha enviado para difundir esta noticia: ¡todos sois hijos <strong>de</strong> ese<br />
Dios!<br />
»Así, pues, yo os envío lejos, para que prediquéis esta salvación.<br />
»La salvación es un don <strong>de</strong> Dios, pero los que nacen <strong>de</strong>l espíritu <strong>de</strong>muestran<br />
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los frutos inmediatamente, a través <strong>de</strong>l servicio a sus semejantes. Éstos son<br />
esos frutos: servicio amoroso, abnegación <strong>de</strong>sinteresada, fi<strong>de</strong>lidad, equilibrio,<br />
honra<strong>de</strong>z, permanente esperanza, confianza sin reservas, misericordia,<br />
bondad continua, piadosa clemencia y paz sin fin. Si los creyentes no aportan<br />
estos frutos en su vida diaria..., ¡están muertos! El espíritu <strong>de</strong> la Verdad -no<br />
os engañéis- no resi<strong>de</strong> en ellos. Son sarmientos inútiles <strong>de</strong> una viña viva y, a<br />
no tardar, serán podados.<br />
»Mi Padre exige que todos los hijos <strong>de</strong> la fe rindan un máximo <strong>de</strong> frutos. Si<br />
vosotros sois estériles, Él cavará alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> las raíces y cortará las ramas<br />
inútiles. Ésta es la gran verdad: conforme avancéis en el reino <strong>de</strong> los cielos,<br />
esos frutos <strong>de</strong>berán ser más cuantiosos. Podéis entrar en el reino como un<br />
niño, pero os aseguro que mi Padre solicitará que alcancéis, por la gracia, la<br />
plenitud <strong>de</strong> un adulto.<br />
»Estad tranquilos... Cuando salgáis a proclamar esta buena nueva, yo os<br />
prece<strong>de</strong>ré y mi Espíritu <strong>de</strong> la Verdad habitará en vosotros.<br />
»Os <strong>de</strong>jo mi paz...»<br />
A continuación, el «Hombre» <strong>de</strong>saparece.<br />
Duración: entre cuatro y cinco minutos.<br />
Al día siguiente -según los emisarios que trajeron la noticia- aquellos gentiles<br />
(tirios y sidonios en su mayoría) se lanzaron valientemente a las calles, llenando<br />
<strong>de</strong> estupor a los habitantes <strong>de</strong> Tiro, Sidón, Antioquía y Damasco.<br />
18 DE MAYO, JUEVES<br />
19ª. -6.30 horas. Estancia superior <strong>de</strong> la casa <strong>de</strong> los Marcos, en la Ciudad<br />
Santa. Testigos: la totalidad <strong>de</strong> los íntimos (once), María Marcos, Rodé, una<br />
<strong>de</strong> las sirvientas, y quien esto escribe. Cuando se disponen a <strong>de</strong>sayunar, un<br />
«Hombre» se «presenta» en la sala. Es el Maestro. Nuevas escenas <strong>de</strong> pánico.<br />
El Resucitado los tranquiliza. Simón el Zelota, a petición <strong>de</strong>l resto, formula la<br />
siguiente pregunta: «Entonces, Maestro, ¿restablecerás el reino?... ¿Veremos<br />
la gloria <strong>de</strong> Dios manifestarse en el mundo?» Jesús replica: «Simón, todavía<br />
te aferras a tus viejas i<strong>de</strong>as sobre el Mesías judío y el reino terrenal. No te<br />
preocupes... Recibirás po<strong>de</strong>r espiritual cuando el Espíritu haya <strong>de</strong>scendido<br />
sobre ti... Después marcharéis por todo el mundo predicando esta buena<br />
noticia <strong>de</strong>l reino. Así como el Padre me envió, así os envío yo ahora...» El rabí<br />
hace una alusión al <strong>de</strong>saparecido Judas Iscariote y dice: «Judas ya no está<br />
con vosotros porque su amor se enfrió y porque os negó su confianza...<br />
¡Confiad, pues, los unos en los otros!» Acto seguido da media vuelta y camina<br />
hacia la salida, dirigiéndose, con los once, a la falda occi<strong>de</strong>ntal <strong>de</strong>l monte <strong>de</strong><br />
los Olivos. Al cruzar las atestadas calles <strong>de</strong> Jerusalén, muchos vecinos lo<br />
reconocen.<br />
Poco <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> las 7 horas, el Resucitado y los íntimos se <strong>de</strong>tienen a medio<br />
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camino <strong>de</strong> la cima. Jesús, en silencio, contempla la ciudad. Regresa junto a los<br />
mudos y perplejos discípulos. Pedro se arrodilla frente al Maestro. Todos le<br />
imitan. Son las últimas palabras <strong>de</strong>l Hijo <strong>de</strong>l Hombre en la Tierra: «... Amad a<br />
los hombres con el mismo amor con que os he amado. Y servid a vuestros<br />
semejantes como yo os he servido... Servidlos con el ejemplo... Y enseñad<br />
con los frutos espirituales <strong>de</strong> vuestra vida. Enseñadles la gran verdad... Incitadlos<br />
a creer que el hombre es un hijo <strong>de</strong> Dios... ¡Un hijo <strong>de</strong> Dios!... El<br />
hombre es un hijo <strong>de</strong> Dios y todos, por tanto, sois hermanos... Recordad todo<br />
cuanto os he enseñado y la vida que he vivido entre vosotros... Mi amor os<br />
cubrirá... Y mi espíritu y mi paz reinarán entre vosotros... ¡Adiós!»<br />
El Resucitado, en pie, <strong>de</strong>saparece.<br />
Duración: una hora y veinte minutos, aproximadamente.<br />
Sí, una caricatura...<br />
Cuanto más repaso estas diecinueve apariciones, más me ratifico en lo ya<br />
dicho: los evangelios que veneran los creyentes sólo son eso... Una mala<br />
caricatura <strong>de</strong> lo que sucedió.<br />
Me lo he planteado varias veces. ¿Comento estos sucesos? La verdad es que<br />
podría pasarlo por alto. Me queda tanto por contar... Pero, esa «fuerza» que<br />
me llena, que me acompaña y guía <strong>de</strong>s<strong>de</strong> entonces, tira <strong>de</strong> mí, forzándome a<br />
expresar algunas opiniones. Seguiré la intuición. Él «sabe».<br />
Centrándome en lo sustancial, salta a la vista que los mencionados textos<br />
sagrados (?) fueron gravemente mutilados. Si esas «presencias» <strong>de</strong>l Resucitado<br />
eran <strong>de</strong>l dominio público, perfecta y minuciosamente conocidas por los<br />
«embajadores <strong>de</strong>l reino», ¿por qué los evangelistas sólo hacen alusión a unas<br />
pocas? Salvo Juan, que menciona cuatro y muy por encima, el resto se<br />
contenta con dos o con tres.<br />
¿Cómo es posible? ¿Es que la vuelta a la vida <strong>de</strong>l Hijo <strong>de</strong>l Hombre no era<br />
importante? ¿No lo fueron sus palabras? ¿Dudaron, quizá, <strong>de</strong> la credibilidad<br />
<strong>de</strong> los testigos? ¿Estimaron que el número <strong>de</strong> personas que llegó a verlo no<br />
era suficiente?<br />
Por supuesto que lo fue. Según mi corto conocimiento, todos se mostraron <strong>de</strong><br />
acuerdo: aquellas apariciones eran la culminación <strong>de</strong> una vida y <strong>de</strong> un i<strong>de</strong>al.<br />
Pero...<br />
Y antes <strong>de</strong> proseguir me permitiré un breve paréntesis que confirma, bien a<br />
las claras, la soli<strong>de</strong>z <strong>de</strong> estos acontecimientos y la unánime aceptación <strong>de</strong> los<br />
mismos por parte <strong>de</strong> los íntimos. Se trata <strong>de</strong> datos puntuales, altamente<br />
significativos, que impresionaron a cuantos los conocieron. Veamos.<br />
Entre las notas tomadas por este explorador en aquellos días figura lo siguiente:<br />
Primero.<br />
Según los «correos» y <strong>de</strong>más mensajeros que trajeron las noticias a la Ciudad<br />
Santa, el total <strong>de</strong> testigos que alcanzó a ver y a escuchar al Resucitado en<br />
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esas diecinueve «presencias» osciló entre 1 488 y 1 538.<br />
¡Dios bendito! ¿No era un número más que sobrado?<br />
Segundo.<br />
Tiempo en el que el Maestro fue visible: ¡ocho horas y treinta y seis minutos,<br />
aproximadamente!<br />
Un récord en la Historia <strong>de</strong> la Humanidad.<br />
Tercero.<br />
Las apariciones se registraron <strong>de</strong> día, en la noche, en lugares abiertos o cerrados<br />
y con puertas atrancadas.<br />
¿Tampoco fue tomado en consi<strong>de</strong>ración?<br />
Cuarto.<br />
De esas diecinueve «presencias», cuatro tuvieron lugar a consi<strong>de</strong>rables<br />
distancias <strong>de</strong> Jerusalén. A saber: Alejandría, a 517 kilómetros; Tiro, también<br />
en línea recta, a poco más <strong>de</strong> 200; Fila<strong>de</strong>lfia, a 76, y el yam (lago <strong>de</strong> Tibería<strong>de</strong>s),<br />
a 140 kilómetros.<br />
¿Una frivolidad?<br />
Quinto.<br />
Si los apuntes no fallan, he aquí las veces en que el rabí fue observado por<br />
discípulos y seguidores <strong>de</strong> prestigio:<br />
Pedro, el que más, contabilizó siete oportunida<strong>de</strong>s, seguido por los íntimos,<br />
con seis (Tomás y Simón el Zelota lo vieron cinco veces). También María, la <strong>de</strong><br />
Magdala, pudo contemplarlo en cinco momentos. La Señora, Santiago, su hijo,<br />
y Juan Marcos, el benjamín <strong>de</strong> los Marcos, disfrutaron <strong>de</strong> dos oportunida<strong>de</strong>s<br />
cada uno. El Galileo fue visto igualmente, en una ocasión, por José <strong>de</strong> Arimatea,<br />
Nico<strong>de</strong>mo, Elías Marcos, Lázaro, Cleofás y Jacobo (los pastores <strong>de</strong><br />
Ammaus), David Zebe<strong>de</strong>o y la familia <strong>de</strong> Lázaro.<br />
¿Quién, en su sano juicio, se atrevía a dudar <strong>de</strong> la credibilidad <strong>de</strong> estos<br />
hombres y mujeres, a cual más carismático?<br />
Cierro el paréntesis.<br />
En efecto, como <strong>de</strong>cía, los argumentos eran sólidos. Que yo sepa, nadie<br />
cuestionó estas «presencias». Al contrario. Reafirmaron la creencia general,<br />
fortaleciendo, en especial, la postura <strong>de</strong> Pedro y su grupo y dando alas a las<br />
predicaciones.<br />
Pero...<br />
Sí, algo sucedió. Algo terminó arruinando semejantes prodigios. Y el silencio<br />
<strong>de</strong>scendió sobre esta magnífica y sublime etapa <strong>de</strong> la historia <strong>de</strong>l Hijo <strong>de</strong>l<br />
Hombre...<br />
Supongo que la censura -porque <strong>de</strong> esto se trata- fue gradual. Y los años, el<br />
distanciamiento y el olvido hicieron el resto.<br />
No es difícil <strong>de</strong> imaginar. Cuando los ánimos se estabilizaron, más <strong>de</strong> uno se<br />
llevó las manos a la cabeza, rechazando contenido, marco y circunstancias <strong>de</strong><br />
muchas <strong>de</strong> estas apariciones.<br />
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Probablemente no hubo mala intención. Era judíos -no lo olvi<strong>de</strong>mos- y no<br />
lograron librarse <strong>de</strong> la mano <strong>de</strong> hierro (la Ley) que gobernaba vidas e i<strong>de</strong>as.<br />
Fue ese condicionamiento lo que les hizo reflexionar y sepultar los hechos.<br />
¿Por qué?<br />
Esbozaré algunas posibles razones. El corazón me dice que no estoy equivocado...<br />
Primera: las mujeres.<br />
Y no me refiero a la mera circunstancia <strong>de</strong> que llegaran a ser testigos. Eso<br />
podían aceptarlo. Lo que, en cambio, repugnaba a sus costumbres y entendimiento<br />
fue lo acaecido en la quinta aparición. Como se recordará, en dicha<br />
«presencia», el Resucitado reivindicó el papel <strong>de</strong> la mujer en la difusión <strong>de</strong>l<br />
reino. Fue claro y tajante. «Vosotras -afirmó ante veinticinco hebreas- también<br />
estáis llamadas a proclamar la liberación <strong>de</strong> la Humanidad por el<br />
evangelio <strong>de</strong> la unión con Dios...»<br />
Y por si surgía alguna duda, añadió:<br />
«... Id por el mundo entero anunciando este evangelio y confirmar a los<br />
creyentes en la fe...»<br />
Jesús <strong>de</strong> Nazaret, en <strong>de</strong>finitiva, conocedor <strong>de</strong> la pésima situación social <strong>de</strong> la<br />
mujer y a<strong>de</strong>lantándose a la Historia, recuerda que todos, varones y hembras,<br />
son iguales a la hora <strong>de</strong> manejar los asuntos <strong>de</strong>l reino.<br />
La or<strong>de</strong>n <strong>de</strong>l rabí, sin embargo, no agradó a los tercos y machistas judíos.<br />
¿Consi<strong>de</strong>rar como iguales a las «mentirosas e impuras por naturaleza?»<br />
Ni soñarlo...<br />
Y la aparición en cuestión fue <strong>de</strong>sterrada. Nunca existió.<br />
Las mujeres, por supuesto, no sólo no fueron equiparadas a los «sagrados<br />
embajadores <strong>de</strong>l reino», sino que, en el colmo <strong>de</strong> la <strong>de</strong>sobediencia a lo<br />
prescrito por el Hijo <strong>de</strong> Dios, continuaron anuladas y menospreciadas.<br />
¿Exagero?<br />
Creo que no. Y como muestra <strong>de</strong> lo que afirmo, he aquí unas frases <strong>de</strong>l, insisto,<br />
nefasto Pablo <strong>de</strong> Tarso. En su epístola primera a los Corintios (14, 33-36)<br />
escribe con una <strong>de</strong>sfachatez que hoy provoca sonrojo e indignación:<br />
«Como en todas las iglesias <strong>de</strong> los santos, las mujeres cállense en las<br />
asambleas, porque no les toca a ellas hablar, sino vivir sujetas, como dice la<br />
Ley. Si quieren apren<strong>de</strong>r algo, que en casa pregunten a sus maridos, porque<br />
no es <strong>de</strong>coroso para la mujer hablar en la iglesia.»<br />
¿Y éste era el hombre que <strong>de</strong>cía venerar a Jesús <strong>de</strong> Nazaret?<br />
Sin comentarios...<br />
Más <strong>de</strong> una vez me lo he preguntado. Si la primitiva iglesia y los evangelistas<br />
hubieran respetado hechos y palabras, y más concretamente esta quinta<br />
aparición, ¿seguirían los cristianos polemizando sobre el papel <strong>de</strong> la mujer en<br />
la obra <strong>de</strong>l rabí <strong>de</strong> Galilea?<br />
Pero no fue éste el único, ni el más doloroso silencio...<br />
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Segunda: los gentiles y prosélitos.<br />
Como ha sido dicho, el Resucitado se presentó también ante un buen número<br />
<strong>de</strong> griegos, fenicios, y samaritanos, entre otros «no judíos». Según mis<br />
cálculos, ante 400 o 600. Es <strong>de</strong>cir, tirando <strong>de</strong> las estadísticas, alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> un<br />
33 por ciento <strong>de</strong>l total.<br />
Pues bien, he aquí otra <strong>de</strong> las posibles razones que provocó una inmisericor<strong>de</strong><br />
censura.<br />
Y volvemos a lo anteriormente expuesto. Eran judíos y la Tora lo <strong>de</strong>cía sin<br />
paliativos: los prosélitos constituían una casta <strong>de</strong> segundo or<strong>de</strong>n, marcada<br />
por el pecado. Estos individuos, paganos convertidos al judaísmo, veían limitados<br />
muchos <strong>de</strong> sus <strong>de</strong>rechos cívicos, siendo aborrecidos por los sacerdotes<br />
y judíos más ortodoxos. La penosa situación -no comparable, por supuesto,<br />
a la <strong>de</strong> los bastardos- llegaba a extremos inconcebibles. Por ejemplo:<br />
las casas y propieda<strong>de</strong>s <strong>de</strong> un ger («extranjero») eran impuras, según la Ley.<br />
Una impureza -idéntica a la <strong>de</strong> un cadáver- que impedía la entrada a los judíos<br />
más estrictos. Por ejemplo: apoyándose en el Deuteronomio (23, 4-9),<br />
muchos rabinos propugnaban que los prosélitos proce<strong>de</strong>ntes <strong>de</strong> Edom (al sur<br />
<strong>de</strong>l mar Muerto) y <strong>de</strong> Egipto no podían casarse con judíos o judías, inmediatamente<br />
<strong>de</strong>spués <strong>de</strong> su conversión. Por ejemplo: según el <strong>de</strong>recho judío, el<br />
pagano «no tenía padre legítimo». De ahí que los <strong>de</strong>scendientes <strong>de</strong> prosélitos<br />
fueran <strong>de</strong>signados con el nombre <strong>de</strong> la madre (ver Yeb, 98ª., y Pesiata rabbati,<br />
23-24, 122ª., 11, entre otros). Tan abominable principio jurídico -en ab I góy<br />
(es <strong>de</strong>cir, «el pagano no tiene padre»- creaba, entre los judíos, una atmósfera<br />
<strong>de</strong> rechazo hacia el ger (prosélito) y cuanto le concernía. Al menos, entre los<br />
círculos más cerrados y rigurosos. Semejante pesimismo se traducía, a<strong>de</strong>más,<br />
en una permanente duda sobre la capacidad moral <strong>de</strong> los gentiles. Así, por<br />
ejemplo, «toda pagana, incluso la casada, era sospechosa <strong>de</strong> haber practicado<br />
la prostitución». Otros, más duros, los comparaban con la lepra. Y ni qué<br />
<strong>de</strong>cir tiene que ninguna prosélita podía aspirar jamás a contraer matrimonio<br />
con un sacerdote. Así lo <strong>de</strong>cía el Levítico (21, 7). Mejor dicho, así interpretaban<br />
a Yavé los retorcidos doctores <strong>de</strong> la Ley... Unos «especialistas» a los<br />
que el Maestro se enfrentó valientemente. En cuestiones <strong>de</strong> herencias, por<br />
ejemplo, el ger no salía mejor librado. Perdidos y ofuscados en aquel laberinto<br />
<strong>de</strong> normas y leyes, los «guardianes <strong>de</strong> la Tora» llegaban a plantear preguntas<br />
como éstas: «¿Tiene el prosélito <strong>de</strong>recho a heredar <strong>de</strong> un padre pagano?<br />
¿Qué <strong>de</strong>recho tienen a la herencia los hijos <strong>de</strong>l prosélito, concebidos antes <strong>de</strong><br />
la conversión <strong>de</strong>l padre?» La verdad es que el retorcimiento <strong>de</strong> aquellas<br />
gentes justificaría muchos <strong>de</strong> los ataques y admoniciones <strong>de</strong> Jesús. Pues bien,<br />
respecto a la primera cuestión, los judíos sólo los autorizaban a quedarse con<br />
los dineros y bienes que no guardaban relación con los ídolos <strong>de</strong>l padre. En el<br />
segundo caso, los hijos salían peor parados. El inapelable principio jurídico ya<br />
citado -«el pagano no tiene padre»- los con<strong>de</strong>naba a la miseria, no pudiendo<br />
49
siquiera recurrir ante los tribunales, aunque <strong>de</strong>mostraran que también ellos<br />
se habían convertido al judaísmo.<br />
Imagino que el hipotético lector habrá comprendido por dón<strong>de</strong> voy. En los<br />
tiempos <strong>de</strong> Jesús <strong>de</strong> Nazaret, un ger, un prosélito, era un ser <strong>de</strong>spreciado, sin<br />
padre legítimo y con escasos <strong>de</strong>rechos ante la Ley <strong>de</strong> Moisés. Ésta, al menos,<br />
era la corriente generalizada en los círculos más ortodoxos. Pero no eran<br />
éstos los únicos horrores que soportaban. Quizá más a<strong>de</strong>lante -al narrar la<br />
vida <strong>de</strong> predicación <strong>de</strong>l Maestro- tenga la oportunidad <strong>de</strong> volver sobre esta<br />
dramática situación.<br />
Está claro. Cuando los íntimos -judíos a fin <strong>de</strong> cuentas- recibieron las noticias<br />
sobre las diferentes apariciones <strong>de</strong>l rabí a gentiles y prosélitos <strong>de</strong> Fila<strong>de</strong>lfia,<br />
Alejandría, Tiro y el yam -por no hablar <strong>de</strong> los odiados samaritanos-, más <strong>de</strong><br />
uno torció el gesto, <strong>de</strong>saprobándolas.<br />
¿Qué era aquello?<br />
¡El Resucitado <strong>de</strong>partiendo con griegos, arab, tirios, fenicios y los «impuros<br />
samaritanos»!<br />
Hoy, lo sé, estos hechos pue<strong>de</strong>n resultar incomprensibles. ¿Es que los discípulos<br />
no habían aprendido nada? ¿No recordaban las enseñanzas <strong>de</strong>l Galileo?<br />
Naturalmente que sabían. Pero estaban don<strong>de</strong> estaban. La Ley era la Ley y<br />
ellos, como digo, nunca se apartaron <strong>de</strong> la férrea normativa judía. No conviene<br />
olvidarlo...<br />
Estos testigos también eran creyentes, pero su condición <strong>de</strong> ger casi los invalidaba.<br />
En varias ocasiones los vi discutir sobre el particular. Pero, francamente,<br />
en esos momentos, no fui consciente <strong>de</strong> la trascen<strong>de</strong>ncia <strong>de</strong> tales<br />
polémicas.<br />
¿Cómo equiparar a estos hombres y mujeres con los testigos judíos? Y lo que<br />
más los preocupaba: ¿cómo <strong>de</strong>cirle al pueblo que eran hermanos en la fe?<br />
¿Cómo valorar los testimonios <strong>de</strong> gente «sin padre legítimo», «sospechosos<br />
<strong>de</strong> prostitución e idolatría» y claramente con<strong>de</strong>nados por Yavé?<br />
No, aquello era <strong>de</strong>masiado. La referencia a estos sucesos en las predicaciones<br />
sólo habría conducido a críticas, burlas y, en suma, a una <strong>de</strong>preciación <strong>de</strong> la<br />
religión que estaban levantando. Una religión, insisto, en torno a la imagen y<br />
la resurrección <strong>de</strong>l «Señor Jesús».<br />
He aquí una cuestión que suelen olvidar los creyentes <strong>de</strong> hoy. Pedro y su<br />
grupo trabajaron durante mucho tiempo en la Ciudad Santa y en las tierras <strong>de</strong><br />
Palestina. Fue más tar<strong>de</strong> cuando algunos <strong>de</strong> los «embajadores <strong>de</strong>l reino» se<br />
<strong>de</strong>cidieron a probar fortuna en otros parajes <strong>de</strong>l Mediterráneo. ¿Cómo asumir,<br />
por tanto, estas apariciones en mitad <strong>de</strong> una cultura que <strong>de</strong>spreciaba a los<br />
prosélitos? ¿Cómo <strong>de</strong>cir y <strong>de</strong>fen<strong>de</strong>r que todo un Hijo <strong>de</strong> Dios había hecho<br />
iguales a individuos que la tradición y la sagrada Ley estimaban como in<strong>de</strong>seables?<br />
50
Como se recordará, este estricto acatamiento <strong>de</strong> las reglas <strong>de</strong> la religión judía<br />
por parte <strong>de</strong>l lí<strong>de</strong>r y los suyos provocaría lamentables enfrentamientos con<br />
Pablo y sus seguidores.<br />
Sencillamente, esas «presencias» <strong>de</strong>l Maestro ante cientos <strong>de</strong> paganos y<br />
prosélitos colocaban a la naciente iglesia en una posición tan <strong>de</strong>licada como<br />
innecesaria. Y optaron por no echar más leña al fuego, suprimiéndolas. Si uno<br />
revisa lo escrito por los evangelistas, observará que no hay mención alguna a<br />
las apariciones en Fila<strong>de</strong>lfia, Alejandría, Tiro y Sicar. Sólo Pablo, sin entrar en<br />
<strong>de</strong>talles comprometedores, refiere que, en una <strong>de</strong> esas apariciones <strong>de</strong>l rabí,<br />
los testigos fueron más <strong>de</strong> quinientos hermanos (1 Cor. 15, 6). Entiendo que<br />
habla <strong>de</strong> lo ocurrido el 29 <strong>de</strong> abril, sábado, en la playa <strong>de</strong> Saidan, cuando el<br />
Resucitado se presentó ante más <strong>de</strong> quinientos felah y am-ha-arez. Hábilmente,<br />
Pablo evita mencionar que muchos <strong>de</strong> aquellos hombres y mujeres,<br />
vecinos <strong>de</strong> los alre<strong>de</strong>dores, eran gentiles y prosélitos.<br />
Hoy, lógicamente, al leer los textos sagrados (?), uno tiene la impresión <strong>de</strong><br />
que no hubo más apariciones que las mencionadas. No podía ser <strong>de</strong> otra<br />
forma. Y no sólo por lo que acabo <strong>de</strong> referir. Todo eso, aun siendo importante,<br />
no fue lo más grave. En mi opinión, lo que arrinconó <strong>de</strong>finitivamente esas<br />
cuatro trascen<strong>de</strong>ntales «presencias» <strong>de</strong>l Maestro, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> su muerte y<br />
resurrección, fue el contenido <strong>de</strong> los sucesivos mensajes.<br />
«Aquello» chocaba frontalmente con la Tora, con la tradición, con el sentimiento<br />
<strong>de</strong> superioridad <strong>de</strong>l pueblo elegido y, sobre todo, con la filosofía que<br />
empezaba a fraguar en el grupo dominante.<br />
«Dentro <strong>de</strong>l reino <strong>de</strong> mi Padre -dijo Jesús a los griegos- no hay ni habrá judíos<br />
ni gentiles.»<br />
«Recibid en vuestra comunidad -manifestó en Fila<strong>de</strong>lfia ante buen número <strong>de</strong><br />
arab-, con agradable comprensión y afecto fraternal, a todos los hermanos<br />
consagrados a la divulgación <strong>de</strong> la buena nueva. Sean judíos o gentiles.<br />
Griegos o romanos. Persas o etíopes.»<br />
«El Padre me ha enviado -aclaró finalmente en la ciudad <strong>de</strong> Alejandría ante<br />
griegos, egipcios y judíos- para establecer algo que no es propiedad <strong>de</strong><br />
ninguna raza, nación, ni tampoco <strong>de</strong> ningún grupo especial <strong>de</strong> educadores o<br />
predicadores... ¡Prestad atención!: este evangelio no <strong>de</strong>be ser confiado exclusivamente<br />
a los sacerdotes.»<br />
Las directísimas y transparentes alusiones <strong>de</strong> Jesús no podían ser aceptadas<br />
en ese tiempo y, mucho menos, recogidas en los textos evangélicos. Insisto<br />
una y otra vez: el mensaje no era compatible con las circunstancias y prácticas<br />
<strong>de</strong> aquellos hombres. Por eso, sin duda, lo repitió con tanta insistencia.<br />
Pero hubo algo más. Algo que <strong>de</strong>jó a Pedro y a los suyos fuera <strong>de</strong> juego...<br />
Sabedor <strong>de</strong> lo que iba a suce<strong>de</strong>r, el Resucitado se presenta en la casa <strong>de</strong><br />
Nico<strong>de</strong>mo, en Jerusalén, y en la primera vigilia <strong>de</strong> la noche, con la totalidad <strong>de</strong><br />
51
los íntimos en su presencia, lanza una advertencia clave:<br />
«Os exhorto a que no olvidéis que vuestra misión consiste en la proclamación<br />
<strong>de</strong>l evangelio <strong>de</strong>l reino. Es <strong>de</strong>cir, la realidad <strong>de</strong> la paternidad <strong>de</strong> Dios y la<br />
hermandad entre los hombres... Anunciad la buena nueva..., en su totalidad.<br />
No caigáis en la tentación <strong>de</strong> revelar tan sólo una parte... ¡Prestad atención...!<br />
Mi resurrección no <strong>de</strong>be cambiar el gran mensaje. Es <strong>de</strong>cir, ¡que sois hijos <strong>de</strong><br />
un Dios!»<br />
Otros setenta seguidores fueron igualmente testigos <strong>de</strong> excepción. Sin embargo,<br />
el lí<strong>de</strong>r y la primera comunidad, como ya he mencionado, hicieron<br />
oídos sordos a esta <strong>de</strong>cisiva aclaración. Bartolomé, Tomás y Simón el Zelota,<br />
en efecto, llevaban razón. Pero, como fue dicho, el gran mensaje «no vendía»,<br />
no encandilaba a las multitu<strong>de</strong>s...<br />
¿Poner por escrito esta aparición? ¿Reconocer públicamente que no siguieron<br />
los consejos <strong>de</strong>l Hombre al que adoraban?<br />
De ninguna manera...<br />
Y no se hizo. La «presencia» número dieciséis tampoco existió. Jamás formaría<br />
parte <strong>de</strong> la historia <strong>de</strong>l Hijo <strong>de</strong>l Hombre. Nuevo y triste silencio en los<br />
mal llamados textos revelados...<br />
En esa aparición, justamente, el Maestro habla <strong>de</strong> «algo» a lo que ya he hecho<br />
alusión en páginas anteriores, al comentar uno <strong>de</strong> los supuestos discursos <strong>de</strong><br />
Pedro en el día <strong>de</strong> Pentecostés y que aparece en los escritos <strong>de</strong> Lucas. El<br />
Resucitado, con una clarivi<strong>de</strong>ncia asombrosa, a<strong>de</strong>lantándose a los acontecimientos,<br />
hace una revelación que tampoco fue tenida en cuenta por la<br />
primitiva iglesia.<br />
«Ahora, aquí, estáis compartiendo la realidad <strong>de</strong> mi resurrección -les dijo-.<br />
Pero esto no tiene nada <strong>de</strong> extraño. Yo tengo el po<strong>de</strong>r para sacrificar mi vida...,<br />
y recuperarla. Es el Padre quien me otorga ese po<strong>de</strong>r...»<br />
En conclusión: no fue Dios, el Padre, como pregonarían <strong>de</strong>spués Simón Pedro<br />
y los suyos, quien resucitó a Jesús <strong>de</strong> Nazaret, sino Él mismo. Él disfrutaba <strong>de</strong><br />
ese po<strong>de</strong>r. Interesante diferencia...<br />
Y antes <strong>de</strong> proseguir con este <strong>de</strong>sastre, intuyo que <strong>de</strong>bo volver atrás. «Algo»<br />
tintinea en mi interior... Sí, creo que he olvidado una matización.<br />
Fue en Alejandría, en la «presencia» número doce, don<strong>de</strong> el Resucitado, <strong>de</strong><br />
pronto, manifestó algo que, en nuestro tiempo, podría ser mal interpretado.<br />
«Este evangelio -afirmó- no <strong>de</strong>be ser confiado exclusivamente a los sacerdotes.»<br />
La afirmación, en mi humil<strong>de</strong> opinión, contiene más <strong>de</strong> lo que aparece en un<br />
primer y literal examen. Dudo <strong>de</strong> que el Maestro se refiriera únicamente a las<br />
castas sacerdotales <strong>de</strong> aquella época. Por lo que sé, y por lo que me fue dado<br />
conocer en nuestra dilatada permanencia junto al rabí, el aviso era infinitamente<br />
más sutil. Estaba claro que los sacerdotes que habían conspirado<br />
contra Él difícilmente harían suyo el gran mensaje. Se hallaban a millones <strong>de</strong><br />
52
años-luz <strong>de</strong> la buena nueva. Se consi<strong>de</strong>raban los sagrados <strong>de</strong>positarios <strong>de</strong> la<br />
verdad y los únicos que tenían acceso a la Divinidad. Para estas castas, Yavé<br />
era inaccesible, vengativo y discriminador. No, como digo, no creo que Jesús<br />
<strong>de</strong> Nazaret estuviera pensando en estos celosos custodios <strong>de</strong> la Tora cuando<br />
formuló la advertencia. Era obvio. Sí me inclino, en cambio, por los «otros<br />
sacerdotes». Tal y como <strong>de</strong>mostró en diferentes apariciones, sabía lo que iba<br />
a suce<strong>de</strong>r. Y quiso poner las cosas en su lugar. Sabía que, con el tiempo, esos<br />
«otros sacerdotes» -la jerarquía, en <strong>de</strong>finitiva, que nacería con la primitiva<br />
iglesia- monopolizaría su imagen y sus palabras. Es <strong>de</strong>cir, su evangelio. Un<br />
evangelio mutilado y contaminado pero, a fin <strong>de</strong> cuentas, conteniendo parte<br />
<strong>de</strong> la verdad.<br />
La pregunta clave es «por qué». ¿Por qué el Resucitado no <strong>de</strong>sea que la buena<br />
nueva sea «propiedad» exclusiva <strong>de</strong> los sacerdotes? Hoy, tal y como están las<br />
cosas, la mayor parte <strong>de</strong> los creyentes acepta que el ministerio <strong>de</strong>be <strong>de</strong>scansar<br />
precisamente en esos supuestos representantes <strong>de</strong>l «Señor Jesús». La<br />
verdad es que lo repitió hasta la saciedad. Su evangelio -el gran mensajenada<br />
tenía que ver con estructuras, tradiciones, dogmas, leyes, primados y<br />
<strong>de</strong>más intermediarios. Todo era simple y fascinante. Su gran revolución fue<br />
ésa: mostrar al mundo que Dios no era una i<strong>de</strong>a más o menos abstracta,<br />
remota y fiscalizadora. La revelación que justificó su vida <strong>de</strong>cía otra cosa:<br />
Dios es un Ab-bá, un Padre. Un Ser amante que sólo pi<strong>de</strong> confianza. En otras<br />
palabras: Jesús <strong>de</strong> Nazaret no predicó, ni propugnó, una religión tradicional.<br />
Lo suyo era un estilo <strong>de</strong> vida. Compartir su i<strong>de</strong>al -su evangelio- significa<br />
enten<strong>de</strong>r y aceptar que existe ese Padre y que, en consecuencia, los seres<br />
humanos son físicamente hermanos. Este «hallazgo», para quien tiene la<br />
fortuna <strong>de</strong> <strong>de</strong>scubrirlo, cambia radicalmente la brújula <strong>de</strong>l pensamiento. Y el<br />
sujeto entra en una nueva y esperanzadora dinámica en la que sólo cuenta la<br />
experiencia personal. Es el inicio <strong>de</strong> una aventura en la que el hombre no<br />
<strong>de</strong>pen<strong>de</strong>rá ya <strong>de</strong> viejas servidumbres. Al buscar a Dios por ese atractivo<br />
sen<strong>de</strong>ro.... Dios ya está con él. Este evangelio, en fin, como insistió el Maestro<br />
hasta el aburrimiento, no precisa, pues, <strong>de</strong> recintos sagrados, libros revelados<br />
o venerables <strong>de</strong>positarios <strong>de</strong> la verdad.<br />
La advertencia, sin embargo, como refleja la Historia, cayó en saco roto. Ni<br />
Pedro, ni Pablo, ni el resto <strong>de</strong> los primeros cristianos la tuvieron presente. Muy<br />
al contrario. Al poco, un engranaje cada vez más jerarquizado y dogmático<br />
fue abriéndose paso, monopolizando, con<strong>de</strong>nando y discriminando. Y hoy,<br />
esa «maquinaria» -tan ajena a los propósitos <strong>de</strong>l gran rabí <strong>de</strong> Galilea- continúa<br />
controlando y dirigiendo volunta<strong>de</strong>s.<br />
¿Escribir y <strong>de</strong>jar constancia <strong>de</strong> la aparición <strong>de</strong> Jesús a los paganos <strong>de</strong> Alejandría?<br />
¿Decir al mundo que el evangelio no <strong>de</strong>bía ser confiado exclusivamente<br />
a los sacerdotes?<br />
No, aquellos hombres no estaban locos...<br />
53
Y una vez vaciado mi corazón, continuaré con la «gran estafa».<br />
¿De qué otra forma puedo calificar el ocultamiento sistemático <strong>de</strong> estas<br />
apariciones? Discípulos y evangelistas conocieron la verdad y, no obstante, la<br />
silenciaron. ¿No es esto un frau<strong>de</strong>? De hecho, si examinamos los evangelios,<br />
uno <strong>de</strong>scubre con alarma que las únicas «presencias» anotadas por los escritores<br />
sagrados (?) fueron protagonizados por los íntimos y algunos seguidores<br />
próximos. Naturalmente, todos judíos. Naturalmente, todas manipuladas...<br />
Ejemplos.<br />
Juan, en el capítulo 20, versículos 19 al 30, amén <strong>de</strong> confundir escenas correspondientes<br />
a dos apariciones distintas (la número nueve y la once), insertándolas<br />
en una sola, coloca en labios <strong>de</strong> Jesús unas frases que nunca<br />
existieron. Lógicamente tengo dudas. ¿Fue el Zebe<strong>de</strong>o quien falsificó esas<br />
famosas frases? ¿O quizá fue una interpolación posterior? Sea como fuere, lo<br />
que aparece claro es que la sentencia en cuestión interesaba a la recién estrenada<br />
iglesia.<br />
«A quienes perdonéis los pecados -escribe el evangelista en el referido capítulo-,<br />
les quedarán perdonados; a quienes se los retengáis, les quedarán<br />
retenidos.»<br />
La liturgia, el engranaje y el dogmatismo, como <strong>de</strong>cía, avanzaban veloces y<br />
era preciso justificar lo que, más a<strong>de</strong>lante, sería conocido como «sacramento<br />
<strong>de</strong> la penitencia». En alguien tenía que reposar el fundamento <strong>de</strong> tal privilegio<br />
y, probablemente, Juan Zebe<strong>de</strong>o fue elegido como el testigo irrefutable. Y<br />
digo que fue «elegido» porque, a la vista <strong>de</strong> los errores que presenta el<br />
mencionado texto, es casi seguro que Juan no pudo ser autor <strong>de</strong>l mismo. Y si<br />
lo fue, una <strong>de</strong> dos: o la memoria le fallaba escandalosamente o manipuló la<br />
verdad.<br />
¿Errores?<br />
Sí, unos cuantos. Unos fallos que ponen en tela <strong>de</strong> juicio la autenticidad <strong>de</strong><br />
todo el pasaje.<br />
Para empezar, en esa aparición, la última <strong>de</strong> aquel domingo, 9 <strong>de</strong> abril, el<br />
Resucitado no mostró a los íntimos las manos y el costado. Eso ocurrió siete<br />
días más tar<strong>de</strong> (no ocho, como afirma el evangelista).<br />
¿Y <strong>de</strong> dón<strong>de</strong> saca el responsable <strong>de</strong>l texto sagrado (?) que el Maestro sopló<br />
sobre los discípulos?<br />
El escribano <strong>de</strong> turno lo confundió todo. El Espíritu <strong>de</strong> la Verdad, como<br />
anunciaría Jesús en muchas <strong>de</strong> las «presencias», llegó bastantes semanas<br />
<strong>de</strong>spués y para todos. La verdad es que semejante discriminación resulta<br />
sospechosa...<br />
En cuanto a las palabras pronunciadas por el rabí tras el supuesto «soplo»,<br />
quien conozca mínimamente el estilo <strong>de</strong>l Hijo <strong>de</strong>l Hombre se dará cuenta <strong>de</strong><br />
que difícilmente podían encajar en su pensamiento y línea <strong>de</strong> conducta. El<br />
54
evangelio no era eso. La buena nueva, repito, no era propiedad <strong>de</strong> nadie y<br />
nadie ostentaba atribuciones especiales. En la aparición número doce, en<br />
Alejandría, lo <strong>de</strong>jó muy claro: «El Padre me ha enviado para establecer algo<br />
que no es propiedad <strong>de</strong> ninguna raza, nación, ni tampoco <strong>de</strong> ningún grupo<br />
especial <strong>de</strong> educadores o predicadores.»<br />
Concluido el relato sobre la tercera «presencia», en la que el Resucitado reprocha<br />
a Tomás su incredulidad, el evangelista se <strong>de</strong>tiene <strong>de</strong> pronto. Es como<br />
si Juan Zebe<strong>de</strong>o no recordara o no lo hiciera con suficiente precisión. Y salva<br />
la situación con una frase en la que reconoce, implícitamente, que hubo más<br />
apariciones:<br />
«Jesús realizó en presencia <strong>de</strong> los discípulos otras muchas señales que no<br />
están escritas en este libro...»<br />
Interesante.<br />
Él, como el resto, sabía la verdad. Pero...<br />
Más a<strong>de</strong>lante, en el capítulo 21, suce<strong>de</strong> algo curioso que parece confirmar lo<br />
ya referido anteriormente: alguien «metió la mano» en el texto joánico. Alguien<br />
no se contentó con lo expuesto por Juan en torno a las apariciones <strong>de</strong>l<br />
Maestro y añadió una más. Lo malo es que, al hacerlo, amén <strong>de</strong> faltar a la<br />
verdad, mutilando y <strong>de</strong>formando las conversaciones <strong>de</strong> Jesús con sus íntimos<br />
en la playa <strong>de</strong> Saidan, no contabilizó las «presencias» narradas por el Zebe<strong>de</strong>o<br />
y, a<strong>de</strong>más <strong>de</strong> la mano, metió la pata...<br />
El «intruso», en el versículo 14 <strong>de</strong> dicho Epílogo, dice que «ésta fue ya la<br />
tercera vez que Jesús se manifestó a los discípulos <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> resucitar <strong>de</strong><br />
entre los muertos».<br />
Lástima. Si hubiera tenido la precaución <strong>de</strong> sumar las apariciones que cita<br />
Juan habría comprobado que la añadida por él era la cuarta... A saber: aparición<br />
<strong>de</strong>l Maestro a la Magdalena, junto al sepulcro; a los íntimos en el cenáculo<br />
y -ocho días <strong>de</strong>spués- a la totalidad <strong>de</strong> los discípulos (incluido Tomás).<br />
Como <strong>de</strong>cía, un relato sesgado, en el que tan sólo se ofrecen las «presencias»<br />
<strong>de</strong> Jesús a los «embajadores <strong>de</strong>l reino» y a María, la <strong>de</strong> Magdala. En otras<br />
palabras: doce testigos. ¿Y qué ocurrió con los otros 1 500? ¿Se borraron <strong>de</strong><br />
la memoria <strong>de</strong> Juan?<br />
Por supuesto que no...<br />
En cuanto al segundo testimonio evangélico -el <strong>de</strong> Marcos-, el <strong>de</strong>sbarajuste,<br />
manipulación y censura tampoco se quedan cortos.<br />
Echemos un vistazo.<br />
En el capítulo 16, versículos 9 al 20, el evangelista (o quien se encargara <strong>de</strong><br />
enmendarle la plana) da fe <strong>de</strong> tres únicas apariciones. Y todas, claro está, a<br />
los <strong>de</strong> siempre: a los íntimos y a la Magdalena. Del resto, ni palabra...<br />
En el texto, a<strong>de</strong>más, convenientemente camuflada, se <strong>de</strong>sliza otra falsedad.<br />
Los individuos que «iban camino <strong>de</strong> una al<strong>de</strong>a», y a quienes se presenta el<br />
Resucitado, no eran dos <strong>de</strong> los apóstoles, como sugiere Marcos (?), sino<br />
55
Cleofás y Jacobo, unos pastores <strong>de</strong> Ammaus que, al parecer, conocían las<br />
enseñanzas <strong>de</strong>l Maestro.<br />
Lo más grave, sin embargo, se escon<strong>de</strong> en la tercera y última «presencia». El<br />
evangelista -que la i<strong>de</strong>ntifica con la mal llamada «ascensión»-, sin el menor<br />
pudor, «olvida» lo que realmente dijo Jesús en aquella mañana <strong>de</strong>l 18 <strong>de</strong> abril<br />
e inventa con un <strong>de</strong>scaro inaudito...<br />
«El que crea y sea bautizado -pone en boca <strong>de</strong>l rabí-, se salvará; el que no<br />
crea, se con<strong>de</strong>nará.»<br />
¡Dios <strong>de</strong> los cielos! ¿Cuándo y dón<strong>de</strong> pronunció el Maestro una sentencia tan<br />
impropia <strong>de</strong> su amoroso y misericordioso talante?<br />
Creo intuir que Marcos -o quien fuera el artífice <strong>de</strong> semejante <strong>de</strong>spropósitosupo<br />
o escuchó <strong>de</strong> «algo» que sonaba relativamente parecido. Y lo retorció,<br />
ajustándolo a los intereses <strong>de</strong>l momento y <strong>de</strong> la naciente iglesia. Ese «algo»<br />
fueron unas palabras lanzadas el martes, 16 <strong>de</strong> mayo, en la aparición a los<br />
gentiles <strong>de</strong> Tiro. En dicha ocasión, como se recordará, Jesús manifestó:<br />
«La salvación es un don <strong>de</strong> Dios, pero los que nacen <strong>de</strong>l espíritu <strong>de</strong>muestran<br />
los frutos inmediatamente, a través <strong>de</strong>l servicio a sus semejantes. Éstos son<br />
esos frutos: servicio amoroso, abnegación <strong>de</strong>sinteresada, fi<strong>de</strong>lidad, equilibrio,<br />
honra<strong>de</strong>z, permanente esperanza, confianza sin reservas, misericordia,<br />
bondad continua, piadosa clemencia y paz sin fin. Si los creyentes no aportan<br />
estos frutos en su vida diaria..., ¡están muertos! El Espíritu <strong>de</strong> la Verdad (no<br />
os engañéis) no resi<strong>de</strong> en ellos. Son sarmientos inútiles <strong>de</strong> una viña viva y, a<br />
no tardar, serán podados.»<br />
La diferencia es elocuente...<br />
Jesús nunca habló <strong>de</strong> con<strong>de</strong>nación, ni tampoco <strong>de</strong> bautismo. Eso fue otra<br />
instrumentalización <strong>de</strong> unos hombres que renunciaron al gran mensaje y que<br />
no tuvieron más remedio que <strong>de</strong>fen<strong>de</strong>rse <strong>de</strong> los múltiples ataques interiores y<br />
exteriores.<br />
¿Fi<strong>de</strong>lidad? ¿Honra<strong>de</strong>z? ¿Misericordia? ¿Piadosa clemencia?<br />
Siendo consecuentes con la exposición <strong>de</strong>l Resucitado en Fenicia, ¿dieron los<br />
«embajadores <strong>de</strong>l reino» y los evangelistas los frutos señalados por el<br />
Maestro? ¿Fueron honrados con la verdad? ¿Se mostraron fieles a lo ocurrido?<br />
¿Era <strong>de</strong> hombres misericordiosos y clementes una actitud tan severa y radical?<br />
Lo más triste es que esa «invención» siguió galopando a lo largo <strong>de</strong> la Historia,<br />
chantajeando a millones <strong>de</strong> hombres y mujeres <strong>de</strong> buena voluntad...<br />
Sí, probablemente, apoyándome en las palabras <strong>de</strong>l Hijo <strong>de</strong> Dios, fueron ellos<br />
los «muertos».<br />
El resto <strong>de</strong> las afirmaciones <strong>de</strong> Marcos es pura anécdota.<br />
¿Señales? ¿Cuándo se refirió el Maestro a <strong>de</strong>monios, lenguas, serpientes y<br />
venenos?<br />
No hace falta ser muy <strong>de</strong>spierto para <strong>de</strong>scubrir que sus alocuciones, tras la<br />
56
esurrección, fueron siempre más serias y profundas. El evangelista, en<br />
cambio, con una aparatosa «miopía», convierte el magnífico prodigio en un<br />
vulgar circo...<br />
Así las cosas, tampoco es <strong>de</strong> extrañar que los escritores sagrados (?) no<br />
hagan una sola mención <strong>de</strong> las interesantes y puntuales profecías formuladas<br />
por el Resucitado en varias <strong>de</strong> sus «presencias». ¿Es que el anuncio <strong>de</strong> las<br />
persecuciones y <strong>de</strong> las muertes violentas <strong>de</strong> su hermano en la carne (Santiago)<br />
y <strong>de</strong>l otro Santiago (el Zebe<strong>de</strong>o) no era importante? ¿Por qué lo ocultaron?<br />
¿Estimaron que una referencia así concedía más relevancia a éstos discípulos<br />
que al lí<strong>de</strong>r? Pue<strong>de</strong> que, incluso, en este punto, sea yo el equivocado. Quizá<br />
veo ya maquinaciones don<strong>de</strong> nunca las hubo. Pero, ¡es que vi tantas...!<br />
Y cerraré esta revisión con un «capítulo» que, personalmente, se me antoja<br />
como uno <strong>de</strong> los más hermosos y esperanzadores <strong>de</strong> cuantos contiene el<br />
amplio episodio <strong>de</strong> las apariciones. Un «capítulo» -cómo no- igualmente ignorado<br />
por los evangelistas...<br />
Si la memoria y mis notas no fallan, es en la primera «presencia», en la<br />
número once, en la trece y también en la dieciséis, cuando el Resucitado habla<br />
con claridad <strong>de</strong> «otras formas <strong>de</strong> vida, existentes <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la muerte».<br />
Tanto mi hermano como quien esto escribe lo repasamos y discutimos hasta<br />
la saciedad.<br />
En la primera, cuando la <strong>de</strong> Magdala trata <strong>de</strong> abrazar al rabí, éste la frena sin<br />
contemplaciones:<br />
«No soy el que has conocido en la carne.»<br />
Poco <strong>de</strong>spués, el domingo, 16 <strong>de</strong> abril, al presentarse en el cenáculo en medio<br />
<strong>de</strong> los once, Jesús, dirigiéndose al incrédulo Tomás, dice:<br />
«A pesar <strong>de</strong> que no veas ninguna señal <strong>de</strong> clavos, ya que ahora vivo bajo una<br />
forma que tú también tendrás cuando <strong>de</strong>jes este mundo...»<br />
Cinco días más tar<strong>de</strong>, en la playa <strong>de</strong> Saidan [«presencia» número trece], al<br />
conversar con los íntimos, es igualmente preciso:<br />
«Estaré poco tiempo en mi actual forma, antes <strong>de</strong> ir con el Padre... Cuando<br />
hayáis acabado en este mundo -Jesús levantó el rostro hacia el azul <strong>de</strong> cielotengo<br />
otros mejores, don<strong>de</strong> trabajaréis también para mí. En esta obra, en<br />
este y otros mundos, trabajaré con vosotros...»<br />
Por último, el 5 <strong>de</strong> mayo, <strong>de</strong> nuevo ante los íntimos y setenta seguidores, en<br />
la casa <strong>de</strong> Nico<strong>de</strong>mo, hace otro anuncio singular:<br />
«Ahora, aquí, estáis compartiendo la realidad <strong>de</strong> mi resurrección. Pero esto no<br />
tiene nada <strong>de</strong> extraño. Yo tengo el po<strong>de</strong>r para sacrificar mi vida..., y para<br />
recuperarla. Es el Padre quien me otorga ese po<strong>de</strong>r... Más que por eso,<br />
vuestros corazones <strong>de</strong>berían estremecerse por la realidad <strong>de</strong> esos muertos <strong>de</strong><br />
una época que han emprendido la ascensión eterna poco <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> que yo<br />
abandonara la tumba <strong>de</strong> José <strong>de</strong> Arimatea...»<br />
Quedamos sobrecogidos.<br />
57
Jesús <strong>de</strong> Nazaret jamás mintió. Nunca inventó. Cuanto dijo se cumplió..., o<br />
está por cumplir. ¿Por qué íbamos a dudar <strong>de</strong> unas palabras que garantizan<br />
otra forma <strong>de</strong> vida <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la muerte? Teníamos, a<strong>de</strong>más, ciertas pruebas.<br />
Amén <strong>de</strong> haber visto y tocado aquel «cuerpo glorioso» -la <strong>de</strong>finición me<br />
parece excelente-, nuestros sistemas lo analizaron..., hasta don<strong>de</strong> fue posible.<br />
Era físico, sí, aunque <strong>de</strong> una naturaleza <strong>de</strong>sconocida.<br />
«...ahora vivo bajo una forma que tú también tendrás cuando <strong>de</strong>jes este<br />
mundo...»<br />
Ésa era la clave. En esas palabras a Tomás está contenido el gran chorro <strong>de</strong><br />
oxígeno. La categórica afirmación no <strong>de</strong>ja lugar a dudas: <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la<br />
muerte hay vida.<br />
En mi opinión, he aquí uno <strong>de</strong> los mensajes más extraordinarios y gratificantes<br />
que haya podido recibir el siempre temeroso ser humano. Y hoy,<br />
mientras pongo en or<strong>de</strong>n estos recuerdos, nada pue<strong>de</strong> convencerme <strong>de</strong> lo<br />
contrario. Al morir, un «cuerpo» similar al que vimos y estudiamos nos<br />
aguarda a todos. ¡A todos!<br />
Naturalmente, le dimos muchas vueltas. Y llegamos a conclusiones. Pobres, lo<br />
sé, pero conclusiones...<br />
Por ejemplo:<br />
A la vista <strong>de</strong> lo ocurrido en las tres primeras «presencias», en las que la<br />
«forma física» <strong>de</strong>l Resucitado presentaba «anomalías», cabe la posibilidad <strong>de</strong><br />
que ese recién estrenado «soporte corporal» (?) (las palabras me entorpecen)<br />
<strong>de</strong>ba experimentar una serie <strong>de</strong> sucesivos y necesarios cambios en su formación<br />
(?). ¿Explicaría esto la advertencia <strong>de</strong> Jesús a la Magdalena? ¿Qué habría<br />
sucedido si la mujer lo hubiera tocado?<br />
Las siguientes, en las que el Maestro aparecía ya con un «cuerpo» aparentemente<br />
normal (?), vendrían quizá a confirmar este supuesto. El misterioso<br />
«cuerpo» -la «forma» <strong>de</strong> la que habló el rabí- se hallaría entonces <strong>de</strong>finitivamente<br />
constituido. Un «cuerpo» capaz <strong>de</strong> atravesar (?) muros, que no<br />
precisa <strong>de</strong> aparatos circulatorio, respiratorio y digestivo y que tiene la facultad<br />
<strong>de</strong> materializarse y <strong>de</strong>smaterializarse a voluntad.<br />
Un sueño, sí. Algo difícil <strong>de</strong> aceptar por un científico...<br />
Pero Él lo dijo..., y lo hizo.<br />
Eliseo llegaría también a otra supuesta (?) conclusión.<br />
Ajustándose a lo anunciado por Jesús -«cuando hayáis acabado en este<br />
mundo tengo otros mejores, don<strong>de</strong> trabajaréis también para mí»-, audaz e<br />
imaginativo, esgrimió lo siguiente:<br />
-Es posible que, tras la muerte, provistos <strong>de</strong> esa «nueva forma corporal» (?),<br />
seamos transportados y ubicados en «otros mundos mejores que el nuestro»,<br />
en los que <strong>de</strong>bamos seguir actuando y aprendiendo.<br />
Y entusiasmado -el término más exacto sería «esperanzado»-, formuló una<br />
hipótesis que me encanta:<br />
58
Para mi hermano, ese «cuerpo glorioso» podría ser «MAT-1». Así lo bautizó.<br />
¿Y qué entendía por «MAT-1»?<br />
«Materia» física, aunque <strong>de</strong>sconocida para nuestra Ciencia, a un cincuenta<br />
por ciento. Es <strong>de</strong>cir, un «cuerpo» integrado por elementos tangibles y medibles<br />
(a un 50 por ciento) y por una «sustancia» más sutil (también al 50 por<br />
ciento) que, simplificando peligrosamente, podríamos <strong>de</strong>finir como «espiritual».<br />
De ahí que no lo consi<strong>de</strong>rase «MATERIA», sino «MAT». En cuanto al «1»,<br />
he aquí el curioso e in<strong>de</strong>mostrable razonamiento: si lo que llevábamos visto y<br />
oído, y lo que nos aguardaba en el tercer «salto», era correcto, tras la muerte<br />
nos espera un largo recorrido. El Maestro lo repitió hasta la saciedad. Pues<br />
bien, según Eliseo, nada más <strong>de</strong>spertar <strong>de</strong>l «sueño» <strong>de</strong> la muerte, uno recibe<br />
el nuevo «cuerpo» («MAT-2»). Y con él <strong>de</strong>be «vivir» y prosperar durante un<br />
«tiempo» (?). (El hipotético lector <strong>de</strong> esta memorias compren<strong>de</strong>rá que las<br />
palabras no son mi mejor aliado). Una vez satisfecha esa etapa inicial, el<br />
porcentaje <strong>de</strong> «materia» quedaría reducido, aumentando, en cambio, el <strong>de</strong> la<br />
«sustancia» más liviana. Y el ser gozaría entonces <strong>de</strong> un «cuerpo» (?)<br />
«MAT-2». El supuesto proceso continuaría con las sucesivas «adquisiciones»<br />
<strong>de</strong> «cuerpos» cada vez menos <strong>de</strong>nsos y mucho más «espirituales». En otras<br />
palabras: a cada salto «evolutivo» (?), el nuevo «hombre» recibiría una<br />
«estructura» (?) «MAT-3», «MAT-4», «MAT-5», etc. Y pue<strong>de</strong> que llegue el<br />
instante en que esa inteligencia -en el casi infinito camino hacia el Padre- no<br />
precise ya <strong>de</strong> «soporte» físico alguno, transformándose en una entidad absolutamente<br />
«espiritual». Quizá, a juzgar por las enseñanzas <strong>de</strong>l Hijo <strong>de</strong>l<br />
Hombre, el verda<strong>de</strong>ro objetivo <strong>de</strong> todos los que han sido, somos, y serán<br />
primero pura MATERIA. Obviamente, para alcanzar ese estado i<strong>de</strong>al, don<strong>de</strong> la<br />
criatura no se vea limitada por las torpes y groseras estructuras materiales,<br />
es básico y primordial que entendamos el porqué <strong>de</strong> ese or<strong>de</strong>n cósmico. Pero,<br />
como insinuaba Eliseo, dicha comprensión sólo será una realidad bien cimentada...,<br />
«al otro lado». Aquí, <strong>de</strong> momento, nos basta y nos sobra con la<br />
confianza. El cerebro no da para más...<br />
La hermosa teoría encajaba también con «algo» que, poco a poco, fuimos<br />
aprendiendo <strong>de</strong>l rabí <strong>de</strong> Galilea: el Padre, siempre misericordioso, sabio y<br />
«económico», nunca actúa bruscamente. Pasar <strong>de</strong> un cuerpo como el que<br />
conocemos a una «forma espiritual» podría suponer un choque, quizá un<br />
trauma, nada aconsejable. De la misma manera que un bebé no salta <strong>de</strong><br />
pronto a la madurez, así entiendo que ocurre «al otro lado». Todo es gradual,<br />
sereno, lógico y natural. Y no son palabras mías, sino <strong>de</strong> Él.<br />
Esto, en fin, justificaría los famosos «MAT» <strong>de</strong> mi imaginativo hermano. ¿O no<br />
eran imaginaciones?<br />
Por supuesto, al reflexionar sobre estas cuestiones, nos asaltó un tropel <strong>de</strong><br />
interrogantes:<br />
¿Significaba todo esto que el ser humano es inmortal? ¿Y qué suce<strong>de</strong> con la<br />
59
muerte? ¿Se prueba una vez o hay que morir en cada cambio <strong>de</strong> «forma»?<br />
¿Por qué hablaba el Maestro <strong>de</strong> «trabajar» en esos otros mundos? ¿A qué<br />
«trabajos» se refería? ¿Qué quiso <strong>de</strong>cir con lo <strong>de</strong> «esos muertos <strong>de</strong> una época<br />
que habían emprendido la ascensión <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> su resurrección»?<br />
Y las respuestas llegaron. Claro que llegaron..., aunque en su momento.<br />
¿Debo contenerme y esperar?<br />
Intuyo que es lo mejor. Sin embargo, hay «algo» que puja por salir. Y no lo<br />
retendré. Sé que para el hipotético lector pue<strong>de</strong> ser tan urgente como esclarecedor.<br />
Sí, mi hermano tenía razón..., en parte. Cuando Eliseo interrogó al Maestro<br />
sobre la teoría sobre los «MAT», Jesús, sonriendo feliz, le dio a enten<strong>de</strong>r que<br />
no andaba muy <strong>de</strong>scaminado...<br />
Dicho queda.<br />
«Quien tenga oídos...»<br />
15 AL 18 DE JUNIO<br />
También en eso acerté. El Destino fue indulgente...<br />
Tras cargar en el saco <strong>de</strong> viaje unas muestras <strong>de</strong> tierra <strong>de</strong>l huerto <strong>de</strong> José <strong>de</strong><br />
Arimatea -esenciales para redon<strong>de</strong>ar los análisis sobre el fenómeno <strong>de</strong> la<br />
resurrección-, al alba <strong>de</strong>l jueves, 15 <strong>de</strong>l mes <strong>de</strong> tammuz (junio), quien esto<br />
escribe se unía a Bartolomé y a Simón el Zelota, emprendiendo la marcha<br />
hacia el norte.<br />
Y acerté...<br />
El camino, en compañía <strong>de</strong> los discípulos, resultaría así más cómodo, seguro<br />
e instructivo.<br />
El «oso», condicionado por la necesidad <strong>de</strong> llegar a Caná lo antes posible,<br />
eligió la ruta más corta, atravesando Samaría. De no haber sido por esta<br />
circunstancia, la i<strong>de</strong>a habría sido rechazada. Aquel territorio, como creo haber<br />
mencionado, no era <strong>de</strong>l agrado <strong>de</strong> los judíos. Unos y otros, sencillamente, se<br />
odiaban.<br />
Y hábiles y pru<strong>de</strong>ntes, los galileos esquivaron en todo momento las al<strong>de</strong>as <strong>de</strong><br />
los «impuros y aborrecidos samaritanos». El fallecido rey Here<strong>de</strong>s el Gran<strong>de</strong><br />
había intentado suavizar estas tensiones, <strong>de</strong>sposando a una samaritana<br />
(Maltake), <strong>de</strong> la que tuvo dos hijos: los célebres Arquelao y Antipas. Se<br />
sospecha, incluso, que, en otro gesto <strong>de</strong> buena voluntad, Hero<strong>de</strong>s autorizó a<br />
los kuteos a que orasen en el atrio interior <strong>de</strong>l Templo <strong>de</strong> la Ciudad Santa (así<br />
lo refiere Josefo en Antigüeda<strong>de</strong>s, XVIII, 2, 2). Sin embargo, esa tregua se<br />
rompería <strong>de</strong>finitivamente en el año 8 <strong>de</strong> nuestra era cuando, bajo el gobierno<br />
<strong>de</strong>l procurador romano Coponio (6 al 9 d. J.C.), un grupo <strong>de</strong> samaritanos<br />
irrumpió en el citado Templo, esparciendo en los pórticos y en el santuario<br />
toda una colección <strong>de</strong> huesos humanos. Aquel acto <strong>de</strong> venganza, un sacrilegio<br />
60
en plena fiesta <strong>de</strong> la Pascua, colmó la paciencia <strong>de</strong> los judíos. Jamás los<br />
perdonaron. Des<strong>de</strong> entonces, las refriegas e insultos mutuos estuvieron a la<br />
or<strong>de</strong>n <strong>de</strong>l día.<br />
Afortunadamente, nadie nos molestó. Y el viernes, 16, dos horas antes <strong>de</strong>l<br />
ocaso, este explorador se <strong>de</strong>spedía <strong>de</strong> los discípulos a las puertas <strong>de</strong> Nazaret.<br />
Ellos continuaron hacia la cercana Caná y quien esto escribe, fiel al plan<br />
previsto, ro<strong>de</strong>ó la concurrida fuente, ingresando con prisas en la blanca y<br />
polvorienta senda que enlazaba la al<strong>de</strong>a <strong>de</strong> la Señora con Séforis, la capital <strong>de</strong><br />
la baja Galilea.<br />
El propósito, en principio, no era complicado. Ascen<strong>de</strong>ría por la falda norte <strong>de</strong>l<br />
Nebí Sain -un camino bien conocido por este torpe explorador y en el que ya<br />
había sufrido un lamentable inci<strong>de</strong>nte-, situándome frente al cementerio <strong>de</strong><br />
Nazaret antes <strong>de</strong> la caída <strong>de</strong>l sol. Una vez allí, ya veríamos...<br />
Si cálculos y razonamientos no fallaban, con el crepúsculo, a la entrada <strong>de</strong>l<br />
shabbat (el día sagrado para los judíos), el reducido camposanto <strong>de</strong>bería<br />
verse libre <strong>de</strong> toda suerte <strong>de</strong> visitantes. La ley y la tradición eran inflexibles.<br />
En sábado, por ejemplo, estaba prohibido el traslado <strong>de</strong> los muertos a las<br />
sepulturas. Más aún: ni siquiera <strong>de</strong>bía moverse uno solo <strong>de</strong> los miembros <strong>de</strong>l<br />
difunto, aunque estaba autorizada la ceremonia <strong>de</strong> lavado y embalsamamiento.<br />
Esto me tranquilizó..., en parte. ¿Y qué suce<strong>de</strong>ría con el enterrrador<br />
y la inseparable plañi<strong>de</strong>ra? ¿Continuarían en el lugar? Por supuesto, sólo<br />
había un medio para salir <strong>de</strong> dudas...<br />
La proximidad <strong>de</strong>l sábado jugó a mi favor. Los felah que habitualmente<br />
trabajaban en las cercanías <strong>de</strong>l camino acababan <strong>de</strong> abandonar las faenas. No<br />
tuve problemas. Ascendí veloz por la la<strong>de</strong>ra <strong>de</strong>l Nebí y, a medio camino <strong>de</strong> la<br />
cima, el apretado olivar me hizo una señal. Aquél era el punto. Me <strong>de</strong>svié<br />
hacia la izquierda y, lentamente, camuflado entre los árboles, fui a asomarme<br />
a mi objetivo. El breve cuadrilátero, <strong>de</strong> unos cincuenta metros <strong>de</strong> lado, se<br />
presentó tranquilo y silencioso. Aparentemente se hallaba <strong>de</strong>sierto. Pero no<br />
quise precipitarme. El recuerdo <strong>de</strong> la última y <strong>de</strong>sastrosa incursión entre las<br />
ochenta estelas <strong>de</strong> piedra me frenó en seco. Esta vez obraría sobre seguro. Si<br />
era necesario anularía a la «burrita» y a su compañero... Inspeccioné la choza<br />
<strong>de</strong> paja y adobe que se levantaba al este, y que servía <strong>de</strong> refugio al sepulturero<br />
y a la prostituta, pero, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> don<strong>de</strong> me encontraba, no percibí nada<br />
anormal.<br />
¿Qué hacía?<br />
Si la pareja se hallaba ausente, aquél podía ser el momento...<br />
Intenté serenarme. ¿Tenía prisa? Sí y no... En realidad, la operación, tal y<br />
como fue concebida, <strong>de</strong>bería ejecutarse durante la noche. Esto reduciría<br />
riesgos. Y aguanté en el filo <strong>de</strong>l olivar que amurallaba el cementerio. El sol,<br />
<strong>de</strong>sapareciendo ya tras los 488 metros <strong>de</strong>l Nebí, seguiría iluminando alre<strong>de</strong>dor<br />
<strong>de</strong> una hora.<br />
61
Frente al cobertizo, al otro lado <strong>de</strong>l cuadrilátero, las cinco gran<strong>de</strong>s muelas <strong>de</strong><br />
caliza que cerraban las criptas aparecían igualmente solitarias y <strong>de</strong>safiantes.<br />
Sí, «<strong>de</strong>safiantes» para este explorador. Allí, en las grutas ganadas al Nebí, si<br />
el instinto no se equivocaba, tenían que reposar los restos <strong>de</strong> José, el padre<br />
terrenal <strong>de</strong>l Hijo <strong>de</strong>l Hombre, y los <strong>de</strong> Amos, el hermano <strong>de</strong> cinco años, tristemente<br />
fallecido el 3 <strong>de</strong> diciembre <strong>de</strong>l 12. La advertencia <strong>de</strong> Santiago, en mi<br />
primera visita al cementerio, fue clave. Como se recordará, mientras este<br />
explorador permanecía en un respetuoso silencio frente a la estela que<br />
perpetuaba la memoria <strong>de</strong>l padre y <strong>de</strong>l niño <strong>de</strong>saparecidos, el hermano <strong>de</strong><br />
Jesús, colocando su mano en mi hombro, exclamó bajando la voz:<br />
-Ya no están aquí...<br />
Esto sólo significaba dos cosas: que los huesos, <strong>de</strong> acuerdo a la costumbre,<br />
hubieran sido arrojados al kokhim o fosa común que se abría en el centro <strong>de</strong>l<br />
camposanto o que, también <strong>de</strong> acuerdo a la tradición, la familia pudiera<br />
haberlos trasladado a un osario particular, <strong>de</strong>positándolos en una <strong>de</strong> aquellas<br />
criptas practicadas en el talud oste. En el primer supuesto, no había nada que<br />
hacer. El kokhim, <strong>de</strong> unos cuatro metros <strong>de</strong> lado, se hallaba repleto <strong>de</strong> huesos<br />
y calaveras, en el más caótico <strong>de</strong> los <strong>de</strong>sór<strong>de</strong>nes.<br />
Pero quedaban las criptas funerarias. Y la intuición me <strong>de</strong>cía que la familia <strong>de</strong><br />
José pudo haber respetado aquellos restos, conservándolos en una <strong>de</strong> las<br />
acostumbradas arquetas <strong>de</strong> piedra o ma<strong>de</strong>ra <strong>de</strong> cedro.<br />
Era preciso, pues, penetrar en ellas y <strong>de</strong>spejar la incógnita. Sólo así, disponiendo<br />
<strong>de</strong> una muestra <strong>de</strong> los huesos <strong>de</strong> José (preferentemente unos molares<br />
o premolares), estaríamos en condiciones <strong>de</strong> ultimar el <strong>de</strong>licado estudio sobre<br />
la posible paternidad <strong>de</strong>l malogrado contratista <strong>de</strong> obras.<br />
Me costó resistir. La espera, lo confieso, me envaró. Ardía en <strong>de</strong>seos <strong>de</strong> enfrentarme<br />
a las pesadas piedras que bloqueaban las criptas y actuar.<br />
Todo fue calculado minuciosamente. No podía fallar...<br />
Y la claridad perdió terreno.<br />
Unos minutos más...<br />
Ajusté las «crótalos» y la visión IR (infrarroja) modificó la creciente oscuridad,<br />
aliviando mis movimientos. Partí una rama <strong>de</strong> olivo y me dispuse a caminar<br />
hacia el talud oeste.<br />
Parecía claro. Enterrador y plañi<strong>de</strong>ra no se hallaban en el cementerio. Deduje<br />
que, ante la inminente llegada <strong>de</strong>l sábado y la lógica falta <strong>de</strong> trabajo, ambos<br />
optaron por ingresar en Nazaret o -quién sabe- quizá en Séforis o en cualquiera<br />
<strong>de</strong> las villas próximas. Sin embargo, no <strong>de</strong>bía fiarme. ¿Y si regresaban?<br />
Procuré serenarme, recordando otra <strong>de</strong> las rígidas disposiciones rabínicas.<br />
Ningún judío estaba autorizado a caminar en sábado más allá <strong>de</strong> los dos mil<br />
codos. Calculé la distancia entre Nazaret y el camposanto, por la ruta más<br />
corta (la cima <strong>de</strong>l Nebi). No me gustó. Como mucho, el camino sumaba setecientos<br />
metros. Si la pareja había elegido la al<strong>de</strong>a <strong>de</strong> la Señora, el «trabajo»<br />
62
que suponía la ida y la vuelta no violaba la Ley. Suponiendo que el <strong>de</strong>stino<br />
fuera Nazaret...<br />
Y otra duda me inquietó: ¿qué seguridad tenía <strong>de</strong> que enterrador y «burrita»<br />
eran judíos? Ninguna. Si eran paganos, las cosas se complicaban. El regreso<br />
podía producirse en cualquier momento.<br />
Sí, mal asunto...<br />
Pero estaba don<strong>de</strong> estaba. No tenía <strong>de</strong>masiadas alternativas. Así que, confiando<br />
en la formidable «fuerza» que me sostenía, me arriesgué. Crucé veloz<br />
entre las estelas y fui a situarme frente a las cinco muelas.<br />
Al levantar la vista reparé en algo que no había captado en las anteriores<br />
visitas y que, honradamente, me heló la sangre.<br />
-Lo que faltaba -murmuré entre dientes, imaginando la suerte <strong>de</strong> aquel entrometido<br />
si llegaba a ser capturado.<br />
En mitad <strong>de</strong> la roca caliza que hacía las veces <strong>de</strong> fachada, a poco más <strong>de</strong> dos<br />
metros <strong>de</strong>l suelo, perfectamente visible, las autorida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> Roma habían<br />
empotrado una losa <strong>de</strong> mármol <strong>de</strong> 60 por 40 centímetros, aproximadamente,<br />
en la que, en griego, podía leerse lo siguiente:<br />
«Sabido es que los sepulcros y las tumbas, que han sido hechos en consi<strong>de</strong>ración<br />
a la religión <strong>de</strong> los antepasados, o <strong>de</strong> los hijos o <strong>de</strong> los parientes,<br />
<strong>de</strong>ben permanecer inmutables a perpetuidad. Si alguien, pues, es convicto <strong>de</strong><br />
haberlo <strong>de</strong>struido, <strong>de</strong> haber, con mala intención, transportado el cuerpo a<br />
otros lugares, haciendo injuria a los muertos, o <strong>de</strong> haber quitado las inscripciones<br />
o las piedras <strong>de</strong> la tumba, or<strong>de</strong>no que ése sea llevado a juicio como<br />
si quien se dirige contra la religión <strong>de</strong> los Manes lo hiciera contra los mismos<br />
dioses. Así, pues, lo primero es preciso honrar a los muertos. Que no sea en<br />
absoluto permitido a nadie el cambiarlos <strong>de</strong> sitio, si no quiere el convicto por<br />
violación <strong>de</strong> sepultura sufrir la pena capital.»<br />
¡Dios bendito! Aquello parecía otra burla <strong>de</strong>l Destino...<br />
Sabía lo que me aguardaba si era sorprendido con las manos en la masa. Pero<br />
tampoco era necesario que me lo recordaran con semejante pompa y puntualidad...<br />
El «edicto», nacido probablemente en las cancillerías <strong>de</strong> Augusto, era algo<br />
habitual en aquel tiempo en muchos <strong>de</strong> los cementerios <strong>de</strong> la provincia romana<br />
<strong>de</strong> la Ju<strong>de</strong>a. No sería el primero ni el último que acertaría a <strong>de</strong>scubrir en<br />
mis correrías.<br />
Traté <strong>de</strong> olvidar el «aviso» y proseguí con lo que importaba.<br />
Me acerqué a las redondas piedras que cerraban las entradas a las respectivas<br />
grutas funerarias y fui palpando y examinando. No había duda. Roca caliza...<br />
Las cinco moles, <strong>de</strong> metro y medio <strong>de</strong> diámetro, podían pesar no menos <strong>de</strong><br />
setecientos kilos por unidad. Demasiado para <strong>de</strong>splazarlas con la fuerza <strong>de</strong> un<br />
solo hombre. Y tal y como fue planificado, me retiré unos metros, activando el<br />
«tatuaje». No había opción. Si <strong>de</strong>seaba penetrar en las criptas y localizar los<br />
63
estos <strong>de</strong> José, aquél era el procedimiento más rápido y eficaz.<br />
Lancé una mirada a mi alre<strong>de</strong>dor. En el firmamento, envalentonadas por la<br />
luna nueva, unas madrugadoras estrellas parpa<strong>de</strong>aban insolentes. Tuve la<br />
sensación <strong>de</strong> que gritaban, <strong>de</strong>latándome. Pero no. Todo continuaba en paz.<br />
Tecleé, proporcionando los parámetros necesarios: distancia, volumen espacial,<br />
tiempo para la inversión y, obviamente, naturaleza <strong>de</strong> los swivels a<br />
«remover».<br />
Quince segundos <strong>de</strong>spués, un seco y apagado «trueno» espantaba a una<br />
familia <strong>de</strong> rapaces nocturnas, alzando el vuelo sobre los olivos. Y la boca <strong>de</strong> la<br />
cripta apareció limpia y <strong>de</strong>safiante.<br />
Repetí la observación sobre el camposanto y su entorno. Aquél era otro<br />
instante clave. El estampido, aunque breve, podía llamar la atención.<br />
Esperé inquieto.<br />
Las lechuzas recobraron la paz y yo con ellas.<br />
Bien. Era el momento...<br />
Deslicé los <strong>de</strong>dos hacia el extremo superior <strong>de</strong>l cayado, pulsando el láser <strong>de</strong><br />
gas y posicionándolo en la potencia mínima (unas fracciones <strong>de</strong> vatio). Al<br />
punto, un finísimo hilo <strong>de</strong> fuego apareció en la noche. Aproximé la rama <strong>de</strong><br />
olivo y el «cilindro» (<strong>de</strong> apenas 25 mieras) provocó la combustión.<br />
No había tiempo que per<strong>de</strong>r. Y portando la improvisada tea penetré sigiloso<br />
en la cripta.<br />
La humedad me abofeteó. Hacía mucho que el lugar permanecía clausurado.<br />
El reducido habitáculo, en forma <strong>de</strong> círculo, <strong>de</strong> unos tres metros <strong>de</strong> diámetro<br />
y algo más <strong>de</strong> uno y medio <strong>de</strong> altura, fue excavado pacientemente, conquistando<br />
una dócil y cenicienta caliza. En su perímetro, a cincuenta centímetros<br />
<strong>de</strong>l suelo, presentaba una docena <strong>de</strong> hornacinas.<br />
Dudé...<br />
Encorvado y con el corazón en un puño me volví hacia la «<strong>de</strong>saparecida»<br />
muela. No, aquél no era el plan... Pero no tuve fuerzas.<br />
Una vez en el interior, como medida precautoria, evitando así que alguien me<br />
<strong>de</strong>tectara, este explorador <strong>de</strong>bía activar <strong>de</strong> nuevo el «tatuaje», materializando<br />
la roca y cerrando la gruta.<br />
Pero, como digo, dudé. Sentí miedo. Después <strong>de</strong> la amarga experiencia en los<br />
subterráneos <strong>de</strong> la casa <strong>de</strong>l saduceo, en Nazaret, no <strong>de</strong>seaba tentar la suerte.<br />
Sabía que el «tatuaje» no fallaría, pero...<br />
El corazón, acelerado, se puso <strong>de</strong> mi lado.<br />
«No lo haría. Correría el riesgo.»<br />
E inspirando profundamente me encaré a la arquetas <strong>de</strong> piedra que <strong>de</strong>scansaban<br />
en los huecos.<br />
Era mi turno.<br />
«José y su hijo Amos.» Ésta era la inscripción que, supuestamente, tenía que<br />
figurar en uno <strong>de</strong> los osarios. ¿Daría con ella?<br />
64
Repasé las cajas con nerviosismo.<br />
¡Bendito sea el cielo! Todas aparecían grabadas en la cara frontal. La mayoría<br />
en arameo. Otras en griego.<br />
Y auxiliado por el chisporroteante fuego fui leyendo:<br />
«Teodoto Liberto.»<br />
No, aquella traducción al griego <strong>de</strong>l nombre hebreo «Natanael» (Bartolomé)<br />
no era lo que buscaba...<br />
«Yejoeser hijo <strong>de</strong> Eleazar.»<br />
Tampoco...<br />
«Miriam hija <strong>de</strong> Nathan.»<br />
Empecé a <strong>de</strong>sconfiar. ¿Había equivocado la cripta?<br />
«José y su hijo...»<br />
La emoción brincó.<br />
¿José?<br />
Sin embargo, al terminar <strong>de</strong> leer, comprendí que me equivocaba.<br />
«José y su hijo Ismael y su hijo Yejoeser.»<br />
El resto <strong>de</strong> las apresuradas traducciones fue igualmente estéril. La <strong>de</strong>cepción<br />
se presentó puntual. Allí no reposaban los huesos <strong>de</strong> José...<br />
No importaba. Repetiría la lectura.<br />
Naturalmente, sólo obtuve un nuevo fracaso. Aquélla no era la cripta.<br />
Regresé al exterior y <strong>de</strong>diqué unos segundos a la obligada vigilancia <strong>de</strong><br />
cuanto me ro<strong>de</strong>aba. Todo respiraba sosiego. Todo menos el cielo y quien esto<br />
escribe. Ahora eran miles los «testigos» que parecían gritar, <strong>de</strong>nunciando el<br />
sacrilegio. Y me hice una sola pregunta: ¿cuánto tiempo sería necesario para<br />
registrar las restantes cuevas?<br />
Afortunadamente reaccioné. No me rendiría. Disponía <strong>de</strong> toda la noche, a no<br />
ser, claro está, que recibiera alguna visita...<br />
Cerré la cripta y, antes <strong>de</strong> teclear sobre el «tatuaje», preparando la segunda<br />
exploración, me concedí unos instantes. Tenía que pensar. Tenía que aliviar<br />
aquella con<strong>de</strong>na. Tenía que encontrar una pista, un indicio, que simplificara la<br />
búsqueda. Pero, ¿cuál? Sólo Dios y los familiares sabían dón<strong>de</strong> se hallaba el<br />
osario. Suponiendo que la intuición acertara...<br />
Imagino que fue una casualidad. ¿O no?<br />
Lo cierto es que, al repasar mentalmente las inscripciones <strong>de</strong> las doce arquetas,<br />
caí en la cuenta <strong>de</strong> «algo» que podría tener cierto fundamento. Pero<br />
no estaba seguro. Y <strong>de</strong>cidido a verificarlo caminé hacia las estelas <strong>de</strong>l cementerio.<br />
Me centré en las más próximas a la criptas.<br />
¡Bingo!<br />
Allí había «algo»...<br />
Volví a leer. Sí, la sospecha era correcta. Las inscripciones que acababa <strong>de</strong><br />
contemplar en la cueva funeraria se repetían en las primeras filas. Estaba<br />
claro. Aquellos restos fueron inhumados en un mismo periodo <strong>de</strong> tiempo y,<br />
65
posterior y paulatinamente, exhumados y <strong>de</strong>positados en la cripta correspondiente.<br />
En este caso, en la que ocupaba el extremo <strong>de</strong>recho <strong>de</strong>l talud<br />
calcáreo.<br />
El hallazgo me reconfortó. Si existía un or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> exhumación -como era<br />
presumible-, estas hileras, las que confirmaron mis sospechas, tenían que ser<br />
las más antiguas. En el paño opuesto, así lo recordaba, el pequeño cementerio<br />
presentaba una superficie todavía virgen, dispuesta para nuevos enterramientos.<br />
Pues bien, en las tilas cercanas a esa zona en reserva, quien esto<br />
escribe había <strong>de</strong>scubierto la estela que perpetuaba la memoria <strong>de</strong> José y <strong>de</strong> su<br />
hijo Amos. En resumen: dicha hilera -la número once- era más «mo<strong>de</strong>rna» y,<br />
en consecuencia, los huesos allí sepultados <strong>de</strong>berían <strong>de</strong> haber sido rescatados<br />
bastantes años más tar<strong>de</strong>.<br />
Comprobé la argumentación sobre el terreno. El camposanto sumaba trece<br />
hileras. A partir <strong>de</strong> ahí, hasta el lugar don<strong>de</strong> se levantaba la choza, la tierra se<br />
hallaba libre y, como digo, preparada para nuevos «inquilinos».<br />
La cuestión, ahora, se centraba en otro punto no menos problemático.<br />
Aceptando que la hilera «once» fuera una <strong>de</strong> las más recientes (?) (José<br />
llevaba muerto veintidós años y su hijo dieciocho), ¿a cuál <strong>de</strong> las criptas<br />
fueron trasladados?<br />
El dilema, obviamente, no era fácil. Y me <strong>de</strong>jé arrastrar por el sentido común.<br />
Si los huesos <strong>de</strong> las dos filas iniciales <strong>de</strong>l cementerio se hallaban en la gruta <strong>de</strong><br />
la <strong>de</strong>recha (la que acababa <strong>de</strong> abrir), los exhumados en el lado opuesto quizá<br />
habían ido a parar a la ubicada en el otro extremo, es <strong>de</strong>cir, la más «mo<strong>de</strong>rna»<br />
(?). Naturalmente, lo <strong>de</strong> «mo<strong>de</strong>rna» era otra suposición <strong>de</strong> este optimista<br />
explorador...<br />
Y dado que ahí terminaban las especulaciones, opté por la citada cripta. Fui a<br />
situarme frente a la muela y tecleé, «volatilizándola». El segundo estampido<br />
volvió a paralizarme.<br />
Afiné los sentidos. Observé la choza, el bosque <strong>de</strong> olivos y el sen<strong>de</strong>rillo que<br />
trepaba hacia lo alto <strong>de</strong>l Nebí.<br />
Nuevos e inquietos vuelos <strong>de</strong> las rapaces. Más ansiedad. Y, al fin, <strong>de</strong>splomándose<br />
<strong>de</strong>spacio, como una nevada, el maravilloso silencio...<br />
Entré con idénticas precauciones. La humedad gobernaba también aquel<br />
lugar. Y «alguien» -digo yo que ese ángel con nombre <strong>de</strong> mujer: «Intuición»-<br />
pasó <strong>de</strong> puntillas junto a este tenso explorador. El susurro, aunque claro y<br />
preciso, fue rechazado...<br />
«Esta vez sí.»<br />
La gruta artificial, algo más <strong>de</strong>sahogada que la anterior, guardaba una forma<br />
muy similar: había sido excavada en círculo, con una altura máxima ligeramente<br />
superior a la mía (1,80 metros). En las pare<strong>de</strong>s, también a corta<br />
distancia <strong>de</strong>l tosco pavimento, se alineaban otros huecos. Sumé diez. Y en las<br />
hornacinas, sendas cajas o arquetas <strong>de</strong> caliza. En dos <strong>de</strong> ellas, a diferencia <strong>de</strong><br />
66
la primera cripta, reposaban unos osarios más pequeños. Deduje que podía<br />
tratarse <strong>de</strong> restos <strong>de</strong> niños.<br />
La chisporroteante flama me previno. En el suelo, al pie <strong>de</strong> las hornacinas, se<br />
hallaba una <strong>de</strong> las arquetas. Aparecía quebrada, con la tapa a corta distancia,<br />
y una serie <strong>de</strong> huesos esparcidos y <strong>de</strong>sarticulados. Me incliné, examinándolos.<br />
Era extraño. La cueva, probablemente, llevaba cerrada mucho tiempo. ¿Qué<br />
había sucedido? Paseé la tea por el techo y, al <strong>de</strong>scubrir una ancha fisura, supuse<br />
que la caída se <strong>de</strong>bía a un movimiento sísmico.<br />
Volví sobre la malograda arqueta y busqué la inscripción. En principio -me<br />
tranquilicé-, aquél no parecía el osario <strong>de</strong> José. Sólo contenía un esqueleto. La<br />
grabación en la piedra -«Menajem hijo <strong>de</strong> Simón»- confirmó la presunción.<br />
Tanteé los huesos y verifiqué lo que imaginaba. La humedad y la dilatada<br />
permanencia en el osario estaban acelerando la <strong>de</strong>sintegración. Se hallaban<br />
muy frágiles. Esto podía complicar los planes. Pero no me <strong>de</strong>sanimé. Sabía<br />
que la intensa humedad <strong>de</strong> la Galilea no nos favorecía. Los lugareños conocían<br />
esta circunstancia y difícilmente fabricaban osarios <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra. (El ciprés,<br />
sicómoro y pino eran más económicos que la piedra.) Si tenía la fortuna <strong>de</strong><br />
localizar los restos, y concretamente los dientes <strong>de</strong> José, el problema no nos<br />
afectaría. Estas piezas, justamente, son las más indicadas para el estudio que<br />
nos proponíamos. La pulpa, <strong>de</strong> la que <strong>de</strong>beríamos extraer el ADN, se encuentra<br />
siempre muy protegida, resistiendo la acción <strong>de</strong> los agentes físicos,<br />
térmicos y químicos, así como la inevitable putrefacción.<br />
Un segundo hallazgo, a la izquierda <strong>de</strong> la entrada, me <strong>de</strong>moró <strong>de</strong> nuevo. Se<br />
trataba <strong>de</strong> tres lucernas o lámparas <strong>de</strong> arcilla y dos cántaras <strong>de</strong> mediano porte.<br />
Una contenía aceite en estado sólido, muy <strong>de</strong>gradado, y la otra un líquido<br />
ver<strong>de</strong> y corrompido. Probablemente, el agua utilizada en el obligado ritual <strong>de</strong><br />
purificación tras la última manipulación <strong>de</strong> los osarios.<br />
La verdad es que pensé en aprovechar el combustible. Pero, inquieto, comprobando<br />
con horror cómo escapaba el tiempo, continué en compañía <strong>de</strong> la<br />
mermada antorcha. O mucho me equivocaba o, en breve, tendría que reemplazarla...<br />
Y, atento, repetí la operación, revisando las inscripciones <strong>de</strong> las nueve cajas.<br />
Las dos primera me confundieron. En ambos osarios, los más pequeños, leí lo<br />
mismo:<br />
«Yejoeser Akabia.»<br />
No pu<strong>de</strong> evitarlo. La curiosidad fue más fuerte. Alcé las tapas y creí enten<strong>de</strong>r.<br />
Estaba ante los restos <strong>de</strong> dos muchachos. Posiblemente hermanos. Y siguiendo<br />
la costumbre, al fallecer el primero, los padres impusieron el nombre<br />
<strong>de</strong>l muerto al segundo.<br />
«Menajem (hijo <strong>de</strong>) Simón.»<br />
¡Mala suerte! La dichosa tea empezó a lamer la mano <strong>de</strong> este, cada vez, más<br />
<strong>de</strong>sconsolado explorador. No tuve alternativa. Deposité antorcha y cayado en<br />
67
el suelo <strong>de</strong> la cripta y me lancé al exterior, al encuentro <strong>de</strong>l olivar...<br />
El lugar seguía dormido. Esta vez hice acopio <strong>de</strong> tres largas y robustas ramas.<br />
Y me sorprendí a mí mismo: ¿cuánto tiempo pensaba permanecer en esta<br />
<strong>de</strong>licada situación?<br />
Increíble. Eché a un lado el miedo y me convencí <strong>de</strong> que «aquello <strong>de</strong>bía ser<br />
apurado hasta el final». Ni siquiera ahora acierto a enten<strong>de</strong>r tan arriesgado,<br />
casi suicida, comportamiento...<br />
«Miriam esposa <strong>de</strong> Judá.»<br />
Negativo...<br />
«Yejoeser hijo <strong>de</strong> Yejoeser.»<br />
Moví la cabeza, negando. ¡Dios!... ¿Es que había vuelto a equivocar la cripta?<br />
«Salomé esposa <strong>de</strong> Eleazar.»<br />
El corazón se <strong>de</strong>tuvo. La agitada respiración se vino abajo e intenté escuchar.<br />
Algo sonó en el exterior... De pronto, fijando la mirada en la oscilante flama,<br />
comprendí que la luz podía <strong>de</strong>latarme. Apagué la antorcha, pisoteándola, y<br />
me incorporé veloz, como impulsado por un resorte. El chasquido se repitió.<br />
Esta vez muy cerca...<br />
Me aposté en el umbral y dispuse la «vara <strong>de</strong> Moisés». Si era el enterrador, no<br />
tendría más remedio que <strong>de</strong>jarlo inconsciente.<br />
Pero el Destino, burlón, no tardó en presentarme al responsable <strong>de</strong> los ruidos<br />
y <strong>de</strong>l sobresalto. Entre las estelas, la visión infrarroja me ofreció el cuerpo<br />
inquieto y estilizado y la larga y flotante cola <strong>de</strong> un hambriento zorro <strong>de</strong><br />
vientre gris. Respiré aliviado. Sin embargo, el «aviso» me puso en guardia.<br />
Me estaba <strong>de</strong>scuidando. Era un violador <strong>de</strong> tumbas y, si me <strong>de</strong>tenían, el<br />
castigo era la muerte...<br />
Prendí la rama <strong>de</strong> olivo y, con cierto <strong>de</strong>saliento, me ocupé <strong>de</strong> las dos últimas<br />
arquetas.<br />
«Slonsion madre <strong>de</strong> Yejoeser.»<br />
Un <strong>de</strong>sastre...<br />
«José...»<br />
Mi pobre corazón estuvo a punto <strong>de</strong> rendirse.<br />
¡No pue<strong>de</strong> ser!... ¡Oh, Dios!... ¡Sí!...<br />
«José y su hijo Amos.»<br />
Casi <strong>de</strong>jé la antorcha. Y aturdido e incrédulo pegué la nariz a la novena y<br />
provi<strong>de</strong>ncial arca <strong>de</strong> piedra.<br />
Bajo los nombres, también en griego, <strong>de</strong>spejando dudas, se leía el mismo<br />
epitafio grabado en la estela <strong>de</strong>l cementerio:<br />
«No <strong>de</strong>saparece lo que muere. Sólo lo que se olvida.»<br />
Me separé unos pasos. Contemplé el osario e, intentando apaciguar aquel loco<br />
corazón, di gracias al cielo. Mejor dicho, agra<strong>de</strong>cí y solicité perdón. Lo que<br />
hacía, y lo que estaba a punto <strong>de</strong> ejecutar, no hubiera sido aprobado por la<br />
familia...<br />
68
Nueva ojeada al exterior. El zorro continuaba mero<strong>de</strong>ando cerca <strong>de</strong> la choza.<br />
Nada parecía importunarme. Había llegado el momento...<br />
La arqueta, <strong>de</strong> unos cincuenta centímetros <strong>de</strong> largo por setenta <strong>de</strong> alto y<br />
treinta <strong>de</strong> ancho, gimió y protestó al ser retirada <strong>de</strong>l nicho. La <strong>de</strong>posité con<br />
dulzura en el centro <strong>de</strong> la cripta y, tembloroso, me dispuse a retirar la tapa <strong>de</strong><br />
caliza.<br />
¿Y si no fueran los restos <strong>de</strong> José?<br />
Rechacé la estúpida duda. Santiago, en mi primera visita al cementerio, ratificó<br />
con sus palabras que aquella inscripción era la <strong>de</strong> los suyos. A<strong>de</strong>más,<br />
¿cuántos José y Amos compartían osario? Me reprendí. «No <strong>de</strong>bo dudar. Los<br />
huesos, por otra parte, terminarán <strong>de</strong> certificar si estoy o no en un error.»<br />
Levanté la pesada losa y acerqué la antorcha.<br />
Me estremecí.<br />
Cuidadosamente colocados aparecían la calavera y los restos <strong>de</strong>scarnados <strong>de</strong><br />
un infante.<br />
¿Amos?<br />
El esqueleto, <strong>de</strong>sarticulado, había sido dispuesto sobre una doble estera <strong>de</strong><br />
hoja <strong>de</strong> palma. Me hice con los extremos y, con sumo tacto, procurando no<br />
alterar la disposición <strong>de</strong> la osamenta, la extraje, abandonándola sobre el<br />
pavimento. Mi objetivo no era éste.<br />
Nuevo escalofrío.<br />
¿José?<br />
En idéntica posición, y con el mismo y esmerado ritual, la familia había almacenado<br />
los restos en el fondo <strong>de</strong> la arqueta.<br />
Estos movimientos, lo sé, hubieran exigido unas muy específicas y férreas<br />
condiciones <strong>de</strong> trabajo. El posterior análisis <strong>de</strong>l ADN así lo <strong>de</strong>mandaba. Pero,<br />
ante la imposibilidad <strong>de</strong> cargar un equipo que aislase las muestras, evitando<br />
la contaminación, tuve que resignarme. Procuraría extremar la asepsia,<br />
distanciándome <strong>de</strong> las piezas que <strong>de</strong>bían ser trasladadas a la «cuna». En este<br />
sentido, la «piel <strong>de</strong> serpiente», separando la epi<strong>de</strong>rmis, fue <strong>de</strong> gran ayuda,<br />
sirviéndome <strong>de</strong> guantes.<br />
De pronto, el corazón volvió a oscilar. En la lejanía, el zorro se lamentó. Acudí<br />
a la boca <strong>de</strong> la gruta e inspeccioné ansioso. Falsa alarma.<br />
Y consumido por las prisas tomé en mis manos el cráneo <strong>de</strong>l adulto. Afortunadamente,<br />
el tiempo y el traslado a la cripta respetaron la mandíbula. No<br />
quedaban muchos dientes. Revisé el maxilar. Uno <strong>de</strong> los premolares, con las<br />
raíces intactas, fue el elegido. A continuación seleccioné el tercer molar,<br />
apenas incipiente y visible en la mandíbula. La extracción fue rápida y limpia.<br />
El periostio, obviamente <strong>de</strong>saparecido, y la cortical (parte superior <strong>de</strong>l hueso),<br />
sumamente quebradiza, aliviaron la operación.<br />
Guardé el «tesoro» en una <strong>de</strong> las ampolletas <strong>de</strong> barro que conservaba en el<br />
saco <strong>de</strong> viaje y, sin po<strong>de</strong>r reprimir la curiosidad, continué examinando la<br />
69
calavera. Aquélla era una ocasión única...<br />
La docena <strong>de</strong> dientes presentaba un acusado <strong>de</strong>sgaste. En especial, los<br />
molares y premolares supervivientes. Lo atribuí a la dieta. Concretamente, al<br />
exceso en el consumo <strong>de</strong> pan.<br />
Uno <strong>de</strong> los caninos, en el maxilar, disfrutaba <strong>de</strong> una raíz doble, algo relativamente<br />
normal en la <strong>de</strong>ntición. Pero lo que más llamó mi atención fue la<br />
reabsorción alveolar. Sin duda, José había pa<strong>de</strong>cido una <strong>de</strong> las dolencias más<br />
frecuentes en aquel tiempo: la «piorrea» o enfermedad periodontal. Un<br />
problema que termina diezmando la <strong>de</strong>ntadura. Esto podía explicar también<br />
el porqué <strong>de</strong> la escasez <strong>de</strong> piezas <strong>de</strong>ntarias.<br />
En efecto, estaba sobre la pista a<strong>de</strong>cuada. Allí, en la parte superior <strong>de</strong>l cráneo,<br />
<strong>de</strong>stacaba un notable orificio ovalado, <strong>de</strong> unos seis centímetros <strong>de</strong> diámetro<br />
mayor. No me equivocaba. Éstos eran los restos <strong>de</strong>l padre terrenal <strong>de</strong> Jesús.<br />
La aparatosa herida en la región témporo-parietal, que, sin duda, resultó<br />
mortal, coincidía con lo <strong>de</strong>scrito por la familia. José, como fue dicho, cayó al<br />
suelo cuando trabajaba en lo alto <strong>de</strong> un edificio, en la ciudad <strong>de</strong> Séforis. E<br />
intrigado, <strong>de</strong>seoso <strong>de</strong> comprobar la información, examiné el resto <strong>de</strong> la<br />
osamenta.<br />
No tardé en <strong>de</strong>scubrir que otros huesos se hallaban igualmente fracturados.<br />
En el análisis aprecié roturas en la clavícula <strong>de</strong>recha, peroné, varias <strong>de</strong> las<br />
costillas y uno <strong>de</strong> los metatarsos. Aquello tenía que ser consecuencia <strong>de</strong> la<br />
fatídica caída.<br />
Otro <strong>de</strong>talle que me asombró, y <strong>de</strong>l que, lógicamente, no tenía noticia, fue la<br />
estatura <strong>de</strong>l contratista <strong>de</strong> obras. Lástima no haber dispuesto <strong>de</strong>l tiempo y <strong>de</strong><br />
los medios necesarios para evaluarlo con precisión. Pero entiendo que el error<br />
en las mediciones fue mínimo. A juzgar por la longitud <strong>de</strong> húmeros, tibias y<br />
fémures (según la fórmula <strong>de</strong> Trotter y Gleser), José pudo alcanzar alre<strong>de</strong>dor<br />
<strong>de</strong> 1,80 metros. Una talla respetable, teniendo en cuenta que la media, para<br />
los hombres, en la época <strong>de</strong>l Maestro, oscilaba en torno a 1,60. La verdad es<br />
que, bien mirado, esto justificaba la no menos <strong>de</strong>stacada estatura <strong>de</strong> Jesús<br />
(1,81 metros).<br />
Los huesos, en general, a pesar <strong>de</strong> lógico <strong>de</strong>terioro, me parecieron robustos.<br />
José <strong>de</strong>bió ser también un ejemplar tan atlético como su Hijo. En las tibias, en<br />
cambio, percibí algunos síntomas <strong>de</strong> agarrotamiento. La explicación se<br />
hallaba, quizá, en la continua flexión <strong>de</strong> las piernas. Algo normal en un terreno<br />
tan acci<strong>de</strong>ntado como Nazaret y su entorno.<br />
Al inspeccionar las suturas <strong>de</strong> la bóveda craneal y la apófisis xifoi<strong>de</strong>s <strong>de</strong>l<br />
esternón me ratifiqué en lo que ya sabía: José falleció antes <strong>de</strong> cumplir los<br />
cuarenta. Las primeras seguían abiertas y la apófisis no se había unido aún al<br />
cuerpo. Tal y como <strong>de</strong>tallé en páginas prece<strong>de</strong>ntes, según la familia, el<br />
contratista murió el 25 <strong>de</strong> setiembre <strong>de</strong>l año 8 <strong>de</strong> nuestra era, cuando contaba<br />
36 años <strong>de</strong> edad.<br />
70
El cráneo, en resumen, era claramente mesocéfalo, con una frente alta y<br />
vertical y un índice nasal mesorrino (alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> 48,9°). Es <strong>de</strong>cir, una nariz<br />
media, muy distinta, por cierto, a la <strong>de</strong>l rabí. La mandíbula, armónica con el<br />
resto <strong>de</strong> la estructura craneal, se presentaba corta, ancha y po<strong>de</strong>rosa.<br />
Y sumido en aquel apasionante estudio, sinceramente, perdí la noción <strong>de</strong>l<br />
tiempo y <strong>de</strong>l peligroso lugar don<strong>de</strong> me encontraba. Pero el Destino cuidó <strong>de</strong><br />
este inconsciente explorador...<br />
No lo pensé dos veces. Tenía que aprovechar la magnífica e irrepetible<br />
oportunidad. Las nuevas muestras, a<strong>de</strong>más, ampliarían y asegurarían los<br />
resultados <strong>de</strong> las investigaciones sobre el ADN. Y ni corto ni perezoso me<br />
lancé sobre la pequeña calavera <strong>de</strong> Amos. Aunque la mandíbula había <strong>de</strong>saparecido,<br />
el maxilar conservaba todavía varios <strong>de</strong> los dientes <strong>de</strong>ciduales o <strong>de</strong><br />
«leche», así como los permanentes, ocultos bajo el hueso. Rescaté dos piezas<br />
-un canino y un molar- y me apresuré a ocultarlas en la segunda ampolleta<br />
vacía.<br />
La misión, prácticamente consumada, tocaba a su fin. Pero la curiosidad, <strong>de</strong><br />
nuevo, me venció. Nunca apren<strong>de</strong>ré... Y poco faltó para que aquel error<br />
pasara factura.<br />
El cráneo <strong>de</strong>l niño, fallecido a los cinco años, presentaba síntomas <strong>de</strong> osteoporosis<br />
en los parietales y occipitales. Revisé una y otra vez los restos pero,<br />
naturalmente, en tales circunstancias, era poco menos que imposible averiguar<br />
el porqué <strong>de</strong> dicho problema. Pensé en una hipotética <strong>de</strong>ficiencia <strong>de</strong><br />
hierro y proteínas o -quién sabe- en una infección <strong>de</strong> la madre. Todo era<br />
posible.<br />
Varios <strong>de</strong> los dientes habían sido víctimas también <strong>de</strong> un agudo y generalizado<br />
mal: la caries. Otra dolencia habitual entre aquellas gentes.<br />
El resto <strong>de</strong> la osamenta, frágil y consumida por la humedad, no me dijo gran<br />
cosa, excepción hecha <strong>de</strong> la confirmación <strong>de</strong> la edad <strong>de</strong>l infante, a través <strong>de</strong> la<br />
observación <strong>de</strong> la epífisis inferior <strong>de</strong>l peroné.<br />
Y feliz, complacido ante el excelente resultado <strong>de</strong> la aventura, <strong>de</strong>volví los<br />
huesos <strong>de</strong> Amos al interior <strong>de</strong>l osario, cubriéndolo con la tapa <strong>de</strong> piedra. Me<br />
incorporé y, obe<strong>de</strong>ciendo a un extraño impulso, bajé los ojos, pronunciando<br />
en silencio una oración: aquel hermoso y original padrenuestro que escribiera<br />
el propio Jesús <strong>de</strong> Nazaret.<br />
No pu<strong>de</strong> concluirlo...<br />
Súbitamente, algo me <strong>de</strong>volvió a la realidad. A la cruda y <strong>de</strong>spiadada realidad...<br />
Me sentí atrapado.<br />
Instintivamente apagué la tea. ¿Qué hacía? ¿Escapaba? ¿Permanecía oculto<br />
en la cueva?<br />
El corazón, al galope, no colaboró. ¡Dios!...<br />
Y escuché <strong>de</strong> nuevos los confusos sonidos. Reaccioné y, <strong>de</strong>spacio, muy<br />
71
<strong>de</strong>spacio, midiendo cada paso, me asomé a la boca <strong>de</strong> la gruta.<br />
La espesa oscuridad, alimentada por la luna nueva, multiplicó la zozobra. La<br />
visión IR no <strong>de</strong>tectaba ningún ser vivo. Pero el clamor estaba allí, en alguna<br />
parte. Maldije mi inconsciencia. Podía haber abandonado el cementerio nada<br />
más extraer los dientes <strong>de</strong> José...<br />
Me aferré al cayado. Si era menester me <strong>de</strong>fen<strong>de</strong>ría. Las muestras seguirían<br />
conmigo. Nada ni nadie me las arrebataría.<br />
¿Risas?<br />
Eso fue lo que percibí a renglón seguido. Parecían proce<strong>de</strong>r <strong>de</strong> la zona norte.<br />
Quizá <strong>de</strong>l caminillo que conducía a la cima <strong>de</strong>l Nebi.<br />
El corazón, imparable, continuó bombeando hasta hacerme daño.<br />
Sí, risas, voces, gritos...<br />
Alguien se aproximaba por mi <strong>de</strong>recha, por el citado sen<strong>de</strong>rillo.<br />
Creo que empecé a dudar.<br />
La duda y el miedo, a partes iguales, me anclaron al suelo <strong>de</strong> la cripta funeraria.<br />
¿Qué hacía? ¿Saltaba como un gamo a la búsqueda <strong>de</strong>l olivar? ¿Olvidaba el<br />
osario? ¿Cerraba la cueva? ¿Seguía allí?<br />
Si optaba por lo primero, quizá pudiera cruzar el cementerio y <strong>de</strong>saparecer<br />
antes <strong>de</strong> la llegada <strong>de</strong> los todavía invisibles individuos.<br />
¿Y si no era así? ¿Qué ocurriría si me <strong>de</strong>tectaban a medio camino? Ni siquiera<br />
sabía cuántos eran...<br />
Traté <strong>de</strong> pensar. Imposible. El miedo no me lo permitió.<br />
De pronto, las «crótalos» pusieron ante este <strong>de</strong>scompuesto explorador dos<br />
figuras rojizas, abrazadas y tambaleantes.<br />
Necesité unos segundos para cerciorarme..., y compren<strong>de</strong>r.<br />
¡Maldita sea!<br />
No cabía la menor duda. Las risas y el vocerío lo confirmaron. El enterrador y<br />
la plañi<strong>de</strong>ra regresaban <strong>de</strong> Nazaret..., borrachos como cubas.<br />
Al entrar en el camposanto, ciegos por el vino, fueron a topar con una <strong>de</strong> las<br />
estelas, cayendo entre las tumbas. Más risas. Más gritos. Más confusión...<br />
El Destino, lo sé, tuvo piedad <strong>de</strong> mí.<br />
Esperé. En un principio, la situación no parecía tan crítica como había supuesto.<br />
Y el <strong>de</strong>scompuesto ánimo, lenta y gradualmente, recobró el temple.<br />
La pareja, auxiliándose mutuamente, tropezando aquí y allá, consiguió a<br />
duras penas su propósito, alcanzando la choza. Nunca comprendí cómo<br />
<strong>de</strong>monios cruzaron el Nebi.<br />
Al poco, el alboroto fue extinguiéndose, <strong>de</strong>jando paso a unos maravillosos y<br />
tranquilizadores ronquidos.<br />
Encajé susto y lección y, sin per<strong>de</strong>r un minuto, restablecí el or<strong>de</strong>n en la cripta,<br />
clausurando la entrada.<br />
Dos horas más tar<strong>de</strong>, con el alba, aquello era historia...<br />
72
Y apreté el paso, ansioso por ingresar en el Ravid y concluir esta fase <strong>de</strong> la<br />
misión.<br />
Una vez más, el Destino fue benevolente con quien esto escribe.<br />
18 AL 24 DE JUNIO<br />
La misma tar<strong>de</strong> <strong>de</strong>l sábado, 17, sin tropiezo ni percance, este explorador<br />
abrazaba a su hermano. Todo en el «portaaviones» discurría a entera satisfacción.<br />
A <strong>de</strong>cir verdad, tanta paz empezó a preocuparme. No era muy<br />
normal...<br />
Esa noche fue <strong>de</strong>dicada, única y exclusivamente, al <strong>de</strong>scanso. Eliseo lo entendió<br />
y, aunque ardía en <strong>de</strong>seos <strong>de</strong> preguntar y exponer lo <strong>de</strong>scubierto en los<br />
análisis <strong>de</strong> la sangre <strong>de</strong> la Señora, <strong>de</strong>jó que me recuperara.<br />
A la mañana siguiente, con el alma y el corazón pictóricos, le puse al corriente<br />
<strong>de</strong> cuanto había visto y oído en la prolongada estancia en la Ciudad Santa y en<br />
el cementerio <strong>de</strong> Nazaret. No hizo muchos comentarios. No merecía la pena.<br />
El <strong>de</strong>stino <strong>de</strong> los «embajadores <strong>de</strong>l reino» estaba claro. Y la valiosa información,<br />
como era habitual, fue transferida al banco <strong>de</strong> datos <strong>de</strong> «Santa<br />
Claus».<br />
Eliseo, por su parte, no menos feliz, me mostró los informes y los resultados<br />
<strong>de</strong> sus investigaciones en torno a la sangre que este explorador, como se<br />
recordará, tuvo la fortuna <strong>de</strong> recoger en Nazaret, cuando María, la madre <strong>de</strong>l<br />
Maestro, resultó levemente lesionada en la nariz.<br />
El provi<strong>de</strong>ncial lienzo y la no menos oportuna hemorragia nasal <strong>de</strong> la Señora<br />
nos permitirían redon<strong>de</strong>ar otra <strong>de</strong>cisiva misión, «especial y encarecidamente<br />
encomendada por los directores <strong>de</strong> <strong>Caballo</strong> <strong>de</strong> <strong>Troya</strong>. Como ya comenté, en<br />
aquellos momentos, los requerimientos <strong>de</strong> Curtiss nos parecieron lógicos y<br />
normales. Como científicos, la posible paternidad <strong>de</strong> José era un reto apasionante.<br />
Más tar<strong>de</strong>, aparentemente por casualidad (?), mi hermano fue a<br />
<strong>de</strong>scubrir «algo» que nos horrorizó y nos hizo dudar <strong>de</strong> la bondad <strong>de</strong> semejante<br />
«petición». Pero <strong>de</strong>mos tiempo al tiempo...<br />
Ambos éramos conscientes <strong>de</strong> que el referido lienzo había empapado la<br />
sangre <strong>de</strong> la mujer. Yo era testigo. Sin embargo, fieles al procedimiento y a<br />
los protocolos establecidos por los responsables <strong>de</strong> la Operación, los primeros<br />
ensayos se orientaron hacia las cuestiones básicas: i<strong>de</strong>ntificación <strong>de</strong> la<br />
muestra como sangre humana, sexo, etc.. Por último, Eliseo centró sus esfuerzos<br />
en lo que realmente interesaba: el grupo sanguíneo. Las pruebas<br />
fueron contun<strong>de</strong>ntes. La Señora portaba el «B».<br />
Esto nos situó ante el final <strong>de</strong> la experiencia. Sabíamos que el Hijo <strong>de</strong>l Hombre<br />
pertenecía al grupo «AB» y conocíamos igualmente, como digo, el <strong>de</strong> la madre.<br />
Sólo restaban dos operaciones, no menos <strong>de</strong>licadas y <strong>de</strong>finitivas: averiguar<br />
los respectivos grupos sanguíneos <strong>de</strong> José y Amos, así como los ADN <strong>de</strong> todos<br />
73
ellos. Con este material estaríamos en condiciones <strong>de</strong> excluir -o no- la<br />
paternidad <strong>de</strong>l contratista <strong>de</strong> obras respecto al rabí. Des<strong>de</strong> el punto <strong>de</strong> vista<br />
<strong>de</strong> la Ciencia, un gen <strong>de</strong> grupo sanguíneo sólo se presenta en un individuo si,<br />
a su vez, está presente en uno <strong>de</strong> los padres o en ambos.<br />
E hicimos algunos cálculos...<br />
En teoría, sólo en teoría, aceptando que José fuera el padre biológico <strong>de</strong> Jesús,<br />
las posibilida<strong>de</strong>s combinatorias (en grupos sanguíneos) eran las siguientes:<br />
Primera: el padre podía ser «A» y la madre «B».<br />
Segunda: padre «A» y madre «AB».<br />
Tercera: «B» para José y «AB» para la Señora.<br />
Cuarta: «AB» para ambos.<br />
Evi<strong>de</strong>ntemente, si María era «B», los siguientes análisis sólo podían ofrecer el<br />
grupo «A». Pero teníamos que <strong>de</strong>mostrarlo.<br />
Y a partir <strong>de</strong>l lunes, 19, mi hermano y quien esto escribe, sin prisas, se entregaron<br />
a una intensa labor, conscientes <strong>de</strong> las repercusiones <strong>de</strong> estos experimentos.<br />
La primera inquietud, aparecida ya en los arranques <strong>de</strong> la operación, se centró<br />
en la posible contaminación <strong>de</strong> las muestras y en el estado <strong>de</strong> las mismas.<br />
Aunque las ampolletas <strong>de</strong> barro empleadas en el traslado <strong>de</strong> los dientes<br />
fueron minuciosa y severamente <strong>de</strong>sinfectadas, siempre cabía una duda<br />
razonable. Sin embargo, las circunstancias mandaban y, sencillamente,<br />
confiamos en nuestra buena estrella. Respecto a la integridad <strong>de</strong> las piezas<br />
<strong>de</strong>ntarias, las observaciones al microscopio nos tranquilizaron y animaron. No<br />
<strong>de</strong>tectamos caries ni fisuras. Otra cuestión era el interior. Después <strong>de</strong> tantos<br />
años, las pulpas <strong>de</strong>l molar y <strong>de</strong>l premolar (en el caso <strong>de</strong> José), así como las <strong>de</strong>l<br />
canino y molar (en Amos), podían haber resultado reabsorbidas y pegadas a<br />
las pare<strong>de</strong>s. Si era así, las cosas se complicarían. Los forenses conocen bien<br />
este problema. Cuando los restos se hallan <strong>de</strong>teriorados, el ADN queda inservible,<br />
<strong>de</strong>struyéndose, incluso, los fragmentos mayores.<br />
Pero, como digo, confiamos. Y llegó el gran momento.<br />
Nos <strong>de</strong>cidimos por el molar, reservando el premolar <strong>de</strong> José para un segundo<br />
ensayo.<br />
Eliseo lo perforó y, hábil, extrajo la pulpa.<br />
¡Bingo!... ¡No había reabsorción!<br />
Este explorador sabía que el diente correspondía a un ser humano. Pero<br />
fuimos fieles al método científico. Primera <strong>de</strong>terminación: la especie. El<br />
examen fue concluyente. Corona y raíz se hallaban en el mismo plano, indicando<br />
que pertenecía a un humano. (Como se sabe, el hombre es el único<br />
mamífero en el que los dientes se <strong>de</strong>sarrollan verticalmente.) Segundo y<br />
obligado protocolo: edad. Siguiendo las directrices <strong>de</strong> Gustafson, evaluamos<br />
algunos <strong>de</strong> los seis procesos evolutivos básicos. Lógicamente, no todos fueron<br />
viables. Pues bien, cuantificando las modificaciones provocadas en el diente<br />
74
por cada uno <strong>de</strong> estos procesos, el resultado <strong>de</strong> la línea <strong>de</strong> regresión ofreció<br />
un total <strong>de</strong> cuatro puntos. Consi<strong>de</strong>rando un error <strong>de</strong> más-menos cinco años,<br />
la edad <strong>de</strong> José quedó así estimada en treinta y cinco años. En otras palabras:<br />
lo que ya sabíamos (el padre terrenal <strong>de</strong> Jesús murió a los treinta y seis).<br />
En cuanto a la tercera <strong>de</strong>terminación -el sexo-, sería aclarada poco <strong>de</strong>spués,<br />
con los análisis celulares. La incógnita, sin embargo, aparecía igualmente<br />
<strong>de</strong>spejada para quien esto escribe. Al inspeccionar la osamenta, pelvis, fémur,<br />
sacro y el cuerpo <strong>de</strong>l esternón -dos veces más largo que el manubrio- fueron<br />
esclarecedores. Los huesos pertenecían a un varón. No obstante, esperamos.<br />
Todo <strong>de</strong>bía llevarse con rigor.<br />
Los tres pasos siguientes –diagnóstico <strong>de</strong> los grupos sanguíneos <strong>de</strong> José y<br />
Amos- no ofrecieron excesivas complicaciones. Repetimos los procedimientos<br />
ya expuestos, obteniendo lo que sospechábamos: el padre terrenal <strong>de</strong>l rabí <strong>de</strong><br />
Galilea pertenecía al grupo «A». Exactamente igual que el niño.<br />
El hallazgo nos estremeció. El Hijo <strong>de</strong>l Hombre, verda<strong>de</strong>ramente, era hijo <strong>de</strong>l<br />
hombre...<br />
Su grupo -«AB»-, como mandan las leyes <strong>de</strong> la herencia, fue propiciado por la<br />
genética <strong>de</strong> José y <strong>de</strong> la Señora. Y lo mismo sucedía con Amos, el hermano.<br />
Des<strong>de</strong> un punto <strong>de</strong> vista científico, todo encajaba matemáticamente. Como<br />
dije, los aglutinógenos A y B se transmiten con carácter hereditario dominante.<br />
O lo que es lo mismo: no se dan en los hijos, si no están presentes en<br />
los progenitores. Así, por ejemplo, unos padres «AB» nunca podrían tener<br />
hijos <strong>de</strong>l grupo «O».<br />
Pero la importante «pista» <strong>de</strong>bía ser ratificada. Y Eliseo, nervioso y emocionado,<br />
penetró en el último capítulo: la observación <strong>de</strong> los respectivos ADN<br />
y sus estudios comparativos.<br />
En esta ocasión, me mantuve al margen. Mi hermano, supongo, lo comprendió.<br />
Aunque no era propio <strong>de</strong> un científico, la «invasión» <strong>de</strong> los territorios<br />
más íntimos <strong>de</strong>l ser humano nunca me agradó. Y mucho menos, bucear y<br />
sacar a la superficie los ADN <strong>de</strong> mis amigos... Fue instintivo. No sé expresarlo<br />
con palabras, pero el sentimiento era claro: no manipularía las claves <strong>de</strong> la<br />
vida <strong>de</strong> Jesús <strong>de</strong> Nazaret y <strong>de</strong> la Señora.<br />
Para estos experimentos, <strong>Caballo</strong> <strong>de</strong> <strong>Troya</strong> nos había dotado <strong>de</strong> dos técnicas,<br />
<strong>de</strong>sconocidas, que yo sepa, por la comunidad científica. La primera fue<br />
<strong>de</strong>sarrollada y puesta a punto por los laboratorios <strong>de</strong> ingeniería genética <strong>de</strong> la<br />
Navy. Durante años, como es habitual, la Inteligencia Militar fue «absorbiendo»<br />
y «haciendo suyos» los interesantes <strong>de</strong>scubrimientos <strong>de</strong> científicos<br />
como Khorana y Niremberg (<strong>de</strong>scifradores <strong>de</strong>l lenguaje <strong>de</strong>l código genético),<br />
Smith y K. Wilcox (<strong>de</strong>scubridores <strong>de</strong> las enzimas <strong>de</strong> restricción), A. Kornberg<br />
y su equipo (que hallaron la polimerasa) y Berg (que produjo la primera<br />
molécula <strong>de</strong> ADN recombinado), entre otros muchos. Ni qué <strong>de</strong>cir tiene que<br />
estos brillantes hombres <strong>de</strong> ciencia nunca supieron <strong>de</strong> semejantes manejos...<br />
75
Des<strong>de</strong> luego, no agotaré al hipotético lector <strong>de</strong> este diario con las complejas y<br />
farragosas secuencias que integraban esa técnica, «propiedad» <strong>de</strong> la Armada.<br />
No es éste, obviamente, el propósito que me mueve a narrar lo que nos tocó<br />
vivir en la Palestina <strong>de</strong> Jesús <strong>de</strong> Nazaret.<br />
Recuerdo que fue el miércoles, 21, hacia el mediodía...<br />
Quien esto escribe se hallaba paseando por la zona <strong>de</strong> la muralla romana,<br />
absorto en los planes <strong>de</strong> nuestra próxima y casi inminente misión fuera <strong>de</strong> las<br />
fronteras <strong>de</strong> Israel.<br />
Eliseo, excitado, me reclamó a través <strong>de</strong> la conexión auditiva.<br />
-¡Lo logramos!... ¡Aquí tienes las pruebas!<br />
Tras los ensayos con los grupos sanguíneos, yo había intuido el <strong>de</strong>senlace.<br />
Pero ahora estaba ante la <strong>de</strong>finitiva confirmación...<br />
Mi hermano, mostrando los diferentes «perfiles genéticos», me invitó a<br />
compartir su alegría. Los examiné cuidadosamente, ratificando los resultados<br />
en la pantalla <strong>de</strong>l or<strong>de</strong>nador central. No había duda: el análisis conjunto <strong>de</strong> las<br />
regiones seleccionadas ofrecía un patrón <strong>de</strong> bandas claramente coinci<strong>de</strong>nte.<br />
«Santa Claus», frío y objetivo, lo resumió así:<br />
«Para cada una <strong>de</strong> las regiones se obtiene una perfecta compatibilidad entre<br />
las muestras <strong>de</strong>l supuesto padre y <strong>de</strong> la supuesta madre... Se observa la<br />
presencia <strong>de</strong> un fragmento materno y <strong>de</strong> otro..., <strong>de</strong> proce<strong>de</strong>ncia paterna.»<br />
¡Dios!... ¡Aquello era dinamita!<br />
En las seis regiones hipervariables seleccionadas, todos los «códigos <strong>de</strong> barra»<br />
resultaban coinci<strong>de</strong>ntes. La certeza, pues, era superior a un 99,9 por<br />
ciento...<br />
Eliseo, al final <strong>de</strong> su informe, escribió rotundo:<br />
«La perfecta compatibilidad <strong>de</strong> perfiles en los ADN <strong>de</strong>l Maestro, <strong>de</strong> José y <strong>de</strong><br />
María permite concluir que la paternidad y maternidad han sido probadas, a<br />
pesar <strong>de</strong> no haber podido realizar un estudio estadístico referencial, por razones<br />
obvias... Teniendo en cuenta, sin embargo, la distribución <strong>de</strong> las frecuencias<br />
en USA y otras poblaciones, la probabilidad <strong>de</strong> paternidad y maternidad<br />
obtenida supera el 99,9 por ciento.»<br />
¿Qué significaba esto? En palabras sencillas, que el código genético <strong>de</strong> Jesús<br />
aparecía repartido entre los <strong>de</strong> sus padres terrenales. El Hijo <strong>de</strong>l Hombre, por<br />
tanto, según la Ciencia, fue concebido con el esperma <strong>de</strong> José y el óvulo <strong>de</strong> la<br />
Señora.<br />
Lo dicho: pura dinamita...<br />
Y otro tanto sucedía con la «huella genética» <strong>de</strong> Amos.<br />
¿Posibilidad <strong>de</strong> error?<br />
Mínima, según mi hermano.<br />
Para que dos perfiles <strong>de</strong> ADN, pertenecientes a individuos distintos, coincidan<br />
en seis regiones hipervariables tendríamos que pensar en una «supercasualidad».<br />
Dicho <strong>de</strong> otro modo: uno en un billón..., según «Santa Claus».<br />
76
Para ambos estaba claro. No obstante, cumpliendo lo programado por <strong>Caballo</strong><br />
<strong>de</strong> <strong>Troya</strong>, la experiencia fue repetida. En esta oportunidad, Eliseo echó mano<br />
<strong>de</strong> la segunda técnica, igualmente <strong>de</strong>sconocida por el mundo científico.<br />
La prueba fue ejecutada sobre el premolar <strong>de</strong> José y el molar <strong>de</strong> su hijo,<br />
Amos.<br />
Extraídas las pulpas, tras congelarlas y esterilizarlas con nitrógeno líquido,<br />
evitando así la posibilidad <strong>de</strong> contaminación, las redujo a polvo, <strong>de</strong>positándolas<br />
en una minicámara <strong>de</strong> flujo laminar. A continuación, consumada la<br />
selección química <strong>de</strong>l ADN, su aislamiento y el corte <strong>de</strong>l ovillo con las enzimas<br />
<strong>de</strong> restricción, «Santa Claus» tomó el mando, procediendo a la «inyección» <strong>de</strong><br />
un «nemo» en cada una <strong>de</strong> las regiones elegidas. (Esta especie <strong>de</strong> «microsensor»,<br />
<strong>de</strong> treinta nanómetros, al que bautizamos con el nombre <strong>de</strong> «nemo»<br />
y que <strong>de</strong>scribiré en su momento con más <strong>de</strong>talle, actuaba como una «sonda»,<br />
i<strong>de</strong>ntificando y transmitiendo por radio el patrón <strong>de</strong> bandas. Es <strong>de</strong>cir, el «perfil<br />
genético» <strong>de</strong>l individuo. La «huella», una vez en po<strong>de</strong>r <strong>de</strong>l or<strong>de</strong>nador, era<br />
amplificada a voluntad.)<br />
Esta diminuta maravilla <strong>de</strong> la Ciencia -únicamente programable con el concurso<br />
<strong>de</strong> «Santa Claus»- ahorraba muchas <strong>de</strong> las fases <strong>de</strong> la primera técnica<br />
<strong>de</strong> i<strong>de</strong>ntificación <strong>de</strong>l ADN, excepción hecha <strong>de</strong> las ya mencionadas. En <strong>de</strong>finitiva,<br />
un sistema más rápido, limpio y fiable.<br />
Segundos <strong>de</strong>spués <strong>de</strong>l ingreso <strong>de</strong> los «nemos» en las regiones hipervariables<br />
seleccionadas en las muestras, la pantalla <strong>de</strong> la computadora ofrecía unas<br />
imágenes incuestionables.<br />
Eliseo, tranquilo, las repasó dos veces, emitiendo un veredicto:<br />
-Paternidad y maternidad..., probadas. Porcentaje <strong>de</strong> seguridad: cien...<br />
Misión cumplida.<br />
Acto seguido, <strong>de</strong>mostrada <strong>de</strong>finitivamente la paternidad biológica <strong>de</strong> José, la<br />
información fue transferida, en su totalidad, a los archivos <strong>de</strong> «Santa Claus».<br />
En cuanto a los ADN, muestras, etc., cumpliendo las ór<strong>de</strong>nes, fueron herméticamente<br />
clausurados en un contenedor especial. Ni siquiera nosotros<br />
tuvimos acceso a la clave <strong>de</strong> apertura. Eso fue confiado al or<strong>de</strong>nador central.<br />
El general Curtiss fue muy explícito y tajante: el envase con el ADN <strong>de</strong> Jesús<br />
<strong>de</strong> Nazaret pasaría directa e inmediatamente a sus manos, nada más aterrizar<br />
en la meseta <strong>de</strong> Masada...<br />
En esos momentos, como ya mencioné, no fuimos conscientes <strong>de</strong> las auténticas<br />
intenciones <strong>de</strong> los directores <strong>de</strong>l proyecto respecto a ese <strong>de</strong>licadísimo<br />
material genético. Éramos soldados. Cumplíamos una misión. No <strong>de</strong>bíamos<br />
preguntar. Pero el Destino, afortunadamente, lo tenía previsto...<br />
A partir <strong>de</strong> esos instantes todo fue extraño. Confuso.<br />
Abandoné la nave y, sin dar explicaciones, paseé durante horas por la cima<br />
<strong>de</strong>l Ravid. Tenía que pensar.<br />
No sé cómo <strong>de</strong>cirlo, pero, al <strong>de</strong>mostrar la paternidad biológica <strong>de</strong> José, me<br />
77
invadió una sensación amarga. Era paradójico. Se trataba <strong>de</strong> un triunfo. Sin<br />
embargo, mi espíritu se ensombreció. Quizá estábamos cruzando una frontera<br />
sagrada. No lo sé...<br />
Lo cierto es que, en mitad <strong>de</strong> aquel <strong>de</strong>sasosiego, un pensamiento terminó por<br />
instalarse en mi corazón, confundiéndose <strong>de</strong>finitivamente. Y no porque<br />
afectara a mis principios religiosos, totalmente inexistentes, sino porque,<br />
como científico, me <strong>de</strong>scabalgó. No conseguía encajar lo que acababa <strong>de</strong> ver<br />
-la «huella genética» <strong>de</strong>l Maestro- con otra no menos incuestionable realidad:<br />
su divinidad.<br />
Este explorador fue testigo <strong>de</strong> excepción. Había visto, verificado y -si se me<br />
permite- «tocado» esa divinidad. La resurrección y posteriores apariciones no<br />
<strong>de</strong>jaban lugar a dudas. Sin embargo, como digo, «aquello» no cuadraba en mi<br />
corto conocimiento. Si concepción y naturaleza física <strong>de</strong>l rabí <strong>de</strong> Galilea eran<br />
absolutamente humanas, ¿dón<strong>de</strong> o cómo ubicar ese otro innegable rasgo que<br />
completaba la esencia <strong>de</strong> Jesús? ¿Debía buscar en los genes? Las investigaciones<br />
fueron transparentes. En el código genético no hallamos nada anormal.<br />
Entonces, ¿fue adquirida a posteriori? Pero, ¿cómo?, ¿cómo consiguió esa<br />
divinidad?<br />
Naturalmente, me enredé. No tenía respuestas. Pero, terco, subido en el<br />
ridículo pe<strong>de</strong>stal <strong>de</strong> la Ciencia, seguí buscando..., y hundiéndome.<br />
Los padres terrenales no disfrutaban <strong>de</strong> ese po<strong>de</strong>r. Por tanto, no pudieron<br />
transmitirlo. Pero estaba allí, en alguna parte...<br />
Recuerdo que, al final, impotente, me quedé en blanco. Y el Destino, supongo<br />
que compa<strong>de</strong>cido, me lanzó un cabo.<br />
«Quizá la divinidad -me dije en uno <strong>de</strong> los escasos momentos <strong>de</strong> luci<strong>de</strong>z- no<br />
sea pariente <strong>de</strong> la genética. ¿No estaré midiendo con varas distintas? ¿Des<strong>de</strong><br />
cuándo, querido Jasón, lo adimensional (la divinidad) es comparable a lo<br />
puramente material?»<br />
Me rendí.<br />
Y al retornar al módulo y compartir estas inquietu<strong>de</strong>s con mi hermano, Eliseo<br />
replicó con su proverbial lógica:<br />
-¿Por qué te atormentas? Cuando le veas..., pregúntaselo.<br />
Me <strong>de</strong>sarmó. Llevaba razón. Así lo haría en cuanto diéramos el ansiado tercer<br />
«salto» en el tiempo.<br />
Y sin po<strong>de</strong>r contenerse <strong>de</strong>jó en el aire otra <strong>de</strong>licada cuestión. Una interrogante<br />
que también martilleaba en mi cerebro <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que acertásemos a probar la<br />
paternidad biológica <strong>de</strong>l contratista <strong>de</strong> obras:<br />
-Si el Maestro fue engendrado como cualquier ser humano, ¿por qué los<br />
evangelios y creyentes le asignan una concepción sobrenatural?<br />
El asunto, obviamente, nos llevó muy lejos...<br />
Ya lo toqué en su momento, pero, en honor a mi <strong>de</strong>saparecido hermano y a lo<br />
que pudo ser la verdad, volveré sobre él, trazando las líneas maestras <strong>de</strong><br />
78
aquella interesante conversación.<br />
Eliseo <strong>de</strong>cía bien. Dos <strong>de</strong> los evangelistas -Mateo y Lucas- aseguran que María<br />
concibió a Jesús «por obra y gracia <strong>de</strong>l Espíritu Santo». Nosotros sabíamos<br />
que no fue así, pero, ¿<strong>de</strong> dón<strong>de</strong> partió semejante noticia?<br />
Tomamos el primer texto y lo <strong>de</strong>sguazamos, analizándolo con frialdad.<br />
¿Cómo supo Mateo Leví <strong>de</strong> aquella información?<br />
Primera posibilidad: ¿se lo comunicó la propia Señora? Sinceramente, lo dudé.<br />
Ella, por supuesto, creía firmemente en la concepción «no humana» <strong>de</strong> su hijo.<br />
Así lo manifestó muchas veces. Nunca lo entendí pero, insisto, lo respeté. Y<br />
digo que dudé porque, <strong>de</strong> haber contado a Mateo cuanto aconteció en aquellos<br />
meses previos al alumbramiento, la Señora nunca hubiera inventado lo<br />
que asegura el escritor sagrado (?). Podía estar equivocada en sus apreciaciones,<br />
pero jamás mentía. Me explico. El evangelista afirma que María se<br />
encontró encinta «antes <strong>de</strong> empezar a estar juntos». Es <strong>de</strong>cir, antes <strong>de</strong> estar<br />
casados legalmente. Esto nunca lo hubiera dicho la Señora. Como ya informé<br />
en su momento, cuando la mujer se quedó embarazada <strong>de</strong> Jesús, hacía ocho<br />
meses que había contraído matrimonio con José. Más claro: tanto el anuncio<br />
<strong>de</strong>l ángel, como la concepción, tuvieron lugar <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> las bodas (éstas se<br />
celebraron en marzo <strong>de</strong>l año «menos ocho» y la visita <strong>de</strong> Gabriel y el inmediato<br />
embarazo se registraron en noviembre <strong>de</strong> ese mismo año). Lo escrito<br />
por Mateo, por tanto, es erróneo: no fue durante los esponsales o «noviazgo»<br />
cuando María quedó encinta, sino mucho <strong>de</strong>spués...<br />
Si esto es así, la siguiente afirmación -«José resolvió repudiarla en secreto»-<br />
tampoco se sostiene. Imagino la cara <strong>de</strong> la Señora si alguien se hubiera<br />
atrevido a plantearle semejante <strong>de</strong>spropósito...<br />
En cuanto al célebre sueño <strong>de</strong>l perplejo José, el evangelista no dice toda la<br />
vedad. Si la información procedía <strong>de</strong> la Señora, el escritor sagrado (?) volvió<br />
a manipularla. María sabía lo que ocurrió. Sabía que la auténtica preocupación<br />
<strong>de</strong> su esposo era otra. Lo que realmente obsesionaba al entonces carpintero<br />
era lo mismo, poco más o menos, que tenía confundido a quien esto escribe.<br />
A saber: «cómo un niño concebido por humanos podía ser divino».<br />
El resto <strong>de</strong>l mensaje, proporcionado en el sueño, tampoco se ajusta a los<br />
hechos. La Señora, insisto, nunca faltó a la verdad. ¿Cómo enten<strong>de</strong>r, entonces,<br />
la categórica afirmación <strong>de</strong> que su marido era <strong>de</strong> la casa <strong>de</strong> David? Era<br />
ella la única <strong>de</strong>scendiente <strong>de</strong>l famoso rey...<br />
¿Pecados? ¿Vino Jesús al mundo para salvar a su pueblo <strong>de</strong> los pecados?<br />
Esto, evi<strong>de</strong>ntemente, no fue cosa <strong>de</strong> la Señora. Ella supo <strong>de</strong> las palabras <strong>de</strong>l<br />
Resucitado en todas las apariciones. En ninguna se refirió jamás a «salvar a<br />
su pueblo <strong>de</strong> sus pecados». Alguien, efectivamente, volvió a «meter la mano»..<br />
En suma: en mi humil<strong>de</strong> opinión, lo escrito por Mateo no procedía <strong>de</strong> la madre<br />
<strong>de</strong>l Maestro.<br />
79
Segunda posibilidad: ¿recibió la información <strong>de</strong> la familia <strong>de</strong> Jesús, <strong>de</strong> sus<br />
compañeros, los apóstoles, o <strong>de</strong> otros seguidores? Nadie está capacitado para<br />
negarlo. Obviamente, entra <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> lo posible. Sin embargo, si así fue,<br />
<strong>de</strong>tecto algo que no encaja con Mateo. El evangelista era galileo. Conocía las<br />
tradiciones y leyes judías. ¿Qué quiero <strong>de</strong>cir? Muy simple: Mateo Leví difícilmente<br />
habría afirmado que María se quedó encinta antes <strong>de</strong> contraer matrimonio.<br />
De ser así, Jesús <strong>de</strong> Nazaret -como ya expliqué en páginas anteriores-<br />
hubiera sido calificado como mamzer (bastardo). Nada <strong>de</strong> esto ocurrió.<br />
Si lo narrado en el texto, supuestamente sagrado, fuera cierto, la vergüenza<br />
y la marginación habrían caído como una losa sobre la Señora, sobre su<br />
familia y, naturalmente, sobre el Maestro. Y sus actos y palabras no habrían<br />
tenido el menor eco social. Sus enemigos no le hubieran perdonado.<br />
No, Mateo no era un irresponsable. No creo que esas afirmaciones sobre la<br />
virginidad nacieran <strong>de</strong> su pluma...<br />
Tercera posibilidad: una vez más..., alguien metió la mano en el primitivo<br />
texto <strong>de</strong> Mateo. Poco importa quién y cuándo. Lo triste, lo lamentable, es que<br />
<strong>de</strong>formó la realidad. Una realidad, la magnífica maternidad <strong>de</strong> la Señora, que<br />
no precisaba <strong>de</strong> adorno alguno. Porque, en <strong>de</strong>finitiva, ésa parece ser la razón<br />
que movió al «manipulador o manipuladores» a modificar los hechos. La<br />
historia se repetía. El Hijo <strong>de</strong>l Hombre -su figura, en suma- <strong>de</strong>bía ser «vendido»<br />
con todos los honores. ¿Y qué <strong>de</strong>cían las más antiguas y regias leyendas?:<br />
dioses, héroes y avalares en general nacieron siempre <strong>de</strong> una virgen.<br />
En Alejandría, por ejemplo, mucho antes <strong>de</strong> Jesús <strong>de</strong> Nazaret, el pueblo celebraba<br />
el 6 <strong>de</strong> enero el alumbramiento <strong>de</strong>l dios Fon. Un ser nacido <strong>de</strong> la<br />
virgen Kore. En esa fecha, tras una ceremonia nocturna, las gentes marchaban<br />
en procesión hasta la gruta en la que había nacido el dios. Lo tomaban<br />
en sus brazos, lo paseaban y, finalmente, lo <strong>de</strong>volvían a la cueva en la última<br />
vigilia: la <strong>de</strong>l canto <strong>de</strong>l gallo. Al abandonar el santuario, el grito era unánime:<br />
«La virgen ha dado a luz... Aumenta la luz.» Y otro tanto sucedía en el vecino<br />
reino <strong>de</strong> la Nabatea, al sureste <strong>de</strong> Israel. Allí, en los templos <strong>de</strong> Petra, otra<br />
virgen -«Chaabou»- alumbraba al no menos célebre dios Dusares... (Esta<br />
festividad pagana serviría <strong>de</strong>spués a los árabes cristianos para fijar la fecha<br />
<strong>de</strong>l nacimiento <strong>de</strong> Jesús en el mencionado 6 <strong>de</strong> enero.) ¿Fueron estos, u otros<br />
mitos, los que condicionaron la verdad, reduciéndola a lo que hoy leen los<br />
creyentes? Personalmente, así lo creo. Basta echar una ojeada a la Historia<br />
para comprobar que las iglesias no tuvieron el menor reparo en hacer suyos<br />
algunos <strong>de</strong> estos mitos. Ejemplo: la Natividad. Cualquier investigador medianamente<br />
avisado sabe que ese «25 <strong>de</strong> diciembre» no fue el día <strong>de</strong>l nacimiento<br />
<strong>de</strong> Jesús, sino la usurpación <strong>de</strong> una vieja celebración, igualmente<br />
pagana. Des<strong>de</strong> la más remota antigüedad, sirios y egipcios festejaban en<br />
dicha fecha lo que <strong>de</strong>nominaban «la victoria <strong>de</strong>l sol». Es <strong>de</strong>cir, el lógico<br />
alargamiento <strong>de</strong> los días. Y la iglesia católica, ni corta ni perezosa, proba-<br />
80
lemente hacia el siglo IV, se adueñó <strong>de</strong> la festividad -heredada entonces por<br />
los romanos-, convirtiéndola, «por real <strong>de</strong>creto», en la «Navidad»... También<br />
el segundo texto evangélico -el <strong>de</strong> Lucas- fue escrutado con minuciosidad. El<br />
resultado -cómo no- nos <strong>de</strong>cepcionó.<br />
Para empezar, el médico <strong>de</strong> Antioquía no conoció personalmente a la Señora.<br />
La información, en consecuencia, no fue <strong>de</strong> primera mano. (Lucas pudo<br />
convertirse al cristianismo, e iniciar el seguimiento <strong>de</strong> su maestro, Pablo <strong>de</strong><br />
Tarso, hacia el año 47, aproximadamente. María, por su parte, al morir Jesús,<br />
contaba alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> 50 años <strong>de</strong> edad. En el 47, por tanto, <strong>de</strong> haber estado<br />
viva, rondaría casi los 70. Es <strong>de</strong>cir, difícilmente pudo coincidir con Lucas.<br />
Todas las noticias apuntan a que falleció uno o dos años <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la crucifixión,<br />
en el año 30.)<br />
Partíamos, pues, <strong>de</strong> un hecho casi seguro: el evangelista recibió los datos <strong>de</strong><br />
segundas o terceras personas.<br />
¿Cuándo empezó a escribir?<br />
Todos los indicios señalan una época: tras la muerte <strong>de</strong> Pablo, en el año 67.<br />
Esto nos situaba, como mínimo, a 40 <strong>de</strong> la <strong>de</strong>saparición <strong>de</strong>l Maestro. ¡Cuarenta<br />
años!...<br />
¿Era fácil reconocer la verdad <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> tanto tiempo? Evi<strong>de</strong>ntemente, la<br />
tarea no era sencilla. Y mucho menos si, como sospechamos, ya circulaban las<br />
torcidas interpretaciones sobre la supuesta virginidad <strong>de</strong> la Señora. Quizá<br />
Lucas no tergiversó <strong>de</strong>liberadamente los hechos. Quizá se limitó a escuchar y<br />
copiar lo que era <strong>de</strong> dominio público entre los primeros cristianos. Aunque<br />
también cabe la posibilidad ya apuntada con el texto <strong>de</strong> Mateo: que alguien,<br />
mucho <strong>de</strong>spués, cambiara ese pasaje..., «porque así convenía».<br />
Sea como fuere, lo cierto es que el aludido capítulo es otro cúmulo <strong>de</strong> errores<br />
y falseda<strong>de</strong>s...<br />
Ni Nazaret era una «ciudad», ni María una «virgen», ni se hallaba «<strong>de</strong>sposada»,<br />
ni José era <strong>de</strong> la «casa <strong>de</strong> David», ni el ángel mencionó jamás que Dios<br />
le daría el trono <strong>de</strong> dicho rey, ni la Señora pronunció las palabras que cita<br />
Lucas -«¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?»-, ni Gabriel se<br />
refirió a la «sombra <strong>de</strong>l Altísimo», ni aquél era el sexto mes <strong>de</strong>l embarazo <strong>de</strong><br />
Isabel, ni María, en fin, se proclamó jamás como «la esclava <strong>de</strong>l Señor»...<br />
Aunque ya fue incluido en otro lugar <strong>de</strong> este diario, entiendo que es oportuno<br />
y benéfico recordar ahora el texto <strong>de</strong>l verda<strong>de</strong>ro parlamento <strong>de</strong>l ángel a la<br />
joven esposa <strong>de</strong> José. La diferencia con el <strong>de</strong>l escritor sagrado (?) es elocuente...<br />
«Vengo por mandato <strong>de</strong> aquel que es mi Maestro, al que <strong>de</strong>berás amar y<br />
mantener. A ti, María, te traigo buenas noticias, ya que te anuncio que tu<br />
concepción ha sido or<strong>de</strong>nada por el cielo...<br />
»A su <strong>de</strong>bido tiempo serás madre <strong>de</strong> un hijo. Le llamarás "Yehosua" (Jesús o<br />
Yavé salva) e inaugurará el reino <strong>de</strong> los cielos sobre la Tierra y entre los<br />
81
hombres...<br />
»De esto, habla tan sólo a José y a Isabel, tu pariente, a quien también he<br />
aparecido y que pronto dará a luz un niño cuyo nombre será Juan. Isabel<br />
prepara el camino para el mensaje <strong>de</strong> liberación que tu hijo proclamará con<br />
fuerza y profunda convicción a los hombres. No du<strong>de</strong>s <strong>de</strong> mi palabra, María,<br />
ya que esta casa ha sido escogida como morada terrestre <strong>de</strong> este niño <strong>de</strong>l<br />
Destino...<br />
»Ten mi bendición. El po<strong>de</strong>r <strong>de</strong>l Más Alto te sostendrá...<br />
»El Señor <strong>de</strong> toda la Tierra exten<strong>de</strong>rá sobre ti su protección.»<br />
El mensaje es transparente.<br />
«Concepción or<strong>de</strong>nada por el cielo...»<br />
Eso no significaba que Dios fuera a modificar las naturales leyes <strong>de</strong> la herencia,<br />
haciendo concebir a María sin la participación <strong>de</strong> su esposo. Siempre he creído<br />
que ese magnífico y po<strong>de</strong>roso Padre tiene la facultad para lograr que alguien<br />
engendre al estilo <strong>de</strong> lo apuntado por los evangelistas. Pero también sé que,<br />
por encima <strong>de</strong> todo, es un Dios sensato y respetuoso con sus propias leyes. Si<br />
el Maestro <strong>de</strong>seaba ser un hombre -en todo el sentido <strong>de</strong> la palabra-, ¿por qué<br />
empezar con una alteración tan singular? No es lógico, a no ser que fueran los<br />
propios hombres quienes, en su afán por enaltecer a Jesús, cambiaran la<br />
realidad. Como siempre, somos nosotros quienes hacemos a Dios a nuestra<br />
imagen y semejanza...<br />
«E inaugurará el reino <strong>de</strong> los cielos sobre la Tierra y entre los hombres.»<br />
¿Cuándo, el ángel, hace alusión al trono <strong>de</strong> David o a la casa <strong>de</strong> Jacob?<br />
¿No es más espléndido que el Hijo <strong>de</strong>l Hombre viniera a abrir los ojos <strong>de</strong> toda<br />
la Humanidad, en lugar <strong>de</strong> tomar posesión <strong>de</strong>l «gobierno» <strong>de</strong> una nación?<br />
Los primeros cristianos, en efecto, arrinconaron muy pronto las advertencias<br />
<strong>de</strong>l Resucitado. Y como buenos judíos no <strong>de</strong>saprovecharon la oportunidad,<br />
i<strong>de</strong>ntificando al Maestro con el Mesías prometido...<br />
Y <strong>de</strong> nuevo creo que olvido algo importante. Lo he mencionado <strong>de</strong> pasada,<br />
pero entiendo que conviene profundizar en ello. Dije que la Señora estaba<br />
convencida <strong>de</strong> la concepción «no humana» <strong>de</strong> su Hijo. Pues bien, ¿cómo era<br />
esto posible? ¿Cuál fue su razonamiento? Si María, cuando se quedó encinta,<br />
se hallaba legalmente casada, manteniendo las lógicas relaciones sexuales<br />
con José, ¿por qué afirmaba que Jesús fue engendrado <strong>de</strong> forma sobrenatural?<br />
La clave, en mi opinión, era Isabel, su prima lejana. Fue, simplemente, una<br />
<strong>de</strong>ducción. Si la madre <strong>de</strong> Juan, el Bautista, estaba incapacitada para tener<br />
hijos y, sin embargo, alumbró al Anunciador, eso quería <strong>de</strong>cir que dicho<br />
embarazo fue cosa <strong>de</strong>l Altísimo. Y si ambos niños -Juan y Jesús- tenían<br />
prácticamente la misma misión (así lo a<strong>de</strong>lantó el ángel), ¿por qué la concepción<br />
<strong>de</strong> su Hijo iba a ser diferente? El argumento tenía cierta lógica. Y la<br />
Señora, como digo, lo hizo suyo. En <strong>de</strong>finitiva, esta pretensión pudo más que<br />
82
las nítidas palabras <strong>de</strong> Gabriel: «tu concepción ha sido or<strong>de</strong>nada por el cielo».<br />
Para María, mujer a fin <strong>de</strong> cuentas, aquello era más sublime, y acor<strong>de</strong> con el<br />
sagrado <strong>de</strong>stino <strong>de</strong> Jesús, que la prosaica i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> un embarazo puramente<br />
humano.<br />
Ni qué <strong>de</strong>cir tiene que nos <strong>de</strong>smoralizamos. Y Eliseo y quien esto escribe<br />
<strong>de</strong>jamos ahí el enojoso asunto <strong>de</strong> los textos evangélicos. Tampoco éramos<br />
jueces. Nuestra misión era otra. Si se me permite la inmo<strong>de</strong>stia, más fina y<br />
trascen<strong>de</strong>ntal. Nos fue dada la oportunidad <strong>de</strong> seguir al Hijo <strong>de</strong>l Hombre y<br />
narrar cuanto vimos y escuchamos. Ése era el trabajo. Y a él nos entregamos<br />
con pasión...<br />
El resto <strong>de</strong> aquella semana fue igualmente tenso. Tras no pocos cálculos, mi<br />
hermano y yo fijamos el sábado, 24, como la fecha límite para partir hacia el<br />
sur e iniciar así la Operación Salomón, que <strong>de</strong>bería esclarecer las causas <strong>de</strong>l<br />
extraño sismo registrado en la histórica jornada <strong>de</strong>l 7 <strong>de</strong> abril, en Jerusalén.<br />
Un movimiento sísmico, como se recordará, que siguió a la muerte <strong>de</strong> Jesús<br />
<strong>de</strong> Nazaret.<br />
Al margen <strong>de</strong> la lógica preocupación por tan largo y comprometido viaje, lo<br />
que nos mantuvo inquietos fue, sobre todo, el hecho <strong>de</strong> tener que abandonar<br />
la «cuna». Lo sabíamos. No teníamos elección. Éramos plenamente conscientes<br />
también <strong>de</strong> que el módulo quedaba en las mejores «manos»: las <strong>de</strong><br />
«Santa Claus». Todo se hallaba previsto. Nada <strong>de</strong>bía fallar. Pero...<br />
Supongo que fue un sentimiento natural. Aquél era nuestro «hogar» y el único<br />
medio para regresar a «casa», a nuestro verda<strong>de</strong>ro «ahora». Y estábamos a<br />
punto <strong>de</strong> <strong>de</strong>jarlo...<br />
Eliseo y quien esto escribe cruzamos algunas significativas miradas. Nadie<br />
dijo nada. Los pensamientos, sin embargo, estoy seguro, fueron los mismos:<br />
«¿Qué suce<strong>de</strong>ría si no regresábamos? Peor aún: ¿qué sería <strong>de</strong> aquellos exploradores<br />
si, al ascen<strong>de</strong>r <strong>de</strong> nuevo al Ravid, encontraban la nave <strong>de</strong>struida o<br />
inutilizada?»<br />
Eso no es posible, me dije una y otra vez, en un vano intento por serenarme.<br />
Des<strong>de</strong> un punto <strong>de</strong> vista estrictamente técnico -si no ocurría una catástrofe-,<br />
llevaba razón. Las medidas <strong>de</strong> seguridad eran casi perfectas. Sin embargo...<br />
Y la angustia, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> esos momentos, fue una inseparable compañera.<br />
Pero no todo fue negativo en aquellos últimos días. Otra <strong>de</strong> las inquietu<strong>de</strong>s -la<br />
falta <strong>de</strong> dineros- fue hábil y puntualmente eliminada por el genial Eliseo. El<br />
muy ladino esperó casi al final para mostrar lo conseguido durante mi permanencia<br />
en la Ciudad Santa.<br />
Fue al sugerir que el valioso ópalo blanco nos acompañase, intentando así el<br />
canje, cuando mi hermano, sonriendo con picardía, me entregó una pequeña<br />
bolsa, rechazando la proposición.<br />
-No será necesario... Dejémoslo en la «cuna»... Con esto será suficiente...<br />
Al abrir el saquito quedé atónito. -Pero...<br />
83
Sonrió <strong>de</strong> nuevo, haciéndome un guiño.<br />
¡Dios santo!<br />
E incrédulo vacié el contenido en la palma <strong>de</strong> la mano. Lo examiné una y otra<br />
vez y, temiendo lo peor, lo interrogué con la mirada.<br />
-No sea <strong>de</strong>sconfiado -terció al punto, colocándose a la <strong>de</strong>fensiva-. He cumplido<br />
sus ór<strong>de</strong>nes, mayor... En ningún momento he cruzado la línea <strong>de</strong>l<br />
manzano <strong>de</strong> Sodoma...<br />
-Entonces...<br />
E invitándome a pasar a la popa <strong>de</strong> la nave <strong>de</strong>spejó <strong>de</strong>finitivamente el<br />
enigma.<br />
No tuve más remedio que felicitarle. El «trabajo», amén <strong>de</strong> oportuno, fue tan<br />
impecable como imaginativo.<br />
Sabedor <strong>de</strong> la precaria situación económica <strong>de</strong>dicó un tiempo a consultar los<br />
archivos <strong>de</strong> «Santa Claus». Y el or<strong>de</strong>nador le proporcionó la i<strong>de</strong>a...<br />
Inspeccioné <strong>de</strong> nuevo las diminutas, transparentes y luminosas piedras e<br />
intenté encontrar el fallo. No lo conseguí. Los pequeños diamantes -porque <strong>de</strong><br />
eso se trataba- me parecieron perfectos. No eran birrefringentes. En cuanto al<br />
índice <strong>de</strong> refracción, resultó casi idéntico al <strong>de</strong> los verda<strong>de</strong>ros. Sólo el «fuego»<br />
-cuatro veces superior- infundía sospechas.<br />
Sumé las piezas. Veinte. La mayoría <strong>de</strong> unos milímetros y, tres o cuatro, <strong>de</strong><br />
dos centímetros y medio.<br />
¡Increíble!<br />
Las falsas gemas, en efecto, podían sacamos <strong>de</strong>l apuro.<br />
Y Eliseo, complacido, fue a <strong>de</strong>scubrir su particular «mina». El ingeniero había<br />
puesto en marcha una reducida «cámara <strong>de</strong> <strong>de</strong>posición», haciendo crecer<br />
varias láminas <strong>de</strong> diamante. Para ello, auxiliado por el or<strong>de</strong>nador central,<br />
utilizó filamentos <strong>de</strong> tungsteno, manteniendo presiones inferiores a la atmosférica.<br />
Unas <strong>de</strong>scargas <strong>de</strong> microondas, generando el hidrógeno atómico,<br />
hicieron el resto, propiciando el crecimiento <strong>de</strong> las gemas «sintéticas». El<br />
resultado, como digo, impecable..., y salvador.<br />
Con un poco <strong>de</strong> suerte, aquellos «diamantes» serían cambiados por monedas<br />
<strong>de</strong> curso legal o canjeados por artículos que, necesariamente, nos veríamos<br />
obligados a utilizar y consumir en el periplo que nos aguardaba.<br />
La operación, también lo sabíamos, no era muy ortodoxa, pero, dadas las<br />
circunstancias, no teníamos elección.<br />
Y, con el alba, aquel sábado, 24 <strong>de</strong> junio, mi hermano y quien esto escribe<br />
cargaron los sacos <strong>de</strong> viaje, <strong>de</strong>spidiéndose <strong>de</strong>l «portaaviones». La suerte<br />
estaba echada...<br />
Una nueva y fascinante aventura se abría ante nosotros.<br />
1 AL 7 DE SETIEMBRE<br />
84
Eliseo y yo nos miramos. E instintivamente apretamos el paso. A qué negarlo.<br />
La duda nos consumía... ¿Seguiría todo igual?<br />
Habían transcurrido dos meses. Dos largos e intensos meses...<br />
¡Dios!... Teníamos que acabar con aquella cruel incertidumbre!<br />
¿En qué estado encontraríamos la nave? Mejor dicho: ¿la encontraríamos?<br />
Mi hermano, perfecto conocedor <strong>de</strong>l blindaje <strong>de</strong> la «cuna» y <strong>de</strong> los cinturones<br />
que la protegían, rogó calma.<br />
Y con el sol en el cénit divisamos al fin la «zona muerta», en la «popa» <strong>de</strong>l<br />
Ravid.<br />
Esperamos al filo <strong>de</strong>l camino. Varias reatas <strong>de</strong> onagros cruzaron rápidas hacia<br />
Migdal. Era viernes, 1 <strong>de</strong> setiembre, y los burreros <strong>de</strong>seaban <strong>de</strong>scargar las<br />
mercancías antes <strong>de</strong> la llegada <strong>de</strong>l sábado.<br />
Vía libre...<br />
Atacamos el <strong>de</strong>snivel y, en segundos, nos situamos en la línea <strong>de</strong>l manzano <strong>de</strong><br />
Sodoma. Aquéllos, probablemente, fueron los instantes más duros...<br />
La dulce pendiente aparecía tranquila y solitaria, como siempre. Pero....<br />
Esta vez fue mi hermano quien apremió.<br />
-¡Vamos!... ¡Las «crótalos»!...<br />
En ello estaba, por supuesto. Y la visión infrarroja fue una bendición.<br />
Aquel suspiro sonó redondo.<br />
Eliseo se <strong>de</strong>jó caer sobre el terreno y, vencido por la tensión, lloró en silencio.<br />
Lo entendí. Yo también hubiera <strong>de</strong>seado dar rienda suelta a la carga que<br />
soportaba. Pero hace mucho que mis lágrimas se secaron...<br />
La nave, apantallada en IR, plata, rojo y naranja, se presentó ante este explorador<br />
como la más hermosa <strong>de</strong> las visiones. Mi hermano no se equivocaba.<br />
El sistema funcionó. Y lo hizo como un reloj. Éramos nosotros los que fallábamos,<br />
los que dudábamos...<br />
Proseguimos el avance y, ochocientos metros más allá, al irrumpir en el<br />
cinturón infrarrojo, el fiel y eficaz «Santa Claus» reaccionó <strong>de</strong> inmediato,<br />
alertándonos a través <strong>de</strong> la «cabeza <strong>de</strong> cerilla».<br />
-¡Todo OK!... ¡De primera clase!<br />
Y Eliseo, feliz, me <strong>de</strong>jó con dos palmos <strong>de</strong> narices, corriendo como un gamo<br />
hacia el vértice <strong>de</strong>l «portaaviones».<br />
A <strong>de</strong>cir verdad, así lo reconocimos, la dilatada ausencia fue una especie <strong>de</strong><br />
ensayo general para el tercer «salto». Nos sirvió, ya lo creo. En especial,<br />
<strong>de</strong>s<strong>de</strong> un punto <strong>de</strong> vista estrictamente sicológico. Aprendimos algo que resultaría<br />
<strong>de</strong> gran utilidad: a separarnos <strong>de</strong> la «cuna» y a no obsesionarnos con<br />
su seguridad. «Santa Claus» era un «aliado» que merecía más respeto y<br />
confianza...<br />
Y durante dos días -creo que con todo merecimiento- nos negamos a poner en<br />
marcha ninguna otra actividad. Fueron cuarenta y ocho horas <strong>de</strong> absoluto<br />
<strong>de</strong>scanso. Necesitábamos un respiro. Era preciso que mente y espíritu<br />
85
hallaran un mínimo <strong>de</strong> reposo. La Operación Salomón, honradamente, nos<br />
<strong>de</strong>jó exhaustos. Por otra parte, conscientes <strong>de</strong> que había llegado el gran<br />
momento, nos concedimos un margen para la reflexión. Cada uno, por su lado,<br />
procuró mentalizarse. Estábamos a punto <strong>de</strong> estrenar el viejo y añorado<br />
sueño: retroce<strong>de</strong>r en el tiempo y unirnos al querido y admirado Jesús <strong>de</strong><br />
Nazaret... Sí, un i<strong>de</strong>al que colmaba todas mis aspiraciones en la vida. Y creo<br />
no equivocarme si digo que a Eliseo le sucedía lo mismo. Es difícil <strong>de</strong> exponer.<br />
Haber conocido a este Hombre fue lo más gran<strong>de</strong> que nos ocurrió. Y, lógicamente,<br />
no <strong>de</strong>sperdiciaríamos aquella ocasión <strong>de</strong> oro...<br />
Aun así, en el anochecer <strong>de</strong>l sábado, 2 <strong>de</strong> setiembre, mantuvimos una serena<br />
conversación. Fui yo quien lo planteó, ante la sorpresa y el <strong>de</strong>sconcierto <strong>de</strong> mi<br />
hermano.<br />
-Todavía estamos a tiempo -expuse con frialdad-. Si no lo <strong>de</strong>seas, si no estás<br />
seguro, cancelamos el proyecto... Ahora mismo volvemos a «casa»...<br />
No me <strong>de</strong>jó terminar. Se hallaba preparado y ansioso. No había nada más que<br />
hablar...<br />
Insistí, recordando lo que ya sabía. Las nuevas inversiones <strong>de</strong> masa podían<br />
acelerar el mal que nos aquejaba.<br />
Fue inútil. Aquel Hombre tiraba <strong>de</strong> él como el más po<strong>de</strong>roso <strong>de</strong> los imanes.<br />
-Si renunciara -se lamentó-, ¿cómo crees que sería el resto <strong>de</strong> mi vida?<br />
Me llenó <strong>de</strong> satisfacción y orgullo.<br />
E implacable, sentenció:<br />
-Agra<strong>de</strong>zco su <strong>de</strong>lica<strong>de</strong>za, mayor, pero... ¡a la mierda las neuronas!... ¡Él lo<br />
merece!<br />
Yo no lo hubiera expresado mejor.<br />
El Maestro empezaba a dar sentido a mi torpe y vacía existencia. ¿Por qué<br />
anteponer ahora la salud cuando me hallaba ante la verda<strong>de</strong>ra «fuente <strong>de</strong> la<br />
vida»?<br />
Apuraríamos la copa. Llegaríamos al final. Nos convertiríamos en su sombra.<br />
Nada quedaría oculto. El mundo, las nuevas generaciones, tenían <strong>de</strong>recho a<br />
saber...<br />
A la mañana siguiente -eufóricos- dividimos el trabajo. Mi hermano revisó los<br />
preparativos para el tercer «salto» y este explorador consultó <strong>de</strong> nuevo el<br />
instrumental científico que nos acompañó en la Operación Salomón, cargando<br />
resultados y mediciones en la base <strong>de</strong> datos <strong>de</strong>l or<strong>de</strong>nador.<br />
El lunes, 4, aunque el plan había sido estudiado hasta el agotamiento, nos<br />
sentamos frente al monitor <strong>de</strong> la computadora, chequeando procedimientos y<br />
valorando las informaciones <strong>de</strong> que disponíamos.<br />
En principio, todo se presentó «OK». Mejor dicho, no todo...<br />
La gran duda seguía instalada en la fecha prevista para el retroceso en el<br />
tiempo.<br />
Las noticias proporcionadas por Zebe<strong>de</strong>o padre parecían sólidas. Sin embargo,<br />
86
la confusión <strong>de</strong> los íntimos respecto al inicio <strong>de</strong> la vida <strong>de</strong> predicación <strong>de</strong> Jesús<br />
<strong>de</strong> Nazaret nos tenía preocupados. Unos señalaban el bautismo en el Jordán<br />
como el arranque <strong>de</strong> dicho ministerio. Otros, en cambio, hablaban <strong>de</strong>l célebre<br />
y misterioso «milagro» <strong>de</strong> Cana. El resto lo asociaba a la muerte <strong>de</strong>l Bautista.<br />
En suma, un rompecabezas...<br />
Finalmente, arriesgándonos, elegimos la propuesta <strong>de</strong>l Zebe<strong>de</strong>o. El anciano<br />
<strong>de</strong> Saidan nunca habló <strong>de</strong>l comienzo <strong>de</strong> la vida pública. Eso también era cierto.<br />
Basándose en lo dictado por el propio rabí, él estimaba que, antes <strong>de</strong>l periodo<br />
<strong>de</strong> predicación, Jesús <strong>de</strong>dicó unos meses a «otras activida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> gran interés<br />
y trascen<strong>de</strong>ncia». Aquello, lógicamente, nos intrigó. En los textos <strong>de</strong> los<br />
evangelistas no hay mención alguna a esas «otras activida<strong>de</strong>s». Tampoco era<br />
<strong>de</strong> extrañar. En el <strong>de</strong>sastre <strong>de</strong> las narraciones evangélicas podía esperarse<br />
cualquier cosa...<br />
Lo averiguaríamos. El reto nos entusiasmó. ¿Qué sucedió en esos meses<br />
previos al ministerio público? ¿Por qué el Zebe<strong>de</strong>o los calificó <strong>de</strong> «especialmente<br />
importantes»? Y si así fue, ¿por qué los escritores sagrados (?) lo silenciaron?<br />
Decidido.<br />
De mutuo acuerdo, Eliseo y quien esto escribe fijamos la fecha: «agosto <strong>de</strong>l<br />
año 25».<br />
Por cierto, ya que lo menciono, sigo sin saber qué hacer con la valiosa documentación<br />
que me facilitó el anciano Zebe<strong>de</strong>o. ¿La incluyo en este diario?<br />
¿La entierro <strong>de</strong>finitivamente? ¿Por qué dudo? ¿Es que lo acaecido en esos<br />
años «secretos» escandalizaría hoy a las personas <strong>de</strong> buena voluntad?<br />
Pero no <strong>de</strong>bo distraerme. Lo <strong>de</strong>jaré en «sus manos»..., como siempre.<br />
¡Año 25!<br />
Eso significaba un seguimiento <strong>de</strong> más <strong>de</strong> cuatro años...<br />
La misión -así lo <strong>de</strong>terminamos- finalizaría, inexorablemente, en febrero o<br />
marzo <strong>de</strong>l 30. De lo contrario nos hallaríamos <strong>de</strong> nuevo ante el peligroso<br />
fenómeno <strong>de</strong> la «ubicuidad».<br />
Eliseo, inasequible al <strong>de</strong>saliento, se felicitó ante lo prolongado <strong>de</strong> la aventura.<br />
Este explorador, en cambio, más cauto, guardó silencio. Por supuesto que me<br />
fascinaba. La sola i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> vivir junto al Hijo <strong>de</strong>l Hombre durante tanto tiempo<br />
me hizo vibrar. Pero la misión <strong>de</strong>bía ser contemplada también en su conjunto.<br />
No todo aparecía tan claro y prometedor. Aunque lo intenté, aunque procuré<br />
olvidarlo, en la memoria <strong>de</strong>stellaban implacables los preocupantes sucesos<br />
vividos como consecuencia <strong>de</strong> las sucesivas inversiones <strong>de</strong> masa. Aquella<br />
amenaza podía arruinarnos, acabando en un instante con el dorado sueño. Y<br />
en mi cerebro, como <strong>de</strong>cía, con una fuerza inusitada -como si <strong>de</strong> un aviso se<br />
tratase-, fueron <strong>de</strong>sfilando los informes <strong>de</strong> Curtiss, mostrados a estos exploradores<br />
poco antes <strong>de</strong>l segundo «salto». En ellos, como ya mencioné, los<br />
expertos <strong>de</strong> la base <strong>de</strong> Edwards recomendaban la inmediata suspensión <strong>de</strong>l<br />
87
proyecto. En las pruebas sobre ratas <strong>de</strong> laboratorio <strong>de</strong>tectaron una grave<br />
alteración en algunas colonias neuronales, provocadas, al parecer, por el<br />
proceso <strong>de</strong> inversión axial <strong>de</strong> los swivels. En las microfotografías aparecía con<br />
claridad. «Algo» sobreexcitaba dichas neuronas, multiplicando el consumo <strong>de</strong><br />
oxígeno y <strong>de</strong>struyéndolas. (Los pigmentos <strong>de</strong>l envejecimiento -«lipofuscina»-<br />
en las neuronas y en otras células fijas posmitóticas no ofrecían ninguna<br />
duda.)<br />
Y «vi» también la misteriosa «caja secreta», instalada por <strong>Caballo</strong> <strong>de</strong> <strong>Troya</strong> en<br />
la nave. Una caja abierta por mi hermano que certificaría lo anunciado por el<br />
general: nuestro mal era irreversible. Con suerte, nos restaban nueve o diez<br />
años <strong>de</strong> vida... El experimento con las drosophilas (las diminutas moscas <strong>de</strong><br />
Oregón) fue <strong>de</strong>finitivo: en las décimas <strong>de</strong> segundo consumidas en la inversión<br />
axial, el ADN nuclear sufría una mutación <strong>de</strong>sconocida. Resultado: varias <strong>de</strong><br />
las re<strong>de</strong>s neuronales envejecían progresivamente y nosotros con ellas.<br />
Esta dramática situación podía <strong>de</strong>teriorarse mucho más (?) con nuevos retrocesos<br />
en el tiempo. Ahí estaba, por ejemplo, el <strong>de</strong>svanecimiento sufrido<br />
por Eliseo el 9 <strong>de</strong> abril, cuando nos disponíamos a tomar tierra en el monte <strong>de</strong><br />
las Aceitunas. Ahí estaba la pérdida <strong>de</strong> sentido experimentada por quien esto<br />
escribe, en esa misma jornada, cuando me dirigía al piso superior <strong>de</strong> la casa<br />
<strong>de</strong> los Marcos, en Jerusalén. Ahí estaba, en fin, la «resaca síquica» que me<br />
asaltó durante los críticos momentos que viví en el subsuelo <strong>de</strong> la casa <strong>de</strong><br />
Ismael, el saduceo, en Nazaret...<br />
No..., no todo era tan claro y prometedor.<br />
Pero me tragué los amargos recuerdos. Habíamos aceptado el riesgo. Lo<br />
hicimos libre y conscientemente. ¡A<strong>de</strong>lante! Él, a<strong>de</strong>más, nos cubriría...<br />
Martes, 5 <strong>de</strong> setiembre.<br />
Tensa espera. La meteorología obligó a posponer el lanzamiento. Un inoportuno<br />
frente borrascoso, proce<strong>de</strong>nte <strong>de</strong>l Mediterráneo, se estancó en la<br />
región. Y nos hizo dudar. Pudimos arriesgarnos y levantar la «cuna». El viento<br />
racheado no la hubiera <strong>de</strong>sestabilizado excesivamente. Pero tampoco había<br />
prisa... Miento. Ambos <strong>de</strong>seábamos escapar cuanto antes <strong>de</strong> aquel suplicio.<br />
La tensión se hacía insostenible.<br />
Sin embargo, la cautela se impuso. Aguardaríamos.<br />
Eliseo no esperó a los últimos minutos. Se saltó el programa y, con la ayuda<br />
<strong>de</strong> «Santa Claus», <strong>de</strong>smanteló los cinturones <strong>de</strong> seguridad que nos custodiaban.<br />
Todos menos uno: la barrera <strong>de</strong> microláseres que peinaba la «popa»<br />
<strong>de</strong>l Ravid a razón <strong>de</strong> un centenar <strong>de</strong> barridos por segundo. Ésta fue la única<br />
protección en aquellas postreras horas.<br />
En cuanto a mí, procuré relajarme, revisando, por enésima vez, la ruta a<br />
seguir en el intento <strong>de</strong> localización <strong>de</strong>l Maestro. Lo conseguí a medias, claro...<br />
Miércoles, 6 <strong>de</strong> setiembre.<br />
88
Poco antes <strong>de</strong>l crepúsculo, los barómetros <strong>de</strong>l módulo ascendieron. Fue una<br />
subida lenta, pero progresiva.<br />
Aquello, sin embargo, lejos <strong>de</strong> tranquilizarnos, disparó la ansiedad. Que recuer<strong>de</strong>,<br />
en ninguno <strong>de</strong> los lanzamientos pa<strong>de</strong>cimos un nerviosismo tan<br />
acusado. Quizá era lógico. La inminente inversión axial -la cuarta- era crucial.<br />
¿Crucial? Creo que soy muy benevolente. Si las neuronas se <strong>de</strong>splomaban en<br />
este retroceso, quién sabe lo que nos reservaba el Destino... Y la palabra<br />
«muerte» rondó <strong>de</strong> nuevo.<br />
No obstante, sujetando en corto los temores, cada cual procuró evitar el<br />
asunto lo mejor que pudo y supo. Paseamos. Oteamos los horizontes. Verificamos<br />
la meteorología. Hicimos proyectos. Conversamos y, sobre todo, nos<br />
refugiamos en nosotros mismos y en esa espléndida y enigmática «fuerza»<br />
que nos asistía...<br />
1 020 milibares.<br />
La noche, serena y estrellada, lo intentó. Quiso apaciguarnos. Fue inútil. No<br />
hubo forma <strong>de</strong> conciliar el sueño.<br />
El frente huyó y, una vez consolidada la meteorología, el or<strong>de</strong>nador central<br />
recomendó el <strong>de</strong>spegue para las 6 horas <strong>de</strong>l día siguiente, jueves, 7 <strong>de</strong> setiembre.<br />
El «salto» no <strong>de</strong>bía ser <strong>de</strong>morado. A partir <strong>de</strong>l mediodía, el molesto<br />
maarabit, el viento <strong>de</strong>l oeste, irrumpiría puntual en el yam. Convenía, pues,<br />
a<strong>de</strong>lantarse.<br />
1 030 mbar.<br />
Respiramos.<br />
La climatología se puso <strong>de</strong>finitivamente <strong>de</strong> nuestro lado.<br />
A eso <strong>de</strong> las tres <strong>de</strong> la madrugada, envarado como una lanza, mi hermano<br />
abandonó su litera. Se sentó frente a los controles y tecleó. Así permaneció<br />
durante una hora. Después, volviéndose hacia este explorador, mostró una<br />
hoja <strong>de</strong> papel. Sonrió y me invitó a leer.<br />
Al comprobar el contenido le respondí con otra sonrisa. Aquel joven brillante<br />
y entusiasta no tenía arreglo...<br />
Al medio centenar <strong>de</strong> preguntas ya dispuesto anteriormente -todas <strong>de</strong>stinadas<br />
a Jesús <strong>de</strong> Nazaret- sumaba ahora otras cincuenta, a cual más insólita<br />
y comprometedora. La verdad sea dicha, en esos críticos instantes no presté<br />
mayor atención a las inquietu<strong>de</strong>s <strong>de</strong> Eliseo. Pero el piloto iba en serio. Muy en<br />
serio...<br />
En cuestión <strong>de</strong> días tendría la oportunidad <strong>de</strong> comprobarlo.<br />
5 horas.<br />
Me puse en pie. Y con una mirada, mi hermano me entendió.<br />
Había llegado el momento.<br />
El amanecer, previsto para 37 minutos más tar<strong>de</strong>, marcaría el comienzo <strong>de</strong> la<br />
cuenta atrás.<br />
Inspiré profundamente y sentí cómo aquella benéfica «fuerza» me empujaba<br />
89
hacia el puesto <strong>de</strong> pilotaje.<br />
«Bien..., allá vamos.»<br />
Y las últimas palabras <strong>de</strong>l Resucitado en el monte <strong>de</strong> las Aceitunas sonaron<br />
«cinco por cinco» (fuerte y claro) en mi memoria:<br />
«Mi amor os cubrirá... ¡Hasta muy pronto!... ¡Hasta muy pronto!... ¡Hasta<br />
muy pronto!...»<br />
Jueves, 7 <strong>de</strong> setiembre. 5.30 horas. A siete minutos <strong>de</strong>l alba...<br />
Enfundados en los trajes especialmente diseñados para la inversión <strong>de</strong> masa<br />
procedimos al rutinario chequeo <strong>de</strong> los parámetros <strong>de</strong> vuelo. «Santa Claus»,<br />
alertado, ya había efectuado la lectura. Pero quisimos asegurarnos.<br />
-Caudalímetro...<br />
-Leo siete mil doscientos once kilos...<br />
-Roger... Entendí siete mil.<br />
-Ok... Siete mil... ¿Sigues pensando que <strong>de</strong>be pilotarlo el or<strong>de</strong>nador?<br />
Afirmativo... Es mejor así...<br />
La insinuación <strong>de</strong> Eliseo no me hizo cambiar. Lo medité fríamente. La «cuna»<br />
<strong>de</strong>spegaría, haría estacionario, retroce<strong>de</strong>ría en el tiempo y volvería a tomar<br />
tierra..., en automático.<br />
No quería correr riesgos. El recuerdo <strong>de</strong>l inci<strong>de</strong>nte sobre la cima <strong>de</strong>l monte <strong>de</strong><br />
los Olivos, en el que mi compañero perdió el conocimiento, me tenía obsesionado.<br />
Con «Santa Claus» al mando, si se repetía el <strong>de</strong>svanecimiento, ni el<br />
módulo ni nosotros sufriríamos el menor percance. Ése, naturalmente, era mi<br />
<strong>de</strong>seo... Que la técnica respondiera, o no, era otra cuestión...<br />
Y el Destino -bendito sea- me iluminó.<br />
-Repite combustible...<br />
-Roger... Leo siete mil doscientos once..., sin la reserva.<br />
Aquél era otro problema que no podíamos <strong>de</strong>scuidar. La nave disponía <strong>de</strong> algo<br />
más <strong>de</strong> siete toneladas <strong>de</strong> tetróxido <strong>de</strong> nitrógeno (oxidante) y una mezcla, al<br />
cincuenta por ciento, <strong>de</strong> hidracina y dimetril hidracina asimétrica. Aunque la<br />
maniobra prevista era breve, el consumo <strong>de</strong>l carburante <strong>de</strong>bía ser vigilado<br />
muy estrechamente. El vuelo <strong>de</strong> retorno a Masada, con suerte, <strong>de</strong>mandaría<br />
casi seis mil novecientos kilos <strong>de</strong> combustible. En otras palabras: estábamos<br />
al límite. El menor fallo, cualquier contingencia, nos colocaría en una situación<br />
altamente comprometida.<br />
-«Apéese»... [sistema <strong>de</strong> propulsión <strong>de</strong> ascenso].<br />
-OK...<br />
-«Bee mag»... [giroscopio <strong>de</strong> posición].<br />
-OK...<br />
-«Ces»... [sección <strong>de</strong> control electrónico].<br />
-Sin ban<strong>de</strong>ras...<br />
-«Dap»... [piloto automático digital].<br />
90
-De primera...<br />
Las primeras luces <strong>de</strong>l amanecer resucitaron los suaves perfiles <strong>de</strong> la orilla<br />
oriental <strong>de</strong>l yam.<br />
La meteorología parecía excelente: viento en calma, visibilidad ilimitada,<br />
humedad a un 70 por ciento, temperatura en ascenso (20° en aquellos instantes)...<br />
En resumen: todo auguraba un <strong>de</strong>spegue sin inci<strong>de</strong>ntes. Sin embargo...<br />
-«Fait»... [«fuego en el agujero»: aborto <strong>de</strong>l ascenso].<br />
-OK...<br />
-«Imu»... [unidad <strong>de</strong> medición <strong>de</strong> inercia].<br />
-OK...<br />
-«Indicadores <strong>de</strong> velocidad»...<br />
-OK...<br />
5.40 horas.<br />
-«Erre ce ese»... [control <strong>de</strong> reacción].<br />
-De primera clase...<br />
-¡Atención, Eliseo!... «Esnap»... [pila atómica].<br />
-A<strong>de</strong>ntro..., y OK...<br />
Mi hermano y quien esto escribe respiramos aliviados. La SNAP era el «alma»<br />
<strong>de</strong>l módulo. Sin ella, nada hubiera sido posible. No es que dudáramos, pero<br />
<strong>de</strong>spués <strong>de</strong> tan largo periodo <strong>de</strong> inactividad...<br />
-A cinco para ignición...<br />
-Roger...<br />
-Terminemos <strong>de</strong> una vez...<br />
-Tranquilo...<br />
Mi hermano alzó la mano izquierda, rogándome calma. Procuré concentrarme.<br />
Seguía siendo el jefe y no <strong>de</strong>bía empeorar la ya crítica situación.<br />
-Lo siento... Dame «erre eme ene»... [dispositivos <strong>de</strong> resonancia magnética<br />
nuclear].<br />
-Activados..., y en manos <strong>de</strong> tu «novio»...<br />
Agra<strong>de</strong>cí la broma. Y la tensión aflojó.<br />
«Santa Claus», mi «novio», se hizo cargo <strong>de</strong> la RMN.<br />
En el primer momento dudamos. ¿Incluíamos este sistema <strong>de</strong> control en la<br />
cuarta inversión axial? En el segundo «salto», como ya expliqué en otras<br />
páginas <strong>de</strong> este diario, fue <strong>de</strong>cisivo, <strong>de</strong>mostrando que los especialistas <strong>de</strong><br />
Edwards estaban en lo cierto. Lo medité y, finalmente, estimé que era lo<br />
correcto. Nos someteríamos al chequeo <strong>de</strong> la RMN. Aunque la dolencia era<br />
irreversible, cualquier nuevo dato podía resultar <strong>de</strong> utilidad. Y venciendo el<br />
inicial rechazo <strong>de</strong> mi compañero nos ajustamos las escafandras en las que<br />
fueron dispuestos los referidos y miniaturizados dispositivos. La RMN, como<br />
creo haber comentado, tenía por objetivo «fotografiar» los tejidos neuronales<br />
91
durante la fracción <strong>de</strong> tiempo en la que los swivels variaban sus hipotéticos<br />
ejes. Estos «cortes», en <strong>de</strong>finitiva, arrojarían más luz sobre el estado <strong>de</strong> las<br />
respectivas masas cerebrales.<br />
6 horas.<br />
-¡Ignición!...<br />
«Santa Claus», frío e inapelable, dio luz ver<strong>de</strong>.<br />
-¡Allá vamos!...<br />
Congelamos la respiración. Y los corazones aceleraron, casi al ritmo <strong>de</strong>l po<strong>de</strong>roso<br />
J 85. Una familiar vibración sacudió el módulo.<br />
-¡Ánimo, «Santa Claus»! ¡Es todo tuyo!...<br />
Un segundo <strong>de</strong>spués, la turbina a chorro CF-200-2V elevaba la «cuna» con un<br />
empuje <strong>de</strong> 1 585 kilos.<br />
-¡Atento!... Dame caudalímetro...<br />
-Roger... Quemando a cinco coma dos...<br />
-OK... ¡Un poco más!...<br />
El <strong>de</strong>spegue, obligados por la escasez <strong>de</strong> combustible, concluiría a una altitud<br />
máxima <strong>de</strong> ochenta pies. Eso fue lo programado por el or<strong>de</strong>nador. Como<br />
medida preventiva, cada estacionario fue fijado por los directores <strong>de</strong> la<br />
Operación en ochocientos pies sobre el terreno en el que <strong>de</strong>beríamos posarnos.<br />
Este margen, en principio, soslayaba cualquier posibilidad <strong>de</strong> choque<br />
en el crítico instante <strong>de</strong>l retroceso en el tiempo. En esta oportunidad nos<br />
planteamos la anulación <strong>de</strong>l ascenso <strong>de</strong> la nave. La pelada cumbre <strong>de</strong>l Ravid<br />
no parecía haber cambiado en el transcurso <strong>de</strong> los últimos años. De esta<br />
forma, haciendo únicamente estacionario a siete o diez metros <strong>de</strong> la cima, el<br />
gasto habría sido prácticamente nulo. Pero, sinceramente, no nos atrevimos.<br />
Era mejor actuar con pru<strong>de</strong>ncia y elevarnos a una altitud que ofreciera todas<br />
las garantías y, por supuesto, que permitiera un consumo mínimo.<br />
-Tres segundos y subiendo a cuatro...<br />
-OK... Dame combustible...<br />
-Sigue a cinco coma dos... Leo dieciséis...<br />
-Roger... Entendí dieciséis kilos...<br />
-Afirmativo... Dieciséis y subiendo a cuatro por segundo...<br />
-¡Vamos, vamos!... -Preparados auxiliares...<br />
-OK... Tranquilo... Tu «novio» sabe...<br />
-Cinco... Seis…<br />
-A<strong>de</strong>ntro cohetes...<br />
«Santa Claus», infinitamente más sereno, activó los auxiliares, estabilizando<br />
el módulo a ochenta pies.<br />
-Leo seis y dos... ¡Bravo!<br />
La nave, en efecto, ascendió lenta y dulcemente, a razón <strong>de</strong> cuatro metros por<br />
segundo y quemando según lo previsto: 5,2 kilos por segundo. Tiempo in-<br />
92
vertido hasta el estacionario: seis segundos y seis décimas.<br />
-Caudalímetro... Dame caudalímetro...<br />
-Lo previsto... Treinta y cuatro...<br />
-Roger... Entendí treinta y cuatro...<br />
-OK... Afirmativo... Treinta y cuatro coma treinta y dos...<br />
-¡Preparados!...<br />
-Membrana exterior activada...<br />
-¡Incan<strong>de</strong>scencia!... ¡Ya!<br />
Y el or<strong>de</strong>nador disparó los circuitos <strong>de</strong> incan<strong>de</strong>scencia que cubrían el fuselaje,<br />
<strong>de</strong>struyendo así cualquier germen vivo que hubiera podido adherirse a la<br />
estructura. Esta precaución, como <strong>de</strong>tallé en su momento, resultaba esencial<br />
para evitar la posterior inversión tridimensional <strong>de</strong> los mencionados gérmenes<br />
en los distintos «ahora» a los que nos «<strong>de</strong>splazábamos». Las consecuencias<br />
<strong>de</strong> un involuntario «ingreso» <strong>de</strong> tales organismos en «otro<br />
tiempo» hubieran sido fatales.<br />
-Siete... Ocho...<br />
-¡OK!... ¡Inversión!<br />
A los nueve segundos y dos décimas <strong>de</strong>l <strong>de</strong>spegue -antes, incluso, <strong>de</strong> lo<br />
previsto-, «Santa Claus» nos llevó, al fin, al instante <strong>de</strong>cisivo: la inversión<br />
axial <strong>de</strong> las partículas subatómicas <strong>de</strong> la totalidad <strong>de</strong>l módulo. E hizo retroce<strong>de</strong>r<br />
los ejes <strong>de</strong>l tiempo <strong>de</strong> los swivels a los ángulos previamente establecidos:<br />
los correspondientes a las 6 horas <strong>de</strong>l miércoles, 15 <strong>de</strong> agosto <strong>de</strong>l año<br />
25 <strong>de</strong> nuestra era.<br />
E imagino que, como era habitual, la «aniquilación» fue acompañada <strong>de</strong>l<br />
inevitable «trueno».<br />
15 DE AGOSTO, MIÉRCOLES (AÑO 25)<br />
-¡Jasón!... ¡No veo!... ¡Oh, Dios mío!...<br />
No recuerdo más. Ni siquiera acerté a <strong>de</strong>sviar la mirada hacia mi hermano...<br />
Algo se clavó en mi cerebro. Fue un lanzazo...<br />
Después llegaron los círculos. La oscuridad y unos círculos concéntricos... Una<br />
espiral luminosa que invadió la mente...<br />
Y caí... Caí <strong>de</strong>spacio, a cámara lenta, en un abismo negro e interminable...<br />
Después, nada. Silencio.<br />
Pero el Destino tuvo piedad...<br />
Cuando <strong>de</strong>sperté, un Eliseo sudoroso y <strong>de</strong>macrado pujaba por arrancarme la<br />
escafandra.<br />
Dijo algo, pero no comprendí.<br />
-¡Jasón, respon<strong>de</strong>!... ¡No me <strong>de</strong>jes con este monstruo!... ¡Lo ha conseguido!...<br />
Pensé que estábamos muertos. Aquello no era real.<br />
93
¡Dios!... ¿Qué había ocurrido?... ¿Dón<strong>de</strong> habíamos ido a parar? ¿Y la nave?...<br />
El cielo quiso que, lentamente, fuera recuperándome. Sólo entonces empecé<br />
a enten<strong>de</strong>r. Mis temores se cumplieron. Algo falló. Algo se vino abajo en el<br />
momento <strong>de</strong> la inversión axial.<br />
Pero, ¿y la «cuna»?... ¡Dios!... ¡Estaba en tierra!<br />
Me <strong>de</strong>sembaracé <strong>de</strong>l solícito Eliseo y, <strong>de</strong> un salto, me planté frente a los<br />
controles.<br />
-¡Calma! -terció mi compañero-. Él lo ha hecho todo... Estamos a salvo... Si<br />
no fuera tu «novio» me casaría con él..<br />
Necesité algunos minutos para captar el sentido <strong>de</strong> las refrescantes palabras.<br />
Inspeccioné el panel <strong>de</strong> mando. Miré por las escotillas. Volví <strong>de</strong> nuevo a<br />
«Santa Claus»...<br />
Afirmativo. El or<strong>de</strong>nador, en automático, había rematado la operación. ¡Y <strong>de</strong><br />
qué forma!<br />
Nada quedó al azar. La computadora, fiel al plan director, hizo <strong>de</strong>scen<strong>de</strong>r el<br />
módulo. Silenció el J 85 y, en el colmo <strong>de</strong> la eficacia, <strong>de</strong>splegó la totalidad <strong>de</strong><br />
los sistemas y cinturones <strong>de</strong> seguridad.<br />
Eliseo, con un leve y afirmativo movimiento <strong>de</strong> cabeza, confirmó lo que tenía<br />
a la vista. Y tuvo la gentileza <strong>de</strong> felicitarme:<br />
-Mayor..., nunca más volveré a dudar... ¡Eres el mejor!<br />
Me senté en silencio y fijé la mirada en los dígitos ver<strong>de</strong>s que anunciaban el<br />
nuevo «ahora». Tuve que hacer un esfuerzo. Un sudor frío y una ligera inestabilidad<br />
entorpecían los pensamientos.<br />
«6 horas y 20 minutos..., <strong>de</strong>l 15 <strong>de</strong> agosto, miércoles... Año 25 <strong>de</strong> nuestra era<br />
(778 A.U.C. y 3786 <strong>de</strong>l cómputo judío)».<br />
Me costó reaccionar. Si el retroceso fue planificado para «aparecer» a las seis<br />
<strong>de</strong> la mañana, esos veinte minutos <strong>de</strong> más representaban el tiempo que<br />
habíamos permanecido inconscientes...<br />
¡Dios!... Aquello era realmente grave.<br />
Eliseo, como yo, presentaba un aspecto preocupante. La pali<strong>de</strong>z era extrema...<br />
Sin embargo, a <strong>de</strong>cir verdad, coordinación motora, flui<strong>de</strong>z <strong>de</strong> pensamientos<br />
y estado general <strong>de</strong>l organismo eran relativamente buenos. Ésa, al<br />
menos, fue la sensación.<br />
Pero lo primero era lo primero. Tiempo habría para intentar averiguar qué<br />
diablos sucedió en la inversión <strong>de</strong> masa. Estábamos vivos. Eso era lo que<br />
contaba..., y no era poco.<br />
Ahora, lo prioritario era la «cuna» y nuestra situación en el «nuevo tiempo».<br />
Chequeamos todos los parámetros.<br />
«Santa Claus» ofreció un balance prometedor:<br />
«Tiempo invertido: 16 segundos y 6 décimas. Consumo total <strong>de</strong> combustible:<br />
86,32 kilos.»<br />
94
Perfecto. Inferior a lo programado. El or<strong>de</strong>nador había «pilotado» con una<br />
finura <strong>de</strong> primera clase...<br />
Esto nos proporcionaba un importante respiro. Las reservas <strong>de</strong> oxidante y<br />
carburante sumaban 7 124,68 kilos. Suficiente para el vuelo <strong>de</strong> retorno,<br />
siempre y cuando la nave quedara <strong>de</strong>finitivamente inmovilizada.<br />
Así nos comprometimos. Por nada <strong>de</strong>l mundo tocaríamos esas siete toneladas.<br />
«Deterioros: ninguno.»<br />
Eliseo masculló algo entre dientes. Le di la razón. «Santa Claus» olvidaba a<br />
este par <strong>de</strong> maltrechos exploradores...<br />
En cuanto a la seguridad, nada que objetar. El primer cinturón -el gravitatorio-<br />
fue establecido por la casi «humana» computadora a 205 metros <strong>de</strong> la<br />
«cuna». Los hologramas, con las imágenes <strong>de</strong> las terroríficas ratas-topo,<br />
entre 1 000 y 1 500 metros <strong>de</strong>l vértice en el que nos había posado tan magistralmente.<br />
La radiación IR (infrarroja), a 1 500 y, por último, el «ojo <strong>de</strong>l<br />
cíclope» fue disparado hasta la altura <strong>de</strong>l manzano <strong>de</strong> Sodoma, en la «popa»<br />
<strong>de</strong>l Ravid.<br />
En lo único en lo que no reparó fue en la <strong>de</strong>sconexión <strong>de</strong> la pila atómica, la<br />
SNAP. Pero no fue culpa suya. Fui yo quien, por pru<strong>de</strong>ncia, no la incluí en el<br />
sistema automático.<br />
MI Hermano la silenció y el suministro eléctrico partió <strong>de</strong> las baterías solares.<br />
A pesar <strong>de</strong> los pesares, respiramos. Y nos sentimos medianamente optimistas.<br />
Aquel retroceso <strong>de</strong> 1 848 días pudo ser peor...<br />
Poco <strong>de</strong>spués, hacia las 8 horas, sensiblemente repuestos, emprendimos la<br />
última fase <strong>de</strong>l obligado chequeo, con la observación directa, y sobre el terreno,<br />
<strong>de</strong> la cumbre <strong>de</strong>l «portaaviones».<br />
Lo primero que nos llamó la atención fue el cambio térmico. La cima era casi<br />
un horno. Los sensores <strong>de</strong> la «cuna» marcaban 30° Celsius. Un anticiclón,<br />
montado en 1 035 milibares, era dueño y señor <strong>de</strong>l yam. Pronto I nos<br />
acostumbraríamos. Agosto, en aquellas latitu<strong>de</strong>s, era tórrido. Sofocante...<br />
Apenas percibimos modificaciones. La planicie continuaba solitaria, visitada<br />
únicamente por aquel sol estival, cada vez más alto e inmisericor<strong>de</strong>.<br />
La escasa vegetación, en especial los heroicos cardos -las Gun<strong>de</strong>lias <strong>de</strong><br />
Tournefort-, casi había sucumbido. Ahora apenas <strong>de</strong>stacaba reseca y cenicienta<br />
entre los azules <strong>de</strong> las agujas calcáreas y el negro y brillante y resignado<br />
<strong>de</strong> los guijarros basálticos.<br />
Descendimos hasta la «popa» y comprobamos con alegría que el manzano <strong>de</strong><br />
Sodoma -el cinco años más «joven» Calatropis procera- seguía manteniendo<br />
una notable envergadura, luciendo miles <strong>de</strong> flores plateadas y aquel fruto<br />
maldito para los judíos.<br />
El resto <strong>de</strong>l recorrido por los abruptos acantilados fue igualmente satisfactorio.<br />
95
Abajo, hacia el oeste, junto a la senda que unía Migdal con Maghar, distinguimos<br />
ver<strong>de</strong> y sosegada la familiar plantación <strong>de</strong> los felah.<br />
Y al fondo, el yam, el mar <strong>de</strong> Tibería<strong>de</strong>s, azul metálico, pacífico y pintado <strong>de</strong><br />
gaviotas.<br />
Más al norte, en la lejanía, un gigante con la cara nevada: el Hermón...<br />
Guardamos silencio. Y al contemplar el macizo montañoso creo que tuvimos el<br />
mismo pensamiento. Allí, en alguna parte, se hallaba el añorado rabí <strong>de</strong> Galilea...<br />
«Lo encontraríamos.»<br />
Lanzamos una postrera ojeada a las difuminadas poblaciones que se recostaban<br />
a orillas <strong>de</strong>l lago e, impacientes, retornamos a nuestro «hogar».<br />
Todo en «base-madre-tres», en suma, se hallaba bajo control.<br />
¿Todo? ¡Qué más hubiéramos querido!<br />
La verdad es que Eliseo se enfadó. No le faltaba razón. Pero me impuse.<br />
Debíamos ser audaces, sí, pero también sensatos y previsores. Olvidar lo<br />
ocurrido en la reciente inversión axial no nos beneficiaba. Teníamos que<br />
conocer el auténtico alcance <strong>de</strong>l problema. Si el nuevo <strong>de</strong>splome <strong>de</strong> las<br />
neuronas -como suponía- era grave, el gran sueño peligraba. En cualquier<br />
momento, la operación <strong>de</strong> seguimiento <strong>de</strong> Jesús <strong>de</strong> Nazaret podía cortarse en<br />
seco.<br />
No, no todo se hallaba bajo control...<br />
Y el resto <strong>de</strong> aquel miércoles, a pesar <strong>de</strong>l lógico mal humor <strong>de</strong> mi compañero,<br />
fue hipotecado en el exhaustivo análisis <strong>de</strong> los dispositivos alojados en las<br />
escafandras: la RMN (resonancia magnética nuclear).<br />
Las microfotografías, ampliadas por el or<strong>de</strong>nador, confirmaron las sospechas:<br />
«algo» <strong>de</strong>sconocido había alterado unas muy puntuales regiones <strong>de</strong>l cerebro.<br />
Concretamente, varias <strong>de</strong> las áreas neuronales <strong>de</strong>l hipocampo. En las imágenes<br />
<strong>de</strong> los espacios extracelulares <strong>de</strong>tectamos unos microscópicos <strong>de</strong>pósitos<br />
esféricos -no <strong>de</strong>masiados, afortunadamente- que asocié con agregados<br />
<strong>de</strong> la proteína amiloi<strong>de</strong> beta. Este polipéptido aparecía también en vasos<br />
sanguíneos <strong>de</strong> la corteza cerebral.<br />
«Santa Claus», siempre en pura teoría, interpretó el daño como la consecuencia<br />
<strong>de</strong>l crecimiento <strong>de</strong>smedido <strong>de</strong> la enzima responsable <strong>de</strong> la síntesis <strong>de</strong>l<br />
óxido nítrico (la óxido nítrico sintasa). Este radical libre, muy tóxico, estaba<br />
conquistando las gran<strong>de</strong>s neuronas, aniquilándolas.<br />
Las células glía, en cambio, que sirven <strong>de</strong> soporte metabólico a las anteriores,<br />
se hallaban intactas. La alarmante situación, unida al claro <strong>de</strong>terioro <strong>de</strong>l ADN<br />
mitocondrial, me <strong>de</strong>jó hundido.<br />
Lo que en esos momentos no acerté a concretar fue dón<strong>de</strong> se hallaba la raíz<br />
primigenia <strong>de</strong> la doble alteración. ¿Debía consi<strong>de</strong>rar al NO (óxido nítrico)<br />
responsable <strong>de</strong> la caída <strong>de</strong>l suministro energético <strong>de</strong>l ADN mitocondrial? ¿O<br />
era, quizá, la inversión <strong>de</strong> masa la que provocaba una mutación en dicho ADN,<br />
96
propiciando el <strong>de</strong>scontrol <strong>de</strong> la óxido nítrico sintasa? (Como es sabido, los<br />
radicales libres aparecen también como consecuencia <strong>de</strong> muy específicas<br />
radiaciones ionizantes, oxidando las moléculas -es <strong>de</strong>cir, multiplicando los<br />
átomos <strong>de</strong> oxígeno- y alterando su comportamiento. ¿Qué clase <strong>de</strong> «radiación»<br />
(?) se registraba en ese instante infinitesimal <strong>de</strong> la inversión axial <strong>de</strong> los<br />
ejes <strong>de</strong> los swivels?)<br />
Con los medios a nuestro alcance, obviamente, ni la computadora ni quien<br />
esto escribe estábamos en condiciones <strong>de</strong> <strong>de</strong>spejar tales incógnitas. Lo único<br />
claro -la RMN era inapelable- es que el exceso <strong>de</strong> NO empezaba a «canibalizar»<br />
algunos sectores <strong>de</strong> las gran<strong>de</strong>s neuronas. Esto, en <strong>de</strong>finitiva, podía<br />
<strong>de</strong>sembocar en una catástrofe generalizada, ya insinuada en los sucesivos<br />
<strong>de</strong>svanecimientos. Semejante catástrofe, si no erraba en el diagnóstico, iría<br />
manifestándose en síntomas <strong>de</strong> envejecimiento prematuro, posible merma <strong>de</strong><br />
la memoria, confusión espacio-temporal, rechazo a la realidad y, finalmente,<br />
la muerte.<br />
Bonito panorama...<br />
Pero <strong>de</strong>bo ser honesto. No todo fue cruel y pesimista. Ante mi sorpresa, los<br />
«cortes» <strong>de</strong> la resonancia magnética nuclear no ofrecieron rastro alguno <strong>de</strong><br />
algo que habíamos observado antes <strong>de</strong>l segundo «salto». Lo repasé hasta el<br />
aburrimiento. Y «Santa Claus» lo confirmó una y otra vez: los pigmentos <strong>de</strong>l<br />
envejecimiento (lipofuscina) que vimos en las microfotografías proce<strong>de</strong>ntes<br />
<strong>de</strong> la base <strong>de</strong> Edwards, instalados en neuronas y otras células posmitóticas...,<br />
¡se esfumaron! ¿Explicación? Racionalmente, ninguna. Aquellas re<strong>de</strong>s neuronales,<br />
sencillamente, recuperaron la lozanía. Lo único que acerté a <strong>de</strong>ducir<br />
es que, por razones <strong>de</strong>sconocidas, la propia inversión axial sofocó el mal,<br />
obsequiándonos, eso sí, con otro igual..., o peor.<br />
¿Un rayo <strong>de</strong> esperanza?<br />
Así lo interpreté, aferrándome a él como un náufrago a una tabla. Quizá no<br />
todo estaba perdido. ¿Cabía aún la posibilidad <strong>de</strong> que en el quinto y, supuestamente,<br />
último «salto» en el tiempo se obrara el milagro? ¿Limpiaríamos<br />
entonces los cerebros? ¿Seríamos indultados?<br />
E, ingenuo, abracé la remota i<strong>de</strong>a.<br />
El Destino, sin embargo, se encargaría <strong>de</strong> colocar las cosas en su lugar. Y ese<br />
«lugar» era el ya señalado por «Santa Claus» cuando mi hermano, violando<br />
las normas, abrió la secreta caja <strong>de</strong> acero <strong>de</strong> las Drosophilas: la expectativa<br />
<strong>de</strong> vida para ambos no superaba los nueve o diez años...<br />
Pru<strong>de</strong>ntemente guardé silencio sobre los primeros y dramáticos «hallazgos»<br />
<strong>de</strong> la RMN, transmitiendo únicamente a Eliseo el tímido e hipotético rayo <strong>de</strong><br />
esperanza. Me observó incrédulo, respondiendo con una media sonrisa.<br />
Supongo que agra<strong>de</strong>ció el gesto aunque, a estas alturas, el <strong>de</strong>terioro neuronal<br />
tampoco le quitaba el sueño. El valiente muchacho lo tenía asumido. Su<br />
verda<strong>de</strong>ra preocupación era otra: partir cuanto antes hacia el Hermón.<br />
97
Finalmente, amparado por el or<strong>de</strong>nador, busqué soluciones, en un vano intento<br />
<strong>de</strong> frenar o paliar el avance <strong>de</strong> la <strong>de</strong>strucción cerebral.<br />
Las propuestas <strong>de</strong> «Santa Claus» me <strong>de</strong>cepcionaron.<br />
Y no porque estuviera equivocado, sino ante la dificultad <strong>de</strong> materializar<br />
aquellos remedios. El banco <strong>de</strong> datos fue muy explícito: sólo unas continuas<br />
dosis <strong>de</strong> glutamato o <strong>de</strong> N-tert-butil-a-fenilnitrona podían luchar contra el<br />
proceso <strong>de</strong> oxidación. A esto, naturalmente, <strong>de</strong>beríamos añadir un consumo<br />
máximo <strong>de</strong> vitamina «E».<br />
¡Dios!... ¿De dón<strong>de</strong> sacábamos estos específicos?<br />
La «farmacia» <strong>de</strong> la «cuna», si no recordaba mal, no fue provista <strong>de</strong> fármacos<br />
tan singulares...<br />
El glutamato, efectivamente, administrado con pru<strong>de</strong>ncia, constituía un excelente<br />
reductor, capaz <strong>de</strong> sanear, a medio o largo plazo, los tejidos infectados<br />
por el óxido nítrico.<br />
En cuanto al segundo compuesto -el tert-butil-, <strong>de</strong> haber contado con él,<br />
también habría sido <strong>de</strong> gran ayuda como antioxidante, colaborando en la<br />
limpieza <strong>de</strong> los radicales libres y precipitando los niveles <strong>de</strong> las proteínas<br />
oxidadas («Santa Claus» advirtió igualmente que los índices <strong>de</strong> superoxidodismutasa<br />
y catalasa, enzimas responsables <strong>de</strong> la inactivación <strong>de</strong>l NO, se<br />
hallaban muy bajos).<br />
¿Qué hacer? ¿Qué partido tomar? ¿Cómo combatir semejante fantasma en<br />
aquel «ahora» y con tan precarios medios?<br />
Me resigné, claro está. E hice lo único que podía hacer: procurar aumentar la<br />
ingesta <strong>de</strong> vitamina E (2).<br />
Para ello convenía seleccionar muy bien la dieta, incluyendo, sobre todo, un<br />
máximo <strong>de</strong> huevos, leche, aceites vegetales, legumbres ver<strong>de</strong>s, mantequilla,<br />
gérmenes <strong>de</strong> trigo, nueces, almendras y algunos pescados muy concretos<br />
(anguilas, sardinas y, a ser posible, extracto <strong>de</strong> hígado <strong>de</strong> bacalao. Este último,<br />
obviamente, <strong>de</strong> difícil obtención en aquel tiempo).<br />
También contaba con el auxilio <strong>de</strong> la vitamina C y el betacaroteno, como<br />
«cazadores» <strong>de</strong> radicales libres.<br />
Éste, en <strong>de</strong>finitiva, era el oscuro horizonte que tenía a la vista.<br />
Pero olvido algo...<br />
La verdad es que, abrumado, no le presté excesiva atención. La solución <strong>de</strong><br />
«Santa Claus», a<strong>de</strong>más, me pareció entonces tan compleja como arriesgada.<br />
Sencillamente mencionó los «nemo». Conocedor <strong>de</strong> la eficacia <strong>de</strong> estos microsensores<br />
sugirió la posibilidad <strong>de</strong> inyectarlos en los tejidos neuronales. Y<br />
trazó, incluso, un minucioso plan, <strong>de</strong>stinado al «ataque» al NO y a la posterior<br />
regeneración <strong>de</strong> las gran<strong>de</strong>s neuronas. Los «nemo» se hallaban capacitados,<br />
por supuesto, para una labor como la apuntada por el provi<strong>de</strong>ncial e «imaginativo»<br />
or<strong>de</strong>nador central. Sin embargo -torpe <strong>de</strong> mí-, la i<strong>de</strong>a fue <strong>de</strong>sestimada...,<br />
<strong>de</strong> momento. Y la olvidé.<br />
98
Pero las sorpresas no habían terminado...<br />
Ocurrió esa misma tar<strong>de</strong> <strong>de</strong>l miércoles, 15, cuando, casi por inercia (?),<br />
«algo» me impulsó a repasar <strong>de</strong> nuevo el contenido <strong>de</strong> la «farmacia» <strong>de</strong> a<br />
bordo. Fue curioso, sí, muy curioso...<br />
Servidor estaba al tanto <strong>de</strong> dicho inventario. Casi lo recordaba <strong>de</strong> memoria.<br />
Sin embargo...<br />
Al principio me <strong>de</strong>sconcertó.<br />
¿Soñaba?<br />
No era posible...<br />
Revisé las etiquetas y verifiqué el interior.<br />
No, no estaba soñando. Aquello era real..<br />
Pero, ¿cómo?<br />
Y el rayo <strong>de</strong> esperanza iluminó el negro túnel.<br />
¡Dios <strong>de</strong> los cielos!... Ahora sí que creía en los milagros.<br />
Pero, ¿cómo habían llegado hasta la «cuna»? ¿Quién los puso allí? ¿Por qué no<br />
fuimos informados? ¿Por qué no constaban en el banco <strong>de</strong> datos <strong>de</strong> la<br />
computadora?<br />
Y lentamente, al reflexionar, <strong>de</strong> la natural alegría pasé a una mortificante<br />
duda y, lo que fue peor, a una creciente indignación.<br />
En la cámara frigorífica ubicada en la «popa» se alineaban, en efecto, tres<br />
fármacos tan inesperados como salvadores:<br />
glutamato, N-tert-butil-a-fenilnitrona y dimetilglicina. Todos ellos, como fue<br />
dicho, <strong>de</strong> un especial po<strong>de</strong>r antioxidante.<br />
Los acaricié una y otra vez y, perplejo, intenté recordar. Fue inútil. El general<br />
Curtiss jamás nos habló <strong>de</strong> ellos. Nadie nos puso en antece<strong>de</strong>ntes.<br />
Entonces...<br />
¡Hijos <strong>de</strong>...!<br />
Y una feroz sospecha me <strong>de</strong>voró.<br />
Aquellos fármacos tan específicos fueron introducidos en el módulo subrepticiamente.<br />
Ellos <strong>de</strong>dujeron que, tar<strong>de</strong> o temprano, los <strong>de</strong>scubriríamos. Pero,<br />
¿por qué no nos advirtieron?<br />
La respuesta apareció clara e instantánea:<br />
Curtiss y los suyos sabían más <strong>de</strong> lo que nos dijeron...<br />
A partir <strong>de</strong> esa <strong>de</strong>ducción, todo se enca<strong>de</strong>nó.<br />
¡Una comedia! Todo fue una comedia...<br />
Los responsables <strong>de</strong> <strong>Caballo</strong> <strong>de</strong> <strong>Troya</strong> conocían el verda<strong>de</strong>ro alcance <strong>de</strong>l mal<br />
que pa<strong>de</strong>cíamos. Supieron <strong>de</strong> su existencia mucho antes <strong>de</strong>l inicio <strong>de</strong> la<br />
operación. Y, sin embargo, siguieron a<strong>de</strong>lante..., sacrificándonos.<br />
Sí, un puro y triste teatro... Las dramáticas palabras <strong>de</strong> Curtiss en Masada, al<br />
mostrar los informes <strong>de</strong> Edwards, sólo fueron eso: teatro. Apuntó parte <strong>de</strong>l<br />
mal, pero sabiendo <strong>de</strong> nuestro interés por aquella aventura, jugó con la<br />
confianza y la buena voluntad <strong>de</strong> Eliseo y <strong>de</strong> quien esto escribe. Muy hábil...<br />
99
¡Pobres e incautos exploradores!<br />
¿Informarnos? Si lo hubieran hecho, ningún piloto en su sano juicio se habría<br />
prestado a semejante suicidio. No en un primer momento, cuando aún ignorábamos<br />
quién era en realidad Jesús <strong>de</strong> Nazaret.<br />
Pero, conforme fui reflexionando, la indignación creció y creció. Fui atando<br />
cabos y comprendí que la sibilina actitud <strong>de</strong> aquellos militares era más vil y<br />
<strong>de</strong>spreciable <strong>de</strong> lo que imaginaba.<br />
Al retornar a «casa», mi hermano y yo lo confirmaríamos. No erramos ni un<br />
milímetro.<br />
¿Por qué los antioxidantes ingresaron en la «cuna» en el segundo «salto»?<br />
¿Por qué no en el primero?<br />
Muy simple: no llegaron a tiempo.<br />
Curtiss y los directores <strong>de</strong>l proyecto <strong>de</strong>cidieron suministrar los fármacos en la<br />
primera aventura. Pero, al no po<strong>de</strong>r contar con ellos, optaron por arriesgarse.<br />
Mejor dicho: por arriesgar nuestras vidas. Y la segunda experiencia, sin<br />
querer, se convirtió en un magnífico «banco <strong>de</strong> pruebas». Fue entonces<br />
cuando <strong>de</strong>positaron los medicamentos en la «farmacia» y no por caridad, sino<br />
como parte <strong>de</strong>l sucio experimento.<br />
¿Sibilinos? No, el calificativo no era ése...<br />
Pero hubo más. Algo que siguió enturbiando mi corazón, haciéndome <strong>de</strong>sconfiar<br />
<strong>de</strong> la «bondad» <strong>de</strong> aquel, supuestamente, espléndido proyecto. Y es<br />
que, en el fondo, cometieron un error.<br />
Lo <strong>de</strong>duje al contabilizar los fracasos que contenían los referidos antioxidantes.<br />
Sumé diez para cada uno <strong>de</strong> los específicos. ¿Por qué tantos? Ningún<br />
otro medicamento contaba con unas existencias tan exageradas. La dimetilglicina,<br />
por ejemplo, reunía un total <strong>de</strong> ¡900 tabletas! Consi<strong>de</strong>rando que la<br />
dosis óptima eran 125 miligramos (es <strong>de</strong>cir, una tableta) por persona y día,<br />
esas 900 unida<strong>de</strong>s permitían prolongar el tratamiento durante ¡450 días!<br />
¡Qué extraño!<br />
Oficialmente, el segundo «salto» no <strong>de</strong>bería ir más allá <strong>de</strong> los 40 o 45 días en<br />
el nuevo «ahora» histórico...<br />
Muy raro, sí, muy raro.<br />
Y la intuición me puso en guardia. En esos momentos era imposible verificarlo,<br />
pero el instinto se manifestó «cinco por cinco» (claro y fuerte): Curtiss sospechaba<br />
o sabía que estos exploradores <strong>de</strong>sobe<strong>de</strong>cerían las ór<strong>de</strong>nes, lanzándose<br />
a una tercera exploración.<br />
No tenía pruebas, lo sé, pero la intuición jamás se equivoca.<br />
¡Dios!... ¡Y no se equivocó!<br />
Pero <strong>de</strong>bo contener mis impulsos. Todo en su momento...<br />
Una vez más dudé. ¿Hacía partícipe a Eliseo <strong>de</strong> estos «hallazgos» y <strong>de</strong>ducciones?<br />
Finalmente elegí el silencio. ¿Para qué cargarle con un suplicio extra?<br />
Con lo que nos aguardaba tenía más que suficiente.<br />
100
«Sí -me dije, buscando un mínimo <strong>de</strong> consuelo-, lo haré más a<strong>de</strong>lante. Quizá<br />
la víspera <strong>de</strong>l <strong>de</strong>finitivo retorno a nuestro verda<strong>de</strong>ro "ahora".»<br />
E intenté quedarme con lo positivo. Los fármacos recién <strong>de</strong>scubiertos eran un<br />
buen augurio. Nos aliviarían, inyectándonos nuevas fuerzas.<br />
¡Pobre ingenuo!<br />
Y esa misma noche iniciamos el tratamiento. Eliseo, confiado, no preguntó. Mi<br />
escueto comentario, supongo, aclaró la situación:<br />
-De parte <strong>de</strong> la Provi<strong>de</strong>ncia...<br />
16 DE AGOSTO, JUEVES (AÑO 25)<br />
¿Casualidad? Me niego a admitirlo.<br />
En realidad, parecía como si el Destino tuviera prisa. Como si <strong>de</strong>seara mostrar<br />
todas las cartas. En especial, las «marcadas». Como si quisiera <strong>de</strong>svelar la<br />
otra «cara» <strong>de</strong> <strong>Caballo</strong> <strong>de</strong> <strong>Troya</strong>. Como si pretendiera hacerlo antes <strong>de</strong>l<br />
arranque <strong>de</strong> la nueva misión...<br />
¡Y ya lo creo que lo logró!<br />
¿Casualidad?<br />
Aparentemente, sí, pero hoy sé que la palabra azar es un espejismo, una<br />
pésima justificación <strong>de</strong> la Ciencia para lo que no controla.<br />
Esta vez fue Eliseo el «<strong>de</strong>scubridor». Y el <strong>de</strong>sagradable «hallazgo» echó leña<br />
al ya crecido fuego <strong>de</strong> la <strong>de</strong>sconfianza.<br />
El «inci<strong>de</strong>nte» surgió a raíz <strong>de</strong> una maniobra rutinaria. Después <strong>de</strong> meditarlo,<br />
en previsión <strong>de</strong> una posible emergencia, el ingeniero informático me puso al<br />
corriente <strong>de</strong> algo importante. Algo que, honradamente, pasamos por alto y<br />
que pudo costamos un disgusto en la «reciente» (?) Operación Salomón. (Por<br />
fortuna, esos meses estivales fueron secos y extremadamente tórridos.)<br />
Como ya expliqué, el apantallamiento infrarrojo <strong>de</strong> la «cuna» y los cinturones<br />
<strong>de</strong> protección <strong>de</strong>pendían vitalmente <strong>de</strong> la SNAP, la pila atómica. Pues bien, al<br />
<strong>de</strong>sconectarla, financiando el suministro eléctrico con los espejos solares, mi<br />
hermano se planteó una seria y lógica duda: ¿qué suce<strong>de</strong>ría si, en nuestras<br />
prolongadas ausencias, cambiaba la climatología? La respuesta era simple y<br />
grave: el sistema se vendría abajo, <strong>de</strong>jándonos sin protección. Si el cielo se<br />
encapotaba, disminuyendo la radiación solar, los acumuladores, como mucho,<br />
resistirían cinco o seis días. Había que encontrar, por tanto, una solución<br />
alternativa que nos permitiera abandonar el Ravid sin temor.<br />
Eliseo estimó que lo más pru<strong>de</strong>nte era <strong>de</strong>jar el asunto en «manos» <strong>de</strong> «Santa<br />
Claus». Bastaba con transferir una or<strong>de</strong>n para que, en caso <strong>de</strong> emergencia<br />
-variación climática o cualquier otro contingente-, el or<strong>de</strong>nador activase<br />
automáticamente la SNAP, sosteniendo así la infraestructura <strong>de</strong> seguridad.<br />
Consi<strong>de</strong>rando que la pila atómica tenía una vida útil superior a un año, el<br />
peligro quedaba conjurado.<br />
101
Aprobé la i<strong>de</strong>a y, aunque las ausencias no <strong>de</strong>berían superar nunca las dos o<br />
tres semanas, se puso manos a la obra.<br />
Y fue en el <strong>de</strong>sarrollo <strong>de</strong> esa sencilla operación cuando mi hermano se sobresaltó<br />
al «<strong>de</strong>scubrir» algo con lo que no contábamos.<br />
Siguiendo el procedimiento tecleó en el or<strong>de</strong>nador central, reclamando el<br />
directorio correspondiente: «CD-SGM» («código <strong>de</strong> acceso a los sistemas<br />
generales <strong>de</strong> mantenimiento»). Como <strong>de</strong>cía, pura rutina. Al introducir la<br />
or<strong>de</strong>n, «Santa Claus» la hacía suya, archivándola en el sistema director.<br />
Pero mi compañero cometió un pequeño, casi insignificante, error. Al pulsar la<br />
mencionada clave -«CD-SGM»- los <strong>de</strong>dos equivocaron una tecla. En lugar <strong>de</strong><br />
tocar la «S» se <strong>de</strong>slizaron unos milímetros hacia la izquierda, alcanzando la<br />
«A».<br />
¿Casualidad? Lo dudo...<br />
La cuestión es que la clave requerida no fue la misma. Eliseo, involuntariamente,<br />
<strong>de</strong>mandó a «Santa Claus» la or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> entrada en otro directorio: el<br />
«CD-AMG» («acceso a material genético»).<br />
Ahí llegó la sorpresa. Toda una <strong>de</strong>sagradable sorpresa...<br />
Recuerdo que escuché un exabrupto. Después, tras un breve silencio, mi<br />
hermano, alterado, pidió explicaciones (?) a la máquina.<br />
-¡Será malnacido! Me aproximé intrigado.<br />
-No puedo creerlo, Jasón... Tu «novio» <strong>de</strong>svaría... En la pantalla, en efecto,<br />
pulsaba en rojo una frase que me <strong>de</strong>jó atónito. -¿Qué pasa?<br />
Eliseo explicó el pequeño <strong>de</strong>sliz. -Inténtalo <strong>de</strong> nuevo...<br />
Así lo hizo, solicitando el directorio que contenía los informes sobre el material<br />
genético. Y lo hizo <strong>de</strong>spacio, recreándose.<br />
-¡La madre que lo parió!<br />
«Santa Claus», impertérrito, ofreció la misma y <strong>de</strong>sconcertante consigna.<br />
Nos miramos confusos. No había duda. Eliseo repitió la clave un total <strong>de</strong><br />
cuatro veces. E, impotente, me cedió el puesto ante el rebel<strong>de</strong> or<strong>de</strong>nador<br />
central. Tampoco tuve fortuna. -¿Cómo es posible?<br />
Mi hermano, tan perplejo como quien esto escribe, se encogió <strong>de</strong> hombros. Y<br />
sentenció:<br />
-Una <strong>de</strong> dos: o se ha vuelto loco o «alguien»... ¿Loco? No, la máquina era casi<br />
perfecta. Y la respuesta <strong>de</strong> «Santa Claus» abrió <strong>de</strong> nuevo la caja <strong>de</strong> los<br />
truenos: «El usuario no tiene prioridad para ejecutar esta or<strong>de</strong>n.»<br />
Increíble...<br />
Tanto Eliseo como yo estábamos lógicamente capacitados para ejecutar esa y<br />
todas las ór<strong>de</strong>nes, abriendo los directorios que estimásemos oportuno. Así lo<br />
hicimos, por ejemplo, al introducir los resultados <strong>de</strong> los análisis efectuados<br />
sobre las muestras <strong>de</strong> la Señora, <strong>de</strong> José, <strong>de</strong> Amos y <strong>de</strong> Jesús <strong>de</strong> Nazaret. ¿A<br />
qué venía ahora esta estupi<strong>de</strong>z? ¿A nosotros?<br />
Tuvimos que rendirnos. Los esfuerzos <strong>de</strong>l ingeniero se estrellaron. «Santa<br />
102
Claus», convertido <strong>de</strong> pronto en enemigo, fue inabordable. «Acceso <strong>de</strong>negado.»<br />
Discutimos. Intentamos <strong>de</strong>smenuzar el problema. La conclusión, lamentablemente,<br />
fue siempre la misma: «alguien», en efecto, una vez transferido el<br />
paquete informativo sobre los ADN, programó el or<strong>de</strong>nador, bloqueándolo.<br />
¿«Alguien»?<br />
Mi hermano estuvo <strong>de</strong> acuerdo conmigo. Ese «alguien» era Curtiss...<br />
Pero, ¿por qué? ¿A qué obe<strong>de</strong>cía aquella <strong>de</strong>sconfianza?<br />
Eliseo sonrió con benevolencia.<br />
-¿Es que no compren<strong>de</strong>s?... Son <strong>de</strong> Inteligencia...<br />
Le reproché la venenosa insinuación aunque, en el fondo, tenía sobradas<br />
razones para opinar como él. Finalmente se excusó:<br />
-Hay militares y militares, querido mayor... Tú y yo pertenecemos a los <strong>de</strong><br />
buena voluntad, como muchos compañeros, que tratan <strong>de</strong> servir a su nación<br />
lo mejor posible.<br />
Acepté la matización, regresando al tema principal. ¿Qué encerraban esas<br />
investigaciones para que «alguien» las hubiera clausurado?<br />
-Está muy claro -prosiguió el ingeniero con cierto cansancio-. Los ADN son<br />
mucho más que un experimento científico... ¡Sólo Dios sabe lo que planean<br />
con ellos! Por eso han sido clasificados...<br />
Reconocí que podía estar en lo cierto. Y poco faltó para que le confesara<br />
cuanto había <strong>de</strong>scubierto con los fármacos. Pero la indignación <strong>de</strong>l leal soldado<br />
era tal que me contuve.<br />
Definitivamente, sólo éramos marionetas al servicio <strong>de</strong> «algo» que me estremeció.<br />
¡Pobres, esforzados e incautos exploradores! ¿Cuándo apren<strong>de</strong>ríamos?<br />
Y ambos tomamos buena nota.<br />
Eliseo, herido en lo más íntimo, juró que «aquello» no quedaría así. Encontraría<br />
la «puerta trasera» o la clave <strong>de</strong> acceso para abrir <strong>de</strong> nuevo el directorio<br />
<strong>de</strong> los ADN. Creía conocer la psicología <strong>de</strong>l administrador <strong>de</strong>l sistema y pelearía<br />
por hallar la «llave». No dudé <strong>de</strong> su capacidad pero, sinceramente, la<br />
empresa se me antojó casi imposible. Estaba claro que nos enfrentábamos a<br />
una mente especialmente agresiva y diabólica. El tiempo me daría la razón...<br />
En cuanto a mí, a raíz <strong>de</strong>l «inci<strong>de</strong>nte», también tomé algunas «<strong>de</strong>cisiones».<br />
Para empezar, nos aprovecharíamos <strong>de</strong> la Operación en todos los sentidos.<br />
Uno, en particular, recibiría la máxima prioridad: la información obtenida en<br />
aquel tercer y extraoficial «salto» sería <strong>de</strong> nuestra absoluta propiedad. Nadie<br />
nos arrebataría la valiosa documentación.<br />
Y una audaz y peligrosa «i<strong>de</strong>a» fue germinando en mi cerebro.<br />
No lo consentiría. No permitiría que esas tenebrosas fuerzas que nos estaban<br />
utilizando se apo<strong>de</strong>rasen <strong>de</strong>l valioso «cargamento» <strong>de</strong>positado en el módulo.<br />
Los ADN no caerían en sus manos.<br />
103
También lo juré. Y lo hice por lo más sagrado que conocía: el Hijo <strong>de</strong>l Hombre...<br />
He sido militar, y me siento orgulloso, pero entiendo que todo tiene un límite.<br />
Mi hermano tampoco supo <strong>de</strong> estas drásticas «<strong>de</strong>cisiones». No lo consi<strong>de</strong>ré<br />
oportuno. Dado lo arriesgado <strong>de</strong> la «i<strong>de</strong>a», y las imprevisibles «consecuencias»<br />
que podían <strong>de</strong>rivarse <strong>de</strong> una «acción» así, preferí mantenerlo al margen.<br />
Nadie le culparía. Sería yo el único responsable.<br />
Así terminó aquel extraño y difícil día. Una jornada, como apuntaba anteriormente,<br />
en la que el Destino se empeñó en mostrarnos la otra «cara» <strong>de</strong> la<br />
Operación <strong>Caballo</strong> <strong>de</strong> <strong>Troya</strong>.<br />
Por supuesto, lo agra<strong>de</strong>cí. Era más útil y rentable saber a qué atenernos...,<br />
antes <strong>de</strong> empren<strong>de</strong>r la nueva y fascinante aventura. Era vital que estos exploradores<br />
conocieran <strong>de</strong> antemano lo que les aguardaba al retornar a su<br />
verda<strong>de</strong>ro «ahora».<br />
Y me puse en manos <strong>de</strong> la Provi<strong>de</strong>ncia. Ella «sabe»...<br />
17 DE AGOSTO, VIERNES<br />
No sé por qué pero, al asomarme al «portaaviones», me sentí optimista.<br />
Cielo azul. Viento en calma... Un día magnífico, sí.<br />
Los recientes y tristes «hallazgos» parecían casi olvidados. Ahora sólo contaba<br />
el inminente viaje al macizo montañoso <strong>de</strong>l Hermón. E imaginé al<br />
Maestro en algún bello rincón <strong>de</strong> aquel coloso nevado...<br />
¿Qué haría? ¿Por qué tomó la <strong>de</strong>cisión <strong>de</strong> refugiarse en un lugar tan apartado?<br />
Y, sobre todo, ¿cuáles eran sus pensamientos? ¿Había concebido ya la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong><br />
lanzarse a predicar?<br />
Súbitamente, sin embargo, el Destino me arrancó <strong>de</strong> estas reflexiones. Y<br />
siguió tejiendo y <strong>de</strong>stejiendo...<br />
Fue al reparar en mis manos cuando, <strong>de</strong> pronto, el optimismo se evaporó.<br />
¿Cómo no me di cuenta? Al acostarme no estaban allí... Esto tuvo que aparecer<br />
en el transcurso <strong>de</strong> la pasada noche.<br />
Y los viejos temores, los familiares fantasmas, se agolparon en tropel en el<br />
corazón <strong>de</strong> este cansado explorador. ..<br />
¡Dios mío!<br />
Lo examiné cuidadosamente, llegando a un único e inmisericor<strong>de</strong> diagnóstico:<br />
la <strong>de</strong>gradación neuronal avanzaba con mayor rapi<strong>de</strong>z <strong>de</strong> lo inicialmente supuesto.<br />
Desperté a mi hermano y, sin mediar palabra, repetí la inspección.<br />
¡Afirmativo!<br />
Eliseo, como yo, reaccionó con asombro. Se restregó las manos y, titubeante,<br />
preguntó:<br />
-¿Es grave?<br />
104
No supe contestar. Mejor dicho, no quise.<br />
Por supuesto que lo era. Des<strong>de</strong> mi punto <strong>de</strong> vista como médico, «aquello», al<br />
menos, constituía un síntoma preocupante.<br />
Terminé mostrando las mías y creo que entendió.<br />
-¿Y bien?<br />
Moví la cabeza negativamente y, supongo, se hizo cargo.<br />
De la noche a la mañana, en efecto, como un aviso, los dorsos <strong>de</strong> las manos<br />
aparecieron abundantemente moteados. No había duda. Las máculas seniles,<br />
<strong>de</strong> un inconfundible color rojizo oscuro y con las típicas formas circulares, nos<br />
estaban invadiendo. El envejecimiento, animado por la agresión <strong>de</strong> los radicales<br />
libres, seguía su curso. Y me eché a temblar...<br />
Si las manchas se presentaron en cuarenta y ocho horas, ¿cuánto necesitaría<br />
el resto <strong>de</strong> la patología para hacer acto <strong>de</strong> presencia? La recuperación tras los<br />
<strong>de</strong>svanecimientos, ciertamente, fue buena. Casi óptima. Sin embargo, allí<br />
estaba la verdad. El mal cabalgaba inexorablemente.<br />
Luché por serenarme. Ahora, más que nunca, <strong>de</strong>bía ser frío y consecuente.<br />
Lo primero era someter a mi compañero, y a mí mismo, a un concienzudo<br />
chequeo. Después, ya veríamos...<br />
Eliseo, dócil y preocupado, me <strong>de</strong>jó hacer.<br />
Estaba claro que los capilares fallaban como consecuencia <strong>de</strong>l déficit <strong>de</strong> vitamina<br />
C. La fragilidad saltaba a la vista.<br />
Al inspeccionar los ojos, sin embargo, me tranquilicé relativamente. El arco<br />
corneano senil, alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong>l iris, no se había presentado aún. El gerontoxon,<br />
a nivel <strong>de</strong> la córnea, con su <strong>de</strong>pósito <strong>de</strong> calcio y células muertas, era otro <strong>de</strong><br />
los indicios más temido. Esta opacidad amarillenta <strong>de</strong> la superficie <strong>de</strong> la<br />
córnea, por la <strong>de</strong>generación adiposa <strong>de</strong> las citadas células corneales, podía<br />
marcar el principio <strong>de</strong>l fin...<br />
Ninguno <strong>de</strong> los dos lucíamos aquel «aviso»..., <strong>de</strong> momento.<br />
Tampoco el cabello y las unas aparecían afectados. El primero se conservaba<br />
firme y lozano, sin señales <strong>de</strong> recesión o encanecimiento. Las segundas, por<br />
su parte, se hallaban igualmente limpias e íntegras. Un envejecimiento<br />
prematuro las volvería quebradizas.<br />
Otra cuestión fue la piel...<br />
Al igual que sucediera con este explorador, la <strong>de</strong> mi hermano acababa <strong>de</strong><br />
iniciar un preocupante proceso <strong>de</strong> secado, con una abundante <strong>de</strong>scamación.<br />
Estaba, por tanto, ante una piel hiperqueratósica.<br />
Procuré animarle, explicando que el síntoma, aunque aparatoso y <strong>de</strong>sagradable,<br />
no era alarmante. Ni yo me lo creí...<br />
El piloto continuó en silencio, cada vez más entero y reposado. E intenté<br />
imitarle, aunque la verdad, sólo lo conseguí a medias.<br />
Al proce<strong>de</strong>r con la vista y el oído, Eliseo estalló. No pudo contenerse y se<br />
<strong>de</strong>sbordó en una risa limpia y contagiosa. Aquello era absurdo, en efecto.<br />
105
Tanto él como quien esto escribe conservábamos unos índices inmejorables.<br />
Naturalmente, los valores <strong>de</strong> presbiacusia (menor audición) y presbicia<br />
(menor vista) fueron negativos.<br />
Y atacado por las carcajadas bromeó:<br />
-¿Dos ciegos y dos sordos a la búsqueda <strong>de</strong>l Maestro?... ¡Eso me suena,<br />
mayor!<br />
Agra<strong>de</strong>cí el buen humor. Y la tensión aflojó.<br />
El resto <strong>de</strong>l chequeo resultó igualmente negativo. No observé los típicos<br />
dolores que hubiera provocado la osteoporosis y tampoco signo alguno <strong>de</strong><br />
arteriesclerosis.<br />
Respecto a la secreción neurohormonal, sólo los «nemo» podrían haber valorado<br />
la situación <strong>de</strong>l factor «tropo», responsable <strong>de</strong> la estimulación hormonal<br />
a través <strong>de</strong> la hipófisis. Y supuse que no <strong>de</strong>bía <strong>de</strong> ser muy boyante.<br />
En cuanto al otro «problema» -la andropausia o disminución <strong>de</strong> las hormonas<br />
gonadales, con la consiguiente «caída» <strong>de</strong> la libido-, a qué engañarnos: nos<br />
traía sin cuidado. Después <strong>de</strong> tan prolongada estancia en las tierras <strong>de</strong> Palestina<br />
era, sin duda, el único síntoma <strong>de</strong> envejecimiento que agra<strong>de</strong>cíamos...<br />
El balance, pues, a pesar <strong>de</strong> las apariencias, no era tan <strong>de</strong>rrotista. El mal nos<br />
cercaba, sí, pero, al parecer, se mantenía a distancia.<br />
Aun así, dudé.<br />
La patología, la enfermedad, anidaba en nuestro interior y, tar<strong>de</strong> o temprano,<br />
nos asaltaría.<br />
¿Qué <strong>de</strong>cisión tomaba?<br />
Si el daño nos conquistaba gradualmente quizá tuviéramos una oportunidad.<br />
Quizá, al <strong>de</strong>tectar el primer indicio grave, fuéramos capaces <strong>de</strong> abortar la<br />
misión, regresando <strong>de</strong> inmediato a Masada y a nuestro legítimo «ahora». Pero<br />
esto sólo eran suposiciones...<br />
¿Qué suce<strong>de</strong>ría si la memoria, por ejemplo, fallaba repentinamente? ¿Qué<br />
sería <strong>de</strong> nosotros si las neuronas se colapsaban sin previo aviso, originando<br />
un acci<strong>de</strong>nte cerebrovascular? ¿Qué hacer ante una pérdida <strong>de</strong> visión?<br />
Aquellas muy reales posibilida<strong>de</strong>s me mantuvieron absorto el resto <strong>de</strong> la<br />
jornada. Fue otro mal trago. Y todo quedó pospuesto.<br />
Por último, al atar<strong>de</strong>cer, abrumado, incapaz <strong>de</strong> hallar por mí mismo una<br />
solución responsable, me reuní con Eliseo. Fui medianamente franco. Detallé<br />
algunos <strong>de</strong> estos peligros -no todos-, expresando mis dudas sobre la conveniencia<br />
<strong>de</strong> empren<strong>de</strong>r la misión.<br />
Escuchó paciente y resignado. Pero, al pronunciar la frase clave -«entiendo<br />
que <strong>de</strong>beríamos suspen<strong>de</strong>r el proyecto»-, se <strong>de</strong>scompuso. Olvidó rango y<br />
amistad y me tachó <strong>de</strong> cobar<strong>de</strong>, pusilánime y no sé cuántas otras «lin<strong>de</strong>zas».<br />
Lo encajé sin alterarme. Hasta cierto punto era comprensible. Y <strong>de</strong>jé que se<br />
vaciara.<br />
Abandonó la «cuna» y lo vi alejarse hacia el manzano <strong>de</strong> Sodoma. Fue un<br />
106
momento amargo. El primer enfrentamiento serio. ¿Era en verdad un cobar<strong>de</strong>?<br />
El pensamiento me torturó.<br />
Quizá tenía razón... Ya lo habíamos hablado. Ya convenimos que nuestra<br />
salud no era lo importante. Entonces...<br />
Sí, un cobar<strong>de</strong>...<br />
Y aquella magnífica y po<strong>de</strong>rosa «fuerza» que nos asistía me puso en pie. Salté<br />
a tierra y, <strong>de</strong>cidido, salí al encuentro <strong>de</strong> Eliseo.<br />
No hubo muchas palabras.<br />
Fui yo quien solicitó disculpas. Y el noble amigo, sonriendo abiertamente, se<br />
encargó <strong>de</strong>l resto:<br />
-No, soy yo quien te pi<strong>de</strong> perdón... Y ahora, escúchame... Comprendo que la<br />
situación no es óptima. Si quedáramos disminuidos físicamente en este<br />
tiempo, tal y como apuntas, no sé qué sería <strong>de</strong> nosotros y, muy especialmente,<br />
<strong>de</strong> la valiosa información que se nos ha concedido...<br />
¿A dón<strong>de</strong> quería ir a parar? Al punto, con idéntica seguridad, aclaró la cuestión:<br />
-... Pues bien, te propongo una vía intermedia.<br />
Me observó fijamente. Sin pestañear. Y tras la breve y estudiada pausa,<br />
proclamó:<br />
-Prosigamos. Busquemos al Maestro. Cumplamos la misión..., hasta don<strong>de</strong><br />
sea posible. Y al primer síntoma grave, al primero..., regresemos.<br />
Su mirada se intensificó. Yo diría que brilló.<br />
-¿Aceptas?<br />
Sonreí complacido. Su <strong>de</strong>voción e interés por aquel Hombre eran más fuertes<br />
y profundos que los míos.<br />
Le tendí la mano.<br />
-Hecho... Pero con una condición...<br />
Aguardó impaciente.<br />
-Llegado ese momento, cuando la nave <strong>de</strong>spegue <strong>de</strong>l Ravid, no <strong>de</strong>berás<br />
preguntar..., sobre lo que veas. Sencillamente, acéptalo.<br />
Frunció el ceño, sin compren<strong>de</strong>r. Pero, astuto, no indagó.<br />
-Hecho..., mayor. Usted está al mando... Llegado ese instante tendrá un<br />
copiloto ciego, sordo y mudo. Lo normal en nuestra situación…<br />
Recompuesto el ánimo, olvidado el agrio enfrentamiento, nos enfrascamos en<br />
el último repaso <strong>de</strong>l plan y <strong>de</strong> la mo<strong>de</strong>sta impedimenta.<br />
Como mencioné, si la información <strong>de</strong>l anciano Zebe<strong>de</strong>o era correcta, en<br />
aquellos días -agosto <strong>de</strong>l año 25 <strong>de</strong> nuestra era-, el Galileo <strong>de</strong>bía <strong>de</strong> encontrarse<br />
en algún lugar <strong>de</strong>l macizo montañoso que espejeaba al norte. En mi<br />
po<strong>de</strong>r obraban dos valiosas pistas que, quizá, si la fortuna seguía <strong>de</strong> nuestro<br />
lado, nos permitirían localizarlo con relativa facilidad (?).<br />
En teoría, el plan era sencillo.<br />
107
A la mañana siguiente, al amanecer, abandonaríamos el Ravid, encaminándonos<br />
hacia la primera <strong>de</strong>sembocadura <strong>de</strong>l Jordán, en las cercanías <strong>de</strong><br />
Saidan. Des<strong>de</strong> allí, a buen paso, remontando el río, podíamos alcanzar la orilla<br />
sur <strong>de</strong>l lago Hule (Semaconitis) antes <strong>de</strong>l ocaso. La segunda etapa <strong>de</strong>l viaje,<br />
prevista para el domingo, 19, era más compleja. Y no por la distancia a recorrer<br />
-prácticamente similar a la <strong>de</strong>l día anterior-, sino por el hecho <strong>de</strong><br />
penetrar en las estribaciones <strong>de</strong>l inmenso Hermón. El macizo, integrado por<br />
múltiples alturas, sumaba más <strong>de</strong> sesenta kilómetros <strong>de</strong> longitud. Todo un<br />
laberinto. Si las pistas fallaban, la búsqueda <strong>de</strong> Jesús <strong>de</strong> Nazaret sería un<br />
empeño casi inviable.<br />
Pero no quisimos pensar en esa posibilidad. Lo importante, <strong>de</strong> momento,<br />
como repetía Eliseo, «era llegar al río». Una vez allí, ya veríamos cómo<br />
«cruzarlo»...<br />
Si lo hallábamos, si encontrábamos al Maestro, y si las fuerzas nos acompañaban,<br />
el trabajo consistiría en seguirlo. Vivir a su lado día y noche. Reunir<br />
toda la información posible. Conocer sus pensamientos, <strong>de</strong>seos y proyectos.<br />
Averiguar, en <strong>de</strong>finitiva, quién era aquel Hombre...<br />
Ni qué <strong>de</strong>cir tiene que, conforme fuimos chequeando el plan, mi compañero se<br />
encendió, contagiándome su entusiasmo. El instinto (?) nos gritaba que lo<br />
teníamos al alcance <strong>de</strong> la mano. Estábamos a punto <strong>de</strong> <strong>de</strong>svelar otro misterioso<br />
e ignorado capítulo <strong>de</strong> su vida...<br />
Aquellos intensos momentos, francamente, nos compensaron <strong>de</strong> las pasadas<br />
amarguras. Parecíamos niños, ilusionados con la magia <strong>de</strong> un encuentro<br />
largamente <strong>de</strong>seado.<br />
Y fue el pletórico ingeniero quien planteó también una <strong>de</strong> las cuestiones clave:<br />
¿nos reconocería?<br />
El problema era arduo.<br />
Si nos ajustábamos a un criterio estrictamente racional, ese «reconocimiento»<br />
era imposible. Lo habíamos conocido en el año 30. Es <strong>de</strong>cir, en el<br />
«futuro». Obviamente, al retroce<strong>de</strong>r cinco años, Él no podía saber quiénes<br />
eran aquellos griegos. ¿O sí? Y en mi mente surgió la increíble escena en la<br />
casa <strong>de</strong> Lázaro, en Betania. El Maestro, a pesar <strong>de</strong> ignorarlo todo sobre mí,<br />
<strong>de</strong>jó a los suyos y, avanzando hacia quien esto escribe, fue a posar sus largas<br />
y velludas manos sobre mis hombros. Y haciéndome un guiño, sonriendo,<br />
exclamó:<br />
«Sé bien venido.»<br />
Aquello ocurrió un 31 <strong>de</strong> marzo, viernes. Nunca lo olvidaré.<br />
Pues bien, si fue capaz <strong>de</strong> tal recibimiento en dicho año 30, ¿qué suce<strong>de</strong>ría<br />
ahora, en el 25?<br />
El examen <strong>de</strong> los petates e indumentarias fue rápido. No era mucho lo que<br />
precisábamos. En cambio, sí necesitábamos dormir y reponer las maltrechas<br />
fuerzas.<br />
108
Dineros.<br />
Optamos por introducir quince <strong>de</strong>narios <strong>de</strong> plata en cada una <strong>de</strong> las bolsas <strong>de</strong><br />
hule que colgarían <strong>de</strong> los respectivos ceñidores. Las setenta monedas restantes<br />
-capital sobrante <strong>de</strong> la Operación Salomón- permanecerían en la<br />
«cuna» junto al valioso ópalo blanco y los provi<strong>de</strong>nciales diamantes sintéticos,<br />
que tan excelente «juego» nos proporcionaron en el <strong>de</strong>sierto. Según nuestros<br />
cálculos -basados siempre en las noticias <strong>de</strong>l Zebe<strong>de</strong>o padre-, el regreso <strong>de</strong><br />
Jesús al yam (mar <strong>de</strong> Tibería<strong>de</strong>s) <strong>de</strong>bería registrarse en los primeros días <strong>de</strong><br />
setiembre, más o menos. En ese momento, inexcusablemente, ascen<strong>de</strong>ríamos<br />
al Ravid, reaprovisionándonos. En principio, por tanto, si no surgían<br />
imprevistos, esas treinta piezas <strong>de</strong> plata (equivalentes al salario mensual <strong>de</strong><br />
un jornalero) cubrirían las necesida<strong>de</strong>s básicas <strong>de</strong> aquellos exploradores.<br />
Agua y medicinas.<br />
Cargaríamos también sendas calabazas ahuecadas, a guisa <strong>de</strong> cantimploras,<br />
con tres litros <strong>de</strong> agua cada una, previamente tratada en el módulo. Como ya<br />
informé, tanto la producida en la nave como la recogida <strong>de</strong>l exterior, siguiendo<br />
la normativa, eran filtradas y sometidas a ebullición, con el fin <strong>de</strong><br />
evitar los gérmenes. Los quistes Entamoeba histolyíica y Giardia lamblia recibirían<br />
un tratamiento especial con tintura <strong>de</strong> yodo <strong>de</strong> hasta diez gotas por<br />
litro (a un 2 por ciento). Estos parásitos, muy frecuentes en aquellas latitu<strong>de</strong>s,<br />
eran resistentes, incluso a la cloración.<br />
A <strong>de</strong>cir verdad, estas precauciones, muy loables y necesarias, terminaban<br />
siendo impracticables a los pocos días <strong>de</strong> iniciada una exploración. Por lógica,<br />
el agua se agotaba y nos veíamos obligados a consumir la que aparecía más<br />
a mano. Para evitar estos problemas, a<strong>de</strong>más <strong>de</strong> ser extremadamente escrupulosos<br />
a la hora <strong>de</strong> beber, incluimos en las ampolletas <strong>de</strong> barro <strong>de</strong> la<br />
«farmacia» <strong>de</strong> campaña abundantes dosis <strong>de</strong> fármacos antiinfecciosos. Contra<br />
el paludismo, por ejemplo, ambos ingeríamos, obligatoriamente, trescientos<br />
miligramos <strong>de</strong> cloroquina dos veces por semana, reforzando la barrera<br />
quimioprofiláctica con una asociación <strong>de</strong> pirimetamina-dapsona. (Teníamos<br />
fundadas sospechas <strong>de</strong> que algunas <strong>de</strong> las cepas -caso <strong>de</strong> la P. falciparumeran<br />
resistentes a la citada cloroquina.)<br />
El resto <strong>de</strong> la «farmacia», amén <strong>de</strong> lo ya habitual, lo integraba uno <strong>de</strong> los<br />
provi<strong>de</strong>nciales específicos antioxidantes, la dimetilglicina. En total dispuse<br />
una treintena <strong>de</strong> tabletas para cada uno. Con ello, el tratamiento estaba a<br />
salvo durante un mes.<br />
Por último, haciendo caso omiso a las protestas <strong>de</strong> Eliseo, los ropones fueron<br />
cuidadosamente plegados y <strong>de</strong>positados en el fondo <strong>de</strong> los sacos. A pesar <strong>de</strong><br />
las altas temperaturas <strong>de</strong>l verano en la Galilea convenía ser pru<strong>de</strong>ntes y<br />
cargar con los incómodos mantos <strong>de</strong> lana. Las noches en el Hermón no tenían<br />
nada que ver con las <strong>de</strong>l yam. Seguramente lo agra<strong>de</strong>ceríamos...<br />
En cuanto a mi petate, tras reflexionar, <strong>de</strong>cidí completarlo con los últimos<br />
109
papiros existentes en la «cuna»<br />
y que tan útiles habían resultado en la transcripción <strong>de</strong> lo escrito por el Zebe<strong>de</strong>o<br />
padre respecto a los años «secretos» <strong>de</strong>l Maestro. Lo pensé y terminé<br />
<strong>de</strong>cidiendo que lo más a<strong>de</strong>cuado era tomar notas sobre la marcha. Las palabras<br />
<strong>de</strong>l rabí, los sucesos cotidianos, así como nuestras impresiones personales,<br />
serían minuciosa y puntualmente registrados. La memoria era buena,<br />
pero prefería anotarlo todo, día a día. Para ello sólo contaba con aquel rústico<br />
soporte vegetal, <strong>de</strong>l tipo amphitheatrica. Gradualmente, conforme lo necesitara,<br />
iría reponiéndolo, redon<strong>de</strong>ando así el precioso «diario». Cada hoja,<br />
como ya expliqué, <strong>de</strong> ocho por diez pulgadas (veinticuatro por treinta centímetros),<br />
permitiría escribir por ambas caras, siendo enlazadas a continuación<br />
con un sencillo cosido. E incluí, lógicamente, un par <strong>de</strong> cala-mus o carrizos,<br />
cortados oblicuamente y convenientemente hendidos, que servirían <strong>de</strong><br />
plumas. Junto a ellos, tres pequeños «cubos» <strong>de</strong> tinta solidificada -<strong>de</strong> unos<br />
doscientos gramos <strong>de</strong> peso cada uno-, con el correspondiente y necesario<br />
tintero <strong>de</strong> barro. La tinta, fabricada con hollín y goma, se conservaba seca,<br />
siendo diluida en agua cuando el escribano se disponía a escribir.<br />
Provisiones.<br />
Este capítulo sería resuelto en la cercana plantación <strong>de</strong> los felah. Nada más<br />
<strong>de</strong>scen<strong>de</strong>r <strong>de</strong>l Ravid intentaríamos adquirir lo necesario.<br />
Seguridad personal.<br />
Poco cambió. En principio, con lo habitual era más que suficiente: «piel <strong>de</strong><br />
serpiente» cubriendo la totalidad <strong>de</strong>l cuerpo, «tatuajes» en las respectivas<br />
manos izquierdas y la inseparable «vara <strong>de</strong> Moisés», provista <strong>de</strong> los ya conocidos<br />
sistemas <strong>de</strong> <strong>de</strong>fensa (láser <strong>de</strong> gas y ultrasonidos). En un primer<br />
momento, dado que aquel tercer «salto» era extraoficial, pensamos en retirar<br />
el resto <strong>de</strong> los dispositivos <strong>de</strong> análisis alojado en el cayado <strong>de</strong> «augur». Finalmente<br />
opté por <strong>de</strong>jarlos don<strong>de</strong> estaban. Quizá fueran útiles. La verdad es que<br />
no sabíamos a qué nos enfrentábamos. Por otro lado -y <strong>de</strong> esto, obviamente,<br />
no dije nada a mi compañero-, si aquella malévola «i<strong>de</strong>a» continuaba creciendo<br />
en mi cerebro, no tenía por qué preocuparme por dichos dispositivos...<br />
Seguridad <strong>de</strong> la «cuna».<br />
Como en la Operación Salomón, fue confiada al inflexible e «insomne» «Santa<br />
Claus».<br />
Los dos largos meses <strong>de</strong> ausencia, como ya manifesté, sirvieron <strong>de</strong> ejemplo y<br />
lección. El or<strong>de</strong>nador nunca falló.<br />
Como precaución extra, sin embargo, Eliseo sugirió la <strong>de</strong>sconexión <strong>de</strong> las<br />
mangueras que suministraban oxidante y combustible al J 85 y a los restantes<br />
motores. El tetróxido <strong>de</strong> nitrógeno y la mezcla <strong>de</strong> hidracina y dimetril hidracina<br />
asimétrica (al cincuenta por ciento) eran propulsores hipergólicos (es<br />
<strong>de</strong>cir, se queman espontáneamente cuando se combinan, sin necesidad <strong>de</strong><br />
ignición). Y aunque el riesgo era muy remoto, algo así hubiera ocasionado una<br />
110
catástrofe, <strong>de</strong>jándonos en aquel «tiempo» para siempre...<br />
Los tanques, por tanto, fueron convenientemente aislados. El or<strong>de</strong>nador, por<br />
su parte, se responsabilizaría <strong>de</strong>l chequeo <strong>de</strong> los mismos, velando para evitar<br />
cualquier fuga. La alta toxicidad, en el caso <strong>de</strong> emanación, habría resultado<br />
letal para todo el entorno, incluyendo, naturalmente, a los pilotos.<br />
En el caso <strong>de</strong> una alta emergencia -algo realmente improbable-, la computadora<br />
fue programada para modificar la direccionalidad <strong>de</strong>l «ojo <strong>de</strong>l cíclope»,<br />
advirtiéndonos. En dicho supuesto, el último cinturón protector -el <strong>de</strong> los<br />
microláseres- sería dirigido hacia el cielo. Si nos hallábamos en el yam, o en<br />
sus alre<strong>de</strong>dores, el abanico infrarrojo podía ser <strong>de</strong>tectado con el auxilio <strong>de</strong> las<br />
«crótalos». Todo era cuestión, entonces, <strong>de</strong> retornar <strong>de</strong> inmediato a la cima<br />
<strong>de</strong>l Ravid. La privilegiada atalaya, como creo haber mencionado, se encontraba<br />
a diez kilómetros en línea recta <strong>de</strong> Nahum y a catorce <strong>de</strong> la pequeña<br />
localidad costera <strong>de</strong> Saidan. Suficiente para «visualizar» el «faro» <strong>de</strong> los<br />
microláseres.<br />
Y, satisfechos y nerviosos, nos retiramos a <strong>de</strong>scansar.<br />
Al poco, sin embargo, mi hermano volvió a levantarse. Parecía preocupado.<br />
Lo atribuí a lo inminente <strong>de</strong>l viaje y, quizá, al no muy lejano encuentro con el<br />
Hijo <strong>de</strong>l Hombre. Pero, ante mi sorpresa, <strong>de</strong>scendió a tierra, perdiéndose en la<br />
oscuridad. Aquello me intranquilizó.<br />
¿Qué sucedía?<br />
Supongo que fue lógico. Por mi mente <strong>de</strong>sfiló <strong>de</strong> inmediato la vieja amenaza<br />
<strong>de</strong>l <strong>de</strong>terioro neuronal.<br />
¡Dios!... ¡Otra vez no!<br />
¿Es que presentaba algún nuevo síntoma? ¿Cuál <strong>de</strong> ellos?<br />
E inquieto lo busqué a través <strong>de</strong> las escotillas.<br />
Imposible. La luna nueva caía negra y espesa sobre el «portaaviones».<br />
¿Y si estuviera equivocado?<br />
Debía contenerme.<br />
Quizá se trataba, únicamente, <strong>de</strong> un insomnio pasajero, fruto <strong>de</strong> la tensión...<br />
No, mi hermano disfrutaba <strong>de</strong> unos nervios <strong>de</strong> acero. Siempre dormía como<br />
un bendito...<br />
Tenía que sacudirme aquella maldita duda.<br />
Media hora más tar<strong>de</strong>, ansioso, cuando me disponía a saltar, lo vi llegar.<br />
Se sorprendió al verme en pie. Y, comprendiendo, se excusó, explicando el<br />
porqué <strong>de</strong> la repentina salida al exterior.<br />
Al escucharle, mi estima por aquel espíritu limpio y generoso creció notablemente.<br />
La verdad es que la Provi<strong>de</strong>ncia -estoy convencido- tuvo mucho<br />
que ver en la «organización» <strong>de</strong> aquel gran «viaje». De haber tropezado con<br />
otro piloto, nada hubiera sido igual...<br />
Naturalmente asentí, aprobando la sugerencia. A pesar <strong>de</strong> los pesares,<br />
cumpliríamos...<br />
111
Mi hermano, según confesó, se vio asaltado por una duda. Él, como yo, seguía<br />
teniendo presente la súplica <strong>de</strong>l general Curtiss antes <strong>de</strong> partir hacia el segundo<br />
«salto»:<br />
«... Llevad también este retoño y plantadlo en nombre <strong>de</strong> los que quedamos<br />
a este lado... Será el humil<strong>de</strong> y secreto símbolo <strong>de</strong> unos hombres que sólo<br />
buscan la paz. Una paz sin fronteras. Una paz sin limitaciones <strong>de</strong> espacio..., ni<br />
<strong>de</strong> tiempo. ¡Gracias!...»<br />
Pues bien, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> lo <strong>de</strong>scubierto e intuido, el joven no supo qué hacer.<br />
¿Me recordaba la presencia en el módulo <strong>de</strong>l vástago <strong>de</strong> olivo? ¿Aceptaría su<br />
propuesta? ¿Me mostraría conforme con el hecho <strong>de</strong> transportar el retoño y<br />
plantarlo en alguna parte?<br />
Los recientes acontecimientos, colocando a Curtiss y a su gente en una situación<br />
tan reprobable, lo frenaron. Él <strong>de</strong>seaba cumplir la palabra dada, pero<br />
<strong>de</strong>sconocía mis sentimientos.<br />
Lo tranquilicé. Cumpliríamos. Aunque no merecían nuestro respeto, cumpliríamos...<br />
Después <strong>de</strong> todo, aquel olivo no representaba únicamente a unos pocos, sino<br />
a toda la Humanidad. Era nuestro mo<strong>de</strong>sto homenaje al Hombre que más ha<br />
hecho por la paz.<br />
Y el vástago, «hijo <strong>de</strong> una época», fue igualmente <strong>de</strong>positado en su saco,<br />
dispuesto para ser trasplantado a «otra».<br />
Curioso. La sugerencia <strong>de</strong> Eliseo terminaría haciendo feliz a quien menos<br />
imaginábamos...<br />
Cosas <strong>de</strong>l Destino.<br />
Y la noche y el silencio -como una bella premonición- me trasladaron lejos,<br />
muy lejos...<br />
Nunca olvidaré aquel sueño.<br />
18 DE AGOSTO, SÁBADO<br />
¿Fue sólo un sueño?<br />
Quién sabe...<br />
Recuerdo que nos hallábamos en una pequeña meseta, ro<strong>de</strong>ada <strong>de</strong> espesos<br />
bosques...<br />
En la ensoñación no i<strong>de</strong>ntifiqué el lugar, pero yo sabía que era el Hermón...<br />
Eliseo estaba conmigo, a mi lado. Y al fondo, resplan<strong>de</strong>ciente, la «cuna»...<br />
Hablábamos con el Maestro...<br />
Más allá, cerca <strong>de</strong> la nave, Pedro y los hermanos Zebe<strong>de</strong>o nos miraban espantados...<br />
Parecían medio dormidos...<br />
Jesús, mi hermano y quien esto escribe conversábamos sobre el «futuro»,<br />
sobre nuestra misión y lo que nos aguardaba al retornar a nuestro verda<strong>de</strong>ro<br />
«ahora». El Maestro lo conocía todo. Y nos aconsejó valor y confianza. Todo<br />
112
saldría bien...<br />
Era extraño. Hablábamos, sí, pero no escuchábamos sonidos... Sin embargo,<br />
nos entendíamos...<br />
Fueron momentos intensos y felices. Una paz <strong>de</strong>sconocida nos invadía...<br />
Pero lo más increíble (?) es que, triunfando sobre el radiante sol, rostros,<br />
manos y vestiduras irradiaban una luminosidad blanca, intensa y <strong>de</strong>slumbrante...<br />
El Maestro, <strong>de</strong>spués, se refirió a su próximo ingreso en Jerusalén. Notamos<br />
cierta tristeza...<br />
Eliseo le animó.<br />
Por último, tras abrazarnos, regresamos al módulo. Entonces, los íntimos<br />
corrieron hacia Jesús. Y al pasar ante nosotros, con gran veneración, se <strong>de</strong>cían<br />
unos a otros:<br />
«Son Moisés y Elías.»<br />
Mi hermano quiso hablar. Sacarles <strong>de</strong>l error, pero yo tiré <strong>de</strong> él, recordándole<br />
que «eso estaba prohibido»...<br />
¡Dios mío!... ¡Qué absurdo!... ¿Absurdo? Hoy no estoy tan seguro.<br />
Despegamos y, <strong>de</strong> pronto, algo falló...<br />
«Santa Claus» se volvió loco... Las alarmas acústicas atronaron la cabina...<br />
¡Peligro!... ¿Qué sucedía?<br />
En ese instante <strong>de</strong>sperté... Mejor dicho, me <strong>de</strong>spertaron.<br />
-¡Jasón!... ¿Qué ocurre?... ¿Qué ha fallado?<br />
Inmenso todavía en el recuerdo <strong>de</strong>l aparentemente «loco» (?) sueño necesité<br />
unos segundos para reaccionar. ¿Dón<strong>de</strong> estaba? ¿Seguía en el Hermón?<br />
-¡Jasón!... ¡Peligro!...<br />
Salté <strong>de</strong> la litera y, confuso, me dirigí al panel <strong>de</strong> mando.<br />
Aquello era un manicomio.<br />
El or<strong>de</strong>nador había disparado las señales luminosas y acústicas. En el exterior,<br />
los hologramas, con las gigantescas ratas-topo agitándose y chillando, multiplicaron<br />
la confusión.<br />
-Pero, ¿qué suce<strong>de</strong>?... ¿Qué es eso?<br />
Algo se movía y llenaba la pantalla <strong>de</strong>l 2 D, el radar <strong>de</strong> alerta temprana (AT).<br />
Eran cientos, miles, <strong>de</strong> target.<br />
Eliseo <strong>de</strong>sconectó las alarmas y el silencio nos favoreció. Debíamos obrar con<br />
un máximo <strong>de</strong> cautela y precisión.<br />
Fui serenándome.<br />
-¡Jasón!... ¿qué diablos es eso?<br />
No supe respon<strong>de</strong>r. No tenía ni i<strong>de</strong>a. Algo, en efecto, acababa <strong>de</strong> irrumpir en<br />
el «portaaviones» haciendo saltar la totalidad <strong>de</strong> los cinturones <strong>de</strong> protección,<br />
incluido el gravitatorio, a 205 metros <strong>de</strong> la «cuna».<br />
-No veo nada... Las imágenes infrarrojas sólo <strong>de</strong>tectan pequeños cuerpos<br />
calientes...<br />
113
Afiné la resolución, amplificando los target. -Negativo. «Santa Claus» distingue<br />
únicamente focos <strong>de</strong> calor... ¡Son seres vivos!...<br />
¿Miles y miles?<br />
Consulté los relojes. Faltaban diez minutos para el alba.<br />
-Está bien. Nos arriesgaremos... ¡Anula <strong>de</strong>fensas!<br />
Eliseo me miró perplejo.<br />
-¡Por Dios, obe<strong>de</strong>ce!... ¡Desconecta!... ¡Voy a salir!...<br />
No había alternativa.<br />
Tomé la «vara» y me lancé a tierra. No sabíamos qué era «aquello», pero<br />
tampoco podíamos quedarnos con los brazos cruzados. El «intruso» era lo<br />
suficientemente importante como para haber violado toda nuestra seguridad.<br />
No necesité caminar mucho. A escasos metros <strong>de</strong> la muralla en ruinas, «algo»<br />
alado, ligero y silencioso se precipitó sobre este atónito explorador, cubriéndolo<br />
<strong>de</strong> pies a cabeza.<br />
¡Dios!<br />
Mi hermano, a la escucha a través <strong>de</strong> la conexión auditiva, irrumpió alarmado:<br />
-¡Jasón!... ¿Estás bien?... ¿Qué es eso?... ¡Veo miles <strong>de</strong> focos calientes!...<br />
¡Respon<strong>de</strong>!<br />
Y contesté, claro está.<br />
-¡Maldita sea!... ¡Están por todas partes!...<br />
Cuando acerté a quitármelos <strong>de</strong> encima creí enten<strong>de</strong>r. Pero «otros» cayeron<br />
<strong>de</strong> nuevo sobre mí colocándome al bor<strong>de</strong> <strong>de</strong> la histeria...<br />
Los toqué y, al tacto, a pesar <strong>de</strong> la oscuridad, me parecieron insectos. Pero<br />
eran enormes...<br />
Minutos más tar<strong>de</strong> -a las 4.55-, con las primeras luces <strong>de</strong>l amanecer, el susto<br />
fue disipándose.<br />
Respiré aliviado.<br />
-¡Falsa alarma!... Sufrimos una plaga...<br />
La cima, en efecto, se vio asolada por una «nube» <strong>de</strong> mariposas -<strong>de</strong> hasta<br />
diez y quince centímetros <strong>de</strong> envergadura-, <strong>de</strong> alas blancas, naranjas y negras,<br />
con unos tórax y cabezas igualmente oscuros. Se hallaban por doquier...<br />
Al penetrar en la planicie e invadir las barreras <strong>de</strong> seguridad, microláseres, IR,<br />
hologramas y gravitatorio «<strong>de</strong>spertaron» a «Santa Claus», «volviéndolo loco».<br />
¡Qué extraña y singular «conexión» con el sueño <strong>de</strong>l monte Hermón!<br />
Al regresar al módulo y analizar uno <strong>de</strong> los ejemplares, el banco <strong>de</strong> datos nos<br />
dio la respuesta. Se trataba <strong>de</strong> la Danaus chrysippus, un lepidóptero dotado<br />
<strong>de</strong> brillantes colores <strong>de</strong> advertencia cuyo principal alimento -¡qué casualidad!-<br />
lo integran las hojas <strong>de</strong> los manzanos <strong>de</strong> Sodoma, así como otros vegetales <strong>de</strong><br />
la familia <strong>de</strong> las asclepias. Durante la primavera y el verano, por lo visto,<br />
forman inmensos «enjambres», precipitándose como una maldición bíblica<br />
sobre los oasis, la costa o cualquier otro terreno don<strong>de</strong> crece su dieta.<br />
114
No tuvimos opción. El ingeniero cursó la or<strong>de</strong>n pertinente y la <strong>de</strong>fensa gravitatoria<br />
fue <strong>de</strong>splazada hasta la «popa» <strong>de</strong>l Ravid, más allá <strong>de</strong> «nuestro»<br />
manzano <strong>de</strong> Sodoma. Al punto, las Danau se vieron irremediablemente<br />
empujadas en todas direcciones. Y la cima quedó limpia.<br />
¡Cuan certero es el adagio!... No hay mal que por bien no venga.<br />
Gracias a las inoportunas mariposas comprendimos que no todo era tan<br />
perfecto como suponíamos. Y <strong>de</strong> inmediato, mi hermano corrigió la estrategia<br />
<strong>de</strong> seguridad.<br />
Varió el límite <strong>de</strong>l cinturón gravitatorio, fijándolo a 500 metros <strong>de</strong> la «cuna» y<br />
convirtiéndolo en el primero <strong>de</strong> los escudos. Con ello, la nave quedaba perfectamente<br />
protegida bajo una gran cúpula, invisible a los ojos humanos. Por<br />
<strong>de</strong>trás, a 400 metros <strong>de</strong>l vértice o «proa» <strong>de</strong>l «portaaviones», la barrera IR.<br />
Por último, coincidiendo con la muralla romana, a 173 metros <strong>de</strong>l lugar <strong>de</strong>l<br />
asentamiento <strong>de</strong>l módulo, «Santa Claus» ubicó el «escenario» <strong>de</strong> los hologramas,<br />
con las ficticias y temibles escenas protagonizadas por nuestros<br />
«vecinos» las ratas-topo. En cuanto al barrido <strong>de</strong> los microláseres, fue <strong>de</strong>sestimado.<br />
Con las protecciones mencionadas era suficiente. Así se consiguió,<br />
a<strong>de</strong>más, un notable ahorro energético y, por supuesto, un «<strong>de</strong>scanso» para el<br />
or<strong>de</strong>nador. El «ojo <strong>de</strong>l cíclope» sólo actuaría en el ya referido caso <strong>de</strong> alta<br />
emergencia, proyectando el abanico infrarrojo en vertical.<br />
Las nuevas medidas redujeron el área <strong>de</strong> protección pero, a cambio, la fortificaron,<br />
conjurando «invasiones» como la <strong>de</strong> aquella madrugada y eliminando,<br />
<strong>de</strong>finitivamente, las continuas y familiares irrupciones, en la franja <strong>de</strong><br />
seguridad, <strong>de</strong> los otros «vecinos»: las aves que anidaban en el cercano Arbel<br />
y alre<strong>de</strong>dores.<br />
Todos salimos ganando. Las perplejas aves, nosotros y, obviamente, el or<strong>de</strong>nador,<br />
que vio aliviada la tarea <strong>de</strong> <strong>de</strong>tección y alerta.<br />
El único inconveniente <strong>de</strong> esta modificación estuvo en la obligada operación<br />
<strong>de</strong> apertura y cierre <strong>de</strong>l gravitatorio. Al aproximarse a la línea establecida<br />
-500 metros-, los exploradores no tenían más remedio que <strong>de</strong>sactivarlo y<br />
volverlo a activar. Para ello, el ingeniero i<strong>de</strong>ó una doble «llave». Merced a la<br />
conexión auditiva, «Santa Claus» recibía las ór<strong>de</strong>nes pertinentes, procediendo<br />
a la anulación, y reintegración <strong>de</strong> la cúpula, según los casos. Al alejarnos<br />
hacia la «popa», por ejemplo, o retornar a la nave, bastaba con formular<br />
una contraseña -«base-madre-tres»- y la computadora <strong>de</strong>spejaba el<br />
camino. Para el cierre, el «santo y seña» elegido fue «Ravid», pero en inglés...<br />
La sugerencia me pareció correcta. Y Eliseo transfirió los códigos al sistema<br />
director.<br />
Sin embargo, algo me <strong>de</strong>jó intranquilo...<br />
¿Qué suce<strong>de</strong>ría si ambos olvidábamos las contraseñas?<br />
Muy simple: no habría forma <strong>de</strong> salir <strong>de</strong>l entorno <strong>de</strong> la «cuna» y, lo que era<br />
peor, <strong>de</strong> acce<strong>de</strong>r a ella.<br />
115
Al comentarlo, mi hermano rechazó la, aparentemente, peregrina posibilidad.<br />
¿Y por qué iba a ocurrir algo así? Llevaba razón..., hasta cierto punto. Entonces<br />
lamenté no haberle puesto al corriente <strong>de</strong> la magnitud <strong>de</strong>l mal que nos<br />
acechaba. Si la memoria se hundía, si quedaba bloqueada -hipótesis verosímil<br />
en el proceso <strong>de</strong> envejecimiento prematuro que pa<strong>de</strong>cíamos-, ¿qué sería <strong>de</strong><br />
aquellos exploradores? Si nos pillaba fuera <strong>de</strong>l Ravid, ¿cómo ingresaríamos <strong>de</strong><br />
nuevo en el módulo?<br />
Mi compañero, siempre optimista, se burló <strong>de</strong> estas reflexiones y <strong>de</strong> quien las<br />
formulaba, tachándome <strong>de</strong> «pájaro <strong>de</strong> mal agüero».<br />
Encajé el rapapolvo. Quizá exageraba. A<strong>de</strong>más, en ese nefasto supuesto, si<br />
perdíamos la memoria, poco importaba el «santo y seña». Quién sabe dón<strong>de</strong><br />
nos sorpren<strong>de</strong>ría semejante catástrofe... Pero el instinto (?) había avisado.<br />
¿Cuándo apren<strong>de</strong>ré? ¿Cuándo seré capaz <strong>de</strong> aten<strong>de</strong>r las certeras y rumorosas<br />
«palabras» <strong>de</strong> la intuición?<br />
Y, torpe <strong>de</strong> mí, olvidé la sutil «advertencia», no adoptando las medidas<br />
oportunas.<br />
Lo pagaríamos caro. Muy caro...<br />
7 horas.<br />
Todo se esfumó. Todo cayó en el olvido... Estábamos en marcha. Inaugurábamos,<br />
al fin, la búsqueda <strong>de</strong>l Hijo <strong>de</strong>l Hombre.<br />
Él nos esperaba. Él nos cubriría... Sacrificios, penalida<strong>de</strong>s, angustias..., todo<br />
fue relegado. Olvidado. Y ansiosos iniciamos el <strong>de</strong>scenso, alejándonos <strong>de</strong>l<br />
«portaaviones».<br />
La plaga y las modificaciones ya referidas nos retrasaron, <strong>de</strong>morando en dos<br />
horas la partida.<br />
Observé el cielo. Radiante. El presagio se me antojó inmejorable. Temperatura:<br />
27° C. No importaba. ¡A<strong>de</strong>lante! En dos o tres días, a lo sumo, si el<br />
Destino se mostraba benévolo, estaríamos <strong>de</strong> nuevo frente al añorado rabí <strong>de</strong><br />
Galilea. La i<strong>de</strong>a, como digo, nos motorizó, sumándose a la misteriosa<br />
«fuerza» que ahora, más que nunca, parecía levantarnos en vilo.<br />
¡Dios!... ¡Qué magnetismo el <strong>de</strong> aquel Hombre! En la plantación <strong>de</strong> los felah<br />
poco o nada había cambiado. Camar, el viejo nómada, nos atendió con su proverbial<br />
hospitalidad.<br />
No pu<strong>de</strong> evitarlo. Un escalofrío me sacudió al llegar a su presencia.<br />
¿Me reconocería? ¡Qué absurdo! Yo sabía que eso no era posible. «Estábamos»<br />
en el «pasado». Ahora «vivíamos» cinco años atrás...<br />
Y así fue. El «luna» no supo quién era. Su aspecto y talante tampoco variaron<br />
gran cosa.<br />
Adquirimos algunas provisiones -las justas- y <strong>de</strong>shicimos lo andado, situándonos<br />
frente a la rampa que <strong>de</strong>nominábamos «zona muerta». Des<strong>de</strong> allí,<br />
según lo convenido, torceríamos hacia el norte, al encuentro <strong>de</strong>l nahal (río)<br />
116
Zalmon. Por pru<strong>de</strong>ncia seleccionamos aquella ruta, más tranquila y solitaria,<br />
evitando así la concurrida Migdal.<br />
Y mientras <strong>de</strong>jábamos atrás las sedientas y agostadas elevaciones que nos<br />
separaban <strong>de</strong> la curva <strong>de</strong> la «herradura» no pu<strong>de</strong> evitar el recuerdo <strong>de</strong> Camar.<br />
Fue en esa breve estancia en los huertos cuando Eliseo y yo tuvimos auténtica<br />
conciencia <strong>de</strong> otro «hecho» que ahora adquiría especial relevancia.<br />
Lo hablamos por el camino y llegamos a una misma conclusión: ese «otro<br />
Jasón» al que hacían mención algunos familiares e íntimos <strong>de</strong>l Maestro sólo<br />
podía ser este explorador. La explicación, aunque enrevesada, era elemental.<br />
Ellos, Ruth, la Señora, los discípulos, etc., me «conocieron» en el transcurso<br />
<strong>de</strong>l año 30. Pues bien, nos hallábamos en el 25 y, casi con seguridad, volvería<br />
a encontrarlos. Para todos, este «ahora», el que estrenábamos, era el<br />
«primero». Es <strong>de</strong>cir, no tenían memoria <strong>de</strong> lo acaecido cinco años <strong>de</strong>spués.<br />
Era, pues, en el año 25 cuando nos conocerían por primera vez. Pero, si todas<br />
las alusiones hacían referencia a un Jasón mucho más viejo que el <strong>de</strong>l 30,<br />
¿qué quería <strong>de</strong>cir esto?<br />
Mi hermano y yo guardamos silencio, <strong>de</strong>jando correr una dramática pausa.<br />
Estaba clarísimo. Por razones que conocíamos muy bien, ambos envejeceríamos<br />
prematuramente en este «ahora».<br />
Nuevo y prolongado silencio.<br />
Por eso, sencillamente, al verme en el 30, en el «futuro», no consiguieron<br />
i<strong>de</strong>ntificarme con el «otro Jasón», el «viejo griego» con el que trataron en el<br />
«pasado». ¿Cómo era posible -llegaron a comentar- que el Jasón <strong>de</strong>l 30 fuera<br />
más joven que el <strong>de</strong>l 25?<br />
Y la sospecha -yo diría que la certeza- me eclipsó durante algún tiempo.<br />
Debíamos prepararnos. «Algo» suce<strong>de</strong>ría en esta nueva aventura. «Algo» nos<br />
<strong>de</strong>jaría casi irreconocibles. Varios <strong>de</strong> los síntomas, en efecto, apuntaban ya en<br />
nuestra piel.<br />
Sacudí el «fantasma» y procuré centrarme. Eso sería valorado..., en su<br />
momento. Estábamos don<strong>de</strong> estábamos. Las fuerzas se hallaban intactas. Y<br />
olvidé.<br />
Alcanzamos la solitaria curva <strong>de</strong> la «herradura» y va<strong>de</strong>amos el disminuido<br />
cauce <strong>de</strong>l Zalmon. A partir <strong>de</strong> allí penetramos en la «jungla», uno <strong>de</strong> los<br />
tramos más peligrosos <strong>de</strong> aquella etapa <strong>de</strong>l viaje. La margen izquierda <strong>de</strong>l<br />
terroso río que <strong>de</strong>sembocaba en el yam era un nido <strong>de</strong> insectos, a cual más<br />
agresivo. En aquel infierno <strong>de</strong> alas espadañas, papiros, venenosas a<strong>de</strong>lfas,<br />
juncos <strong>de</strong> laguna y los míticos aravah o sauces <strong>de</strong> diminutas y verdosas flores<br />
se concentraba una «nube» <strong>de</strong> potenciales «agresores». Nos hicimos con los<br />
mantos y, a pesar <strong>de</strong> la sofocante atmósfera y <strong>de</strong> la protección <strong>de</strong> la «piel <strong>de</strong><br />
serpiente», cubrimos los cuerpos hasta don<strong>de</strong> fue posible, cruzando la intrincada<br />
vegetación sin <strong>de</strong>mora. Al ingresar finalmente en la «vía maris», la<br />
calzada que ro<strong>de</strong>aba la orilla occi<strong>de</strong>ntal <strong>de</strong>l mar <strong>de</strong> Tibería<strong>de</strong>s, respiramos.<br />
117
Los ropones aparecían invadidos por muchos <strong>de</strong> aquellos mortíferos Anopheles<br />
(mosquito transmisor <strong>de</strong> la malaria), Aé<strong>de</strong>s aegypti (responsable <strong>de</strong> la<br />
fiebre amarilla), Culex quinquefasciatus (provocador <strong>de</strong>l <strong>de</strong>ngue) y otros<br />
in<strong>de</strong>seables propagadores <strong>de</strong> enfermeda<strong>de</strong>s como el tifus, filariasis, leishmaniasis,<br />
tripanosomiasis y oncocercosis, entre otras.<br />
Aceleramos. Des<strong>de</strong> el puente sobre el Zalmon hasta la ciudad <strong>de</strong> Nahum<br />
restaban aún cuatro kilómetros.<br />
Nos <strong>de</strong>slizamos sin problemas por el jardín <strong>de</strong> Guinosar y los molinos <strong>de</strong> Tabja.<br />
El tránsito <strong>de</strong> gentes y animales, tal y como suponíamos, era casi nulo en<br />
aquel sábado.<br />
Y al llegar a la altura <strong>de</strong> la familiar colina o monte <strong>de</strong> las Bienaventuranzas,<br />
antigua «base-madre-dos», disfrutamos rememorando los muchos e intensos<br />
momentos vividos en el segundo «salto».<br />
Lo habíamos discutido y, a la vista <strong>de</strong> los negros muros <strong>de</strong> Nahum (Cafarnaum),<br />
replanteamos el dilema.<br />
Esta vez no cometeríamos los mismos errores. Al menos lo intentaríamos...<br />
Esta vez no nos proclamaríamos como «prósperos comerciantes en vinos y<br />
ma<strong>de</strong>ras» y, mucho menos, en mi caso, como médico. Era mejor así. Y <strong>de</strong><br />
mutuo acuerdo establecimos que, a partir <strong>de</strong> ese sábado, 18 <strong>de</strong> agosto <strong>de</strong>l<br />
año 25, aquellos «griegos <strong>de</strong> Tesalónica» serían, sencillamente, unos ricos<br />
viajeros, <strong>de</strong>seosos <strong>de</strong> conocer mundo y <strong>de</strong> averiguar dón<strong>de</strong> estaba la Verdad.<br />
En el fondo, algo absolutamente cierto.<br />
El solo recuerdo <strong>de</strong> los problemas suscitados por mi condición <strong>de</strong> «sanador»<br />
me hacían estremecer. No caería en semejante error. Otra cuestión era si<br />
podría mantenerme al margen. ¿Reaccionaría con frialdad ante una circunstancia<br />
<strong>de</strong> esa naturaleza? Honradamente, lo dudé...<br />
10 horas.<br />
Los nueve kilómetros que separaban el peñasco <strong>de</strong>l Ravid <strong>de</strong> la «ciudad <strong>de</strong><br />
Jesús» -Nahum- fueron cubiertos a un tren excelente.<br />
¿De dón<strong>de</strong> sacábamos aquel ímpetu?<br />
Al principio lo atribuí a Eliseo, fuerte como un toro, tirando sin piedad <strong>de</strong> quien<br />
esto escribe. Pudo ser. Sin embargo, había «algo» más... Conforme nos<br />
aproximábamos a la primera <strong>de</strong>sembocadura <strong>de</strong>l Jordán, los corazones iniciaron<br />
un agitado bombeo. Más cerca, sí, nos hallábamos más cerca..<br />
¡Dios mío!... ¿Qué nos ocurría? Aquel Hombre nos tenía trastornados...<br />
Nahum, más silenciosa que <strong>de</strong> costumbre, tampoco se presentó diferente.<br />
Bajo los arcos <strong>de</strong> la puerta norte, displicentes y <strong>de</strong>rrotados por el calor, algunos<br />
mendigos y lisiados nos observaron al pasar. Uno o dos agitaron las<br />
escudillas <strong>de</strong> barro, solicitando las consabidas limosnas.<br />
Si continuábamos a este ritmo, y el Destino no nos «entretenía», en cuatro o<br />
cinco horas divisaríamos la orilla sur <strong>de</strong>l lago Hule.<br />
118
«Perfecto -me dije-. Eso significaba concluir la primera etapa <strong>de</strong>l viaje hacia<br />
las 15 (la hora "nona")-»<br />
Teníamos, pues, tiempo más que sobrado para buscar alojamiento (el ocaso<br />
llegaría a las 6 horas, 14 minutos y 53 segundos <strong>de</strong> un supuesto horario<br />
«zulú» o «universal»). De todas formas, ante lo benigno <strong>de</strong>l clima, tampoco<br />
me inquieté. Dormir al raso era algo habitual entre aquellas gentes y en aquel<br />
tiempo estival.<br />
Y el Destino nos salió al paso...<br />
¿Cómo pu<strong>de</strong> olvidarlo?<br />
Sí, allí estaba... Era lógico...<br />
Me <strong>de</strong>tuve. Eliseo percibió el sobresalto. Preguntó inquieto. Sin embargo, fui<br />
incapaz <strong>de</strong> respon<strong>de</strong>r.<br />
-¿Qué pasa? -me interrogó por segunda vez.<br />
Si «aquello» acababa <strong>de</strong> paralizarme -reflexioné-, ¿qué sería <strong>de</strong> mí al enfrentarme<br />
al Maestro?<br />
A trescientos metros <strong>de</strong> la puerta principal <strong>de</strong> Nahum, a la <strong>de</strong>recha <strong>de</strong>l camino<br />
que conducía a Saidan, se alzaba un viejo y no menos «familiar» caserón.<br />
-¡La aduana! -musité casi para mí.<br />
-¿La aduana? -replicó mi hermano, intrigado- ¿Y qué?<br />
No, no era el negro edificio <strong>de</strong> basalto lo que me tenía perplejo...<br />
-¡Es él!... Eliseo, ¡es él!<br />
Mi compañero dirigió la mirada hacia el único individuo que, sentado al pie <strong>de</strong><br />
una <strong>de</strong> las frondosas higueras que sombreaban la fachada, cabeceaba una y<br />
otra vez, vencido por el calor y el aburrimiento.<br />
-¡Él?... Pero, ¿quién?<br />
Eliseo se impacientó. Y comprendí. Mi hermano difícilmente podía recordarlo.<br />
Que supiera, sólo lo había visto una vez.<br />
No fui capaz <strong>de</strong> sacarlo <strong>de</strong> la irritante incógnita. Sencillamente, estaba fascinado...<br />
Me aproximé y, sonriente, me planté ante el funcionario. Eliseo, <strong>de</strong>trás,<br />
contrariado ante tanto mutismo, masculló algo irreproducible.<br />
Y el hombre, al fin, en una <strong>de</strong> las violentas cabezadas, fue a distinguir las<br />
siluetas <strong>de</strong> los dos «visitantes». Intentó <strong>de</strong>spabilarse y, sin compren<strong>de</strong>r el<br />
sentido <strong>de</strong> aquella interminable sonrisa, nos interrogó con la mirada.<br />
Poco faltó para que le llamara por su nombre. Ésta, sin duda, fue una <strong>de</strong> las<br />
disciplinas más arduas en tan extraordinaria misión. Costó trabajo acostumbrarse.<br />
«Ellos» no me conocían. Yo, en cambio, perfectamente...<br />
Se puso en pie y, fiel a su cometido, solicitó sin palabras que abriéramos los<br />
petates. Eliseo obe<strong>de</strong>ció al punto. Quien esto escribe, embobado, continuó<br />
mirándole.<br />
Casi no había cambiado. Ahora podía contar 25 o 26 años <strong>de</strong> edad. Conservaba<br />
la misma luz en los profundos ojos azules y sus cabellos, menos<br />
119
encanecidos, seguían luciendo rubios y cuidados sobre los estrechos hombros.<br />
Manos, túnica, ceñidor y sandalias aparecían como antaño (mejor dicho,<br />
como en el «futuro»): esmeradamente limpios y aseados.<br />
El único «cambio», el más «notable», se hallaba en la reluciente chapa <strong>de</strong><br />
latón prendida en el pecho, sobre la inmaculada túnica <strong>de</strong> lino blanco. Aquél,<br />
en efecto, era el distintivo <strong>de</strong> su «gremio».<br />
Sí, el Destino, burlón, nos salía al paso <strong>de</strong> nuevo...<br />
El funcionario no era otro que Mateo Leví, el publicano, el recaudador <strong>de</strong><br />
impuestos, uno <strong>de</strong> los íntimos.<br />
Pero estábamos en agosto <strong>de</strong>l 25 y el Maestro no había tocado aún en su<br />
hombro y en su corazón. Para todos, en esos instantes, era un «odiado siervo<br />
<strong>de</strong> Roma», <strong>de</strong>spreciado e ignorado.<br />
El buen hombre me observó perplejo. Imagino que la intensa y nada pudorosa<br />
mirada <strong>de</strong> aquel viajero lo turbó.<br />
Hizo un brusco movimiento con la mano izquierda, or<strong>de</strong>nando que abriera el<br />
saco. -Lo siento...<br />
Fue lo único que acerté a articular. ¡Dios mío!... ¿Cómo <strong>de</strong>scribir aquella<br />
emoción? ¿Cómo expresar la tromba <strong>de</strong> recuerdos que me asaltó?<br />
Revolvió las ampolletas <strong>de</strong> barro, curioseando los papiros y, sin <strong>de</strong>masiado<br />
interés, estimó el «peaje» por las provisiones en diez leptas (algunas monedas).<br />
Mi hermano abonó lo estipulado y el «funcionario», satisfecho, se retiró hacia<br />
la corpulenta higuera.<br />
Al proseguir y confesar, al fin, el porqué <strong>de</strong> la sorpresa, Eliseo intentó recordar.<br />
Lo logró a medias. El rostro <strong>de</strong>l discípulo se hallaba difuminado en su memoria.<br />
Tan sólo lo vio una vez: en la penúltima aparición en el yam, en la cima <strong>de</strong> la<br />
colina don<strong>de</strong> se asentaba entonces la nave.<br />
Aproveché la circunstancia y le advertí sobre el peligro <strong>de</strong> la fortísima tentación<br />
que acababa <strong>de</strong> experimentar. Por nada <strong>de</strong>l mundo <strong>de</strong>beríamos<br />
«a<strong>de</strong>lantarnos», pronunciando los nombres <strong>de</strong> los que conocíamos y que,<br />
como en este caso, iríamos encontrando en el transcurso <strong>de</strong> aquel tercer<br />
«salto». Era difícil, pero ésas eran las normas. La pru<strong>de</strong>ncia, <strong>de</strong> nuevo, tenía<br />
que ser nuestra brújula.<br />
Dejamos atrás el territorio <strong>de</strong> Here<strong>de</strong>s Antipas y penetramos en los dominios<br />
<strong>de</strong> su hermanastro Filipo, en la hermosa y agreste Gaulanitis.<br />
Fue entonces cuando, a raíz <strong>de</strong>l encuentro con Mateo Leví, mi compañero<br />
planteó varias e interesantes cuestiones:<br />
¿Cómo era el Jesús <strong>de</strong> Nazaret inmediatamente anterior al <strong>de</strong> la vida pública?<br />
¿Se hubiera mezclado con gentes como el repudiado publicano? Y apuntó más<br />
lejos: ¿pudo el Maestro saber <strong>de</strong> la existencia <strong>de</strong> Mateo antes <strong>de</strong> su periodo <strong>de</strong><br />
predicación? ¿Qué habría sucedido si estos exploradores le hubieran mencionado<br />
al rabí?<br />
120
Discutimos.<br />
Yo <strong>de</strong>fendía la hipótesis <strong>de</strong> un Jesús siempre idéntico. Eliseo, en cambio, se<br />
mostró reticente. No había pruebas sobre lo que aseguraba. Tenía razón. Era<br />
el instinto lo que me impulsaba a pensar así. La verdad es que no concebía al<br />
Hijo <strong>de</strong>l Hombre discriminando a nadie. Y menos por la actividad <strong>de</strong>splegada,<br />
aunque fuera la <strong>de</strong> recaudador <strong>de</strong> impuestos para Roma, la invasora.<br />
Eliseo afinó.<br />
Si la divinidad <strong>de</strong> aquel Hombre era un hecho, ¿cuándo empezó a disfrutar <strong>de</strong><br />
semejante po<strong>de</strong>r? ¿Debíamos hablar <strong>de</strong> un Jesús anterior a esa facultad y, por<br />
tanto, distinto?<br />
Sonreí para mis a<strong>de</strong>ntros. Las interrogantes eran viejas compañeras. Algunas<br />
me torturaron lo suyo tras los análisis <strong>de</strong> los ADN...<br />
Obviamente, no hubo forma <strong>de</strong> aunar criterios. Carecíamos <strong>de</strong> información.<br />
Pero estábamos cerca, muy cerca <strong>de</strong> la resolución <strong>de</strong>l enigma...<br />
El segundo dilema parecía más fácil.<br />
¿Conoció el Maestro al publicano antes <strong>de</strong> iniciar el periodo <strong>de</strong> predicación?<br />
Las noticias aportadas por el Zebe<strong>de</strong>o padre apuntaban al «sí». Según el<br />
riguroso confi<strong>de</strong>nte, en el año 21, tras abandonar Nazaret, Jesús se instaló en<br />
el yam durante una temporada, trabajando, al parecer, en los astilleros <strong>de</strong>l<br />
próspero vecino Saidan. Si esto fue así, si el Hijo <strong>de</strong>l Hombre, efectivamente,<br />
vivió por espacio <strong>de</strong> un año en Nahum, era verosímil que hubiera coincidido<br />
con Mateo Leví y, quizá, con otros futuros discípulos. Que yo supiera, casi la<br />
totalidad nació o era resi<strong>de</strong>nte en el yam.<br />
Mi compañero, puntilloso, recordó que el Galileo, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> todo, era judío.<br />
¿Por qué iba a mezclarse con individuos malditos y «pecadores»?<br />
Supuse que no hablaba en serio. Eliseo intuía cómo era en verdad aquel<br />
Hombre. E imagino que le divertía tirarme <strong>de</strong> la lengua. Jesús <strong>de</strong> Nazaret se<br />
había convertido en mi <strong>de</strong>bilidad...<br />
Por supuesto, rechacé la sugerencia.<br />
No tenía pruebas. No sabía a ciencia cierta cómo era aquel «otro» Jesús,<br />
anterior al dibujado por los evangelistas. Sin embargo, «algo» me gritaba en<br />
lo más íntimo que la diferencia tenía que ser mínima. Lo apuntado ya en la<br />
infancia y juventud era muy significativo.<br />
Éste, en suma, constituía otro fascinante motivo para seguir a<strong>de</strong>lante con la<br />
misión.<br />
¿Qué hallaríamos en el Hermón? ¿Qué clase <strong>de</strong> Hombre nos esperaba? ¿Un<br />
místico? ¿Quizá un iluminado? ¿Un revolucionario? ¿Un Dios?<br />
11 horas.<br />
Echamos una ojeada al lago.<br />
El sábado lo mantenía dormido. Apenas media docena <strong>de</strong> embarcaciones,<br />
tripuladas con seguridad por gentiles, esperaba inmóvil y paciente la puntual<br />
121
visita <strong>de</strong>l viento <strong>de</strong>l oeste, el maarabit. Entonces <strong>de</strong>splegarían las velas, enfilando<br />
la primera <strong>de</strong>sembocadura <strong>de</strong>l Jordán. Algunos averíos blancos, chillones<br />
e inquietos, se precipitaban sobre el azul plomo <strong>de</strong> las aguas, «marcando»<br />
los bancos <strong>de</strong> tilapias.<br />
Era hermoso estar allí, sí, hermoso y esperanzador...<br />
Casi sin darnos cuenta, absortos en la conversación, <strong>de</strong>jamos atrás los mojones<br />
que señalizaban el viejo y el nuevo camino. Estos miliarios, a <strong>de</strong>cir<br />
verdad, resultarían <strong>de</strong> gran utilidad en este y en los futuros viajes. Roma,<br />
eficaz y severa, se encargaba <strong>de</strong> plantarlos al filo <strong>de</strong> las calzadas y rutas<br />
menores, informando al caminante sobre distancias y direcciones. En este<br />
caso, cada cilindro <strong>de</strong> piedra caliza, <strong>de</strong> un metro <strong>de</strong> alzada, a<strong>de</strong>más <strong>de</strong><br />
anunciar las ciuda<strong>de</strong>s próximas y las millas a recorrer, presentaba una leyenda<br />
alusiva al emperador <strong>de</strong> turno. Grabado en latín se leía:<br />
«Emperador César Divino Tiberio, hijo <strong>de</strong>l Divino Augusto... Año V <strong>de</strong> Tiberio.»<br />
Salvo que fueran <strong>de</strong>struidos o <strong>de</strong>rribados -algo bastante habitual entre los<br />
judíos más fanatizados-, estos miliarios aparecían siempre a distancias<br />
exactas: una milla romana (mil pasos o 1182 metros).<br />
Para estos exploradores, como digo, fueron utilísimos, aliviando los cálculos<br />
que efectuábamos merced a los dispositivos alojados en las sandalias<br />
«electrónicas». Y llegó el día en que, prácticamente, aprendimos <strong>de</strong> memoria<br />
rutas y distancias.<br />
Al cruzar el puente cercano a la primera <strong>de</strong>sembocadura <strong>de</strong>l Jordán, dos <strong>de</strong><br />
aquellos miliarios nos advirtieron. Uno señalaba «Nahum (3,3 millas)» y el<br />
otro «Beth Saida Julias (2 millas)». A partir <strong>de</strong> allí, todo era nuevo para mí y,<br />
por supuesto, para mi hermano.<br />
Y prestamos especial atención. Las referencias geográficas, como expliqué en<br />
su momento, eran vitales.<br />
Apretamos el paso.<br />
La estrecha y <strong>de</strong>scuidada senda serpenteó dócil, durante casi dos kilómetros,<br />
bajo un benéfico «túnel» formado por esbeltos y canosos álamos <strong>de</strong>l Eufrates<br />
y enmarañados tamariscos. El «paseo», en solitario, fue una <strong>de</strong>licia. Entre las<br />
frondosas copas verdiblancas se adivinaba el incesante ir y venir <strong>de</strong> las laboriosas<br />
golondrinas <strong>de</strong> mar y <strong>de</strong> las calandrias <strong>de</strong> cabeza negra, siempre<br />
discutidoras y melodiosas. Des<strong>de</strong> la primavera, los sufridos hawr (álamos),<br />
una <strong>de</strong> las pocas especies capacitada para resistir la salinidad <strong>de</strong> las tierras<br />
próximas al Jordán, se convertían en el obligado hogar <strong>de</strong> estas pequeñas y<br />
siempre bienvenidas aves migratorias. Para los galileos, golondrinas y calandrias<br />
eran allon (palabra sagrada que significa «Él» o «Dios»). Sencillamente,<br />
las asociaban al resurgimiento <strong>de</strong> la vida, al «santo amanecer» <strong>de</strong> la<br />
Naturaleza...<br />
De pronto, lejano, apenas perceptible bajo la sinfonía <strong>de</strong>l bosque, escu-<br />
122
chamos un griterío.<br />
Nos miramos inquietos. Parecían voces infantiles...<br />
Y en guardia nos aproximamos a uno <strong>de</strong> los escasos claros. Al contemplar el<br />
«espectáculo» entendí. Tranquilicé a Eliseo y, rogando pru<strong>de</strong>ncia, continuamos.<br />
En el reducido calvero se dibujaba un cruce <strong>de</strong> caminos. Otra pista angosta, e<br />
igualmente trabajada con la negra escoria volcánica <strong>de</strong> la región, se aupaba<br />
con dificultad hacia un cerro <strong>de</strong> doscientos o trescientos metros. Arriba,<br />
amurallado por el apretado bosque, se distinguía un conato <strong>de</strong> ciudad. Era<br />
Beth Saida Julias, la población levantada por Filipo y, en cierto modo, «capital»<br />
administrativa <strong>de</strong> la zona. Una ciuda<strong>de</strong>la azabache y caótica que evitaríamos,<br />
<strong>de</strong> momento.<br />
Debí suponerlo. Al igual que en casi todas las rutas, los lugareños aprovechaban<br />
estas encrucijadas para sentar sus reales y ven<strong>de</strong>r toda suerte <strong>de</strong><br />
mercancías.<br />
Por supuesto, era un lugar estratégico. Y tomamos buena nota.<br />
Consultamos el sol. Volaba hacia el cénit. Estábamos cerca <strong>de</strong> la hora «sexta»<br />
(mediodía).<br />
Lo comentamos y, necesitados <strong>de</strong> un respiro, <strong>de</strong>cidimos hacer un alto.<br />
Lentamente, con precaución, nos mezclamos en aquel caos. Treinta o cuarenta<br />
miradas nos siguieron curiosas.<br />
Entre los asnos amarrados a los árboles y los improvisados ten<strong>de</strong>retes, una<br />
chiquillería incansable e incombustible <strong>de</strong>safiaba el calor, corriendo y saltando<br />
ante la lógica irritación <strong>de</strong> los paisanos. Semi<strong>de</strong>snudos, con las cabezas rapadas<br />
y las costillas al aire, los niños iban y venían, atosigando y mortificando<br />
a los altos onagros con cardos espinosos y largos y puntiagudos palos. Los<br />
justificados rebuznos y el peligroso cocear, lejos <strong>de</strong> intimidar a la gente<br />
menuda, la excitaba, haciéndola volver a la carga con renovados bríos y entre<br />
incontenibles gritos y risas malévolas y contagiosas.<br />
Varias y mo<strong>de</strong>stas columnas <strong>de</strong> humo huían perezosas <strong>de</strong> otras tantas y<br />
herrumbrosas marmitas, sofocando el lugar con los típicos y ya familiares<br />
olores a pescado frito y carne guisada.<br />
Allí, en aquellos «mercadillos» en miniatura, el caminante encontraba <strong>de</strong><br />
todo.<br />
Con aire cansino, sin <strong>de</strong>masiada contun<strong>de</strong>ncia, campesinos y pescadores<br />
espantaban un ejército <strong>de</strong> moscas <strong>de</strong> todos los portes que caía negro y<br />
zumbante sobre personas, enseres y mercancías. La plaga, sencillamente,<br />
formaba parte <strong>de</strong>l paisaje. No tendríamos más remedio que acostumbrarnos.<br />
Así era la Palestina <strong>de</strong> Jesús...<br />
Frutas, hortalizas, huevos, especias, tilapias y «sardinas» <strong>de</strong>l yam -frescas o<br />
saladas-, pan recién horneado, agua, vino recio y caliente e, incluso, zumo <strong>de</strong><br />
melón convenientemente enfriado con la nieve transportada <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el Her-<br />
123
món...<br />
Esto, y mucho más, se ofrecía en casi todos los cruces <strong>de</strong> caminos.<br />
Eliseo me hizo un gesto, reclamándome.<br />
A sus pies, sobre una <strong>de</strong>scolorida y <strong>de</strong>shilachada manta <strong>de</strong> lana, uno <strong>de</strong> los<br />
ven<strong>de</strong>dores presentaba un «producto» un tanto singular. «Singular» para<br />
nosotros, claro está...<br />
El viejo, un badawi (beduino) <strong>de</strong> edad in<strong>de</strong>finible y casi escondido bajo un<br />
amplio ropón escarlata, nos invitó a curiosear.<br />
Mi hermano se inclinó y, <strong>de</strong>cidido, tomó uno <strong>de</strong> «ellos». Lo abrió y, divertido,<br />
leyó en voz alta:<br />
«Para la hija <strong>de</strong>... [el nombre <strong>de</strong>l comprador aparecía en blanco]. Para conjurar<br />
la fiebre y el mal <strong>de</strong> ojo y para echar los <strong>de</strong>monios femeninos... Ya, ya,<br />
ya, ya, ya..., y los espíritus <strong>de</strong>l cuerpo. En nombre <strong>de</strong> Yo, el que Soy.»<br />
Sonreí, comprendiendo.<br />
Y el nómada, diplomático, correspondió con otra sonrisa, mostrando unas<br />
encías <strong>de</strong>s<strong>de</strong>ntadas, sangrantes y purulentas. Y el enjuto rostro, oscuro como<br />
el carbón, se iluminó ante la posibilidad <strong>de</strong> una buena venta.<br />
La «mercancía», en efecto, abarcaba una nutrida y variopinta colección <strong>de</strong><br />
amuletos, talismanes e ídolos, «muy capaces -según el dueño- <strong>de</strong> resolver la<br />
vida a quien tuviera la sabiduría <strong>de</strong> comprarlos».<br />
Entre los primeros los había confeccionados en papiro, cuero, lana, cobre y<br />
piedra.<br />
-Son santos -aclaró el astuto propietario en un arameo inválido y cargado <strong>de</strong><br />
infinitivos-. Si tú comprar, ellos cuidar... Nada temer...<br />
Me fijé en dos gran<strong>de</strong>s planchas rojizas <strong>de</strong> arcilla, <strong>de</strong> 40 por 30 centímetros.<br />
Se hallaban grabadas por una <strong>de</strong> las caras, con sendas aspas, formadas por<br />
cuatro líneas paralelas.<br />
Me intrigó. Aquello era <strong>de</strong>sconocido para mí.<br />
-Santo..., muy santo -se a<strong>de</strong>lantó el badawi, adoptando solemnidad-. Líneas<br />
hechas por ángel Esdriel... Protección máxima... No tocar. Primero comprar...<br />
Barato... Te lo <strong>de</strong>jo en diez piezas.<br />
-¿Diez «ases»? -tercié convencido.<br />
El anciano echó atrás el manto, <strong>de</strong>scubriendo una larga y pastosa melena<br />
plateada.<br />
-Tú loco..., amigo... ¡Diez <strong>de</strong>narios plata por tabla!... Tu vida protegida hasta<br />
la muerte... Esdriel ser número uno...<br />
El tal Esdriel era uno <strong>de</strong> los espíritus habitualmente invocado por estas supersticiosas<br />
y temerosas gentes. Triste, sí, pero ésta, y no otra, era la realidad.<br />
A lo largo y ancho <strong>de</strong>l país, cientos <strong>de</strong> traficantes como aquel badawi vendían<br />
«felicidad» con la ayuda <strong>de</strong> toda clase <strong>de</strong> elementos supuestamente mágicos.<br />
Y, como iríamos <strong>de</strong>scubriendo, muy pocos se resistían. Éste, justamente,<br />
sería otro <strong>de</strong> los frentes <strong>de</strong> batalla <strong>de</strong>l Hijo <strong>de</strong>l Hombre; la lucha por sanear<br />
124
mentes y volunta<strong>de</strong>s, haciéndoles ver que la «suerte» y la verda<strong>de</strong>ra «protección»<br />
no se hallaban en tales objetos. Pero no a<strong>de</strong>lantemos acontecimientos...<br />
Rechacé las «divinas aspas» y me interesé por el resto <strong>de</strong> los amuletos.<br />
Uno <strong>de</strong> ellos, torpemente pintado en hoja <strong>de</strong> palma, rezaba en un <strong>de</strong>fectuoso<br />
hebreo:<br />
«Canción para glorificar al rey <strong>de</strong> los mundos: Yo soy el que Soy, el rey que<br />
habla en una forma diferente y misteriosa a todo mal, que no <strong>de</strong>be causar<br />
dolor al rabino... [aquí se incluía el nombre <strong>de</strong>l comprador; en este caso un<br />
rabino], servidor <strong>de</strong>l Dios <strong>de</strong> los cielos... Anael, Suriel, Kafael, Abiel y <strong>de</strong>más<br />
ángeles proteged a…».<br />
Quedé pensativo.<br />
Éste era un excelente resumen <strong>de</strong>l concepto <strong>de</strong> Yavé. Así pensaban los judíos.<br />
Su Dios -«Yo soy el que Soy»- era Alguien que sólo causaba dolor o administraba<br />
justicia. Y nada mejor que un amuleto para congraciarse con semejante<br />
«fiscal» y, <strong>de</strong> paso, recibir su bendición...<br />
A la vista <strong>de</strong> la <strong>de</strong>sgraciada situación empecé a enten<strong>de</strong>r el auténtico alcance<br />
<strong>de</strong> la «revolución» que pondría en marcha el rabí <strong>de</strong> Galilea. Des<strong>de</strong> mi corto<br />
conocimiento, Jesús intentó acabar con esa implacable y única «cara» <strong>de</strong> Dios.<br />
Un «rostro» -ahora lo sé- absolutamente falso.<br />
Otro, escrito sobre un lienzo <strong>de</strong> lino, podía arrollarse en la cabeza, siendo «útil<br />
y beneficioso en los viajes». Decía así:<br />
«Yo soy el que Soy... Yo no sumaré tus culpas... [nombre <strong>de</strong>l individuo],<br />
porque llevas la señal <strong>de</strong>l temeroso.»<br />
Por último -la lista sería interminable-, mi hermano fue a mostrarme una<br />
pequeña placa <strong>de</strong> cobre en la que el artesano había grabado lo siguiente:<br />
«Don<strong>de</strong> este amuleto sea visto... [nombre <strong>de</strong>l propietario] no <strong>de</strong>be temer. Y si<br />
alguien lo <strong>de</strong>tiene será quemado en el horno. Bendito eres tú, Señor. Envía a...<br />
los remedios. Ángeles que curan las fiebres y el temblor, curad a... con palabras<br />
santas.»<br />
La pieza, provista <strong>de</strong> un cordón tan cargado <strong>de</strong> años como <strong>de</strong> sebo, se colocaba<br />
al cuello. Pero, ¡ojo!, según el viejo, el «po<strong>de</strong>r» <strong>de</strong>l amuleto se hallaba<br />
limitado por las horas... Me explico. Si uno pagaba el precio «base» -un<br />
<strong>de</strong>nario <strong>de</strong> plata-, la «protección» se extendía a las vigilias <strong>de</strong> la noche. Por<br />
otra moneda más, en cambio, el incauto comprador recibía una «bendición<br />
extra», alargando la «magia» al resto <strong>de</strong>l día.<br />
Junto a esta «sagrada mercancía» se alineaban otros «po<strong>de</strong>rosos fetiches»,<br />
fundamentalmente fenicios e hititas. En plomo, bronce, piedra y ma<strong>de</strong>ra, y en<br />
todos los tamaños, distinguimos lo más selecto <strong>de</strong> las «cortes celestiales»,<br />
adoradas en aquel tiempo y en aquellas tierras <strong>de</strong> la pagana Gaulanitis. Allí,<br />
por uno, dos o tres <strong>de</strong>narios -según el material y la «categoría» <strong>de</strong>l ídolo-, el<br />
caminante se llevaba consigo al número «uno» fenicio, el dios «Él», repre-<br />
125
sentado en forma <strong>de</strong> toro, a su esposa Asherat <strong>de</strong>l Mar o Astarté, con su perfil<br />
casi egipcio y tocada con un disco entre dos cuernos o al hijo <strong>de</strong> ambos -Baal-,<br />
portando el rayo <strong>de</strong> la victoria en su mano izquierda. A<strong>de</strong>más <strong>de</strong> estas representaciones<br />
divinas <strong>de</strong> Tiro, Biblos, Sidón, Arvad y la extinguida Ugarit,<br />
uno podía adquirir lo más granado <strong>de</strong> los dioses <strong>de</strong> la mítica Cartago o <strong>de</strong> las<br />
ancianas Babilonia y Asiría. Entre la «nómina» <strong>de</strong> los primeros distinguí a Baal<br />
Hammón, el dios barbudo, sentado en un trono cuyos brazos eran rematados<br />
por cabezas <strong>de</strong> moruecos. (Los romanos lo i<strong>de</strong>ntificaron con el dios africano<br />
Júpiter Ammón.) El badawi, listo como el aire, conociendo la arraigada superstición<br />
<strong>de</strong> los pescadores <strong>de</strong>l yam, se había procurado, incluso, unos ídolos<br />
<strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra <strong>de</strong> ébano con la representación <strong>de</strong>l dios Bes, un enano grueso<br />
como un tonel, <strong>de</strong> expresión feroz, que los marinos gustaban clavetear en las<br />
proas <strong>de</strong> los barcos. Aunque el «invento» procedía <strong>de</strong> Cartago, pronto se<br />
extendió por todo el «Gran Mar» (Mediterráneo) y por los ríos y lagos navegables.<br />
Junto a Bes me llamó también la atención otro extraño «ídolo»,<br />
grabado sobre hierro. Lo examiné pero, francamente, no supe i<strong>de</strong>ntificarlo. Lo<br />
formaba una especie <strong>de</strong> cono truncado, con un disco en la parte superior.<br />
Entre ambos, el grabador había trazado una línea con los extremos doblados<br />
hacia arriba y en ángulo recto.<br />
Pregunté y, harto ante la insaciable curiosidad <strong>de</strong> aquellos extranjeros y el,<br />
hasta entonces, nulo éxito en las ventas, el nómada replicó con un escueto<br />
«gran magia <strong>de</strong> dioses bajados <strong>de</strong>l cielo»...<br />
Poco más sabía. Al regresar al Ravid, vivamente intrigado, consulté el banco<br />
<strong>de</strong> datos <strong>de</strong>l or<strong>de</strong>nador. «Santa Claus», con reservas, lo i<strong>de</strong>ntificó con la diosa<br />
Tanit, <strong>de</strong> Cartago, también conocida como el «rostro <strong>de</strong> Baal». La imagen<br />
figura en numerosas estelas <strong>de</strong> esa parte <strong>de</strong>l norte <strong>de</strong> África pero, en honor a<br />
la verdad, sólo son opiniones <strong>de</strong> los arqueólogos. La computadora, finalmente,<br />
aportó un dato tan interesante como misterioso: quizá estábamos, no ante un<br />
dios, sino en presencia <strong>de</strong> un antiguo y <strong>de</strong>sconocido «alfabeto». ¿Quizá beréber?<br />
Entre el nutrido panteón <strong>de</strong> dioses hititas reconocí a Ishkur, también venerado<br />
como Adad, y simbolizado con una «X». Con este número o marca (?) se<br />
representaba una divinidad innominada, responsable <strong>de</strong> la administración <strong>de</strong><br />
las lluvias. Como tendríamos ocasión <strong>de</strong> comprobar, para muchos felah no<br />
judíos, la presencia <strong>de</strong> Baal o <strong>de</strong> «X» en sus campos favorecía las precipitaciones<br />
-en especial las tempranas-, siendo entronizados en los accesos y<br />
orientados siempre hacia el norte o el oriente, respectivamente. Es <strong>de</strong>cir,<br />
hacia los lugares <strong>de</strong> sus supuestos orígenes.<br />
El «muestrario», en fin, era altamente ilustrativo. Éste era el panorama religioso<br />
<strong>de</strong> los gentiles. A esta caótica situación <strong>de</strong>bería enfrentarse en su día el<br />
Hijo <strong>de</strong>l Hombre. Un confuso «panorama» al que se sumaba, naturalmente, la<br />
«plantilla» <strong>de</strong> dioses romanos, griegos, egipcios, galos, beduinos, etc. Según<br />
126
nuestros cálculos -apoyados en el cómputo <strong>de</strong> Hesiodo en La teogonia-,<br />
cuando al Maestro apareció en la Tierra, sólo en la cuenca mediterránea, se<br />
adoraban ¡90 000 dioses!<br />
Es posible que hoy, influido por el monoteísmo, el hipotético lector <strong>de</strong> este<br />
diario no haya reparado en lo anómalo <strong>de</strong> un mundo con semejante proliferación<br />
<strong>de</strong> dioses. Pues bien, como digo, ésta era la terrible y cotidiana verdad<br />
que se encontró Jesús <strong>de</strong> Nazaret. Por un lado, sus propios paisanos -los<br />
judíos-, sirviendo y venerando a un Yavé distante, vengador y siempre vigilante.<br />
Un Dios «negativo» <strong>de</strong>l que se <strong>de</strong>rivaron -directa o indirectamente-<br />
365 preceptos prohibitivos contra 248 positivos o afirmativos. Toda una<br />
«pesadilla» burocrática que convirtió a ese Dios en un «contable» y en un<br />
«inspector» tan frío como absurdo.<br />
Por otro, los gentiles, esclavizados por ídolos <strong>de</strong> piedra, oro o hierro, a cual<br />
más tirano y caprichoso.<br />
Curiosamente, con ninguno <strong>de</strong> ellos -incluido el sangriento Yavé- era posible<br />
el diálogo. Sólo el sumo sacerdote, una vez al año, estaba autorizado a penetrar<br />
en el «santo <strong>de</strong> los santos» e interrogar (?) al temido Dios <strong>de</strong>l Sinaí. Por<br />
su parte, entre los paganos, sólo algunas, muy contadas, divinida<strong>de</strong>s menores<br />
se hallaban capacitadas para escuchar y transmitir las súplicas <strong>de</strong> los<br />
pesimistas e infelices seres humanos. Y, <strong>de</strong>pendiendo <strong>de</strong>l azar y <strong>de</strong>l humor <strong>de</strong><br />
tales entida<strong>de</strong>s, así discurría la vida <strong>de</strong> estos hombres y mujeres...<br />
Creo que, en verdad, no se ha valorado con justicia el inmenso, arduo y<br />
revolucionario empeño <strong>de</strong>l Maestro por cambiar semejante estado <strong>de</strong> cosas.<br />
¿Difícil? A juzgar por lo que teníamos a la vista, la tarea <strong>de</strong>l rabí <strong>de</strong> Galilea no<br />
fue difícil. Yo la calificaría <strong>de</strong> casi imposible...<br />
Eliseo y quien esto escribe nos alejamos <strong>de</strong>l badawi, y <strong>de</strong> su singular y significativa<br />
«mercancía», con una asfixiante sensación.<br />
¿Cómo hacer el «milagro»? ¿Cómo arrancar al mundo <strong>de</strong> tanta oscuridad?<br />
Pronto, muy pronto, lo <strong>de</strong>scubriríamos. Y quedamos maravillados. El Hijo <strong>de</strong>l<br />
Maestro, verda<strong>de</strong>ramente, tenía la «clave»...<br />
El maarabit, puntual como un reloj, entró en escena, tumbando las indolentes<br />
columnas <strong>de</strong> humo y sorprendiendo a chicos y gran<strong>de</strong>s. Entre toses y carraspeos,<br />
la parroquia procuró acomodarse bajo los ropones. Y nosotros,<br />
esquivando cántaras, enormes sandías, relucientes cacharros <strong>de</strong> cobre y a la<br />
inevitable chiquillería, fuimos atraídos por un apetitoso tufillo. Mi hermano se<br />
asomó curioso a una <strong>de</strong> aquellas anchas sartenes <strong>de</strong> hierro negro y grasiento.<br />
La mujer, impertérrita, siguió removiendo la humeante fritura. A su lado, en<br />
sendos cuencos <strong>de</strong> barro, creí i<strong>de</strong>ntificar unos sanguinolentos hígados <strong>de</strong> pollo,<br />
materialmente asaltados por las moscas. Despacio, estudiadamente, la<br />
oronda matrona tomaba las porciones, arrojándolas al aceite profundo. Una<br />
cebolla previamente cocinada, brillante y transparente, flotaba entre la<br />
127
chisporroteante carne.<br />
Nos miramos. El condumio ofrecía un buen aspecto. Pero <strong>de</strong>sistimos. Las<br />
condiciones higiénicas <strong>de</strong>l pollo, literalmente «rebozado» por los tábanos,<br />
<strong>de</strong>jaban mucho que <strong>de</strong>sear.<br />
Al vernos cuchichear, la dueña alzó la mirada y, tomando el pequeño toro <strong>de</strong><br />
ma<strong>de</strong>ra que colgaba <strong>de</strong> su cuello, invocó a Baal, agra<strong>de</strong>ciendo la presencia <strong>de</strong><br />
aquellos extranjeros frente a su humil<strong>de</strong> puesto <strong>de</strong> venta. Esto explicaba el<br />
amuleto y, sobre todo, el hecho <strong>de</strong> aparecer cocinando en público en un<br />
sábado. Algo terminantemente prohibido para los judíos. Según la Ley, ni<br />
siquiera estaban autorizados a mantener viva la can<strong>de</strong>la. .. Eso suponía un<br />
esfuerzo, un trabajo.<br />
Supongo que familiarizados con nuestra presencia, algunos <strong>de</strong> los pescadores<br />
y felah terminaron por tomar confianza y, tirando <strong>de</strong> mangas y ceñidores, nos<br />
obligaron a ir <strong>de</strong> aquí para allá, mostrándonos las excelencias <strong>de</strong> sus ten<strong>de</strong>retes.<br />
Las sucesivas y corteses negativas no fueron escuchadas. Y tuvimos<br />
que soportar la cata <strong>de</strong> melones y sandías y la forzosa <strong>de</strong>gustación <strong>de</strong> higos,<br />
dátiles y alguna que otra tilapia salada. Aquello empezaba a complicarse. Los<br />
voluntariosos paisanos, disputándose a los «clientes», se enzarzaron en<br />
agrias discusiones. Y en previsión <strong>de</strong> males mayores apremié a Eliseo, haciéndole<br />
ver que <strong>de</strong>bíamos reanudar la marcha. Pero mi compañero, tentado<br />
por una luminosa cesta <strong>de</strong> manzanas rojas y ver<strong>de</strong>s, se resistió. Me resigné.<br />
El pequeño y <strong>de</strong>licioso fruto -unas tappuah proce<strong>de</strong>ntes, al parecer, <strong>de</strong> la<br />
vecina Siria- acababa <strong>de</strong> llegar al yam.<br />
Eliseo examinó un par y preguntó el precio. El felah, inmisericor<strong>de</strong>, lo apuntilló,<br />
solicitando un <strong>de</strong>nario. Negué con la cabeza. «Como mucho -le aconsejé-,<br />
un par <strong>de</strong> leptas...»<br />
Discutieron. Era lo acostumbrado. El regateo formaba parte <strong>de</strong>l juego.<br />
Y, <strong>de</strong> pronto, lo vi acercarse. Pero, sinceramente, no me preocupé. Era uno <strong>de</strong><br />
tantos...<br />
Mi hermano ofreció cinco y el campesino, teatral, se mesó las barbas, maldiciendo<br />
su estrella. Finalmente, entre bien estudiados lloriqueos, aceptó<br />
<strong>de</strong>jarlo en tres. (Un <strong>de</strong>nario <strong>de</strong> plata equivalía, aproximadamente, y según los<br />
lugares, a veinticinco ases. Cada cuarto <strong>de</strong> as, por su parte, significaba un par<br />
<strong>de</strong> leptas.)<br />
Asentí en silencio y me hice con las manzanas mientras mi compañero echaba<br />
mano <strong>de</strong> la bolsa <strong>de</strong> hule, dispuesto a abonar lo estipulado. Pero cometió un<br />
error...<br />
Fue todo tan vertiginoso y súbito que nos sorprendió.<br />
Eliseo, como digo, confiado, <strong>de</strong>sató la bolsa <strong>de</strong> los dineros <strong>de</strong> las cuerdas<br />
egipcias que le servían <strong>de</strong> cinturón. Ése fue el error. La abrió y tomó las diminutas<br />
monedas <strong>de</strong> cobre...<br />
Visto y no visto.<br />
128
Aquel rapaz, plantado a metro y medio <strong>de</strong> estos exploradores y pendiente <strong>de</strong><br />
la discusión, se lanzó como un meteoro hacia Eliseo, arrebatándole limpiamente<br />
la negra bolsa.<br />
Necesitamos unos segundos para reaccionar.<br />
Mi hermano fue el primero. Y, voceando, salió tras el ágil mozalbete. Después<br />
le tocó el turno al felah quien, a gritos, puso en alerta al resto <strong>de</strong>l «mercadillo».<br />
Imagino que vio en peligro la venta.<br />
En cuanto a mí, para cuando quise darme cuenta, compañero y ladronzuelo se<br />
hallaban ya a veinte o treinta metros, en la pista que conducía a Beth Saida<br />
Julias.<br />
Pensé en utilizar los ultrasonidos pero, dada la movilidad <strong>de</strong>l niño, hubiera<br />
sido infructuoso. A<strong>de</strong>más, ¿cómo hacerlo ante una parroquia tan concurrida?<br />
No era racional ni pru<strong>de</strong>nte.<br />
La verdad es que tampoco fue necesario...<br />
En esos instantes, el <strong>de</strong>safortunado ladrón, perseguido muy <strong>de</strong> cerca por el<br />
indignado Eliseo y algunos <strong>de</strong> los ven<strong>de</strong>dores, volvió la cabeza en un intento<br />
<strong>de</strong> comprobar su ventaja. Y fue a resbalar en la menuda capa <strong>de</strong> grano basáltico<br />
que alfombraba la senda. No tuvo ocasión <strong>de</strong> alzarse y proseguir la<br />
carrera. Los perseguidores cayeron sobre él, inmovilizándolo.<br />
Me apresuré a intervenir. Y gracias al cielo llegué a tiempo.<br />
Mi hermano recuperó los dineros y, sofocado, interpeló a la criatura, reprochándole<br />
su acción.<br />
Fue extraño. En esos momentos, sinceramente, no caí en la cuenta...<br />
El jovencito, a pesar <strong>de</strong> los puntapiés propinados por los felah, no rechistó.<br />
Continuó con el rostro hundido en la oscura ceniza, resoplando y bregando<br />
por zafarse <strong>de</strong> las rudas manos que lo contenían.<br />
Al parecer, no era la primera vez que ocurría algo semejante y con el mismo<br />
protagonista. Y uno <strong>de</strong> los campesinos, llamándole mamzer (bastardo), levantó<br />
su bastón, dispuesto a <strong>de</strong>strozarlo.<br />
Fue instintivo. Detuve el palo en el aire y lo sujeté con firmeza.<br />
El galileo, atónito, me miró sin compren<strong>de</strong>r. Traté <strong>de</strong> sonreír, explicándole<br />
que «aquello no era necesario». Con las patadas sobraba y bastaba... El<br />
castigo era <strong>de</strong>sproporcionado.<br />
Supongo que lo entendió. Bajó el arma y, moviendo la cabeza negativamente,<br />
se alejó.<br />
Alcé al agitado ladronzuelo y, haciendo presa en sus escuálidos brazos, lo<br />
interrogué. Siguió peleando pero, al fin, rendido, accedió a mirarme. Y percibí<br />
miedo y odio en aquellos gran<strong>de</strong>s y <strong>de</strong>solados ojos ver<strong>de</strong>s. No tendría más <strong>de</strong><br />
ocho o nueve años...<br />
No se dignó respon<strong>de</strong>r. Ninguna <strong>de</strong> las preguntas obtuvo respuesta. Y <strong>de</strong>l<br />
pánico, el pelirrojo fue pasando a una actitud <strong>de</strong>safiante.<br />
Sentí tristeza. Una profunda tristeza...<br />
129
Al examinar el cuerpo casi <strong>de</strong>snudo, apenas cubierto por un saq o taparrabos<br />
sucio y <strong>de</strong>shilachado, comprobé que se hallaba seriamente <strong>de</strong>snutrido. Los<br />
síntomas, a simple vista, eran inequívocos: vasos muy visibles bajo una piel<br />
seca, atrofia muscular y un acentuado -casi escandaloso- relieve óseo. Calculé<br />
a ojo la circunferencia <strong>de</strong> los brazos. Lamentable...<br />
Rogué a Eliseo que lo mantuviera inmóvil y le obligué a abrir la boca.<br />
Lo que me temía...<br />
La inspección <strong>de</strong> las mucosas en lengua, encías y velo <strong>de</strong>l paladar confirmaron<br />
el inicial diagnóstico.<br />
Y el jovencito, inquieto, emitió unos broncos sonidos guturales. ¿Cómo fui tan<br />
torpe? ¿Cómo no me di cuenta?<br />
También las conjuntivas (membranas que recubren el interior <strong>de</strong> los párpados<br />
y la cara anterior <strong>de</strong> la esclerótica) me reafirmaron en lo dicho. El pequeño<br />
mamze pa<strong>de</strong>cía una acusada <strong>de</strong>snutrición. Algo bastante común en aquel<br />
tiempo y, sobre todo, entre los más <strong>de</strong>sgraciados: los bastardos.<br />
Insistí, interesándome por su familia, por el lugar don<strong>de</strong> vivía e, incluso, por<br />
su nombre.<br />
Imposible. Se negó a contestar.<br />
Palpé por último el hígado y dirigí una significativa mirada a mi compañero.<br />
Entendió que algo no iba bien y, con la misma espontaneidad con que abroncó<br />
al pillo, rebuscó en la bolsa <strong>de</strong> hule, extrayendo un reluciente <strong>de</strong>nario <strong>de</strong><br />
plata.<br />
Los expresivos ojos <strong>de</strong>l niño se fueron <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> la pieza. La observó ávido.<br />
Pero siguió acuartelado en aquel absoluto y enigmático mutismo.<br />
Me <strong>de</strong>cidí a soltarlo.<br />
Y Eliseo, mostrando la moneda, le invitó a emplearla en la compra <strong>de</strong> comida.<br />
Pareció dudar.<br />
-Quizá no compren<strong>de</strong> el arameo -insinué como un perfecto idiota.<br />
Mi hermano repitió el consejo en griego, en koiné, pero el resultado fue el<br />
mismo. El pelirrojo no se inmutó. El rostro, con una mugre crónica, permaneció<br />
inalterable. Sólo los ojos, ágiles y afilados como los <strong>de</strong> un halcón, siguieron<br />
fijos en los esporádicos <strong>de</strong>stellos <strong>de</strong> la plata.<br />
Finalmente, cariñoso, con la mejor <strong>de</strong> sus sonrisas, Eliseo tomó la mano <strong>de</strong>l<br />
muchacho y <strong>de</strong>positó en ella la moneda.<br />
El niño le miró <strong>de</strong>sconcertado. Se llevó la pieza a la boca y, tras mordisquearla,<br />
el ver<strong>de</strong> hierba <strong>de</strong> los ojos se iluminó. Trató, creo, <strong>de</strong> <strong>de</strong>cir algo, pero sólo<br />
distinguimos un leve movimiento <strong>de</strong> los labios. Acto seguido, como impulsado<br />
por un muelle, saltó hacia el bosque, <strong>de</strong>sapareciendo.<br />
Eliseo se encogió <strong>de</strong> hombros.<br />
Minutos <strong>de</strong>spués, satisfechas las tres leptas, entre los cuchicheos <strong>de</strong> las<br />
matronas, el alborozo <strong>de</strong> la chiquillería y los lamentos <strong>de</strong> los onagros, estos<br />
exploradores reemprendían la marcha, alejándose hacia el norte.<br />
130
Durante un trecho casi no hablamos.<br />
Supuse que los sentimientos eran idénticos. Habíamos visto la miseria en la<br />
«pasada» Operación Salomón y, a pesar <strong>de</strong>l duro entrenamiento, resultaba<br />
difícil acostumbrarse. Sin embargo, no teníamos opción. Más aún: era preciso<br />
que nos mentalizáramos. Poco o nada podíamos hacer para solventar el<br />
problema. E imaginé que «aquello» sólo era el principio. Naturalmente,<br />
acerté...<br />
La senda, siempre regada con la negra y crujiente ceniza volcánica, empezó a<br />
encabritarse. En cuestión <strong>de</strong> tres millas pasamos <strong>de</strong>l nivel <strong>de</strong>l yam (en<br />
aquellas fechas a «menos 208» metros respecto al <strong>de</strong>l Mediterráneo) a unas<br />
alturas que oscilaban entre los 100 y 500 metros. Y así continuaría hasta que<br />
divisásemos las lagunas <strong>de</strong> Semaconitis.<br />
Al poco, el bosque <strong>de</strong> álamos <strong>de</strong>l Eufrates y tamariscos se <strong>de</strong>tuvo. Y al salir <strong>de</strong>l<br />
benéfico «túnel», el sol <strong>de</strong> agosto nos abofeteó.<br />
Si los cálculos no erraban, el siguiente cruce <strong>de</strong> caminos se hallaba a unos<br />
cinco kilómetros, en las cercanías <strong>de</strong> Jaraba, otra población <strong>de</strong> la alta Galilea,<br />
igualmente <strong>de</strong>sconocida para nosotros. Nuestra intención era <strong>de</strong>tenernos lo<br />
menos posible, procurando alcanzar la orilla sur <strong>de</strong>l Hule, como dije, antes <strong>de</strong>l<br />
anochecer. El retraso en el claro próximo a Beth Saida Julias -bautizado <strong>de</strong>s<strong>de</strong><br />
ese momento como el «calvero <strong>de</strong>l pelirrojo»- no era significativo, pero<br />
tampoco convenía <strong>de</strong>scuidarse.<br />
Fue instintivo.<br />
Aquellos exploradores se <strong>de</strong>tuvieron maravillados. Lo que se abría ante nosotros<br />
era más hermoso <strong>de</strong> lo que imaginamos.<br />
Allá abajo, a la izquierda <strong>de</strong> la ruta, a cosa <strong>de</strong> un kilómetro, el alto Jordán<br />
<strong>de</strong>scendía lento y verdoso, como un dueño y señor. Y en ambas márgenes <strong>de</strong><br />
las espejeantes aguas, inmensas plantaciones <strong>de</strong> frutales, laberínticos<br />
huertos, cargados viñedos y una endiablada tela <strong>de</strong> araña ensamblada con<br />
acequias y canales. Y entre ver<strong>de</strong>s, ocres y cenizas, los perpetuos vigilantes<br />
<strong>de</strong>l río:<br />
los olmos canos -los geshem-, ahora amarillentos y peleando inútilmente con<br />
las elevadas temperaturas. Decenas <strong>de</strong> chozas avisaban <strong>de</strong> la presencia<br />
humana, apretadas unas contra otras o saltando, imprevisibles, entre disciplinados<br />
escuadrones <strong>de</strong> cítricos, granados, moreras, manzanos y la «luz»,<br />
los blancos almendros, paradójica e incomprensiblemente «nevados».<br />
¡Dios!... ¡Aquél era otro <strong>de</strong> los habituales escenarios en la vida <strong>de</strong>l Hijo <strong>de</strong>l<br />
Hombre!<br />
Y como un negro y cilíndrico «aviso», apuntando al incansable azul <strong>de</strong>l cielo,<br />
las torres <strong>de</strong> vigilancia. Unas corpulentas atalayas <strong>de</strong> piedra basáltica <strong>de</strong> diez<br />
metros <strong>de</strong> altura, siempre oteando, siempre cargadas <strong>de</strong> razón, siempre<br />
gritando que los kerem, los viñedos bajo su tutela, eran sagrados. Así lo <strong>de</strong>cía<br />
la Ley <strong>de</strong> Moisés. La gefen (la vid) y las anavim (las uvas) eran intocables. Y<br />
131
durante el verano y el tiempo <strong>de</strong> la vendimia, dueños y patronos instalaban en<br />
lo alto -día y noche- a los mejores oteadores. Abajo, confiadas, <strong>de</strong>coradas en<br />
rojo, se adivinaban unas viñas bien preñadas, a punto para la cosecha y<br />
apuntaladas con estacas.<br />
El padre Jordán -menos bíblico en aquel curso que en el propiciado por la<br />
segunda <strong>de</strong>sembocadura- ben<strong>de</strong>cía sin <strong>de</strong>scanso la escasamente célebre<br />
Gaulanitis. Unas tierras, sin embargo, <strong>de</strong> especial importancia en la existencia<br />
<strong>de</strong> Jesús <strong>de</strong> Nazaret. Poco a poco iríamos comprobándolo...<br />
Parecía como si la Provi<strong>de</strong>ncia hubiera invertido un tiempo y un esfuerzo<br />
«extras» a la hora <strong>de</strong> diseñar aquellos parajes. No en vano, digo yo, <strong>de</strong>bían<br />
ser hollados por un Dios...<br />
Extasiados, continuamos en silencio.<br />
A la <strong>de</strong>recha <strong>de</strong> la solitaria senda, aunque diferente, el paisaje no era menos<br />
rico y exuberante.<br />
Pacientes e inteligentes, los felah habían conquistado el abrupto perfil, robando<br />
planicies casi imposibles y convirtiéndolas en los codiciados graneros<br />
<strong>de</strong> la alta Galilea. Los campos <strong>de</strong> trigo y cebada -cosechados entre abril y<br />
junio- se <strong>de</strong>rramaban hacia el este como un mar negro-amarillento, ahora en<br />
llamas por la quema <strong>de</strong> rastrojos. En la lejanía, envueltos en el humazo,<br />
partidas <strong>de</strong> campesinos pastoreaban un fuego débil e inquieto, peligrosamente<br />
arengado por el tnaambit, el viento <strong>de</strong>l Mediterráneo.<br />
En los lin<strong>de</strong>ros, altas, oscuras y brillantes pirámi<strong>de</strong>s <strong>de</strong> basalto recordaban a<br />
propios y extraños el titánico esfuerzo <strong>de</strong> los galileos en la doma <strong>de</strong> aquellos<br />
cabezos. Ni una sola <strong>de</strong> las planicies había quedado libre <strong>de</strong> la minuciosa labor<br />
<strong>de</strong> limpieza <strong>de</strong> los guijarros y rocas volcánicos que asolaban la región.<br />
En algunas <strong>de</strong> las «islas», rezagados, los felah cargaban en gran<strong>de</strong>s carretas<br />
las últimas gavillas <strong>de</strong> una paja aburrida y tostada por el sol.<br />
Más allá, encorvados, severos y vestidos <strong>de</strong> arrugas, los zayit, los olivos,<br />
avisando <strong>de</strong>l nuevo territorio y marcando sin discusión la frontera entre la<br />
humil<strong>de</strong> verticalidad <strong>de</strong>l cereal y la altivez <strong>de</strong>l bosque. Fiel al profeta Oseas, el<br />
olivar se engalanaba discreto y distante...<br />
Escrupulosos y sabios, sabedores <strong>de</strong> la permanente y legendaria «sed» <strong>de</strong><br />
esta especie -la Olea europea-, los campesinos procuraban plantarlos tal y<br />
como recomendaba la Ley: a once metros uno <strong>de</strong> otro. Algunos <strong>de</strong> los zayit,<br />
vencedores, lucían unos troncos ahuecados <strong>de</strong> hasta cuatro y cinco metros <strong>de</strong><br />
diámetro. Probablemente eran mudos testigos <strong>de</strong> mil años en la historia <strong>de</strong><br />
Israel.<br />
Y por <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> esta «milicia», <strong>de</strong> nuevo el bosque, colonizando el norte y el<br />
oriente hasta los 800 o 900 metros <strong>de</strong> altitud.<br />
Era asombroso.<br />
La masa forestal tomaba el relevo. Se disfrazaba <strong>de</strong> horizonte verdiazul y<br />
confundía a los cielos. Verda<strong>de</strong>ramente, la Palestina <strong>de</strong> Jesús <strong>de</strong> Nazaret poco<br />
132
o nada tenía que ver con lo hoy conocido. Por lo que fuimos <strong>de</strong>scubriendo, una<br />
ardilla <strong>de</strong>l Hermón hubiera podido <strong>de</strong>scen<strong>de</strong>r hasta el mar Muerto sin tocar el<br />
suelo...<br />
En primera línea, respetuosos con el anciano olivar, se apretaban los dulces<br />
algarrobos -los haruv <strong>de</strong>l Talmud y <strong>de</strong> la Misná-, con sus copas anchas,<br />
abiertas y hospitalarias a todas las aves. Por <strong>de</strong>trás, <strong>de</strong>safiantes y engreídos,<br />
los egoz, los gigantescos nogales persas <strong>de</strong> treinta metros <strong>de</strong> altura, listos<br />
para dar fruto. Y entre el <strong>de</strong>nso y aromático ramaje, sus «primos», los nogales<br />
negros, unos intrusos y ladrones <strong>de</strong> luz <strong>de</strong> hasta cincuenta metros.<br />
Pru<strong>de</strong>ntes, los galileos habían trazado numerosos cortafuegos que se a<strong>de</strong>ntraban<br />
y perdían en la floresta. Semanas más tar<strong>de</strong>, en una inolvidable incursión<br />
en aquellos bosques, siguiendo, naturalmente, al Hijo <strong>de</strong>l Hombre, mi<br />
hermano y yo disfrutaríamos <strong>de</strong> una excelente ocasión para explorarlos y<br />
conocer <strong>de</strong> cerca la vida <strong>de</strong> otro gremio apasionante: los leñadores. Ni qué<br />
<strong>de</strong>cir tiene que uno <strong>de</strong> esos «leñadores» era, justamente, el entrañable y<br />
siempre sorpren<strong>de</strong>nte rabí.<br />
Allí, en alguna parte, ocultas entre nogales y algarrobos, se alzaban tres<br />
al<strong>de</strong>as -Dardara, Batra y Gamala-, básicamente afanadas en la recolección <strong>de</strong><br />
la keraíia (la dulce vaina <strong>de</strong>l haruv), <strong>de</strong> la nuez y en la tala <strong>de</strong>l egoz negro, <strong>de</strong><br />
ma<strong>de</strong>ra dura y homogénea, muy apreciada por carpinteros y ebanistas <strong>de</strong><br />
interiores.<br />
El avance, en fin, fue un espectáculo...<br />
Cubrimos en solitario y sin problemas los siguientes dos kilómetros y medio y,<br />
al llegar a la altura <strong>de</strong>l miliario que anunciaba la población <strong>de</strong> Jaraba (a dos<br />
millas romanas: 2 364 metros), «algo» nos <strong>de</strong>tuvo.<br />
Inspeccionamos los alre<strong>de</strong>dores pero, a simple vista, no <strong>de</strong>tectamos el origen<br />
<strong>de</strong>l prolongado y sordo «martilleo» que eclipsaba el familiar y monótono<br />
«chirriar» <strong>de</strong> las incansables cigarras.<br />
Eliseo señaló el cielo.<br />
A pesar <strong>de</strong>l fortísimo calor -quizá rondase los 35° Celsius-, inquietas bandadas<br />
<strong>de</strong> pájaros flotaban y <strong>de</strong>scendían sobre los barbechos, atacando a<br />
«algo» que, en la distancia, fuimos incapaces <strong>de</strong> distinguir.<br />
Proseguimos <strong>de</strong>spacio, con cautela, imaginando -no sé por qué- una plaga <strong>de</strong><br />
serpientes. Quizá víboras, tan abundantes en el estío y, sobre todo, en las<br />
zonas rocosas.<br />
Un centenar <strong>de</strong> pasos más a<strong>de</strong>lante obtuvimos puntual respuesta.<br />
Mi hermano, <strong>de</strong>sconcertado, se echó atrás.<br />
Los había a millares...<br />
El camino, las plantaciones <strong>de</strong> la izquierda y los campos y bloques basálticos<br />
<strong>de</strong> la <strong>de</strong>recha eran un hervi<strong>de</strong>ro.<br />
¿Qué hacíamos?<br />
133
«Aquello» nos cortaba literalmente el paso. No parecían agresivos, pero...<br />
Eliseo, <strong>de</strong>cidido, tocó uno <strong>de</strong> los increíbles ejemplares con la punta <strong>de</strong> la<br />
sandalia. Al momento, el «individuo» escapó con un ágil y vertiginoso salto,<br />
con tan mala fortuna que fue a topar y a engancharse en el pecho <strong>de</strong>l sorprendido<br />
ingeniero. Se lo quitó <strong>de</strong> encima a palmetazos y, lívido, me interrogó<br />
con la mirada.<br />
Poco faltó para que me echara a reír. Pero el susto <strong>de</strong> mí amigo recomendó<br />
pru<strong>de</strong>ncia...<br />
Pensé en <strong>de</strong>spejar la senda con el láser <strong>de</strong> gas. La «carnicería», sin embargo,<br />
se me antojó <strong>de</strong>sproporcionada.<br />
Sólo quedaba una alternativa: cruzar la plaga lo más rápidamente posible. La<br />
«piel <strong>de</strong> serpiente» nos protegería...<br />
Y dicho y hecho.<br />
Embozados en los mantos y a la carrera, los exploradores se lanzaron por la<br />
pista, triturando a cada zancada varias <strong>de</strong> aquellas «máquinas <strong>de</strong>voradoras».<br />
Al <strong>de</strong>jar atrás el «infierno ver<strong>de</strong>», ja<strong>de</strong>antes y sudorosos, no pudimos ocultar<br />
una punzante sensación <strong>de</strong> ridículo y rompimos a reír como pobres e impotentes<br />
tontos. Cuando se presentó la ocasión, «Santa Claus» dio cumplida<br />
cuenta <strong>de</strong> la naturaleza y «activida<strong>de</strong>s» <strong>de</strong> semejantes insectos. Porque <strong>de</strong><br />
eso se trataba, <strong>de</strong> otra <strong>de</strong> las plagas habituales <strong>de</strong>l verano en la Palestina que<br />
conoció Jesús. Según el or<strong>de</strong>nador, estos gigantescos ortópteros -<strong>de</strong> diez y<br />
doce centímetros <strong>de</strong> longitud- recibían el nombre <strong>de</strong> Saga ephippigera,<br />
aunque los judíos los bautizaron como «<strong>de</strong>voradores ver<strong>de</strong>s»..., y con razón.<br />
Los enormes saltamontes, con alas rudimentarias, presentaban una tonalidad<br />
ver<strong>de</strong> botella con franjas blancas o marrones en el vientre. Y allí don<strong>de</strong> se<br />
trasladaban teñían el lugar <strong>de</strong> ver<strong>de</strong> muerte. Nada se resistía a su voracidad:<br />
plantas, otros insectos, ranas, lagartos, serpientes y hasta pájaros <strong>de</strong>l tamaño<br />
<strong>de</strong> una golondrina. Se <strong>de</strong>sarrollaban con la primavera y en el verano -al<br />
igual que las langostas- migraban por todo Israel, asolando cuanto surgía a su<br />
paso. En varias oportunida<strong>de</strong>s, a lo largo <strong>de</strong> aquel tercer «salto», tendríamos<br />
la mala fortuna <strong>de</strong> tropezar con los saga. Y la experiencia fue siempre <strong>de</strong>sagradable.<br />
Los órganos bucales, enormes, hacían presa en la piel, cortándola<br />
como una navaja. Durante la noche se mostraban especialmente activos. Si<br />
uno dormía al raso, <strong>de</strong> pronto, sin previo aviso, podía verse materialmente<br />
«enterrado» por los «<strong>de</strong>voradores», que no distinguían plantas, animales o<br />
seres humanos. Los felah los combatían a duras penas con el auxilio <strong>de</strong>l fuego<br />
y, por supuesto, con la inestimable ayuda <strong>de</strong> las aves, que se precipitaban<br />
sobre ellos en gran<strong>de</strong>s bandadas. Si alguno <strong>de</strong> los pájaros, sin embargo, era<br />
atacado simultáneamente por los saga difícilmente llegaba a remontar el<br />
vuelo. En segundos, otros «<strong>de</strong>voradores» caían sobre él, <strong>de</strong>jándolo en los<br />
huesos.<br />
En este caso, los penetrantes silbidos <strong>de</strong> los multicolores abejarucos alertaron<br />
134
a otros «inquilinos» <strong>de</strong> la zona, que se apresuraron a compartir el festín.<br />
Hasta el «guardarríos» (martín pescador <strong>de</strong> pecho blanco) abandonó su<br />
plácido territorio en el Jordán, aventurándose en la tórrida atmósfera <strong>de</strong><br />
aquellas elevaciones. Y con él, otras entusiasmadas familias <strong>de</strong> alondras,<br />
aviones y calandrias <strong>de</strong> cabeza negra. La «caza», en ocasiones, se prolongaba<br />
dos o tres días, convirtiendo el paraje en un maremágnum <strong>de</strong> saltos, chillidos,<br />
«martilleo» e incesantes planeos y picados.<br />
Pero las sorpresas no habían terminado...<br />
Repuestos <strong>de</strong>l susto, tras limpiar los ropones <strong>de</strong> los pegadizos y recalcitrantes<br />
«<strong>de</strong>voradores», optamos por conce<strong>de</strong>rnos un nuevo respiro. Elegimos varias<br />
<strong>de</strong> las moles <strong>de</strong> basalto que escoltaban <strong>de</strong> cerca la senda y, a la sombra <strong>de</strong><br />
uno <strong>de</strong> los bloques, nos dispusimos a matar el hambre, echando mano <strong>de</strong> las<br />
provisiones suministradas por Camar: huevos crudos, granos <strong>de</strong> trigo tostado,<br />
zanahorias, nueces, higos secos y dátiles. Una dieta obligada, rica en vitaminas<br />
E y C.<br />
Y en ello estábamos cuando, encima <strong>de</strong>l monocor<strong>de</strong> canto <strong>de</strong> las chicharras<br />
negras, creímos escuchar «algo»...<br />
Sonó cercano.<br />
Nos incorporamos e intentamos localizar el lugar <strong>de</strong> proce<strong>de</strong>ncia.<br />
Se repitió por segunda vez.<br />
Intercambiamos una mirada. Parecía un gruñido.<br />
¿Un animal?<br />
En aquel tiempo, y en aquellos bosques, no eran infrecuentes el oso pardo, el<br />
jabalí arocho, <strong>de</strong> gran cabeza y colmillos curvos y temibles como dagas o, lo<br />
que era peor, las manadas <strong>de</strong> perros salvajes, generalmente famélicos y<br />
<strong>de</strong>spiadados.<br />
Deslicé los <strong>de</strong>dos hacia el extremo superior <strong>de</strong> la «vara <strong>de</strong> Moisés», preparándome.<br />
Mi hermano caminó unos metros, ro<strong>de</strong>ando parte <strong>de</strong>l negro circo <strong>de</strong> basalto.<br />
Tercer gruñido...<br />
Imité a Eliseo e, inquieto, avancé <strong>de</strong>spacio a dos o tres pasos <strong>de</strong> las piedras,<br />
siguiendo el flanco opuesto. El extraño sonido, claramente gutural, partía <strong>de</strong><br />
algún punto <strong>de</strong>l roquedal.<br />
No sé cómo explicarlo pero, al oír <strong>de</strong> nuevo el singular «lamento» (?), una<br />
imagen me vino súbitamente a la memoria. La <strong>de</strong>seché. Eso no era posible...<br />
De pronto, Eliseo me alertó.<br />
-¡Jasón!... ¡Aquí!... ¡Rápido!...<br />
Volé hacia el lugar y seguí la dirección apuntada por mi compañero.<br />
-No pue<strong>de</strong> ser... Mi hermano, intuitivo, exclamó:<br />
-Lo sabía... Algo me <strong>de</strong>cía que esto iba a ocurrir...<br />
También yo acerté. El presentimiento fue atinado.<br />
-Bien -terció Eliseo, a<strong>de</strong>lantándose a mis pensamientos-. Y ahora, ¿qué?<br />
135
No supe qué <strong>de</strong>cir. -Esto no es casual... Estuve <strong>de</strong> acuerdo.<br />
En lo alto <strong>de</strong> uno <strong>de</strong> los peñascos, acurrucado, nos observaba un «personaje»<br />
recientemente conocido: ¡el pelirrojo!<br />
Pero, ¿cómo no lo vimos? ¿Cómo no nos percatamos <strong>de</strong> su presencia en la<br />
larga marcha?<br />
En el fondo daba igual. La cuestión es que estaba allí y, evi<strong>de</strong>ntemente, nos<br />
seguía por alguna razón. .<br />
Receloso, haciendo caso omiso a las peticiones para que bajara, el niño<br />
continuó en su escondite. De vez en vez, por toda respuesta, negaba con la<br />
cabeza.<br />
Eliseo hizo a<strong>de</strong>mán <strong>de</strong> trepar por las peñas. Al punto, emitiendo uno <strong>de</strong><br />
aquellos animalescos sonidos guturales, saltó más arriba, manteniendo la<br />
distancia. Mi hermano <strong>de</strong>sistió.<br />
Aunque nos había seguido, estaba claro que no tenía intención <strong>de</strong> relacionarse.<br />
Le mostramos algunas viandas, invitándole a <strong>de</strong>scen<strong>de</strong>r. Negativo.<br />
Una y otra vez negó con manos y cabeza, acompañando los movimientos con<br />
sendos y agudos chillidos. Unos chillidos <strong>de</strong> protesta y rechazo. ¡Torpe <strong>de</strong> mí!<br />
Entonces comprendí. Pero, confuso, no tuve valor para <strong>de</strong>círselo a mi compañero.<br />
Y a la vista <strong>de</strong> aquel infeliz me vi nuevamente asaltado por la tristeza...<br />
¿Qué podía hacer? Nada. Absolutamente nada...<br />
Enterré el «hallazgo» en lo más hondo y, cargando los petates, tras lanzar una<br />
última ojeada al adusto y refractario ladronzuelo, retornamos a la senda,<br />
apretando el paso.<br />
Un centenar <strong>de</strong> metros más a<strong>de</strong>lante, al volvernos, la criatura había <strong>de</strong>saparecido.<br />
¿Cómo era posible? ¿Dón<strong>de</strong> se escondía?<br />
Oteamos campos y vaguadas. Inútil. Era como si se lo hubiera tragado la<br />
tierra.<br />
Y, preocupados, nos dispusimos a rematar aquel tramo <strong>de</strong>l viaje. En breve<br />
divisaríamos el cruce <strong>de</strong> Jaraba.<br />
¿Volveríamos a encontrarlo? En ese supuesto, ¿qué hacíamos?<br />
Y sin querer nos enzarzamos en una difícil y esquinada polémica.<br />
Admitiendo la remota posibilidad <strong>de</strong> que se uniera a nosotros, ¿qué papel nos<br />
reservaba el Destino?<br />
Aquello no estaba previsto...<br />
Eliseo, compasivo, no puso reparos.<br />
-¿Qué mal pue<strong>de</strong> haber en que nos acompañe? Quizá sea positivo para todos...<br />
Me opuse.<br />
La misión nos obligaba a permanecer libres y sin compromiso alguno. Y<br />
136
tentado estuve <strong>de</strong> confesar mis sospechas. Si la apreciación era correcta,<br />
acoger al niño complicaría los planes...<br />
No hubo forma. Tozudo, se mantuvo en sus trece. E intuí que empezaba a<br />
encariñarse con el pelirrojo. Algo absolutamente prohibido por <strong>Caballo</strong> <strong>de</strong><br />
<strong>Troya</strong>. Según las normas, sólo éramos meros observadores y, por nada <strong>de</strong>l<br />
mundo, <strong>de</strong>bíamos enredarnos en sentimientos o amoríos con los naturales <strong>de</strong><br />
aquel «ahora» histórico. Por supuesto, esto era lo i<strong>de</strong>al. Pura teoría. En la<br />
práctica -tal y como nos ocurría con el Maestro-, las cosas eran muy diferentes...<br />
Pero, tan obstinado como mi compañero, me atrincheré en la<br />
normativa, rechazando las sugerencias <strong>de</strong>l bien intencionado Eliseo. El Destino,<br />
afortunadamente, <strong>de</strong>jaría el asunto en el lugar que correspondía.<br />
-Lo llamaremos «Denario»...<br />
Protesté. Seguramente tendría su propia gracia.<br />
Creo que ni me escuchó. Y siguió haciendo planes.<br />
-Es listo... Podríamos enseñarle un oficio... Quizá buscarle una buena familia...<br />
Y feliz, <strong>de</strong>seoso <strong>de</strong> volver a verlo, fue <strong>de</strong>teniéndose <strong>de</strong> vez en cuando, buscando<br />
inútilmente entre campos y colinas.<br />
Al recordarle la terminante prohibición <strong>de</strong> intervenir en sucesos que pudieran<br />
alterar el natural <strong>de</strong>venir <strong>de</strong> los acontecimientos, se echó a reír. Y con su<br />
habitual y cristalina espontaneidad afirmó:<br />
-Teorías... Puras teorías... Sabes bien que nuestra sola presencia constituye<br />
ya una <strong>de</strong>scarada violación <strong>de</strong> este «ahora».<br />
Me atrapó.<br />
-A<strong>de</strong>más -añadió, hundiendo el <strong>de</strong>do en la <strong>de</strong>licada llaga-, ¿quién te dice que<br />
nosotros, pobres diablos, sentimentales, somos capaces <strong>de</strong> modificar el<br />
Destino? Si así fuera, ¿crees que esta operación habría tenido lugar?<br />
Y remató convencido.<br />
-No, querido mayor... Ese Destino, al que tú, ahora, quizá con razón, distingues<br />
con una merecida mayúscula, no lo hubiera autorizado...<br />
Las sensatas y justas palabras me <strong>de</strong>sarmaron. Y pensé en ellas durante<br />
mucho tiempo. En aquella operación, en efecto, palpitaba «algo» mágico.<br />
«Algo» misterioso y sublime que, por fortuna, escapó a nuestra percepción.<br />
Pero ésta es otra historia...<br />
Al doblar un recodo, la conversación voló. Y regresamos a la realidad. Frente<br />
a nosotros, lenta y cansina, apareció una caravana.<br />
Frenamos la marcha. Aunque no tenía por qué surgir problema alguno,<br />
montamos la guardia.<br />
Se trataba <strong>de</strong> una docena <strong>de</strong> redas, enormes y pesados carros <strong>de</strong> cuatro<br />
ruedas, tirados por muías agotadas y resoplantes.<br />
Nos echamos a un lado.<br />
137
Los caravaneros, semi<strong>de</strong>snudos, tocados con blancos turbantes y armados <strong>de</strong><br />
palos y largos látigos <strong>de</strong> cuero, castigaban sin piedad a las bestias, forzándolas<br />
a avivar el paso. Por los gritos y juramentos <strong>de</strong>duje que estábamos ante<br />
una cuadrilla <strong>de</strong> tirios. Hablaban una jerga in<strong>de</strong>scifrable para quien esto escribe.<br />
A cada golpe, las caballerías respondían con un nuevo esfuerzo. Pero las<br />
pesadas cargas, el piso suelto y granulado y, sobre todo, la violencia <strong>de</strong>l sol,<br />
las sofocaban a los pocos minutos, haciéndoles temblar y tambalearse. Y los<br />
cinco o seis fenicios, más brutos si cabe que las propias muias, arreciaban en<br />
sus blasfemias y latigazos, colocando a los exhaustos animales al bor<strong>de</strong> <strong>de</strong> la<br />
muerte.<br />
Eliseo, indignado, miró hacia otro lado.<br />
Intenté averiguar el contenido <strong>de</strong> los carros pero, a simple vista, era imposible.<br />
Aparecían cuidadosamente tapados por <strong>de</strong>nsas ramas <strong>de</strong> helecho.<br />
De pronto, uno <strong>de</strong> los caravaneros se <strong>de</strong>tuvo ante nosotros. Y, sudoroso,<br />
señalando en dirección al yam, preguntó en arameo si el camino se hallaba<br />
<strong>de</strong>spejado. Aquélla, como ya expliqué, era otra costumbre habitual en las<br />
siempre peligrosas e imprevisibles rutas <strong>de</strong> Palestina. Viajeros, burreros y<br />
jefes <strong>de</strong> convoyes intercambiaban información cuando acertaban a cruzarse.<br />
Aclaré que todo estaba tranquilo, excepción hecha <strong>de</strong>l tramo infectado por los<br />
«<strong>de</strong>voradores ver<strong>de</strong>s». Al oírlo masculló algo en su lengua, escupiendo sobre<br />
la escoria. Dudó unos instantes y, acto seguido, avanzando hacia la cabeza <strong>de</strong><br />
los redas, gritó algo. Las muías se <strong>de</strong>tuvieron, cabeceando nerviosas. Los<br />
tirios se agruparon y, tras escuchar al que nos había interrogado, discutieron,<br />
golpeando el sen<strong>de</strong>ro con los látigos. Parecían furiosos y contrariados. Pru<strong>de</strong>ntemente<br />
dimos media vuelta, reemprendiendo la marcha. A los pocos<br />
pasos, sin embargo, nuestro interlocutor nos reclamó a gritos. Quería cerciorarse.<br />
Describí la escena y, convencido, arrugó el ceño, maldiciendo su<br />
alma, la <strong>de</strong> su patrón, a sus difuntos, al «injusto dios Baal» y la maldita hora<br />
en la que se le ocurrió aceptar el transporte <strong>de</strong> aquella agua mineral...<br />
¿Agua mineral?<br />
Eliseo se interesó por la curiosa carga y el tirio, a regañadientes, con el<br />
pensamiento hipotecado por los «<strong>de</strong>voradores», explicó que procedía <strong>de</strong> las<br />
fuentes <strong>de</strong>l Jordán, en las cercanías <strong>de</strong> Paneas (Cesárea <strong>de</strong> Filipo), al norte.<br />
Más a<strong>de</strong>lante lo verificaríamos. Se trataba, efectivamente, <strong>de</strong> una saludable<br />
agua hipotermal (fría), <strong>de</strong> baja mineralización y <strong>de</strong> notables propieda<strong>de</strong>s<br />
diuréticas.<br />
Aproveché la ocasión y formulé la misma pregunta planteada por el fenicio en<br />
el primer encuentro.<br />
-Sin problemas...<br />
Me tranquilicé. Eso significaba que el resto <strong>de</strong> la ruta se hallaba <strong>de</strong>spejado y<br />
138
sin conflictos.<br />
Pero el rudo caravanero, sonriendo ladinamente, fue más allá, aclarando un<br />
extremo que siempre inquietaba a los caminantes. En especial, a los muy<br />
patriotas y a los judíos más ortodoxos.<br />
-Ni rastro <strong>de</strong> los kittim..., hasta el cruce <strong>de</strong> Dabra.<br />
El tipo regresó con los suyos y dio un par <strong>de</strong> ór<strong>de</strong>nes. Al momento, las cabezas<br />
<strong>de</strong> las muías fueron tapadas con sendos y generosos sacos <strong>de</strong> arpillera. Dos<br />
<strong>de</strong> los arreadores se situaron al frente <strong>de</strong>l convoy y animaron a las in<strong>de</strong>cisas<br />
caballerías, reemprendiendo el camino. Esta vez en silencio, sin golpes, al<br />
paso y con el miedo como nuevo «caravanero».<br />
Hice algunos cálculos.<br />
La referida encrucijada <strong>de</strong> Dabra se hallaba casi al sur <strong>de</strong>l lago Hule. Al<br />
atar<strong>de</strong>cer, por tanto, tropezaríamos con los kittim (los romanos). Pero no<br />
teníamos por qué preocuparnos. Al contrario. En nuestro caso, las tropas<br />
auxiliares, <strong>de</strong>stacadas en la apartada región <strong>de</strong> la Gaulanitis, siempre constituían<br />
una cierta seguridad. ¿O no?<br />
Avanzamos <strong>de</strong> nuevo y Eliseo, tras otear por enésima vez los alre<strong>de</strong>dores, a la<br />
búsqueda <strong>de</strong>l <strong>de</strong>saparecido «Denario», refiriéndose a la caravana, se congratuló<br />
<strong>de</strong> haber elegido el sábado para iniciar la búsqueda <strong>de</strong>l Maestro.<br />
Compartí la satisfacción. Tuvimos suerte. En cualquier otro día, la estrecha y<br />
<strong>de</strong>scuidada «arteria» por la que transitábamos hubiera sido un suplicio y una<br />
fuente inagotable <strong>de</strong> conflictos.<br />
Sí, quizá sea el momento <strong>de</strong> hacer un paréntesis y hablar <strong>de</strong> ello. Cuanto voy<br />
a referir formaba parte, a<strong>de</strong>más, <strong>de</strong>l cotidiano marco en el que se movía Jesús.<br />
Y propició infinidad <strong>de</strong> anécdotas y hechos más o menos importantes. Unos<br />
sucesos, como veremos, silenciados por los textos sagrados (?).<br />
Esta senda, por la que ahora caminábamos, era uno <strong>de</strong> los ejes comerciales<br />
<strong>de</strong> mayor intensidad y trascen<strong>de</strong>ncia en la vida <strong>de</strong> Palestina. Día y noche,<br />
<strong>de</strong>cenas <strong>de</strong> caravanas lo cruzaban en una y otra dirección. El tráfico resultaba<br />
agobiante. En el fondo era lógico. Más al norte, en la mencionada ciudad <strong>de</strong><br />
Paneas, la ruta se unía a otra igualmente vital: la que se dirigía a Damasco,<br />
por el este, y a la bulliciosa Tiro, en la costa mediterránea. Proce<strong>de</strong>ntes, pues,<br />
<strong>de</strong> los cuatro puntos cardinales, confluían en esta carretera todas las mercancías<br />
imaginables..., y algunas más.<br />
Esta floreciente realidad no era algo nuevo. Aunque la paz <strong>de</strong>l emperador<br />
Augusto multiplicó la seguridad general, el intensísimo comercio aparecía<br />
reflejado ya en las palabras <strong>de</strong>l profeta Ezequiel, 600 años antes <strong>de</strong> Cristo.<br />
Refiriéndose a la vecina Fenicia -más concretamente a Tiro y Biblos-, hace un<br />
minucioso y exhaustivo «inventario» <strong>de</strong> cuanto entraba en dichas ciuda<strong>de</strong>s<br />
costeras. Pues bien, tanto entonces, como en aquel año 25, buena parte <strong>de</strong><br />
esas innumerables y exóticas merca<strong>de</strong>rías pasaba obligatoriamente por la<br />
«arteria» a la que me refiero, siempre paralela al alto Jordán.<br />
139
Como es fácil imaginar, el próspero comercio arrastraba consigo gentes,<br />
lenguas, costumbres, religiones y problemas <strong>de</strong> mil orígenes y naturalezas,<br />
convirtiendo la Gaulanitis en un foro tan internacional como atractivo. Esa<br />
riada humana -no conviene olvidarlo- fue testigo, en numerosas oportunida<strong>de</strong>s,<br />
<strong>de</strong> las palabras y prodigios <strong>de</strong>l Galileo.<br />
Si tuviera que sintetizar tan rico tránsito <strong>de</strong> razas, culturas y mercancías lo<br />
haría en cuatro gran<strong>de</strong>s grupos, según los puntos <strong>de</strong> partida. A saber:<br />
Los que procedían <strong>de</strong>l norte y <strong>de</strong>l oeste.<br />
En las prolongadas estancias en la región asistimos a un continuo, casi diario,<br />
transporte, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> los espesos bosques <strong>de</strong> la Fenicia (hoy Líbano), <strong>de</strong> las más<br />
nobles y codiciadas ma<strong>de</strong>ras. Por esta senda, rumbo a Israel, la Nabatea, etc.,<br />
circulaba el «rey» <strong>de</strong> los árboles, el cedro, en interminables y lentos convoyes.<br />
Junto a los troncos, o a la ma<strong>de</strong>ra ya cortada, los fenicios exportaban también<br />
el costoso aceite balsámico que se extraía <strong>de</strong> dichos cedros y que los egipcios<br />
precisaban para los rituales <strong>de</strong> momificación <strong>de</strong> sus príncipes y faraones. Era<br />
Egipto, igualmente, el principal consumidor <strong>de</strong> coniferas, mer (un árbol <strong>de</strong><br />
ma<strong>de</strong>ra roja) y enebro, utilizados en la fabricación <strong>de</strong> navíos, mástiles,<br />
muebles y ataú<strong>de</strong>s. El mer, sobre todo, era talado en la región <strong>de</strong> Nega,<br />
famosa por sus bosques impenetrables.<br />
También <strong>de</strong>l norte, en toda suerte <strong>de</strong> carros y animales <strong>de</strong> carga, vimos<br />
<strong>de</strong>sfilar a tirios y sidonios, orgullosos con uno <strong>de</strong> sus gran<strong>de</strong>s «inventos»: el<br />
vidrio. Aquélla era una <strong>de</strong> las mercancías más habituales en esta senda. El<br />
inimitable vidrio fenicio, cuyo secreto <strong>de</strong> fabricación fue robado, casi con<br />
seguridad, a los egipcios, llegaba a todas partes. El bajo costo logrado por Tiro<br />
y Sidón repercutía en las ventas, haciendo que espléndidos jarrones, copas,<br />
botellas, vasijas, platos, perlas y tejas vidriadas pudieran entrar hasta en los<br />
hogares más humil<strong>de</strong>s. Y poco a poco, estas piezas transparentes reemplazaron<br />
a los enseres <strong>de</strong> barro y ma<strong>de</strong>ra.<br />
Y junto a la «especialidad» <strong>de</strong> Fenicia -el <strong>de</strong>licado y barato vidrio-, otra no<br />
menos próspera fuente <strong>de</strong> ingresos para la vecina costa norteña: la púrpura,<br />
el emblema <strong>de</strong> los fenicios. Los hábiles comerciantes, siempre en carros cerrados<br />
y permanentemente vigilados, enviaban las telas ya teñidas a todo el<br />
mundo conocido. En ocasiones, no <strong>de</strong>masiadas, aceptaban ven<strong>de</strong>r los pequeños<br />
gasterópodos <strong>de</strong> los que extraían el precioso y preciado tinte. En este<br />
caso, las panzudas cántaras o los cestos <strong>de</strong> mimbre que los transportaban<br />
viajaban siempre <strong>de</strong> noche y, como digo, fuertemente escoltados por mercenarios<br />
a sueldo. A diferencia <strong>de</strong>l vidrio, la púrpura era un artículo <strong>de</strong> lujo, al<br />
que sólo tenían acceso los más po<strong>de</strong>rosos. El color en sí, en aquella época, era<br />
símbolo <strong>de</strong> realeza y <strong>de</strong> máximo po<strong>de</strong>r. Algo que nació, justamente, <strong>de</strong>l<br />
humil<strong>de</strong> Murex.<br />
En clara competencia con los fenicios, otros países -incluido Israel- se procuraban<br />
una púrpura, <strong>de</strong> menor calidad y brillantez, que obtenían <strong>de</strong> un<br />
140
parásito <strong>de</strong> la encina, un insecto <strong>de</strong>nominado precisamente «púrpura». Pero<br />
la escasez <strong>de</strong>l mismo, y lo laborioso <strong>de</strong>l proceso, convertían dicha púrpura<br />
«<strong>de</strong>scafeinada» en un producto más caro, incluso, que la genuina.<br />
De los puertos <strong>de</strong> Tiro, Biblos, etc., llegaban también a esta «arteria» infinidad<br />
<strong>de</strong> convoyes o comerciantes solitarios, cargando un producto que nos<br />
maravilló: toda clase <strong>de</strong> esculturas -ídolos, animales y bellísimas representaciones<br />
<strong>de</strong> ciuda<strong>de</strong>s en miniatura- talladas en marfil, previamente<br />
adquirido en Asia, África y en las remotas costas <strong>de</strong> la Europa septentrional.<br />
Los había <strong>de</strong> elefante y <strong>de</strong> morsa.<br />
De estos talleres fenicios partía igualmente la más nutrida y artística colección<br />
<strong>de</strong> vasijas <strong>de</strong> oro, plata y bronce que se pueda imaginar. Con una <strong>de</strong>lica<strong>de</strong>za<br />
exquisita, los laboriosos alfareros <strong>de</strong> Sidón consiguieron vidriar la arcilla,<br />
obteniendo jarrones, platos y diminutos frascos <strong>de</strong> perfume que nada tenían<br />
que envidiar al vidrio auténtico.<br />
También la lejana Cartago formaba parte <strong>de</strong> esta intrincada red comercial,<br />
ofreciendo, sobre todo, «algo» que se puso <strong>de</strong> moda entre las amas <strong>de</strong> casa<br />
<strong>de</strong> la región: huevos <strong>de</strong> avestruz, previamente vaciados, y <strong>de</strong>corados con<br />
vivos colores. Algunos alcanzaban precios exorbitantes. Los judíos ortodoxos,<br />
sin embargo, los rechazaban, calificando a los compradores <strong>de</strong> idólatras. Y no<br />
fueron pocas las peleas y disputas que se suscitaron a raíz <strong>de</strong> esta «novedad».<br />
(Como se recordará, Yavé prohibía la representación <strong>de</strong> imágenes.)<br />
Por esta concurrida vía entraban, asimismo, los más sorpren<strong>de</strong>ntes productos:<br />
alcachofas, garum y pescado en salmuera <strong>de</strong> Iberia; armas, brazaletes y<br />
collares <strong>de</strong> Cirene; carne en adobo <strong>de</strong> la Galia; miel y queso <strong>de</strong> Sicilia; gansos<br />
<strong>de</strong> Bélgica; minerales <strong>de</strong> Germania, Gran Bretaña, Italia y África; lino y trigo<br />
<strong>de</strong> Egipto; vino <strong>de</strong> las campiñas griegas, chipriotas e italianas; marisco <strong>de</strong><br />
Córcega; cítricos <strong>de</strong> Numidia y, naturalmente, la producción <strong>de</strong> la propia<br />
Gaulanitis (papiro, cañas y aves <strong>de</strong> las lagunas <strong>de</strong>l Hule, la apreciada carne <strong>de</strong><br />
vacuno <strong>de</strong> sus siempre ver<strong>de</strong>s pastos norteños, trigo, cebada, miel, flores y<br />
pescado, entre otras especialida<strong>de</strong>s). Mercados <strong>de</strong>l este y <strong>de</strong>l sur.<br />
Si lo ya mencionado resultaba a todas luces abrumador, lo que viajaba <strong>de</strong> las<br />
misteriosas China e India y <strong>de</strong>s<strong>de</strong> Arabia, mar Rojo, Nubia, etc., no le iba a la<br />
zaga.<br />
Cuando las vistosas caravanas <strong>de</strong>sembocaban al fin en el alto Jordán, bien por<br />
la ruta <strong>de</strong> Damasco o por el sur <strong>de</strong>l yam, la congestión provocaba innumerables<br />
y endiablados atascos, ora divertidos, ora trágicos, con los consiguientes<br />
altercados, confusiones, peleas y abusos <strong>de</strong> todo tipo. Éste, insisto,<br />
era el paisaje habitual que contempló el Maestro y cuantos le acompañamos<br />
en sus frecuentes idas y venidas por la Gaulanitis.<br />
Proce<strong>de</strong>ntes <strong>de</strong> la anciana y mítica senda <strong>de</strong> la seda, hindúes y orientales, <strong>de</strong><br />
mil pelajes y condición, atravesaban Israel ofreciendo primorosas alfombras,<br />
pimienta, nardo, algodón, caballos, finísimos instrumentos musicales, rosas<br />
141
secas, ja<strong>de</strong>, la inevitable y preciada seda y hasta juegos malabares.<br />
Era una <strong>de</strong>licia...<br />
Des<strong>de</strong> el principio, estos exploradores disfrutaron con aquel maremágnum <strong>de</strong><br />
gentes, en general abiertas, respetuosas y <strong>de</strong>seosas <strong>de</strong> complacer. Y no<br />
digamos el Hijo <strong>de</strong>l Hombre...<br />
Pero <strong>de</strong>bo contenerme. Todo a su <strong>de</strong>bido tiempo.<br />
Quizá los más espectaculares eran los traficantes árabes, originarios, en su<br />
mayoría, <strong>de</strong> los reinos <strong>de</strong> Saba, la Nabatea y los austeros <strong>de</strong>siertos <strong>de</strong>l Nafud,<br />
al norte <strong>de</strong> Arabia. La gente menuda, sobre todo, los recibía con especial<br />
entusiasmo.<br />
Los altos «barcos <strong>de</strong>l <strong>de</strong>sierto» (los camellos), siempre malhumorados y<br />
respondones, los blancos y generosos abba <strong>de</strong> algodón <strong>de</strong> los hombres, los<br />
alegres y multicolores ropajes <strong>de</strong> las beduinas -con los rostros tatuados-, las<br />
tiendas <strong>de</strong> pieles, los halcones encapuchados que habitualmente los acompañaban<br />
y las cálidas danzas y gritos rituales hacían <strong>de</strong> este pueblo todo un<br />
espectáculo. Y a su paso, chicos y gran<strong>de</strong>s quedaban hipnotizados.<br />
Con ellos llegaba la mirra (vital para la elaboración <strong>de</strong> perfumes y cosméticos),<br />
el costoso bálsamo (en dura competencia con el cultivado en Jericó y en el<br />
oasis <strong>de</strong> En Gedi, en la costa occi<strong>de</strong>ntal <strong>de</strong>l mar Muerto), los voluminosos<br />
cestos <strong>de</strong> incienso (consumido a toneladas en el Templo <strong>de</strong> la Ciudad Santa),<br />
el alquitrán (imprescindible para calafatear embarcaciones y embalsamar<br />
cadáveres), otras finas ma<strong>de</strong>ras como el boj y el cidro, pájaros exóticos <strong>de</strong> las<br />
costas e islas <strong>de</strong>l mar Rojo y <strong>de</strong>l golfo Pérsico y el no menos buscado índigo<br />
(un colorante natural que embellecía los tejidos y que hacía furor entre las<br />
clases adineradas).<br />
Eliseo, efectivamente, llevaba razón. Tuvimos suerte. El Destino, una vez más,<br />
fue compasivo.<br />
Aquel sábado fue una excepción. El tráfico, <strong>de</strong>bido, quizá, a lo caluroso <strong>de</strong>l<br />
mes <strong>de</strong> elul (agosto), era casi nulo.<br />
Y al fin alcanzamos el miliario que anunciaba el <strong>de</strong>svío hacia la vecina población<br />
<strong>de</strong> Jaraba.<br />
Impacientes, aceleramos...<br />
Allí -cómo no- nos aguardaban el Destino..., y «alguien» más.<br />
¿Cómo íbamos a imaginar algo así?<br />
Pero allí estaba...<br />
A escasa distancia <strong>de</strong> la encrucijada, en uno <strong>de</strong> los puntos más alejados <strong>de</strong>l<br />
Jordán (alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> dos kilómetros), divisamos un notable tumulto.<br />
Instintivamente aliviamos la marcha.<br />
El camino se hallaba materialmente tomado por una reata <strong>de</strong> bestias. Y<br />
empezamos a distinguir gritos y las inevitables maldiciones.<br />
Mi hermano torció el gesto, intuyendo problemas. Esta vez tampoco se<br />
142
equivocó...<br />
Y al alcanzar la cola <strong>de</strong> la caravana, proce<strong>de</strong>nte sin eluda <strong>de</strong>l yam o <strong>de</strong> otras<br />
latitu<strong>de</strong>s más meridionales, no supimos qué hacer. Ro<strong>de</strong>arla hubiera sido una<br />
pérdida <strong>de</strong> tiempo. Por otro lado, la gran excitación <strong>de</strong> los arrieros -negros en<br />
su casi totalidad-, corriendo <strong>de</strong> un lado para otro y propinando una lluvia <strong>de</strong><br />
palos a uno <strong>de</strong> los enormes asnos, nos intrigó, forzándonos a sortear la<br />
veintena <strong>de</strong> caballerías.<br />
Nunca, hasta ese momento, había visto burros tan vistosos y espectaculares.<br />
Disfrutaban <strong>de</strong> una alzada consi<strong>de</strong>rable (casi metro y medio), con orejas<br />
largas y altaneras sobre cabezas anchas en las que <strong>de</strong>stacaban hocicos<br />
blancos como la nieve. Pero lo más llamativo era el pelaje, casi rosado, con<br />
una cruz <strong>de</strong> san Andrés en la espalda y un mechón <strong>de</strong> crines grises rojizas<br />
rematando las colas. Alertados ante los rebuznos <strong>de</strong>l que estaba siendo tan<br />
cruelmente apaleado, los animales se agitaban inquietos, tropezando entre<br />
ellos y poniendo en peligro las voluminosas ánforas que cargaban a los<br />
costados. El caos, lógicamente, fue espesándose. Los negros, ataviados con<br />
túnicas rojas que casi rozaban el suelo, trataban <strong>de</strong> calmar a la reata, empleando<br />
estri<strong>de</strong>ntes chillidos y, lo que era peor, contun<strong>de</strong>ntes varazos sobre<br />
patas y vientres. Más <strong>de</strong> uno tuvo que saltar precipitadamente ante las<br />
certeras, violentas y más que justificadas coces <strong>de</strong> los aturdidos jumentos.<br />
Nosotros, entre unos y otros, nos las vimos y nos las <strong>de</strong>seamos...<br />
Finalmente, al superar aquel manicomio, fuimos a topar con una muralla<br />
humana.<br />
¿Por qué no obe<strong>de</strong>cí al instinto? ¿Por qué no evitamos el tumulto? ¿Qué<br />
hubiera importado una pérdida <strong>de</strong> diez o quince minutos? Bastaba con ingresar<br />
en los barbechos que ceñían la ruta para sortear el <strong>de</strong>sastre...<br />
Pero no. El Destino se hallaba muy atento y, como <strong>de</strong>cía, nos puso frente a<br />
otro singular aprieto.<br />
Al principio no distinguimos nada. El grupo <strong>de</strong> hombres, fundamentalmente<br />
ven<strong>de</strong>dores en aquel cruce <strong>de</strong> caminos, formaba un apretado círculo gritando<br />
y gesticulando sin or<strong>de</strong>n ni concierto.<br />
Eliseo, cada vez más intrigado, trató <strong>de</strong> abrirse paso, en un intento <strong>de</strong> averiguar<br />
qué era lo que provocaba semejante excitación. Le <strong>de</strong>jé hacer.<br />
¡Torpe <strong>de</strong> mí!<br />
Tendría que haber tirado <strong>de</strong> él, alejándonos <strong>de</strong>l lugar y <strong>de</strong> lo que nos<br />
aguardaba...<br />
Algunos <strong>de</strong> los galileos, indignados, levantaban las voces sobre el resto <strong>de</strong> los<br />
paisanos, pidiendo justicia y reclamando a los kittini. Otros, igualmente<br />
enar<strong>de</strong>cidos, tachaban a alguien <strong>de</strong> «sucio gentil» y «asesino».<br />
Temí lo peor. Nosotros también éramos extranjeros e, inconscientemente,<br />
nos habíamos situado en el ojo <strong>de</strong>l misterioso huracán.<br />
No hubo tiempo ni posibilidad <strong>de</strong> reaccionar. Varios <strong>de</strong> aquellos energúmenos,<br />
143
al percatarse <strong>de</strong> la presencia y <strong>de</strong> la insistencia <strong>de</strong> mi hermano por llegar al<br />
interior <strong>de</strong>l círculo, se revolvieron contra él y, confundiéndole con uno <strong>de</strong> los<br />
integrantes <strong>de</strong> la caravana, la emprendieron a golpes, empellones y patadas,<br />
<strong>de</strong>rribándolo.<br />
El cielo quiso que la «piel <strong>de</strong> serpiente» lo protegiera, que este explorador,<br />
rápido como el rayo, pulsara los ultrasonidos, <strong>de</strong>jando a tres <strong>de</strong> ellos fuera <strong>de</strong><br />
combate en cuestión <strong>de</strong> segundos.<br />
Atónito, sin saber qué hacer ni a dón<strong>de</strong> mirar, el resto retrocedió, incapaz <strong>de</strong><br />
articular palabra. Gritos, improperios y amenazas cesaron al punto, quedando<br />
en el aire la zarabanda <strong>de</strong> negros y asnos y, por supuesto, un «protagonista»:<br />
un miedo colectivo e insuperable.<br />
Ayudé a mi compañero y crucé con él una significativa mirada. Asintió con la<br />
cabeza. Se encontraba bien y convenía alejarse <strong>de</strong>l lugar lo antes posible. No<br />
<strong>de</strong>bíamos tentar la suerte.<br />
Pero las sorpresas acababan <strong>de</strong> empezar...<br />
Eliseo, al <strong>de</strong>scubrirlo, olvidó la consigna. Y se precipitó sobre él. Yo, tan<br />
<strong>de</strong>sconcertado como el ingeniero, no supe reaccionar.<br />
¡Dios bendito!<br />
Aquello era lo último que hubiera imaginado...<br />
Lancé una mirada a los pasmados y silenciosos ven<strong>de</strong>dores. Parecían estatuas.<br />
Pero no podía fiarme. En cuestión <strong>de</strong> minutos, los exánimes compañeros<br />
volverían en sí y Dios sabe qué ocurriría...<br />
Retrocedí <strong>de</strong>spacio, sin per<strong>de</strong>rles la cara, y fui a incorporarme al trío que<br />
integraban Eliseo, un altísimo individuo <strong>de</strong> casi dos metros, igualmente<br />
arrodillado en mitad <strong>de</strong> la negra senda, y la «causa» <strong>de</strong> aquel <strong>de</strong>sbarajuste.<br />
El gigante, vivamente compungido, sin po<strong>de</strong>r contener el llanto, movía el<br />
cuerpo sin cesar hacia a<strong>de</strong>lante y hacia atrás, alternando las lágrimas con<br />
cortos y agudos gemidos.<br />
Mi hermano, suplicante, hizo un gesto para que interviniera. Y lentamente,<br />
sosteniendo el extremo superior <strong>de</strong>l cayado, sin <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> controlar a los galileos,<br />
me incliné sobre la «víctima».<br />
-¿Está muerto?<br />
El espigado y lloriqueante hombre, entendiendo el arameo <strong>de</strong> mi compañero,<br />
arreció en sus lamentos.<br />
Busqué el pulso. Algo lento, pero normal. E inspeccionando la cabeza traté <strong>de</strong><br />
hallar algún signo <strong>de</strong> posible fractura.<br />
Negativo. Sólo la espalda presentaba algunas equimosis, provocadas por la<br />
extravasación <strong>de</strong> la sangre bajo la piel. Aparentemente, unos e<strong>de</strong>mas locales<br />
<strong>de</strong> escasa relevancia.<br />
Interrogué al <strong>de</strong>sconsolado individuo y, entre gimoteos e incontenibles hipos,<br />
creí enten<strong>de</strong>r que uno <strong>de</strong> sus asnos lo había arrollado y pisoteado. Al parecer,<br />
no vio llegar la reata y el niño cayó bajo las pezuñas <strong>de</strong>l animal que ahora<br />
144
estaba siendo apaleado.<br />
En efecto, sólo Dios sabe por qué, estos exploradores fueron a tropezar <strong>de</strong><br />
nuevo con el inevitable «Denario»...<br />
Palpé los pequeños hinchazones <strong>de</strong> líquido seroalbuminoso y, como suponía,<br />
el dolor reactivó al inconsciente ladronzuelo, <strong>de</strong>spabilándolo.<br />
Abrió los atractivos ojos ver<strong>de</strong>s y, confuso, nos miró <strong>de</strong> hito en hito.<br />
Imaginé que, una vez más, trataría <strong>de</strong> escapar. Me equivoqué.<br />
Al reparar en Eliseo, súbitamente, sin mediar palabra, se lanzó hacia él,<br />
abrazándose con fuerza al pecho <strong>de</strong>l explorador. Y ante la sorpresa general se<br />
<strong>de</strong>shizo en un amargo y ruidoso llanto.<br />
Mi hermano me miró. Le sonreí y me encogí <strong>de</strong> hombros. Y tierno, gratamente<br />
sorprendido, muy <strong>de</strong>spacio, dudando, fue a ro<strong>de</strong>arlo con sus po<strong>de</strong>rosos<br />
brazos, correspondiendo al entrañable gesto <strong>de</strong> la criatura.<br />
Por lo que pu<strong>de</strong> apreciar, el jovencito sólo presentaba contusiones <strong>de</strong> primer<br />
grado. Nada <strong>de</strong> importancia.<br />
Al observar la recuperación <strong>de</strong>l atropellado, los inmóviles ven<strong>de</strong>dores se<br />
agitaron nerviosos.<br />
Me alcé y, dispuesto a actuar <strong>de</strong> inmediato, me interpuse entre los dos bandos.<br />
No fue necesario. Los galileos, temerosos, retrocedieron hasta los ten<strong>de</strong>retes.<br />
Y a una señal, sin pérdida <strong>de</strong> tiempo, mi compañero cargó sobre los hombros<br />
a «Denario». De momento convenía poner tierra <strong>de</strong> por medio...<br />
Y así fue.<br />
El gigante, reconfortado ante el insospechado final, reaccionó con idéntica<br />
diligencia, restableciendo el or<strong>de</strong>n en la caravana y reemprendiendo la<br />
marcha sin <strong>de</strong>mora.<br />
Al per<strong>de</strong>r <strong>de</strong> vista el cruce nos <strong>de</strong>tuvimos. El niño había cesado en su llanto y,<br />
dócil y complacido, continuó sobre los hombros <strong>de</strong> mi amigo.<br />
Por pru<strong>de</strong>ncia preferí esperar la reata, uniéndonos a los negros <strong>de</strong> las túnicas<br />
granates. El viaje, en compañía, resultaba más agradable y seguro.<br />
El conductor y jefe, más calmado, nos acogió con los brazos abiertos, bendiciendo<br />
la hora en la que aquellos griegos se cruzaron en su camino.<br />
Y el individuo amenizó la marcha, contándonos su azarosa existencia. Así<br />
supimos que se llamaba Azzam, que en árabe significa «buen hombre». Era,<br />
en efecto, un beduino, nacido en el <strong>de</strong>sierto <strong>de</strong>l Neguev, al sur <strong>de</strong> Israel.<br />
Durante los años <strong>de</strong> su juventud fue un gazou, un bravo guerrero, siempre<br />
empeñado en razzias o refriegas con otras tribus. Un día lo <strong>de</strong>jó todo y se<br />
<strong>de</strong>dicó al tráfico <strong>de</strong> esclavos. Vivió en Egipto y Nubia. Finalmente formó una<br />
compañía, especializándose en la elaboración y venta <strong>de</strong>l «vino <strong>de</strong> enebro».<br />
Éste, justamente, era el cargamento que transportaba a lomos <strong>de</strong> los singulares<br />
jumentos nubios, una especie hoy <strong>de</strong>saparecida.<br />
Su intención era llegar a Damasco y ven<strong>de</strong>r allí la preciada carga.<br />
Dos horas más tar<strong>de</strong>, frente a la piedra miliar que advertía <strong>de</strong> la siguiente<br />
145
encrucijada, optamos por <strong>de</strong>spedirnos, separándonos <strong>de</strong>l lento convoy.<br />
Azzam, que hacía honor a su nombre, nos bendijo, pidiendo a la brillante<br />
estrella matutina que guiara nuestros pasos. Nos abrazamos, y, antes <strong>de</strong><br />
partir, el «buen hombre» nos obsequió con una calabaza vinatera, repleta <strong>de</strong><br />
aquel brebaje recio y transparente, relativamente parecido a nuestra ginebra.<br />
No pudimos rechazarla. Le habríamos insultado.<br />
Curioso Destino...<br />
Algún tiempo <strong>de</strong>spués -en plena vida pública <strong>de</strong> Jesús <strong>de</strong> Nazaret- volveríamos<br />
a encontrarlo. ¡Y en qué circunstancias!<br />
Verda<strong>de</strong>ramente, el mundo ha sido -y es- un insignificante pañuelo...<br />
El sol, tan agotado como estos exploradores, se rugaba por el oeste, concediendo<br />
perdón y <strong>de</strong>jando libres a las criaturas.<br />
Aceleramos. Apenas restaban dos horas <strong>de</strong> luz y el lago Hule, si no erraba,<br />
distaba aún cinco piedras miliares (cada seis kilómetros).<br />
Al contemplar a mi hermano, feliz y confiado, con el silencioso pelirrojo sobre<br />
los hombros, regresaron las viejas dudas y recelos.<br />
Se había salido con la suya. Muy bien. Y ahora, ¿qué?<br />
¿Se lo <strong>de</strong>cía? ¿Le ponía en antece<strong>de</strong>ntes <strong>de</strong>l mal que, con toda seguridad,<br />
pa<strong>de</strong>cía el muchachito?<br />
No me atreví. Lo <strong>de</strong>jaría para mejor ocasión. Quizá terminara por <strong>de</strong>scubrirlo.<br />
Era irremediable.<br />
Sí, una vez más me abandoné en manos <strong>de</strong>l Destino. Él «sabía»...<br />
Inmerso en estas reflexiones necesité un tiempo para darme cuenta que olvidaba<br />
algo vital: las referencias geográficas. Y procuré espantar las inquietu<strong>de</strong>s,<br />
centrándome en lo que tenía a la vista.<br />
Des<strong>de</strong> el cruce <strong>de</strong> Taraba, el paisaje cambió. El Jordán, cada vez más alejado<br />
<strong>de</strong> la senda, <strong>de</strong>sapareció por <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> una nueva oleada <strong>de</strong> olivos. Huertos y<br />
plantaciones quedaron allá abajo, a la izquierda, ahora resucitados por un sol<br />
oblicuo y en retirada.<br />
El camino, voluntarioso, siguió conquistando repechos y vaguadas. Calculé<br />
que el abrupto perfil alcanzaba ya los 800 o 900 metros.<br />
A la <strong>de</strong>recha, los nogales y algarrobos <strong>de</strong> los kilómetros prece<strong>de</strong>ntes fueron<br />
reemplazados por otro inmenso, tupido y verdinegro horizonte en el que<br />
gobernaban el tortuoso ramaje <strong>de</strong> los robles <strong>de</strong>l Tabor (los sagrados allon) y<br />
las suaves y <strong>de</strong>speinadas copas <strong>de</strong> los pinos carrascos (los etz shemen),<br />
veteranos conquistadores <strong>de</strong> aquella agreste y bellísima Palestina <strong>de</strong> Jesús <strong>de</strong><br />
Nazaret. Y <strong>de</strong> vez en cuando, asomándose tímidos a la senda, huyendo <strong>de</strong>l<br />
escandaloso cónclave <strong>de</strong> las aves y <strong>de</strong> los amarillos cañones <strong>de</strong> luz <strong>de</strong> la<br />
espesura, los ar, los espartanos y sufridos laureles, metidos, incomprensiblemente,<br />
a aprendices <strong>de</strong> árboles.<br />
Aquél, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> entonces, fue el «tramo <strong>de</strong> los ar».<br />
146
Al coronar una <strong>de</strong> las rebel<strong>de</strong>s pendientes, exhaustos, divisamos al fin la<br />
encrucijada <strong>de</strong> Qazrin.<br />
¡Un edificio!<br />
Sorpresa.<br />
Era el primero en los 17 kilómetros recorridos <strong>de</strong>s<strong>de</strong> Nahum. Se alzaba negro<br />
y <strong>de</strong>scuidado, a la diestra <strong>de</strong> la ruta y a corta distancia <strong>de</strong> la bifurcación. Quizá<br />
a diez o quince pasos más allá.<br />
A juzgar por el emplazamiento y la inconfundible lámina <strong>de</strong>duje que se trataba<br />
<strong>de</strong> una mutation, un hospedaje y estación <strong>de</strong>stinada al relevo <strong>de</strong> caballerías.<br />
Como las posadas que ya habíamos visitado, ésta constaba <strong>de</strong> dos<br />
plantas con un «<strong>de</strong>talle» que la distinguía <strong>de</strong> las anteriores: una engordada y<br />
alta muralla <strong>de</strong> casi tres metros que la abrazaba y protegía en su totalidad,<br />
formando un rectángulo <strong>de</strong> unos 50 metros <strong>de</strong> lado. Estábamos en la Gaulanitis,<br />
tierra <strong>de</strong> bandidos, proscritos e in<strong>de</strong>seables. Esta lamentable realidad<br />
justificaba el oscuro y aparatoso murallón. Los viajeros, así, se sentían más<br />
seguros.<br />
Observamos atentamente. Otro inci<strong>de</strong>nte hubiera sido excesivo...<br />
Todo parecía tranquilo. Dormido.<br />
Al pie <strong>de</strong>l parapeto, a ambos lados <strong>de</strong>l camino y en los bor<strong>de</strong>s <strong>de</strong> la encrucijada,<br />
dormitaban y conversaban los inevitables ven<strong>de</strong>dores. En esta ocasión<br />
más <strong>de</strong> cincuenta. Era lógico. Aquel ramal conducía a la mencionada Qazrin,<br />
una industriosa localidad <strong>de</strong> algo más <strong>de</strong> tres mil almas, ubicada a seis kilómetros,<br />
ro<strong>de</strong>ada <strong>de</strong> bosques y montada en un peñasco, a 900 metros <strong>de</strong> altitud.<br />
Una plácida al<strong>de</strong>a <strong>de</strong> leñadores y felah que recorreríamos, en su momento,<br />
a la sombra <strong>de</strong>l Galileo.<br />
Los robles y pinos <strong>de</strong> Alepo, obligados por los campesinos, habían retrocedido.<br />
En su lugar, alguien, paciente y <strong>de</strong>licadamente, pintó una marcial formación<br />
<strong>de</strong> olivos. Eran centenares, trazados a tiralíneas y anestesiados por el furioso<br />
sisear <strong>de</strong> las cigarras. Agrietados y epilépticos se perdían hacia el norte, civilizando,<br />
a su manera, el primitivo paisaje.<br />
Al fondo, a un tiro <strong>de</strong> piedra <strong>de</strong>l albergue, un puentecillo <strong>de</strong> troncos brincaba<br />
alegre y ágil sobre un wadi por el que huía, cristalino y con prisas, un riachuelo<br />
<strong>de</strong> menguado porte. A la pesada carga <strong>de</strong>l caluroso estío, el mo<strong>de</strong>sto<br />
tributario <strong>de</strong>l Jordán veía añadida ahora la no menos molesta presencia <strong>de</strong><br />
una chiquillería <strong>de</strong>snuda, alborotadora y feliz.<br />
Al <strong>de</strong>scubrir a los niños, «Denario» lanzó un ronco chillido. Y <strong>de</strong>slizándose por<br />
las espaldas <strong>de</strong> Eliseo corrió pendiente abajo, reuniéndose con el festivo<br />
grupo. No lo dudó. De un salto se zambulló en las refrescantes aguas, mezclándose<br />
con los muchachos.<br />
Mi hermano, sorprendido, no supo qué hacer. Lo tranquilicé, explicando que el<br />
baño, amén <strong>de</strong> arrastrar parte <strong>de</strong> la mugre, calmaría el dolor <strong>de</strong> la espalda,<br />
provocando una vasoconstricción y la consiguiente y benéfica reducción <strong>de</strong> los<br />
147
e<strong>de</strong>mas.<br />
Avanzamos en silencio.<br />
Observé a Eliseo <strong>de</strong> reojo, pero no percibí señal alguna <strong>de</strong> que hubiera <strong>de</strong>tectado<br />
la dolencia <strong>de</strong>l ladronzuelo.<br />
¿Es que estaba ciego? ¿Cómo era posible? El último grito, gutural, casi estrangulado,<br />
era un síntoma inequívoco...<br />
Al llegar a la encrucijada, como era <strong>de</strong> prever, los felah se movilizaron.<br />
Hicieron gestos para que nos acercáramos. Pero no era ésa la intención. Y al<br />
comprobar que pasábamos <strong>de</strong> largo, algunos, los más <strong>de</strong>cididos, nos salieron<br />
al encuentro, mostrando el género entre interminables parloteos y reverencias<br />
más que fingidas.<br />
Mi hermano, siempre afable y con<strong>de</strong>scendiente, se <strong>de</strong>tuvo, examinando las<br />
mercancías. Me resigné.<br />
La zona, como dije, rica en bosques, ofrecía a los naturales un buen puñado<br />
<strong>de</strong> productos <strong>de</strong>rivados <strong>de</strong> los algarrobos, robles, carrascos y laureles.<br />
El más abundante, dispuesto en cestas y sacos, lo constituía la semilla <strong>de</strong>l<br />
haruv (el algarrobo). Unas vainas marrones, <strong>de</strong> pulpa azucarada y generosa<br />
en calcio, consumidas, a partes iguales, por el pueblo y el ganado (en especial,<br />
por las gran<strong>de</strong>s piaras <strong>de</strong> cerdos existentes en la orilla oriental <strong>de</strong>l yam). Las<br />
vendían frescas, <strong>de</strong>secadas o molidas. Con esta harina confeccionaban unas<br />
sabrosas tortas, muy apreciadas por los hombres y mujeres que <strong>de</strong>seaban<br />
conservar la línea. En Qazrin, cuando la visitamos, <strong>de</strong>scubrimos con asombro<br />
toda una «industria», basada precisamente en esta semilla, la keratia. Los<br />
campesinos procedían a su molienda, obteniendo un polvo ocre con el que<br />
endulzaban bebidas y postres. El ingenio <strong>de</strong> los felah iba, incluso, más allá.<br />
Dicho polvo era mezclado con huevos, leche y miel, y el resultado -convertido<br />
en tabletas- exportado como una suerte <strong>de</strong> «chocolate». De la keratia, en fin,<br />
a<strong>de</strong>más <strong>de</strong> ser utilizada como medida <strong>de</strong> peso para el oro, extraían una<br />
ambarina goma que perfumaba los cosméticos.<br />
Eliseo, perplejo, me reclamó. Acudí intrigado y, al verificar el contenido,<br />
asentí. Al pie <strong>de</strong>l murallón, en efecto, otro <strong>de</strong> los ten<strong>de</strong>retes ofrecía al sediento<br />
caminante un líquido rubio, <strong>de</strong> gran consumo entre judíos y gentiles.<br />
Quien esto escribe ya lo había observado en anteriores exploraciones. En<br />
gran<strong>de</strong>s jarras <strong>de</strong> vidrio o cerámica, materialmente enterradas en la nieve<br />
proce<strong>de</strong>nte <strong>de</strong>l Hermón, aquel galileo vendía cerveza... Una cerveza ligera y<br />
medianamente bebible, fruto <strong>de</strong> la fermentación <strong>de</strong> la cebada. En el proceso,<br />
el almidón se transformaba en azúcar y, posteriormente, en un alcohol <strong>de</strong><br />
tímida graduación y en dióxido <strong>de</strong> carbono. Los recipientes, provistos <strong>de</strong><br />
coladores (algo similar a los <strong>de</strong> las mo<strong>de</strong>rnas teteras), suministraban el líquido<br />
limpio, sin rastro <strong>de</strong> la cáscara <strong>de</strong> cebada.<br />
Poco faltó para que solicitáramos un par <strong>de</strong> medidas. Más a<strong>de</strong>lante, superados<br />
los lógicos escrúpulos, estos exploradores disfrutarían en más <strong>de</strong> una ocasión<br />
148
<strong>de</strong> los oportunos y benéficos puestos <strong>de</strong> cerveza.<br />
En aquella estratégica zona <strong>de</strong>l «mercadillo», a lo largo <strong>de</strong> la tapia frontal <strong>de</strong>l<br />
albergue, los ven<strong>de</strong>dores eran mujeres. Hebreas, beduinas y fenicias, tan<br />
parlanchinas, discutidoras y <strong>de</strong>scaradas como los hombres..., o más.<br />
Al cruzar a su altura, el apuesto Eliseo tuvo que soportar toda suerte <strong>de</strong><br />
«lin<strong>de</strong>zas», <strong>de</strong>stinadas, naturalmente, a atraer la atención <strong>de</strong>l viajero sobre<br />
las mercancías. Pero el tímido ingeniero, sofocado y rojo como la grana, no<br />
captó la intencionalidad. Y apretó el paso. Pero todo estaba previsto entre las<br />
astutas y veteranas matronas. De inmediato, a una or<strong>de</strong>n colectiva, varios <strong>de</strong><br />
los pequeñuelos que las acompañaban cortaron el nervioso caminar <strong>de</strong> mi<br />
compañero. Y, como un tonto, lo arrastraron hasta los cuencos y canastas. Ya<br />
apren<strong>de</strong>ría...<br />
Supongo que mi amplia sonrisa lo tranquilizó. En el fondo, como en todas las<br />
épocas, sólo pretendían ven<strong>de</strong>r.<br />
El género lo integraban también los frutos habituales <strong>de</strong> la región: semillas y<br />
cortezas <strong>de</strong> pino <strong>de</strong> Alepo y laurel.<br />
Las primeras, sueltas o enquistadas en miel. Según las maliciosas mujeres,<br />
«muy a<strong>de</strong>cuadas para los que sufrían impotencia sexual».<br />
Eliseo, medio recuperado, replicó que no era ése su caso. Y las ven<strong>de</strong>doras,<br />
cáusticas, ulularon a coro, enrojeciendo <strong>de</strong> nuevo al inocente explorador. Se<br />
<strong>de</strong>fendió como pudo y, obviamente, fui yo la «víctima»...<br />
-¿Has pensado en tu «novio»? Quizá te lo agra<strong>de</strong>zca.<br />
Negué nervioso. Demasiado tar<strong>de</strong>. La parroquia, divertida, se ensañó con<br />
quien esto escribe. Y tuve que soportar las más mordaces insinuaciones. Lo di<br />
por bueno. Mi compañero, muerto <strong>de</strong> risa, equilibró el ánimo.<br />
En otras vasijas aparecían los granos previamente tostados. De aquello<br />
tampoco sabíamos gran cosa. Pues bien, ante nuestra sorpresa, resultó ser la<br />
base para una infusión negra, suave y aromatizada, muy cercana al «café».<br />
Los montañeses la consumían día y noche.<br />
Pero la más próspera «industria» <strong>de</strong> la región, <strong>de</strong>rivada <strong>de</strong> los pinos carrascos,<br />
se fundamentaba en el aprovechamiento <strong>de</strong> su resina. Los habitantes <strong>de</strong><br />
Qazrin la recogían y envasaban, exportándola a numerosos países. Sobre<br />
todo a Grecia y a otros pueblos productores <strong>de</strong> vino blanco. Con ella, embadurnando<br />
el interior <strong>de</strong> cubas y toneles, evitaban que se agriara el vino. El<br />
licor, así tratado, recibía el nombre <strong>de</strong> retsina y era igualmente cotizado entre<br />
los más exigentes y exquisitos.<br />
En gran<strong>de</strong>s montones, apilada en mantas o directamente sobre la ceniza<br />
volcánica <strong>de</strong>l terreno, se ofrecía también la corteza <strong>de</strong>l Alepo.<br />
Intrigado, pregunté.<br />
La verdad es que el ingenio y la picaresca <strong>de</strong> los felah no conocían fronteras.<br />
Una vez pulverizada servía como emplasto, favoreciendo la cicatrización <strong>de</strong><br />
las heridas. Algunos gremios, especialmente barberos y «auxiliadores»<br />
149
(médicos), se la disputaban. Si la molienda era <strong>de</strong>stilada, la «brea» resultante<br />
actuaba, a<strong>de</strong>más, como antiséptico y -según las mujeres- «milagroso remedio<br />
contra las arrugas». A juzgar por sus rostros, consumidos por una<br />
vejez prematura, puse en duda tales afirmaciones. Pero, como en todas las<br />
épocas, siempre había incautos que lo creían a pie juntillas...<br />
Por último, en el instructivo paseo frente a la posada, fuimos a dar con las no<br />
menos hábiles ven<strong>de</strong>doras <strong>de</strong> laurel. Por un lado vendían las hojas, imprescindibles<br />
en la cocina. Por otro, los frutos, <strong>de</strong> un negro brillante, empleados<br />
como tónicos estomacales y, lo más asombroso, como «favorecedores <strong>de</strong> la<br />
menstruación». Al retornar al Ravid y consultar a mi «novio», «Santa Claus»<br />
confirmó lo dicho por las expertas mujeres. El ar, al igual que la ruda, sabina<br />
o ápio, disfrutaba <strong>de</strong> unas excelentes propieda<strong>de</strong>s emenagogas, excitando<br />
directamente los órganos genitales. Para ello lo trituraban, mezclando el<br />
espeso jugo con vino tinto o licor <strong>de</strong> enebro. Lo tomaban las que presentaban<br />
irregularida<strong>de</strong>s en el ciclo menstrual y las niñas retrasadas respecto a la<br />
pubertad. Naturalmente, en este último caso, siempre se escondían torcidas<br />
intenciones económicas. Según la Ley, las hebreas eran <strong>de</strong>sposadas a partir<br />
<strong>de</strong> los doce años y medio. Es <strong>de</strong>cir, con la primera regla. Si la familia tenía la<br />
ocasión <strong>de</strong> casar a la hija con un buen partido, pero la pequeña no era todavía<br />
mujer, le administraban la referida pócima, provocando así una prematura<br />
menstruación. Y el documento <strong>de</strong> esponsales era firmado y ben<strong>de</strong>cido.<br />
En otras zonas <strong>de</strong> Palestina, el fruto <strong>de</strong>l laurel se aprovechaba también para la<br />
obtención <strong>de</strong> un aceite ver<strong>de</strong> oscuro, muy aromático, que añadían en la fabricación<br />
<strong>de</strong> jabones <strong>de</strong> lujo.<br />
Al llegar al portalón <strong>de</strong> la muralla, abierto <strong>de</strong> par en par, consciente <strong>de</strong> que las<br />
incombustibles ven<strong>de</strong>doras podían enredarnos hasta el infinito, me las ingenié<br />
para rescatar a Eliseo, escapando vergonzosamente -lo sé- hacia el<br />
interior <strong>de</strong> la posada. A nuestras espaldas, inevitables, sonaron silbidos <strong>de</strong><br />
protesta y más <strong>de</strong> una maldición.<br />
En principio no teníamos intención <strong>de</strong> pernoctar en el lúgubre y poco recomendable<br />
albergue. Pero, ya que estábamos allí, bueno sería echar una<br />
ojeada. Con el Destino nunca se sabe...<br />
El amplio patio se hallaba <strong>de</strong>sierto. Como en la mayoría <strong>de</strong> las edificaciones <strong>de</strong><br />
la comarca, el basalto era el principal, casi único, material empleado en la<br />
construcción. Gran<strong>de</strong>s losas oscuras, heridas, polvorientas y achacosas pavimentaban<br />
la <strong>de</strong>sahogada explanada.<br />
A la izquierda (tomando como referencia el portalón), al pie <strong>de</strong> la tapia, se<br />
alzaban un pozo cuadrado y dos estrechos y altos abreva<strong>de</strong>ros, adosados al<br />
brocal y paralelos a la muralla. Una pareja <strong>de</strong> onagros, suelta y aburrida,<br />
bebía con <strong>de</strong>sgana, peleando sin éxito contra una pertinaz y zumbante<br />
mancha <strong>de</strong> tábanos. Los jumentos nos miraron huraños.<br />
150
A la <strong>de</strong>recha y al frente, en forma <strong>de</strong> «L», se levantaba el negro y hostil<br />
edificio <strong>de</strong> la posada. Una viejísima y estirada casona <strong>de</strong> dos plantas, tan<br />
aburrida y mal encarada como los burros. En la parte baja, a través <strong>de</strong> siete<br />
oscuros y corpulentos arcos, se adivinaban los establos, probablemente vacíos.<br />
Y en la zona superior, la típica y tradicional galería, proporcionando<br />
cobijo a una treintena <strong>de</strong> menguadas y <strong>de</strong>slucidas puertas <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra. Casi<br />
con seguridad, las habitaciones <strong>de</strong> los clientes. En los extremos <strong>de</strong> la «L»,<br />
sendas escaleras <strong>de</strong> piedra, empotradas en los muros, permitían el acceso al<br />
corredor y a las celdas. En lo alto <strong>de</strong> los peldaños, colgadas <strong>de</strong> los dinteles,<br />
aparecían otras tantas cortinas rojas. Aquello, en todas las posadas, anunciaba<br />
que aún quedaba sitio para posibles y rezagados caminantes.<br />
Ante lo avanzado <strong>de</strong>l caluroso agosto, y la coinci<strong>de</strong>ncia <strong>de</strong>l sábado, era<br />
presumible que el lugar se hallara casi vacío. No nos equivocamos.<br />
Eliseo reparó en «algo» que <strong>de</strong>stacaba en la muralla <strong>de</strong> la izquierda, a escasa<br />
altura por encima <strong>de</strong>l pozo. Curioso, como siempre, se aproximó. Y le seguí,<br />
un tanto <strong>de</strong>sconcertado por el absoluto silencio.<br />
Se trataba <strong>de</strong> un cartel, con una leyenda en koiné y arameo, grabada a fuego<br />
en una plancha <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra.<br />
«No arrojes piedras a la fuente <strong>de</strong> la que has bebido.»<br />
El aviso era bastante común en pozos y «alas <strong>de</strong>l pájaro» (fuentes).<br />
En la parte inferior, el responsable <strong>de</strong>l albergue, harto <strong>de</strong> la pésima educación<br />
<strong>de</strong> muchos <strong>de</strong> los visitantes, había añadido:<br />
«Y no orines en los abreva<strong>de</strong>ros.»<br />
Los asnos, displicentes, mantuvieron la distancia, jugueteando con el agua y<br />
rebuscando entre las milagrosas hierbas que coloreaban las juntas <strong>de</strong> las<br />
losas.<br />
De pronto, un súbito repiqueteo nos sacó <strong>de</strong> la atenta lectura. Al volvernos<br />
<strong>de</strong>scubrimos frente a uno <strong>de</strong> los arcos a una mujer que, danzando, se<br />
aproximaba hacia nosotros.<br />
Nos miramos <strong>de</strong>sconcertados.<br />
Solicité calma. Aquélla era otra <strong>de</strong> las costumbres entre los posa<strong>de</strong>ros. Sobre<br />
todo, cuando los clientes escaseaban. En muchos albergues, patrones o<br />
empleados salían al encuentro <strong>de</strong> los viajeros y, bailando, prometían toda<br />
suerte <strong>de</strong> placeres si aceptaban entrar y alojarse en sus dominios.<br />
Sensual, contoneándose y sin <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> golpear unas blancas castañuelas <strong>de</strong><br />
ma<strong>de</strong>ra, terminó por llegar a nuestra altura.<br />
Eliseo, <strong>de</strong>scompuesto, hizo ímprobos esfuerzos para no soltar una más que<br />
justificada carcajada. Lo fulminé con la mirada aunque, verda<strong>de</strong>ramente, la<br />
estampa resultaba tragicómica.<br />
Sonriente, envuelta en una vaporosa túnica <strong>de</strong> seda ver<strong>de</strong>, la esquelética<br />
«aparición» prosiguió el baile, girando sobre sí misma y brincando <strong>de</strong> vez en<br />
cuando con un más que dudoso donaire.<br />
151
Los pies, <strong>de</strong>scalzos y sucios, me parecieron raros. Enormes para una mujer.<br />
Largos como tumbas <strong>de</strong> filisteos...<br />
Pero, torpe y lento <strong>de</strong> reflejos, no caí en la cuenta.<br />
La grotesca danza, al son <strong>de</strong>l insufrible toque <strong>de</strong> castañuelas, concluyó al fin<br />
con una violenta reverencia. Aquél, sin embargo, no era su día...<br />
Al inclinarse, rozando el suelo con los ensortijados y largos cabellos rubios, la<br />
«melena» se <strong>de</strong>spegó, precipitándose contra el pavimento.<br />
Mi compañero no lo resistió. Y las carcajadas retumbaron en el patio, siendo<br />
puntualmente correspondidas por unos no menos inoportunos rebuznos. Los<br />
asnos, en efecto, eran más inteligentes <strong>de</strong> lo que suponíamos.<br />
La anfitriona, aturdida, rescató la peluca, encasquetándosela en un cráneo<br />
mondo y lirondo.<br />
Nos miró <strong>de</strong>safiante. Con dureza.<br />
Pero Eliseo, rápido, rectificó, replicando con otra ceremoniosa inclinación <strong>de</strong><br />
cabeza.<br />
Sudorosa y rendida, aceptó el cumplido. Sonrió <strong>de</strong> nuevo y, guiñando un ojo,<br />
nos felicitó por haber escogido su casa. La voz, cuadrada y profunda como el<br />
pozo, me <strong>de</strong>scolocó. Pero seguí en las nubes...<br />
Los goterones <strong>de</strong> sudor, <strong>de</strong>scolgándose por el estrecho y huesudo rostro,<br />
terminaron <strong>de</strong> aguarle la fiesta. Inmisericor<strong>de</strong>s, se llevaron por <strong>de</strong>lante el azul<br />
que sombreaba los ojos y el rojo cinabrio que explotaba en los labios.<br />
Dio media vuelta y, dando por hecho que aceptábamos la invitación, provocadora,<br />
recreándose en unos bien estudiados movimientos <strong>de</strong> ca<strong>de</strong>ras, se<br />
alejó hacia el edificio.<br />
El ingeniero preguntó.<br />
¿Qué hacíamos?<br />
Me sentí atrapado.<br />
Dormir en aquel lugar no figuraba en los planes. Sin embargo, el lógico<br />
cansancio y los kilómetros que nos separaban <strong>de</strong>l lago Hule me hicieron<br />
dudar.<br />
Parlamentamos.<br />
A mi amigo, la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> suspen<strong>de</strong>r la marcha le pareció positiva. Al día siguiente,<br />
con el frescor <strong>de</strong>l amanecer, recuperaríamos el tiempo perdido.<br />
¿Tiempo perdido?<br />
El Destino sonrió burlonamente. Por supuesto, nos esperaba en el interior...<br />
Acepté. Me hice cargo <strong>de</strong>l petate <strong>de</strong> mi compañero y, resignado, dirigí los<br />
pasos hacia el arco por el que acababa <strong>de</strong> <strong>de</strong>saparecer la «danzarina». Eliseo<br />
regresó al exterior, a la búsqueda <strong>de</strong>l pelirrojo.<br />
¡Dios bendito!<br />
En cuestión <strong>de</strong> posadas no lo había visto todo...<br />
Aquélla superaba la suciedad y la miseria <strong>de</strong> cuantas figuraban en nuestro<br />
152
haber.<br />
Al término <strong>de</strong> la oscura y fétida arcada tuve que taparme el rostro. Un humazo<br />
blanco llenaba casi por completo la amplia estancia que hacía las veces <strong>de</strong><br />
cocina, comedor y «salón social». Una sala rectangular <strong>de</strong> ocho por cinco<br />
metros, pésimamente aireada por un par <strong>de</strong> angostas troneras y humillada<br />
por una penumbra crónica.<br />
Escuché gritos y maldiciones. Era la voz <strong>de</strong> esparto <strong>de</strong> la «aparición». Después,<br />
el siseo <strong>de</strong>l agua al ser arrojada sobre el fuego. Y la humareda, poco a<br />
poco, se extinguió. Pero la patrona continuó vociferando, arremetiendo contra<br />
dos jovencitos, responsables, al parecer, <strong>de</strong>l <strong>de</strong>saguisado. Los sirvientes,<br />
acobardados, se retiraron a un extremo <strong>de</strong> la «cocina». Y la mujer, al percatarse<br />
<strong>de</strong> mi presencia, se apresuró a reunirse con este explorador, <strong>de</strong>shaciéndose<br />
en mil excusas y tachando a la servidumbre <strong>de</strong> inútil y bastarda.<br />
Rogó que tomara posesión <strong>de</strong> su casa y, retornando al simulacro <strong>de</strong> cocina, la<br />
vi llenar una jarra.<br />
¡Dios mío! ¿Dón<strong>de</strong> estábamos?<br />
Un largo «mostrador» dividía la sala en dos «ambientes», por llamarlo <strong>de</strong> una<br />
forma caritativa. Era el típico tablero <strong>de</strong> las tabernas y albergues públicos:<br />
una plancha <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra <strong>de</strong> unos seis metros, abierta por cinco puntos y en los<br />
que fueron encajadas otras tantas y panzudas tinajas, ancladas, a su vez, al<br />
pavimento <strong>de</strong> piedra. Al otro lado, al pie <strong>de</strong>l muro que se levantaba frente al<br />
arco <strong>de</strong> entrada, iluminada (?) por las voluntariosas troneras, se distinguía<br />
una caótica sucesión <strong>de</strong> pucheros, fogones <strong>de</strong> hierro, sacos y cestas, jaulas <strong>de</strong><br />
ma<strong>de</strong>ra con pollos y gallinas medio asfixiados, platos, cuencos <strong>de</strong> barro y un<br />
par <strong>de</strong> mesas atestadas <strong>de</strong> hortalizas, hogazas <strong>de</strong> pan moreno y una temible<br />
familia <strong>de</strong> cuchillos, clavada en una superficie húmeda y grasienta.<br />
En lo alto, colgando <strong>de</strong> la <strong>de</strong>scascarillada techumbre, mortificados por insectos<br />
y moscas, goteaban grasa y sangre <strong>de</strong> varios costillares, algunos<br />
cor<strong>de</strong>ros <strong>de</strong>sollados y numerosas ristras <strong>de</strong> un embutido negro y rezumante.<br />
El resto <strong>de</strong>l «ajuar» lo integraban tres larguiruchas mesas <strong>de</strong> pino carrasco,<br />
tan cojas como gastadas por el tiempo y la roña, estratégicamente or<strong>de</strong>nadas<br />
en paralelo en el centro <strong>de</strong>l salón-comedor. Tres lucernas <strong>de</strong> aceite, más<br />
voluntariosas, si cabe, que las troneras, combatían con un amarillo oscilante<br />
la <strong>de</strong>nsa y pesada penumbra.<br />
La mujer insistió. Tomé asiento y, <strong>de</strong> un trago, apuré el vaso <strong>de</strong> tinto caliente<br />
que acababa <strong>de</strong> escanciar. La verdad es que lo necesitaba.<br />
Sonrió complacida, sirviendo una segunda ronda. Traté <strong>de</strong> rechazarla, pero,<br />
sagaz e intuitiva, advirtiendo que se hallaba frente a un extranjero, <strong>de</strong>jó a un<br />
lado el arameo galalaico y, expresándose en una koiné impecable, anunció sin<br />
ro<strong>de</strong>os:<br />
-El vino es gratis...<br />
Y, curiosa, sin el menor pudor, inició un bombar<strong>de</strong>o <strong>de</strong> preguntas, intere-<br />
153
sándose por nuestros orígenes, motivo <strong>de</strong>l viaje, <strong>de</strong>stino, profesión y, sobre<br />
todo, por la «salud» <strong>de</strong> la bolsa que colgaba <strong>de</strong>l ceñidor.<br />
Escapé como pu<strong>de</strong>, improvisando. Sólo éramos unos griegos, <strong>de</strong> paso hacia el<br />
norte, y empeñados en ver mundo...<br />
Supongo que me creyó. En este tipo <strong>de</strong> locales era peligroso hablar más <strong>de</strong> la<br />
cuenta. Los espías <strong>de</strong> Roma, y también los numerosos confi<strong>de</strong>ntes <strong>de</strong> los<br />
tetrarcas, menu<strong>de</strong>aban por albergues y estaciones <strong>de</strong> cambio <strong>de</strong> caballerías,<br />
compartiendo mesa y mantel con lugareños y viajeros. En el discurrir <strong>de</strong> la<br />
vida pública <strong>de</strong>l Maestro tendríamos la oportunidad <strong>de</strong> comprobarlo: algunos<br />
<strong>de</strong> estos «infiltrados» se dieron prisa en seguir los pasos <strong>de</strong>l rabí, informando<br />
puntualmente al gobernador, a Filipo, a su hermanastro Antipas y a la crema<br />
<strong>de</strong> las castas sacerdotales <strong>de</strong> cuanto hacía y <strong>de</strong>cía. Lógicamente, ante una<br />
situación así, todos <strong>de</strong>sconfiaban <strong>de</strong> todos. (Flavio Josefo lo apunta en varias<br />
ocasiones. Jerusalén, en concreto, sobre todo bajo el reinado <strong>de</strong> Here<strong>de</strong>s el<br />
Gran<strong>de</strong>, se convirtió en una ciudad en la que sus habitantes procuraban<br />
hablar en voz baja y lo menos posible. Hasta el propio «criado edomita»<br />
-Hero<strong>de</strong>s- se disfrazaba, mezclándose con sus súbditos y escuchando los<br />
comentarios que se hacían sobre él o sobre Roma.)<br />
En este caso, sin embargo, me equivoqué. Por lo que averiguaríamos más<br />
a<strong>de</strong>lante, la jefa <strong>de</strong> la posada <strong>de</strong>l cruce <strong>de</strong> Qazrin no era muy simpatizante,<br />
que digamos, <strong>de</strong> los kittim y, mucho menos, <strong>de</strong> los hijos y here<strong>de</strong>ros <strong>de</strong><br />
Hero<strong>de</strong>s al Gran<strong>de</strong>...<br />
Pero <strong>de</strong> esto me ocuparé a su <strong>de</strong>bido tiempo.<br />
No tuve que interrogarla. Ella misma se presentó. Dijo llamarse Sitio y ser<br />
oriunda <strong>de</strong> Pompeya. Allí, en la hermosa ciudad italiana, regentó un próspero<br />
oshpisa, un hospitium u hospedaje muy popular y reconocido -según sus<br />
palabras- por la fina cerveza <strong>de</strong> Media y las langostas encurtidas en vinagre.<br />
¿Sitio?<br />
El nombre, si no recordaba mal, era <strong>de</strong> varón.<br />
Qué extraño...<br />
Y al fin, este ciego explorador cayó <strong>de</strong>l olivo. Todo encajaba. Los gran<strong>de</strong>s pies,<br />
la voz <strong>de</strong> minero y, naturalmente, la puntiaguda nuez, subiendo y bajando sin<br />
<strong>de</strong>scanso en la laringe...<br />
Pero, discreto, incapaz <strong>de</strong> «lastimarla», me abstuve <strong>de</strong> formular comentario<br />
alguno sobre su sexo.<br />
Animada y agra<strong>de</strong>cida ante la esmerada atención prestada por aquel <strong>de</strong>sconocido<br />
continuó la perorata, haciéndome saber que, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la subida al<br />
po<strong>de</strong>r <strong>de</strong>l maldito «viejecito» (el emperador Tiberio), todo se volvió contra<br />
ella. Los impuestos la ahogaron y los acreedores, finalmente, la forzaron a<br />
huir con lo puesto. Tras una turbulenta estancia en Tiro, don<strong>de</strong> trabajó como<br />
«burrita», intérprete y mesonera, optó por probar fortuna en la Gaulanitis. Y<br />
154
allí estaba, al frente <strong>de</strong> una posada <strong>de</strong> mala muerte, «entre bastardos e incultos<br />
galileos».<br />
Hizo una pausa. Mojó los <strong>de</strong>scompuestos y churretosos labios rojos en el vino<br />
y, <strong>de</strong> pronto, los ojos chispearon. Y, solemne, proclamó:<br />
-Pero esto no durará mucho... Pronto hallaré la fortuna.<br />
¿Quién lo hubiera imaginado? Acertó, sí, pero no como suponía. La fortuna, en<br />
efecto, la visitaría. Una «fortuna» con nombre propio: Jesús <strong>de</strong> Nazaret...<br />
Apuró la bebida y, excusándose, retornó a la «cocina». La cena -aseguróestaría<br />
lista antes <strong>de</strong>l anochecer.<br />
Tentado estuve <strong>de</strong> volver al camino. La tardanza <strong>de</strong> Eliseo empezaba a inquietarme.<br />
Sin embargo, esperé.<br />
Me alcé y, tomando una <strong>de</strong> las lámparas <strong>de</strong> aceite, fui a inspeccionar «algo»<br />
que me tenía intrigado. La totalidad <strong>de</strong> los muros, incluyendo el <strong>de</strong> las troneras,<br />
aparecía cubierta con una excitante «<strong>de</strong>coración».<br />
Aproximé la flama.<br />
Curioso...<br />
«Aquello» no era lo habitual en las toscas y primitivas posadas <strong>de</strong> Palestina.<br />
Me paseé ante la pared <strong>de</strong> la entrada y mi asombro fue en aumento.<br />
De vez en cuando, expectante, la patrona lanzaba algunas miradas. Mi curiosidad,<br />
seguramente, la complació. No <strong>de</strong>bía <strong>de</strong> ser muy normal que los<br />
rudos visitantes se interesasen por aquella muestra <strong>de</strong> su innegable sensibilidad.<br />
No sé cuántos acerté a leer. Quizá veinte o treinta. Lo cierto es que, tras la<br />
lectura <strong>de</strong> los «cuadros», mi confusa opinión sobre Sitio fue <strong>de</strong>spejándose.<br />
Como <strong>de</strong>cía, aquel ser era más inteligente e inquieto <strong>de</strong> lo que aparentaba.<br />
Con paciencia y sabiduría, la dueña había ido colgando <strong>de</strong> las gastadas y<br />
<strong>de</strong>sabridas piedras <strong>de</strong>cenas <strong>de</strong> pequeñas y gran<strong>de</strong>s planchas <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra,<br />
pintadas o grabadas con sutiles, acertados e insinuantes dichos y adagios. La<br />
mayoría en arameo. Otros en el griego «internacional» (la koiné) y algunos en<br />
latín.<br />
Esa noche, al retirarnos, me apresuré a tomar buena nota <strong>de</strong> los más significativos.<br />
«Comer sin beber -rezaba uno <strong>de</strong> ellos- es como <strong>de</strong>vorar la propia sangre.»<br />
«Mercurio os anuncia aquí ganancia -<strong>de</strong>cía otro-. Apolo, salud y Sitio, albergue,<br />
buena cocina, grata conversación o silencio (según gustes).»<br />
«Quien entre en la posada <strong>de</strong> Sitio saldrá satisfecho. Si no fuera así es que<br />
sólo ha soñado que entraba.»<br />
Más allá, la <strong>de</strong>sconcertante «mujer» advertía:<br />
«Si un caminante acu<strong>de</strong> a esta casa, su Dios -Baal, Júpiter o el Santo, bendito<br />
sea su nombre- se sentará con él.»<br />
Y añadía mordaz:<br />
155
«Siempre paga el caminante... A Dios hay que <strong>de</strong>jarle en paz.»<br />
Francamente, me divertí, olvidando, incluso, la extraña y prolongada ausencia<br />
<strong>de</strong> mi hermano.<br />
«Que los pobres no pasen <strong>de</strong> largo -escribía en koiné-. Si no hay dinero, no<br />
importa... La servidumbre escasea.»<br />
«No te fíes <strong>de</strong> las apariencias -aseguraba con tino en otra <strong>de</strong> las planchas-.<br />
Las mujeres también son seres humanos.»<br />
Sencillamente inaudito. Las atrevidas sentencias hacían <strong>de</strong> Sitio una excepción<br />
en el <strong>de</strong>sprestigiado ramo <strong>de</strong> la hostelería <strong>de</strong> aquel tiempo. La casi totalidad<br />
<strong>de</strong> las posadas, <strong>de</strong>ntro y fuera <strong>de</strong> Israel, tenían una bien ganada fama<br />
<strong>de</strong> lugares <strong>de</strong> latrocinio, prostitución y abuso <strong>de</strong>smedido. Raro era el posa<strong>de</strong>ro<br />
honrado. Como afirma Petronio en su Trimalquio, «estos estafadores<br />
tienen más <strong>de</strong> aguadores que <strong>de</strong> taberneros». Cuando un viajero entraba por<br />
la puerta, siempre lo hacía en guardia y a la <strong>de</strong>fensiva. En cualquier momento<br />
podía surgir la mentira, el robo o la calamidad.<br />
En el muro <strong>de</strong> la <strong>de</strong>recha (siempre tomaré el arco <strong>de</strong> entrada como referencia),<br />
<strong>de</strong>stacando sobre los restantes «avisos», aparecía un «menú <strong>de</strong>l día», los<br />
precios y diversos «servicios extras»...<br />
«Sopa <strong>de</strong> verduras... Verduras "nuevas" -aclaraba-. Res guisada con tomillo y<br />
pimienta negra (no recomendable para célibes y virtuosos) -volvía a puntualizar<br />
con sorna-... y "pirámi<strong>de</strong> <strong>de</strong> jengibre"... Sin límite... [Supuse que<br />
hacía alusión a que el cliente podía repetir cuanto gustase.]<br />
»Pan, vino y charla, regalo <strong>de</strong> la casa. Total: cuatro ases...<br />
»Por la cama, dos ases...»<br />
Y anunciaba con letras más <strong>de</strong>stacadas:<br />
«...Con "burrita" (prostituta), ocho ases... Baño gratis (en el río).»<br />
Por <strong>de</strong>bajo, en rojo, una advertencia obligada en los establecimientos regentados<br />
por gentiles:<br />
«Comida kosher a petición. Idéntico precio. La misma amabilidad.»<br />
Este tipo <strong>de</strong> «menú» -kosher o «limpio»- era habitualmente solicitado por los<br />
hebreos. En especial, por los más religiosos.<br />
Las carnes, sobre todo, eran celosamente vigiladas. Para ser kosher, según la<br />
rígida Ley <strong>de</strong> Moisés, tenían que haber sido seleccionadas y <strong>de</strong>spiezadas por<br />
carniceros expertos. Como mínimo, antes <strong>de</strong> ser cocinadas, <strong>de</strong>bían pasar por<br />
un baño purificador, a base <strong>de</strong> agua con sal. Cualquier rastro <strong>de</strong> sangre las<br />
invalidaba. La tradición <strong>de</strong>dicaba interminables y farragosas especificaciones<br />
al tipo <strong>de</strong> animales a sacrificar, herramientas <strong>de</strong> los matarifes, modo <strong>de</strong><br />
<strong>de</strong>güello, fórmulas para el <strong>de</strong>sangrado, prohibición <strong>de</strong> inmolación en el mismo<br />
día <strong>de</strong> madre y cría, tendón femoral (terminantemente prohibido) y artículos<br />
«puros o impuros». Toda una pesadilla, en efecto, que el pueblo liso y llano<br />
soportaba con las lógicas dificulta<strong>de</strong>s y que, en ocasiones, era motivo <strong>de</strong><br />
agrias polémicas. Para los rabiosos «vigilantes <strong>de</strong> la Tora» no había duda ni<br />
156
posibilidad <strong>de</strong> discusión. «Aquello» era la voluntad <strong>de</strong> Dios. Para otros, más<br />
sensatos, mezclar los «<strong>de</strong>seos divinos» con el hecho <strong>de</strong> disfrutar <strong>de</strong> un buen<br />
jamón o <strong>de</strong> una sabrosa centolla era algo absurdo. El propio Jesús <strong>de</strong> Nazaret,<br />
para regocijo <strong>de</strong> muchos, se vio envuelto en más <strong>de</strong> una discusión con los<br />
intransigentes doctores <strong>de</strong> la Ley. Y, naturalmente, los confundió. Unos encuentros<br />
dialécticos, por cierto, jamás mencionados por los evangelistas...<br />
Pero, sin duda, los que más me sorprendieron fueron los «carteles» que<br />
adornaban la pared <strong>de</strong> la izquierda.<br />
«Ama y busca la paz... Ama a los otros hombres y acércalos a la Ley.»<br />
«Si uno es agredido, serán dos a <strong>de</strong>fen<strong>de</strong>rse.»<br />
«Mejor no prometer que <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> cumplir lo prometido.»<br />
Los repasé varias veces y llegué a la misma conclusión: los dichos, en su<br />
mayoría, pertenecían a un venerado y ya <strong>de</strong>saparecido rabino <strong>de</strong> Jerusalén.<br />
En cierto modo, un precursor <strong>de</strong> la filosofía <strong>de</strong>l Galileo. Me refiero, claro está,<br />
a Hillel, muerto hacia el año 10 <strong>de</strong> nuestra era.<br />
«Quien extien<strong>de</strong> su fama -seguí leyendo- la hace perecer. Quien no aumenta,<br />
disminuye. Quien no apren<strong>de</strong> se hace reo <strong>de</strong> muerte. Quien se sirve <strong>de</strong> la<br />
corona (la Tora), <strong>de</strong>saparece.»<br />
«Más vale una sola mano llena <strong>de</strong> reposo que las dos llenas <strong>de</strong> trabajo y <strong>de</strong><br />
vanos afanes.»<br />
«Con lo mejor <strong>de</strong> tu riqueza adquiere la sabiduría. Con lo que poseas, compra<br />
la inteligencia.»<br />
Las sabias palabras, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> luego, me recordaron otras no menos certeras y<br />
sublimes.<br />
«Si no estoy para mí, ¿quién estará? Y si estoy para mí, ¿qué soy yo? Y si<br />
ahora no, ¿cuándo?»<br />
«¿Quién es rico?... El que se regocija con lo que tiene.»<br />
«La envidia, la codicia y la ambición abrevian la vida humana.»<br />
Poco a poco, como digo, mi admiración por Sitio fue creciendo.<br />
¿Quién era realmente aquella «mujer»? ¿Qué hacía en un lugar tan remoto y<br />
oscuro?<br />
Las siguientes frases me <strong>de</strong>jaron igualmente perplejo...<br />
«Habla poco y haz mucho. Y recibe a todo hombre con la cara sonriente.»<br />
«Cumple la voluntad <strong>de</strong> Dios como si fuera la tuya, para que haga Él la tuya<br />
como si fuera suya.»<br />
«No juzgues a tu prójimo hasta que no estés en sus mismas circunstancias.»<br />
Algún tiempo <strong>de</strong>spués, el Maestro hablaría <strong>de</strong> lo mismo. La voluntad <strong>de</strong>l Padre.<br />
Su gran mensaje. Su gran <strong>de</strong>seo...<br />
«Los ríos van todos al mar y la mar no se llena.»<br />
«Que el honor <strong>de</strong> tu amigo te sea tan querido como el tuyo propio.»<br />
«No te fíes <strong>de</strong> ti mismo hasta el día <strong>de</strong> tu muerte.»<br />
Un apetitoso tufillo a carne guisada casi me <strong>de</strong>svió <strong>de</strong> la lectura. Estaba<br />
157
hambriento.<br />
¿Y Eliseo? ¿Por qué no regresaba?<br />
«¿Quién es honrado?... Aquel que honra a otros.»<br />
«Anillo <strong>de</strong> oro en jeta <strong>de</strong> puerco es la bella mujer sin seso.»<br />
«Ve con los sabios y te harás sabio. Al que a necios se acerca le llega la<br />
<strong>de</strong>sdicha.»<br />
Sitio procedió a preparar la mesa. Me observó <strong>de</strong> reojo, pero no dijo nada.<br />
Ambos, creo, estábamos <strong>de</strong> acuerdo: la lectura era más importante.<br />
«Don<strong>de</strong> no hay hombres, esfuérzate por serlo.»<br />
«Cuanta más carne, más gusanos. Cuanta más riqueza, más preocupaciones.<br />
Cuantas más mujeres, más sortilegios. Cuantas más criadas, más incontinencia.<br />
Cuantos más esclavos, más robo. Cuanto más estudio <strong>de</strong> la Ley, más<br />
vida. Cuanta más escuela, más sabiduría. Cuanto más consejo, más inteligencia.<br />
Cuanta más justicia, más paz.»<br />
La patrona había subrayado «mujeres» y «sortilegios». Normal en su «caso»...<br />
«El contenido es más importante que el recipiente.»<br />
«Todo te ha sido dado como préstamo y una red se extien<strong>de</strong> sobre ti.»<br />
«No juzgues en solitario. Como mucho, júzgate a ti mismo.»<br />
Creí reconocer en algunas <strong>de</strong> las sentencias los ecos <strong>de</strong>l libro <strong>de</strong> los Proverbios<br />
y <strong>de</strong>l Eclesiastés. Pero, ¿cómo podía ser? Sitio, supuestamente, era pagana.<br />
«Es mejor el pacífico que el fuerte. El que domina su espíritu que el que<br />
conquista una ciudad.»<br />
«No <strong>de</strong>sprecies a nadie, ni rechaces ninguna cosa como imposible, porque no<br />
hay hombre que no tenga su honra, ni cosa que no tenga su lugar.»<br />
«Sé humildísimo, ya que lo que te espera es la muerte.»<br />
En la inminente y provi<strong>de</strong>ncial cena, la «mujer» nos aclararía el porqué <strong>de</strong> la<br />
singular «<strong>de</strong>coración». Y reconozco que, tanto mi compañero como yo, tuvimos<br />
que inclinarnos ante su poco común y, al mismo tiempo, ardiente <strong>de</strong>seo.<br />
Y surgiría otra interesante «sorpresa». Mejor dicho, varias «sorpresas»...<br />
«Todo aquel que profana en secreto el nombre <strong>de</strong> Dios será públicamente<br />
castigado.»<br />
«Que tu amor no <strong>de</strong>penda <strong>de</strong> las cosas, ni <strong>de</strong> lo que tienes, sino <strong>de</strong> lo que<br />
eres.»<br />
No hubo tiempo para más. De pronto, por el arco, irrumpió Eliseo. Le salí al<br />
encuentro. Y, furioso, exclamó:<br />
-¡Lo ha hecho otra vez!<br />
Intenté calmarlo. Su rostro aparecía sudoroso.<br />
-¿Lo ha hecho? Pero, ¿qué?..., ¿quién?<br />
Sitio, al <strong>de</strong>positar en la mesa una humeante olla <strong>de</strong> barro, nos miró intrigada.<br />
Mi hermano, visiblemente agotado, fue a tomar asiento y, moviendo la cabeza<br />
negativamente, repitió una y otra vez:<br />
158
-¡Lo ha hecho!... ¡Lo ha hecho!<br />
Sin querer, la posa<strong>de</strong>ra y quien esto escribe cruzamos una mirada. Y, <strong>de</strong>cidida,<br />
se inmiscuyó, preguntando la razón <strong>de</strong> semejante alarma.<br />
Tuvo más suerte que yo. Al punto, Eliseo, <strong>de</strong>rrotado, le manifestó que el niño<br />
que nos acompañaba había <strong>de</strong>saparecido.<br />
¿Otra vez?<br />
Mi hermano <strong>de</strong>talló la estéril búsqueda en el exterior. Consultó, incluso, a los<br />
pequeños que se bañaban en el río. Negativo. Ninguno le dio razón. Tampoco<br />
pudo localizarlo entre los ven<strong>de</strong>dores. Recorrió parte <strong>de</strong> la senda que llevaba<br />
al norte, pero resultó igualmente infructuoso. Y asustado y perplejo optó por<br />
regresar.<br />
Sitio, fría y racional, se interesó por las características <strong>de</strong>l <strong>de</strong>saparecido.<br />
Me a<strong>de</strong>lanté, dibujando el perfil y agregando «algo» que mantenía en secreto.<br />
Y el Destino, atento, intervino...<br />
La alusión a la posible dolencia <strong>de</strong>l ladronzuelo fue <strong>de</strong>terminante.<br />
-Pelirrojo..., mudo...<br />
La anfitriona meditó unos segundos. Y, segura, exclamó:<br />
-Ése sólo pue<strong>de</strong> ser el hijo <strong>de</strong> Assi...<br />
Eliseo, confuso, no daba crédito a lo que escuchaba. Ni a las palabras <strong>de</strong> Sitio,<br />
ni a las mías.<br />
-¿Mudo?... ¿«Denario» es mudo?<br />
-Sordo -maticé-. Casi con seguridad, sordo... Y ya ves que tiene familia. No<br />
<strong>de</strong>bemos preocuparnos. Es lógico que haya vuelto con los suyos.<br />
El ingeniero, verda<strong>de</strong>ramente, le había tomado cariño.<br />
Tuvo que esforzarse para aceptar la realidad. Finalmente, más sosegado, al<br />
amor <strong>de</strong> la suculenta sopa <strong>de</strong> verduras, prosiguió el interrogatorio. Sitio,<br />
solícita, comprendiendo la <strong>de</strong>sazón <strong>de</strong> mi compañero, le dio toda clase <strong>de</strong><br />
<strong>de</strong>talles. Al parecer, conocía bien a los naturales <strong>de</strong> la zona.<br />
Así fue como nos enteramos <strong>de</strong>l oscuro origen <strong>de</strong>l niño, <strong>de</strong> su lugar <strong>de</strong> resi<strong>de</strong>ncia<br />
y <strong>de</strong> la persona que lo cuidaba.<br />
Según la posa<strong>de</strong>ra, «Denario», cuyo nombre era «Examinado», cargaba con<br />
una doble <strong>de</strong>sgracia. A<strong>de</strong>más <strong>de</strong> sordomudo era mamzer (bastardo). La<br />
madre, una fenicia <strong>de</strong> Sidón <strong>de</strong>dicada a la prostitución, lo parió en la ciudad <strong>de</strong><br />
Paneas, don<strong>de</strong> trabajaba. Días más tar<strong>de</strong> lo entregó en un kan existente al sur<br />
<strong>de</strong>l lago Hule. (El kan era una antiquísima institución que se ocupaba <strong>de</strong><br />
acoger a todos aquellos -judíos o gentiles- que carecían <strong>de</strong> medios para sobrevivir.<br />
En ocasiones eran utilizados también como albergues <strong>de</strong> paso.<br />
Generalmente consistían en casonas o chozas, estratégicamente ubicadas,<br />
siempre abiertas, y a cargo <strong>de</strong> no judíos que se responsabilizaban <strong>de</strong>l alojamiento,<br />
comida y cuidado <strong>de</strong> resi<strong>de</strong>ntes o transeúntes. El sostenimiento<br />
corría por cuenta <strong>de</strong> los tetrarcas, <strong>de</strong> ricos saduceos o <strong>de</strong> almas caritativas. En<br />
ocasiones, los «clientes» aportaban lo que buenamente podían. Eran lugares<br />
159
<strong>de</strong>startalados, más lúgubres, si cabe, que las posadas públicas, sin muebles y<br />
con unas condiciones higiénicas prácticamente nulas. En los kanes terminaban<br />
refugiándose, amén <strong>de</strong> lisiados, enfermos crónicos, ancianos o niños<br />
<strong>de</strong>samparados, la flor y nata <strong>de</strong> la picaresca, <strong>de</strong> los huidos <strong>de</strong> la justicia y <strong>de</strong>l<br />
bandolerismo. Unos lugares, en efecto, muy poco recomendables. El Génesis<br />
[42, 27] los menciona y también Jeremías [41, 17].)<br />
Allí, en <strong>de</strong>finitiva, creció «Denario», al amparo <strong>de</strong>l gobernante <strong>de</strong>l kan, un tal<br />
Assi, «auxiliador» <strong>de</strong> gran bondad y notable reputación como médico o sanador.<br />
Al escuchar a Sitio, la memoria se agitó.<br />
¿Assi?<br />
Indagué y, efectivamente, surgió limpio y transparente el recuerdo <strong>de</strong> otro<br />
viejo conocido. Alguien con quien coincidiría en el año 30, en la casa <strong>de</strong> los<br />
Zebe<strong>de</strong>o, en Saidan.<br />
¡Increíble Destino!<br />
Assi, con seguridad, era el esenio que cuidaba al patriarca <strong>de</strong> los Zebe<strong>de</strong>o<br />
cuando este explorador alivió al anciano <strong>de</strong> un pequeño problema en uno <strong>de</strong><br />
los oídos.<br />
No podía creerlo...<br />
El egipcio, <strong>de</strong>stacado, al parecer, por la comunidad <strong>de</strong> Qumran a la lejana<br />
Gaulanitis, se hallaba, justamente, muy cerca <strong>de</strong>l camino que nos conduciría<br />
en las siguientes jornadas hasta la base <strong>de</strong>l Hermón.<br />
¿Casualidad?<br />
Lo certero <strong>de</strong> mis insinuaciones pusieron en guardia a la intuitiva «mujer». No<br />
le faltaba razón. ¿Cómo era posible que aquel griego, supuestamente <strong>de</strong> paso,<br />
conociera al «auxiliador» <strong>de</strong>l lago Hule?<br />
Esquivé el asunto, centrándome <strong>de</strong> nuevo en el pelirrojo.<br />
El niño, tal y como suponía, era sordo <strong>de</strong> nacimiento y, en consecuencia,<br />
mudo. Nadie, obviamente, sabía la causa. Sencillamente, nació así. Y gracias<br />
a los cuidados <strong>de</strong> Assi pudo salir a<strong>de</strong>lante, librándose, en parte, <strong>de</strong> la maldición<br />
que suponía en aquel tiempo una patología <strong>de</strong> esta naturaleza.<br />
«Denario» -así lo llamaríamos entre nosotros-, a juzgar por las informaciones<br />
proporcionadas por Sitio, era un muchacho «especial». A pesar <strong>de</strong> su terrible<br />
limitación disfrutaba <strong>de</strong> una inteligencia sobresaliente. Se le veía con frecuencia<br />
por la ruta, robando a caravanas y caminantes y entregando el fruto<br />
<strong>de</strong> las rapiñas a su padre adoptivo. Éste, por lo visto, no se hallaba al tanto <strong>de</strong><br />
las andanzas <strong>de</strong>l jovencito.<br />
Naturalmente, me hice el firme propósito <strong>de</strong> ingresar en el kan e intentar<br />
ubicar a ambos. A la mañana siguiente, si todo discurría con normalidad,<br />
pasaríamos muy cerca <strong>de</strong>l lugar. Lo que no imaginé en esos instantes fue la<br />
trascen<strong>de</strong>ncia <strong>de</strong> dicha visita...<br />
160
Sitio retiró la sopa, alejándose hacia la «cocina». En esos momentos, Eliseo<br />
hizo un comentario que confirmó mis tardías sospechas. La «mujer», efectivamente,<br />
era un hombre... Uno <strong>de</strong> los muchos homosexuales que proliferaban<br />
en aquella Palestina. Pero, pru<strong>de</strong>ntemente, <strong>de</strong> mutuo acuerdo, preferimos<br />
«ignorarlo» y <strong>de</strong>jar las cosas como estaban.<br />
No me cansaré <strong>de</strong> repetirlo. Aquel encuentro en el albergue próximo a Qazrin<br />
tampoco sería «casual». El Destino, previsor, sabía lo que nacía. Pero <strong>de</strong>bo<br />
ser fiel a los acontecimientos, tal y como se registraron. Ojalá ese Padre<br />
maravilloso siga regalándome luz y fuerza para continuar...<br />
Carne <strong>de</strong> ternera «al vino».<br />
Eliseo, entusiasmado, elogió la buena mano <strong>de</strong> la posa<strong>de</strong>ra. Y Sitio, hinchada<br />
con los cumplidos, le obsequió una doble ración.<br />
La tertulia se animó.<br />
Creo que la corriente <strong>de</strong> simpatía fue mutua y sincera. Y aproveché la circunstancia<br />
para intercalar un par <strong>de</strong> temas que me interesaban. Por un lado,<br />
la segunda y no menos dramática maldición que pesaba sobre el pelirrojo: su<br />
condición <strong>de</strong> mamzer. ¿Cómo era posible que un esenio, extremos y radicales<br />
en lo concerniente a la pureza religiosa, hubiera adoptado a un bastardo?<br />
La «mujer» suspiró. Señaló hacia uno <strong>de</strong> los «carteles» que yo había tenido la<br />
oportunidad <strong>de</strong> leer y, certera, casi sin palabras, reprochó mi, aparentemente,<br />
poco caritativo interrogante:<br />
-No juzgues...<br />
No era ésa mi intención, pero encajé el varapalo. Acto seguido, en tono<br />
conciliador, explicó:<br />
-Assi, aunque nacido en Egipto, es <strong>de</strong> origen judío. Pero su noble corazón no<br />
tiene raíces, ni entien<strong>de</strong> esas malditas discriminaciones <strong>de</strong> los que se dicen<br />
«santos y separados». Tú eres extranjero y no sabes que en esta tierra son<br />
más los que buscan y ansían la verdad que los que adoran a esa injusta Tora...<br />
-¿La verdad?<br />
Y salté al segundo asunto. ¿A qué obe<strong>de</strong>cía la singular colección <strong>de</strong> sentencias<br />
que adornaba las pare<strong>de</strong>s?<br />
-¿Te interesa la verdad? -insistí, simulando cierto escepticismo-. ¿Y qué es?<br />
¿Está quizá en esos «carteles»?<br />
No respondió <strong>de</strong> inmediato. Me observó con gravedad y, convencida, supongo,<br />
<strong>de</strong> la sinceridad <strong>de</strong> mis planteamientos, abrió el corazón, vaciándose. Y durante<br />
un rato, rememorando la estancia en Tiro, relató su encuentro con unos<br />
«misioneros» cínicos. La filosofía <strong>de</strong> aquellos griegos, al parecer, le impresionó,<br />
e intentó vivir conforme a lo que predicaban: abandonó la prostitución,<br />
entregó a los pobres cuanto tenía, luchó por liberarse <strong>de</strong> los <strong>de</strong>seos mundanos<br />
y procuró pensar en la muerte como un mal irremediable. Sin embargo no fue<br />
suficiente. «Algo» fallaba. Su espíritu siguió huérfano. El cinismo no era la<br />
161
verdad. Y continuó la búsqueda.<br />
Probó con los estoicos. Su «Dios-Razón» la conmovió. Estuvo <strong>de</strong> acuerdo en el<br />
posible origen divino <strong>de</strong>l alma y en la hermandad <strong>de</strong> los hombres, cantado por<br />
los seguidores <strong>de</strong> Zenón <strong>de</strong> Citio. Aprendió a vivir en armonía con la Naturaleza<br />
y, lo que era más importante, consigo mismo. Pero las brillantes i<strong>de</strong>as<br />
<strong>de</strong>l estoicismo la <strong>de</strong>jaron igualmente insatisfecha. Necesitaba la esperanza y<br />
ésta, lamentablemente, no aparecía en aquella filosofía. El «Dios-Razón»,<br />
como el resto <strong>de</strong> los dioses <strong>de</strong> los gentiles, era «alguien» lejano e inalcanzable.<br />
Tampoco epicúreos y escépticos aportaron noveda<strong>de</strong>s a su inquieto y anhelante<br />
espíritu. Los primeros, <strong>de</strong>fendiendo la pru<strong>de</strong>ncia como máximo exponente<br />
<strong>de</strong> la felicidad, no le convencieron. No era lo que precisaba. No era<br />
eso...<br />
En cuanto a la doctrina <strong>de</strong> los escépticos -el conocimiento y la sabiduría son<br />
engañosos-, sinceramente, no la tuvo en cuenta. Apren<strong>de</strong>r, conocer, crecer,<br />
no podía ser dañino o <strong>de</strong>testable...<br />
Finalmente, en este arduo peregrinaje, tropezó con el Dios <strong>de</strong> los judíos. Pero<br />
el <strong>de</strong>sencanto fue idéntico. Aquel Yavé, lejos <strong>de</strong> infundir algo que justificase y<br />
diese sentido a su vida, sólo provocó miedo e incomprensión. El instinto la<br />
obligó a renunciar. Yavé no era la esperanza...<br />
De todas formas, el «viaje» a la religión <strong>de</strong>l colérico Dios <strong>de</strong>l Sinaí no fue en<br />
vano. Algo le impactó. Mejor dicho, alguien. Y el espíritu <strong>de</strong> ese alguien<br />
-profundamente humano y universalista- fue a presidir su alma y las pare<strong>de</strong>s<br />
<strong>de</strong> la casa. Ese alguien, como suponía, no era otro que Hillel. Sus dichos y<br />
sentencias sí la equilibraron en parte. Pero no la llenaron. Tampoco era eso lo<br />
que buscaba...<br />
El postre puso fin a las disquisiciones <strong>de</strong> la atormentada Sitio.<br />
Exquisito.<br />
La «mujer», a <strong>de</strong>cir verdad, se había esmerado.<br />
Pirámi<strong>de</strong> <strong>de</strong> jengibre blanco, comprado a las caravanas <strong>de</strong> la India. Un exótico<br />
y dulcísimo «bizcocho», hábilmente emborrachado con un «chocolate» líquido<br />
extraído <strong>de</strong> la ya referida keratia. Y en lo alto, una reluciente bola <strong>de</strong> miel y<br />
nueces.<br />
Eliseo y yo lo <strong>de</strong>voramos en silencio. Nos miramos y, creo, compartimos el<br />
mismo sentimiento. Le hice una señal. No <strong>de</strong>bíamos precipitarnos. No era el<br />
momento...<br />
Sin embargo, impulsivo, <strong>de</strong>seoso <strong>de</strong> proporcionar un rayo <strong>de</strong> luz a la solícita<br />
mesonera, el ingeniero abrió las compuertas <strong>de</strong> aquel sentimiento mutuo,<br />
planteándole una pregunta:<br />
-¿Conoces a un tal Jesús, carpintero <strong>de</strong> Nazaret?<br />
Buscó en la memoria. Aquél fue ya un signo inequívoco...<br />
Negó con la cabeza.<br />
162
Mi hermano, tenaz, insistió.<br />
-Hijo <strong>de</strong> María y José...<br />
Negativo. Era lógico. Estábamos en el año 25. Aún faltaba mucho para que el<br />
Maestro fuera conocido...<br />
Y, curiosa e intuitiva, preguntó a su vez:<br />
-¿Por qué?... ¿Es quizá como Hillel?<br />
Sonreímos, aguijoneando su intriga.<br />
Nos miró <strong>de</strong> hito en hito, esperando una aclaración. Esta vez tomé la palabra:<br />
-Algún día, si el Destino lo tiene previsto, volveremos a encontrarnos. Entonces,<br />
si lo recuerdas, haznos <strong>de</strong> nuevo esa pregunta. Mejor aún: hacédsela<br />
a Él...<br />
Asintió confusa.<br />
-Lo recordaré... Jesús <strong>de</strong> Nazaret...<br />
Y retomando la cuestión clave -la que este explorador <strong>de</strong>jó en el aire- musitó<br />
casi para sí:<br />
-La verdad... ¿Conoce ese Jesús, el carpintero <strong>de</strong> Nazaret, cuál es la verdad?<br />
No respondimos. Ella misma, en su momento, lo <strong>de</strong>scubriría. Y se convertiría,<br />
curiosamente, en uno <strong>de</strong> sus más apasionados y fíeles <strong>de</strong>fensores. Un «seguidor»<br />
<strong>de</strong>l Galileo que, como otros, jamás figuraría en los textos sagrados<br />
(?)...<br />
El canto <strong>de</strong> las rapaces nocturnas nos advirtió. Debíamos retirarnos.<br />
Sitio lo lamentó. Hacía mucho que no disfrutaba <strong>de</strong> una tertulia tan amena y<br />
constructiva. Pero, comprendiendo, se hizo con un par <strong>de</strong> lucernas, acompañándonos.<br />
La temperatura, todavía cálida, nos abrazó. Y el firmamento nos retuvo en el<br />
patio durante unos minutos, cortándonos el paso.<br />
La «mujer» levantó igualmente el rostro y <strong>de</strong>finió aquella maravilla mejor que<br />
nosotros...<br />
-Ésa sí es la verdad...<br />
Una estrella fugaz, oportunísima, bendijo sus palabras, emborronando en<br />
blanco y ver<strong>de</strong> una hilera <strong>de</strong> asustadas y disciplinadas estrellas.<br />
¿Dón<strong>de</strong> estaría?<br />
Y mi pensamiento, como otro Jasón, zigzagueó entre las vigilantes constelaciones,<br />
<strong>de</strong>jando atrás a las sorprendidas Castor y Capella y planeando sobre<br />
el Hermón.<br />
Sí, allí estaba...<br />
Lo presentí. Lo vi. Nos esperaba.<br />
No lo ocultaré. En esos intensos momentos, la po<strong>de</strong>rosa «fuerza» que nos<br />
escoltaba susurró en el corazón:<br />
«¡Ánimo!... Ha llegado la hora...»<br />
Poco importó la mugre, las familias <strong>de</strong> chinches o la estrechez <strong>de</strong> la celda. Lo<br />
di por bien empleado. Estábamos a un paso <strong>de</strong>l Hijo <strong>de</strong>l Hombre. Podía sen-<br />
163
tirlo...<br />
La siguiente jornada sería <strong>de</strong>cisiva. Si el Destino nos protegía, al anochecer<br />
<strong>de</strong>l domingo, o lo más tardar el lunes, 20, nos encontraríamos frente a las<br />
estribaciones <strong>de</strong>l Hermón.<br />
Arropado por el recuerdo <strong>de</strong>l añorado Maestro y por la perpleja y humil<strong>de</strong><br />
flama amarillenta <strong>de</strong> la lucerna traté <strong>de</strong> conciliar el sueño. Pero me costó.<br />
De pronto, no sé por qué, surgió en la penumbra la casi olvidada imagen <strong>de</strong><br />
«Denario».<br />
Me resistí. Tenía que <strong>de</strong>scansar. Sin embargo, los guturales y animalescos<br />
gritos <strong>de</strong>l pelirrojo inundaron la memoria, atormentándome.<br />
Fue extraño. Parecía como si «alguien» se empeñara en que no olvidara su<br />
sor<strong>de</strong>ra.<br />
¿Extraño? ¿Es que había algo normal o racional en semejante aventura?<br />
¡Pobre y torpe Jasón! ¿Cuándo apren<strong>de</strong>ré?<br />
«Aquello», en efecto, fue un «aviso». Más a<strong>de</strong>lante compren<strong>de</strong>ría por qué...<br />
El caso es que, a pesar <strong>de</strong> mi resistencia, el problema <strong>de</strong>l pequeño mamzer se<br />
instaló en mí. Y durante un tiempo le di vueltas, en un vano intento <strong>de</strong> averiguar<br />
cuál pudo ser la causa <strong>de</strong> dicha dolencia.<br />
Obviamente, para intentar llegar a un diagnóstico tenía que explorar los oídos.<br />
Y aun así, el resultado era dudoso. Aparentemente, y según las noticias <strong>de</strong><br />
Sitio, la sor<strong>de</strong>ra era prelingüística. (Aparecida antes <strong>de</strong> hablar.) Si, como me<br />
temía, se trataba <strong>de</strong> una sor<strong>de</strong>ra profunda, originada, quizá, por un problema<br />
durante la gestación o en el parto, las posibilida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> recuperación eran<br />
escasas o nulas. La verdad es que estas lesiones, como en la actualidad, eran<br />
muy frecuentes en aquel tiempo.<br />
Enfermeda<strong>de</strong>s como la rubéola (pa<strong>de</strong>cida por la madre en el periodo <strong>de</strong><br />
gestación), toxoplasmosis, citomegalovirus congénito y otras infecciones intrauterinas<br />
hacían auténticos estragos en la población. También era posible<br />
que la cófosis (sor<strong>de</strong>ra profunda) estuviera <strong>de</strong>terminada por un factor genético<br />
o por un acci<strong>de</strong>nte perinatal (no eran infrecuentes los traumatismos en el<br />
parto, la hipoxia [oxigenación insuficiente], el exceso <strong>de</strong> bilirrubina, etc.). Por<br />
supuesto, si el mal se presentó <strong>de</strong>spués <strong>de</strong>l nacimiento, las causas podían ser<br />
también incontables.<br />
Lo importante, sin embargo, no eran esas hipotéticas causas, sino el alcance<br />
<strong>de</strong> las mismas. ¿Hasta dón<strong>de</strong> le habían afectado? ¿Era un sordo irrecuperable?<br />
El instinto <strong>de</strong> médico me <strong>de</strong>cía que sí.<br />
Y en aquella pelea, intentando <strong>de</strong>sterrar la imagen <strong>de</strong> «Denario» y buscando<br />
<strong>de</strong>sesperadamente el necesario <strong>de</strong>scanso, volví a reprocharme la absurda<br />
obsesión.<br />
¿En qué me afectaba todo aquello? Este explorador, poco o nada podía hacer.<br />
Y aunque hubiera estado en mi mano ayudar al infeliz, las normas <strong>de</strong> <strong>Caballo</strong><br />
164
<strong>de</strong> <strong>Troya</strong> lo prohibían terminantemente.<br />
Entonces...<br />
En esos instantes, como <strong>de</strong>cía, no comprendí. El «aviso» (?) no iba en esa<br />
dirección. No se trataba <strong>de</strong> auxiliar al pelirrojo. La «advertencia» (?) apuntaba<br />
«más allá»...<br />
El niño, en efecto, sería una pieza clave a la hora <strong>de</strong> analizar y constatar uno<br />
<strong>de</strong> los gran<strong>de</strong>s prodigios <strong>de</strong>l rabí <strong>de</strong> Galilea. Pero <strong>de</strong>mos tiempo al tiempo...<br />
Finalmente, rendido y confuso, caí en un profundo y reparador sueño. Y «viví»<br />
una extraña ensoñación. Otra más.<br />
Por supuesto, jamás la olvidaré...<br />
19 DE AGOSTO, DOMINGO<br />
Ahora, tan lejos y tan cerca <strong>de</strong> aquella inolvidable aventura, me estremezco.<br />
Estoy seguro. Y me gustaría gritárselo al mundo: nada es casual. El azar no<br />
existe. La ensoñación que me visitó en la posada <strong>de</strong>l cruce <strong>de</strong> Qazrin es una<br />
prueba más...<br />
Ahora lo sé. Me fue ofrecida «en su momento» para que supiera, y pudiera dar<br />
fe, que todo, en la vida, se halla atado y bien atado. Otra cuestión es que no<br />
comprendamos esos <strong>de</strong>signios.<br />
Y al verificar lo que verificamos llegamos a la misma conclusión: nuestra<br />
misión era «mágica». Nuestro trabajo, sí, fue minuciosa y magistralmente<br />
diseñado por la USAF..., y por Alguien infinitamente más po<strong>de</strong>roso y sublime.<br />
No, no estábamos allí por casualidad...<br />
Pero vayamos al extraño y premonitorio «sueño». Lo recuerdo con una niti<strong>de</strong>z<br />
escalofriante.<br />
Nos encontrábamos a orillas <strong>de</strong>l yam. Era una al<strong>de</strong>a. Quizá Saidan. En la<br />
ensoñación no aparecía con claridad. Ahora, sin embargo, sé que se trataba<br />
<strong>de</strong>l pequeño pueblo <strong>de</strong> pescadores.<br />
Era invierno. Todos nos cubríamos con los pesados ropones.<br />
El sol estaba a punto <strong>de</strong> caer por <strong>de</strong>trás <strong>de</strong>l Ravid.<br />
De pronto, uno <strong>de</strong> los íntimos llamó la atención <strong>de</strong>l Maestro. Por el camino <strong>de</strong><br />
Nahum se acercaba una multitud.<br />
Salimos a la calle.<br />
El gentío, al ver a Jesús, se <strong>de</strong>tuvo. Eran cientos. La mayoría, enfermos y<br />
lisiados. Cojos, ciegos, mancos, paralíticos...<br />
Y por <strong>de</strong>lante, un querido amigo: «Denario».<br />
Gritaban. Imploraban. Rogaban al rabí que hiciera un milagro, que tuviera<br />
piedad <strong>de</strong> ellos...<br />
El pelirrojo había crecido.<br />
Uno <strong>de</strong> los discípulos se acercó al Galileo y le susurró al oído. En el sueño supe<br />
lo que <strong>de</strong>cía:<br />
165
-Olvídalos, Señor... Sólo son mamzer, locos <strong>de</strong> atar y basura.<br />
El Maestro continuó mudo, observándolos con ternura y compasión.<br />
Y los gritos arreciaron.<br />
«Denario», entonces, se separó <strong>de</strong> la muchedumbre y fue a arrodillarse a los<br />
pies <strong>de</strong>l Maestro. Y, por señas, con lágrimas en los ojos, le indicó que no oía...<br />
Me aproximé al rabí y le dije:<br />
-Imposible, Señor... Es sordo <strong>de</strong> nacimiento.<br />
Jesús se volvió y preguntó algo absurdo:<br />
-¿Hipoacusia <strong>de</strong> transmisión o <strong>de</strong> percepción?<br />
-De percepción -repliqué como lo más natural-. El oído interno está <strong>de</strong>sintegrado.<br />
Curarlo sería un sueño...<br />
El Maestro me miró y, en un tono <strong>de</strong> cariñoso reproche, exclamó:<br />
-Tú, mejor que nadie, <strong>de</strong>berías saberlo: los sueños se hacen realidad.<br />
Pero, obtuso, insistí:<br />
-¡Nadie pue<strong>de</strong>! El órgano <strong>de</strong> Corti y las vías neurales están <strong>de</strong>strozadas... No<br />
te esfuerces. Sólo Dios podría...<br />
Jesús soltó una carcajada. Y todos le imitaron.<br />
-Es que yo soy Dios -aclaró el rabí-. Yo puedo... Basta con <strong>de</strong>searlo. Y ahora<br />
lo <strong>de</strong>seo...<br />
Y al punto, el gentío estalló en un alarido, eclipsando las palabras <strong>de</strong>l Hijo <strong>de</strong>l<br />
Hombre. Él continuó hablando, ajeno al alboroto, dándome mil explicaciones<br />
sobre la misericordia divina.<br />
Quise advertirle. «Algo» increíble acababa <strong>de</strong> suce<strong>de</strong>r. Los paralíticos caminaban.<br />
Los ciegos veían...<br />
Y «Denario», pálido, miraba a todos lados, tapándose los oídos.<br />
¡«Denario» oía!<br />
Pero el Maestro, sin reparar en el prodigio, seguía hablando y hablando...<br />
-¡Dios mío! -grité-. ¡Esto es un sueño! ¡Estoy soñando!<br />
Jesús, entonces, alzó los brazos, pidiendo silencio. La multitud enmu<strong>de</strong>ció.<br />
Sonrió y, colocando sus manos sobre los hombros <strong>de</strong> este perplejo explorador,<br />
comentó:<br />
-No es un sueño, Jasón.<br />
Acto seguido, tomando las hojas <strong>de</strong> papiro, escribí:<br />
«Ha curado a cientos... Hora: las cinco A.M.».<br />
El Maestro señaló el «cua<strong>de</strong>rno <strong>de</strong> campo» y puntualizó:<br />
-P.M., Jasón... Las cinco P.M. El «sueño» se ha cumplido a las cinco P.M.<br />
Rectifiqué el error.<br />
-Tienes razón. A.M. es el alba, señor...<br />
En ese instante <strong>de</strong>sperté.<br />
Alguien, aporreando la puerta <strong>de</strong> la celda, clamaba a voz en grito:<br />
-¡Es el alba, señor...!<br />
166
Comprendí. Había tenido un sueño. Un extraño y absurdo sueño...<br />
¿Absurdo?<br />
Cuando retornamos al Ravid y consulté el or<strong>de</strong>nador quedé perplejo. El orto<br />
solar, en aquel domingo, 19 <strong>de</strong> agosto <strong>de</strong>l año 25, se registró a las 4 horas, 55<br />
minutos y 44 segundos...<br />
Increíble. Casi las cinco... A.M., claro está.<br />
Y durante un tiempo no supe qué pensar.<br />
¿Fue una coinci<strong>de</strong>ncia? ¿Fue una casualidad que este explorador escribiera en<br />
el sueño las «cinco A.M.» y la salida <strong>de</strong>l sol, en esos instantes, cuando finalizaba<br />
la ensoñación, se produjera también a la misma hora?<br />
Evi<strong>de</strong>ntemente fue un sueño. De eso no hay duda. Pero ¿qué clase <strong>de</strong> ensoñación?<br />
¿Por qué el Maestro aseguró que no era un sueño?<br />
¿Absurdo?<br />
Más a<strong>de</strong>lante, recién estrenada la vida <strong>de</strong> predicación, comprobaría que, a<br />
veces, lo supuestamente «absurdo» es lo más real...<br />
Y llegarían las «explicaciones». Unas «explicaciones» sobrecogedoras.<br />
Jamás vimos cosa igual...<br />
Definitivamente, nada es azar.<br />
Verda<strong>de</strong>ramente, <strong>Caballo</strong> <strong>de</strong> <strong>Troya</strong> fue algo «mágico»...<br />
Sitio, silenciosa, sirvió el <strong>de</strong>sayuno. Parecía contrariada por nuestra partida.<br />
Leche caliente, tortas <strong>de</strong> flor <strong>de</strong> harina recién horneadas, requesón y dátiles.<br />
Pagamos y, en el portalón, triste y agra<strong>de</strong>cida, rogó que no la olvidáramos.<br />
Asentimos.<br />
Entonces, nerviosa, suplicó que aceptáramos un humil<strong>de</strong> presente. Tomó mis<br />
manos y <strong>de</strong>positó en ellas una <strong>de</strong> las pequeñas planchas <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra que<br />
<strong>de</strong>coraban la posada. La leyenda me conmovió:<br />
«Creí no tener nada, pero, al <strong>de</strong>scubrir la esperanza, comprendí que lo tenía<br />
todo.»<br />
La abracé, agra<strong>de</strong>ciendo la gentileza.<br />
Después le tocó el turno a Eliseo. Le entregó una bolsita <strong>de</strong> arpillera y, sonriente,<br />
aclaró:<br />
-Son «sueños»...<br />
La abrió con curiosidad y extrajo otra <strong>de</strong> las especialida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> la cocinera:<br />
buñuelos rellenos <strong>de</strong> coco, almendras, mantequilla, canela, miel y especias.<br />
Un dulce similar a la baklavá. Una receta aprendida -aseguró- <strong>de</strong> los «misioneros»<br />
griegos que conoció en Tiro.<br />
Mi hermano enrojeció. No supo qué <strong>de</strong>cir.<br />
«Sueños»... ¡Qué casualidad!<br />
Y poco amantes <strong>de</strong> las <strong>de</strong>spedidas nos alejamos <strong>de</strong>l lugar. Algún tiempo<br />
<strong>de</strong>spués, como <strong>de</strong>cía, el Destino nos conduciría <strong>de</strong> nuevo ante la presencia <strong>de</strong><br />
aquel entrañable ser humano. En esa oportunidad, sin embargo, acom-<br />
167
pañados. Muy bien acompañados...<br />
Aprovechamos la tibieza <strong>de</strong>l amanecer y, <strong>de</strong>scansados, <strong>de</strong>cididos y, sobre<br />
todo, pictóricos, nos encaminamos hacia el siguiente objetivo: el lago Hule.<br />
Mi hermano parecía haber olvidado al pelirrojo. Así que guardé silencio sobre<br />
la reciente ensoñación. ¿Para qué remover sentimientos?<br />
El panorama cambió.<br />
La relativa paz <strong>de</strong> la jornada anterior se esfumó. Y la senda se presentó tal y<br />
como era: bulliciosa, plena <strong>de</strong> gritos, <strong>de</strong> burreros siempre con las varas en<br />
alto, <strong>de</strong> sudor y <strong>de</strong> invisibles cantos y trinos en las profundida<strong>de</strong>s <strong>de</strong>l bosque.<br />
Nada más cruzar el puentecillo <strong>de</strong> troncos nos vimos <strong>de</strong>sbordados por un<br />
febril ir y venir <strong>de</strong> hombres y reatas.<br />
Aquél sí era el auténtico y cotidiano rostro <strong>de</strong> la ruta.<br />
Proce<strong>de</strong>ntes <strong>de</strong>l norte, <strong>de</strong>l Hermón, marchaban nerviosas las últimas y rezagadas<br />
hileras <strong>de</strong> onagros, cargados hasta los topes con la preciada y preciosa<br />
nieve <strong>de</strong> las cumbres. Los arreadores, conscientes <strong>de</strong>l retraso, fustigaban<br />
a los animales, obligándolos a trotar. Más <strong>de</strong> una vez estuvimos a<br />
punto <strong>de</strong> ser arrollados.<br />
En dirección contraria, hacia el Hule, nos vimos igualmente rebasados por<br />
otras no menos inquietas y castigadas reatas <strong>de</strong> asnos y muías. Las prisas<br />
eran lógicas. En cuestión <strong>de</strong> horas, el sol <strong>de</strong> agosto apretaría, poniendo en<br />
apuros las <strong>de</strong>licadas cargas <strong>de</strong> pescado <strong>de</strong>l vara. A pesar <strong>de</strong> la sal y <strong>de</strong> las<br />
<strong>de</strong>nsas ramas <strong>de</strong> helecho, las tórridas temperaturas lo hacían peligrar.<br />
Media hora <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la partida, el terreno, benévolo, se inclinó. E inició un<br />
suave y gratificante <strong>de</strong>scenso.<br />
Salimos <strong>de</strong> una curva y, <strong>de</strong> pronto, los cielos nos obsequiaron con un espectáculo<br />
difícil <strong>de</strong> olvidar.<br />
El miliario <strong>de</strong> turno, puntual y en blanco y negro, anunció la distancia al Hule:<br />
tres millas romanas (casi cuatro kilómetros).<br />
Majestuoso. Sencillamente, majestuoso...<br />
Nos <strong>de</strong>tuvimos y, felices, nos bebimos el paisaje. Los relojes <strong>de</strong>l módulo<br />
<strong>de</strong>bían <strong>de</strong> marcar las seis.<br />
Al fondo, a cosa <strong>de</strong> treinta kilómetros, tumbada a lo largo <strong>de</strong>l frente norte,<br />
presidiendo y mandando, nos saludó la ca<strong>de</strong>na <strong>de</strong>l Hermón.<br />
La nieve, refugiada en lo alto, <strong>de</strong>spertaba inmaculada y naranja, obediente a<br />
los suaves toques <strong>de</strong> la luz rasante.<br />
¡Allí estaba nuestro Hombre!<br />
Des<strong>de</strong> sus 2814 metros <strong>de</strong> altitud, el macizo resbalaba ver<strong>de</strong>, azul y negro en<br />
todas direcciones. Eran las «raíces» los «pies» <strong>de</strong> un gigante <strong>de</strong> 60 kilómetros<br />
<strong>de</strong> longitud. Decenas <strong>de</strong> colinas compartiendo silencio y el mullido abrigo <strong>de</strong><br />
pinares, encinares, robledales y el soberano <strong>de</strong>l lugar, el altivo cedro.<br />
¡Magnífico!<br />
Jesús <strong>de</strong> Nazaret había elegido acertadamente.<br />
168
Y entre el Gebel-esh-Sheikh (la «montaña <strong>de</strong> cabellos blancos» <strong>de</strong> árabes y<br />
beduinos o el «Sirión» <strong>de</strong> los sidonios, cantado en el Deuteronomio) y estos<br />
perplejos exploradores, otro «milagro» <strong>de</strong> los laboriosos felah <strong>de</strong> la Gaulanitis:<br />
la olla <strong>de</strong>l Hule, un inmenso «cuenco» ovalado <strong>de</strong> 29 kilómetros <strong>de</strong> diámetro<br />
mayor por 10 <strong>de</strong> diámetro menor. Un vergel, todavía en sombra, aguardando<br />
respetuoso el <strong>de</strong>spertar <strong>de</strong> su otro dueño y señor: el manso y ver<strong>de</strong> «corazón».<br />
El lago Hule, el antiguo Merón <strong>de</strong> la Biblia. Un pantano <strong>de</strong> 9 por 7 kilómetros,<br />
casi en el centro geométrico <strong>de</strong>l jardín y, justamente, con forma <strong>de</strong><br />
corazón. Y enganchada al Hermón, <strong>de</strong>scendiendo hacia el «corazón», una<br />
ma<strong>de</strong>ja <strong>de</strong> vitales «arterias»: cuatro ríos con la correspondiente prole <strong>de</strong><br />
afluentes. Y a diestro y siniestro, por el este, por el norte y por el oeste, orbitando<br />
el Hule, una constelación <strong>de</strong> lagunas <strong>de</strong> todos los tamaños, agazapada<br />
entre una «jungla» <strong>de</strong> cañas, juncos y papiros. Una «selva» dominante<br />
en los pantanos, difícilmente mantenida a raya por los campesinos. Una espesura<br />
alta, cimbreante y peligrosa por la que macheteaban violentos y<br />
rumorosos los tributarios <strong>de</strong>l Jordán.<br />
Creí distinguir el más nervioso: el nahal Hermón, el río más oriental, saltando<br />
por las estribaciones, a casi 200 metros <strong>de</strong> altitud. Se <strong>de</strong>speñaba suicida por<br />
cañones y cascadas hasta que, agotado, iba a reunirse, a nueve kilómetros<br />
<strong>de</strong>l Hule, con su hermano, el nahal Dan. Allí, sereno y patriarcal, nacía<br />
realmente el padre Jordán.<br />
Más al oeste, también salvajes e indomables, <strong>de</strong>scendían el Senir y el lyyon.<br />
El primero se sometía al Jordán, <strong>de</strong>sembocando en el bíblico cauce a tres o<br />
cuatro kilómetros al norte <strong>de</strong>l «corazón». El lyyon, en cambio, arisco, pagano<br />
a fin <strong>de</strong> cuentas, evitaba a los anteriores, vaciándose en la margen occi<strong>de</strong>ntal<br />
<strong>de</strong>l Hule.<br />
Aquella bendición, nacida fundamentalmente en las nieves perpetuas <strong>de</strong>l<br />
Hermón, hacía fructificar toda la Gaulanitis, proporcionando al mar <strong>de</strong> Tibería<strong>de</strong>s<br />
un caudal aproximado <strong>de</strong> 150 millones <strong>de</strong> metros cúbicos anuales.<br />
Y al socaire <strong>de</strong> este tesoro, los felah, como digo, ganaron la batalla, transformando<br />
la olla que se abría ante nosotros en floreciente y envidiado vergel.<br />
Allí don<strong>de</strong> la «jungla» se quedaba quieta aparecían <strong>de</strong> inmediato disciplinadas<br />
legiones <strong>de</strong> olivos, huertos inclinados o en terrazas y un rizado oleaje <strong>de</strong><br />
frutales, entre los que sobresalían <strong>de</strong>cididos y dominantes manzanos <strong>de</strong> Siria.<br />
Aquí y allá, tímidas y adormiladas, se distinguía una veintena <strong>de</strong> al<strong>de</strong>as.<br />
Todas con sus finas y blancas columnas <strong>de</strong> humo recién pintadas.<br />
Des<strong>de</strong> aquella posición, la senda, feliz como el caminante, olvidaba alturas y<br />
promontorios, precipitándose rectilínea hacia el Hule. Una vez allí, tras lamer<br />
el lago por la cara este, renunciaba <strong>de</strong> nuevo a la comodidad <strong>de</strong> la llanura,<br />
trepando en zigzag y sin prisas hacia el norte. Finalmente se reunía con la<br />
capital <strong>de</strong> la región: Paneas (Cesárea <strong>de</strong> Filipo).<br />
Por el oriente, apareciendo y <strong>de</strong>sapareciendo entre las masas forestales, se<br />
169
veía venir la también concurrida ruta proce<strong>de</strong>nte <strong>de</strong> Damasco. Hacía un alto<br />
en Paneas y, acto seguido, tenaz y voluntariosa, burlaba el nahal Dan, el Senir<br />
y el lyyon, perdiéndose entre colinas y bosques, en dirección a la marítima<br />
Tiro.<br />
El joven sol, sin querer, alertó a la fauna <strong>de</strong> los pantanos. Y varias nubes <strong>de</strong><br />
aves acuáticas, blancas y escandalosas, escaparon <strong>de</strong> la «jungla», <strong>de</strong>sconcertando<br />
al paisaje. Era el primer cambio <strong>de</strong> guardia en las lagunas.<br />
Mi hermano señaló el Hermón e, intranquilo, planteó la gran pregunta:<br />
-Eso es inmenso... ¿Cómo lo encontraremos?<br />
No era mucho lo que teníamos, pero intenté calmarle.<br />
-Confía, muchacho... Daremos con Él.<br />
En realidad sólo disponíamos <strong>de</strong> dos pistas: una al<strong>de</strong>a ubicada, al parecer, en<br />
los pies <strong>de</strong>l gigante y el nombre <strong>de</strong> uno <strong>de</strong> sus vecinos.<br />
Supongo que fue inevitable...<br />
Al inspeccionar <strong>de</strong> nuevo el silencioso Gebel-esh-Sheikh, una vieja duda me<br />
salió al paso.<br />
El Hermón no era únicamente la cima plateada por la nieve. En esos sesenta<br />
kilómetros se apretaban otras cumbres: Kahal, Ram, Kramim, Varda y<br />
Hermonit, entre otras.<br />
¿A cuál <strong>de</strong> ellas se refería mi confi<strong>de</strong>nte?<br />
En principio, si no recordaba mal, el jefe <strong>de</strong> los Zebe<strong>de</strong>o fue muy preciso: el<br />
Maestro, en aquel verano <strong>de</strong>l año 25, fue a refugiarse en la «montaña <strong>de</strong><br />
cabellos blancos». Eso, probablemente, significaba el gran Hermón.<br />
Pero también podía estar equivocado...<br />
Atormentarse no tenía sentido. Al menos allí, a una o dos jornadas <strong>de</strong>l gigante.<br />
Primero convenía localizar Bet Jenn, la pequeña población en la que, según mi<br />
informante, Jesús <strong>de</strong> Nazaret contrató los servicios <strong>de</strong> uno <strong>de</strong> sus habitantes.<br />
Después, ya veríamos...<br />
Descendimos y procuré espantar los temores, refugiándome en la obligada<br />
toma <strong>de</strong> referencias geográficas, vitales, como ya he mencionado, para futuras<br />
incursiones por la zona.<br />
Por el oeste, como un faro blanco, aupada en riscos <strong>de</strong> caliza, perseguida muy<br />
<strong>de</strong> cerca por el bosque, creía i<strong>de</strong>ntificar la religiosa y ortodoxa Safed.<br />
Más al norte, a una hora <strong>de</strong> camino <strong>de</strong> la célebre ciudad <strong>de</strong> los rabinos,<br />
<strong>de</strong>spuntaba negro y afilado el Meroth, un pico <strong>de</strong> 1 208 metros, enlutado <strong>de</strong><br />
pies a cabeza por el olivar. En algún punto <strong>de</strong> aquella montaña se escondían<br />
las tumbas <strong>de</strong>l insigne Hillel, <strong>de</strong> sus treinta y seis alumnos, <strong>de</strong>l contrincante<br />
<strong>de</strong>l «Babilonio», Sammay, y <strong>de</strong> la esposa <strong>de</strong> éste.<br />
Quién sabe -me dije a mí mismo-. Quizá algún día pueda visitarlas y rendir un<br />
particular homenaje el ídolo <strong>de</strong> Sitio...<br />
Y, tal y como imaginaba, mis <strong>de</strong>seos se verían satisfechos..., «en su mo-<br />
170
mento».<br />
Por encima <strong>de</strong>l Meroth, a unas diez millas <strong>de</strong> Safed y a poco más <strong>de</strong> cuatro <strong>de</strong>l<br />
flanco occi<strong>de</strong>ntal <strong>de</strong>l Hule, brillaba rosa y <strong>de</strong>slumbrante otra misteriosa población:<br />
Ca<strong>de</strong>s o Cadasa, lugar santo para los judíos. Allí, según la tradición,<br />
se veneraba la tumba <strong>de</strong> Josué.<br />
También aquella ciudad me interesaba. Por lo que sabía, Ca<strong>de</strong>s disfrutaba <strong>de</strong><br />
una curiosa singularidad: era una <strong>de</strong> las seis antiguas y míticas «ciuda<strong>de</strong>s<br />
refugio» citadas en la Biblia. Un «asilo» inviolable en el que podía guarecerse<br />
todo aquel -judío o gentil- que hubiera cometido un homicidio involuntario.<br />
Así lo establecían Éxodo (21, 12-14) y Números (25, 9-29). Fue precisamente<br />
a Josué, al cruzar el Jordán, a quien Yavé or<strong>de</strong>nó que seleccionase dichas<br />
«ciuda<strong>de</strong>s asilo». De esta forma se garantizaba al presunto inocente un juicio<br />
justo y, sobre todo, que no cayera en manos <strong>de</strong> parientes y amigos <strong>de</strong>l muerto<br />
(vengadores <strong>de</strong> sangre).<br />
Según una antiquísima tradición, estos «refugios» <strong>de</strong>bían hallarse a distancias<br />
equidistantes entre sí. Tres a cada lado <strong>de</strong>l Jordán. Y se obligaba, incluso,<br />
a gobernantes y ciudadanos a que cuidaran el trazado y pavimento <strong>de</strong> los<br />
caminos, construyendo puentes, señalizando las ciuda<strong>de</strong>s convenientemente<br />
y <strong>de</strong>spejando las sendas <strong>de</strong> cualquier obstáculo que entorpeciera o confundiera<br />
al huido.<br />
A la muerte <strong>de</strong>l sumo sacerdote, si el juicio no se había celebrado, el supuesto<br />
homicida estaba autorizado a regresar a su lugar <strong>de</strong> origen. Y se daba un<br />
hecho interesante: la madre <strong>de</strong>l sumo sacerdote fallecido procuraba alimentar<br />
y vestir a estos fugados, conjurando así la posibilidad <strong>de</strong> que maldijeran al<br />
hijo.<br />
Si, por el contrario, el fugitivo moría antes que el sumo sacerdote, los restos<br />
eran trasladados junto a los suyos.<br />
Ensimismado con estos asuntos me vi <strong>de</strong> pronto junto al Jordán. Faltando dos<br />
kilómetros para el Hule, el todavía cristalino cauce se asomó a la senda y,<br />
rumoroso, le puso música.<br />
Al poco, otro miliario nos obligó a reducir el paso. El lago se hallaba a una milla<br />
romana.<br />
Muy cerca, en algún rincón <strong>de</strong>l extremo sur <strong>de</strong>l «corazón», según las informaciones<br />
<strong>de</strong> Sitio, <strong>de</strong>bía <strong>de</strong> encontrarse el kan <strong>de</strong> Assi, el auxiliador. Y nos<br />
preparamos para visitarlo.<br />
Lo que no imaginábamos es que el Destino, tomando la <strong>de</strong>lantera, nos<br />
aguardaba «impaciente»...<br />
No fue difícil. Assi, el esenio, era sobradamente conocido en los pantanos. El<br />
kan se levantaba en un ángulo estratégico, entre el Jordán, por el oeste, y el<br />
lago, por el norte.<br />
Y siguiendo las indicaciones <strong>de</strong> los felah abandonamos la ruta, tomando un<br />
171
estrecho y humil<strong>de</strong> sen<strong>de</strong>rillo que zigzagueaba hacia poniente. Calculé que, al<br />
<strong>de</strong>jar la vía principal y torcer a la izquierda, podíamos estar a unos seis kilómetros<br />
<strong>de</strong>l cruce <strong>de</strong> Qazrin y a diecisiete, más o menos, <strong>de</strong>l calvero <strong>de</strong>l<br />
«pelirrojo», en las cercanías <strong>de</strong> Beth Saida Julias.<br />
Al avanzar hacia el Jordán, el paisaje dio un vuelco. Y el caminillo, <strong>de</strong> apenas<br />
metro y medio, valiente, se enfrentó a la temida y sofocante «jungla» <strong>de</strong><br />
cañas, a<strong>de</strong>lfas y espadañas. A ambos lados, macizas, casi impenetrables, se<br />
alzaban sendas murallas <strong>de</strong> Anmdo donax, las cañas gigantes <strong>de</strong> cinco metros,<br />
rematadas por aburridos penachos <strong>de</strong> plumas. Más allá, encarceladas entre<br />
las gruesas y nudosas qanes, disputando cada palmo <strong>de</strong> tierra, pedían clemencia<br />
las rojas, blancas y naranjas ardaf, las a<strong>de</strong>lfas impregnadas en veneno.<br />
Y al final, lindando con las invisible aguas <strong>de</strong>l Hule, otra resignada y<br />
compacta población <strong>de</strong> espadañas, el mítico suf que sirvió para trenzar la<br />
canasta que salvó a Moisés, con sus esbeltos tallos <strong>de</strong> tres y cuatro metros<br />
buscando la luz <strong>de</strong>sesperadamente. Y entre las erectas hojas, finas como<br />
cintas, una errática, oscura y zumbante amenaza: la malaria...<br />
Al fondo, quizá a medio kilómetro, sobre el pantano, se escuchaba, confuso y<br />
<strong>de</strong>safinado, el concierto <strong>de</strong> las aves acuáticas.<br />
Conté setecientos pasos. Allí, al fin, el pasillo <strong>de</strong> cañas se rindió. Y ante estos<br />
exploradores se presentó una <strong>de</strong>sahogada explanada, casi circular, <strong>de</strong> unos<br />
cien metros <strong>de</strong> diámetro, férreamente cercada por otro verdiamarillento<br />
bosque <strong>de</strong> Arundos. Por <strong>de</strong>trás, hacia el oeste, a escasa distancia, murmuraba<br />
ronco e inconfundible el padre Jordán, recién liberado <strong>de</strong>l Hule.<br />
En el centro, plantadas en círculo, siete chozas. Todas montadas con las<br />
huecas y recias cañas gigantes. Los techos, a poco más <strong>de</strong> tres metros <strong>de</strong>l<br />
negro y polvoriento suelo, habían sido confeccionados con ramas y hojas <strong>de</strong><br />
palma.<br />
Nos miramos intrigados.<br />
A primera vista, el kan parecía abandonado.<br />
¿Qué extraño? Ninguno <strong>de</strong> los felah nos advirtió...<br />
Las chozas se hallaban cerradas, con las estrechas puertecillas <strong>de</strong> cañas<br />
firmemente bloqueadas con sendos y pesados ma<strong>de</strong>ros. Cada viga, <strong>de</strong> un<br />
metro, era sostenida por un par <strong>de</strong> lazadas <strong>de</strong> cuerdas, sólidamente amarradas<br />
al cañizo.<br />
El cierre, no sé por qué, se me antojó raro. Retirar los travesaños no hubiera<br />
sido difícil...<br />
Por puro instinto, conversando en voz baja, optamos por echar un segundo y<br />
minucioso vistazo.<br />
Negativo.<br />
La espesura que abrazaba el lugar, al margen <strong>de</strong> las alborotadoras aves y los<br />
oscuros nubarrones <strong>de</strong> insectos, aparecía tan solitaria como el minúsculo<br />
poblado.<br />
172
¿Qué hacíamos?<br />
Mi hermano, inquieto, presagiando algo, recomendó dar media vuelta, retornando<br />
a la senda principal.<br />
Tentado estuve <strong>de</strong> obe<strong>de</strong>cer, prosiguiendo el viaje hacia el Hermón, pero<br />
«algo» -no sé cómo <strong>de</strong>finirlo- me retuvo. «Algo» me atraía. «Algo» me llamaba<br />
<strong>de</strong>s<strong>de</strong> las silenciosas cabañas.<br />
Y el Destino -cómo no- entró en acción...<br />
De pronto, <strong>de</strong> algún punto <strong>de</strong>l calvero escapó un chillido. Después otro y<br />
otro...<br />
Eliseo, pálido, me interrogó con la mirada.<br />
Ni i<strong>de</strong>a.<br />
Súbitamente cesaron. Entonces, por nuestra <strong>de</strong>recha, por <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> una <strong>de</strong><br />
las chozas más próximas, creímos escuchar un ruido metálico. Algo similar al<br />
arrastre <strong>de</strong> ca<strong>de</strong>nas.<br />
¿Ca<strong>de</strong>nas?<br />
No lo pensé. Y ante las protestas <strong>de</strong>l ingeniero avancé <strong>de</strong>cidido hacia el centro<br />
<strong>de</strong>l círculo formado por las cabañas.<br />
¿Qué ocurría? ¿Qué pasaba en aquel remoto y perdido lugar?<br />
No tuvimos que esperar mucho para <strong>de</strong>scubrirlo.<br />
Al rebasar el primer chozo <strong>de</strong> la <strong>de</strong>recha quedamos inmóviles y perplejos. Allí<br />
estaba el «responsable» <strong>de</strong>l sonido metálico...<br />
Al vernos, tan sorprendido como nosotros, se puso en pie. Nos observó unos<br />
instantes y, sin previo aviso, furioso como una pantera, se lanzó hacia estos<br />
exploradores, berreando y agitando los brazos.<br />
Eliseo, instintivamente, retrocedió.<br />
Y quien esto escribe, en un movimiento reflejo, <strong>de</strong>slizó los <strong>de</strong>dos hasta el<br />
extremo superior <strong>de</strong> la «vara <strong>de</strong> Moisés». Y, atento, acarició el clavo <strong>de</strong> los<br />
ultrasonidos.<br />
No hubo necesidad <strong>de</strong> intervenir. La ca<strong>de</strong>na que lo sujetaba a la base <strong>de</strong> la<br />
cabaña, con eslabones gruesos como puños, se tensó, <strong>de</strong>rribándolo.<br />
Pero el joven negro se incorporó <strong>de</strong> nuevo y, aullando y retorciéndose <strong>de</strong> dolor,<br />
intentó avanzar. Y por segunda vez, el grillete <strong>de</strong> hierro que aprisionaba el<br />
tobillo izquierdo lo frenó en seco, lanzándolo <strong>de</strong> bruces contra el polvo.<br />
Impotente, sin <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> bramar, empezó entonces a golpearse el rostro con la<br />
ceniza volcánica que cubría el calvero.<br />
Y, lívidos, igualmente impotentes, asistimos al progresivo e inevitable <strong>de</strong>strozo<br />
<strong>de</strong> nariz, frente, cejas, labios y mentón.<br />
Y así continuó durante unos largos -eternos- minutos...<br />
La criatura, quizá <strong>de</strong> unos veinte años, alta y fuerte, totalmente <strong>de</strong>snuda,<br />
presentaba el cuerpo «tatuado» con <strong>de</strong>cenas <strong>de</strong> pequeños círculos que corrían<br />
paralelos <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el ensangrentado rostro hasta los pies. Parecían cicatrices,<br />
evi<strong>de</strong>ntemente provocadas. Una suerte <strong>de</strong> escarificación o incisiones<br />
173
en la piel, brutales e intencionadamente resaltadas, que hacían las veces <strong>de</strong><br />
los tradicionales tatuajes pintados. Tal y como averiguaríamos más a<strong>de</strong>lante,<br />
algo bastante habitual entre las razas africanas.<br />
Superada en parte la crisis, el negro volvió a sentarse y, sin <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> gesticular<br />
rompió a reír. Y las carcajadas, sonoras e interminables, atronaron el<br />
kan, poniendo en ruga a las aves <strong>de</strong>l cañaveral.<br />
Nos encontrábamos, en efecto, ante un <strong>de</strong>sequilibrado. Un pobre infeliz que<br />
permanecía enca<strong>de</strong>nado día y noche.<br />
Semanas más tar<strong>de</strong>, en una segunda visita al triste lugar, esta vez en la<br />
compañía <strong>de</strong>l Maestro, Assi, el auxiliador, me proporcionó algunos datos<br />
complementarios que dieron una pista sobre el mal que aquejaba al muchacho<br />
negro. El esclavo, recogido en el kan <strong>de</strong>s<strong>de</strong> hacía años, era víctima <strong>de</strong><br />
un síndrome poco común, ligado a la locura. Una dolencia que en nuestro<br />
tiempo recibe el nombre <strong>de</strong> amok. Un mal, <strong>de</strong> origen oscuro, que le hacía<br />
estallar en frecuentes y repentinos ataques <strong>de</strong> ira, golpeando e hiriendo a<br />
cuantos se cruzasen en su camino. La peligrosidad <strong>de</strong>l sujeto obligó a enca<strong>de</strong>narlo<br />
y aislarlo. Verda<strong>de</strong>ramente, en aquella época y con los rudimentarios<br />
medios al alcance <strong>de</strong>l paciente esenio, no había <strong>de</strong>masiadas alternativas...<br />
Una <strong>de</strong>sgarradora secuencia <strong>de</strong> chillidos nos sacó <strong>de</strong> la atenta observación <strong>de</strong>l<br />
enca<strong>de</strong>nado.<br />
Mi hermano, nervioso, suplicó que lo <strong>de</strong>jara. Ya era suficiente...<br />
Pero la curiosidad tiró <strong>de</strong> mí. Allí, efectivamente, sucedía algo extraño. El kan<br />
no estaba vacío ni abandonado.<br />
Eliseo, intuitivo, pronosticó nuevos sobresaltos.<br />
No repliqué. Intenté localizar el lugar <strong>de</strong>l que partían los gritos y, a gran<strong>de</strong>s<br />
zancadas, me dirigí a él.<br />
El ingeniero, maldiciendo su estampa, no tuvo más remedio que seguirme.<br />
Nunca imaginé lo que encerraban aquellas chozas...<br />
Afortunadamente, todas disponían <strong>de</strong> dos o tres ventanucos, altos y estrechos,<br />
<strong>de</strong> apenas una cuarta, por los que tan sólo penetraban la luz y las inevitables<br />
nubes <strong>de</strong> insectos.<br />
Al principio, al asomarme, la penumbra me confundió. Creí que se trataba <strong>de</strong><br />
animales. Y, en cierto modo, así era...<br />
De pie y tumbados distinguí bultos. Diez o quince.<br />
¡Dios bendito!<br />
A los pocos segundos, acostumbrado a la cuasi oscuridad, comprendí. Retrocedí<br />
incrédulo. Pero los afilados chillidos me empujaron <strong>de</strong> nuevo hasta la<br />
«tronera».<br />
A la izquierda <strong>de</strong>l habitáculo, sentado y con la espalda pegada a la pared <strong>de</strong><br />
cañas, se hallaba el autor <strong>de</strong>l griterío. No tendría más <strong>de</strong> diez o doce años.<br />
Aparecía igualmente enca<strong>de</strong>nado. Tres pesados grilletes lo inmovilizaban.<br />
174
Uno, alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong>l cuello, lo fijaba al muro. Los otros, en las muñecas, anclados<br />
a sendas y cortas ca<strong>de</strong>nas, impedían que pudiera levantar los brazos<br />
más allá <strong>de</strong> treinta o cuarenta centímetros <strong>de</strong>l suelo.<br />
Al verme (?) giró la cabeza e intensificó los chillidos, pataleando e iniciando un<br />
violento y sistemático golpeteo <strong>de</strong> las cañas con el cráneo.<br />
En el extremo opuesto, a cuatro o cinco metros, otro individuo, también<br />
sentado, jugaba en silencio con sus manos. Las hacía aletear ante los ojos.<br />
Parecía absorto y divertido con los movimientos <strong>de</strong> los <strong>de</strong>dos.<br />
¡Dios mío!<br />
Empecé a enten<strong>de</strong>r...<br />
Un tercer autista, cubierto con un taparrabo, también joven y esquelético,<br />
marchaba <strong>de</strong> un lado a otro, rígido como un árbol y esquivando con habilidad<br />
los «bultos»<br />
que ocupaban el centro <strong>de</strong> la choza. Sostenía una sandalia. De pronto,<br />
siempre en los mismos lugares, se <strong>de</strong>tenía. Palpaba el calzado. Lo acercaba a<br />
la nariz y, tras olfatearlo, reanudaba el monótono y repetitivo paseo.<br />
¿Qué clase <strong>de</strong> kan era aquél?<br />
Mi compañero, intrigado, se unió a este <strong>de</strong>smoralizado explorador.<br />
En esos instantes, una <strong>de</strong> las «sombras» se levantó, aproximándose al<br />
ventanuco.<br />
Al entrar en el cañón <strong>de</strong> luz y <strong>de</strong>scubrir su aspecto, Eliseo, <strong>de</strong>scompuesto, se<br />
echó atrás.<br />
El «hombre», sin embargo, continuó avanzando. Llegó hasta quien esto escribe<br />
y, esbozando una difícil sonrisa, preguntó:<br />
-¿Sois nuevos?<br />
Tuve que hacer un esfuerzo. La garganta, seca ante aquel espanto, se negó a<br />
respon<strong>de</strong>r.<br />
El infeliz, haciéndose cargo, bajó los ojos y, humillado, hizo a<strong>de</strong>mán <strong>de</strong> volver<br />
a la penumbra.<br />
-Sí -balbuceé como pu<strong>de</strong>-. Somos nuevos...<br />
La sonrisa regresó y me estudió <strong>de</strong>tenidamente.<br />
El individuo, entrado en años, sufría un mal «repugnante». Una dolencia <strong>de</strong> la<br />
que no tenía culpa alguna y que, no obstante, provocaba un absoluto rechazo<br />
social. La casi totalidad <strong>de</strong>l rostro aparecía cubierta por una <strong>de</strong>nsa mata <strong>de</strong><br />
pelo negro. Unos pelos largos, <strong>de</strong> hasta diez centímetros, que, unidos al<br />
enrojecimiento <strong>de</strong> la conjuntiva y a la masiva caída <strong>de</strong> dientes, le daban un<br />
aire feroz. Si no recordaba mal, el «hombre» pa<strong>de</strong>cía lo que la Medicina<br />
<strong>de</strong>nomina «hipertricosis lanuginosa congénita». Un hirsutismo o abundancia<br />
<strong>de</strong> pelo duro y recio que, generalmente, prolifera por todo el cuerpo, salvo las<br />
palmas <strong>de</strong> las manos y las plantas <strong>de</strong> los pies. Un problema no muy común,<br />
probablemente <strong>de</strong> carácter hereditario (autosómico dominante), que convertía<br />
a estos infortunados en «sanguinarios hombres lobo», «cara <strong>de</strong> perro»<br />
175
o «skye terrier humano».<br />
Correspondí a la franca sonrisa y, animado, se acercó <strong>de</strong>finitivamente. Sus<br />
ojos, a pesar <strong>de</strong> todo, irradiaban una lejana paz.<br />
-Buscamos a Assi -a<strong>de</strong>lanté-. Éste es su kan, creo...<br />
Asintió con la cabeza y, señalando hacia el Hule, aclaró:<br />
-Está pescando en el agam [el lago] con los otros... No regresará hasta la<br />
puesta <strong>de</strong> sol.<br />
Mala suerte...<br />
Me <strong>de</strong>spedí <strong>de</strong>l buen «hombre» y, reuniéndome con el todavía nervioso Eliseo,<br />
resumí la situación. Mi hermano, aliviado, apremió. Deseaba salir <strong>de</strong>l calvero<br />
<strong>de</strong> inmediato. Sin embargo, aunque empezaba a tener muy clara la naturaleza<br />
<strong>de</strong>l «albergue», le pedí unos minutos. Lo justo para inspeccionar otra<br />
choza. Sólo una.<br />
Aceptó a regañadientes.<br />
Elegí la más alejada y caminamos hacia ella.<br />
El «espectáculo» tampoco fue muy gratificante, que digamos...<br />
Definitivamente, el kan parecía un refugio <strong>de</strong> «monstruos», locos irrecuperables<br />
y lisiados «vergonzantes».<br />
Al asomarnos, una peste fétida y sólida nos obligó a taparnos el rostro.<br />
En esta ocasión, el lugar se hallaba casi vacío. Distinguí dos hombres y otras<br />
tantas mujeres.<br />
Al pie <strong>de</strong>l ventanuco, tumbado en un lecho <strong>de</strong> paja, <strong>de</strong>snudo y con los ojos<br />
muy abiertos, miraba sin mirar un larguirucho muchacho.<br />
¡Dios!<br />
Eliseo, atormentado por el hedor y la visión <strong>de</strong>l personaje, se retiró. Y mi<br />
estómago, retorciéndose, amenazó con un par <strong>de</strong> violentas arcadas.<br />
¿Cómo era posible?<br />
Aquel infeliz era el causante <strong>de</strong> la insoportable atmósfera que gobernaba la<br />
cabaña. Se hallaba materialmente rebozado en sus propios excrementos. Con<br />
una mano hacía acopio <strong>de</strong> ellos, llevándoselos a la boca. Con la otra se<br />
masturbaba sin cesar. Obsesivamente. Gimiendo con un hilo <strong>de</strong> voz...<br />
A juzgar por el aspecto y la conducta se trataba, sin duda, <strong>de</strong> un oligofrénico,<br />
un <strong>de</strong>ficiente mental profundo, cuyo coeficiente intelectual no creo que llegase<br />
siquiera a 20. En otras palabras: un total y absoluto irresponsable, con<br />
una «edad mental» inferior a la <strong>de</strong> un niño <strong>de</strong> dos o tres años.<br />
Sinceramente, me vine abajo.<br />
Al <strong>de</strong>tectarnos, las mujeres se alzaron, acercándose cautelosas. Se <strong>de</strong>tuvieron<br />
a un metro y una <strong>de</strong> ellas, con voz ronca y varonil, me increpó, exigiendo<br />
comida. La hebrea podía pesar cien o ciento veinte kilos.<br />
Desafiante, esperó una respuesta.<br />
Me encogí <strong>de</strong> hombros, insinuando que no era el momento.<br />
El rostro, redondo como una luna llena, rojizo y rubicundo, se endureció.<br />
176
Aprecié claros síntomas <strong>de</strong> calvicie. Una alopecia frontal, <strong>de</strong> tipo masculino.<br />
Supongo que insatisfecha con mis palabras terminó dándome la espalda.<br />
Entonces, bajo la mugrienta túnica, muy próximo a la nuca, <strong>de</strong>scubrí un bulto<br />
sospechoso. Probablemente, otra acumulación <strong>de</strong> grasa. La típica «giba <strong>de</strong><br />
búfalo» que presentan los afectados por el llamado síndrome <strong>de</strong> Cushing. Un<br />
cuadro clínico provocado por el <strong>de</strong>fectuoso funcionamiento <strong>de</strong> la corteza<br />
suprarrenal. En suma, una excesiva secreción <strong>de</strong> cortisol, una hormona<br />
adrenocortical . Si era lo que sospechaba, la notable obesidad tenía que estar<br />
propiciada por dicho mal.<br />
Y ante mi sorpresa, impúdica, la mujer fue a levantar los bajos <strong>de</strong> la túnica,<br />
mostrando un enorme trasero.<br />
El <strong>de</strong>svergonzado gesto revelaría algo que confirmó el diagnóstico.<br />
La piel, en efecto, aparecía frágil, atrófica y <strong>de</strong>jando transparentar las vénulas.<br />
Los flancos y raíces <strong>de</strong> los muslos se hallaban arrasados por las características<br />
estrías rojovinosas. En cuanto a las piernas, flacas como palillos, contrastando<br />
con el pronunciado vientre en péndulo, remataban el <strong>de</strong>sastre con un<br />
racimo <strong>de</strong> equimosis y otras manchas rojas (púrpura).<br />
No había duda. La mujer era víctima <strong>de</strong>l síndrome <strong>de</strong> Cushing. Una patología<br />
que, a<strong>de</strong>más <strong>de</strong> lo ya <strong>de</strong>scrito, coloca al paciente en una no menos <strong>de</strong>licada<br />
inferioridad psíquica.<br />
La segunda, envuelta en un grueso manto <strong>de</strong> lana, tiritando <strong>de</strong> pies a cabeza,<br />
se llevó el <strong>de</strong>do índice izquierdo a la sien y me dio a enten<strong>de</strong>r que su compañera<br />
no estaba muy cuerda. Después, confiada, se acercó. Cabello, cejas y<br />
pestañas casi habían <strong>de</strong>saparecido.<br />
Tomó mis manos. La piel <strong>de</strong> la anciana, helada, seca, dura, amarillenta y<br />
escamosa, me alarmó.<br />
¿Cuál era su mal?<br />
Y con voz lenta y áspera preguntó:<br />
-¿Buscas a Assi?<br />
Asentí <strong>de</strong>sconcertado.<br />
-Él es muy bueno -añadió <strong>de</strong>spacio. Muy <strong>de</strong>spacio-. Cuida <strong>de</strong> nosotros...<br />
Ahora está procurando cena...<br />
Segunda confirmación. El responsable <strong>de</strong>l kan se hallaba ausente.<br />
Acto seguido, apretando mis manos, formuló algo absurdo:<br />
-Hace frío... No consigo acostumbrarme... Hace mucho frío...<br />
Perplejo, no acerté a respon<strong>de</strong>r.<br />
¿Frío? ¿En pleno agosto? En aquellos momentos, y en aquella «jungla», no<br />
creo que la temperatura bajase <strong>de</strong> 20 o 25 grados...<br />
Y alzando la voz <strong>de</strong> arriero exclamó:<br />
-¿Qué dices? No te oigo...<br />
Negué con la cabeza. No había dicho nada. Probablemente era sorda. Pensé<br />
en un hipotiroidismo, otro ¡ déficit en la secreción <strong>de</strong> las hormonas tiroi<strong>de</strong>as.<br />
177
La caída <strong>de</strong>l pelo, tumefacción y tonalidad amarillenta <strong>de</strong> la piel, tiritona y la<br />
voz lenta y aguar<strong>de</strong>ntosa parecían indicarlo. Si era así, la <strong>de</strong>sagradable voz<br />
tenía que estar producida por la infiltración mucoi<strong>de</strong> <strong>de</strong> la lengua y <strong>de</strong> la<br />
laringe. Sin embargo, sin un examen más riguroso, sólo cabía especular.<br />
Me dispuse a retirarme. Ya había visto suficiente...<br />
Intenté zafarme <strong>de</strong> las manos <strong>de</strong> la mujer. Pero, supongo que necesitada <strong>de</strong><br />
compañía, se resistió, apretando con fuerza. En esos instantes, <strong>de</strong> improviso,<br />
el segundo y silencioso hombre se incorporó, Lo vi gesticular. Y, <strong>de</strong> un salto,<br />
se colocó a espaldas <strong>de</strong> la anciana.<br />
No, no lo había visto todo...<br />
De pronto, el renegrido y arrugado rostro se convulsionó. Y cejas, párpados,<br />
nariz, mejillas y boca se enzarzaron en un espectacular baile <strong>de</strong> tics.<br />
Desconcertado, incapaz <strong>de</strong> precisar el alcance y la intencionalidad <strong>de</strong> las<br />
violentas muecas, solté al fin mis manos, echándome atrás.<br />
La mujer repitió la señal, colocando el <strong>de</strong>do en la sien.<br />
También acertó.<br />
Sin control, dominado por los tics motores, el pobre infeliz inició entonces una<br />
nerviosa y compulsiva sarta <strong>de</strong> blasfemias, juramentos y obscenida<strong>de</strong>s <strong>de</strong><br />
todo tipo.<br />
El ataque se endureció y, junto a las aparatosas muecas y tics musculares,<br />
surgió otra incontrolable serie <strong>de</strong> movimientos espasmódicos en la mitad<br />
superior <strong>de</strong>l cuerpo. La mujer, golpeada sin querer por manos, brazos y tórax,<br />
se retiró atemorizada. ¡Dios! Aquello era <strong>de</strong>masiado... La coprolalia (repetición<br />
<strong>de</strong> frases obscenas) se centró en el otro <strong>de</strong>sgraciado -el oligofrénico-,<br />
sacando a relucir, a voz en grito, todas y cada una <strong>de</strong> las miserias <strong>de</strong>l <strong>de</strong>ficiente<br />
mental.<br />
Y a cada mención a los excrementos, el enfermo acompañaba su locura con<br />
toses, salivazos y cavernosos ruidos bucales.<br />
Eliseo, harto, me enganchó por la espalda, obligándome a <strong>de</strong>saparecer <strong>de</strong><br />
aquel «infierno».<br />
No creo equivocarme. El último sujeto era víctima <strong>de</strong> un trastorno mental<br />
llamado «síndrome De la Turette», una enfermedad <strong>de</strong> muy mal pronóstico.<br />
¡Dios bendito! ¿Dón<strong>de</strong> estábamos? ¿A qué clase <strong>de</strong> kan habíamos ido a parar?<br />
«Aquello» nada tenía que ver con lo que conocía. «Aquello» no era el típico<br />
albergue <strong>de</strong> paso...<br />
Y, <strong>de</strong>smoralizado, siguiendo <strong>de</strong> cerca los presurosos pasos <strong>de</strong> mi compañero<br />
por el pasillo <strong>de</strong> cañas, me pregunté qué otras calamida<strong>de</strong>s y <strong>de</strong>spojos<br />
humanos escondía el resto <strong>de</strong> las chozas.<br />
¡Dios <strong>de</strong> los cielos! Sólo nos asomamos a dos... ¿Qué encerraban las otras<br />
cinco? Semanas <strong>de</strong>spués, como ya he mencionado, al <strong>de</strong>scen<strong>de</strong>r <strong>de</strong>l Hermón<br />
y entrar <strong>de</strong> nuevo en el lugar, quedaríamos sobrecogidos.<br />
Al igual que la oscura y tenebrosa «ciudad <strong>de</strong> los niamzer, ubicada, como se<br />
178
ecordará, en las cercanías <strong>de</strong> liberta<strong>de</strong>s, este rincón junto al lago Hule era<br />
también una «pesadilla». Otra <strong>de</strong>moledora realidad <strong>de</strong> la Palestina en la que<br />
se movió el Maestro. Una especie <strong>de</strong> tristísimo «almacén» <strong>de</strong> locos, enfermos<br />
y lisiados -sumamos más <strong>de</strong> sesenta-, perfecta y rigurosamente «controlados<br />
y marginados». Un gueto al que muy pocos se atrevían a llegar. Una humillante<br />
y humillada «al<strong>de</strong>a» que, sin embargo, no pasó <strong>de</strong>sapercibida para el<br />
tierno y magnánimo Hijo <strong>de</strong>l Hombre.<br />
En esos momentos no podíamos imaginar el <strong>de</strong>stacado protagonismo que<br />
alcanzarían los olvidados pupilos <strong>de</strong> Assi durante la vida <strong>de</strong> predicación <strong>de</strong><br />
Jesús <strong>de</strong> Nazaret. Un protagonismo, por cierto, <strong>de</strong>l que nadie habla en los<br />
textos sagrados (?)...<br />
Pero ésa, como habrá intuido el paciente lector <strong>de</strong> estas memorias, es otra<br />
historia. Una bellísima historia que -Dios lo quiera- espero relatar en su<br />
momento...<br />
Quizá fuera la hora «tercia» (alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> las nueve) <strong>de</strong> aquella luminosa<br />
mañana cuando, al fin, <strong>de</strong>sembocamos en la senda principal.<br />
No alcanzamos a ver a Assi, ni tampoco al pelirrojo, pero dimos por buena la<br />
experiencia.<br />
El tránsito <strong>de</strong> hombres y animales continuaba en auge.<br />
Me fijé en las caras. Muchas, risueñas. Otras, congestionadas por el calor y la<br />
marcha. Todas, en <strong>de</strong>finitiva, ajenas a lo que acontecía algo más allá, a setecientos<br />
pasos <strong>de</strong> don<strong>de</strong> nos encontrábamos...<br />
Me sentí impotente. Derrotado.<br />
Aquellos infelices no existían. No contaban. Peor aún: eran la vergüenza y el<br />
<strong>de</strong>scrédito <strong>de</strong> una nación.<br />
Proseguimos hacia el norte e, incapaz <strong>de</strong> sofocar tanta amargura, comencé a<br />
hablar solo, lamentando cuanto había visto.<br />
Mi hermano se hizo cargo e, intentando aliviar y repartir la «carga», me interrogó<br />
sobre el porqué <strong>de</strong> semejante situación.<br />
¿Quién era el culpable?<br />
Agra<strong>de</strong>cí el salvavidas. Fue muy oportuno.<br />
Ante nosotros, haciendo guiños <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la cumbre, se alzaba el gigante <strong>de</strong> los<br />
«cabellos nevados». Debía sosegarme. Era preciso que arrojara por la borda<br />
el lastre <strong>de</strong> aquel sufrimiento. El encuentro con el rabí <strong>de</strong> Galilea nos obligaba<br />
a permanecer atentos y con el ánimo limpio y estable. No podíamos distraernos.<br />
Era mucho lo que estaba en juego. Demasiado...<br />
Y aferrándome a la pregunta intenté simplificar.<br />
Para compren<strong>de</strong>r medianamente lo que representaba el kan <strong>de</strong>l esenio era<br />
necesario regresar a un viejo y ya comentado concepto judío: pecado =<br />
castigo divino = enfermedad.<br />
En el fondo -fui explicando a mi compañero- era tan simple como dramático.<br />
179
Yavé era la clave. No exageraba. El Dios <strong>de</strong>l Sinaí, en buena medida, era el<br />
responsable <strong>de</strong> tanta miseria, marginación y error. Naturalmente, con el paso<br />
<strong>de</strong> los siglos, «otros» contribuyeron también a endurecer la ya lamentable<br />
situación.<br />
Éste fue el arranque <strong>de</strong> la esclarecedora conversación que sostuvimos<br />
mientras ganábamos terreno.<br />
-¿Yavé?... ¿Y por qué Yavé? Se supone que es Dios...<br />
-Sí -argumenté-, un Dios extraño. Negativo.<br />
Y me centré en los hechos.<br />
-Recuerda algunos pasajes <strong>de</strong>l Pentateuco. ¿Qué dice el Levítico?<br />
«... Pero, si no me escuchareis, ni cumpliereis todos mis mandamientos, si<br />
<strong>de</strong>spreciareis mis leyes y no hiciereis caso <strong>de</strong> mis juicios, <strong>de</strong>jando <strong>de</strong> hacer lo<br />
que tengo establecido, e invalidando mi pacto, ved aquí la manera con que yo<br />
también me portaré con vosotros: Os castigaré prontamente con hambre, y<br />
con un ardor que os abrasará los ojos, y consumirá vuestras vidas...» (Levítico<br />
XXVI, 14-16).<br />
Eliseo guardó silencio. Extraño Dios, sí...<br />
-... ¿Y qué sucedió cuando Aarón y María murmuraron contra Moisés por<br />
haber tomado por esposa a una kusita [etíope]? La cólera <strong>de</strong> Yavé se encendió<br />
contra ellos y María terminó leprosa, «blanca como la nieve». Aarón lo tuvo<br />
claro. Aquel ataque <strong>de</strong> zaráat (¿lepra?) era cosa <strong>de</strong> Dios. Y pidió a su hermano<br />
Moisés que intercediera (Números 12, 1-15).<br />
»En el Deuteronomio (28, 21-27) -continué- Yavé insiste: «Si no escuchas la<br />
voz <strong>de</strong>l Señor..., entonces, el Señor traerá sobre ti mortandad... Te herirá <strong>de</strong><br />
tisis y fiebre..., y con la úlcera <strong>de</strong> Egipto, con tumores, con sarna, y con<br />
comezón...»<br />
»Y más a<strong>de</strong>lante (Deuteronomio 32-39), el <strong>de</strong>spiadado Dios (?) aclara: «Yo<br />
he herido y yo sano... Si obras con rectitud, ninguna <strong>de</strong> estas enfermeda<strong>de</strong>s<br />
caerá sobre ti.»<br />
-Menos mal... -murmuró mi compañero, perplejo.<br />
-El Deuteronomio, como sabes, está plagado <strong>de</strong> avisos similares.<br />
«... Yavé te castigará con la locura, con la ceguera y con el frenesí, <strong>de</strong> suerte<br />
que andarás a tientas en medio <strong>de</strong>l día, como suele andar un ciego ro<strong>de</strong>ado <strong>de</strong><br />
tinieblas... Te herirá el Señor con úlceras malignísimas en las rodillas y en las<br />
pantorrillas, y <strong>de</strong> un mal incurable <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la planta <strong>de</strong>l pie hasta la coronilla...<br />
el Señor acrecentará tus plagas y las <strong>de</strong> tu <strong>de</strong>scen<strong>de</strong>ncia, plagas gran<strong>de</strong>s y<br />
permanentes, enfermeda<strong>de</strong>s malignas e incurables; y arrojará sobre ti todas<br />
las plagas <strong>de</strong> Egipto, que tanto te horrorizaron, las cuales se apegarán a ti<br />
estrechamente. A<strong>de</strong>más <strong>de</strong> esto enviará el Señor sobre ti todas las dolencias<br />
y llagas, que no están escritas en el libro <strong>de</strong> esta Ley, hasta aniquilarte.»<br />
Guardamos silencio. Y creo que pensamientos y corazones volaron al unísono<br />
hasta el Hermón.<br />
180
¡Qué hermosa y difícil «revolución» la <strong>de</strong> aquel Hombre! ¡Qué distintos el Yavé<br />
<strong>de</strong> los judíos y el Ab-bá <strong>de</strong> Jesús <strong>de</strong> Nazaret!<br />
Y continuamos...<br />
-Está claro -sentencié-. La salud ha sido, y sigue siendo, un patrimonio exclusivo<br />
<strong>de</strong> Yavé. La Biblia lo repite hasta la saciedad: «Yavé curó a Abimélej»<br />
(Génesis 20, 17). «Yo soy Yavé, tu sanador» (Éxodo 15, 26). «¡Ruégote, oh<br />
Dios, que los sanes ahora!» (Números 12, 13). Y así podríamos seguir hasta el<br />
infinito...<br />
»De hecho, como también sabes, los judíos no aceptan el título <strong>de</strong> médico.<br />
Sólo Dios es rofé. Ellos se contentan con una <strong>de</strong>signación que no ofenda a ese<br />
«Señor». Se autoproclaman «auxiliadores» o «sanadores». Assi, cuando lo<br />
conozcas, es uno <strong>de</strong> ellos. Los otros médicos, los gentiles, son <strong>de</strong>spreciables<br />
usurpadores. Habrás notado que, en muchas ocasiones, me miran con repugnancia...<br />
»En resumen, <strong>de</strong> acuerdo a lo promulgado por Yavé, la enfermedad es un<br />
castigo divino, consecuencia, ¡siempre!, <strong>de</strong> los pecados humanos. Si un judío<br />
se equivoca, si infringe la Ley, ese Dios vigilante y vengativo no perdona...<br />
-¡Dios mío! se lamentó Eliseo con razón-. ¿Y qué suce<strong>de</strong> con las enfermeda<strong>de</strong>s<br />
genéticas? ¿Qué pecado pue<strong>de</strong> haber cometido el oligofrénico que<br />
acabamos <strong>de</strong> ver?<br />
-Todo está previsto y contemplado en esa retorcida y sibilina Ley, querido<br />
amigo. Todo...<br />
«Evi<strong>de</strong>ntemente, es muy difícil culpar <strong>de</strong> pecado a alguien que haya nacido<br />
con ese o con cualquier otro <strong>de</strong>fecto. No importa. Los intérpretes <strong>de</strong> la Ley<br />
invocan entonces la culpabilidad <strong>de</strong> los padres. Y si éstos son sanos, retroce<strong>de</strong>n<br />
en los ancestros...<br />
»Alguien, en <strong>de</strong>finitiva, cometió un error. Y Dios, implacable, hiere y humilla.<br />
-No, eso no es un Dios...<br />
Sonreí para mis a<strong>de</strong>ntros. Eliseo, efectivamente, estaba poniendo el <strong>de</strong>do en<br />
la llaga. Estaba aproximándose a otro <strong>de</strong> los «frentes <strong>de</strong> batalla» que <strong>de</strong>bería<br />
sostener el Hijo <strong>de</strong>l Hombre. Un «frente» que multiplicaría el número <strong>de</strong><br />
enemigos y que contribuiría <strong>de</strong>cisivamente a su arresto y ejecución. No<br />
conviene olvidarlo.<br />
-En otras palabras -maticé-: la salud, para este pueblo, <strong>de</strong>pen<strong>de</strong> directa y<br />
proporcionalmente <strong>de</strong>l cumplimiento <strong>de</strong> la Ley. El problema, el gran problema,<br />
es que esa Ley es una diabólica tela <strong>de</strong> araña, imposible <strong>de</strong> memorizar. En<br />
consecuencia, según los rigoristas, siempre hay algo que se incumple. Esta<br />
<strong>de</strong>mencial situación, como comprobarás en su momento, provoca dos realida<strong>de</strong>s,<br />
a cual más absurda. Un hombre sano, para los judíos, es alguien puro,<br />
fiel cumplidor <strong>de</strong> los preceptos divinos. Esta suposición, en multitud <strong>de</strong> ocasiones,<br />
arrastra a rabinos, doctores <strong>de</strong> la Ley y <strong>de</strong>más castas principales a una<br />
181
presunción y engreimiento más que notables. Ahí tienes, sin ir más lejos, a los<br />
llamados «santos y separados», los fariseos... Dios, sencillamente, está con<br />
ellos.<br />
«Con los enfermos, lisiados o locos, en cambio, ocurre lo contrario. Sus males<br />
son la <strong>de</strong>mostración palpable <strong>de</strong> que Yavé los ha abandonado. Y así seguirán<br />
hasta que no reconozcan sus faltas y se purifiquen.<br />
-Absurdo...<br />
-Sí, pero real. Y el concepto en cuestión, querido Eliseo, se halla tan arraigado<br />
en sus corazones que muy pocas <strong>de</strong> las enfermeda<strong>de</strong>s psiquiátricas o mentales<br />
disfrutan <strong>de</strong> nombre propio. Para el judío, sobre todo para el extremista,<br />
la <strong>de</strong>mencia no es una patología. Esa i<strong>de</strong>a es extraña. No la concibe.<br />
-Entonces...<br />
-Con los <strong>de</strong>sequilibrados, el problema empeora. No solamente son pecadores.<br />
Para colmo <strong>de</strong> <strong>de</strong>sgracias, Yavé los castiga enviándoles un espíritu maligno,<br />
un ruah. Los locos, sencillamente, son poseídos. Es <strong>de</strong>cir, doblemente infortunados.<br />
Por eso encien<strong>de</strong>n una lámpara durante el sábado: para que los<br />
ruah no se acerquen. Opinan que estos <strong>de</strong>monios son invisibles y que están<br />
en todas partes, siempre al servicio <strong>de</strong> Yavé. Algunos, incluso, aseguran<br />
haber visto sus huellas, similares a las <strong>de</strong> gallos gigantes...<br />
-Entiendo. Según esto, el negro enca<strong>de</strong>nado en el kan <strong>de</strong> Assi es un poseso...<br />
-El negro, los epilépticos, los autistas, los esquizofrénicos y, prácticamente,<br />
todos los que pa<strong>de</strong>cen trastornos mentales, <strong>de</strong> lenguaje, <strong>de</strong> audición, etc.<br />
»Estos pobres infelices, a<strong>de</strong>más, como habrás intuido, no tienen <strong>de</strong>rechos.<br />
Son impuros y contaminan, incluso, «a distancia».<br />
-¿A distancia?<br />
-Yavé lo <strong>de</strong>jó claro en el Levítico (5, 3): «Si alguno, sin darse cuenta, toca a<br />
una persona impura, manchada con cualquier clase <strong>de</strong> impureza, cuando se<br />
entere se hace culpable.»<br />
Mi hermano rompió a reír.<br />
-¡Dios!... ¡Vaya Dios!<br />
-Y no queda ahí la cosa. Para Yavé (Levítico 21, 17-22), cualquier impedido o<br />
inválido está <strong>de</strong>sautorizado para hacerse sacerdote. Escucha lo que dice ese<br />
«Dios»: «Ninguno <strong>de</strong> tus <strong>de</strong>scendientes en cualquiera <strong>de</strong> sus generaciones<br />
que tenga un <strong>de</strong>fecto corporal podrá acercarse a ofrecer la comida <strong>de</strong> su Dios:<br />
sea ciego, cojo, con una pierna o un brazo fracturados, jorobado, raquítico,<br />
enfermo <strong>de</strong> los ojos, con sarna o tina, o eunuco. Nadie con alguno <strong>de</strong> estos<br />
<strong>de</strong>fectos pue<strong>de</strong> ofrecer la comida <strong>de</strong> su Dios. Ninguno <strong>de</strong> los <strong>de</strong>scendientes<br />
<strong>de</strong>l sacerdote Aarón que tenga un <strong>de</strong>fecto corporal se acercará a ofrecer la<br />
oblación en honor <strong>de</strong> Yavé. Tiene un <strong>de</strong>fecto corporal: no pue<strong>de</strong> acercarse a<br />
ofrecer la comida <strong>de</strong> su Dios.»<br />
-¡Dios!... ¡Qué Dios!...<br />
-Sí -comenté con <strong>de</strong>saliento-, en nuestro tiempo, Yavé sería calificado <strong>de</strong><br />
182
«nazi»...<br />
»Hasta el rey David se vio contagiado por la intransigencia <strong>de</strong> ese «Dios»<br />
brutal y selectivo. Así lo confirma el segundo libro <strong>de</strong> Samuel (5, 8): «Y dijo<br />
David aquel día: "Todo el que quiera atacar a los jebuseos que suba por el<br />
canal..., en cuanto a los ciegos y a los cojos, David los aborrece."» Por eso se<br />
dice: «Ni cojo ni ciego entrarán en la Casa (Templo).»<br />
»Más aún: según la tradición, estos <strong>de</strong>sheredados <strong>de</strong> la fortuna no tienen<br />
<strong>de</strong>recho a participar en los rituales <strong>de</strong> las gran<strong>de</strong>s fiestas, en las ofrendas e,<br />
incluso, en <strong>de</strong>terminados matrimonios.<br />
«Tres veces al año, como sabes, los israelitas varones <strong>de</strong>ben peregrinar al<br />
Templo y ofrecer varios sacrificios a Yavé. Pues bien, esto no cuenta para los<br />
niños, hermafroditas, mujeres, esclavos, sordomudos, imbéciles, individuos <strong>de</strong><br />
sexo incierto, enfermos, ciegos, ancianos y, en suma, para todos aquellos que no<br />
estén capacitados para llegar a pie.<br />
-¿Individuos <strong>de</strong> sexo incierto?<br />
-Sí, aquellos cuyos órganos genitales aparecen ocultos o no <strong>de</strong>sarrollados.<br />
-Entonces, Sitio...<br />
-Si fuera judío, tampoco podría presentarse en el Templo. Entraría en la<br />
difusa categoría <strong>de</strong> los hermafroditas. Es <strong>de</strong>cir, los que reúnen los dos sexos.<br />
-¿Y qué entien<strong>de</strong>n por «imbéciles»?<br />
-No lo que tú crees... No se trata <strong>de</strong> gente con escasa inteligencia, sino <strong>de</strong><br />
personas como las que has visto en el kan: <strong>de</strong>ficientes mentales y <strong>de</strong>sequilibrados.<br />
-¿Sordomudos?... ¿Por qué Yavé les prohíbe acercarse al Templo?<br />
-En este caso, en honor a la verdad, la culpa no es <strong>de</strong> Yavé, sino <strong>de</strong> los retorcidos<br />
intérpretes <strong>de</strong> sus palabras. Todo proce<strong>de</strong> <strong>de</strong> un texto <strong>de</strong>l Deuteronomio<br />
(31, 10-14). Escucha y <strong>de</strong>duce:<br />
«...Y Moisés les dio esta or<strong>de</strong>n: "Cada siete años, tiempo fijado para el año <strong>de</strong><br />
la Remisión, en la fiesta <strong>de</strong> las Tiendas (Tabernáculos), cuando todo Israel<br />
acuda, para ver el rostro <strong>de</strong> Yavé tu Dios, al lugar elegido por él, leerás esta Ley a<br />
oídos <strong>de</strong> todo Israel. Congrega al pueblo, hombres, mujeres y niños, y al forastero<br />
que vive en tus ciuda<strong>de</strong>s, para que oigan, aprendan a temer a Yavé<br />
nuestro Dios, y cui<strong>de</strong>n <strong>de</strong> poner en práctica todas las palabras <strong>de</strong> esta Ley. Y sus<br />
hijos, que todavía no la conocen, la oirán y apren<strong>de</strong>rán a temer a Yavé vuestro<br />
Dios todos los días que viváis en el suelo que vais a tomar en posesión al pasar el<br />
Jordán."»<br />
-Increíble...<br />
-Sí, esas expresiones: «Leerás esta Ley a oídos <strong>de</strong>...», «para que oigan» y<br />
«la oirán», han <strong>de</strong>jado fuera a los sordos. Para los doctores <strong>de</strong> la Ley, y <strong>de</strong>más<br />
rigoristas, está claro que, al no po<strong>de</strong>r escuchar, no tienen <strong>de</strong>recho.<br />
»Y otro tanto suce<strong>de</strong> con la ofrenda y el famoso diezmo. Ninguno <strong>de</strong> los infelices<br />
<strong>de</strong>l kan <strong>de</strong> Assi está autorizado a dichas prácticas. A ésos, a<strong>de</strong>más, se unen los<br />
mudos, ciegos, borrachos, <strong>de</strong>snudos y, asómbrate, los que han tenido una polu-<br />
183
ción nocturna (emisión involuntaria <strong>de</strong> semen durante el sueño).<br />
-Pero...<br />
-Así lo dice Yavé en el Levítico (15, 16-17): «El hombre que tenga <strong>de</strong>rrame seminal<br />
lavará con agua todo su cuerpo y quedará impuro hasta la tar<strong>de</strong>. Toda<br />
ropa y todo cuero sobre los cuales se haya <strong>de</strong>rramado el semen serán lavados con<br />
agua y quedarán impuros hasta la tar<strong>de</strong>. »<br />
-¿Y qué mal hacen un ciego o un borracho? ¿Por qué no pue<strong>de</strong>n presentar el<br />
diezmo?<br />
-La <strong>de</strong>cisión, una vez más, fue tomada por los «sabios» <strong>de</strong> Israel. Basándose<br />
en Números (18, 29), don<strong>de</strong> Yavé fija la obligación <strong>de</strong>l diezmo, estos «intérpretes»<br />
<strong>de</strong>dujeron que ciegos y borrachos no están capacitados para «ver»<br />
y seleccionar «lo mejor <strong>de</strong> lo mejor», tal y como or<strong>de</strong>na su Dios.<br />
Mi hermano, <strong>de</strong>sconcertado, hizo entonces un comentario. Un acertado comentario...<br />
-Empiezo a enten<strong>de</strong>r a qué clase <strong>de</strong> pueblo tuvo que enfrentarse el Maestro...<br />
-Apenas has visto nada, querido amigo. Nada...<br />
-¿Y qué suce<strong>de</strong> con los matrimonios?<br />
-Esa es otra larga y prolija historia. Poco a poco irás <strong>de</strong>scubriéndola. Te<br />
pondré un ejemplo. En la extensa normativa <strong>de</strong>dicada a las cuñadas (yernabot)<br />
se especifica que si un hombre se casa con una mujer sana y, al cabo<br />
<strong>de</strong> un tiempo, se vuelve sordomuda, el marido está legitimado para repudiarla.<br />
-¿Y si ocurre lo contrario?<br />
-Eso, que yo sepa, no lo contempla la Ley.<br />
-Machistas, cretinos e ignorantes...<br />
-Querido Eliseo -puntualicé-, en el fondo no son culpables. Simplemente, han<br />
heredado una situación creada por Yavé. A<strong>de</strong>más, no olvi<strong>de</strong>s que el concepto<br />
«pecado = castigo divino = enfermedad» ha terminado convirtiéndose en un<br />
excelente negocio...<br />
Y procuré resumir.<br />
-Tal y como señala la Ley, la curación está en manos <strong>de</strong> los sacerdotes. Yavé<br />
sana a través <strong>de</strong> ellos. Yavé perdona los pecados por mediación <strong>de</strong> esas<br />
castas. ¿Qué significa esto? Beneficios.<br />
Eliseo sonrió malicioso.<br />
-Entiendo...<br />
-Cada vez que alguien se cura, o consi<strong>de</strong>ra que ha pecado, está obligado a<br />
pagar en dinero o en especie. ¿Imaginas lo que esto supone para las arcas <strong>de</strong>l<br />
Templo y para los bolsillos <strong>de</strong> los astutos representantes <strong>de</strong> Yavé?<br />
Y le proporcioné un simple y elocuente ejemplo.<br />
-Según la Ley, el número <strong>de</strong> preceptos negativos que «Dios» encomendó a<br />
Israel ascien<strong>de</strong> a trescientos sesenta y cinco. ¿Quién es capaz <strong>de</strong> controlar<br />
semejante pesadilla? ¿Quién pue<strong>de</strong> recordarlos en su totalidad? Los «peca-<br />
184
dos», por tanto, están en todas partes y se cometen, según Yavé, por los<br />
asuntos más nimios e inconcebibles.<br />
Tiré <strong>de</strong> la memoria y recordé algunos...<br />
«El judío no <strong>de</strong>be vestir con tejidos don<strong>de</strong> la lana y el algodón aparezcan<br />
mezclados.» Eso, para Yavé, es «pecado»...<br />
«El judío no <strong>de</strong>be dañar su barba» (!).<br />
«El judío no <strong>de</strong>be apiadarse <strong>de</strong> los idólatras.»<br />
«El judío no <strong>de</strong>be volver a morar en Egipto.»<br />
«El judío no <strong>de</strong>be permitir que se le echen a per<strong>de</strong>r los frutales.»<br />
«El judío no <strong>de</strong>be consentir que la noche sorprenda al ahorcado.»<br />
«El judío no <strong>de</strong>be <strong>de</strong>jar que el inmundo se acerque al Templo.»<br />
«El judío no <strong>de</strong>be comer espigas ni trigo tostado.»<br />
«El judío no <strong>de</strong>be arar con buey y asno juntos.»<br />
«El judío no <strong>de</strong>be chismorrear...»<br />
-Todo un negocio, sí...<br />
-Una «sociedad limitada, «Yavé y compañía», que, como compren<strong>de</strong>rás, no<br />
vio con buenos ojos la «competencia» <strong>de</strong>l Galileo...<br />
Y procedí a sintetizar otro capítulo clave en la vida pública <strong>de</strong>l Maestro.<br />
-Espero que lo veamos con nuestros propios ojos, pero lo a<strong>de</strong>lantaré. Cuando<br />
Jesús inicie las espectaculares curaciones masivas, ¿cómo crees que reaccionarán<br />
esos «legítimos y autorizados sanadores oficiales»?<br />
-Nunca reparé en ello...<br />
-Se revolverán como víboras. Como te dije, sólo ellos tienen capacidad para<br />
sanar. Sólo ellos disfrutan <strong>de</strong> las prerrogativa <strong>de</strong> perdonar los pecados. Así lo<br />
dice Yavé. -Y aparece Jesús y rompe con lo establecido... -Más que romper,<br />
<strong>de</strong>sintegra. No olvi<strong>de</strong>s que el Galileo no es sacerdote. Legalmente no tiene<br />
<strong>de</strong>recho. Y, sin embargo, <strong>de</strong>vuelve la salud y, lo que es más importante e<br />
insufrible para esas castas, ¡perdona las culpas! La perplejidad, indignación y<br />
odio <strong>de</strong> los «santos y separados» no conocerá límites.<br />
El Maestro, al inmiscuirse en el «territorio» <strong>de</strong> los sacerdotes, violará la<br />
normativa y, <strong>de</strong> paso, hará peligrar el saneado «negocio» <strong>de</strong>l Templo.<br />
-Conclusión...<br />
-La ya sabida: muerte al impostor. Pero observa algo interesante. Los dirigentes<br />
judíos caerán en su propia trampa. Si Yavé es el único rofé, el único<br />
«médico» y «sanador», y el único con potestad para redimir al hombre <strong>de</strong> sus<br />
pecados, ¿quién es este humil<strong>de</strong> carpintero <strong>de</strong> Nazaret que hace lo mismo? Si<br />
aceptaban sus ] prodigios tenían que admitir igualmente que Jesús se hallaba<br />
capacitado para perdonar los pecados. En otras palabras: el Hijo <strong>de</strong>l Hombre<br />
era <strong>de</strong> origen divino.<br />
-O lo que es lo mismo: Yavé y tradición..., pulverizados.<br />
185
-Afirmativo.<br />
A partir <strong>de</strong> esos momentos, la conversación discurrió por otro rumbo, aunque<br />
íntimamente ligado a estos planteamientos.<br />
No toda la culpa <strong>de</strong> este caos e intransigencia era <strong>de</strong> Yavé y <strong>de</strong> los celosos<br />
custodios <strong>de</strong> la Ley. Durante siglos, como ya insinué, otras culturas penetraron<br />
el espíritu judío, multiplicando la confusión y fortaleciendo el referido<br />
concepto: «pecado = castigo divino = enfermedad». La babilónica, sin duda,<br />
fue una <strong>de</strong> las más importantes.<br />
Des<strong>de</strong> la <strong>de</strong>rrota <strong>de</strong> Judá en el 587 a. <strong>de</strong> C., y el consiguiente <strong>de</strong>stierro a<br />
Babilonia, la normativa <strong>de</strong> Yavé se vio alterada por las creencias y costumbres<br />
<strong>de</strong> los vencedores. Cincuenta años más tar<strong>de</strong>, cuando Ciro permitió la vuelta<br />
<strong>de</strong> los judíos a Yehud (así se conocía entonces a la provincia persa <strong>de</strong> Judá),<br />
la élite político-religiosa <strong>de</strong> Israel se hallaba contaminada por la filosofía<br />
babilónica. Aquel pueblo, al igual que Moisés y sus <strong>de</strong>scendientes, pensaba<br />
que la enfermedad era consecuencia <strong>de</strong> la cólera <strong>de</strong> los dioses. Esta actitud,<br />
en <strong>de</strong>finitiva, reafirmó y redon<strong>de</strong>ó el pensamiento judío sobre dicho particular.<br />
Los textos cuneiformes, anteriores al éxodo <strong>de</strong> Egipto, son muy claros: «Al<br />
que no tiene dioses, cuando anda por la calle, el dolor <strong>de</strong> cabeza le cubre<br />
como una vestidura.»<br />
Para los babilónicos, cuando alguien caía enfermo, lo primero consistía en<br />
<strong>de</strong>terminar la falta cometida y, a continuación, averiguar la i<strong>de</strong>ntidad <strong>de</strong>l dios<br />
injuriado. Si esto era posible, se procedía a la «penitencia». Los sacerdotes,<br />
entonces, recitaban salmos y el «pecador» <strong>de</strong>bía «congraciarse» <strong>de</strong> nuevo<br />
con la <strong>de</strong>idad, confesando sus errores. Por último, como obligado tributo, se<br />
efectuaban las correspondientes ofrendas. Un «sistema», en suma, muy<br />
similar al establecido por el Dios <strong>de</strong>l Sinaí.<br />
Hasta los «pecados» eran idénticos o muy parecidos. Veamos algunos<br />
ejemplos: violar las leyes religiosas, mal<strong>de</strong>cir a los padres, robar, pisar una<br />
libación, tocar unas manos sucias, mentir, adular, incumplir las promesas,<br />
cometer adulterio, <strong>de</strong>struir los mojones que señalizaban las propieda<strong>de</strong>s,<br />
practicar la hechicería, adulterar pesos y medidas, asesinar, sembrar la<br />
discordia y <strong>de</strong>sunir a las familias, <strong>de</strong>spreciar a los dioses y a sus legítimos<br />
representantes, no cumplir con los sacrificios y ofrendas, tomar la comida <strong>de</strong><br />
los dioses o poseer un corazón falso, entre otros.<br />
Y <strong>de</strong> esta antigua cultura, los judíos tomaron también las creencias en los<br />
ángeles y en los espíritus diabólicos. Babilonia, en <strong>de</strong>finitiva, era la gran<br />
«exportadora» en <strong>de</strong>monología. Fueron los primeros, incluso, que representaron<br />
a los ángeles con alas...<br />
Cuando las casi 5 000 familias hebreas exiliadas a Babilonia <strong>de</strong>scubrieron que<br />
la i<strong>de</strong>a «pecado = castigo divino = enfermedad» era algo tan viejo como<br />
arraigado entre sus conquistadores no tuvieron reparo alguno en hacerla suya.<br />
Y <strong>de</strong> ahí, muy probablemente, nació el segundo concepto: «diablo = pose-<br />
186
sión». Para los pueblos <strong>de</strong>l Eufrates, locos y <strong>de</strong>sequilibrados no eran otra cosa<br />
que individuos «tocados» por ziqa, el viento o soplo <strong>de</strong> los dioses. Aunque<br />
modificado, éste sería el panorama que encontraría Jesús <strong>de</strong> Nazaret respecto<br />
a los «posesos» y perturbados mentales con los que convivió y a quienes<br />
curó.<br />
A la nítida y rotunda influencia babilónica se sumó igualmente la casi gemela<br />
creencia <strong>de</strong> los egipcios. Muchos <strong>de</strong> los conjuros, amuletos y actos mágicos<br />
que ro<strong>de</strong>aban las «sanaciones» (?) <strong>de</strong> los judíos procedían <strong>de</strong> Egipto. Los<br />
exorcistas hebreos -a quienes tendríamos oportunidad <strong>de</strong> conocer a lo largo<br />
<strong>de</strong> aquella nueva y apasionante aventura- bebieron, sin duda, en las no<br />
menos antiguas tradiciones <strong>de</strong>l Nilo. Recuerdo, por ejemplo, las «recomendaciones»<br />
<strong>de</strong> uno <strong>de</strong> estos «expulsadores <strong>de</strong> <strong>de</strong>monios» a la familia <strong>de</strong> un<br />
pobre epiléptico. Para que el «poseído» recobrara la salud, amén <strong>de</strong> reconocer<br />
sus pecados, padre y madre <strong>de</strong>bían raparse las cabezas. El peso <strong>de</strong> los<br />
cabellos se convertía entonces en oro. Sólo así -predicaba el astuto exorcistapodía<br />
ahuyentarse al espíritu inmundo. Pero la entrega <strong>de</strong> los dineros, claro<br />
está, no provocaba otra cosa que la ruina <strong>de</strong> los progenitores...<br />
La «terapia», como otras muchas, procedía <strong>de</strong> Egipto.<br />
También Roma <strong>de</strong>jaría su sello en las creencias judías sobre la enfermedad y,<br />
más concretamente, sobre la locura. A pesar <strong>de</strong>l visceral odio hacia los invasores,<br />
los «auxiliadores» hebreos -así lo constatamos, por ejemplo, con<br />
Assi, el esenio- terminarían aceptando las i<strong>de</strong>as y «remedios» <strong>de</strong> los kittim.<br />
Uno <strong>de</strong> los que más influyó, sin duda, fue Celso, médico y enciclopedista,<br />
nacido en el 25 a. <strong>de</strong> C. y que ejerció entre el 14 y el 37 <strong>de</strong> nuestra era. Para<br />
él, como para el resto <strong>de</strong> la ciudadanía romana, enfermeda<strong>de</strong>s y <strong>de</strong>sgracias<br />
eran lógicos castigos por <strong>de</strong>sobe<strong>de</strong>cer a los dioses o, simplemente, por no<br />
saber interpretar su voluntad. Personajes tan ilustrados como Plutarco o<br />
Cicerón lo manifiestan claramente en sus obras. Tanto en Nwna como en<br />
Leyes y sobre la naturaleza <strong>de</strong> los dioses, ambos expresan su convencimiento<br />
<strong>de</strong> que las fuerzas <strong>de</strong> la Naturaleza son removidas por el po<strong>de</strong>r divino. La<br />
enfermedad, naturalmente, formaba parte <strong>de</strong> las caprichosas volunta<strong>de</strong>s <strong>de</strong><br />
los 30 000 dioses que los gobernaban. La filosofía, en el fondo, a pesar <strong>de</strong>l<br />
monoteísmo <strong>de</strong> Israel, era la misma. El pobre mortal se equivocaba y los<br />
dioses o Yavé respondían puntual y fulminantemente, castigándolo con la<br />
enfermedad.<br />
Fue una lástima que, entre tanta influencia extranjera, los griegos, en cambio,<br />
no consiguieran «ven<strong>de</strong>r» sus acertados pronósticos al recalcitrante «pueblo<br />
elegido». A pesar <strong>de</strong> sus errores y primitivismo, hombres como Platón,<br />
Aristóteles, Frasístrato o Asclepiado, entre otros, supieron darle la vuelta al<br />
viejo concepto «pecado = castigo divino = enfermedad», re<strong>de</strong>finiéndolo con<br />
una i<strong>de</strong>a más ajustada a la verdad: «la enfermedad era una pérdida <strong>de</strong>l<br />
equilibrio natural». Sólo eso.<br />
187
Platón, cinco siglos antes <strong>de</strong> Cristo, al igual que el eminente Hipócrates,<br />
propiciaron un giro <strong>de</strong> 180" en las ancestrales creencias sobre el espíritu y,<br />
consecuentemente, sobre la enfermedad y la <strong>de</strong>mencia. Ambos plantearon<br />
algo revolucionario: el alma existía. Era racional e inmortal y residía en el<br />
cerebro. A partir <strong>de</strong> ahí, la interpretación <strong>de</strong> la locura, por ejemplo, fue más<br />
coherente. Los <strong>de</strong>sequilibrios mentales fueron atribuidos a <strong>de</strong>sajustes orgánicos,<br />
rechazándose <strong>de</strong> plano las pretendidas posesiones diabólicas y el<br />
«ajuste <strong>de</strong> cuentas» por parte <strong>de</strong> los iracundos dioses.<br />
Aristóteles, discípulo <strong>de</strong> Platón, compartía la esencia <strong>de</strong> estos planteamientos,<br />
aunque difería en el «territorio» don<strong>de</strong> se asentaba la inteligencia. Para «el<br />
estagirita», muerto en el 322 a. <strong>de</strong> C., el alma <strong>de</strong>scansaba en el corazón (el<br />
sensorium commune, don<strong>de</strong> memoria e imágenes se transforman en pensamientos).<br />
Poco <strong>de</strong>spués, un nieto <strong>de</strong> Aristóteles -Frasístrato- da un paso más. Examina<br />
las circunvoluciones <strong>de</strong>l cerebro humano y <strong>de</strong>duce que la inteligencia <strong>de</strong>pen<strong>de</strong><br />
<strong>de</strong> esos misteriosos y sinuosos recorridos.<br />
«Ahí -asegura- tiene que estar el secreto <strong>de</strong> algunas enfermeda<strong>de</strong>s.»<br />
Asclepiado, por su parte, va más allá. Y se atreve a distinguir entre «locura<br />
febril» y «locura fría». Para el griego, ambas, como el resto <strong>de</strong> las dolencias,<br />
<strong>de</strong>pendían <strong>de</strong>l tamaño y movimiento <strong>de</strong> los átomos, auténticos integradores<br />
<strong>de</strong> la materia humana. Dichos átomos «anidaban» en unos vacíos que <strong>de</strong>nominaba<br />
poros. El cierre o alteración <strong>de</strong> tales poros provocaba, en <strong>de</strong>finitiva,<br />
el quebranto <strong>de</strong> la salud, sólo recuperable con el restablecimiento <strong>de</strong>l or<strong>de</strong>n<br />
atómico.<br />
Estas sugerentes proposiciones, sin embargo, repugnaron a la teología judía.<br />
Si Yavé no era el justiciero administrador <strong>de</strong> las enfermeda<strong>de</strong>s» y si todo<br />
<strong>de</strong>pendía <strong>de</strong> «átomo» o «<strong>de</strong>sajustes orgánicos», ¿qué hacían con las categóricas<br />
afirmaciones contenidas en la Biblia?<br />
El «negocio» <strong>de</strong> los sacerdotes, a<strong>de</strong>más, según las hipótesis griegas, era<br />
fraudulento.<br />
Y rabinos y doctores <strong>de</strong> la Ley se rasgaron las vestiduras.<br />
¿Desplazar a Yavé en beneficio <strong>de</strong>l raciocinio?<br />
Ni pensarlo...<br />
¿Revisar la próspera secuencia «pecado = castigo divino - enfermedad»?<br />
Ni soñarlo...<br />
¿Renunciar a la prestigiosa prerrogativa <strong>de</strong> perdonar las culpas a los míseros<br />
mortales?<br />
Nada <strong>de</strong> eso...<br />
Y la saludable filosofía griega fue con<strong>de</strong>nada por sacrílega..., e inoportuna.<br />
«Yavé y cía.» era intocable. Y continuó alimentándose <strong>de</strong> citas bíblicas,<br />
conjuros, posesiones <strong>de</strong>moníacas y con el fructífero monopolio <strong>de</strong> la curación<br />
«previo pago».<br />
188
Un «monopolio» que sería duramente cuestionado por un nuevo y magnífico<br />
«Yavé»: el Hijo <strong>de</strong>l Hombre.<br />
¡El puente «7»!<br />
Absortos en la animada charla, no tuvimos conciencia <strong>de</strong> lo avanzado. Según<br />
mis cálculos, al cruzar dicho puente podíamos encontrarnos a unos diez kilómetros<br />
<strong>de</strong>l kan.<br />
Observamos el sol. Corría hacia el cénit. Quizá rondase la hora «quinta»<br />
(alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> las once).<br />
Según el último miliario, la ciudad <strong>de</strong> Paneas se hallaba a cosa <strong>de</strong> doce kilómetros.<br />
Eso representaba unas tres horas <strong>de</strong> marcha. Después, Bet Jenn.<br />
En otras palabras: si no surgían inconvenientes, hacia la «décima» (las cuatro<br />
<strong>de</strong> la tar<strong>de</strong>), estos exploradores estarían a las puertas <strong>de</strong> la al<strong>de</strong>a clave.<br />
De pronto caímos en la cuenta...<br />
¿Dón<strong>de</strong> estaban los «kittim»?<br />
Ni en la encrucijada <strong>de</strong> Dabra ni en lo que llevábamos recorrido habían hecho<br />
acto <strong>de</strong> presencia.<br />
¡Qué extraño! Los burreros no solían equivocarse...<br />
Y, confiados, proseguimos a buen ritmo,, fijando referencias y disfrutando <strong>de</strong>l<br />
exuberante paisaje.<br />
Una <strong>de</strong> las provi<strong>de</strong>nciales referencias -<strong>de</strong> especial ayuda en futuras incursiones-<br />
corrió a cargo <strong>de</strong> los ríos que escapaban <strong>de</strong>l este. Antes <strong>de</strong> alcanzar la<br />
orilla sur <strong>de</strong>l Hule, a unos cinco kilómetros, se presentó el primero <strong>de</strong> los<br />
tributarios, <strong>de</strong> cierto porte, <strong>de</strong>l padre Jordán. Des<strong>de</strong> allí, hasta Paneas o<br />
Cesárea <strong>de</strong> Filipo, contamos catorce. Todo un festival acuático. En 28 kilómetros...,<br />
¡14 ríos!<br />
Pues bien, algunos <strong>de</strong> estos afluentes, próximos a cruces <strong>de</strong> caminos o lamiendo<br />
al<strong>de</strong>as <strong>de</strong> cañas, fueron memorizados con un número. Así, por<br />
ejemplo, el «7» nos recordó Dera, otra minúscula población. Y el puente que<br />
lo burlaba recibió la misma referencia. El «14», por su parte, marcaba la<br />
inminente Paneas, a una milla romana. Y así sucesivamente...<br />
A partir <strong>de</strong>l «7», justamente, el intenso trasiego <strong>de</strong> caravanas se vio notablemente<br />
incrementado con el transporte <strong>de</strong> dos productos típicos <strong>de</strong> la zona<br />
por la que circulábamos: el junco y el papiro.<br />
Abultados haces ver<strong>de</strong>s y rosas cimbreaban a lomos <strong>de</strong> muías y asnos, rumbo<br />
al norte y al sur. Los primeros, los humil<strong>de</strong>s agrnon o juncos <strong>de</strong> laguna, así<br />
como los rosas (Butomus utnbeüatus), crecían a millones en el Hule y en las<br />
<strong>de</strong>cenas <strong>de</strong> charcas y pantanos que lo abrazaban por doquier. Tanto en Palestina,<br />
como en los países limítrofes, eran fundamentalmente empleados en<br />
la confección <strong>de</strong> alfombras y esteras.<br />
En cuanto a su «hermano», el papiro, los largos y triangulares tallos -<strong>de</strong> hasta<br />
cuatro metros <strong>de</strong> altura- constituían otro próspero negocio. Con ellos, a<strong>de</strong>más<br />
189
<strong>de</strong>l «papel», judíos y gentiles fabricaban <strong>de</strong>cenas <strong>de</strong> artículos: barriles, ropa<br />
para los más pobres, cuerdas, sandalias, cestos, chozas, embarcaciones y un<br />
largo etcétera. En caso <strong>de</strong> hambruna, incluso los rizomas eran cocinados o<br />
consumidos crudos. Una costumbre igualmente exportada <strong>de</strong> Egipto, «inventor»<br />
<strong>de</strong>l gomeh o papiro. Aunque no llegamos a probarlos, imaginé que el<br />
alto contenido en almidón <strong>de</strong> los citados Cyperus los hacía muy nutritivos.<br />
La prosperidad <strong>de</strong> aquella parte <strong>de</strong> la Gaulanitis, en <strong>de</strong>finitiva, estaba asegurada.<br />
Por un lado, gracias a la inmensa «selva» que bullía a expensas <strong>de</strong><br />
ríos y pantanos. A la izquierda <strong>de</strong> la ruta, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el kan <strong>de</strong> Assi hasta las<br />
proximida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> Daphne, una población cercana a Dan, en el norte, juncos,<br />
papiros, cañas, a<strong>de</strong>lfas y espadañas formaban un todo compacto e ininterrumpido.<br />
Una «jungla» <strong>de</strong> unos 23 kilómetros <strong>de</strong> longitud, <strong>de</strong> sur a norte, por<br />
otros 5 <strong>de</strong> este a oeste. Un intrincado laberinto <strong>de</strong> ríos y lagunas, infestado <strong>de</strong><br />
mosquitos, aves y alimañas, en el que sólo se aventuraban los más diestros o<br />
necesitados. Una masa ver<strong>de</strong>, trepidante y traicionera que no permitía el<br />
crecimiento <strong>de</strong> otras plantas y a la que los esforzados felah se veían obligados<br />
a hacer retroce<strong>de</strong>r casi a diario.<br />
De vez en cuando, sobre las mansas y brillantes láminas <strong>de</strong> agua <strong>de</strong>l Hule y <strong>de</strong><br />
las lagunas mayores se distinguían pequeñas canoas <strong>de</strong> papiro, ya mencionadas<br />
por Job e Isaías. Avanzaban lentas, con las proas y popas afiladas y el<br />
«casco» panzudo e igualmente trenzado con cientos <strong>de</strong> tallos dorados. Probablemente<br />
pescaban. Y a cada grito o maniobra <strong>de</strong> los tripulantes, <strong>de</strong> la<br />
espesura -blancos, chillones y atolondrados- escapaban nutridos pelotones <strong>de</strong><br />
aves acuáticas. Sería imposible <strong>de</strong>scribir la variedad y belleza <strong>de</strong> aquella<br />
fauna. Sólo en aves menores llegué a contabilizar más <strong>de</strong> cien especies. Pero<br />
lo más llamativo <strong>de</strong>l Hule y <strong>de</strong> sus pantanos eran las innumerables cigüeñas y<br />
pelícanos. Por esas fechas, mediado agosto, llegaban las primeras oleadas<br />
migratorias proce<strong>de</strong>ntes <strong>de</strong>l Bosforo. En varias oportunida<strong>de</strong>s, entre agosto y<br />
octubre, calculé en más <strong>de</strong> trescientas mil las cigüeñas blancas y negras que<br />
hicieron un alto en la «olla» <strong>de</strong>l Hule, antes <strong>de</strong> proseguir hacia el sur. La<br />
aparición <strong>de</strong> la Ciconia ciconia (cigüeña blanca), enorme, majestuosa e insaciable,<br />
era muy celebrada entre los felah. La presencia <strong>de</strong> miles <strong>de</strong> ejemplares,<br />
con sus picos y patas pintados en rojo, constituía un alivio para la<br />
campiña. Des<strong>de</strong> el alba hasta la puesta <strong>de</strong>l sol caían inexorables sobre insectos,<br />
langostas, grillos y saltamontes, «limpiando» prácticamente huertos,<br />
frutales y plantaciones. En la «jungla» hacían igualmente estragos, <strong>de</strong>vorando<br />
toda clase <strong>de</strong> anfibios y serpientes.<br />
Los pelícanos, en cambio, no eran bien recibidos. Para los pescadores <strong>de</strong> la<br />
<strong>de</strong>sembocadura <strong>de</strong>l Hule y <strong>de</strong> las gran<strong>de</strong>s lagunas, los blancos y <strong>de</strong>formes<br />
Pelecanus onocrotalus eran una maldición. Des<strong>de</strong> finales <strong>de</strong> agosto o principios<br />
<strong>de</strong> septiembre, con los primeros migrado-res, las capturas disminuían<br />
sensiblemente. En ocasiones <strong>de</strong>scendían sobre las aguas hasta diez mil <strong>de</strong><br />
190
estas voraces aves, engullendo a diestro y siniestro con sus afilados y amarillentos<br />
picos-saco. Formaban auténticos tumultos, imposibilitando las faenas<br />
<strong>de</strong> los irritados vecinos. Cada uno <strong>de</strong> estos ejemplares era capaz <strong>de</strong><br />
engullir uno y dos kilos <strong>de</strong> pescado por día. Y los frenéticos pescadores los<br />
combatían con todos los medios a su alcance: fuego, re<strong>de</strong>s lanzadas sobre las<br />
apretadas familias, piedras, palos y pescados previamente envenenados con<br />
tallos y hojas <strong>de</strong> a<strong>de</strong>lfas. Era inútil. Cuando remataban a un centenar, otro<br />
millar ocupaba su puesto. Sólo en octubre, cuando remontaban el ruidoso<br />
vuelo hacia el yam, en dirección a la costa y al norte <strong>de</strong>l Sinaí, volvían la paz<br />
y las buenas capturas.<br />
A estas corrientes migratorias se unían, naturalmente, las <strong>de</strong> flamencos,<br />
garzas, garcetas, espátulas, grullas y miles <strong>de</strong> ána<strong>de</strong>s y patos que, a su vez,<br />
propiciaban otra floreciente «industria»: carne para las mesas <strong>de</strong> los más<br />
exigentes (en especial <strong>de</strong>l ána<strong>de</strong> rabudo y <strong>de</strong>l silbón), hígados triturados (una<br />
especie <strong>de</strong> paté) y plumas para adornos, almohadas, edredones y colchones.<br />
Por otro lado, como <strong>de</strong>cía, a la <strong>de</strong>recha <strong>de</strong> la ruta por la que avanzábamos, la<br />
Gaulanitis disponía <strong>de</strong> una no menos próspera y envidiada fuente <strong>de</strong> riqueza.<br />
Sólo en algunos puntos <strong>de</strong>l bajo Jordán, en Jericó, vimos algo semejante.<br />
Nunca alcanzamos a recorrerla en su totalidad. Era poco menos que imposible.<br />
La «olla» <strong>de</strong>l Hule, con sus casi 28 kilómetros <strong>de</strong> norte a sur, por otros 10 <strong>de</strong><br />
este a oeste, aparecía como uno <strong>de</strong> los vergeles más extensos e intensos <strong>de</strong><br />
Palestina. Hasta la frontera marcada por los bosques, en el oriente, el inmenso<br />
«rectángulo» <strong>de</strong> 280 kilómetros cuadrados no presentaba un solo<br />
metro sin cultivar.<br />
Aquí y allá, al bor<strong>de</strong> <strong>de</strong>l camino o perdidas en la frondosidad <strong>de</strong> los minifundios,<br />
se alzaban <strong>de</strong>cenas <strong>de</strong> al<strong>de</strong>as o minial<strong>de</strong>as, siempre fabricadas con<br />
cañas, juncos o papiros. Muchas <strong>de</strong> ellas, asentadas junto a los tumultuosos<br />
afluentes, eran literalmente barridas por las súbitas crecidas invernales. No<br />
importaba. Días <strong>de</strong>spués, los felah la reconstruían en los mismos lugares.<br />
Peor era el fuego. En más <strong>de</strong> una oportunidad fuimos testigos <strong>de</strong> rápidos e<br />
implacables incendios, que reducían los primitivos asentamientos a negras y<br />
humeantes manchas. Este tipo <strong>de</strong> cabañas, sin embargo, ofrecía notables<br />
ventajas. Una <strong>de</strong> ellas -la que más nos llamó la atención- era su movilidad.<br />
Hoy pasabas junto a un corro <strong>de</strong> chozos y, al día siguiente, la al<strong>de</strong>a se había<br />
evaporado. La explicación, sencilla y racional, estaba en los trabajos temporales.<br />
Cuando los felah eran reclamados para recolectar frutos y cosechas,<br />
si las plantaciones se hallaban retiradas, <strong>de</strong>smontaban las cañas gigantes,<br />
papiros o juncos, trasladándose al punto requerido con las «casas bajo el<br />
brazo o sobre los hombros».<br />
En mitad <strong>de</strong> semejante magnificencia, el «rey» <strong>de</strong>l gan o jardín era, sin duda,<br />
el manzano. Meticulosamente alineados en el negro y volcánico nir (tierra<br />
arable), los imponentes árboles, <strong>de</strong> hasta doce metros <strong>de</strong> altura, dominaban<br />
191
la práctica totalidad <strong>de</strong> la «olla». No creo que bajasen <strong>de</strong> cincuenta mil. Las<br />
afamadas tappuah sirias -blancas y rojas- eran exportadas a toneladas hasta<br />
los más recónditos mercados.<br />
Y junto a los fragantes manzanos, igualmente interminables, casi infinitos,<br />
otros curiosos y exóticos frutales. Dos <strong>de</strong> ellos, inéditos para nosotros: unos<br />
«albaricoques» (?) <strong>de</strong> pequeñas dimensiones, sedosos y ligeramente teñidos<br />
<strong>de</strong> rojo, importados, al parecer, <strong>de</strong> la remota China. Los romanos se los<br />
disputaban, comprando las dulcísimas cosechas <strong>de</strong> «armeniaca» mucho antes<br />
<strong>de</strong> que el árbol floreciese. Y entre manzanos y albaricoques, otra «perla» <strong>de</strong> la<br />
Gaulanitis: una «cereza» <strong>de</strong> color oro, enorme, <strong>de</strong> hasta cinco centímetros,<br />
reservada casi exclusivamente a ricos, sacerdotes y patricios. Un singular<br />
híbrido, nacido probablemente <strong>de</strong> la Prunus ursina, trasplantado también <strong>de</strong><br />
la cercana Siria. Un fruto que, quizá, sirvió <strong>de</strong> inspiración a Salomón cuando,<br />
en el libro <strong>de</strong> los Proverbios (25, 11), escribe que «la palabra dicha a tiempo<br />
es como manzana <strong>de</strong> oro en ban<strong>de</strong>ja cincelada en plata». Ni qué <strong>de</strong>cir tiene<br />
que el paso por aquel vergel era una borrachera <strong>de</strong> perfumes, incrementada<br />
<strong>de</strong>s<strong>de</strong> los cientos <strong>de</strong> «mata» (huertos) por la menta, el comino y el eneldo.<br />
A lo largo <strong>de</strong> toda la nata, al pie <strong>de</strong> los caminillos y pistas que se a<strong>de</strong>ntraban<br />
en las plantaciones y «matas», <strong>de</strong>cenas <strong>de</strong> felah ofrecían al caminante<br />
montañas <strong>de</strong> hortalizas, hierbas aromáticas, ver<strong>de</strong>s y apepinados mik-shak<br />
(melones), voluptuosas sandías <strong>de</strong> carne roja o amarilla, ácidos ethrog (unos<br />
refrescantes cidros <strong>de</strong> piel pálida y aromática llegados siglos antes <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la<br />
India) y, por supuesto, toda clase <strong>de</strong> potajes y la bendita y fría cerveza <strong>de</strong><br />
cebada.<br />
Por esos mismos sen<strong>de</strong>rillos, una y otra vez, sin <strong>de</strong>scanso, amanecían reatas<br />
<strong>de</strong> onagros, cargadas con cajas <strong>de</strong> cañas y juncos, rebosantes <strong>de</strong> frutas y<br />
verduras. Unas tomaban nuestra misma dirección, hacia Paneas o la carretera<br />
<strong>de</strong>l este, y otras, presurosas, emprendían la marcha en dirección al yam y,<br />
supongo, hacia la Ciudad Santa.<br />
En el puente «13», próxima la «nona» (las tres <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong>), optamos por<br />
hacer una pausa y comer algo. Poco antes, en el «11», el terreno inició un<br />
suave ascenso, alcanzando la cota <strong>de</strong> los 100 metros sobre el nivel <strong>de</strong>l Mediterráneo<br />
(el Hule, como fue dicho, se hallaba a 68). A partir <strong>de</strong> allí, la ruta se<br />
empinaba, marcando 330 metros en las cercanías <strong>de</strong> Paneas. Debíamos reparar<br />
fuerzas y prepararnos para la penúltima etapa: la localización <strong>de</strong> Bet<br />
Jenn.<br />
A la sombra <strong>de</strong> una <strong>de</strong> las cabañas, ro<strong>de</strong>ados <strong>de</strong> niños curiosos y preguntones,<br />
dimos buena cuenta <strong>de</strong> las ya escasas viandas: carne <strong>de</strong> res ahumada,<br />
huevos crudos y los apetitosos «buñuelos», obsequio <strong>de</strong> Sitio. Naturalmente,<br />
la mitad <strong>de</strong>l postre fue a parar a manos <strong>de</strong> los revoltosos hijos <strong>de</strong> los felah.<br />
Frente a nosotros, hacia el noroeste, se <strong>de</strong>stacaban en la lejanía las populosas<br />
ciuda<strong>de</strong>s <strong>de</strong> Dan y Daphne, casi asfixiadas por los pantanos. Algo más cerca,<br />
192
también al otro lado <strong>de</strong>l nahal Hermón, una pequeña e igualmente <strong>de</strong>sconocida<br />
al<strong>de</strong>a: Huda.<br />
Pasaría un tiempo antes <strong>de</strong> que pudiéramos visitar la mítica Dan o «tierra<br />
gran<strong>de</strong>», conocida <strong>de</strong>s<strong>de</strong> antiguo como Lais. También aquella rica y pacífica<br />
población sería escenario <strong>de</strong> la vida pública <strong>de</strong> Jesús. En realidad, como creo<br />
haber mencionado, todo aquel paisaje, salvaje y floreciente, lo recorrería en<br />
su momento el inquieto e infatigable Hijo <strong>de</strong>l Hombre. Unos viajes difíciles <strong>de</strong><br />
olvidar...<br />
¡El Hijo <strong>de</strong>l Hombre!<br />
Y mis ojos buscaron el Hermón, ahora blanco, azul y ver<strong>de</strong>.<br />
Ya estábamos cerca. Muy cerca...<br />
Consultamos el sol. En cuestión <strong>de</strong> tres horas -hacia las seis- oscurecería.<br />
Convenía proce<strong>de</strong>r con rapi<strong>de</strong>z. Lo previsto en el plan era intentar pernoctar<br />
en Bet Jenn. Pero antes, obviamente, temamos que localizarla.<br />
Y arrancamos.<br />
Puente «13». La ruta saltó sobre el nabal «Sion», un rebel<strong>de</strong> y escandaloso<br />
afluente <strong>de</strong>l río Hermón, Cota «197» y subiendo.<br />
Tres kilómetros y medio más allá avistamos el puente y el nabal «14», otro<br />
tributario <strong>de</strong>l Hermón -el «Saar»-, tan impetuoso e impaciente como el anterior.<br />
Cota 300 y subiendo.<br />
El miliario <strong>de</strong> turno avisó: Paneas a una milla romana.<br />
Nueva consulta al implacable sol. Hora «décima» (alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> las cuatro).<br />
El vergel, <strong>de</strong> pronto, flaqueó. Las continuas ondulaciones <strong>de</strong>l terreno lo hacían<br />
inviable.<br />
Decidimos preguntar. Según los mapas <strong>de</strong> «Santa Claus», la mo<strong>de</strong>sta Bet<br />
Jenn se escondía en algún punto al oriente <strong>de</strong> Paneas. Quizá a dos o tres<br />
kilómetros. No más. Penetrar en Cesárea <strong>de</strong> Filipo no entraba en nuestros<br />
cálculos. No en aquellos momentos. No lo veíamos necesario. Probablemente<br />
existía algún atajo que, ro<strong>de</strong>ando la ciudad, nos llevase al objetivo primordial.<br />
Los felah, solícitos, confirmaron la información <strong>de</strong>l or<strong>de</strong>nador central. Poco<br />
más a<strong>de</strong>lante, por la <strong>de</strong>recha, arrancaba un nathiv, un sen<strong>de</strong>ro «pisado o<br />
batido».<br />
Siguiendo dicho camino, a cosa <strong>de</strong> seis estadios (unos 1 200 metros),<br />
<strong>de</strong>sembocaríamos en la importante calcada <strong>de</strong> Damasco, la que llegaba <strong>de</strong>l<br />
este. Pues bien, según nuestros informantes, todo era cuestión <strong>de</strong> cruzar la<br />
calzada. Allí mismo, al parecer, el mencionado nathiv proseguía en soledad<br />
hacia la mismísima Bet Jenn. ¿Distancia <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el cruce con la carretera <strong>de</strong><br />
Damasco hasta la al<strong>de</strong>a?, unas cuatro millas romanas (casi cinco kilómetros).<br />
Algo más <strong>de</strong> lo previsto.<br />
Y una advertencia. Mejor dicho, dos: en el referido nacimiento <strong>de</strong>l sen<strong>de</strong>rillo<br />
<strong>de</strong> cabras encontraríamos una patrulla romana. La senda que ahora se-<br />
193
guíamos aparecía cortada «por obras».<br />
Pero fue el segundo «aviso» el que nos inquietó. El nathiv que conducía a Bet<br />
Jenn era un continuo ir y venir <strong>de</strong> bandidos y maleantes...<br />
Tomamos nota.<br />
Algunos metros más allá, en efecto, en terreno abierto y <strong>de</strong>spejado, divisamos<br />
una cierta aglomeración <strong>de</strong> gentes.<br />
Nos aproximamos <strong>de</strong>spacio.<br />
La ruta, efectivamente, se hallaba interrumpida. Reatas y caminantes eran<br />
<strong>de</strong>sviados por nuestra <strong>de</strong>recha. Un nathiv estrecho, negro y polvoriento<br />
trepaba hacia el este, absorbiendo con dificultad los hombres y caballerías<br />
que iban y venían.<br />
Al alcanzar el final <strong>de</strong> la carretera comprendimos. La vital y <strong>de</strong>scuidada arteria<br />
por la que circulábamos estaba siendo rehabilitada. Partiendo <strong>de</strong> Paneas, una<br />
nutrida cuadrilla <strong>de</strong> obreros y técnicos procedía a la construcción <strong>de</strong> una<br />
calzada.<br />
Eliseo, fascinado, solicitó tiempo. Y fuimos a mezclarnos entre los curiosos y<br />
<strong>de</strong>socupados que contemplaban la febril labor <strong>de</strong> topógrafos, canteros, carpinteros,<br />
herreros y <strong>de</strong>más especialistas.<br />
A un centenar <strong>de</strong> pasos, protegidos <strong>de</strong>l sol por un cobertizo <strong>de</strong> ramas y hojas<br />
<strong>de</strong> palma, <strong>de</strong>scubrimos a los siempre temidos y temibles kittim. Mi hermano<br />
me interrogó. Los observé minuciosamente y <strong>de</strong>duje que estábamos ante un<br />
conlubernium, una patrulla o grupo <strong>de</strong> ocho infantes, pertenecientes a las<br />
tropas auxiliares. En <strong>de</strong>finitiva, soldados rasos, más que hartos y aburridos. A<br />
juzgar por los arcos, cortos y fabricados con acero y cuerno, supuse que eran<br />
sirios. Los hábiles y belicosos guerreros asentados habitualmente en Rafan<br />
(Siria). En lugar <strong>de</strong> la típica coraza metálica -la lonca segméntala- vestían una<br />
armadura anatómica, <strong>de</strong> cuero leonado, que protegía el tórax. También las<br />
largas espadas, <strong>de</strong> un metro y <strong>de</strong> bor<strong>de</strong>s afiladísimos, les distinguían <strong>de</strong> los<br />
legionarios.<br />
Tres o cuatro parecían jugar a los dados. El resto dormitaba o miraba <strong>de</strong> vez<br />
en cuando hacia la obra, más pendientes <strong>de</strong>l sol y <strong>de</strong> la caída <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong> que<br />
<strong>de</strong>l tráfico y <strong>de</strong> los que vigilábamos los trabajos.<br />
Por <strong>de</strong>lante, en cabeza, distinguimos media docena <strong>de</strong> operarios, a las ór<strong>de</strong>nes<br />
<strong>de</strong> los topógrafos y <strong>de</strong> sus ayudantes. Su labor consistía en la limpieza<br />
<strong>de</strong>l terreno por el que <strong>de</strong>bía discurrir la calzada. Y con ellos, los admirables<br />
«técnicos» encargados <strong>de</strong>l trazado propiamente dicho. Sencillamente, quedamos<br />
perplejos. La minuciosidad y buen hacer <strong>de</strong> los romanos en este tipo<br />
<strong>de</strong> construcciones eran sobresalientes.<br />
Los topógrafos, armados <strong>de</strong> los instrumentos <strong>de</strong> nivelación -dioptras, bastones<br />
y gromas- medían una y otra vez, apuntando los cálculos en pequeñas<br />
tablillas <strong>de</strong> cera que colgaban <strong>de</strong> los ceñidores. Los ayudantes sostenían los<br />
bastones, pendientes <strong>de</strong> los gritos <strong>de</strong> sus «jefes». Ora subían los discos. Ora<br />
194
los bajaban hasta que, finalmente, el punto <strong>de</strong> mira <strong>de</strong> la dioptra quedaba<br />
alineado con el disco <strong>de</strong>slizante <strong>de</strong>l bastón. Aquélla, probablemente, era la<br />
tarea más difícil y engorrosa. La dioptra, obviamente, no servía para medir<br />
gran<strong>de</strong>s distancias. Ello obligaba a repetir las mediciones hasta un centenar<br />
<strong>de</strong> veces. Teniendo en cuenta que la casi totalidad <strong>de</strong> los 90 000 kilómetros <strong>de</strong><br />
calzadas <strong>de</strong> que disponía el imperio era prácticamente en línea recta, es fácil<br />
imaginar la paciencia, tesón y habilidad <strong>de</strong> dichos topógrafos.<br />
Inmediatamente <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> los responsables <strong>de</strong>l trazado aparecían los «excavadores».<br />
Grupos <strong>de</strong> obreros provistos <strong>de</strong> picos y palas que, siguiendo<br />
líneas marcadas por cuerdas, abrían el terreno, practicando dos canalillos<br />
paralelos <strong>de</strong> un metro <strong>de</strong> profundidad y separados entre sí por otros 13. Cada<br />
uno <strong>de</strong> los surcos era entonces rellenado con altos bloques rectangulares <strong>de</strong><br />
basalto, perpendiculares a la ruta. De inmediato, una segunda cuadrilla excavaba<br />
la tierra comprendida entre las hileras <strong>de</strong> piedra, preparando así un<br />
lecho hondo y espacioso, a metro y medio por <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong>l nivel <strong>de</strong>l terreno. Y<br />
una nueva oleada <strong>de</strong> operarios atacaba la siguiente fase: la cimentación o<br />
statumen propiamente dicha, consistente en gran<strong>de</strong>s piedras. Por encima se<br />
disponía el «rudo» (grava <strong>de</strong> menor consistencia y tamaño) y, por último, el<br />
«núcleo», una tercera capa, generalmente <strong>de</strong> creta. Acto seguido entraban en<br />
acción pesados rodillos <strong>de</strong> más <strong>de</strong> mil kilos, tirados por seis obreros cada uno,<br />
y otra partida <strong>de</strong> trabajadores, provista <strong>de</strong> mazas con las que concluían el<br />
apisonado. El pavimento o stitnma crusta llegaba <strong>de</strong>spués. Dependiendo <strong>de</strong> la<br />
importancia estratégica <strong>de</strong>l summum dorsum (calzada) y <strong>de</strong>l dinero y materiales<br />
disponibles, la nueva ruta era rematada con losas perfecta o medianamente<br />
labradas. En este caso, el pulido no era tan exquisito como el <strong>de</strong> la<br />
célebre Vía Apia. Las lajas <strong>de</strong> basalto negro, sin embargo, presentaban<br />
sendos espolones en las caras inferiores, facilitando el anclaje en la creta.<br />
Pacientes y concienzudos canteros iban encajándolas <strong>de</strong> forma que la flamante<br />
plataforma, a un metro por encima <strong>de</strong>l primitivo suelo, quedara ligeramente<br />
combada en el centro. El agua, así, discurría hacia los laterales,<br />
favoreciendo la marcha y preservando la obra.<br />
Lenta y minuciosamente, los artesanos rellenaban los intersticios, «soldando»<br />
las placas con argamasa (la utilísima pozzolana) y limaduras <strong>de</strong> hierro.<br />
Finalmente, al pie <strong>de</strong> las cantoneras que encorsetaban la calzada, otros<br />
operarios daban el toque <strong>de</strong>finitivo, roturando el terreno y preparando -a<br />
ambos lados- una especie <strong>de</strong> pasillos o caminos paralelos, a base <strong>de</strong> la grava,<br />
por los que, en principio, <strong>de</strong>berían transitar los caminantes y aquellos animales<br />
no acostumbrados a la dureza <strong>de</strong>l summun dorsum.<br />
Todo este «aparato» aparecía susténtalo y abastecido por diferentes talleres<br />
móviles en los que se afanaban cortadores <strong>de</strong> piedra, carpinteros, herreros y<br />
los obligados servicios sanitarios, inten<strong>de</strong>ncia y aguadores. En uno <strong>de</strong> los<br />
cobertizos, alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> una mesa <strong>de</strong> campaña repleta <strong>de</strong> planos y dibujos,<br />
195
creí distinguir a los <strong>de</strong>legados o representantes <strong>de</strong> los curatores viarum<br />
(cuidadores <strong>de</strong> caminos), los funcionarios responsables <strong>de</strong> la construcción y<br />
mantenimiento <strong>de</strong> estas notables obras. Los curatores, a su vez, se hallaban<br />
a las ór<strong>de</strong>nes directas <strong>de</strong> los gobernadores <strong>de</strong> cada provincia. La eficaz empresa<br />
gubernamental había nacido dos siglos antes, <strong>de</strong> la mano <strong>de</strong> Cayo<br />
Graco, un político que perfiló la legislación sobre calzadas y sobre los indispensable<br />
miliarios que orientaban al viajero. Al contrario <strong>de</strong> lo que suce<strong>de</strong> hoy<br />
en día, estas vías eran costeadas por el tesoro público, autorida<strong>de</strong>s locales y<br />
propietarios <strong>de</strong> las tierras por las que pasaban.<br />
Satisfecha la curiosidad, Eliseo y quien esto escribe reanudamos la marcha,<br />
<strong>de</strong>sembocando, efectivamente, en la no menos trepidante ruta <strong>de</strong>l este. Una<br />
calzada, a diferencia <strong>de</strong> la vía <strong>de</strong>l Hule, más ancha y <strong>de</strong>sahogada y tan meticulosamente<br />
pavimentada como la que estaban construyendo un kilómetro<br />
más abajo.<br />
Si las indicaciones eran correctas, el nathiv hacia Bet Jenn <strong>de</strong>bía arrancar allí<br />
mismo, al otro lado <strong>de</strong> la carretera. Pero nuestra atención se vio súbitamente<br />
<strong>de</strong>sviada...<br />
A una veintena <strong>de</strong> pasos, por la <strong>de</strong>recha, en el «pasillo» <strong>de</strong> grava en el que<br />
nos hallábamos <strong>de</strong>tenidos y que corría paralelo a la congestionada senda,<br />
cientos <strong>de</strong> aves se atropellaban, peleaban y graznaban furiosamente.<br />
Algunos burreros, al pasar, las espantaban, golpeándolas con varas y látigos.<br />
Otros se tapaban el rostro y volvían la cabeza en dirección contraria. Muchos<br />
<strong>de</strong> los jumentos y muías, al llegar a la altura <strong>de</strong>l <strong>de</strong>squiciado averío, cabeceaban<br />
inquietos o se negaban a avanzar. Y los arrieros, tan encabritados<br />
como las bestias, la emprendían a palos con las asustadas caballerías y, <strong>de</strong><br />
paso, con las enloquecidas aves.<br />
Al acercarnos <strong>de</strong>scubrimos con espanto el motivo <strong>de</strong> semejante estrépito.<br />
Eliseo, pru<strong>de</strong>nte, sugirió que no continuáramos avanzando. Tenía razón. Las<br />
aves, friera <strong>de</strong> sí, podían suponer una amenaza. Los corpulentos buitres<br />
leonados, <strong>de</strong> cabezas y cuellos blancos y pelados, nos observaron nerviosos y<br />
<strong>de</strong>safiantes. A su alre<strong>de</strong>dor, sobrevolándolos o intentando aproximarse con<br />
cortas y bien estudiadas carreras, se disputaban la «pitanza» todo un ejército<br />
<strong>de</strong> correosas y manchadas gaviotas reidoras, cornejas cenicientas y funerarios<br />
cuervos <strong>de</strong> hasta un metro <strong>de</strong> envergadura. La pelea, sin embargo, era<br />
<strong>de</strong>sigual. A pesar <strong>de</strong> la evi<strong>de</strong>nte superioridad <strong>de</strong> los diez o quince «leonados»,<br />
los cientos <strong>de</strong> implacables competidores, atacando por todos los ángulos,<br />
terminaban invadiendo el «territorio» <strong>de</strong> los buitres, sacando tajada <strong>de</strong> las<br />
mutiladas «víctimas».<br />
De pronto, empujado por el incesante aleteo <strong>de</strong> los carroñeros, nos vimos<br />
asaltados por una peste pútrida. Y retrocedimos. Ya habíamos visto y comprendido...<br />
Al filo <strong>de</strong>l camino, como una advertencia, las autorida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> la Galaunitis<br />
196
-pue<strong>de</strong> que los kittim- habían abandonado los cuerpos <strong>de</strong> tres posibles maleantes<br />
o bandoleros. Aparecían sentados, espalda con espalda, y firmemente<br />
sujetos con una ca<strong>de</strong>na. No <strong>de</strong>bían llevar muertos mucho tiempo. Las aves,<br />
voraces y <strong>de</strong>spiadadas, medio los ocultaban con sus alas, <strong>de</strong>sgarrándolos y<br />
vaciándoles las entrañas. Los rostros, irreconocibles, eran una masa informe,<br />
sanguinolenta y con las cuencas oculares negras y vacías.<br />
Colgando <strong>de</strong> la ca<strong>de</strong>na, agitada por los continuos picotazos, se distinguía una<br />
tabla en la que, en griego y arameo, se leía la siguiente inscripción:<br />
«Tres "bucoles" menos. Los <strong>de</strong>udos <strong>de</strong> sus víctimas se felicitan.»<br />
No cabía duda. La palabra «bucoles» había referencia a los facinerosos que<br />
habitaban los pantanos y la «jungla» <strong>de</strong>l Hule. El término, sin duda, fue<br />
tomado <strong>de</strong> otros bandoleros, tan tristemente famosos como éstos, que<br />
asolaron en su día la comarca <strong>de</strong> Damiete, en el Nilo. De ellos habla Eratóstenes,<br />
cuando recorrió Egipto invitado por Tolomeo III. Estas partidas <strong>de</strong><br />
sanguinarios eran el peor problema <strong>de</strong> Palestina y países limítrofes en la<br />
época <strong>de</strong> Jesús <strong>de</strong> Nazaret. A pesar <strong>de</strong> los esfuerzos <strong>de</strong> Roma y <strong>de</strong> los tetrarcas,<br />
las bandas organizadas sembraban la muerte y el horror en la alta<br />
Galilea, al este <strong>de</strong>l Jordán y en los <strong>de</strong>siertos <strong>de</strong> Judá y <strong>de</strong>l Neguev. Pronto,<br />
muy pronto, estos exploradores vivirían una amarga experiencia con uno <strong>de</strong><br />
estos escurridizos y violentos grupos...<br />
Naturalmente, tanto los vecinos <strong>de</strong> la Gaulanitis, como los <strong>de</strong> otras regiones<br />
en las que imperaban estos <strong>de</strong>salmados, aplaudían este tipo <strong>de</strong> «exhibiciones».<br />
Y los esqueletos permanecían en caminos, o a las puertas <strong>de</strong> las ciuda<strong>de</strong>s,<br />
antes el regocijo <strong>de</strong> propios y extraños.<br />
Casi escapamos <strong>de</strong>l lugar. Y al cruzar al otro lado <strong>de</strong> la ruta, en efecto, distinguimos<br />
al punto el angosto y maltrecho sen<strong>de</strong>rillo <strong>de</strong> cabras que ascendían<br />
hacia el este, materialmente encajonado entre las estribaciones <strong>de</strong>l Hermón,<br />
por la izquierda, y los cerros sobre los que se asentaba el lago Phiale, a<br />
nuestra <strong>de</strong>recha.<br />
Intentamos divisar la al<strong>de</strong>a. Fue inútil. A cosa <strong>de</strong> medio kilómetro, el nathiv<br />
<strong>de</strong>saparecía, engullido primero por los bosques <strong>de</strong> olivos y, posteriormente,<br />
conforme trepaba, por otra oscura, apretada y puntiaguda masa <strong>de</strong> cipreses.<br />
Una vez más quedamos maravillados ante los cientos, quizá miles, <strong>de</strong> olivos,<br />
sabia y pacientemente plantados a ambos lados <strong>de</strong>l <strong>de</strong>sfila<strong>de</strong>ro, en interminables<br />
y eficaces terrazas. Tenían razón los rabinos cuando, refiriéndose al<br />
río <strong>de</strong> aceite que mana <strong>de</strong> la Gaulanitis, aseguraban que era más fácil «criar<br />
una plantación <strong>de</strong> olivos en la Galilea que un niño en Ju<strong>de</strong>a».<br />
Eliseo, inquieto, señaló la peligrosa posición <strong>de</strong>l sol. En cuestión <strong>de</strong> hora y<br />
media, como mucho, <strong>de</strong>saparecería por <strong>de</strong>trás <strong>de</strong>l Meroth. La verdad es que<br />
nos habíamos <strong>de</strong>scuidado...<br />
Lanzamos una última ojeada al silencioso paisaje y, preocupados, iniciamos el<br />
ascenso. Si nuestros cálculos y las indicaciones <strong>de</strong> los felah no erraban, Bet<br />
197
Jenn tenía que aparecer al final <strong>de</strong>l solitario sen<strong>de</strong>ro, a cosa <strong>de</strong> cuatro kilómetros<br />
y a unos 1 200 metros <strong>de</strong> altitud. En otras palabras: teniendo en<br />
cuenta que partíamos <strong>de</strong> la cota «330», si los cuerpos resistían y el Destino<br />
era benévolo, quizá coronásemos los riscos en hora y media. Es I <strong>de</strong>cir, justo<br />
al anochecer.<br />
Pero el hombre propone...<br />
A medio camino, como era previsible, las fuerzas fallaron. El cansancio<br />
acumulado pasó factura y la mar- I cha se ralentizó. Hasta los livianos sacos<br />
<strong>de</strong> viaje pesaban como el plomo...<br />
Sugerí una pausa, pero Eliseo, impaciente y receloso, tiró <strong>de</strong> mí, no concediendo<br />
tregua ni cuartel.<br />
Reconozco que llevaba razón. La soledad <strong>de</strong>l nathiv no era normal. Des<strong>de</strong> que<br />
<strong>de</strong>járamos atrás la calzada <strong>de</strong> , Damasco no habíamos tropezado con un solo<br />
lugareño.<br />
Extraño, sí. Muy extraño...<br />
Y las insistentes advertencias <strong>de</strong> los campesinos me abordaron sin previo<br />
aviso, sumando inquietud a la ya agotada mente.<br />
«¡Atención!... Bet Jenn y sus alre<strong>de</strong>dores son un nido <strong>de</strong> maleantes.»<br />
Luché por sacudir los negros presagios. La senda, culebreando entre olivares,<br />
parecía tranquila e inofensiva. De vez en cuando, a nuestro paso, alguna<br />
madrugadora rapaz nocturna huía sigilosa y molesta, cambiando <strong>de</strong> observatorio<br />
entre las verdiazules copas <strong>de</strong> los árboles. Todo, en efecto, respiraba<br />
calma.<br />
Sin embargo, el instinto continuó en guardia. Y poco faltó para que me<br />
ajustara las «crótalos», las lentes <strong>de</strong> visión infrarroja. Pero no quise alarmar<br />
a mi hermano.<br />
Y la luz, inexorable, se apagó, obligando a <strong>de</strong>tenernos y a recapacitar. Para<br />
colmo, los espaciados olivos se rindieron, siendo reemplazados <strong>de</strong> inmediato<br />
por el bosque <strong>de</strong> berosh, los cipreses siempre ver<strong>de</strong>s, mirando hostiles <strong>de</strong>s<strong>de</strong><br />
sus 25 y 30 metros <strong>de</strong> altura.<br />
Eliseo buscó <strong>de</strong>scanso al pie <strong>de</strong> uno <strong>de</strong> los piramidales cipreses. Yo hice otro<br />
tanto e intentamos calcular la distancia que nos separaba <strong>de</strong> la hipotética<br />
al<strong>de</strong>a. No nos pusimos <strong>de</strong> acuerdo. Él estimó que nos encontrábamos muy<br />
cerca. Quizá a un kilómetro. Yo, basándome en la altitud a la que había<br />
<strong>de</strong>saparecido el olivar -alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> mil metros-, <strong>de</strong>duje que aún restaba el<br />
doble: unos dos kilómetros.<br />
Y en ello estábamos cuando, <strong>de</strong> pronto, en la negrura sonaron unos silbidos.<br />
Nos alzamos como impulsados por un resorte. En el fondo, no era el único<br />
preocupado por los bandidos...<br />
Inspeccionamos el laberinto <strong>de</strong> troncos. Imposible. Las tinieblas <strong>de</strong> la luna<br />
nueva eran casi impenetrables.<br />
Nuevos silbidos. Largos. Con una clara intencionalidad...<br />
198
Mi hermano preguntó, pero no supe aclarar el origen <strong>de</strong> los repetitivos y, cada<br />
vez, más cercanos sonidos.<br />
-¡Allí!...<br />
Eliseo marcó un punto entre el confuso y rectilíneo ramaje.<br />
-¡Veo unos ojos!... ¡Allí!<br />
Me aproximé unos pasos y, efectivamente, en la parte baja <strong>de</strong> uno <strong>de</strong> los<br />
berosh, medio ocultos, se distinguían dos pares <strong>de</strong> ojos redondos, gran<strong>de</strong>s,<br />
amarillos y perfectamente alineados.<br />
Los silbidos, ahora monótonos, se repitieron. Pero no parecían proce<strong>de</strong>r <strong>de</strong>l<br />
árbol <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el que éramos observados.<br />
Avancé algunos metros más y, súbitamente, los ojos <strong>de</strong>saparecieron. Al<br />
<strong>de</strong>tenerme, a los pocos segundos, surgieron <strong>de</strong> nuevo, en el mismo lugar.<br />
Respiré aliviado. Y creyendo conocer la i<strong>de</strong>ntidad <strong>de</strong> los «propietarios» <strong>de</strong> los<br />
espectaculares y pertinaces ojos regresé junto a mi compañero.<br />
Eliseo, impaciente, me acosó a preguntas. Pero, divertido, guardé silencio,<br />
mortificándolo.<br />
Extraje las lentes <strong>de</strong> contacto y, ajustándolas, le invité a que me acompañara.<br />
Lo hizo receloso.<br />
A una distancia pru<strong>de</strong>ncial me <strong>de</strong>tuve. Y alimentando la farsa, conteniendo la<br />
risa como pu<strong>de</strong>, indiqué con el <strong>de</strong>do que guardara silencio.<br />
Los cuatro ojos, ante la proximidad <strong>de</strong> los intrusos, se «apagaron» por segunda<br />
vez.<br />
Eliseo, <strong>de</strong>scompuesto, señaló el extremo superior <strong>de</strong> la «vara <strong>de</strong> Moisés».<br />
Asentí. Y, <strong>de</strong>slizando los <strong>de</strong>dos hacia el clavo <strong>de</strong> los ultrasonidos, hice como si<br />
me preparara para un inminente ataque.<br />
Una oportuna tanda <strong>de</strong> silbidos multiplicó la tensión...<br />
Y los ojos, calculadores, aparecieron <strong>de</strong> nuevo ante el perplejo ingeniero.<br />
La visión infrarroja, efectivamente, ratificó las sospechas iniciales. Dos<br />
cuerpos calientes, ahora rojos, <strong>de</strong> unos treinta centímetros <strong>de</strong> altura, surgieron<br />
nítidos entre las ramas.<br />
No lo dudé. Pulsé el clavo y el finísimo «cilindro» <strong>de</strong> luz coherente fue a<br />
impactar en el centro <strong>de</strong> la «plateada» cara <strong>de</strong> uno <strong>de</strong> los ejemplares. El leve<br />
choque fue suficiente para <strong>de</strong>scontrolarlo. Y saltando <strong>de</strong>l árbol, emitiendo un<br />
agudo chillido, voló directo hacia Eliseo. El segundo, presintiendo el peligro,<br />
siguió al compañero. Y ambos nos rebasaron como una exhalación, peinando<br />
nuestras cabezas.<br />
Las risas <strong>de</strong> quien esto escribe, incontenibles, pusieron al tanto a mi hermano.<br />
Y durante un buen rato tuve que sufrir -merecidamente, lo reconozco- toda<br />
clase <strong>de</strong> improperios y maldiciones (esta vez en inglés, por supuesto).<br />
La pequeña broma, sin embargo, nos alivió. El bosque, como iríamos comprobando,<br />
era un hervi<strong>de</strong>ro <strong>de</strong> rapaces nocturnas, murciélagos y cigüeñas<br />
blancas. Estas últimas -como reza el libro <strong>de</strong> los Salmos-, asentadas en lo más<br />
199
alto <strong>de</strong> los berosh. Los misteriosos e hipnotizadores ojos amarillo-limón, así<br />
como los casi humanos silbidos, formaban parte también <strong>de</strong> la agitada colonia<br />
<strong>de</strong> lechuzas, mochuelos, autillos y otros inofensivos y vigilantes policías <strong>de</strong> la<br />
espesura. Las singulares apariciones y <strong>de</strong>sapariciones <strong>de</strong> los dos pares <strong>de</strong><br />
ojos se hallaban igualmente justificadas. En realidad no tenían nada <strong>de</strong> extraño.<br />
Como se sabe, la lechuza común, la Tyto alba, a diferencia <strong>de</strong>l resto <strong>de</strong><br />
las aves, tiene los ojos en la zona frontal <strong>de</strong> la cabeza. Esta «anormalidad» le<br />
proporciona una visión binocular, relativamente semejante a la <strong>de</strong>l hombre,<br />
con la posibilidad <strong>de</strong> un cálculo casi exacto <strong>de</strong> las distancias. El campo <strong>de</strong><br />
visión, sin embargo, queda restringido a 110 grados. Para corregir el «<strong>de</strong>fecto»,<br />
la óah (lechuza), como otras especies, ha sido dotada por la sabia<br />
Naturaleza <strong>de</strong> un sistema que le permite girar la cabeza 270 grados. Ésta, ni<br />
más ni menos, era la explicación a la referida y supuesta «aniquilación» <strong>de</strong> los<br />
penetrantes ojos.<br />
Y algo más relajados nos pusimos nuevamente en camino.<br />
El instinto, previsor, me impulsó a mantener las «crótalos». No se equivocó...<br />
Al poco, en la distancia, frente a nosotros, escuchamos algo. Prestamos<br />
atención. ¿Bandidos?<br />
Era extraño. Muy raro... -¿Estás oyendo lo mismo que yo? Esperé unos segundos<br />
y asentí, confirmando la impresión <strong>de</strong> Eliseo. -Pero...<br />
En efecto, el sonido que llegaba por la espesura era absurdo. Imposible en<br />
aquel «ahora»...<br />
-Sí -me a<strong>de</strong>lanté-, son carcajadas..., y «tirolesas». ¿Tirolesas? ¿El típico y<br />
tradicional canto <strong>de</strong> los campesinos suizos y austriacos? ¿Aquí, en la alta<br />
Galilea y en el año 25?<br />
-¡Dios santo! -clamó mi compañero <strong>de</strong>smoralizado-. ¡Estamos perdiendo el<br />
juicio!<br />
No supe qué <strong>de</strong>cir. Las carcajadas y el famoso jo<strong>de</strong>l tirolés seguían acercándose.<br />
¿Qué nos ocurría?<br />
Y por un instante tomé muy en serio las exclamaciones <strong>de</strong>l asustado ingeniero.<br />
¿Alucinábamos? ¿Éramos víctimas <strong>de</strong>l mal provocado por la inversión <strong>de</strong><br />
masa?<br />
Pero no. «Aquello» no era una alucinación audititva. «Aquello» era real.<br />
Instintivamente nos hicimos a un lado <strong>de</strong>l sen<strong>de</strong>rillo, ocultándonos entre los<br />
cipreses. ¡Increíble!<br />
Aunque sin <strong>de</strong>masiado acierto, los entrecortados «cánticos» pasaban <strong>de</strong> los<br />
sonidos <strong>de</strong> pecho a los agudos, y al revés. Y entre uno y otro, colmando la<br />
confusión, unas discretas carcajadas...<br />
-Jasón, ¿ves algo?<br />
Segundos <strong>de</strong>spués llegaría la respuesta.<br />
-¡No pue<strong>de</strong> ser...!<br />
200
-¿Qué pasa? ¿Qué has visto?<br />
Y transmití lo que ofrecía la visión IR. El espectro infrarrojo no alucinaba.<br />
A medio centenar <strong>de</strong> metros, al fondo <strong>de</strong> la pista, surgieron en la oscuridad<br />
seis figuras rojas y azules verdosas.<br />
-Veo un individuo y...<br />
Hice una pausa, asegurándome.<br />
-Un individuo y qué más...<br />
-Las «crótalos» presentan otras cinco imágenes. Parecen perros... El hombre<br />
va armado. En el cinto se distingue una daga...<br />
-Pero -añadí estupefacto-, eso es imposible...<br />
-¿Imposible? ¿Qué es imposible? ¿La daga?<br />
Dudé. Y <strong>de</strong>jé que el grupo se aproximara un poco más.<br />
-¡Jasón!...<br />
Finalmente, consciente <strong>de</strong> la locura que iba a pronunciar, aclaré:<br />
-El individuo no canta... Se limita a sujetar los animales con sendas cuerdas.<br />
Eliseo, mirándome con terror, subrayó:<br />
-¡Locos!... ¡Estamos locos!<br />
Acto seguido, remachó, hundiéndome:<br />
-Entonces, los que cantan son los perros... ¿Perros que entonan «tirolesas»?<br />
¿Que ríen a carcajadas?<br />
Sí, <strong>de</strong> locos, pero eso era lo que tenía ante mí.<br />
Y sucedió lo inevitable.<br />
El caminante, <strong>de</strong> pronto, se <strong>de</strong>tuvo, reteniendo con dificultad a los cada vez<br />
más inquietos canes.<br />
Los animales nos <strong>de</strong>tectaron. Y la «música», <strong>de</strong>scompuesta, emborronada<br />
con las no menos increíbles «risas», creció y creció, consecuencia, supongo,<br />
<strong>de</strong>l fino olfato <strong>de</strong> los compañeros <strong>de</strong>l alto y sudoroso paisano. Rostro y manos,<br />
en efecto, ahora en un color plata fulgurante, <strong>de</strong>notaban el esfuerzo <strong>de</strong> la<br />
marcha.<br />
-¡Quién va!<br />
La voz, autoritaria y amenazante, <strong>de</strong>jó las cosas claras.<br />
¿Qué hacíamos?<br />
En décimas <strong>de</strong> segundo, ante la posibilidad <strong>de</strong> que soltara los perros, preparé<br />
la «vara». Con suerte, si atacaban, uno o dos caerían fulminados antes <strong>de</strong> que<br />
se nos echaran encima. Después, ya veríamos...<br />
Afortunadamente, mi hermano reaccionó. Saltó al centro <strong>de</strong>l camino y, alzando<br />
la voz, replicó con un claro y contun<strong>de</strong>nte Shalom, oheb! («Paz,<br />
amigo»).<br />
Sin dudarlo me sumé al temerario gesto, saludando en los mismos términos y<br />
sin <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> apuntar a los cráneos <strong>de</strong> los excitados animales. El rojo encendido<br />
y pulsante <strong>de</strong> los cuerpos, con las fauces blancas y babeantes, me sobrecogió.<br />
A pesar <strong>de</strong> la protección <strong>de</strong> la «piel <strong>de</strong> serpiente», aquellas bestias podían<br />
201
hacernos pasar un mal rato...<br />
El individuo vaciló. En el fondo, supongo, se hallaba tan sorprendido y <strong>de</strong>sconcertado<br />
como estos exploradores.<br />
Pero Eliseo, valiente, intentó segar las suspicacias. Se a<strong>de</strong>lantó unos pasos,<br />
i<strong>de</strong>ntificándose e i<strong>de</strong>ntificándome.<br />
-... Somos griegos. Hombres <strong>de</strong> paz. Nos hemos perdido... Buscamos una<br />
al<strong>de</strong>a llamada Bet Jenn...<br />
Los perros, ante el corto avance <strong>de</strong> mi hermano, tensaron las cuerdas,<br />
«riendo» y «cantando» amenazadores. Sé que resulta paradójico, pero, en<br />
esos momentos, «carcajadas y tirolesas» no sonaban, precisamente, como<br />
una hospitalaria bienvenida.<br />
Y, toscamente, parapetado en la <strong>de</strong>sconfianza, preguntó a su vez:<br />
-¿Bet Jenn?... ¿Por qué? ¿A quién buscáis?<br />
Intervine conciliador.<br />
-A Tiglat...<br />
El nombre -la segunda pista proporcionada por el anciano Zebe<strong>de</strong>o- suavizó<br />
en parte la lógica brusquedad <strong>de</strong>l interlocutor. Se retiró a un lado <strong>de</strong> la senda<br />
y, tras acariciar y calmar a los perros, procedió a amarrarlos a uno <strong>de</strong> los<br />
troncos.<br />
Me felicité. El peligro, en principio, se alejaba.<br />
Se acercó <strong>de</strong>spacio y, lacónico, respondió: -Yo soy Tiglat.<br />
La inesperada aclaración nos confundió. Según nuestro confi<strong>de</strong>nte, el personaje<br />
que buscábamos y que, al parecer, ayudó a Jesús <strong>de</strong> Nazaret, era un<br />
muchacho. Quizá un niño...<br />
Sin entrar en profundida<strong>de</strong>s le explicamos que, probablemente, se trataba <strong>de</strong><br />
un error. Escuchó en silencio y, comprendiendo que aquella pareja <strong>de</strong> inconscientes<br />
extranjeros nada tenían que ver con bandoleros o mero<strong>de</strong>adores<br />
<strong>de</strong> caminos, se abrió <strong>de</strong>finitivamente y, sin disimular la sorpresa, comentó:<br />
-El señor Baal os protege. No hay duda... Ese joven al que buscáis es mi hijo...<br />
Eliseo y yo cruzados una mirada, atónitos.<br />
¿Casualidad?<br />
Ahora sé que aquello no fue consecuencia <strong>de</strong>l azar. «Alguien», no me cansaré<br />
<strong>de</strong> repetirlo, parecía guiar nuestros pasos.<br />
-... Tiglat se encuentra en la al<strong>de</strong>a -redon<strong>de</strong>ó el cada vez más amable y<br />
provi<strong>de</strong>ncial fenicio-, No marcháis <strong>de</strong>scaminados... Bet Jenn está cerca, a<br />
unos cinco estadios... Si lo <strong>de</strong>seáis puedo acompañaros. Si el señor Baal os ha<br />
puesto en mi camino, seréis bien recibidos en mi humil<strong>de</strong> casa.<br />
Cinco estadios. Eso representaba un kilómetro escaso.<br />
La verdad es que, sorprendidos, gratamente sorprendidos, no fuimos capaces<br />
<strong>de</strong> replicar. El Destino, magnífico y eficaz, seguía protegiéndonos.<br />
Y dicho y hecho.<br />
El alto y fornido padre <strong>de</strong> Tiglat se reunió con los apaciguados perros y,<br />
202
haciéndose con las cuerdas, nos invitó a seguirle.<br />
Esa noche, al amor <strong>de</strong>l fuego, al contemplar a nuestro alre<strong>de</strong>dor a los pacíficos,<br />
bien plantados y «musicales» canes, mi hermano no pudo contenerse y<br />
preguntó por el origen <strong>de</strong> los singulares animales.<br />
Tiglat no supo dar muchas explicaciones. Vivían en la al<strong>de</strong>a <strong>de</strong>s<strong>de</strong> siempre.<br />
Eran buenos cazadores, excelentes guías y mejores compañeros. Casi todos<br />
los vecinos disponían <strong>de</strong> dos o tres. Su hijo, Tiglat, también disfrutaba <strong>de</strong> la<br />
compañía <strong>de</strong> uno <strong>de</strong> ellos. Al día siguiente, en la azarosa e inolvidable jornada<br />
<strong>de</strong>l lunes, 20, mientras ascendíamos hacia el Hermón, el muchacho contaría<br />
la curiosa historia <strong>de</strong> Oí, su perro.<br />
No, no estábamos locos. Aquellos ejemplares, casi con seguridad, eran los<br />
únicos <strong>de</strong>l mundo que no ladraban. En su lugar emitían los ya mencionados y<br />
rarísimos sonidos, mitad «risa», mitad «tirolesas».<br />
Naturalmente, al retornar a «base-madre-tres», al ingeniero le faltó tiempo<br />
para consultar a mi «novio». «Santa Claus», millonario en información,<br />
ofreció imágenes y una interesante documentación. Más o menos, esto es lo<br />
que recuerdo:<br />
La particular raza procedía <strong>de</strong>l antiguo Egipto. Hoy es conocida como basenji.<br />
Su imagen aparece en estelas funerarias cuya antigüedad se remonta a 2 300<br />
años antes <strong>de</strong> Cristo. En dos <strong>de</strong> ellas resulta perfectamente reconocible: en la<br />
<strong>de</strong> User, hijo <strong>de</strong> Meshta y en la <strong>de</strong> un tal Sebehaa, inspector <strong>de</strong> transportes.<br />
Los arqueólogos, que los han localizados en pinturas y grabados <strong>de</strong> la IV<br />
Dinastía, los bautizaron como «perros <strong>de</strong> Keops». El parecido, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> luego,<br />
con los <strong>de</strong> Bet Jenn era asombroso.<br />
Más tar<strong>de</strong>, hacia 1870, los exploradores blancos que penetraron en Sudán y<br />
en el Congo los <strong>de</strong>scubrieron entre las tribus.<br />
La estampa, como <strong>de</strong>cía, era agradable y bien proporcionada. Pesaban poco.<br />
Entre nueve y diez kilos. Presentaban un cráneo plano, con el hocico afilado<br />
<strong>de</strong>s<strong>de</strong> los ojos a la trufa. Al alzar las orejas arrugaban sistemáticamente la<br />
«frente», avisando a los dueños. Algo no iba bien...<br />
Aunque la mayoría tenía los ojos color avellana, otros, como el fiel y valiente<br />
Ot, se distinguían por unos atractivos y vivísimos ojos azules, siempre almendrados<br />
y hundidos entre los párpados. Algunos, incluso, lucían unos<br />
espectaculares ojos amarillos.<br />
Los cuellos eran largos. Sólidos como troncos. Po<strong>de</strong>rosos. El pecho bajo,<br />
breve y recto. Manos y patas musculosas, como cinceladas en piedra, con los<br />
jarretes aplomados. Las colas, enroscadas en uno o dos anillos, jamás se<br />
movían, permaneciendo apoyadas sobre uno <strong>de</strong> los lados <strong>de</strong> la grupa. En<br />
cuanto al pelo, realmente llamativo, la casi totalidad <strong>de</strong> los que vimos aparecía<br />
pintada en alazán (rojo amarillento), con manchas blancas en el hocico,<br />
cuello, manos, patas y en el remate <strong>de</strong> la cola. Ot, en cambio, era una excepción.<br />
El pelaje, corto y sedoso, era <strong>de</strong> un brillante negro azabache, <strong>de</strong>li-<br />
203
cadamente nevado en hocico, cuello, remos y en el final <strong>de</strong> la cola.<br />
¡Pobre Oí! Fue leal y bravo hasta la muerte...<br />
Y al fin, guiados por el solícito Tiglat, divisamos la al<strong>de</strong>a.<br />
¡Bet Jenn!<br />
El final <strong>de</strong>l laborioso viaje parecía cercano...<br />
Todo, como siempre, <strong>de</strong>pendía <strong>de</strong>l imprevisible Destino.<br />
Poco puedo contar sobre Bet Jenn. Media docena <strong>de</strong> casas, todas negras,<br />
todas en basalto, todas roídas por los años y las frecuentes lluvias y nieves <strong>de</strong><br />
aquellas latitu<strong>de</strong>s. Todas pobres, casi míseras. Una al<strong>de</strong>a perdida, habitada<br />
por los Tiglat. Un clan fenicio, casi puro, amable, orgulloso <strong>de</strong> su origen,<br />
discreto y, sobre todo, hospitalario. Maravillosamente hospitalario. Nunca lo<br />
olvidaríamos...<br />
Al penetrar en el hogar <strong>de</strong> nuestro guía y anfitrión nos salieron al paso una<br />
prolífica familia, integrada por los ancianos padres, la esposa y quince hijos, y<br />
un reconfortante fuego.<br />
A la mo<strong>de</strong>sta luz <strong>de</strong> las llamas y <strong>de</strong> las lámparas <strong>de</strong> aceite distinguimos, al fin,<br />
el aspecto <strong>de</strong> Tiglat. Al igual que la numerosa prole, presentaba la típica<br />
lámina <strong>de</strong> los habitantes <strong>de</strong> Tiro: nariz ganchuda, ojos oblicuos, negros y<br />
profundos, piel achicharrada, cabellos largos, oscuros, ensortijados y con un<br />
nacimiento muy bajo y barba espesa, <strong>de</strong>scuidada y ligeramente blanqueada<br />
por sus cuarenta o cuarenta y cinco años.<br />
Se dirigió a los suyos en fenicio y, al punto, excusándose, rectificó, prosiguiendo<br />
en un rudimentario arameo galaico.<br />
Nos presentó a su hijo, el segundo Tiglat, haciéndole ver que estos ger (forasteros)<br />
venían <strong>de</strong> muy lejos para conocerle. El muchacho que, en efecto, no<br />
pasaría <strong>de</strong> los catorce o quince años, asintió en silencio. Se a<strong>de</strong>lantó y, sonriente,<br />
se puso a nuestra disposición.<br />
Pero, cuando nos disponíamos a interrogarlo, la madre, regañando al cabeza<br />
<strong>de</strong> familia, le reprochó su falta <strong>de</strong> atención para con aquellos ilustres invitados.<br />
Y antes <strong>de</strong> que acertáramos a replicar nos vimos obligados a tomar asiento<br />
sobre una enorme y mullida piel <strong>de</strong> oso negro. Tiglat pidió perdón por su<br />
<strong>de</strong>sconsi<strong>de</strong>ración y nos ofreció unas pequeñas tazas <strong>de</strong> barro, animándonos a<br />
brindar. -Lehaim!<br />
-¡Por la vida! -repetimos agra<strong>de</strong>cidos. Y, <strong>de</strong> acuerdo a la costumbre, apuramos<br />
<strong>de</strong> un trago el transparente y furioso licor, una especie <strong>de</strong> aguardiente<br />
o ame, fabricado con arroz.<br />
Eliseo, poco hecho a estos brebajes montañeses, carraspeó, provocando las<br />
risas.<br />
Fue entonces, mientras mujeres y niños se afanaban en la preparación <strong>de</strong> la<br />
cena, cuando el complacido Tiglat sugirió que preguntásemos a su hijo. Lógicamente<br />
extrañado, no acertaba a enten<strong>de</strong>r el por qué <strong>de</strong> nuestro interés<br />
por aquel jovencito.<br />
204
Tomé la iniciativa y, midiendo las palabras, expliqué que andábamos <strong>de</strong>trás<br />
<strong>de</strong> un viejo amigo.<br />
En parte fui fiel a la verdad. En el yam, otro antiguo conocido nos había<br />
proporcionado un par <strong>de</strong> importantes pistas: Bet Jenn y el nombre <strong>de</strong>l muchacho.<br />
Padre, abuelo e hijo siguieron las aclaraciones con interés.<br />
Y sin hacer mención <strong>de</strong> la i<strong>de</strong>ntidad <strong>de</strong>l «amigo» al que pretendíamos encontrar<br />
añadí que, probablemente, en esos días, podía hallarse en algún lugar<br />
<strong>de</strong>l «Genel-esh-Sheikh». Según esas mismas noticias, Tiglat hijo fue su<br />
ayudante, auxiliándole en el transporte <strong>de</strong> la impedimenta. Los tres, al unísono,<br />
asintieron en silencio. Y mi hermano y quien esto escribe, cruzando una<br />
triunfante mirada, respiramos aliviados.<br />
¡Al fin!<br />
La información <strong>de</strong>l anciano Zebe<strong>de</strong>o era correcta... El anfitrión tomó entonces<br />
la palabra y vino a ratificar cuanto acababa <strong>de</strong> exponer, añadiendo algunos<br />
preciosos datos.<br />
El «extraño galileo» llegó a la al<strong>de</strong>a a mediados <strong>de</strong> ese mes <strong>de</strong> agosto. Caminaba<br />
solo, con la única compañía <strong>de</strong> un onagro. Habló con el yoseb <strong>de</strong>l clan<br />
(en este caso, el «jefe» era el propio Tiglat) y solicitó los servicios <strong>de</strong> alguien<br />
que pudiera abastecerlo <strong>de</strong> comida un par <strong>de</strong> veces por semana. Pagó por<br />
a<strong>de</strong>lantado. En total, doce <strong>de</strong>narios <strong>de</strong> plata. Y Tiglat, aunque receloso,<br />
aceptó la oferta, encomendando el trabajo a su hijo. Cada lunes y jueves, <strong>de</strong><br />
acuerdo con lo pactado, el joven cargaba el jumento y ascendía hasta un<br />
punto previamente convenido, muy próximo a un paraje que <strong>de</strong>nominaban<br />
las «cascadas», casi a 2000 metros <strong>de</strong> altitud. -¿Lunes y jueves?<br />
Tiglat sonrió, comprendiendo el sentido <strong>de</strong> mi pregunta.<br />
-Así es. Como os dije, el señor Baal, nuestro dios, está con vosotros... Mañana,<br />
al alba, si lo <strong>de</strong>seáis, podéis acompañar al muchacho.<br />
¿Otra vez la casualidad?<br />
Nada <strong>de</strong> eso...<br />
Aceptamos, siempre y cuando nos permitieran pagar por el servicio. Tiglat<br />
cuchicheó en fenicio al oído <strong>de</strong>l abuelo. El anciano nos observó brevemente y,<br />
por último, aceptó la propuesta <strong>de</strong>l yoseb.<br />
-Eso -intervino entonces Tiglat- lo <strong>de</strong>jamos a vuestra voluntad. Tampoco<br />
conviene tentar a Baal...<br />
Cerramos el trato y, previsor, los interrogué sobre la posibilidad <strong>de</strong> adquirir<br />
una tienda y viandas extras.<br />
Ningún problema. Antes <strong>de</strong> la partida, todo estaría dispuesto.<br />
Y Eliseo, atento y perspicaz, volvió sobre las recientes explicaciones <strong>de</strong>l anfitrión.<br />
-¿«Extraño galileo»?... ¿Por qué extraño? Tiglat, rápido y ágil, no <strong>de</strong>seando<br />
empañar la sagrada hospitalidad, rectificó:<br />
205
-No he pretendido ofen<strong>de</strong>r a vuestro amigo. Simplemente, me pareció raro<br />
que <strong>de</strong>seara vivir en soledad en un lugar tan aislado y... peligroso. Esta vez fui<br />
yo quien intervino.<br />
-¿Peligroso?<br />
-Estas montañas, estimados ger...<br />
-Yewani -corregí, intentando eliminar el <strong>de</strong>spreciativo carácter <strong>de</strong>l término<br />
«forastero»-, somos yewani [griegos]...<br />
Tiglat, indulgente, prosiguió con una media sonrisa.<br />
-... Estas montañas, estimados yewani, son una vergüenza. Aquí, en cualquier<br />
rincón, en cualquier cueva, se refugia lo peor <strong>de</strong>l bandidaje. Últimamente,<br />
hasta los «bucoles» <strong>de</strong>l Hule le han tomado gusto a nuestros bosques.<br />
Y raro es el día en que no tenemos noticia <strong>de</strong> algún asalto...<br />
El resto <strong>de</strong> los Tiglat asintió con la cabeza.<br />
-¿Comprendéis ahora?<br />
-Si es así -terció el ingeniero con evi<strong>de</strong>nte preocupación-, ¿por qué consientes<br />
que tu hijo cruces esas montañas dos veces por semana?<br />
-En eso, como en todo, estamos en las manos <strong>de</strong> Baal, nuestro señor...<br />
Tenemos que ganarnos la vida. No po<strong>de</strong>mos escon<strong>de</strong>rnos como viejas<br />
asustadas... Y mañana, os lo aseguro, todo el kapar [la al<strong>de</strong>a] invocará al hijo<br />
<strong>de</strong> Aserá y <strong>de</strong> Él para que nada os ocurra.<br />
Agra<strong>de</strong>cimos los buenos <strong>de</strong>seos. Lamentablemente, como espero tener ocasión<br />
<strong>de</strong> relatar, el sordo Baal no <strong>de</strong>bió escuchar las plegarias <strong>de</strong> sus fieles y<br />
confiados hijos...<br />
-Padre -arrancó al fin el adolescente, sumando una nueva y negra nota al ya<br />
<strong>de</strong>licado panorama <strong>de</strong> los bandoleros-... y no olvi<strong>de</strong>s a dob. Algunos dicen que<br />
los han visto por las «cascadas»...<br />
Tiglat confirmó el anuncio <strong>de</strong>l hijo, erizando los pelos <strong>de</strong> Eliseo y también los<br />
míos. En los parajes don<strong>de</strong> se hallaba el Maestro, según los lugareños, habían<br />
sido observadas algunas parejas <strong>de</strong> los temibles y poco sociables dob, los<br />
osos sirios, negros, <strong>de</strong> más <strong>de</strong> 200 kilos <strong>de</strong> peso y hasta dos metros <strong>de</strong> altura<br />
cuando se alzan sobre los cuartos traseros. Algunos judíos, y también gentiles,<br />
solían <strong>de</strong>dicarse a la captura <strong>de</strong> los oseznos, adiestrándolos para el trabajo en<br />
los circos o como atracciones ambulantes. Estos robos, obviamente, provocaban<br />
las iras <strong>de</strong> los montañeses. Como asegura el profeta Samuel muy<br />
acertadamente (II, 17-8), «no hay nada más peligroso que una osa a la que le<br />
hayan arrebatado la cría».<br />
Excelente perspectiva...<br />
Los sangrientos «bucoles» por doquier y, para colmo, los dob, mero<strong>de</strong>ando en<br />
las proximida<strong>de</strong>s <strong>de</strong>l Maestro.<br />
La familia, sin embargo, no consintió que nos perdiéramos en tan oscuros<br />
presagios. Y tras reiteradas excusas, rogando perdón por lo improvisado y<br />
«parco» <strong>de</strong> la cena, fueron a colocar antes estos <strong>de</strong>sfallecidos exploradores<br />
206
dos reconfortantes y apetitosos platos.<br />
¿Parca cena?<br />
Menos mal que la visita fue inesperada...<br />
Para <strong>de</strong>spabilar el apetito -aunque el nuestro se hallaba más que <strong>de</strong>spierto-,<br />
lo que llamaban jolo<strong>de</strong>tz. un caldo espeso y aguerrido en el que flotaba una<br />
gelatina preparada con patas <strong>de</strong> vaca. Una receta típica <strong>de</strong> la alta Galilea.<br />
Tras lavar y limpiar las piezas, las mujeres las braceaban, procediendo<br />
<strong>de</strong>spués al escalpado <strong>de</strong> la piel. Una vez saneadas eran introducidas en agua<br />
y escoltadas en la gran marmita por sucesivas oleadas <strong>de</strong> cebolla, laurel, sal,<br />
pimienta, ajos, zanahorias y un generoso chorro <strong>de</strong> ame o vino blanco.<br />
El caldo se servía muy caliente.<br />
A continuación, el segundo y no menos nutritivo plato: carne y médula,<br />
minuciosamente molidas y mezcladas con huevo duro. Y para terminar <strong>de</strong><br />
ponerlo en pie, un suspiro <strong>de</strong> mostaza y unas cucharadas <strong>de</strong> miel que humillaban<br />
el po<strong>de</strong>río <strong>de</strong>l condumio.<br />
Delicioso.<br />
Eliseo, naturalmente, repitió.<br />
Y en el transcurso <strong>de</strong> la plácida cena supimos algo más <strong>de</strong> aquel remoto y<br />
caritativo clan. Una familia que, a su manera, mo<strong>de</strong>stamente, contribuyó<br />
también al <strong>de</strong>sarrollo <strong>de</strong>l gran «plan» <strong>de</strong>l Hijo <strong>de</strong>l Hombre. Un grupo humano<br />
que, sin embargo, no consta en los escritos evangélicos...<br />
Tiglat explicó que los suyos, como el resto <strong>de</strong> las menguadas al<strong>de</strong>as que<br />
sobrevivían en el Hermón, se <strong>de</strong>dicaban <strong>de</strong>s<strong>de</strong> siempre a tres activida<strong>de</strong>s<br />
principales: tala <strong>de</strong> árboles, caza y soplado <strong>de</strong> vidrio.<br />
Sobre la primera, como creo haber referido, tendríamos cumplida información<br />
pocos meses <strong>de</strong>spués, cuando el Destino nos permitió acompañar al Maestro.<br />
Allí, como dije, entre los bosques <strong>de</strong> la Gaulanitis, <strong>de</strong>scubriríamos a un Jesús<br />
leñador. Algo nuevo para estos exploradores.<br />
Respecto a la caza, el cabeza <strong>de</strong> familia atendió gustoso y divertido todas las<br />
preguntas -a veces ingenuas y aparentemente infantiles- <strong>de</strong> aquellos curiosos<br />
yewani. Así supimos que eran expertos en la captura <strong>de</strong>l jabalí, ciervo rojo,<br />
gamo, liebre, zorro y, en ocasiones, <strong>de</strong>l lobo y <strong>de</strong>l no menos peligroso dob.<br />
Carne y pieles constituían un buen negocio, así como los «remedios» <strong>de</strong>rivados<br />
<strong>de</strong> las piezas, habitualmente elaborados por las mujeres.<br />
El jabalí o chazir era casi una plaga. Cada año, al final <strong>de</strong>l verano, invadía los<br />
viñedos <strong>de</strong> la «olla» <strong>de</strong>l Hule y <strong>de</strong>l resto <strong>de</strong> la Gaulanitis, arrasando las cosechas.<br />
La carne, inmunda para los judíos, era muy apreciada entre los<br />
gentiles, siendo utilizada, incluso, como «arma di-suasoria» contra las partidas<br />
<strong>de</strong> «bucoles» hebreos. Las cabezas eran colgadas en cancelas y puertas,<br />
advirtiendo así a los posibles asaltantes. Tal y como prescribía la Ley <strong>de</strong><br />
Moisés, el simple hecho <strong>de</strong> aproximarse al chazir o cerdo salvaje significaba<br />
contaminación y pecado.<br />
207
Ciervo y gamo, en cambio, gozaban <strong>de</strong> una excelente reputación en la Palestina<br />
<strong>de</strong> Jesús. El primero, abundantísimo en aquellas montañas, era plato<br />
obligado en las mesas <strong>de</strong> los po<strong>de</strong>rosos, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que Salomón lo pusiera <strong>de</strong><br />
moda (Reyes 1, 4-23). Para darle caza, los montañeses empleaban un curioso<br />
y efectivo sistema: a la caída <strong>de</strong>l sol se ocultaban junto a ríos y fuentes y<br />
esperaban pacientemente la llegada <strong>de</strong>l tsebi (término hebreo más próximo a<br />
«gacela» que a «ciervo»). Cuando el animal comenzaba a beber entonaban<br />
una dulce melodía con la ayuda <strong>de</strong> flautas y cítaras. El tsébi, entonces, lejos<br />
<strong>de</strong> huir, quedaba como hipnotizado, aproximándose y cayendo en manos <strong>de</strong><br />
los astutos cazadores.<br />
Los cuernos eran «comercializados» como amuletos <strong>de</strong> «especial fuerza»,<br />
capacitados -según los Tiglat- para contrarrestar cualquier veneno y, sobre<br />
todo, muy útiles para evitar broncas y peleas con esposas y suegras.<br />
La ingenuidad <strong>de</strong> estas gentes era conmovedora...<br />
Con el shual o zorro sucedía algo parecido a lo mencionado sobre el jabalí. Su<br />
afición a las uvas, arruinando las prósperas vi<strong>de</strong>s, lo había convertido en otro<br />
enemigo público. Y dueños y capataces pagaban entre uno y tres <strong>de</strong>narios-plata<br />
por cabeza presentada. En realidad, según nuestras observaciones,<br />
no se trataba <strong>de</strong>l zorro rojo europeo, sino <strong>de</strong>l Vulpes vulpes niloticus, un hermano<br />
<strong>de</strong> menos talla, <strong>de</strong> pelaje pardo-amarillento, con el lomo y vientre<br />
grisáceos y el dorso <strong>de</strong> las orejas en un negro profundo.<br />
En el fondo, judíos y gentiles lo admiraban por su sagacidad. Y coman <strong>de</strong>cenas<br />
<strong>de</strong> leyendas. Una, en especial, hacía las <strong>de</strong>licias <strong>de</strong> gran<strong>de</strong>s y chicos. Decía,<br />
más o menos, así:<br />
«Tras el pecado <strong>de</strong> Adán, Yavé entregó al mundo al "ángel <strong>de</strong> la muerte". Y<br />
todas las especies animales, incluida la serpiente, fueron arrojadas al agua<br />
por parejas. Cuando le tocó el turno a shual, la astuta raposa, señalando su<br />
imagen reflejada en las aguas, comenzó a gemir y a lloriquear. El ángel,<br />
entonces, preguntó el por qué <strong>de</strong> tanto lamento. Y el zorro explicó que se<br />
hallaba apenado por la triste suerte <strong>de</strong> su "compañero". Al reparar en el sutil<br />
engaño, Dios or<strong>de</strong>nó que fuera indultado.»<br />
Esto aclaraba por qué los judíos se negaban a darle caza, quedando el asunto<br />
en las casi exclusivas manos <strong>de</strong> los paganos.<br />
Al interesarnos por la amabet (liebre), Tiglat, entusiasmado, reconoció que<br />
era la pieza <strong>de</strong> la que obtenían mayores y más regulares beneficios. Y no por<br />
la carne o piel, estimadas únicamente por los gentiles, sino por sus estómagos<br />
y cerebros. Des<strong>de</strong> antiguo, la creencia popular aseguraba que los primeros<br />
eran un certero e infalible remedio contra la esterilidad. (Entendiendo siempre<br />
la femenina. La masculina era impensable.) Todo procedía, al parecer, <strong>de</strong> una<br />
información contenida en la Biblia. Según el libro <strong>de</strong> los Jueces (13, 4), la<br />
madre <strong>de</strong> Sansón fue estéril. Pues bien, según los judíos, cuando el ángel <strong>de</strong><br />
Yavé se presentó ante ella, anunciando el nacimiento <strong>de</strong>l mítico héroe, le<br />
208
or<strong>de</strong>nó que consumiera el citado estómago <strong>de</strong> liebre. En el pasaje en cuestión<br />
no se menciona nada semejante. El ángel habla <strong>de</strong> la esterilidad <strong>de</strong> la esposa<br />
<strong>de</strong> Manóaj y, simplemente, le prohíbe beber vino y comer alimentos impuros.<br />
La cuestión es que, con el paso <strong>de</strong>l tiempo, el texto resultaría <strong>de</strong>formado,<br />
montándose un floreciente negocio a cuenta <strong>de</strong> las pobres amabet.<br />
Los cerebros, por su parte, eran igualmente valorados. En especial por las<br />
madres. Estas supersticiosas gentes estaban convencidas <strong>de</strong> que el simple<br />
roce sobre las encías <strong>de</strong> los bebés conjuraba los dolores provocados por los<br />
primeros dientes.<br />
La liebre palestina, <strong>de</strong>finitivamente, no tenía suerte. En el colmo <strong>de</strong> la ignorancia<br />
y <strong>de</strong>l retorcimiento, rabinos y «auxiliadores» recomendaban, incluso,<br />
que no se la mirase fijamente y, mucho menos, que fuera <strong>de</strong>seada sexualmente.<br />
Si esto ocurría, Yavé fulminaba al «pecador» con el <strong>de</strong>fecto conocido<br />
como «labio leporino».<br />
Pero nuestra sorpresa llegó al límite cuando Tiglat aseguró convencido que<br />
todas las liebres eran <strong>de</strong> sexo femenino. Aquella era otra creencia, firmemente<br />
arraigada, nacida quizá <strong>de</strong>l propio término (amabet es una palabra<br />
femenina). Como mucho, tras una encendida discusión, el fenicio aceptó que<br />
«un año podían ser machos y al siguiente, irremediablemente, hembras».<br />
Insistir era inútil. Y ahí lo <strong>de</strong>jamos.<br />
Cuando le llegó el turno al lobo, el temido y respetado zeeb, también<br />
aprendimos algo.<br />
Durante los inviernos, sobre todo en los más crudos, <strong>de</strong>scendían en manadas<br />
<strong>de</strong>s<strong>de</strong> el Hermón, llegando hasta los pantanos <strong>de</strong>l Hule. Algunos <strong>de</strong> los vecinos<br />
habían sido ferozmente atacados. Y Tiglat añadió otro dato preocupante:<br />
la zona <strong>de</strong> las «cascadas», muy próxima al campamento <strong>de</strong> Jesús <strong>de</strong> Nazaret,<br />
era uno <strong>de</strong> los parajes habitualmente frecuentado por los zeeb. Allí, en <strong>de</strong>finitiva,<br />
acudían a abrevar la mayor parte <strong>de</strong> los animales <strong>de</strong>l bosque...<br />
Para capturarlos, los montañeses se valían <strong>de</strong> lazos y trampas. Y todo en él<br />
era aprovechado.<br />
Con la piel cubrían el calzado, aliviando la marcha <strong>de</strong>l caminante. También la<br />
vendían en pequeñas porciones, previamente empapadas en vino o vinagre.<br />
Al comerla -aseguraban-, los sueños eran benéficos..., y eróticos.<br />
Los dientes, como los cerebros <strong>de</strong> las liebres, se utilizaban para restregar las<br />
encías <strong>de</strong> los niños, eliminando (?) el dolor <strong>de</strong> las incipientes <strong>de</strong>ntaduras.<br />
En cuanto al corazón -siguiendo otra vieja creencia-, la familia lo secaba,<br />
vendiéndolo como un mágico talismán contra los propios lobos. La mejor<br />
«arma», sin embargo, era la manteca que <strong>de</strong>stilaban los riñones <strong>de</strong> león. Si el<br />
viajero se embadurnaba con ella, ningún lobo osaba acercarse. Así nos lo juró<br />
Tiglat. El problema, claro, era cómo conseguir semejante «ungüento»...<br />
Para unos y otros -judíos y gentiles-, este <strong>de</strong>predador era el símbolo vivo <strong>de</strong><br />
la traición. Su cuello corto -<strong>de</strong>cían- era la prueba irrefutable. Y aseguraban<br />
209
también que la inteligencia <strong>de</strong>l zeeb crecía a la par que la luna. Por ello,<br />
durante la fase <strong>de</strong> creciente -y no digamos con la luna llena-, nadie, en su<br />
sano juicio, se aventuraba <strong>de</strong> noche por aquellas montañas.<br />
La tertulia, acosada por el sueño y el cansancio, <strong>de</strong>clinó. Y la tercera actividad<br />
<strong>de</strong> los Tiglat -el soplado <strong>de</strong>l vidrio- quedó pospuesta para mejor ocasión.<br />
El anfitrión lo percibió y, haciéndose cargo, se puso en pie, recomendando que<br />
nos retiráramos. Lo agra<strong>de</strong>cimos.<br />
Y en ello estábamos cuando, <strong>de</strong> pronto, irrumpió en la estancia un nuevo<br />
«personaje». El joven Tiglat lo reclamó y, al instante, obediente y cariñoso,<br />
fue a saltar sobre el pecho <strong>de</strong> su dueño, lamiendo manos y rostro. Era Oí, el<br />
basenji negro que nos acompañaría al día siguiente.<br />
Mi hermano, intrigado, se dirigió entonces al muchacho, preguntando el por<br />
qué <strong>de</strong> tan original nombre. (Oí, en hebreo, significaba «milagro», «señal», o<br />
«prodigio»).<br />
Y Tiglat, orgulloso, le puso en antece<strong>de</strong>ntes.<br />
-Fue en pleno invierno. Mi padre, mis hermanos y yo volvíamos <strong>de</strong> la sierra...<br />
Dudó. E interrogando al complacido cabeza <strong>de</strong> familia trató <strong>de</strong> confirmar la<br />
fecha. Tiglat padre le recordó que, efectivamente, fue el 14 <strong>de</strong> adar (febrero),<br />
en pleno Purim, hacía ya cuatro años...<br />
-Eso... -prosiguió el adolescente-. Para mí fue el mejor regalo...<br />
(En dicha fiesta, como espero narrar más a<strong>de</strong>lante, era típico hacer regalos.<br />
Sobre todo a los niños.)<br />
-... Caminábamos por la meseta don<strong>de</strong> ahora se encuentra vuestro «amigo»<br />
y, <strong>de</strong> repente, vimos algo en la nieve. Era una bola negra, muy pequeña. Nos<br />
aproximamos y allí estaba...<br />
Oí, captando que su joven dueño hablaba <strong>de</strong> él, arreció en sus lametones,<br />
emitiendo aquellas increíbles «risas».<br />
-Era Oí... Apenas tenía un mes. Nunca supimos cómo llegó hasta allí, ni cómo<br />
sobrevivió... Fue un milagro. Un prodigio. Un regalo <strong>de</strong>l señor Baal.<br />
Y Tiglat lo bautizó con el citado nombre.<br />
Curioso Destino. Como ya apunté, el valiente animal iría a perecer muy cerca<br />
<strong>de</strong> don<strong>de</strong> fue rescatado y salvado...<br />
Pero no a<strong>de</strong>lantemos acontecimientos.<br />
Algo, sin embargo, no cuadraba en la historia. Y Eliseo, que nunca atrancaba,<br />
lo planteó abiertamente:<br />
-¿Por qué Oí? Tú eres fenicio...<br />
El muchacho enrojeció. Miró a su padre y éste, esbozando una picara sonrisa,<br />
replicó con la misma sinceridad:<br />
-Una tonta e infantil venganza... Vosotros sois griegos y puedo explicároslo.<br />
Los judíos nos <strong>de</strong>sprecian y, como seguramente sabéis, odian a los perros.<br />
Pues bien, ojo por ojo... ¿Qué mejor gracia para un «perro fenicio» que un<br />
nombre hebreo?<br />
210
La familia, ingenua y feliz, rió el juego <strong>de</strong> palabras.<br />
Estaba claro. Y aprovecharé la circunstancia para hacer un breve inciso y<br />
apuntar algo que también tuvo que ver con el Hijo <strong>de</strong>l Hombre. «Algo» que<br />
tampoco figura en los Evangelios y que, sin embargo, aportaría un dato más<br />
sobre la ternura <strong>de</strong>l Galileo, provocando, a su vez, más <strong>de</strong> uno y más <strong>de</strong> dos<br />
enfrentamientos con los puristas <strong>de</strong> la Ley mosaica.<br />
Me refiero, claro está, a Zal, el magnífico perro propiedad <strong>de</strong> Jesús <strong>de</strong> Nazaret.<br />
Pero, para compren<strong>de</strong>r mejor cuanto digo y cuanto señalaba Tiglat, es preciso<br />
contemplar primero la actitud <strong>de</strong>l pueblo judío hacia estos no menos infelices<br />
y <strong>de</strong>sprestigiados canes. El origen <strong>de</strong> la ancestral repulsión <strong>de</strong> los hebreos<br />
hacia el perro, tan alejada <strong>de</strong>l actual concepto, se hallaba, cómo no, en el<br />
mismísimo Yavé. Lisa y llanamente era con<strong>de</strong>nado y vilipendiado en todos los<br />
textos sagrados (?) en los que aparece. Sus cometidos, básicamente, se<br />
reducían a tres: carroñeros, guardianes <strong>de</strong> rebaños y «excusa» para el insulto.<br />
Isaías, Reyes y los Salmos lo <strong>de</strong>jan muy claro. En el último (22, 17-20), el<br />
término «perro» alcanza su auténtico significado: «malvado». Y a éste, poco<br />
a poco, se sumarían otros: sucio, cobar<strong>de</strong>, traidor, perezoso y <strong>de</strong>spreciable.<br />
Si a esta lamentable situación uníamos las alusiones <strong>de</strong> Yavé, por ejemplo en<br />
el Éxodo, es fácil captar la intencionalidad <strong>de</strong> Tiglat y, muy especialmente, la<br />
<strong>de</strong> los rigoristas judíos hacia el Maestro por el hecho <strong>de</strong> <strong>de</strong>mostrar cariño<br />
hacia un perro. Para colmo <strong>de</strong> males, otras ridículas y fantásticas leyendas<br />
terminaron por arruinar el escaso prestigio <strong>de</strong>l perro, rebajándolo, como digo,<br />
a la categoría <strong>de</strong> alimaña y criatura inmunda. Una <strong>de</strong> las más extendidas se<br />
remontaba al supuesto diluvio. Según esta creencia, el perro fue tachado por<br />
Dios <strong>de</strong> «inmoral» por no haber sabido contener sus instintos sexuales durante<br />
su permanencia en el arca <strong>de</strong> Noé.<br />
Sí, verda<strong>de</strong>ramente <strong>de</strong> locos...<br />
Al margen <strong>de</strong> esta realidad cotidiana, muchos judíos, bajo cuerda, se aprovechaban,<br />
sin embargo, <strong>de</strong> los «sarnosos perros», convirtiendo su caza y<br />
captura en un interesante «negocio». Así, lenguas, ojos y dientes eran extirpados,<br />
siendo vendidos como amuletos. La lengua, colocada bajo el <strong>de</strong>do<br />
gordo <strong>de</strong>l pie -<strong>de</strong>cían-, evita que otros perros ladren al propietario <strong>de</strong> tan<br />
estimado talismán. Lo mismo sucedía con los ojos <strong>de</strong> los perros negros,<br />
siempre que se tuviera la precaución <strong>de</strong> colgarlos <strong>de</strong>l cuello antes <strong>de</strong> iniciar un<br />
viaje. Pero la «eficacia suprema» contra los ataques <strong>de</strong> otros canes se hallaba<br />
en los dientes <strong>de</strong> un perro rabioso. Eso sí: antes <strong>de</strong> atarlos al hombro, el can<br />
en cuestión tenía que haber mordido a un hombre. Si la víctima era una mujer,<br />
miel sobre hojuelas...<br />
Tiglat nos condujo hasta la sala contigua y, excusándose <strong>de</strong> nuevo, nos hizo<br />
ver que no disponía <strong>de</strong> nada mejor. El lugar, amplio y espacioso como la<br />
«vivienda», era en realidad el taller en el que la familia fabricaba toda suerte<br />
211
<strong>de</strong> utensilios <strong>de</strong> vidrio.<br />
Agra<strong>de</strong>cimos la hospitalidad. Para aquellos agotados caminantes, cualquier<br />
rincón era bueno. Preparamos los ropones al pie <strong>de</strong> uno <strong>de</strong> los apagados<br />
hornos y, tras <strong>de</strong>searnos paz, Tiglat <strong>de</strong>positó una lucerna <strong>de</strong> aceite en una <strong>de</strong><br />
las estanterías, arrancando guiños ver<strong>de</strong>s y dorados a los abombados y<br />
transparentes vasos, jarrones y botellas. Nos observó un instante y, feliz,<br />
cerró la puerta, <strong>de</strong>sapareciendo.<br />
La Provi<strong>de</strong>ncia, en efecto, seguía velando y protegiéndonos. Aquella familia<br />
fue una bendición y un chorro <strong>de</strong> oxígeno en nuestro camino.<br />
Al poco, el bueno <strong>de</strong> Eliseo dormía profundamente. Yo, en cambio, me agité<br />
inquieto. No hubo forma <strong>de</strong> llamar al sueño. Y lo atribuí al cansancio. ¿O fue la<br />
inquietud?<br />
La verdad es que, una y otra vez, obsesivamente, la imagen <strong>de</strong>l Maestro se<br />
presentaba en la memoria.<br />
Estábamos muy cerca, sí, casi a un paso...<br />
Pero, ¿por qué me preocupaba? Y me vi asaltado por una jauría <strong>de</strong> furiosas e<br />
irritantes incógnitas.<br />
¿Nos reconocería? ¿Nos admitiría en su compañía? ¿Qué podíamos <strong>de</strong>cirle?<br />
¿Cómo explicarle?<br />
Y la seguridad que me había acompañado hasta esos momentos huyó <strong>de</strong><br />
quien esto escribe. Me sentí <strong>de</strong>solado. Quizá estábamos equivocados...<br />
¿Qué suce<strong>de</strong>ría si Jesús <strong>de</strong> Nazaret no nos aceptaba junto a Él?<br />
¡Dios!<br />
En eso no habíamos pensado...<br />
Y la figura <strong>de</strong>l Galileo, ora distante, ora seria y ajena, seguía visitándome en<br />
la penumbra <strong>de</strong>l taller.<br />
Me resistí.<br />
Ése no era el afable y entrañable «amigo» que conocía. El agotamiento, sin<br />
duda, jugaba conmigo.<br />
Finalmente, incapaz <strong>de</strong> soportar aquel suplicio, me alcé. Tomé la débil y<br />
amarillenta flama e intenté distraerme. Repasé hornos, fuelles, cañas <strong>de</strong><br />
soplado, materia prima y la nutrida batería <strong>de</strong> objetos que se apretaba fría e<br />
indiferente en pare<strong>de</strong>s y suelo.<br />
Imposible. El sueño, rebel<strong>de</strong>, se mantuvo a distancia.<br />
Y opté por asomarme al exterior. Allí, seguramente, me relajaría.<br />
Pero todo, aquella noche, parecía huraño y contrario a mi voluntad. Al empujar<br />
la achacosa portezuela que comunicaba con el resto <strong>de</strong> la al<strong>de</strong>a, los<br />
goznes, irritados, protestaron. Me volví hacia el lugar don<strong>de</strong> <strong>de</strong>scansaba mi<br />
hermano. ¡Bendito ingeniero! Ni un terremoto lo hubiera <strong>de</strong>spertado...<br />
Las casuchas, oscuras y silenciosas, ni se inmutaron.<br />
Busqué refugio al pie <strong>de</strong> uno <strong>de</strong> los muros <strong>de</strong>l taller. Inspiré profundamente y<br />
me bebí las estrellas.<br />
212
Casi podía tocarlas con las manos.<br />
¡Dios! ¡Qué hermosa y blanca negrura!<br />
De pronto, en la lejanía, en ninguna parte, sonó limpio y prolongado un aullido.<br />
Sentí un escalofrío.<br />
¿Lobos? ¿Chacales?<br />
Y Venus y Júpiter, en conjunción, me hicieron una señal. Después otra y<br />
otra...<br />
Nuevos aullidos. Nuevo estremecimiento.<br />
Y como huida <strong>de</strong> aquella luminosa ciudad flotante vi entrar en mi agitada<br />
mente una inconfundible figura. Vestía <strong>de</strong> negro y sujetaba una reluciente y<br />
afilada guadaña. ..<br />
La rechacé.<br />
¿Qué ocurría?<br />
Pero la imagen, <strong>de</strong>cidida, alzó la cuchilla, avisando. Y, súbitamente, se extinguió.<br />
Y dos, tres, cuatro nuevos aullidos, más cercanos, me erizaron los cabellos.<br />
¿Qué era aquello? ¿Un presentimiento? ¿Una advertencia? ¿Una locura? ¿Por<br />
qué la muerte? ¿Y por qué en esos instantes y en ese lugar?<br />
Horas más tar<strong>de</strong>, por <strong>de</strong>sgracia, comprobaría que la «visión» (?) no fue fruto<br />
<strong>de</strong> mi cansada y casi nula imaginación. El Destino, supongo, a su manera, me<br />
advertía...<br />
Y poco a poco, consumada la extraña «aparición», la inquietud fue anestesiada<br />
y caí en el pozo <strong>de</strong> los sueños. Sí, otra vez las ensoñaciones...<br />
En esta ocasión me vi caminando entre bosques. Era el Hermón. Aparecía<br />
muy cerca, con la cumbre nevada.<br />
En cabeza marchaba el joven Tiglat, a lomos <strong>de</strong> un jumento. A su lado, Oí, el<br />
basenji negro. Detrás, alegre, cargando el saco <strong>de</strong> viaje, Eliseo y cerrando la<br />
expedición, este explorador.<br />
Pero no. Quien esto escribe no era el último caminante...<br />
A mis espaldas, a cuatro o cinco metros, con paso igualmente presuroso,<br />
avanzaba una vieja «conocida».<br />
¡La muerte!<br />
Se cubría con la misma y larga túnica funeraria, cargando sobre el hombro<br />
una temible y larguísima guadaña.<br />
Intenté avisar, pero la voz no salía <strong>de</strong> mi garganta.<br />
Nadie parecía verla. Ni siquiera Ot.<br />
Volví la cabeza y la muerte, con una helada sonrisa, asintió.<br />
De pronto, en las cercanías <strong>de</strong> un corpulento árbol, comenzó a llover. Era una<br />
lluvia torrencial.<br />
El peito «habló» y aconsejó que nos refugiáramos bajo la gran copa. Así lo<br />
hicimos.<br />
213
Y la osamenta, impasible, sin <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> sonreír, se plantó frente al grupo.<br />
Entonces alzó los <strong>de</strong>scarnados <strong>de</strong>dos y señaló hacia lo alto.<br />
¡Dios mío!<br />
De las ramas colgaban nuestras propias cabezas...<br />
Estaban vivas.<br />
La <strong>de</strong> Ot, en cambio, sangrante y suspendida por los ojos, carecía <strong>de</strong> vida.<br />
Intenté reaccionar. Pulsé el láser <strong>de</strong> alta energía, graduándolo a la máxima<br />
potencia.<br />
¡Dios santo!<br />
No funcionó...<br />
Y la muerte replicó con unas sonoras y cavernosas carcajadas.<br />
Entonces, por <strong>de</strong>trás, entre los árboles, surgieron unos hombres. Portaban<br />
hachas, mazas y espadas.<br />
¡Eran americanos!<br />
Vestían uniformes <strong>de</strong> campaña. Y avanzaron amenazantes...<br />
¡Oh, Dios!<br />
Todos tenían el mismo rostro. ¡El <strong>de</strong>l general Curtiss!<br />
Zaran<strong>de</strong>é a Eliseo, advirtiéndole. No hizo caso. Y continuó hablando con Tiglat<br />
sobre la inoportuna cortina <strong>de</strong> agua. Ot aseguró que pasaría pronto...<br />
Uno <strong>de</strong> los militares se <strong>de</strong>tuvo junto a la muerte. Se abrazaron. Aquel «Curtiss»<br />
era el único que no iba armado. Mejor dicho, era el mejor armado...<br />
¡En la mano izquierda sostenía otra «vara <strong>de</strong> Moisés»!<br />
Cuchichearon.<br />
De vez en cuando me miraban y seguían hablando en voz baja.<br />
Finalmente, el chorreante «Curtiss» indicó que me acercara.<br />
Obe<strong>de</strong>cí.<br />
Y al separarme <strong>de</strong>l árbol, la intensa lluvia me empapó.<br />
-¡Los informes!... ¡Queremos los informes <strong>de</strong> ADN! ¡Tú los tienes!<br />
Negué con <strong>de</strong>sesperación.<br />
El individuo, entonces, se quitó el gorro que lucía unas estrellas <strong>de</strong> general y<br />
lo arrojó al suelo, pisoteándolo con rabia.<br />
Volví a negar.<br />
-¡Entrégamelos!... ¡Eso es propiedad <strong>de</strong> la USAF!<br />
E irritado, soltando el cayado, se abalanzó sobre mí. Hizo presa en mis brazos<br />
y gritó:<br />
-¡Jasón!... ¡Obe<strong>de</strong>ce!... ¡Jasón!<br />
En ese instante, alguien me <strong>de</strong>spertó.<br />
-¡Jasón!...<br />
Eliseo, tan empapado como yo, me zaran<strong>de</strong>aba sin miramiento.<br />
-¿Qué?... Mi general..., yo no sé nada...<br />
Mi hermano, al escuchar las inconexas frases -¡y en inglés!- se alarmó <strong>de</strong>finitivamente.<br />
214
-¿Qué te ocurre?... ¡Despierta!<br />
Los fríos y <strong>de</strong>nsos goterones terminaron <strong>de</strong>volviéndome a la realidad. Me<br />
puse en pie y, aturdido, me excusé.<br />
-¿Otra pesadilla?<br />
Asentí en silencio.<br />
-Te lo dije... Anoche abusamos <strong>de</strong>l jolo<strong>de</strong>tz y <strong>de</strong>l maldito arac. Pero, ¿qué<br />
diablos haces aquí afuera?<br />
Respondí como pu<strong>de</strong>, improvisando. Tampoco <strong>de</strong>seaba abrumarlo con mis<br />
extrañas inquietu<strong>de</strong>s y las no menos locas ensoñaciones.<br />
¿Locas?<br />
Hoy sé que algunos sueños no son tan <strong>de</strong>menciales ni absurdos como parecen<br />
a simple vista...<br />
20 DE AGOSTO, LUNES<br />
Regresamos al taller. La familia se afanaba ya en el <strong>de</strong>sayuno y en los preparativos<br />
para la partida.<br />
El reciente sueño, sin embargo, me tenía perplejo. Seguía viendo la cara <strong>de</strong><br />
aquel «Curtiss» y la calavera <strong>de</strong> la muerte.<br />
¡Qué extraño!<br />
Me aproximé a la portezuela e inspeccioné el cielo. El brillante firmamento<br />
había sido borrado <strong>de</strong> un plumazo. Durante la noche, un inesperado frente<br />
borrascoso escapó <strong>de</strong>l Mediterráneo, cubriendo parte <strong>de</strong> la Gaulanitis. Y la<br />
lluvia, benéfica, <strong>de</strong>scargó sobre valles y colinas.<br />
¡Qué extraño! También en el sueño llovía torrencial-mente...<br />
E intenté espantar la absurda coinci<strong>de</strong>ncia. Estábamos don<strong>de</strong> estábamos. El<br />
alba llegaba puntual, encendiendo montañas. Sólo <strong>de</strong>bía preocuparme <strong>de</strong>l<br />
inminente viaje. Con un poco <strong>de</strong> suerte, hoy estaríamos con Él...<br />
¡Al fin!<br />
El cabeza <strong>de</strong> familia terminó uniéndose a este <strong>de</strong>sconcertado explorador. Me<br />
vio observar las negras y veloces masas nubosas y, captando una supuesta<br />
inquietud por el cambio atmosférico, quiso tranquilizarme.<br />
-Pasará pronto...<br />
En parte tenía razón. Estas borrascas eran bastante comunes en los veranos<br />
<strong>de</strong> la alta Galilea. Y <strong>de</strong> la misma y súbita forma en que se presentaban, así se<br />
alejaban. En esta oportunidad, sin embargo, el espectáculo <strong>de</strong> los «yunques»,<br />
inmensos como torres, castigándose mutuamente con fulgurantes culebrinas,<br />
me <strong>de</strong>jó inquieto. ¿Pasarían? Con esto no habíamos contado. Si la lluvia no<br />
cesaba, el viaje peligraría.<br />
Compartimos el <strong>de</strong>sayuno y hacia la hora «tercia» (las nueve), tal y como<br />
pronosticara Tiglat, escampó. Los cumulonimbos, no obstante, continuaron<br />
<strong>de</strong>sembarcando por el oeste, sombreando el paisaje y obligando al sol a<br />
215
<strong>de</strong>rramarse en estrechas y clan<strong>de</strong>stinas cascadas blancas, azules y doradas.<br />
Aquello no me gustó. La lluvia seguía allí, amenazante.<br />
Y el «sueño», <strong>de</strong> nuevo, tocó en mi hombro...<br />
Tiglat revisó la carga. El onagro propiedad <strong>de</strong>l Maestro aguantó sin problemas.<br />
El animal, alto, joven, y fuerte, recibió dos gran<strong>de</strong>s alforjas <strong>de</strong> junco, repletas<br />
<strong>de</strong> viandas. Y entre ambas, meticulosamente enrollada, la tienda <strong>de</strong> pieles <strong>de</strong><br />
cabra solicitada la noche anterior.<br />
Y ante nuestra sorpresa, el anfitrión solicitó que inspeccionáramos el cargamento.<br />
Me negué.<br />
El jefe <strong>de</strong>l clan, entonces, con voz autoritaria, or<strong>de</strong>nó al hijo que retornara a<br />
la casa.<br />
Comprendimos. Si no accedíamos, no había viaje...<br />
Legumbres, carne salada, pescado ahumado, huevos, aceite, dos log <strong>de</strong> sal<br />
(alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> un kilo), dos bats <strong>de</strong> vino (cinco litros), especias, harina, fruta<br />
en abundancia, un par <strong>de</strong> ána<strong>de</strong>s, seis gran<strong>de</strong>s y redondas hogazas <strong>de</strong> pan <strong>de</strong><br />
trigo, miel, dos botellas <strong>de</strong> ame y un obsequio <strong>de</strong> la casa: un cuarto <strong>de</strong> seah<br />
(unos cuatro kilos) <strong>de</strong> un excelente lomo <strong>de</strong> ciervo curado. El resto, la verdad,<br />
no lo recuerdo.<br />
Satisfecho el inventario -más que suficiente para una o dos semanas-, Eliseo<br />
echó mano <strong>de</strong> la bolsa, preguntando el importe.<br />
Tiglat, <strong>de</strong> nuevo, nos sorprendió.<br />
-Eso -proclamó con la misma contun<strong>de</strong>ncia-, a la llegada...<br />
-Pero...<br />
No hubo forma. Y tras agra<strong>de</strong>cer la confianza y hospitalidad <strong>de</strong> aquellas<br />
sencillas y entrañables gentes nos pusimos en camino.<br />
El joven Tiglat, en cabeza, tiró <strong>de</strong>l asno, tomando un sen<strong>de</strong>rillo que, <strong>de</strong> inmediato,<br />
se coló en el bosque <strong>de</strong> cipreses. A su lado, correteando arriba y<br />
abajo, Ot, el dócil basenji. Detrás, alegre, aliviado por el frescor <strong>de</strong> los «Cb»<br />
(cumulonimbos), mi hermano, cargando al hombro el saco <strong>de</strong> viaje. Por último,<br />
como siempre, este explorador ahora relativamente feliz y confiado. El<br />
nevado Hermón, apenas molestado por la base <strong>de</strong> los «Cb», estaba a la vista.<br />
¡Al fin!, me dije.<br />
Si los cálculos <strong>de</strong> Tiglat eran correctos, los cinco kilómetros que separaban<br />
Bet Jenn <strong>de</strong>l mahaneh, el campamento en el que permanecía Jesús <strong>de</strong> Nazaret,<br />
<strong>de</strong>berían ser cubiertos en dos o tres horas. Todo <strong>de</strong>pendía <strong>de</strong> la ruta<br />
elegida por el pequeño guía y, naturalmente, <strong>de</strong>l voluble Destino...<br />
Al principio <strong>de</strong>scendimos. Después, la estrechísima pista se en<strong>de</strong>rezó, escalando<br />
nuevas colinas.<br />
Cota «1500».<br />
Al mirar atrás, entre la arboleda, distinguí la media docena <strong>de</strong> casitas negras<br />
<strong>de</strong> Bet Jenn. Por <strong>de</strong>bajo, en la cota «1 198», el verdinegro lago Phiale, un<br />
216
antiguo volcán anegado por las corrientes subterráneas que huían <strong>de</strong>l Hermón.<br />
Los lugareños aseguraban que la menguada y circular laguna, <strong>de</strong> unos trescientos<br />
metros <strong>de</strong> diámetro, se hallaba comunicada con la ciudad <strong>de</strong> Paneas e,<br />
incluso, con el padre Jordán.<br />
Y, <strong>de</strong> pronto, al cruzar un olivar, Tiglat, <strong>de</strong> un salto, fue a montar sobre el<br />
onagro.<br />
¿Cómo no me había dado cuenta?<br />
Me estremecí.<br />
La reducida expedición presentaba el mismo or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> marcha que el sueño...<br />
Y como un idiota llegué a volver la cabeza. Allí, a mis espaldas, obviamente,<br />
sólo encontré olivos.<br />
El breve trayecto entre los corpulentos zayit fue un suplicio. Y la ensoñación<br />
se creció. Sin querer estaba olvidando a los «bucoles», los sanguinarios rufianes<br />
<strong>de</strong>l Hule.<br />
Entonces -no sé cómo-, lo vi claro...<br />
Los «hombres» <strong>de</strong>l sueño podían ser bandidos. Estábamos en sus dominios. El<br />
jefe <strong>de</strong>l clan ratificó las advertencias <strong>de</strong> los felah. Aquellas alturas eran un<br />
nido <strong>de</strong> maleantes.<br />
No, los militares armados no eran un «residuo» <strong>de</strong>l subconsciente. Allí latía<br />
«algo» más...<br />
Pero, ¿y las cabezas colgadas <strong>de</strong> las ramas? ¿Por qué la <strong>de</strong> Ot era la única sin<br />
vida?<br />
Y el negro presentimiento tomó posesión, <strong>de</strong>finitivamente, <strong>de</strong> este angustiado<br />
explorador.<br />
Por fortuna, el fragante olor a tierra mojada y la aparente paz <strong>de</strong> los riscos<br />
fueron relajándome. Y el susto se diluyó.<br />
Cerca <strong>de</strong> la cota «1 700» el paisaje cambió <strong>de</strong> rostro. Cipreses y olivos se<br />
rezagaron y, en su lugar, las estribaciones <strong>de</strong>l Hermón presentaron una cara<br />
más adusta y cerrada. Al frente y a la <strong>de</strong>recha, picudos y vigilantes, aparecieron<br />
los har Nida y Kahal, con las la<strong>de</strong>ras vestidas <strong>de</strong> enebros griegos, pinos<br />
<strong>de</strong> Calabria, abetos cilíceos y los perfumados mirtos, dulcificando con sus<br />
coronas <strong>de</strong> flores blancas los graves, enmarañados y azules perfiles <strong>de</strong>l espeso<br />
aar, el bosque anunciador, siempre súbdito, <strong>de</strong>l «rey» <strong>de</strong>l Hermón, el<br />
monumental y mítico cedro.<br />
La senda, como pudo, torció a la izquierda y atacó los nuevos promontorios.<br />
En lo alto, montada en el viento, patrullaba en círculo una familia <strong>de</strong> buitres<br />
negros y leonados. De vez en cuando, bregando con la fuerza <strong>de</strong> los «Cb», se<br />
<strong>de</strong>jaban caer, señalizando algo. No presté mayor atención. Probablemente<br />
vigilaban alguna carroña.<br />
Tiglat también miró a los cielos y, sin previo aviso, azuzó al jumento, avivando<br />
la marcha.<br />
¿Qué ocurría?<br />
217
Pronto lo sabríamos...<br />
Al cabo <strong>de</strong> unos minutos, el bosque se abrió momentáneamente. Y el sen<strong>de</strong>ro<br />
se dividió en dos.<br />
El muchacho <strong>de</strong>scendió e inmovilizó al onagro. Al reunimos, señalando hacia<br />
nuestra <strong>de</strong>recha, fue a <strong>de</strong>scubrir un minúsculo grupo <strong>de</strong> chozas, medio oculto<br />
por el pinar. Era Quinea, un poblado <strong>de</strong> leñadores. Pidió que esperásemos.<br />
Deseaba entrar y consultar la situación <strong>de</strong> la zona. La presencia <strong>de</strong> los buitres<br />
no le agradó. No era buena señal.<br />
-Esos -manifestó- llegan siempre <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> los «bucoles»...<br />
Y dicho y hecho.<br />
Tiglat corrió hacia los árboles, seguido <strong>de</strong>l bullicioso basenji.<br />
Eliseo observó las evoluciones <strong>de</strong> los buitres y me interrogó con la mirada.<br />
Poco pu<strong>de</strong> <strong>de</strong>cirle. Mi experiencia con los bandidos -al margen <strong>de</strong> la vivida en<br />
la pasada operación «Salomón»- era casi nula.<br />
E inquietos nos entretuvimos inspeccionando el calvero.<br />
El sen<strong>de</strong>rillo, en efecto, se bifurcaba a escasa distancia. El nuevo ramal partía<br />
hacia la izquierda, tragado prácticamente por la espesura. En la encrucijada,<br />
un grueso poste clavado en la escoria volcánica advertía: «Paneas. Siete<br />
millas.»<br />
Tomamos nota <strong>de</strong> la referencia. La senda, al parecer, <strong>de</strong>scendiendo hacia el<br />
suroeste, moría en la ruta <strong>de</strong> Damasco, muy cerca <strong>de</strong> Cesárea <strong>de</strong> Filipo.<br />
Regresamos al centro <strong>de</strong>l claro. Tiglat se <strong>de</strong>moraba. Todo, a nuestro alre<strong>de</strong>dor,<br />
parecía tranquilo. El silencio, sin embargo, se me antojó raro. Podía<br />
oírse. Y lo atribuí a lo alejado y remoto <strong>de</strong>l lugar.<br />
De pronto, Oí surgió entre los pinos. Y <strong>de</strong>trás, su dueño, acompañado por dos<br />
individuos.<br />
-Malas noticias -gritó Tiglat mientras se aproximaba-. Esos malditos mero<strong>de</strong>an<br />
por los alre<strong>de</strong>dores...<br />
-¿Esos malditos?<br />
La pregunta <strong>de</strong> Eliseo era innecesaria. Pero el guía aclaró:<br />
-Los «bucoles».<br />
Y refiriéndose a los fornidos y renegridos leñadores, añadió:<br />
-Acaban <strong>de</strong> confirmarlo. Esta mañana, al alba, han visitado la al<strong>de</strong>a. Se han<br />
llevado vino y provisiones...<br />
El muchacho se dirigió entonces a uno <strong>de</strong> los paisanos y, en fenicio, volvió a<br />
interrogarlo.<br />
El hoteb, un leñador curtido y con cara <strong>de</strong> pocos amigos, se extendió en un<br />
largo parlamento, marcando el norte con la mano <strong>de</strong>recha.<br />
-Dice -tradujo el guía- que los vieron alejarse hacia las «cascadas»... Eran<br />
seis. Los manda un viejo «conocido»; Kedab, también llamado «Al».<br />
El nombre, en arameo, significaba «mentiroso». En cuanto al apodo -«Al»-,<br />
218
me <strong>de</strong>jó confuso. E, inseguro, pregunté:<br />
-¿«Al»?<br />
Tiglat asintió.<br />
No había entendido mal. «Al», en efecto, quería <strong>de</strong>cir «no».<br />
Y moviendo la cabeza negativamente, el preocupado jovencito resumió el<br />
resto <strong>de</strong> las explicaciones <strong>de</strong>l hoteb.<br />
-Dice también que van armados hasta los dientes... Seguramente, a estas<br />
horas, estarán borrachos...<br />
-¿Y qué aconsejan tus amigos?<br />
Tiglat transmitió la cuestión planteada por mi compañero al tipo <strong>de</strong> las malas<br />
pulgas.<br />
La respuesta fue inmediata.<br />
-Dice que lo mejor es dar media vuelta y regresar a Bet Jenn. Esos malnacidos<br />
matan por un log <strong>de</strong> arac...<br />
(Un log equivalía a unos seiscientos gramos y nosotros, para colmo, cargábamos<br />
más <strong>de</strong> dos litros.)<br />
Tiglat, silencioso, acarició al basenji. Comprendí sus dudas. Pero, por puro<br />
instinto, permanecí mudo. Finalmente, tras una larga pausa, hizo una recomendación:<br />
-Si lo <strong>de</strong>seáis podéis permanecer en Quinea. La menguante <strong>de</strong> agosto ya ha<br />
terminado y ellos- se dirigió entonces a los leñadores- no reempren<strong>de</strong>rán la<br />
tala hasta la próxima luna llena. Aquí estaréis bien y a salvo... Son hombres<br />
honrados.<br />
-¿Y tú?<br />
Tiglat sonrió sin ganas. -Yo cumpliré lo pactado con el «extraño galileo».<br />
-Pero...<br />
No atendió las razones <strong>de</strong> Eliseo.<br />
-Confío en mi señor, Baal. Él me protegerá.<br />
Estaba claro.<br />
Tomé a mi hermano por el brazo y, retirándonos unos pasos, cambié impresiones.<br />
Ambos estuvimos <strong>de</strong> acuerdo. Proseguiríamos. No habíamos llegado hasta allí<br />
para echarnos atrás por causa <strong>de</strong> los «bucoles»...<br />
Así se lo hicimos saber.<br />
Y el muchacho, complacido, aceptó.<br />
Doscientos o trescientos metros más allá el bosque volvió a abrirse. Y nos<br />
encontramos frente a un adolescente y parlanchón río Hermón. Al cruzar el<br />
<strong>de</strong>crépito puentecillo <strong>de</strong> troncos que lo burlaba, Tiglat, señalando las ver<strong>de</strong>s<br />
aguas, proclamó orgulloso:<br />
-Alevín, el que cabalga las nubes...<br />
Éste era el nombre <strong>de</strong>l tributario <strong>de</strong>l Jordán entre los montañeses. Aleyin, uno<br />
<strong>de</strong> los hijos <strong>de</strong>l dios Baal, favorecedor <strong>de</strong> las plantas. Por regla general, los<br />
219
fenicios gustaban bautizar a los ríos con los nombres <strong>de</strong> sus divinida<strong>de</strong>s. El<br />
menguado cauce, como tendríamos ocasión <strong>de</strong> verificar días más tar<strong>de</strong>, nacía<br />
en los ventisqueros <strong>de</strong>l Hermón. De ahí también su atributo: «cabalgador <strong>de</strong><br />
las nubes».<br />
El puente sobre el nabal era otra excelente referencia. Y calculé el tiempo<br />
invertido <strong>de</strong>s<strong>de</strong> Bet Jenn. Si no me equivocaba, hacía unas dos horas que<br />
caminábamos. Distancia recorrida: unos tres kilómetros. Restaban, pues,<br />
otros dos, con un tiempo estimado <strong>de</strong> una hora, aproximadamente.<br />
Y me sentí feliz.<br />
Si todo discurría con normalidad, hacia el mediodía (hora «quinta») estaríamos<br />
en presencia <strong>de</strong>l Maestro...<br />
¿Con normalidad? ¡Pobre ingenuo!<br />
El Destino, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> alguna parte, <strong>de</strong>bió sonreír con benevolencia...<br />
Al otro lado <strong>de</strong>l nahal Hermón, al filo <strong>de</strong>l bosque, entre un atrevido y oloroso<br />
maquis formado por arbustos <strong>de</strong> menta, cisto, salvia amarilla y tomillo, se<br />
alzaba una novedad: cinco piedras cónicas, toscamente labradas, <strong>de</strong> metro y<br />
medio <strong>de</strong> altura, y perfectamente alineadas <strong>de</strong> este a oeste.<br />
Tiglat <strong>de</strong>smontó. Se aproximó reverencioso a la hilera <strong>de</strong> basalto negro y,<br />
durante unos minutos, permaneció en silencio, con la cabeza baja. Después,<br />
volviéndose, nos invitó a <strong>de</strong>scansar. A partir <strong>de</strong> allí, según sus palabras,<br />
empezaba lo más duro. El sen<strong>de</strong>rillo, paralelo a la margen <strong>de</strong>recha <strong>de</strong>l río,<br />
trepaba arduo y <strong>de</strong>sequilibrado, saltando <strong>de</strong> la cota «1 700» a la «2000» en<br />
cuestión <strong>de</strong> 1 500 metros. Poco antes <strong>de</strong> dicha cota «2000», a unos tres estadios<br />
(algo más <strong>de</strong> medio kilómetro), finalizaba el viaje. Para ser exactos, el <strong>de</strong><br />
Tiglat. Allí -explicó-, <strong>de</strong> acuerdo a lo convenido con el «extraño galileo»,<br />
<strong>de</strong>positaría las provisiones. Acto seguido regresaría.<br />
El muchacho <strong>de</strong>jó libre al onagro y, sentándose al pie <strong>de</strong> una <strong>de</strong> las rocas,<br />
abrió el zurrón que colgaba en bandolera. Extrajo pan y una oscura porción <strong>de</strong><br />
cecina <strong>de</strong> jabalí y se dispuso a dar buena cuenta <strong>de</strong>l refrigerio. Oí, atento, se<br />
plantó frente al dueño, aguardando su parte.<br />
Mi hermano, imitando al guía, buscó apoyo en la piedra contigua. Yo, por mi<br />
parte, intrigado, <strong>de</strong>diqué unos minutos a la exploración <strong>de</strong>l monumento sagrado.<br />
Porque ésa, en <strong>de</strong>finitiva, era la intencionalidad <strong>de</strong> las puntiagudas<br />
rocas. Tiglat, más tar<strong>de</strong>, lo confirmaría.<br />
Estábamos, efectivamente ante un asherat, una formación megalítica, muy<br />
frecuente en Fenicia y, sobre todo, en las montañas. Aunque nos encontrábamos<br />
en territorio <strong>de</strong> la Gaulanitis -es <strong>de</strong>cir, en Palestina-, estos centros <strong>de</strong><br />
culto pagano eran relativamente habituales. A veces, en lugar <strong>de</strong> piedra, los<br />
montañeses utilizaban altos y robustos troncos <strong>de</strong> cedro, bien en círculo o<br />
también en línea recta. Los judíos, en especial los amantes <strong>de</strong> la paz, hacían<br />
la vista gorda, ignorando tales construcciones. Yavé, en el Deuteronomio (16,<br />
21), era especialmente rígido con estos símbolos idolátricos.<br />
220
Finalmente me uní a Eliseo y, curioso, interrogué al muchacho sobre la naturaleza<br />
<strong>de</strong>l conjunto.<br />
Los erectos peñascos, en efecto, recibían el nombre <strong>de</strong> asherat, en honor a la<br />
diosa y madre <strong>de</strong> Baal, aunque, en este caso, habían sido <strong>de</strong>dicados a dos <strong>de</strong><br />
los hijos <strong>de</strong> Baal-Ros, señor <strong>de</strong> los promontorios: Resef y el mencionado<br />
Aleyin. El primero -según el ceremonioso Tiglat- gobernaba el rayo y el trueno.<br />
El segundo, como fue dicho, cuidaba <strong>de</strong> fuentes, ríos y aguas subterráneas.<br />
Cada fenicio, siempre que acertaba a pasar junto a uno <strong>de</strong> estos «templos»,<br />
tenía la obligación <strong>de</strong> <strong>de</strong>tenerse y orar ante los dioses representados por las<br />
piedras o leños.<br />
Concluidas las explicaciones, el ingeniero intervino, planteando un asunto tan<br />
oportuno como interesante. Un asunto <strong>de</strong>l que, forzados por las circunstancias,<br />
casi no hablamos en Bet Jenn.<br />
-¿Qué aspecto tiene tu amigo, el «extraño galileo»?<br />
El adolescente, sorprendido por la súbita pregunta, contestó con una hábil y<br />
lógica interrogante:<br />
-Pero, ¿no dices que lo conoces?<br />
Mi hermano, atrapado, escapó como pudo.<br />
-Sí, bueno..., pero hace mucho que no lo vemos...<br />
-No sé -balbuceó Tiglat, dirigiendo el rostro hacia la cumbre <strong>de</strong>l Hermón-, no<br />
hemos cruzado ni diez palabras...<br />
Y añadió pensativo:<br />
-Parece serio..., y preocupado. Algo grave <strong>de</strong>be su-ce<strong>de</strong>rle para que se haya<br />
refugiado en ese lugar...<br />
Eliseo, <strong>de</strong> i<strong>de</strong>as fijas, insistió.<br />
-Me refiero al aspecto físico...<br />
El guía, <strong>de</strong>sconcertado, encogiéndose <strong>de</strong> hombros, repitió la cuestión.<br />
-¿Aspecto físico? No te entiendo...<br />
Intenté hacérselo más fácil.<br />
-¿Tiene buena salud?<br />
-¡Ya lo creo!<br />
Y aportó un dato interesante.<br />
-Es un hombre muy fuerte. Es unsallit...<br />
(Así <strong>de</strong>nominaban a los individuos po<strong>de</strong>rosos, con especial fuerza física.)<br />
-...Él solo ha levantado un refugio <strong>de</strong> piedra...<br />
Pero, poco amante <strong>de</strong> las medias verda<strong>de</strong>s, corrigió:<br />
-Bueno, yo también colaboré. Pronto lo alcanzaremos. Allí <strong>de</strong>jo siempre la<br />
comida.<br />
-¿Allí?<br />
Tiglat asintió.<br />
-Entonces -redon<strong>de</strong>ó Eliseo-, ¿no permite que llegues al mahaneh, al cam-<br />
221
pamento?<br />
-Eso fue lo establecido. Él paga y yo obe<strong>de</strong>zco...<br />
Mi hermano y yo cruzamos una inquieta mirada. ¿Por qué Jesús no consentía<br />
que el jovencito pasara <strong>de</strong>l refugio <strong>de</strong> piedra? ¿Qué ocurría en el lugar don<strong>de</strong><br />
acampaba? Y lo más importante: ¿seríamos una excepción? ¿Nos autorizaría<br />
a permanecer junto a Él? Pero, lógicamente, ninguna <strong>de</strong> las irritantes cuestiones<br />
le fue formulada. Eso <strong>de</strong>beríamos averiguarlo por nosotros mismos.<br />
-¿Y qué supones que hace allá arriba?<br />
Los negros y <strong>de</strong>spiertos ojos <strong>de</strong>l adolescente, intuyendo una segunda intención,<br />
se clavaron en los <strong>de</strong> Eliseo. El ingeniero, sin embargo, frío como las<br />
piedras <strong>de</strong>l ashe-rat, aguantó impertérrito. Finalmente, tras una tensa pausa,<br />
Tiglat esgrimió con audacia:<br />
-¿Quiénes sois?... ¿Quién es en verdad ese «extraño galileo»?<br />
-No has respondido a mi pregunta.<br />
-Vosotros tampoco...<br />
-Te lo dijimos -tercié conciliador-. Somos griegos. Viejos amigos <strong>de</strong> tu amigo...<br />
Necesitamos hablar con Él.<br />
No pareció muy convencido, pero se resignó.<br />
-En primer lugar, no es mi amigo... Un oheb [amigo] es otra cosa. Es alguien<br />
querido... A un oheb no se le cobra. Y os diré más. Nunca espío...<br />
Eliseo acusó el golpe.<br />
-... Los dioses no lo permiten y mi padre tampoco. Nunca he pasado <strong>de</strong>l<br />
refugio. A<strong>de</strong>más, como sabéis, ese paraje, el <strong>de</strong> las «cascadas», no es muy<br />
recomendable...<br />
-¿Él lo sabe?<br />
-Fue lo primero que le dijimos cuando se interesó por nuestros servicios.<br />
Nadie, en su sano juicio, acampa en ese lugar. Y menos ahora, con «Al» y su<br />
gente mero<strong>de</strong>ando por los alre<strong>de</strong>dores...<br />
-¿Comentó algo? ¿Os dio alguna explicación?<br />
-Sí, se refirió a que no estaba solo... Pero, francamente, no le entendimos.<br />
Que yo sepa, allá arriba no hay nadie más..., salvo esos malnacidos.<br />
Hizo un silencio y, cayendo en la cuenta <strong>de</strong> algo, añadió convencido:<br />
-Claro... Ahora lo entiendo. Él os espera... Por eso dijo que no estaba solo.<br />
No le sacamos <strong>de</strong>l error. ¿O no fue un error? ¿Es que el Maestro sabía...? No,<br />
eso era imposible.<br />
Y Eliseo, <strong>de</strong>sviando la conversación, retornó al tema inicial.<br />
-¿Y por qué dices que parece preocupado?<br />
-No sé... Quizá porque habla poco. A<strong>de</strong>más, en sus ojos se nota cierta tristeza...<br />
-¿Sabes cómo se llama?<br />
Negó con la cabeza. Y, nuevamente sorprendido, admitió:<br />
-Es curioso... Ahora que lo mencionas, nadie se lo preguntó y él tampoco lo<br />
222
dijo. Mi padre y yo nos referimos a él como el «extraño galileo».<br />
Y, curioso, se a<strong>de</strong>lantó a nuestros pensamientos.<br />
-¿Cuál es su gracia? -Yesua...<br />
-Jesús...<br />
-Jesús <strong>de</strong> Nazaret -precisé sin disimular un cierto orgullo-. Un «ah», un<br />
hermano...<br />
-Pero vosotros sois extranjeros. ¿Cómo podéis llamar hermano a un yehuday<br />
[judío]?<br />
-Este yehuday no es como los <strong>de</strong>más...<br />
-¿Es rico?<br />
El ingeniero, encantado ante la sinceridad <strong>de</strong>l joven fenicio, rió con ganas. Y<br />
replicó con la verdad.<br />
-Su corazón es inmensamente rico...<br />
-Comprendo... Es un judío que no teme a ese <strong>de</strong>spiadado Yavé.<br />
-Es un ser humano.<br />
-¿Humano y judío? Imposible... -Ya veo que no te agradan -sentenció Eliseo.<br />
-No me gusta su Dios. Los vuelve locos. Discrimina. Se consi<strong>de</strong>ran en posesión<br />
<strong>de</strong> la verdad. Nos <strong>de</strong>sprecian.<br />
-¿La verdad? -intervine-. ¿Qué es para ti la verdad?<br />
No lo dudó. Señaló las piedras cónicas y, seguro <strong>de</strong> sí mismo, afirmó:<br />
-Mi padre dice que la verdad, si existe, no está en los dioses, ni tampoco en las<br />
leyes. La verdad está por llegar.<br />
-Y si algún día llega, ¿sabrás reconocerla?<br />
Asintió tímidamente.<br />
-Creo que sí. Según mi padre, la verdad va directa al corazón. Lo sabré porque<br />
me hará temblar. Pero no <strong>de</strong> miedo, sino <strong>de</strong> emoción...<br />
-Tu padre es un hombre sabio.<br />
-Mi padre -corrigió a Eliseo- es bueno. Él se <strong>de</strong>ja guiar por el instinto. Os<br />
contaré algo...<br />
Pero la confesión quedó en suspenso. Unos gruesos y aislados goterones nos<br />
pusieron en guardia.<br />
Tiglat inspeccionó la cumbre <strong>de</strong>l Hermón. Negros nubarrones empezaban a<br />
peinarla. Se alzó y, autoritario, nos metió prisa.<br />
-Prosigamos. Eso tiene mal aspecto...<br />
No le faltaba razón. Los «Cb», animados por fortísimas corrientes ascen<strong>de</strong>ntes,<br />
se habían vuelto montañosos, con alturas superiores a los diez kilómetros.<br />
La base <strong>de</strong> los cumulonimbos <strong>de</strong>scendió y los jirones, veloces,<br />
ocultaron las nieves. Las culebrinas, escapando <strong>de</strong> yunque en yunque y<br />
precipitándose rabiosas sobre los cada vez más oscuros bosques, dieron el<br />
primer aviso. Una espectacular tormenta estaba a punto <strong>de</strong> sorpren<strong>de</strong>rnos. Y<br />
los truenos, secos, todavía distantes, terminaron avivando la marcha.<br />
Fue instantáneo. El contacto con la lluvia resucitó la vieja y, aparentemente,<br />
223
absurda ensoñación.<br />
«En las cercanías <strong>de</strong> un corpulento árbol, <strong>de</strong> pronto, comenzó a llover. Era<br />
una lluvia torrencial...»<br />
No pu<strong>de</strong> evitarlo. Me estremecí.<br />
¿Se cumpliría el sueño?<br />
Y en un postrer gesto <strong>de</strong> raciocinio traté <strong>de</strong> echar fuera la negra premonición.<br />
Imaginaciones...<br />
¿Dón<strong>de</strong> está el «corpulento árbol»? Esto es un pinar...<br />
Pero la «visión» no retrocedió.<br />
Al abandonar el asherat, el sen<strong>de</strong>rillo, encajonado entre la cerrada arboleda<br />
por la izquierda y el cada vez más impetuoso torrente y el resto <strong>de</strong> la maraña<br />
<strong>de</strong> pinos albares por la <strong>de</strong>recha, hizo lo que pudo. Y fue subiendo, metro a<br />
metro, sacrificándose y quedando reducido a una huella <strong>de</strong> apenas cincuenta<br />
centímetros. Obviamente, tuvimos que marchar <strong>de</strong> uno en uno.<br />
Tiglat sujetó en corto las riendas <strong>de</strong>l asno, tirando <strong>de</strong> él sin contemplaciones.<br />
Y la carga, más <strong>de</strong> una vez, fue a tropezar con las bajas e impertinentes ramas<br />
<strong>de</strong> los pinos. Un paso en falso <strong>de</strong>l onagro hubiera hecho peligrar las provisiones.<br />
Al filo mismo <strong>de</strong> la pista, por nuestra <strong>de</strong>recha, como <strong>de</strong>cía, el joven<br />
nahal Hermón saltaba inconsciente entre peñascos, provocando innumerables<br />
y nada recomendables rápidos.<br />
La lluvia arreció. Y las <strong>de</strong>scargas eléctricas <strong>de</strong>stellaron al frente, iluminando<br />
durante décimas <strong>de</strong> segundo un macizo negro y <strong>de</strong>sdibujado por los torreones<br />
borrascosos. Varias <strong>de</strong> las <strong>de</strong>tonaciones, muy cercanas, asustaron al voluntarioso<br />
jumento. Alzó la gran cabeza y se resistió a los tirones <strong>de</strong>l guía.<br />
El muchacho, experto, reclamó al perro y, en fenicio, le dio una or<strong>de</strong>n. Oí,<br />
introduciéndose entre las patas <strong>de</strong>l asno, le mordió los testículos. El onagro,<br />
dolorido, respondió con una violenta coz. Mano <strong>de</strong> santo. Al instante caminaba<br />
<strong>de</strong> nuevo.<br />
La temperatura bajó. Y conforme ganábamos la siguiente cota, la oscuridad<br />
se fue espesando.<br />
Nueva parada. Tiglat indicó el fondo <strong>de</strong>l sen<strong>de</strong>ro. Y entre la cortina <strong>de</strong> agua,<br />
alumbrado por las chispas, distinguimos otro ya familiar alboroto. El camino<br />
aparecía cortado por cuatro o cinco gran<strong>de</strong>s buitres. Y <strong>de</strong>duje que estábamos<br />
ante los mismos carroñeros que habíamos divisado en las cercanías <strong>de</strong><br />
Quinea.<br />
Como en el caso <strong>de</strong> las aves que <strong>de</strong>voraban a los «buco-les» en la ruta <strong>de</strong><br />
Damasco, éstas, igualmente nerviosas y agitadas, saltaban unas sobre otras,<br />
disputándose la presa.<br />
El guía volvió a gritar al basenji. Y el can, emprendiendo una veloz carrera, se<br />
lanzó hacia los ciegos buitres negros y leonados. Dos <strong>de</strong> ellos, sorprendidos,<br />
tuvieron el tiempo justo <strong>de</strong> abrir las enormes alas grises, <strong>de</strong>spegando con<br />
apuros. Un tercero no tuvo tanta suerte. Oí cayó sobre el largo, blanco y<br />
224
<strong>de</strong>snudo cuello, <strong>de</strong>strozándolo. E, incomprensiblemente, los dos últimos<br />
continuaron con las cabezas enterradas en el vientre <strong>de</strong> la víctima...<br />
El perro, implacable, hizo presa en uno <strong>de</strong> los tarsos. Y al punto, una cabeza<br />
ensangrentada y otro cuello <strong>de</strong>forme y azulado hicieron frente al valiente Oí.<br />
El afilado y ganchudo pico <strong>de</strong>l buitre negro lo hizo retroce<strong>de</strong>r. Pero siguió<br />
atacando. Tiglat, entonces, aproximándose, la emprendió a pedradas con los<br />
recalcitrantes carroñeros. Nos unimos al guía y, finalmente, acosados, remontaron<br />
el vuelo, cayendo pesadamente sobre las copas <strong>de</strong> los albares.<br />
Mi hermano y yo, atónitos, <strong>de</strong>scubrimos a la «víctima».<br />
Me precipité sobre el cuerpo. Se hallaba prácticamente <strong>de</strong>snudo, cubierto tan<br />
sólo con un saq o taparrabo <strong>de</strong> piel <strong>de</strong> oso. El rostro carecía <strong>de</strong> ojos. En cuanto<br />
al vientre, negros y leonados lo habían abierto casi en canal.<br />
Tiglat, a pesar <strong>de</strong>l lamentable aspecto, creyó reconocerlo.<br />
-Es uno <strong>de</strong> ellos... Le llamaban Anas [«castigo»]... Siempre estaba ebrio.<br />
-Un bandido...<br />
Asintió en silencio. Se inclinó y, <strong>de</strong> un golpe, arrancó el largo clavo que<br />
colgaba sobre el pecho. -Tú ya no lo necesitas, maldito yehuday...<br />
(Estos enormes clavos, <strong>de</strong> sección cuadrangular y <strong>de</strong> veinte o treinta centímetros<br />
<strong>de</strong> longitud, eran muy codiciados por judíos y gentiles. Generalmente<br />
eran utilizados en las crucifixiones y -según <strong>de</strong>cían- constituían un<br />
excelente amuleto.)<br />
Lo amarró al cuello <strong>de</strong>l onagro y permaneció unos instantes con la vista fija en<br />
el casi borrado y trepador sen<strong>de</strong>rillo.<br />
No era difícil penetrar sus pensamientos...<br />
Allí, en alguna parte <strong>de</strong>l bosque, <strong>de</strong>bía encontrarse el resto <strong>de</strong> la partida.<br />
¿Qué podíamos hacer?<br />
Francamente, muy poco. A estas alturas, lo más probable es que estuvieran al<br />
tanto <strong>de</strong> nuestra presencia. Pero, ¿por qué no atacaban? E imaginé que, quizá,<br />
esperaban a que amainase la tormenta. Una vez más me equivoqué...<br />
El <strong>de</strong>cidido y valeroso jovencito no dijo nada. Tiró <strong>de</strong>l burro y continuó ascendiendo<br />
por la resbaladiza y brillante huella <strong>de</strong> ceniza volcánica.<br />
Eliseo, pru<strong>de</strong>nte, hizo un gesto, recomendando que me ajustara las «crótalos».<br />
Si los «bucoles» hacían acto <strong>de</strong> presencia... habría jaleo.<br />
En ello estaba cuando, como era <strong>de</strong> prever, las tronadas se nos echaron<br />
materialmente encima. Y las chispas golpearon el pinar.<br />
El asno se agitó <strong>de</strong> nuevo, pero Tiglat, sin concesiones, lo arrastró.<br />
Acabábamos <strong>de</strong> entrar en uno <strong>de</strong> los ojos <strong>de</strong> la borrasca. Y la lluvia, <strong>de</strong>nsa<br />
como una pared, nos frenó. Casi no veíamos...<br />
-¡Esto es un diluvio! -grité-. ¡Deberíamos <strong>de</strong>tenernos!<br />
El guía se volvió y, señalando el fondo <strong>de</strong> la senda, vociferó entre los estampidos:<br />
-¡Un poco más!... ¡Allí arriba tenemos un claro!<br />
225
No tuvo ocasión <strong>de</strong> en<strong>de</strong>rezar la cabeza. Uno <strong>de</strong> los rayos partió <strong>de</strong> la revuelta<br />
«panza» <strong>de</strong> los «Cb», cegándonos. Y se cebó en el mástil <strong>de</strong> un chorreante<br />
pino, a diez metros escasos por <strong>de</strong>lante <strong>de</strong>l grupo. El resto fue un <strong>de</strong>sastre...<br />
En una milésima <strong>de</strong> segundo -quizá menos-, el «canal» por el que <strong>de</strong>scendió<br />
la chispa se calentó a más <strong>de</strong> 30 000° C, provocando dos fenómenos simultáneos.<br />
De un lado, el aire caliente <strong>de</strong>l milimétrico «túnel» por el que viajó<br />
el rayo se expandió, dando lugar a un espantoso trueno que nos <strong>de</strong>jó temporalmente<br />
sordos. Por otro, al impactar en el húmedo árbol, la súbita y<br />
violenta evaporización creó una onda <strong>de</strong> choque. Y la expedición, incluyendo<br />
perro y onagro, rodó por los suelos. .<br />
Fueron instantes <strong>de</strong> gran confusión. Nadie gritó. Nadie se lamentó. No hubo<br />
tiempo material...<br />
Y, aturdidos, mi hermano y yo nos incorporamos como pudimos. El torrencial<br />
aguacero terminaría <strong>de</strong>spejándonos. Y lo que vimos nos llenó <strong>de</strong> espanto...<br />
Tiglat yacía en tierra. Permanecía inmóvil. Parecía muerto. Me asusté.<br />
Ot, a su lado, emitía aquellos extraños sonidos, lamiendo sin cesar la cara <strong>de</strong><br />
su dueño.<br />
En cuanto al jumento, <strong>de</strong>spavorido, galopaba colina arriba.<br />
¿Galopaba?<br />
Yo juraría que volaba...<br />
Y culebrina y estampidos siguieron acorralándonos.<br />
Nos lanzamos sobre el muchacho. Verifiqué el pulso.<br />
¡Estaba vivo!<br />
Exploré la cabeza. Un fino reguero <strong>de</strong> sangre brotaba por la nariz. Se hallaba<br />
inconsciente. Y <strong>de</strong>duje que pudo golpearse en la caída.<br />
Medio sordo, con aquel zumbido instalado en el cerebro, a gritos, por señas,<br />
<strong>de</strong>slumbrado por los rayos y con el corazón <strong>de</strong>smayado por los continuos<br />
mazazos <strong>de</strong> los truenos, le hice ver a Eliseo que teníamos que salir <strong>de</strong> aquel<br />
infierno.<br />
Y recordando las últimas palabras <strong>de</strong> Tiglat lo tomé en brazos, corriendo entre<br />
las chispas y la muralla <strong>de</strong> agua hacia el extremo <strong>de</strong>l camino.<br />
Al final <strong>de</strong>l sen<strong>de</strong>rillo, en efecto, distinguimos un claro. El bosque se había<br />
retirado, formando un mediano círculo, cruzado únicamente por la pista y el<br />
feroz torrente. En el centro geométrico, dueño y señor <strong>de</strong>l calvero, se alzaba<br />
un corpulento árbol. Una sabina enorme, <strong>de</strong> casi treinta metros, con una copa<br />
piramidal, abierta y generosa que, <strong>de</strong> momento, nos alivió.<br />
Llegué exhausto. Ja<strong>de</strong>ante...<br />
Deposité al joven al pie <strong>de</strong>l grueso y ceniciento tronco e intenté reanimarlo.<br />
El cielo fue compasivo. No tuve que esforzarme. Al poco volvía en sí. Y<br />
<strong>de</strong>scompuesto, trató <strong>de</strong> incorporarse.<br />
Lo retuve. Quise tranquilizarlo. Imposible.<br />
Al final se alzó e hizo a<strong>de</strong>mán <strong>de</strong> saltar al caminillo. Pero Eliseo, oportuno, se<br />
226
interpuso, sujetándolo. Y <strong>de</strong>spacio, poco a poco, fuimos calmándolo.<br />
-Yo lo buscaré...<br />
Y así fue.<br />
Minutos <strong>de</strong>spués, <strong>de</strong>jando el petate junto al árbol, el ingeniero, a la carrera,<br />
salía en persecución <strong>de</strong>l jumento. Y lo vi <strong>de</strong>saparecer bajo el diluvio.<br />
Tiglat obe<strong>de</strong>ció. Y accedió a sentarse bajo la corpulenta sabina. Ahora sólo<br />
podíamos esperar. Aguardar pacientemente a que escampase.<br />
¿«Corpulento árbol»?<br />
Un nuevo estampido subrayó el súbito recuerdo. Y el sueño regresó.<br />
Levanté el rostro y quedé petrificado.<br />
Y el Destino, en forma <strong>de</strong> rayo, iluminó el calvero, confirmando la visión...<br />
¡No es posible!<br />
Colgando <strong>de</strong> las ramas, a corta distancia <strong>de</strong> este perplejo explorador, golpeadas<br />
por la tormenta, me miraban seis o siete osamentas, ahora plateadas<br />
por la visión IR. A su lado se balanceaban otras tantas y secas tripas...<br />
A qué negarlo. Las examiné con miedo.<br />
Eran cráneos y vísceras <strong>de</strong> cabras.<br />
Comprendí.<br />
Nos encontrábamos bajo un árbol sagrado. Otro símbolo <strong>de</strong> los gentiles <strong>de</strong> la<br />
Gaulanitis. Allí colgaban sus ofrendas a los dioses. La peculiar naturaleza <strong>de</strong> la<br />
ma<strong>de</strong>ra <strong>de</strong> la sabina albar -inatacable por los insectos y resistente a la putrefacción-<br />
la convertía en una excepción, asociada por los lugareños al<br />
«po<strong>de</strong>r <strong>de</strong> los cielos».<br />
Tiglat, advirtiendo mi sorpresa, ratificó las sospechas. Se alzó <strong>de</strong> nuevo y fue<br />
a buscar entre los boquetes y las onduladas estrías <strong>de</strong> la corteza. Al encontrar<br />
lo que perseguía fue a mostrármelo. Eran, efectivamente, unas pequeñas<br />
puntas <strong>de</strong> flecha <strong>de</strong> basalto y pe<strong>de</strong>rnal. Las llamaban «piedras <strong>de</strong> rayo», unas<br />
piezas neolíticas que -según los supersticiosos montañeses- tenían la virtud<br />
<strong>de</strong> conjurar los efectos <strong>de</strong> las chispas eléctricas. Algún tiempo <strong>de</strong>spués las<br />
<strong>de</strong>scubriríamos también en las oqueda<strong>de</strong>s <strong>de</strong> los robles. En realidad se trataba<br />
<strong>de</strong> una creencia errónea y peligrosa. La sabina, como el roble, encina,<br />
sauce, abeto o tilo, se caracteriza, justamente, por todo lo contrario. Es <strong>de</strong>cir,<br />
por su capacidad para atraer los rayos.<br />
De pronto, la enconada borrasca cedió. La lluvia se amansó y las <strong>de</strong>scargas se<br />
esparcieron.<br />
Respiré aliviado. Los «Cb» se rendían.<br />
Pero la tímida alegría duró poco.<br />
Oí, inquieto, nos abandonó, plantándose en mitad <strong>de</strong> la senda.<br />
Tiglat y yo nos miramos.<br />
El basenji, con la musculatura tensa como una tabla y las orejas rígidas, había<br />
<strong>de</strong>tectado algo.<br />
Pensé en mi compañero. Seguramente acababa <strong>de</strong> localizar el jumento y<br />
227
egresaba...<br />
Sí y no.<br />
La duda se <strong>de</strong>spejó en segundos.<br />
Al poco, en el claro, vimos aparecer a Eliseo..., y a cinco individuos más.<br />
El corazón dio un vuelco y avisó. E, instintivamente, eché mano <strong>de</strong>l cayado.<br />
Las voces <strong>de</strong> Tiglat, aterrado, confirmaron la intuición.<br />
-¡Son ellos!... ¡Los «bucoles»!...<br />
Salí bajo la lluvia y or<strong>de</strong>né al muchacho que se mantuviera a mis espaldas.<br />
Pero, <strong>de</strong>scompuesto, argumentó con razón:<br />
-¡Oh, señor Baal!... ¡Protégenos!... ¡Ellos van armados!... ¡Tú, en cambio,<br />
sólo tienes una vara!<br />
Insistí.<br />
-¡No temas!... ¡Ahora verás la fuerza <strong>de</strong> la razón!<br />
-¿La razón? -se burló el guía-. ¡Ésos no entien<strong>de</strong>n <strong>de</strong> razones!<br />
Caminaban <strong>de</strong>spacio. Al vernos se <strong>de</strong>tuvieron. En cabeza marchaba un sujeto<br />
<strong>de</strong> corta estatura, huesudo y cubierto únicamente, al igual que el resto <strong>de</strong> sus<br />
compinches, con un oscuro y empapado saq <strong>de</strong> piel <strong>de</strong> oso, similar al <strong>de</strong>l<br />
cadáver que habíamos <strong>de</strong>jado atrás. En la mano izquierda portaba una pesada<br />
maza, erizada <strong>de</strong> clavos. Le faltaba la mitad <strong>de</strong> la pierna <strong>de</strong>recha. Una<br />
pata <strong>de</strong> palo negra y chorreante abrazaba el muñón a la altura <strong>de</strong> la rodilla.<br />
Tiglat lo i<strong>de</strong>ntificó.<br />
-Ése es «Al», el jefe...<br />
Detrás, pálido e impotente, mi hermano. Y a sus espaldas, amenazándole con<br />
los afilados hierros <strong>de</strong> tres gladius, otros tantos hetep o bandidos, igualmente<br />
silenciosos y mal encarados. Por último, cerrando el cortejo, un quinto rufián,<br />
más alto que los <strong>de</strong>más, tocado con un turbante rojo y tirando <strong>de</strong> las riendas<br />
<strong>de</strong>l onagro.<br />
Los cuerpos se iluminaron al paso <strong>de</strong> uno <strong>de</strong> los relámpagos, brillando en un<br />
azul verdoso.<br />
Me preparé. Y no sé por qué, elegí el clavo <strong>de</strong>l láser <strong>de</strong> gas. Mi intención,<br />
naturalmente, era asustarlos y ponerlos en fuga. Pero, en esta oportunidad,<br />
sólo acertaría a medias...<br />
El cojo se volvió. Cuchicheó con los que vigilaban a Eliseo y, acto seguido,<br />
avanzó <strong>de</strong> nuevo y en solitario hacia la sabina.<br />
El adolescente, parapetado <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> este explorador, anunció:<br />
-No hay salida... Dale cuanto pida...<br />
No repliqué. Y acaricié el clavo, ajustando la potencia.<br />
Mi hermano, entonces, hizo una señal. Se llevó la mano <strong>de</strong>recha al cuello y la<br />
<strong>de</strong>slizó como un cuchillo.<br />
Mensaje recibido.<br />
Ésa, por lo visto, era la síntesis <strong>de</strong> la breve charla sostenida por los ladrones.<br />
Muy bien. A<strong>de</strong>lante...<br />
228
Ot, envarado, no se movió.<br />
E imaginando el inminente <strong>de</strong>senlace sugerí a Tiglat que llamara al perro. El<br />
muchacho, sin embargo, no obe<strong>de</strong>ció.<br />
-¡Dehab! -gritó el jefe al llegar a cinco metros <strong>de</strong>l árbol.<br />
Y repitió con insolencia.<br />
-¡Oro!... ¡Queremos todo el oro!<br />
Intenté calcular. Primero el <strong>de</strong> la pata <strong>de</strong> palo. A continuación, aprovechando<br />
la sorpresa, las tres espadas. En cuanto al <strong>de</strong>l turbante rojo, ya veríamos...<br />
-Somos unos pobres caminantes -contesté en tono sumiso-. No llevamos<br />
oro...<br />
-¡No!<br />
-Pue<strong>de</strong>s registrarnos.<br />
-¡No!<br />
-Si lo <strong>de</strong>seas -insistí- quédate con las provisiones...<br />
-¡No!<br />
Tiglat, apretado a mi cintura, susurró:<br />
-Es la única palabra que conoce... Por eso le llaman «Al»... ¡Por el señor<br />
Baal!... ¡Dale el oro!<br />
-¡Mientes! -prosiguió el energúmeno, cada vez más violento y enfurecido-.<br />
¡Kesap!... ¡Plata!<br />
El basenji, pendiente <strong>de</strong> la voz <strong>de</strong> su amo, abrió las fauces, dispuesto a saltar<br />
sobre el cojo.<br />
No lo pensé más. Aquella comedia tenía que concluir. ..<br />
Levanté ligeramente la «vara <strong>de</strong> Moisés» y Eliseo, comprendiendo, se arrojó<br />
al suelo.<br />
Al punto, una invisible <strong>de</strong>scarga <strong>de</strong> ocho mil vatios hizo blanco en la semi<br />
podrida prótesis <strong>de</strong>l bandido, incendiándola.<br />
El <strong>de</strong>sconcierto, como era <strong>de</strong> esperar, fue general. Tiglat retrocedió espantado.<br />
Y «Al», aullando, soltó la maza.<br />
Dos segundos <strong>de</strong>spués, uno <strong>de</strong> los «gladius», consumido por el láser, se<br />
quebraba y caía a tierra. Y los «bucoles», al unísono, levantaron las cabezas<br />
hacia la negra tormenta.<br />
Eliseo, gateando, trató <strong>de</strong> alejarse <strong>de</strong>l grupo.<br />
El guía reaccionó y, en fenicio, or<strong>de</strong>nó a Ot que atacase. Y el perro, como un<br />
ariete, cayó sobre el jefe, <strong>de</strong>rribándolo.<br />
Uno se los sujetos, sin embargo, al <strong>de</strong>scubrir la huida <strong>de</strong> Eliseo, se arrojó<br />
sobre él, <strong>de</strong>scargando un fuerte mandoble a la altura <strong>de</strong> los riñones. Y la<br />
espada se partió en dos...<br />
Preso <strong>de</strong> rabia, lancé una <strong>de</strong>scarga contra el saq <strong>de</strong>l atónito agresor. Esta vez,<br />
el láser, a<strong>de</strong>más <strong>de</strong> consumir el taparrabo, alcanzó el bajo vientre, achicharrándolo.<br />
Y el fulano cayó <strong>de</strong>smayado.<br />
Busqué al que continuaba armado. Miedo y sorpresa lo mantenían inmóvil,<br />
229
pálido como la cera. Y en la precipitación cometí un error...<br />
En lugar <strong>de</strong> quemar el gladius, apunté hacia uno <strong>de</strong> los extremos <strong>de</strong> la piel <strong>de</strong><br />
oro. Y al instante, a pesar <strong>de</strong> la humedad, unas llamas aparecieron en el saq,<br />
<strong>de</strong>senca<strong>de</strong>nando el pánico <strong>de</strong> su propietario. Y el sujeto, <strong>de</strong>scompuesto, soltó<br />
la espada, corriendo hacia el torrente. Poco <strong>de</strong>spués, arrollado por las turbulentas<br />
aguas, se perdía río abajo.<br />
Y digo que me equivoqué porque, contra todo pronóstico, el que sostenía las<br />
riendas <strong>de</strong>l asno supo reaccionar con presteza, apo<strong>de</strong>rándose <strong>de</strong>l único gladius<br />
que no había sido inutilizado.<br />
Y, aullando, corrió hacia el maltrecho «Al».<br />
Apunté <strong>de</strong> nuevo y pulsé el clavo... -¡Mierda!<br />
El láser no respondió.<br />
Lo intenté una segunda y una tercera vez...<br />
Negativo.<br />
Algo falló en el dispositivo <strong>de</strong> <strong>de</strong>fensa. Esos segundos fueron <strong>de</strong>cisivos. Ot,<br />
ciego, encelado con el berreante e incendiado cojo, seguía buscando el cuello<br />
<strong>de</strong>l rufián. No se percató <strong>de</strong> la llegada <strong>de</strong>l tipo <strong>de</strong>l turbante rojo. Y antes <strong>de</strong><br />
que este perplejo explorador acertara a pulsar el clavo <strong>de</strong> los ultrasonidos, el<br />
esbirro, levantando la espada con ambas manos, la abatió sobre el can,<br />
<strong>de</strong>capitándolo. El tajo me <strong>de</strong>jó helado. De pronto, a mis espaldas, escuché un<br />
grito <strong>de</strong>sgarrador. Fue cuestión <strong>de</strong> segundos.<br />
Un Tiglat fuera <strong>de</strong> sí cruzó como un bólido, lanzándose <strong>de</strong> cabeza contra el<br />
estómago <strong>de</strong>l bandido. Y ambos rodaron por tierra. No pu<strong>de</strong> evitarlo.<br />
El muchacho se rehizo. Se apo<strong>de</strong>ró <strong>de</strong>l «gladius» y lo enterró en el corazón <strong>de</strong>l<br />
<strong>de</strong>rribado y dolorido individuo. Acto seguido, arrancando el enrojecido hierro,<br />
se dirigió hacia el que quedaba en pie. Pero el hetep, comprendiendo, huyó<br />
<strong>de</strong>l claro, saltando limpiamente al nahal. Instantes <strong>de</strong>spués, como sucediera<br />
con su compinche, los rápidos lo engullían, <strong>de</strong>sapareciendo.<br />
Tiglat terminó arrojando la espada a las embravecidas aguas. Después, ignorándonos,<br />
regresó junto al <strong>de</strong>strozado cuerpo <strong>de</strong>l basenji. Tomó la negra y<br />
blanca cabeza entre las manos y, besándola, rompió a llorar amargamente.<br />
Eliseo, dolorido por el mandoble, se reunió con este <strong>de</strong>solado y hundido explorador.<br />
Me sentí culpable. De haber utilizado los ultrasonidos <strong>de</strong>s<strong>de</strong> un<br />
primer momento, quizá Ot hubiera seguido vivo...<br />
Pero lamentarse no servía <strong>de</strong> nada. La «vara», por primera vez, falló.<br />
En cuanto al jefe, cuando quisimos darnos cuenta, escapaba a trompicones en<br />
dirección al asherat. Inteligentemente optó por la huida. Y en el claro, bajo la<br />
lluvia, quedó la humeante pata <strong>de</strong> palo...<br />
Curioso Destino. Algún tiempo más tar<strong>de</strong> volveríamos a encontrarlo. Y en esa<br />
ocasión solicitaría <strong>de</strong>l Maestro «algo» mucho más importante que la plata y el<br />
oro...<br />
Impotentes, no supimos qué hacer ni qué <strong>de</strong>cir.<br />
230
El jovencito fue a sentarse bajo el árbol sagrado y allí permaneció largo rato,<br />
con el ensangrentado <strong>de</strong>spojo <strong>de</strong> Ot entre las piernas y llorando <strong>de</strong>sconsoladamente.<br />
Mi hermano, conmovido, incapaz <strong>de</strong> soportar la triste escena, le dio la espalda.<br />
La borrasca, más afortunada, fue retirándose hacia el este, buscando la lejana<br />
Siria.<br />
La lluvia cesó y, muy a mi pesar, la vieja ensoñación continuó a mi lado,<br />
recordándome que no había sido un simple y absurdo sueño.<br />
Pero el enigmático y, a veces, cruel Destino tenía algo más que <strong>de</strong>cir...<br />
Tiglat se secó las lágrimas y, amurallado en aquel impenetrable mutismo,<br />
trepó hasta las ramas más bajas.<br />
Eliseo y yo, intrigados, le vimos rasgar la túnica y manipular la cabeza <strong>de</strong>l<br />
basenji. Después, con <strong>de</strong>lica<strong>de</strong>za, amarró el lienzo a la sabina y Ot quedó<br />
colgado por las cuencas oculares.<br />
¡Dios!<br />
Aquella cabeza, goteando sangre y oscilando, también formaba parte <strong>de</strong>l<br />
sueño...<br />
Acto seguido, al <strong>de</strong>scen<strong>de</strong>r, se abrazó al tronco. Cerró los ojos y, con un hilo<br />
<strong>de</strong> voz, entre suspiros, entonó un cántico.<br />
No supimos lo que <strong>de</strong>cía. El ritual -porque <strong>de</strong> eso se trataba- se <strong>de</strong>sarrolló en<br />
fenicio. Días <strong>de</strong>spués, cuando las relaciones con el muchacho se normalizaron,<br />
explicó que, sencillamente, intentó congraciarse <strong>de</strong> nuevo con los dioses,<br />
suplicando que le dieran fuerzas para vivir sin su amigo.<br />
Y he dicho bien. Cuando nuestras relaciones se normalizaron...<br />
La cuestión es que, concluida la ceremonia, Tiglat nos observó brevemente.<br />
Noté algo raro en la mirada. Quizá odio...<br />
-Mi amigo ha muerto por tu causa... Si hubieras entregado el oro, ahora<br />
seguiría conmigo...<br />
Empecé a compren<strong>de</strong>r.<br />
Eliseo, al corriente <strong>de</strong>l fallo <strong>de</strong> la «vara», replicó indignado:<br />
-No eres justo...<br />
Pero Tiglat, con el odio crecido, no escuchó.<br />
-Te lo advertí... Te dije: dales el oro...<br />
-¿Sabes lo que habría ocurrido <strong>de</strong> haberles entregado lo que pedían?<br />
Los incendiados ojos <strong>de</strong>l guía se <strong>de</strong>sviaron hacia mi hermano. Pero no supo o<br />
no quiso respon<strong>de</strong>r a su pregunta. Y Eliseo resumió el breve parlamento<br />
sostenido entre «Al» y los «bucoles» poco antes <strong>de</strong> la refriega.<br />
-Yo te lo diré... Recuerda que estaba allí y pu<strong>de</strong> oírles.<br />
El jovencito dudó.<br />
-... Primero el oro y la plata, or<strong>de</strong>nó ese salvaje, <strong>de</strong>spués, al cuello y sin<br />
misericordia...<br />
231
Esperamos una respuesta. No la hubo. Tiglat, en el fondo, sabía que mi<br />
compañero <strong>de</strong>cía la verdad. Esos miserables no perdonaban.<br />
Pero, enroscado en la <strong>de</strong>solación, no cedió. Y haciendo un esfuerzo proclamó:<br />
-Cumpliré lo pactado... Lo haré, únicamente, por mi padre. Os llevaré hasta el<br />
refugio <strong>de</strong> piedras... Después rogaré a mi señor Baal para que os maldiga...<br />
Fueron sus últimas palabras. Tomó las riendas <strong>de</strong>l onagro y, sin mirar atrás,<br />
caminó con prisas hacia el siguiente promontorio.<br />
Eliseo y quien esto escribe, resignados, le seguimos.<br />
Minutos <strong>de</strong>spués, cercana ya la cota <strong>de</strong> los dos mil metros, aparecieron sobre<br />
el calvero <strong>de</strong> la sabina las inconfundibles y oscuras siluetas <strong>de</strong> los carroñeros.<br />
Y en mi corazón, a pesar <strong>de</strong> las sensatas reflexiones <strong>de</strong> Eliseo, asomó una<br />
penosa duda:<br />
«¿Tenía razón el fenicio? ¿Qué habría sucedido si hubiéramos entregado las<br />
bolsas <strong>de</strong> hule con los diamantes y <strong>de</strong>narios <strong>de</strong> plata?»<br />
Quiero creer que fue la mejor respuesta...<br />
Mientras ascendíamos, por el oeste, amarrado a los bosques, se presentó <strong>de</strong><br />
pronto un brillante y hermoso arco iris.<br />
E hizo el milagro.<br />
Consiguió que olvidara, en parte, los recientes y dramáticos sucesos. Y me<br />
<strong>de</strong>volvió a la realidad, a la feliz y esperanzadora realidad.<br />
Casi lo habíamos logrado...<br />
El Maestro se hallaba al alcance <strong>de</strong> la mano.<br />
¡Al fin!<br />
El tramo entre el árbol sagrado -referencia difícil <strong>de</strong> olvidar- y el refugio <strong>de</strong><br />
piedra, en el que Tiglat <strong>de</strong>bía <strong>de</strong>positar las provisiones, fue breve, aunque<br />
arduo. La montaña se puso en pie y la senda, cada vez más humillada, tuvo<br />
que serpentear, disputando cada metro con tesón.<br />
Finalmente, vencidos por la altitud, en la cota «1 900», los frondosos pinares,<br />
abetos, mirtos y <strong>de</strong>más cohorte claudicaron, cediendo la<strong>de</strong>ras y cañadas al<br />
señor <strong>de</strong>l Hermón: el cedro.<br />
También el basalto se quedó atrás. Y fue sustituido por las femeninas calizas<br />
y margas jurásicas, más a tono con la <strong>de</strong>licada y silenciosa belleza <strong>de</strong> aquellas<br />
cumbres.<br />
Sí, ésas serían las palabras a<strong>de</strong>cuadas: silencio y majestad. Nunca, mientras<br />
duró nuestra aventura en la Palestina <strong>de</strong> Jesús <strong>de</strong> Nazaret, alcanzamos a vivir<br />
un silencio tan sonoro y continuado como aquél.<br />
En cuanto al nuevo paisaje, ¿cómo <strong>de</strong>scribirlo?<br />
Hoy, el Hermón es una pobre caricatura <strong>de</strong> lo que llegamos a contemplar. El<br />
llamado Cedrus libani podía contarse por millones. Ni una sola <strong>de</strong> las estribaciones,<br />
y menos aún la propia cumbre <strong>de</strong>l monte santo, aparecía abierta o<br />
mutilada. Todo, en realidad, era una masa ver<strong>de</strong> oscura, en dura competencia<br />
con las nieves perpetuas y el azul cristalino, casi milagroso, <strong>de</strong> los cielos.<br />
232
Lástima que el profesor Beals, <strong>de</strong> la Universidad <strong>de</strong> Beirut, no tuviera oportunidad<br />
<strong>de</strong> verificar semejante <strong>de</strong>rroche. Seguramente habría modificado sus<br />
conclusiones. No pongo en duda los argumentos <strong>de</strong> los expertos: la tala indiscriminada<br />
<strong>de</strong> la codiciada riqueza <strong>de</strong>l Hermón -el cedro- pudo hacer peligrar<br />
la supervivencia <strong>de</strong> los venerados erez. Testimonios como el <strong>de</strong>l primer<br />
libro <strong>de</strong> los Reyes (5, 20) y el <strong>de</strong> Esdras (2, 7) así lo atestiguan. Pero <strong>de</strong> eso<br />
hacía ya mucho tiempo. La montaña, evi<strong>de</strong>ntemente, se recuperó, convirtiendo<br />
el norte <strong>de</strong> la Gaulanitis en el más gran<strong>de</strong> e intrincado bosque <strong>de</strong> toda<br />
Palestina.<br />
Recuerdo bien los primeros pasos entre los altos erez-la «gloria <strong>de</strong>l Líbano»,<br />
según Isaías-, la mayoría <strong>de</strong> 20 y 30 metros, con el ramaje en can<strong>de</strong>labro,<br />
filtrando con cuentagotas los audaces rayos <strong>de</strong>l sol. Mi hermano, sonriente, se<br />
volvió, <strong>de</strong>stacando la fortísima y dulce fragancia <strong>de</strong> la espesura. Un aroma<br />
casi sofocante que terminaría impregnando ropas y enseres.<br />
Y en lo más alto, entre el ramaje y los ondulados troncos gris plomo, la inevitable<br />
y <strong>de</strong>senfada tropa alada, <strong>de</strong>scendiendo en ocasiones hasta un nahal<br />
Hermón igualmente <strong>de</strong>spreocupado, rápido y prematuramente encanecido<br />
por rocas, <strong>de</strong>sniveles y pequeñas cascadas.<br />
No soy capaz <strong>de</strong> explicarlo, pero, al ingresar en aquellas alturas, conforme<br />
ascendíamos, «algo» en mi interior <strong>de</strong>splegó las alas, convirtiéndome en otra<br />
persona. No voy a <strong>de</strong>cir que mejor, pero sí más feliz. ¿O fue quizá la seguridad<br />
<strong>de</strong>l inminente encuentro con el rabí <strong>de</strong> Galilea?<br />
Y rondando la «nona» (las tres <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong>), Tiglat se <strong>de</strong>tuvo.<br />
En mitad <strong>de</strong>l bosque, a escasa distancia <strong>de</strong>l escandaloso aprendiz <strong>de</strong> río, se<br />
alzaba el famoso «refugio» <strong>de</strong> piedra. Toda una <strong>de</strong>silusión...<br />
Pero, ¿qué habíamos imaginado? ¿Una casa robusta y espaciosa? Nada <strong>de</strong><br />
eso.<br />
El mo<strong>de</strong>sto habitáculo -por llamarlo <strong>de</strong> alguna manera- consistía en un<br />
montón <strong>de</strong> pequeñas y medianas rocas, apiladas en semicírculo, <strong>de</strong> un metro<br />
<strong>de</strong> diámetro por otro <strong>de</strong> altura y techado con ramas <strong>de</strong> cedro. En suma: una<br />
especie <strong>de</strong> «<strong>de</strong>spensa» o «almacén», habilitado únicamente para las provisiones.<br />
El guía, adusto y en silencio, procedió a la <strong>de</strong>scarga <strong>de</strong>l asno, introduciendo<br />
las viandas en el «refugio». No permitió que le ayudásemos.<br />
El corazón aceleró.<br />
¿Dón<strong>de</strong> estaba el Maestro?<br />
Por un momento, siendo lunes, uno <strong>de</strong> los días acordado para el suministro <strong>de</strong><br />
comida, imaginé que estaría allí, aguardando...<br />
Nueva <strong>de</strong>silusión.<br />
El bosque aparecía <strong>de</strong>sierto. Y me consolé: «No pue<strong>de</strong> tardar...»<br />
Y durante algunos minutos me entretuve en una minuciosa inspección <strong>de</strong> la<br />
falda a la que fuimos a parar. La rampa apuntaba directamente al norte. El<br />
233
sen<strong>de</strong>rillo, mal dibujado, continuaba entre los árboles, tentándome...<br />
Según mis estimaciones, la cota «2 000», en la que se hallaba el mahaneh o<br />
campamento <strong>de</strong> Jesús <strong>de</strong> Nazaret, <strong>de</strong>bía encontrarse cerca. Muy cerca. Quizá<br />
a quince o veinte minutos.<br />
Pero me contuve. El instinto, fuerte y claro, aconsejaba calma. Esperaríamos.<br />
Concluida la <strong>de</strong>scarga, el jovencito, dirigiéndose a Eliseo, exigió la paga.<br />
-Son cinco <strong>de</strong>narios...<br />
Mi hermano me miró. Asentí con la cabeza. Entonces, echando mano <strong>de</strong> la<br />
bolsa, contó las monedas. Pero, en lugar <strong>de</strong> entregárselas, las introdujo <strong>de</strong><br />
nuevo en el saquete <strong>de</strong> hule. Lo <strong>de</strong>sató <strong>de</strong>l ceñidor y volvió a interrogarme con<br />
la mirada. Comprendí. Y repetí el ligero movimiento <strong>de</strong> cabeza, aprobando el<br />
generoso gesto <strong>de</strong>l ingeniero. Era lo menos que podíamos hacer por el <strong>de</strong>cepcionado<br />
Tiglat.<br />
Mi compañero le ofreció la bolsa y, sonriente, en un vano intento por suavizar<br />
la tensa situación, preguntó:<br />
-¿Por qué no te quedas? Pronto oscurecerá... Tu padre lo aprobaría...<br />
No replicó. Contó las piezas <strong>de</strong> plata y, sorprendido, exigió una explicación.<br />
-¿Qué es esto?... Aquí hay diez <strong>de</strong>narios...<br />
Eliseo, con su mejor voluntad, trató <strong>de</strong> justificar la retribución extra. Pero el<br />
orgulloso adolescente, reteniendo la mitad <strong>de</strong> las monedas, le <strong>de</strong>volvió la<br />
bolsa, hiriéndonos:<br />
-Guardaos el dinero... No pienso lavar vuestra culpa con cinco <strong>de</strong>narios... Oí<br />
valía más que eso y más que vosotros...<br />
Acto seguido tiró <strong>de</strong> la caballería, alejándose con rapi<strong>de</strong>z entre los cedros.<br />
Y allí quedamos los «tres»: Eliseo, quien esto escribe... y una profunda<br />
tristeza.<br />
No hubo comentarios. ¡Qué podíamos <strong>de</strong>cir!<br />
Y Eliseo, regresando a la realidad, solicitó mi parecer.<br />
-Y ahora, qué...<br />
Le hice ver que convenía esperar. Las provisiones se hallaban en el refugio. El<br />
Maestro lo sabía.<br />
-No creo que tar<strong>de</strong>...<br />
Y añadí, movido por una repentina alarma:<br />
-¿Recuerdas las palabras <strong>de</strong> Tiglat?... El «extraño galileo» parece serio y<br />
preocupado...<br />
-No te comprendo.<br />
Dudé. Quizá exageraba. Quizá aquel inesperado sentimiento no tenía sentido.<br />
Pero <strong>de</strong>cidí compartirlo.<br />
-No sé... El muchacho dijo también que algo grave <strong>de</strong>bía suce<strong>de</strong>rle para que<br />
se hubiera retirado a este lugar...<br />
Mi hermano, con su intuición, adivinó la extraña e inoportuna inquietud.<br />
-¿Estás insinuando que quizá <strong>de</strong>sea estar solo?<br />
234
Asentí.<br />
-¿Crees que nos hemos precipitado?<br />
No supe respon<strong>de</strong>r.<br />
Y el silencio <strong>de</strong> aquellos exploradores se unió al <strong>de</strong> las cumbres.<br />
El ingeniero se <strong>de</strong>jó caer junto al semicírculo <strong>de</strong> piedra y, tras una larga pausa,<br />
sentenció con tino:<br />
-Muy bien, querido mayor... Aceptemos que tienes razón, que no es el<br />
momento, ni el lugar a<strong>de</strong>cuados. Incluso que el Galileo, al vernos, manifiesta<br />
su <strong>de</strong>seo <strong>de</strong> continuar en soledad... Todo eso pue<strong>de</strong> ser correcto, pero, utilizando<br />
tu propio lenguaje, ¿por qué no <strong>de</strong>jas que el Destino <strong>de</strong>cida?<br />
Y, burlón, matizó:<br />
-Destino, como tú dices y escribes, con mayúscula...<br />
Agra<strong>de</strong>cí la sugerencia. Como casi siempre, hablaba con tanta oportunidad<br />
como sentido común. La verdad es que no disponíamos <strong>de</strong> la menor información<br />
respecto al porqué <strong>de</strong> la estancia <strong>de</strong>l Maestro en aquel remoto paraje.<br />
Los textos evangélicos no lo mencionan. Tampoco el anciano Zebe<strong>de</strong>o sabía<br />
gran cosa. Se limitó a relatar lo que el propio Jesús le confesó: «permaneció<br />
en el Hermón unas cinco semanas, <strong>de</strong>scendiendo a mediados <strong>de</strong>l mes <strong>de</strong> elul<br />
(septiembre). Cuando llegó al yam era otro hombre. Lo notamos cambiado.<br />
Pictórico».<br />
Allí, evi<strong>de</strong>ntemente, había una contradicción. Tiglat aseguró que «parecía<br />
serio y preocupado, con cierta tristeza en sus ojos». El jefe <strong>de</strong> los Zebe<strong>de</strong>o, en<br />
cambio, afirmó que aquel Jesús «era otro», feliz y seguro <strong>de</strong> sí mismo...<br />
¿Qué <strong>de</strong>monios sucedió allí arriba? ¿A qué obe<strong>de</strong>cía tan dilatado aislamiento?<br />
¿Y por qué en esos momentos? Estábamos en el año 25. Faltaba mucho para<br />
el arranque <strong>de</strong> la vida pública...<br />
Obviamente, en esos críticos instantes, ni Eliseo ni yo podíamos imaginar<br />
siquiera la extraordinaria «razón» que impulsó a Jesús <strong>de</strong> Nazaret a refugiarse<br />
a dos mil metros <strong>de</strong> altitud. Una «razón» que, por supuesto, justificaba<br />
plenamente las certeras palabras <strong>de</strong>l Zebe<strong>de</strong>o...<br />
Y los cielos quisieron que estos esforzados exploradores fueran testigos <strong>de</strong><br />
excepción <strong>de</strong> ese increíble «milagro».<br />
Pero, una vez más, <strong>de</strong>bo contener los impulsos. Es preciso que me ajuste a los<br />
hechos, tal y como sucedieron.<br />
La cuestión es que, enredado en estos análisis y suavemente arropado por el<br />
susurro y la fragancia <strong>de</strong> los cedros, quien esto escribe, como Eliseo, terminó<br />
cayendo en un plácido sueño. Supongo que el cansancio acumulado y lo agrio<br />
<strong>de</strong> la última experiencia con los «buco-les» contribuyó igualmente a que<br />
ambos, sin querer, nos viéramos sumidos en aquel profundo y relajante<br />
<strong>de</strong>scanso.<br />
Hoy, sin embargo, con la ventaja <strong>de</strong>l conocimiento y la distancia, tengo dudas.<br />
Serias dudas. ¿Fue un sueño lógico y natural? ¿Y por qué los dos a la vez?<br />
235
¿Fue provocado?<br />
Sólo Él lo sabe...<br />
¿Cómo <strong>de</strong>scribir aquel momento? ¿Cómo <strong>de</strong>finirlo?<br />
¿Absurdo? ¿Entrañable? ¿Muy al estilo <strong>de</strong> Jesús <strong>de</strong> Nazaret y <strong>de</strong> estos patosos<br />
exploradores?<br />
Veamos si soy capaz <strong>de</strong> pintarlo, aunque sólo sea a gran<strong>de</strong>s trazos.<br />
Primero vi a Eliseo. Se hallaba a mi lado, zaran<strong>de</strong>ándome nervioso. Estaba<br />
pálido. Con la mano <strong>de</strong>recha señaló al frente.<br />
-¡Jasón, <strong>de</strong>spierta!... ¡Mira!<br />
Necesité unos segundos para ubicarme.<br />
El bosque, sí... Los cedros... Tiglat, enfadado, alejándose... La cota «2 000»...<br />
El refulgió con las provisiones... La espera... El Maestro no podía tardar...<br />
¡El Maestro!<br />
E intenté ponerme en pie a tal velocidad, y con tal aturdimiento, que -torpe <strong>de</strong><br />
mí- fui a pisar los bajos <strong>de</strong> la túnica, precipitándome <strong>de</strong> bruces sobre el<br />
empinado terreno.<br />
Y al punto surgió una risa. Una cálida, familiar y contagiosa risa...<br />
Mi hermano, solícito, se apresuró a auxiliar a este <strong>de</strong>solado y confuso piloto.<br />
Pero aquel, evi<strong>de</strong>ntemente, no era nuestro mejor día...<br />
Al levantarme, sin proponérmelo, golpeé con el cráneo la frente <strong>de</strong>l ingeniero,<br />
<strong>de</strong>rribándolo cuan largo era y perdiendo <strong>de</strong> nuevo el equilibrio. Y ambos,<br />
como dos perfectos inútiles, rodamos por tierra...<br />
Las risas, incontenibles, arreciaron.<br />
Entonces, aquellos estúpidos, a gatas, lo observaron atónitos y con las bocas<br />
abiertas...<br />
Nos miramos y, al comprobar la embarazosa situación, ocurrió lo inevitable:<br />
rompimos a reír con la misma fuerza, asustando al bosque con un sonoro<br />
concierto <strong>de</strong> carcajadas.<br />
Eliseo, con las lágrimas saltadas, me señaló con el <strong>de</strong>do, burlándose. Y yo,<br />
contemplando su no menos ridícula estampa, le imité, doblándome <strong>de</strong> risa.<br />
Pero el ataque me traicionó. Y me atraganté.<br />
Entonces, el Hombre se incorporó. Y, aproximándose, fue a golpear la espalda<br />
<strong>de</strong> este caído y cada vez más <strong>de</strong>sconcertado explorador.<br />
Instantes <strong>de</strong>spués, en pie, disipadas las risas, sumidos en la sorpresa y antes<br />
<strong>de</strong> que acertáramos a pronunciar una sola palabra, Jesús <strong>de</strong> Nazaret abrió los<br />
brazos y, estrechándome, SUSUITÓ:<br />
-Oheb!<br />
Y repitió:<br />
-Yaqqiroheb!... ¡Querido amigo!<br />
No soy capaz <strong>de</strong> explicarlo. No hay forma <strong>de</strong> articular y poner en pie el torbellino<br />
<strong>de</strong> sentimientos y sensaciones que provocó aquel abrazo.<br />
¿Gratitud? ¿Alegría? ¿Emoción? ¿Desconcierto?<br />
236
Sólo recuerdo que, sin po<strong>de</strong>r contenerme, rompí a llorar. Y me abracé a Él,<br />
con más fuerza si cabe...<br />
¡Al fin!<br />
-¡Querido amigo!... ¡Querido amigo!<br />
A continuación, al estrechar a Eliseo entre los musculosos brazos, siguió<br />
pronunciando la misma frase.<br />
-Yaqqir oheb!...<br />
¡Dios bendito!<br />
De un plumazo, <strong>de</strong> la forma más simple y natural, todos mis temores y recelos<br />
se extinguieron.<br />
¡Nos reconoció! ¿Nos reconoció?... No, fue mucho más que eso. Pero, ¿cómo<br />
pudo?, ¿cómo sabía?, ¿cómo era posible?...<br />
¡Pobre idiota! Nunca apren<strong>de</strong>ré...<br />
Nos contempló unos segundos y, acogiéndonos con una radiante e interminable<br />
sonrisa, exclamó:<br />
-¡Gracias!... ¡Gracias por vuestra <strong>de</strong>cisión y sacrificios!...<br />
Aquella sonrisa... ¡Era la misma!...<br />
-Sé que estáis aquí por la voluntad <strong>de</strong> mi Padre...<br />
Eliseo y yo, mudos, perplejos, con un nudo en el estómago, flotábamos en<br />
una nube. Aquello no era real. ¿Estaba soñando <strong>de</strong> nuevo? ¿Gracias por<br />
nuestra <strong>de</strong>cisión? Pero, ¿cómo podía saber?<br />
La respuesta aparecería «en un momento». Y lo haría <strong>de</strong>licadamente. Sin<br />
brusqueda<strong>de</strong>s. «Como lo más natural <strong>de</strong>l mundo» (!).<br />
-Como habrás visto, querido Jasón, el «hasta muy pronto» se ha cumplido...<br />
Y guiñando un ojo me electrizó.<br />
Claro que recordaba aquellas palabras. Pero, ¡Dios santo!, las pronunció en la<br />
mañana <strong>de</strong>l jueves, 18 <strong>de</strong> mayo... ¡<strong>de</strong>l año 30! Fue su <strong>de</strong>spedida en el monte<br />
<strong>de</strong> los Olivos...<br />
-Bien -concluyó, <strong>de</strong>spabilándonos-, prosigamos. Hay mucho por hacer...<br />
Creo que le seguimos como autómatas. Ni el ingeniero ni quien esto escribe<br />
fuimos capaces <strong>de</strong> pronunciar un «sí» o un «no». Sencillamente, parecíamos<br />
hipnotizados.<br />
Cargamos las provisiones y la tienda y marchamos tras Él...<br />
Y, <strong>de</strong> pronto, mal que bien, rememoré la reciente escena.<br />
¡Él estaba allí, frente a estos dormidos exploradores! Lo vi plácidamente,<br />
sentado, observándonos...<br />
¡Dios!<br />
¿Cuánto tiempo estuvo pendiente <strong>de</strong> nosotros?<br />
A los pocos pasos, mi hermano, emparejándose con este explorador, habló al<br />
fin. Y repitió mis propios pensamientos:<br />
-¿Cómo es posible?... ¡Nos ha reconocido!...<br />
Entonces, pillándonos <strong>de</strong> nuevo por sorpresa, el Maestro fue a <strong>de</strong>tenerse. Giró<br />
237
sobre los talones y, esbozando una picara sonrisa, fijó su irresistible mirada<br />
sobre quien esto escribe, pronunciando unas palabras que me remataron:<br />
-¿Recuerdas?... «Y en el aire <strong>de</strong> los corazones quedó aquel pañuelo blanco...,<br />
flotando como un <strong>de</strong>finitivo adiós»...<br />
Supongo que pali<strong>de</strong>cí.<br />
¡Increíble! Esas frases, surgidas a raíz <strong>de</strong> su «ascensión», habían sido escritas<br />
en mi diario poco <strong>de</strong>spués <strong>de</strong>l histórico y ya mencionado 18 <strong>de</strong> mayo <strong>de</strong>l año<br />
30..., al retornar al Ravid. Nadie las conocía...<br />
Pero, divertido, no concedió cuartel. Y añadió:<br />
-Pues no... Ahí te equivocaste... Los que conocen al Padre nunca se <strong>de</strong>spi<strong>de</strong>n.<br />
Nunca dicen «adiós»... Sólo «hasta luego».<br />
Nuevo guiño <strong>de</strong> complicidad. La sonrisa se abrió al máximo y, dándonos la<br />
espalda, continuó ascendiendo por la trocha con aquellas -casi olvidadasgran<strong>de</strong>s<br />
zancadas.<br />
Eliseo, sin compren<strong>de</strong>r el alcance <strong>de</strong> la pequeña-gran revelación, me interrogó<br />
impaciente, solicitando una aclaración. No hubo respuesta. Mi mente,<br />
confusa, se hallaba muy lejos.<br />
¿Estaba soñando? No podía ser... Él tampoco conocía esas frases. Unas frases<br />
escritas... ¡en el futuro! Sin embargo, acababa <strong>de</strong> pronunciarlas... ¡Las conocía!<br />
El enigma -lo reconozco- me obsesionó. Después, conforme pasaron los días<br />
en aquel inolvidable campamento, creí enten<strong>de</strong>r.<br />
Era Él, sí, un ser humano. Pero también un Dios...<br />
No fue fácil asimilar la i<strong>de</strong>a. Nada fácil. Y menos para unas mentes racionales<br />
y científicas... Pero los hechos, día tras día, se impusieron.<br />
Y <strong>de</strong>cía que era Él. En efecto, aparentemente, poco había cambiado en su<br />
figura física. Era cinco años más joven, pero la estampa seguía siendo casi la<br />
misma.<br />
Así lo vimos:<br />
Alto, muy alto para la media <strong>de</strong> los judíos: alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> 1,81 metros. Todo un<br />
atleta...<br />
Hombros anchos. Po<strong>de</strong>rosos. Tórax olímpico. Musculatura elástica. Envidiable.<br />
Ni un gramo <strong>de</strong> grasa. Piernas fibrosas. Duras como piedras.<br />
Manos estilizadas. Velludas. Pausadas. Asomadas al trabajo. Uñas sanas.<br />
Siempre cortas y limpias.<br />
El rostro, alto y bien proporcionado, fue quizá lo que más me sorprendió.<br />
Aparecía intensamente bronceado y más dulce y risueño que el <strong>de</strong>l otro<br />
«ahora». No creo equivocarme si afirmo que, en ese tiempo, aquel Jesús era<br />
más extravertido y confiado. No era <strong>de</strong> extrañar. Se hallaba en los comienzos...<br />
La barba, partida en dos, se presentaba ahora más crecida, aunque igualmente<br />
cuidada. El cabello, lacio, color caramelo, menos encanecido, fue otra<br />
238
novedad: en esos momentos, mucho más largo, lo recogía con una cola.<br />
Mentón valiente.<br />
La nariz, prominente, típicamente judía, era el único rasgo ligeramente en<br />
discordia.<br />
Labios finos. El superior apuntando levemente bajo el bigote.<br />
Dentadura impecable. Blanca y alineada, reforzando aquella peculiar y<br />
abrasadora sonrisa.<br />
Frente audaz. Alta y con las cejas rectas y bien marcadas. Pestañas largas,<br />
tupidas, perfilando unos ojos rasgados...<br />
¡Los ojos! ¿Cómo <strong>de</strong>scribirlos?<br />
Eran y no eran humanos.<br />
De tonalidad miel clara. Líquida. Vivos. Furiosamente vivos. Penetrantes<br />
como dagas. A veces insostenibles. Dulces. Compasivos. Atentos. Veloces.<br />
Socarrones. Amigos. Sin necesidad <strong>de</strong> palabras...<br />
Los ojos <strong>de</strong> un Hombre-Dios.<br />
Un Hombre irresistible. Magnético. Imprevisible. Cercano. Sabio. Humil<strong>de</strong>. Y,<br />
sobre todo, en esos momentos, feliz.<br />
Tampoco el atuendo nos sorprendió. Vestía su querida túnica <strong>de</strong> lana, sin<br />
costuras, <strong>de</strong> un blanco inmaculado, flotando hasta los tobillos, <strong>de</strong> anchas<br />
mangas y sujeta a la cintura, sin aprietos, por una doble y sencilla cuerda<br />
trenzada con fibra <strong>de</strong> lino. Las sandalias, en cuero <strong>de</strong> vaca empecinado, similares<br />
a las nuestras, aparecían notablemente <strong>de</strong>sgastadas.<br />
Sí, así lo vimos...<br />
Un Hombre ilusionado. Un Hombre que, como veremos, acababa <strong>de</strong> hacer su<br />
gran «<strong>de</strong>scubrimiento». Un Hombre -lo a<strong>de</strong>lanto sin la menor sombra <strong>de</strong><br />
duda- que acababa <strong>de</strong> «estrenarse» como Dios. Y ese «hallazgo», esa seguridad,<br />
durante un tiempo, lo catapultó hasta las estrellas, hasta su Padre<br />
Celestial... Y todo cuanto lo ro<strong>de</strong>ó quedó contagiado, incluyendo a estos exploradores.<br />
Jamás vivimos una experiencia tan gratificante como aquélla, al<br />
pie <strong>de</strong> las nieves perpetuas <strong>de</strong>l Hermón. Lástima que los evangelistas no<br />
hicieran mención <strong>de</strong> unos sucesos tan memorables...<br />
Pero <strong>de</strong>bo serenarme. Me estoy precipitando, una vez más. Todo en su<br />
momento. Todo paso a paso...<br />
Ahora, vencida la «nona» (las tres <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong>), sólo contaba el presente. Sólo<br />
contaba Él.<br />
Y comenzaron a suce<strong>de</strong>r cosas extrañas...<br />
¿Extrañas?<br />
No, con Él, nada era extraño. Éramos nosotros los que no lo conocíamos suficientemente.<br />
Éramos nosotros los que habíamos forjado una imagen falsa,<br />
distante, erróneamente solemne <strong>de</strong> aquel cariñoso, espontáneo, cercanísimo<br />
y casi infantil Jesús <strong>de</strong> Nazaret.<br />
Y, como digo, <strong>de</strong> improviso, el Maestro se <strong>de</strong>stapó tal cual era.<br />
239
Se <strong>de</strong>tuvo <strong>de</strong> nuevo. Señaló a lo alto y, con el rostro grave, anunció:<br />
-¡El último friega los cacharros!...<br />
Soltó una carcajada y, dando media vuelta, se lanzó cuesta arriba, a la carrera.<br />
Eliseo y yo, atónitos, necesitamos unos segundos para reaccionar.<br />
Y el ingeniero, finalmente, comprendiendo, salió tras Él, <strong>de</strong>jando a este explorador<br />
con dos palmos <strong>de</strong> narices.<br />
Instantes <strong>de</strong>spués, picado en el amor propio, feliz, impulsado por aquella<br />
«fuerza» que seguía habitándome, tiré <strong>de</strong> la agotada musculatura, en un vano<br />
intento <strong>de</strong> alcanzarlos.<br />
Éste era el Maestro. El auténtico Hijo <strong>de</strong>l Hombre...<br />
Minutos más tar<strong>de</strong>, ja<strong>de</strong>ando, casi a rastras, fui a parar a un gran claro. Allí,<br />
cómodamente sentados, muertos <strong>de</strong> risa, aguardaban aquellos «locos».<br />
Aparecían como nuevos, sin el menor signo <strong>de</strong> agotamiento.<br />
Los miré <strong>de</strong>sconcertado y, rendido, me <strong>de</strong>jé caer, tratando <strong>de</strong> llenar los<br />
pulmones y <strong>de</strong> recomponer la catastrófica lámina.<br />
-¡Te ha tocado! -se burló mi hermano-. ¡Servicio <strong>de</strong> cocina! ¡Los quiero impecables!<br />
Me resigné.<br />
Jesús, entonces, tomando mi petate y las provisiones que me habían tocado<br />
en suerte, cargó con todo, haciendo causa común con el ingeniero:<br />
-¡Impecables!...<br />
Y se dirigió hacia la muralla <strong>de</strong> cedros que se levantaba frente a nosotros, a<br />
escasos cincuenta metros.<br />
En realidad se trataba <strong>de</strong> una menguada arboleda, formada por tres o cuatro<br />
filas <strong>de</strong> erez. Y al otro lado, una nueva sorpresa: el mahaneh, el campamento...<br />
Eliseo también se <strong>de</strong>tuvo. Y durante unos instantes, fascinados, recorrimos<br />
con la vista el increíble y bellísimo lugar.<br />
Me resultó familiar. Yo conocía aquel paraje...<br />
Pero, al punto, rechacé la ridícula i<strong>de</strong>a. Jamás estuve allí.<br />
Materialmente cercada por los cedros se abría ante nosotros una meseta <strong>de</strong><br />
regulares dimensiones, ovalada, <strong>de</strong> unos cien metros <strong>de</strong> diámetro mayor y<br />
cubierta por una tímida alfombra <strong>de</strong> hierba. A nuestra izquierda, al fondo,<br />
lindando casi con la pared <strong>de</strong>l bosque, una pequeña tienda <strong>de</strong> dos aguas,<br />
armada, como la nuestra, con negras y embreadas pieles <strong>de</strong> cabra. Y en el<br />
centro <strong>de</strong> la planicie, un gigantesco cedro <strong>de</strong> unos cuarenta metros <strong>de</strong> altura,<br />
con un milenario, ajado y ceniciento tronco <strong>de</strong> cuatro metros <strong>de</strong> circunferencia.<br />
La copa, ver<strong>de</strong> oscura, aplastada, sobresalía por encima <strong>de</strong> sus<br />
hermanos, acogiendo una ruidosa y, <strong>de</strong> momento, invisible colonia <strong>de</strong> aves. Y<br />
al pie <strong>de</strong>l gigante, la «guinda», el toque exótico: ¡un dolmen! Un remoto<br />
monumento megalítico integrado por cinco rocas blancas, verticales, sólida-<br />
240
mente enterradas, <strong>de</strong> casi tres metros, sosteniendo, en forma <strong>de</strong> techumbre,<br />
otra enorme laja plana. En este caso, la colosal estructura carecía <strong>de</strong> las<br />
habituales cámaras funerarias.<br />
Pasé mucho tiempo a la sombra <strong>de</strong> aquella impresionante construcción. Y<br />
siempre me pregunté lo mismo: ¿cómo la levantaron? O mucho me equivocaba<br />
o la roca superior pesaba más <strong>de</strong> dos toneladas...<br />
Y al norte, a poco más <strong>de</strong> 800 metros por encima <strong>de</strong> la mesetas, el pico<br />
nevado, refulgente, <strong>de</strong>l Hermón, amado <strong>de</strong> cerca por el verdiazul <strong>de</strong> los<br />
bosques.<br />
Quedamos extasiados. Pero no..., no lo habíamos visto todo.<br />
Acto seguido, auxiliados por el Maestro, nos centramos en el montaje <strong>de</strong> la<br />
tienda y en la organización <strong>de</strong> la mo<strong>de</strong>sta impedimenta. El rústico refugio,<br />
muy próximo al <strong>de</strong>l Galileo, quedó listo en cuestión <strong>de</strong> minutos.<br />
Y en ello estábamos cuando, <strong>de</strong> pronto, en el silencio <strong>de</strong> los dos mil metros,<br />
sonó algo.<br />
Mi hermano y yo, soltando los petates, nos miramos atónitos.<br />
El pensamiento fue el mismo. Pero, discreta y pru<strong>de</strong>ntemente, no hicimos<br />
comentario alguno.<br />
Al poco, el increíble «ruido» se repitió. Esta vez más nítido.<br />
No había duda...<br />
Jesús, atareado en el anclaje <strong>de</strong> uno <strong>de</strong> los vientos, captó nuestra inquietud.<br />
Nos miró y, divertido, esbozó una media sonrisa. Pero siguió a lo suyo.<br />
La tercera tanda fue, incluso, más espectacular. Procedía, al parecer, <strong>de</strong>l<br />
flanco oriental <strong>de</strong> la meseta. Pero allí sólo se distinguían los árboles.<br />
De improviso, sobre los cedros, apareció la silueta <strong>de</strong> una rapaz. No estoy<br />
seguro, pero juraría que se trataba <strong>de</strong> una «perdicera» <strong>de</strong> gran tamaño,<br />
dotada con la fuerza <strong>de</strong>l águila y la agilidad <strong>de</strong>l halcón.<br />
Planeó lenta y majestuosa, trazando círculos al otro lado <strong>de</strong> la arboleda.<br />
Súbitamente se <strong>de</strong>jó caer en un rápido e impecable picado, <strong>de</strong>sapareciendo<br />
por <strong>de</strong>trás <strong>de</strong>l bosque. Y al instante, el <strong>de</strong>sconcertante e «imposible» sonido...<br />
¡Eran disparos!... ¡Ráfagas!<br />
Creí que alucinaba.<br />
¿Disparos? ¿En el año 25?<br />
Medio minuto <strong>de</strong>spués el águila reapareció, alejándose hacia el Hermón. Y las<br />
«ráfagas <strong>de</strong> ametralladora» cesaron.<br />
Esperamos un nuevo tableteo. Nada. Silencio. No volveríamos a escucharlo.<br />
A la mañana siguiente llegaría la explicación...<br />
Concluida la faena, el Maestro buscó el sol. Podía ser la «décima» (las cuatro<br />
<strong>de</strong> la tar<strong>de</strong>). Faltaban, pues, algo más <strong>de</strong> dos horas para el ocaso.<br />
Y, atento y servicial, preguntó:<br />
-¿Qué tal un baño antes <strong>de</strong> la cena?<br />
¿Un baño? ¿A dos mil metros <strong>de</strong> altitud?<br />
241
Mi hermano, entusiasmado, accedió al instante.<br />
Y con un gesto <strong>de</strong> su mano izquierda nos invitó a seguirle. Como <strong>de</strong>cía, no lo<br />
habíamos visto todo...<br />
El Galileo cruzó la explanada, a<strong>de</strong>ntrándose en la breve arboleda <strong>de</strong>l referido<br />
flanco este. Al otro lado nos aguardaba una no menos reconfortante sorpresa.<br />
¡Las cascadas!<br />
Creo que fue normal. Eran <strong>de</strong>masiadas emociones como para recordar algo<br />
tan insustancial como las repetidas alusiones <strong>de</strong> los montañeses a aquel<br />
«poco recomendable lugar». Espero volver sobre ello, pero, francamente, la<br />
presencia <strong>de</strong>l Hijo <strong>de</strong>l Hombre me tenía -nos tenía- medio hipnotizados...<br />
Al filo mismo <strong>de</strong> los cedros apareció el olvidado nahal Hermón. Bajaba <strong>de</strong> los<br />
ventisqueros. Y lo hacía espumoso, enfadado y protestón. A la altura <strong>de</strong> la<br />
meseta, a cosa <strong>de</strong> cinco o seis metros por <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> nuestros pies, el terreno<br />
se escalonaba, forzando a saltar al torrente. Resultado: dos blancas y rumorosas<br />
cascadas <strong>de</strong> más <strong>de</strong> dos metros <strong>de</strong> altura cada una. Y entre ambas,<br />
una espaciosa y mansa «piscina», <strong>de</strong> aguas frías y transparentes. Un amarillento<br />
circo rocoso <strong>de</strong> yeso cenozoico, magistral-mente diseñado por la<br />
Naturaleza, ocupaba parte <strong>de</strong> la «piscina», frenando el ímpetu <strong>de</strong>l nahal. El<br />
roqueo acompañaba a la corriente, formando un segundo islote al pie <strong>de</strong> la<br />
última cascada.<br />
Des<strong>de</strong> ese instante, para Eliseo y para quien esto escribe, el remanso en<br />
cuestión sería bautizado como la «piscina <strong>de</strong> yeso».<br />
Frente a nosotros, asomándose a dicha «piscina», <strong>de</strong>safiando a los cedros,<br />
vigilaba una solitaria patrulla <strong>de</strong> robles. Y entre la miniarboleda, algunos<br />
sauces y los inevitables corros <strong>de</strong> a<strong>de</strong>lfas.<br />
Y dicho y hecho.<br />
El Maestro, alborozado, se <strong>de</strong>spojó <strong>de</strong> túnica y sandalias y, <strong>de</strong> un salto, se<br />
lanzó <strong>de</strong> cabeza a las aguas, provocando la precipitada huida <strong>de</strong> <strong>de</strong>cenas <strong>de</strong><br />
inquilinos <strong>de</strong>l robledal: nectarinas <strong>de</strong> cabezas y pechos violetas, trigueros <strong>de</strong><br />
oreja negra y cola blanca y tímidos carpinteros sirios, entre otros.<br />
Eliseo, nervioso, se <strong>de</strong>snudó como pudo y, sin dudarlo, siguió el ejemplo <strong>de</strong><br />
Jesús <strong>de</strong> Nazaret.<br />
Y yo, sin po<strong>de</strong>r creer lo que estaba viendo, fui a sentarme al filo <strong>de</strong> la «piscina»,<br />
contemplándolos.<br />
¡El Maestro nadando!<br />
Quizá suene a infantilismo. No lo sé... Tampoco importa. Para mí, aquel Jesús<br />
era nuevo. Distinto. Tan cercano y natural...<br />
Braceaba ágil, con fuerza. Se <strong>de</strong>tenía. Tomaba aire y <strong>de</strong>saparecía bajo las<br />
aguas. Buscaba al ingeniero. Hacía presa en sus piernas y, como si fuera una<br />
pluma, lo levantaba sobre la superficie, <strong>de</strong>jándolo caer. Risas. Eliseo, <strong>de</strong>sconcertado,<br />
se recuperaba y, ni corto ni perezoso, perseguía al Maestro. Se<br />
apoyaba en los brillantes y musculosos hombros e intentaba hundirlo. Im-<br />
242
posible. El Hijo <strong>de</strong>l Hombre era una roca. Se revolvía. Chapoteaba. Y, entre<br />
carcajadas, terminaba hundiendo <strong>de</strong> nuevo al pobre Eliseo...<br />
No sé cuánto tiempo permanecí allí arriba, atónito..., y feliz. Sí, esa es la<br />
palabra exacta: feliz.<br />
Pero, <strong>de</strong> pronto, les vi cuchichear. Y, en silencio, se <strong>de</strong>splazaron hacia quien<br />
esto escribe. Ambos lucían una sospechosa sonrisa <strong>de</strong> complicidad.<br />
Me puse en pie y, comprendiendo las malévolas intenciones, supliqué calma.<br />
Me <strong>de</strong>svestí a toda velocidad y, antes <strong>de</strong> que fuera presa <strong>de</strong> aquellos maravillosos<br />
«locos», salté a la «piscina». Cuando acerté a resollar, cuatro po<strong>de</strong>rosas<br />
manos cayeron sobre mí, hundiéndome.<br />
Y como tres niños, sin <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> reír persiguiéndonos una y otra vez, así se<br />
prolongó aquel primer e inolvidable baño a los pies <strong>de</strong>l Hermón.<br />
Nunca, nunca podré olvidarlo...<br />
Una hora <strong>de</strong>spués, agotados, nos reuníamos al pie <strong>de</strong> los cedros.<br />
El Maestro soltó sus cabellos y fue a sentarse frente a estos ja<strong>de</strong>antes exploradores.<br />
El sol, <strong>de</strong>spidiéndose, rozando el horizonte azul y ondulado <strong>de</strong> los bosques,<br />
empezó a vestir y a preparar para la noche las nevadas cumbres. Y lo hizo<br />
<strong>de</strong>spacio, respetuoso, con <strong>de</strong>dos naranjas.<br />
Jesús inspiró profundamente y echó la cabeza atrás. Después, cerrando los<br />
ojos, permaneció en un largo y majestuoso silencio. Algunas gotas, irreverentes,<br />
resbalaron por las sienes, cayendo sobre el bronceado, ancho y relajado<br />
tórax.<br />
Quedé nuevamente sorprendido. Mientras mi hermano y yo soportábamos el<br />
agitado bombeo <strong>de</strong> los corazones. Él, impasible, apenas alzaba la caja torácica.<br />
Su capacidad <strong>de</strong> recuperación era asombrosa.<br />
Y, <strong>de</strong> pronto, sin previo aviso, el siempre sincero y espontáneo ingeniero<br />
formuló una pregunta. Una cuestión que nos rondaba y atormentaba <strong>de</strong>s<strong>de</strong><br />
mucho antes <strong>de</strong> llegar a su presencia.<br />
Eliseo, como <strong>de</strong> costumbre, fue más valiente que quien esto escribe...<br />
-Señor, ¿qué haces aquí?<br />
De momento, el Galileo no replicó. Continuó con los ojos cerrados, ajeno a<br />
todo y a todos. Pensé que no <strong>de</strong>seaba hablar. Y fulminé a mi compañero con<br />
la mirada. Eliseo, <strong>de</strong>solado, bajó la cabeza.<br />
-No, Jasón -intervino el Maestro, pillándome por sorpresa-, no reprendas a tu<br />
hermano porque, como tú, ansia la verdad...<br />
Era imposible. No lograba acostumbrarme. ¿Cómo lo hacía? ¿Cómo podía<br />
«ver» o «leer» en los corazones? Si tenía los ojos cerrados, ¿cómo pudo...?<br />
En<strong>de</strong>rezó el rostro y, atravesándome con aquella mirada, me salió <strong>de</strong> nuevo al<br />
paso:<br />
-Porque ahora, querido Jasón, finalmente, he recuperado lo que es mío...<br />
Y volviéndose hacia el aturdido Eliseo, regalándole su mejor sonrisa, añadió:<br />
243
-Amigo..., haces bien en preguntar. Para eso estáis aquí. Para contar y dar fe<br />
<strong>de</strong> lo que soy y <strong>de</strong> lo que <strong>de</strong>sea ni i Padre... Vuestro Padre...<br />
Solicité disculpas a mi compañero y, olvidado el leve inci<strong>de</strong>nte, Eliseo, vibrante,<br />
cayó sobre el rabí, matizando a cuestión inicial.<br />
-¿Has venido al Hermón para buscar algo que habías perdido?<br />
El Maestro, encantado ante la transparencia <strong>de</strong> aquel hombre, lo miró unos<br />
segundos. Sus ojos brillaron y una sonrisa casi imperceptible se <strong>de</strong>rramó por<br />
el rostro, alcanzándonos.<br />
Y volvió a <strong>de</strong>sconcertarnos.<br />
-Excelente pregunta... Recuérdamela <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la cena...<br />
Le guiñó un ojo y, <strong>de</strong> un salto, como un atleta, se puso en pie. Recogió sus<br />
cosas y, <strong>de</strong>cidido, canturreando, regresó al mahaneh.<br />
Y estos exploradores, y un Hermón <strong>de</strong>finitivamente naranja, quedaron en<br />
suspenso.<br />
Así era aquel Hombre...<br />
Supongo que es inevitable. Suplico perdón. Espero que el paciente e hipotético<br />
lector <strong>de</strong> estas atropelladas memorias sepa compren<strong>de</strong>r y disculpar.<br />
Escribo con el corazón, con todas mis ya escasas fuerzas, pero, aun así, las<br />
vivencias escapan. Son tantas las cosas que <strong>de</strong>bo contar que, en ocasiones,<br />
no sé por dón<strong>de</strong> tirar y, lo que es peor, pue<strong>de</strong> que olvi<strong>de</strong> <strong>de</strong>talles e impresiones.<br />
Ahora mismo acaba <strong>de</strong> suce<strong>de</strong>r. Estaba olvidando otra <strong>de</strong> las <strong>de</strong>sconocidas<br />
facetas <strong>de</strong>l Hijo <strong>de</strong>l Hombre.<br />
¿Quién ha imaginado alguna vez a Jesús <strong>de</strong> Nazaret «cocinero»?<br />
La verdad es que, en el transcurso <strong>de</strong> las anteriores experiencias junto al<br />
Maestro, jamás reparé en ello. Sin embargo, así era. Así lo <strong>de</strong>scubrimos en el<br />
Hermón. Y nos rendimos a la evi<strong>de</strong>ncia.<br />
¿Jesús cocinero?<br />
Sí..., y muy bueno.<br />
El sol caía. En cuestión <strong>de</strong> una hora oscurecería.<br />
Y Jesús puso manos a la obra. Eliseo, más hábil para los menesteres domésticos<br />
que este limitado explorador, se brindó como «pinche». Y reconozco<br />
que, en el tiempo que duró la estancia en las cumbres <strong>de</strong> la Gaulanitis, el<br />
Maestro y mi hermano formaron una excelente y bien compenetrada pareja<br />
culinaria.<br />
Quien esto escribe, como era <strong>de</strong> prever, fue relegado a «pinche <strong>de</strong>l pinche».<br />
En otras palabras: a mero fregaplatos. Pero no me arrepiento. También<br />
aprendí lo mío con el natrón, ollas, vasos y <strong>de</strong>más utensilios <strong>de</strong> cocina.<br />
El Maestro dio las ór<strong>de</strong>nes oportunas y estos «ayudantes», sumisos y felices,<br />
se dispusieron a levantar un buen fuego.<br />
Frente a la tienda <strong>de</strong>l Galileo se hallaba preparado un mo<strong>de</strong>sto hogar: seis<br />
gran<strong>de</strong>s piedras en círculo y, al lado, una buena reserva <strong>de</strong> ramas <strong>de</strong> cedro.<br />
244
Pero surgió el primer problema...<br />
«Denario» y yo nos interrogamos mutuamente. Ninguno cayó en la cuenta.<br />
Entre las provisiones adquiridas a los Tiglat no figuraba el imprescindible<br />
manojo <strong>de</strong> «cerillas». Aquellas largas astillas previamente embadurnadas en<br />
azufre y que eran activadas al choque <strong>de</strong>l pe<strong>de</strong>rnal.<br />
Discutimos. Busqué entre los sacos. Negativo. Ni rastro <strong>de</strong> las dichosas «cerillas».<br />
El Maestro escuchó y, advirtiendo la naturaleza <strong>de</strong>l conflicto, fue a su tienda.<br />
Al poco, <strong>de</strong>positando en mis pecadoras manos un puñado <strong>de</strong> «fósforos»,<br />
sentenció burlón:<br />
-¡Vaya par <strong>de</strong> ángeles!<br />
Instantes <strong>de</strong>spués, gracias a mi hermano, claro está, un aromático fuego<br />
danzaba rojo, alto y con ganas, llamando la atención <strong>de</strong> un madrugador y<br />
curioso Venus.<br />
A partir <strong>de</strong> ese momento -dada mi preclara inutilidad- me limité a vigilar y<br />
sostener las llamas, asistiendo, entre incrédulo y divertido, al ir y venir <strong>de</strong> los<br />
esforzados y muy serios «cocineros».<br />
¡Quién lo hubiera dicho! ¡Jesús <strong>de</strong> Nazaret cocinando...!<br />
Primero extendió una amplia estera <strong>de</strong> hoja <strong>de</strong> palma sobre la hierba. Después<br />
organizó los cacharros y dispuso ingredientes y viandas.<br />
Eliseo, atentísimo, cumplió las instrucciones <strong>de</strong>l chef. Tomó media docena <strong>de</strong><br />
blancas y hermosas manzanas sirias y comenzó el rallado.<br />
Sonreí para mis a<strong>de</strong>ntros. No lo había visto tan concentrado ni en las operaciones<br />
<strong>de</strong> vuelo <strong>de</strong> la «cuna»...<br />
De pronto, al llegar al corazón <strong>de</strong> la primera fruta, se <strong>de</strong>tuvo. E, in<strong>de</strong>ciso,<br />
preguntó:<br />
-Señor, ¿qué hago con el lebab?<br />
(En arameo, la palabra lebab tenía un doble sentido: corazón y mente.)<br />
Jesús, absorto en el batido <strong>de</strong> una salsa, replicó sin levantar la vista <strong>de</strong>l<br />
cuenco <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra:<br />
-¿Qué le ocurre?... ¿Está inquieta?<br />
Comprendí. El Maestro, distraído, interpretó el término como «mente».<br />
-¿Inquieta? No, Señor... Es que no sé qué hacer con él.<br />
-Olvida las preocupaciones. Disfruta <strong>de</strong>l momento...<br />
-Pero...<br />
-Comprendo... -se resignó Jesús, agitando con fuerza la mezcla-. La echas <strong>de</strong><br />
menos... ¿Es guapa?<br />
El ingeniero, perplejo, miró el corazón que sostenía entre los <strong>de</strong>dos.<br />
-¿Guapa?... No, Señor...<br />
-¿No es guapa? -prosiguió sin <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> golpear la salsa-. ¡Qué raro!... ¿Y cuál<br />
es el problema? ¿Por qué te inquietas?<br />
-Señor -intentó aclarar el cada vez más confuso «pinche»-, es una tappuah...<br />
245
Nuevo enredo. Tappuah (manzana) era utilizado también como piropo.<br />
Equivalía a «dulce», «sabrosa», «<strong>de</strong>seable» (referido, naturalmente, a una<br />
mujer bella).<br />
-¿En qué quedamos? ¿Es o no tappuah?<br />
-Sí, pero...<br />
No pu<strong>de</strong> contenerme y rompí a reír, alertando al ensimismado «cocinero<br />
jefe».<br />
Jesús alzó la vista y Eliseo, mostrándole el corazón <strong>de</strong> la tappuah, insistió rojo<br />
como una amapola:<br />
-Yo no tengo novia, Señor... Hablaba <strong>de</strong>l corazón. ¿Lo rallo o no?<br />
Naturalmente, al <strong>de</strong>scubrir el equívoco, las carcajadas regresaron al mahaneh,<br />
contagiando a las primeras estrellas. Y las vi parpa<strong>de</strong>ar, <strong>de</strong>sconcertadas.<br />
Así era aquel maravilloso Hombre...<br />
La cena no se <strong>de</strong>moró.<br />
Ensalada «ma<strong>de</strong> in María», la <strong>de</strong> la «palomas». Una receta aprendida <strong>de</strong> su<br />
madre. Disfrutamos y repetimos:<br />
manzanas ralladas, palitos <strong>de</strong> una legumbre parecida al apio, nueces, pasas<br />
<strong>de</strong> Corinto (sin grano) y una suave y disgestiva salsa integrada por aceite, sal,<br />
miel, vinagre y un chorreón <strong>de</strong> vino.<br />
Después, tocino magro a la brasa y queso en abundancia.<br />
No pu<strong>de</strong> por menos <strong>de</strong> felicitarles. Y mi hermano, satisfecho y mordaz, tendió<br />
la mano, obligándome a besarla. Pero el <strong>de</strong> Nazaret, que no le iba a la zaga en<br />
el sentido <strong>de</strong>l humor, hizo otro tanto. Ese beso, sin embargo, fue distinto. Y<br />
me estremecí...<br />
La noche nos sorprendió. La temperatura <strong>de</strong>scendió ligeramente y el firmamento,<br />
atento, con una luz <strong>de</strong> lujo, se arremolinó sobre el Hermón, sabedor<br />
<strong>de</strong> a «quién» iluminaba y protegía. Hasta el cometa Halley, oportunísimo,<br />
asomó una breve cabellera por el oeste <strong>de</strong> la pulsante Procyon...<br />
No, las estrellas no se equivocaban. Aquélla, efectivamente, sería una noche<br />
histórica. Inolvidable. Al menos para nosotros...<br />
Allí, concluida la cena, al amor <strong>de</strong>l fuego, con el rítmico e incansable croar <strong>de</strong><br />
las ranas junto al nahal Hermón, tendría lugar la primera <strong>de</strong> una serie <strong>de</strong><br />
conversaciones con el Hijo <strong>de</strong>l Hombre. Unas conversaciones íntimas. Sinceras.<br />
Reveladoras...<br />
Prácticamente, excepción hecha <strong>de</strong> la última semana, cada jornada, a la<br />
misma hora, como algo minuciosamente «programado», el Maestro habló,<br />
abriendo mentes y corazones. Y así, suavemente, nos fue preparando...<br />
No ha sido fácil. A pesar <strong>de</strong> los muchos apuntes y notas, tomados siempre tras<br />
las animadas tertulias y en el silencio <strong>de</strong> la tienda, algunas <strong>de</strong> sus i<strong>de</strong>as y<br />
palabras, muy probablemente, se perdieron. Pero ha quedado lo fundamental.<br />
Las claves...<br />
Y entiendo que <strong>de</strong>bo ser honesto. No todo lo que dijo pue<strong>de</strong> ser recogido aquí<br />
246
y ahora. El mundo no lo enten<strong>de</strong>ría. «Eso» ha sido guardado en lo más<br />
profundo <strong>de</strong> mi corazón. Quizá, antes <strong>de</strong> mi ya cercana muerte, me <strong>de</strong>cida a<br />
escribirlo con la esperanza <strong>de</strong> que sea leído por las generaciones futuras. El<br />
«sabe»...<br />
Y otra advertencia. Aunque he procurado reunir por capítulos los asuntos <strong>de</strong><br />
mayor calado, las intensas charlas no siempre fueron monográficas. Como es<br />
lógico y natural, <strong>de</strong>pendiendo <strong>de</strong> las circunstancias, saltábamos <strong>de</strong> un tema a<br />
otro. No obstante, para una mayor claridad, he buscado un cierto or<strong>de</strong>n, un<br />
hilo conductor...<br />
Dicho esto, prosigamos.<br />
El primero en hablar fue Él. Serio, pausadamente, se interesó por nuestro<br />
viaje. Nunca supimos con certeza a cuál se refería. Estaba claro que conocía<br />
nuestro verda<strong>de</strong>ro «origen», pero siempre -y mucho más en presencia <strong>de</strong><br />
otros- se mantuvo en una discreta «nebulosa». En el fondo lo agra<strong>de</strong>cimos.<br />
Finalmente, como colofón, llenándonos una vez más <strong>de</strong> optimismo y sorpresa,<br />
repitió lo apuntado en las «cascadas»:<br />
-Mis queridos «ángeles»... No os rindáis... ¡Ánimo!... Ni vosotros mismos sois<br />
conscientes <strong>de</strong> la trascen<strong>de</strong>ncia <strong>de</strong> vuestro trabajo...<br />
Alzó la vista hacia los luceros y, suspirando, añadió:<br />
-Mi Padre sabe... Llegará el día, gracias a vosotros y a otro «mensajero», en<br />
que mis palabras y mi obra refrescarán la memoria <strong>de</strong>l mundo. Gracias por<br />
a<strong>de</strong>lantado...<br />
-¿Otro «mensajero»?<br />
Eliseo y yo nos pisamos la pregunta.<br />
El Maestro, sonriente, asintió con la cabeza. Pero nos <strong>de</strong>jó en el aire. Hoy, casi<br />
con seguridad, sé a qué se refería. Mejor dicho, a quién. Él, a su manera,<br />
también estaba allí..., en la suave noche <strong>de</strong>l Hermón.<br />
-Señor -terció el ingeniero, que jamás olvidaba-; contéstanos ahora. Lo<br />
prometiste. ¿Qué es lo que has perdido en estas montañas? ¿Por qué dices<br />
que has venido a recuperar lo que es tuyo?<br />
El Hijo <strong>de</strong>l Hombre, consciente <strong>de</strong> lo que se disponía a revelar, meditó las<br />
palabras. Echó mano <strong>de</strong> una <strong>de</strong> las ramas y jugueteó con el pacífico fuego.<br />
Después, grave, en un tono que no admitía duda alguna, se expresó así:<br />
-Hijo mío, lo que voy a comunicarte no es <strong>de</strong> fácil comprensión para la limitada<br />
y torpe naturaleza humana. Sois los más pequeños <strong>de</strong> mi reino y<br />
entiendo que tu mente se resista. Pero, en breve, cuando llegue mi hora, lo<br />
compren<strong>de</strong>rás...<br />
Y <strong>de</strong>sviando la mirada hacia este atento explorador insistió:<br />
-Entonces, sólo entonces, estaréis en condición <strong>de</strong> enten<strong>de</strong>rlo. Ahora, por el<br />
momento, escuchad y confiad...<br />
Eliseo, impulsivo, le interrumpió:<br />
-¡Confiamos, Señor!... ¡Tú lo sabes!<br />
247
Jesús lo agra<strong>de</strong>ció. Le sonrió y prosiguió:<br />
-De acuerdo a la voluntad <strong>de</strong> mi Padre, ha llegado el momento <strong>de</strong> restablecer<br />
en mí mismo la auténtica i<strong>de</strong>ntidad <strong>de</strong>l Hijo <strong>de</strong>l Hombre. Mi verda<strong>de</strong>ra memoria,<br />
voluntariamente eclipsada durante esta encarnación, ha vuelto a mí...<br />
Y con ella, mi «otro espíritu»...<br />
Quedamos perplejos y confusos. Y, <strong>de</strong> pronto, una luz me iluminó. Creí enten<strong>de</strong>r<br />
lo que <strong>de</strong>cía. En el fondo estaba confirmando lo que ya explicó en el<br />
otro «ahora» y que fue <strong>de</strong>tallado en páginas prece<strong>de</strong>ntes.<br />
Sonrió <strong>de</strong> nuevo y, mirándome fijamente, asintió <strong>de</strong>spacio, convirtiéndose en<br />
cómplice <strong>de</strong> los súbitos recuerdos.<br />
-Así es, querido amigo, así es...<br />
Y durante un largo rato <strong>de</strong>scendió a los <strong>de</strong>talles, informando <strong>de</strong>l porqué <strong>de</strong> su<br />
presencia en este mundo.<br />
Al parecer -según dijo-, ésa era la voluntad <strong>de</strong> su querido Ab-bá, su Padre<br />
Celestial. Él, como Hijo <strong>de</strong> Dios, <strong>de</strong>bía vivir, conocer y experimentar <strong>de</strong> cerca<br />
la existencia terrenal <strong>de</strong> sus propias criaturas. Eso era lo establecido. Ese<br />
requisito resultaba vital e imprescindible para alcanzar la absoluta y <strong>de</strong>finitiva<br />
soberanía como Creador <strong>de</strong> su universo... Ése, en suma, era el precio para<br />
lograr la <strong>de</strong>finitiva entronización como rey <strong>de</strong> su propia creación.<br />
Y advirtiendo nuestra perplejidad recalcó:<br />
-No os atormentéis... Estáis en el principio <strong>de</strong> una larga travesía hacia el<br />
Padre. Ahora <strong>de</strong>be bastaros con mi palabra.<br />
-Entonces, si no he comprendido mal -terció el ingeniero-, tú eres un Dios...<br />
«camuflado»,<br />
El Maestro, <strong>de</strong>scabalgado, rió con ganas. No había duda. Las ingenuas y,<br />
aparentemente, infantiles cuestiones <strong>de</strong> Eliseo le fascinaban.<br />
-¿Un Dios escondido?... Sí, <strong>de</strong> momento...<br />
Le guiñó un ojo y añadió:<br />
-Y os diré más. Aunque tampoco es fácil <strong>de</strong> asimilar, <strong>de</strong> acuerdo con los <strong>de</strong>signios<br />
<strong>de</strong> Ab-ba, otro <strong>de</strong> los objetivos <strong>de</strong> esta experiencia humana consiste<br />
en «vivir» la fe y la confianza que yo mismo, como Creador, solicito <strong>de</strong> mis<br />
hijos respecto a ese magnífico Padre.<br />
Y subrayó con énfasis:<br />
-Vivir la fe y la confianza...<br />
-Pero, no comprendo..., ¿es que tú no tienes fe?<br />
La risa lo dobló <strong>de</strong> nuevo y, cuando acertó a recuperarse, aclaró:<br />
-Mi querido ángel..., yo soy la fe. Pero, aun así, conviene que sea probado.<br />
-Una experiencia... -musitó casi para sí el cada vez más <strong>de</strong>sconcertado Eliseo-.<br />
Tu encarnación en este planeta obe<strong>de</strong>ce a eso, a la necesidad <strong>de</strong> experimentar…<br />
-Es el plan divino. Sólo así puedo llegar a ser íntima y realmente misericordioso.<br />
248
Mi hermano buscó mi parecer.<br />
-Y tú, «pinche» <strong>de</strong> ángel, ¿qué dices? Esto es nuevo para mí. Esto nada tiene<br />
que ver con lo que han dicho...<br />
Jesús, sonriendo pícaramente, aguardó mi respuesta.<br />
-A juzgar por lo visto y oído -resumí-, muy poco <strong>de</strong> lo dicho y escrito tiene que<br />
ver con la verdad...<br />
Y me atreví a profundizar en lo que ya sabía.<br />
-...Si no he comprendido mal, tú, Señor, no estás aquí para redimir a nadie...<br />
Sencillamente, negó con la cabeza. Y afirmó:<br />
-En su momento lo escuchaste <strong>de</strong>l propio Hijo glorificado: el Padre no es un<br />
juez. El Padre no lleva esa clase <strong>de</strong> cuentas. ¿Por qué exigir responsabilida<strong>de</strong>s<br />
a unas criaturas que no tienen culpa? Cada uno respon<strong>de</strong> <strong>de</strong> sus propios<br />
errores...<br />
Eliseo se mostró <strong>de</strong> acuerdo.<br />
-Eso sí tiene sentido.<br />
Y Jesús, señalándonos entonces con el <strong>de</strong>do, remachó:<br />
-Estad, pues, atentos y cumplid vuestra misión: <strong>de</strong>béis ser fieles mensajeros<br />
<strong>de</strong> cuanto digo. Que el mundo, vuestro mundo, no se confunda.<br />
Mensaje recibido.<br />
-Conocer <strong>de</strong> cerca a tus criaturas. Vivir y experimentar en la carne. Pero,<br />
Maestro, ¿qué pue<strong>de</strong>s apren<strong>de</strong>r <strong>de</strong> nosotros?<br />
Mi compañero, perplejo, siguió preguntando y preguntándose.<br />
-... ¿Qué hay <strong>de</strong> bueno en unos seres tan mezquinos, brutales, necios, primitivos...?<br />
El Galileo le interrumpió.<br />
-¡Dios!<br />
-¿Dios?<br />
-Así es -explicó Jesús acariciando cada palabra-. Ésa es otra <strong>de</strong> las razones, la<br />
gran razón, por la que he <strong>de</strong>scendido hasta vosotros. Revelar a Ab-ba. Recordar<br />
a éstas, y a todas las criaturas <strong>de</strong> mi reino, que el Padre resi<strong>de</strong>,<br />
per-so-nal-men-te, en cada espíritu.<br />
Eliseo, en esos momentos, no se percató <strong>de</strong> la importancia <strong>de</strong> la revolucionaria<br />
afirmación <strong>de</strong>l Galileo. Y se <strong>de</strong>svió:<br />
-¿Otras criaturas?<br />
Jesús, comprendiendo, se resignó. Sonrió con benevolencia y asintió <strong>de</strong><br />
nuevo con la cabeza en un significativo silencio.<br />
-Pero, ¿cómo otras criaturas? ¿Dón<strong>de</strong>?<br />
-Querido e impulsivo niño... Acabo <strong>de</strong> <strong>de</strong>círtelo: estás en los comienzos <strong>de</strong><br />
una venturosa carrera hacia el Padre. Algún día lo verás con tus propios ojos.<br />
La creación es vida. No reduzcas al Padre a las cortas fronteras <strong>de</strong> tu percepción;<br />
y te diré más: la generosidad <strong>de</strong> Ab-ba es tan inconmensurable que<br />
nunca, ¡nunca!, alcanzarás a conocer sus límites.<br />
249
-¿Estás diciendo -manifestó el ingeniero con incredulidad- que ahí fuera hay<br />
vida inteligente?<br />
-Mírame... ¿Me consi<strong>de</strong>ras inteligente?<br />
Eliseo, aturdido, balbuceó un «sí».<br />
-Pues yo, hijo mío, procedo <strong>de</strong> «ahí fuera», como tú dices...<br />
Eliseo, <strong>de</strong>scolocado, cayó en un profundo mutismo. Él, como yo, amaba a<br />
Jesús <strong>de</strong> Nazaret. Habíamos visto lo suficiente como para no poner en duda<br />
sus palabras. El tiempo, por supuesto, seguiría ratificando este convencimiento.<br />
Aproveché el silencio <strong>de</strong> mi compañero y me centré en otra <strong>de</strong> las insinuaciones<br />
<strong>de</strong>l Maestro.<br />
-Tu reino... ¿Dón<strong>de</strong> está? ¿En qué consiste?<br />
Jesús extendió los brazos. Abrió las palmas <strong>de</strong> las manos y me miró feliz.<br />
-Aquí mismo...<br />
Después, levantando el rostro hacia la apretada e insultante «Vía Láctea»,<br />
añadió:<br />
-Ahí mismo...<br />
-¿El universo es tu reino?<br />
-No, querido Jasón -matizó con aquella infinita paciencia-, los universos<br />
tienen sus propios creadores. El mío es uno <strong>de</strong> ellos...<br />
-Eso tiene gracia -reaccionó el ingeniero-. Tú, Señor, no eres el único Dios...<br />
-Te lo repito una vez más: la pequeña llama <strong>de</strong> tu entendimiento acaba <strong>de</strong> ser<br />
encendida. No pretendas iluminar con ella la totalidad <strong>de</strong> lo creado. Date<br />
tiempo, querido ángel...<br />
Pero Eliseo, <strong>de</strong> i<strong>de</strong>as fijas, comentó casi para sí:<br />
-¡Muchos Dioses!... Y tú, ¿eres gran<strong>de</strong> o pequeñito?<br />
El Maestro y yo cruzamos una mirada. Y, sin po<strong>de</strong>r remediarlo, terminamos<br />
riendo.<br />
-En los reinos <strong>de</strong> mi Padre, querido «pinche», no hay gran<strong>de</strong>s ni pequeñitos...<br />
El amor no distingue. No mi<strong>de</strong>.<br />
-Señor, hay algo que no sé...<br />
-¡Por fin! -me interrumpió socarrón-. ¡Por fin alguien reconoce que no sabe!<br />
-... Esas criaturas, las que dices que también forman tu reino, ¿son como<br />
nosotros? ¿Necesitan igualmente que les recuer<strong>de</strong>s quién es el Padre?<br />
-Toda la creación vive para alcanzar y conocer a Ab-bá. Ésa es la única, la<br />
sublime, la gran meta... Algunos, como vosotros, están aún en el principio <strong>de</strong>l<br />
principio. Ellos, no lo dudéis, están pendientes <strong>de</strong> este pequeño y perdido<br />
mundo. Lo que aquí está a punto <strong>de</strong> suce<strong>de</strong>r los llenará <strong>de</strong> orgullo y <strong>de</strong> esperanza...<br />
Extrañas y misteriosas palabras.<br />
-¿Y por qué nosotros? -atacó <strong>de</strong> nuevo el incansable ingeniero-. ¿Por qué has<br />
elegido este remoto planeta?<br />
250
-Eso obe<strong>de</strong>ce a los <strong>de</strong>signios <strong>de</strong>l Padre..., y a los míos, como Creador. En su<br />
momento te hablaré <strong>de</strong> las <strong>de</strong>sdichas <strong>de</strong> este agitado y confundido mundo.<br />
Nada, en la creación, es fruto <strong>de</strong>l azar o <strong>de</strong> la improvisación!.<br />
Lamentablemente, mi hermano volvió a interrumpirlo, cortando lo que, sin<br />
duda, podía hacer sido una revelación. Pero quien esto escribe no lo olvidó.<br />
-Entonces, Señor, tú vas por tu reino, por tu universo, revelando al Padre...<br />
¿Ése es tu trabajo?<br />
La capacidad <strong>de</strong> asombro <strong>de</strong> aquel Hombre no parecía tener límite. Abrió los<br />
luminosos ojos y, conmovido, replicó:<br />
-Sí y no... Entrar a formar parte <strong>de</strong> la vida <strong>de</strong> mis criaturas, como te dije, es<br />
una exigencia para todo Hijo Creador. Antes <strong>de</strong> esta encarnación, por ejemplo,<br />
yo he sido ángel... Y también me he sometido voluntariamente a la naturaleza<br />
<strong>de</strong> otros seres a mi servicio. Otros seres que tú, ahora, ni siquiera imaginas...<br />
-¿Tú has sido un ángel?... Pero, ¿cómo?<br />
-Hijo mío, ¿pue<strong>de</strong>s explicar a los hombres <strong>de</strong> este tiempo <strong>de</strong> dón<strong>de</strong> vienes y<br />
cómo lo haces?<br />
Eliseo negó con la cabeza.<br />
-Pues bien, <strong>de</strong>ja que el conocimiento y la revelación lleguen a su <strong>de</strong>bido<br />
tiempo. Disfruta <strong>de</strong> la maravillosa aventura <strong>de</strong> la ascensión hacia el Padre.<br />
Nada quedará oculto..., pero ten fe. Aguarda confiado.<br />
Y Jesús puso el <strong>de</strong>do en la llaga.<br />
-Dime: ¿crees en lo que digo?<br />
Esta vez me uní a la rotunda afirmación <strong>de</strong> Eliseo.<br />
-Absolutamente, Señor...<br />
-Entonces, <strong>de</strong>jadme hacer. Mi Padre «sabe». No lo olvidéis..<br />
-Ahora lo entiendo -susurró el «pinche»-, ahora lo entiendo... 11<br />
Señaló las <strong>de</strong>sdibujadas nieves <strong>de</strong>l Hermón y proclamó triunfante:<br />
-Ha llegado tu hora... El Creador ha recuperado lo que es suyo. Ahora sabe<br />
quién es. Aquí y ahora se ha hecho el milagro. Jesús <strong>de</strong> Nazaret, el hombre, es<br />
consciente, al fin, <strong>de</strong> su verda<strong>de</strong>ra naturaleza divina..<br />
-Hijo mío, eres afortunado... Es mi Padre quien habla por ti.<br />
Las llamas oscilaron, tan electrizadas como nuestros corazones. Mi hermano<br />
-no sé cómo- lo resumió a la perfección. Y nosotros, por la generosidad <strong>de</strong> los<br />
cielos, fuimos testigos. Testigos <strong>de</strong> excepción <strong>de</strong>l «gran cambio»...<br />
Aunque creo haberlo mencionado, bueno será recordarlo.<br />
En esas fechas, justamente, agosto <strong>de</strong>l año 25, en la montaña santa, el Hijo<br />
<strong>de</strong>l Hombre, arrastrado por el Destino, «<strong>de</strong>spertó». Mis sospechas se vieron<br />
así confirmadas. Jesús <strong>de</strong> Nazaret nació y vivió como un ser humano normal<br />
y corriente. Durante años -tal y como reconocería en aquellas conversaciones<br />
nocturnas- no supo quién era en realidad. Él mismo, antes <strong>de</strong> su encarnación,<br />
se impuso esta condición. Sólo así, con esa generosa renuncia, fue posible<br />
vivir, sufrir y experimentar, en <strong>de</strong>finitiva, la naturaleza humana. Fueron años<br />
251
turbulentos. «Algo» férreo e invisible lo impulsaba hacia el gran Padre Azul.<br />
Pero, ¿quién era Él? ¿A qué obe<strong>de</strong>cía este irrefrenable «tirón»? ¿Por qué su<br />
corazón se empeñaba en hablar a las gentes <strong>de</strong> su Padre Celestial? Y la lucha<br />
-una batalla ignorada igualmente por los escritores sagrados (?)- se prolongó,<br />
feroz, hasta ese mes <strong>de</strong> elul, cuando el Maestro estaba a punto <strong>de</strong> cumplir 31<br />
años...<br />
¡Dios santo!<br />
Este «hallazgo», revalidado <strong>de</strong>spués por los innumerables prodigios, me<br />
mantuvo en vela durante muchas noches.<br />
¿Estábamos en la presencia <strong>de</strong> un Dios! Sin embargo, por más que lo observaba<br />
y estudiaba, no era capaz <strong>de</strong> distinguir la frontera entre lo puramente<br />
humano y lo divino. Lo a<strong>de</strong>lanto y lo confieso humil<strong>de</strong>mente: fue un misterio.<br />
Científicamente carezco <strong>de</strong> explicación. Pero así fue.<br />
¡Un Dios hombre!<br />
Mejor dicho, un Dios a la búsqueda <strong>de</strong>l hombre...<br />
¡Un Dios niño!<br />
Mejor dicho, un Dios anulado. Inmolado durante años en la espesa y torpe<br />
naturaleza humana. La más baja <strong>de</strong> la creación...<br />
¡Un Dios in<strong>de</strong>fenso!<br />
Mejor dicho, un Dios <strong>de</strong>samparado..., voluntariamente.<br />
Demasiados enigmas para este pobre e inútil explorador. ..<br />
Y otro dato más, escuchado <strong>de</strong> sus propios labios: justo en esos días, durante<br />
la estancia en el Hermón, una vez asumida la genuina naturaleza divina, el<br />
Maestro pudo haber abandonado el mundo <strong>de</strong> su encarnación.<br />
Al plantear la insólita y <strong>de</strong>sconocida posibilidad, Eliseo, pasmado, preguntó:<br />
-¿Qué dices? ¿Hablas en serio?<br />
Naturalmente. A pesar <strong>de</strong> sus continuas bromas, el Maestro siempre hablaba<br />
en serio.<br />
-Mi trabajo -manifestó- ha sido culminado. He cumplido la voluntad <strong>de</strong>l Padre.<br />
Ahora conozco al hombre. De haber regresado a mi lugar habría recibido la<br />
soberanía que me pertenece. Pero...<br />
Hizo una pausa. Nos miró con ternura y añadió:<br />
-Pero me he sometido al Padre...<br />
Eliseo, impaciente, le cortó.<br />
-¿Y qué ha dicho el «Jefe»?<br />
El Galileo, <strong>de</strong>sarmado, interrumpió lo que iba a <strong>de</strong>cir. Y, entre risas, preguntó<br />
a su vez:<br />
-¿El Jefe?<br />
-Sí -apremió el ingeniero señalando al no menos atónito firmamento-, el<br />
«Barbas»...»<br />
-¿El «Barbas»?<br />
-El Padre... Tú me entien<strong>de</strong>s, Señor... Yo, al Padre, me lo imagino así..., con<br />
252
arbas. »<br />
-¿Y por qué con barbas?<br />
-Si es lo que dices, Señor, tiene que ser muy viejo...<br />
Jesús, maravillosamente <strong>de</strong>sconcertado, sonrió levemente. Fue una sonrisa<br />
fugaz, pero plena <strong>de</strong> amor y satisfacción.<br />
-Te diré algo. Poco importa si estás o no acertado. A mi Padre le encantan<br />
esos retratos...<br />
-Y bien... ¿Qué ha dicho?<br />
-Que mañana será otro día..., querido «pinche».<br />
-Pero…<br />
Ahí finalizó la charla. Jesús, guiñándole un ojo, se puso en pie.<br />
-El «Barbas» dice que es hora <strong>de</strong> <strong>de</strong>scansar. Para hablar <strong>de</strong> Él necesitamos<br />
tiempo. Mucho tiempo...<br />
PRIMERA SEMANA EN EL HERMÓN<br />
¿Desilusión?<br />
Sí, en parte...<br />
A la mañana siguiente, al <strong>de</strong>spertar, el Maestro no se hallaba en el mahaneh.<br />
Frente a la tienda había situado una <strong>de</strong> las escudillas <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra. En el interior,<br />
garrapateado con un tizón, se leía:<br />
«Estoy con el "Barbas". Regresaré al atar<strong>de</strong>cer.»<br />
Pronto nos acostumbraríamos. Mejor dicho, nos resignaríamos. La verdad es<br />
que, una vez conocido, era difícil vivir sin su compañía. Pero, como digo, no<br />
tuvimos opción. Debíamos respetarlo y respetar sus ausencias. Y así ocurrió a<br />
lo largo <strong>de</strong> aquellas cuatro inolvidables semanas en el Hermón. La mayor<br />
parte <strong>de</strong> las veces <strong>de</strong>saparecía <strong>de</strong>l campamento con el amanecer. Desayunaba<br />
algo y, feliz, tomaba el sen<strong>de</strong>rillo que atravesaba los bosques <strong>de</strong> cedros,<br />
rumbo a los ventisqueros. Poco antes <strong>de</strong>l ocaso le veíamos retornar y,<br />
siempre, siempre aparecía alegre, renovado, casi transfigurado... ¿Explicación?:<br />
Ab-bá. Según Él, ese tiempo en íntima comunión con el Padre era<br />
esencial. En varias oportunida<strong>de</strong>s, obe<strong>de</strong>ciendo sus <strong>de</strong>seos, tuvimos ocasión<br />
<strong>de</strong> acompañarlo. Y, como iré relatando, <strong>de</strong>scubrimos algunas nuevas facetas<br />
<strong>de</strong> aquel increíble Hombre...<br />
El prolongado <strong>de</strong>scanso -a qué negarlo- fue provi<strong>de</strong>ncial. No sólo nos llenó <strong>de</strong><br />
fuerza y optimismo -vitales para los intensos días que aguardaban- sino que,<br />
por encima <strong>de</strong> todo, nos permitió profundizar en el pensamiento y en los<br />
objetivos <strong>de</strong>l Hijo <strong>de</strong>l Hombre. Y, por añadidura, nuestros ojos se abrieron,<br />
disipando dudas y oscurida<strong>de</strong>s.<br />
Hoy, en la distancia, agra<strong>de</strong>cido y maravillado, doy gracias. Aquella aventura<br />
modificó nuestras vidas, dándole sentido. ¡Cuánto aprendimos!<br />
No puedo pensar otra cosa: todo estuvo <strong>de</strong>licada y magistralmente «pro-<br />
253
gramado».<br />
En cuanto al día a día <strong>de</strong> estos pictóricos exploradores, fue simple y espartano.<br />
Quien esto escribe se ocupaba en el repaso <strong>de</strong> las notas. Atendía junto a mi<br />
hermano los mo<strong>de</strong>stos quehaceres domésticos, nos relajábamos en la «piscina»<br />
o caminábamos por los alre<strong>de</strong>dores, siempre sorprendidos por la<br />
magnífica naturaleza. Y cada jornada, con el ocaso, el instante culminante: el<br />
retorno <strong>de</strong> Jesús <strong>de</strong> Nazaret. Después, tras la cena, las ansiadas tertulias...<br />
Aquel martes, sin embargo, 21 <strong>de</strong> agosto, sería diferente. Veamos por qué...<br />
Recuerdo que, tras asearnos y fregotear los cacharros en la «piscina <strong>de</strong> yeso»,<br />
al penetrar <strong>de</strong> nuevo en la tienda y disponerme a escribir, «algo» me llamó la<br />
atención. Revisé apuntes y memoria y, efectivamente, caí en la cuenta...<br />
Busqué a Eliseo y, entre aturdido y alborozado, anuncié:<br />
-¿Sabes qué día es hoy?<br />
El ingeniero, burlón, replicó:<br />
-¿De qué tiempo? ¿Del nuestro o <strong>de</strong>l actual?<br />
Le mostré uno <strong>de</strong> los pergaminos y leyó:<br />
-«Veintiuno <strong>de</strong> agosto»... ¿Y qué?<br />
-¿No lo recuerdas?... Hoy es su cumpleaños.<br />
-¿Hoy?<br />
El rostro <strong>de</strong>l amigo se iluminó.<br />
-Su cumpleaños... Y hace...»<br />
-Creo que treinta y uno... ¿Se te ocurre algo? «Permaneció pensativo. Después,<br />
prosiguiendo con la limpieza <strong>de</strong>l hogar, soltó un lacónico «pue<strong>de</strong> ser...»<br />
No le saqué una sola palabra más. Y, encogiéndose <strong>de</strong> hombros, regresé a lo<br />
mío. A <strong>de</strong>cir verdad, no me quedé tranquilo. Conocía a Eliseo y sabía que su<br />
calenturienta imaginación <strong>de</strong>scansaría...<br />
Al poco, sin embargo, estas reflexiones se vieron súbitamente interrumpidas.<br />
Allí estaba otra vez...<br />
Salí intrigado. Mi hermano, en pie, con las manos sobre los ojos y a manera <strong>de</strong><br />
visera, oteaba el flanco oriental <strong>de</strong> la meseta. Pero el sol, frontal y rasante, no<br />
nos permitió ver con claridad.<br />
-¿Estás oyendo? -preguntó el ingeniero a media voz-. Esto es <strong>de</strong> locos...<br />
Asentí.<br />
¡Eran «disparos»!... ¡Auténticas ráfagas!<br />
Y el eco jugueteó en las cumbres, asustando a los inquilinos <strong>de</strong>l cedro gigante.<br />
No había duda. «Aquello» era real.<br />
Tomé la «vara <strong>de</strong> Moisés» y, <strong>de</strong>cidido a <strong>de</strong>spejar la irritante incógnita, me<br />
encaminé hacia las «cascadas». Eliseo, <strong>de</strong>trás, siguió con la cantinela.<br />
-Jasón, estamos alucinando...<br />
En la última fila <strong>de</strong> cedros nos <strong>de</strong>tuvimos. Y, ocultos, fuimos a <strong>de</strong>scubrir el<br />
origen <strong>de</strong>l increíble «tableteo».<br />
254
¿«Tableteo»?<br />
Sí y, a<strong>de</strong>más, toses, silbidos, ronquidos y un agudo y no menos <strong>de</strong>sconcertante<br />
ruido. Algo así como un «je-je-je-je»...<br />
Eliseo y yo nos miramos. Y poco faltó para que le diera con la vara en la<br />
cabeza...<br />
-¿Alucinados...? ¡Tú sí que estás loco!<br />
-Pero, ¿qué son?<br />
No supe respon<strong>de</strong>r. La verdad es que nunca los había visto. Más tar<strong>de</strong>, al<br />
retornar al Ravid y consultar a «Santa Claus», recibimos puntual información.<br />
Los responsables <strong>de</strong> los «disparos», silbidos, etc., eran en realidad una pacífica<br />
«tribu» <strong>de</strong> damanes <strong>de</strong> las rocas, asentada en los peñascos que<br />
emergían en la «piscina» y entre los saltos <strong>de</strong> agua. Unos simpáticos y muy<br />
sociables animalitos, relativamente similares a las liebres y conejos, con un<br />
rostro «casi humano», en continuo ejercicio sobre las piedras. Algo así como<br />
bolas <strong>de</strong> pelo, marrones, negras y naranjas, agilísimas, casi al margen <strong>de</strong> la<br />
ley <strong>de</strong> la gravedad. En otras oportunida<strong>de</strong>s, al cruzar las montañas <strong>de</strong> Neftalí,<br />
al oeste <strong>de</strong>l Hule, volvimos a encontrarlos en las orillas <strong>de</strong>l nahal Ke<strong>de</strong>sh,<br />
entre las peñas <strong>de</strong> yeso cenozoico. Los judíos los llamaban tafna, en arameo,<br />
o safan, en hebreo, por su costumbre <strong>de</strong> vivir casi ocultos (safan: estar escondidos).<br />
A <strong>de</strong>cir verdad pasamos muy buenos raros observándolos. Jesús el<br />
primero. Y allí, frente a los cuarenta o cincuenta damanes, fuimos a <strong>de</strong>scubrir<br />
otra peculiar costumbre <strong>de</strong>l Maestro. Llevado <strong>de</strong> su inagotable sentido <strong>de</strong>l<br />
humor terminaba siempre por colgar un apodo a cosas, animales o personas.<br />
Así, por ejemplo, <strong>de</strong>pendiendo <strong>de</strong> los rasgos o actitu<strong>de</strong>s, algunos <strong>de</strong> los tafna<br />
fueron «bautizados» por Jesús como malku (rey), behilu (prisa), hasok<br />
(oscuridad) o gemir (perfecto), entre otros.<br />
En cuanto a la explicación <strong>de</strong> los intensos «tiroteos», al mirar a lo alto<br />
comprendimos. Una rapaz -posiblemente la misma águila perdicera <strong>de</strong>l día<br />
anterior -planeaba <strong>de</strong> nuevo sobre la familia. Se hallaba alta, a unos quinientos<br />
metros, y, sin embargo, fue rápidamente <strong>de</strong>tectada por los damanes<br />
«vigías». La vista <strong>de</strong> nuestros «vecinos» era portentosa. Y al instante sonó la<br />
alarma, en forma <strong>de</strong> gritos cortos, secos y estri<strong>de</strong>ntes, idénticos a disparos.<br />
Algunos <strong>de</strong> los machos se unieron presurosos a los «centinelas» e, incorporándose<br />
sobre las patas traseras, buscaron la silueta <strong>de</strong>l águila, acompañando<br />
las «ráfagas» con silbidos, ronquidos y aquel inconfundible y <strong>de</strong>sconcertante<br />
«je-je-je-je». Las hembras, con la numerosa prole, <strong>de</strong>saparecieron <strong>de</strong> inmediato<br />
entre las fisuras <strong>de</strong>l roqueo. Y allí quedaron los inquietos y <strong>de</strong>sconfiados<br />
tafna, pendientes <strong>de</strong> las evoluciones <strong>de</strong> la perdicera. Minutos <strong>de</strong>spués,<br />
al <strong>de</strong>scen<strong>de</strong>r y sobrevolar la «piscina», el «tiroteo» se intensificó. Y, al punto,<br />
la colonia entera se esfumó. La rapaz, burlona, se dirigió entonces hacia el<br />
bosquecillo <strong>de</strong> robles, buscando un almuerzo menos esquivo. La enorme y<br />
silenciosa sombra «peinó» el ramaje y una <strong>de</strong>scompuesta escuadrilla <strong>de</strong> ce-<br />
255
ojillos <strong>de</strong> Orfeo, <strong>de</strong> Upcher, torcecuellos con traje <strong>de</strong> camuflaje, alondras <strong>de</strong><br />
pecho negro, collalbas rubias, gorriones chillones <strong>de</strong> cola blanca, roqueros <strong>de</strong><br />
cuellos azules y carpinteros sirios uniformados en blanco y negro emprendió<br />
una escandalosa y <strong>de</strong>sor<strong>de</strong>nada fuga hacia el cedro gigante y bosques<br />
próximos. La perdicera no perdió un segundo. Y en un quiebro impecable<br />
atrapó en el aire a una <strong>de</strong> las alondras «laponas», atravesándola con las<br />
afiladas garras. La víctima sólo tuvo tiempo <strong>de</strong> emitir un chillido, similar al<br />
tañido <strong>de</strong> una campana. Segundos <strong>de</strong>spués, al alejarse, el lugar recobró su<br />
habitual aspecto. Y los damanes, tímidamente, ocuparon posiciones, disfrutando<br />
<strong>de</strong>l sol y <strong>de</strong> sus continuos juegos.<br />
La jornada, lenta y apaciblemente, fue extinguiéndose.<br />
Y ojos y corazones continuaron fijos en la muralla <strong>de</strong> cedros que nos aislaba y<br />
protegía. El Maestro no podía tardar...<br />
Hacia la «décima» (las cuatro), puntual, Jesús <strong>de</strong> Nazaret irrumpió en el<br />
campamento. Lo escuchamos en mitad <strong>de</strong> la espesura, cuando cruzaba las<br />
últimas hileras <strong>de</strong> cedros. Venía cantando. Y lo hacía a voz en grito.<br />
«Te dos gracias, Padre mío, <strong>de</strong> todo corazón... Cantaré tus maravillas...»<br />
Al principio no estuve seguro. Parecía un salmo.<br />
Al reunirse con estos boquiabiertos exploradores soltó el cal<strong>de</strong>ro que portaba<br />
y, sonriendo, alzó brazos y rostro hacia el azul <strong>de</strong>l cielo, rematando el canto<br />
con voz grave y templada:<br />
«Escucha mi ley, pueblo mío, tien<strong>de</strong> tu oído a las palabras <strong>de</strong> mi boca...Voy a<br />
abrirla en parábolas...»<br />
Esta vez lo i<strong>de</strong>ntifiqué. Salmo 78.<br />
Eliseo, curioso, se asomó al recipiente <strong>de</strong> hierro.<br />
-¡Nieve!<br />
El Maestro, en efecto, aprovechó la visita a la cumbre para hacer acopio <strong>de</strong>l<br />
inmaculado y siempre gratificante cargamento. Esa noche, sobre todo, resultaría<br />
especialmente útil.<br />
-Regalo <strong>de</strong>l Jefe -intervino el Galileo, refiriéndose a la nieve-. Hoy, queridos<br />
ángeles, es un día señalado...<br />
Mi hermano y yo nos miramos. Y creímos captar el sentido <strong>de</strong> las enigmáticas<br />
palabras. Entonces, <strong>de</strong>solado, hice una señal al ingeniero. Y éste, comprendiendo,<br />
respondió con una rápida sonrisa y un guiño.<br />
Debí suponerlo. Eliseo maquinaba algo. Naturalmente, no había olvidado el<br />
aniversario <strong>de</strong>l rabí.<br />
-¿Qué tramáis?<br />
Mi compañero, pillado in fraganti, se escurrió como pudo.<br />
-Nada, Señor..., cosas <strong>de</strong> ángeles...<br />
El Maestro, divertido, indicó la dirección <strong>de</strong> las «cascadas», animándonos a<br />
seguirlo. Era el momento <strong>de</strong>l baño.<br />
256
Una hora <strong>de</strong>spués, el imprevisible Jesús volvió a sorpren<strong>de</strong>rnos. En esta<br />
ocasión, sin embargo, el suceso nos llenó <strong>de</strong> sonrojo...<br />
Fue un fallo, sí. Pero aprendimos la lección.<br />
Al vestirnos, cuando nos disponíamos a retornar al mahaneh, el Galileo,<br />
siempre discreto y <strong>de</strong>licado, rogó que me a<strong>de</strong>lantara. Entendí. Por alguna<br />
razón <strong>de</strong>seaba hablar a solas con mi compañero.<br />
Minutos <strong>de</strong>spués, mientras avivaba el fuego, los vi aparecer en la explanada.<br />
Caminaban <strong>de</strong>spacio. Al llegar a la altura <strong>de</strong>l dolmen se <strong>de</strong>tuvieron. El Maestro<br />
era el único que hablaba. Eliseo, con la cabeza baja, se limitaba a escuchar,<br />
asintiendo una y otra vez.<br />
Intuí algo. La actitud <strong>de</strong> mi hermano no era normal. ¿Qué sucedía?<br />
Por último, Jesús lo abrazó.<br />
Avanzaron y, al reunirse con este intrigado explorador, cada uno tiró hacia<br />
sus respectivas tiendas. Eliseo ni se miró. Estaba pálido. Poco faltó para que<br />
saliera tras él, pero me contuve. El asunto, evi<strong>de</strong>ntemente, no era <strong>de</strong> mi<br />
incumbencia. ¿O sí?<br />
-¿Qué <strong>de</strong>monios pasaba?<br />
Al poco, Eliseo regresó. Traía una escudilla en las manos. La reconocí al<br />
instante. Era el cuenco <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra en el que el rabí había escrito el breve<br />
mensaje:<br />
«Estoy con el "Barbas". Regresaré al atar<strong>de</strong>cer.»<br />
Y seguí hecho un lío...<br />
La verdad es que, tras la lectura <strong>de</strong>l «aviso», no presté mayor atención a la<br />
dichosa escudilla. Sencillamente, la perdí <strong>de</strong> vista. Y un súbito pensamiento<br />
me <strong>de</strong>sconcertó todavía más: ¿Por qué Eliseo la guardó en nuestra tienda? El<br />
ingeniero continuó mudo, esquivando mi mirada. Lo noté hundido. Desmoralizado.<br />
Y me asusté.<br />
Algo grave, sin duda, acababa <strong>de</strong> ocurrir...<br />
Jesús se situó frente al hogar. Presentaba un rostro sereno y relajado, como<br />
si nada hubiera sucedido. Aquella actitud, francamente, terminó confundiéndome<br />
<strong>de</strong>l todo. No entendía nada <strong>de</strong> nada...<br />
Y al punto, entregándole el pequeño cuenco <strong>de</strong> sopa, Eliseo, con la voz<br />
quebrada, se excusó:<br />
-Te pido perdón, Señor... No volverá a repetirse...<br />
El Maestro tomó la escudilla y, aludiendo a lo escrito en el interior, quitó hierro<br />
al asunto, tratando <strong>de</strong> animar al <strong>de</strong>caído ingeniero:<br />
-Comprén<strong>de</strong>lo, mi queridísimo hijo... Vosotros tenéis unas normas. Mi Padre y<br />
yo, otras...<br />
Entonces, aproximándose al muchacho, fue a posar las manos sobre sus<br />
hombros y, agitándolo cariñosamente, gritó:<br />
-¡Despierta!... ¡Tampoco es para tanto!<br />
Eliseo, remontando con dificultad, movió la cabeza afirmativamente y replicó<br />
257
con un amago <strong>de</strong> sonrisa.<br />
-Eso está mejor... Y ahora, escucha. Escuchad los dos...<br />
Tomó los ána<strong>de</strong>s. Se sentó frente a la fogata y, entregando uno <strong>de</strong> los patos<br />
a mi compañero, le sugirió que lo <strong>de</strong>splumase. Él, con el suyo, hizo otro tanto.<br />
Y, mientras limpiaba el cebado «silbón», fue a <strong>de</strong>svelarnos algo <strong>de</strong> especial<br />
interés, que aclaró la mente <strong>de</strong> este confuso y confundido explorador. Algo<br />
que tampoco figura en los evangelios y que, no obstante, como digo, <strong>de</strong>spejaba<br />
varias e importantes incógnitas relacionadas con la encarnación <strong>de</strong>l<br />
Hijo <strong>de</strong>l Hombre. Unas incógnitas que, <strong>de</strong> haber sido resueltas por los escritores<br />
sagrados (?), habrían evitado mucha confusión e infinitos ríos <strong>de</strong><br />
tinta...<br />
Según sus palabras, <strong>de</strong> acuerdo a los planes divinos, el hecho físico <strong>de</strong> su<br />
experiencia humana se hallaba «limitado» por una serie <strong>de</strong> «condiciones»,<br />
absolutamente inviolables. Esas «prohibiciones» -autoimpuestas por el propio<br />
Jesús <strong>de</strong> Nazaret durante su estancia en el Hermón- resultaban casi <strong>de</strong> sentido<br />
común...<br />
En primer lugar, el Hombre-Dios no <strong>de</strong>bería <strong>de</strong>jar escrito alguno. Escritos<br />
-entendimos- <strong>de</strong> su puño y letra. De ningún tipo. Llevaba razón. Si el Maestro<br />
hubiera puesto por escrito su doctrina y filosofía, los seguidores, muy probablemente,<br />
habrían convertido semejante tesoro en un «artículo» <strong>de</strong> veneración<br />
y, lo que podía ser más lamentable, en un motivo <strong>de</strong> permanentes<br />
disputas e interpretaciones <strong>de</strong> todo tipo.<br />
En ese instante se hizo la luz. Miré a mi hermano y, avergonzado, bajó los ojos.<br />
Comprendí y, en cierto modo, lo justifiqué. Fue una travesura. Un impulso<br />
infantil. Eliseo, saltándose las rígidas normas <strong>de</strong> <strong>Caballo</strong> <strong>de</strong> <strong>Troya</strong>, escondió la<br />
escudilla <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra, <strong>de</strong>seoso <strong>de</strong> conservar el pequeño-gran «mensaje», con<br />
la letra <strong>de</strong>l Maestro. Después <strong>de</strong> todo, él era el «inventor» <strong>de</strong>l calificativo (el<br />
«Barbas») que tanta gracia había hecho al Maestro. En cuanto a cómo lo<br />
averiguó, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> lo que llevaba visto, ni me lo planteé.<br />
Y tomé buena nota. Eliseo no era el único tentado por algo así...<br />
En segundo lugar -movido por ese mismo sentido común-, el Hijo <strong>de</strong>l Hombre<br />
tomaría otra no menos importante <strong>de</strong>cisión: su imagen, su figura, no podría<br />
ser dibujada por manos humanas. Es curioso. Cuando algunos, a lo largo <strong>de</strong><br />
su vida pública, intentaron «retratarlo», Él siempre se opuso, provocando el<br />
<strong>de</strong>sconcierto <strong>de</strong> propios y extraños. En mi opinión, era igualmente lógico.<br />
Esas pinturas, en el fondo, sólo habrían causado problemas. En especial, <strong>de</strong><br />
índole idolátrico.<br />
«... No podría ser dibujada por manos humanas.»<br />
Al pronunciar esta frase, Jesús <strong>de</strong> Nazaret interrumpió la limpieza <strong>de</strong>l ána<strong>de</strong>.<br />
Me traspasó con aquellos ojos rasgados, incisivos y limpios como la atmósfera<br />
<strong>de</strong>l Hermón y, haciéndome un guiño <strong>de</strong> complicidad, prosiguió.<br />
El corazón aceleró. Entendí perfectamente.<br />
258
Su imagen sí quedaría en este mundo, pero «confeccionada» por otras manos...<br />
Como <strong>de</strong>cía con regularidad, «quien tenga oídos...».<br />
La tercera autolimitación -<strong>de</strong> mayor calado si cabe- nos <strong>de</strong>jó perplejos. Alguna<br />
vez lo pensé, pero, francamente, no imaginé a qué obe<strong>de</strong>cía su firme y<br />
<strong>de</strong>cidido celibato. Pues bien -<strong>de</strong> acuerdo con sus palabras-, la <strong>de</strong>cisión <strong>de</strong> no<br />
contraer matrimonio y no <strong>de</strong>jar <strong>de</strong>scen<strong>de</strong>ncia formaba parte también <strong>de</strong> la<br />
rígida «normativa» (?) divina. Eso -dijo- era lo aconsejado por su Padre. Y<br />
como Creador no podía infringir la ley. Una ley, obviamente, que escapaba a<br />
nuestra comprensión. Pero lo aceptamos. No había, pues, «razones» oscuras,<br />
ni tampoco religiosas, en dicha actitud. Sencillamente, eso era lo dispuesto,<br />
antes, incluso, <strong>de</strong> su encarnación. Ése era el «or<strong>de</strong>n» establecido por lo Alto.<br />
Y no le faltaba razón. Si un escrito <strong>de</strong> su puño y letra, o bien un dibujo <strong>de</strong><br />
aquel hermoso rostro, hubieran originado auténticas conmociones en el futuro,<br />
¿qué se supone que habría ocurrido con unos hijos, nietos, etc., <strong>de</strong>l Hijo<br />
<strong>de</strong> Dios?<br />
Por supuesto, no <strong>de</strong>jé pasar la excelente ocasión y pregunté:<br />
-Señor, ¿significa esto que prefieres el celibato al matrimonio?<br />
Jesús, leyendo en mi corazón, se apresuró a corregirme.<br />
-Sabes que no he dicho eso. Y sé igualmente por qué lo planteas. Pues toma<br />
buena nota: el matrimonio es tan digno como la <strong>de</strong>cisión <strong>de</strong> permanecer célibe.<br />
En el reino <strong>de</strong> mi Padre no hay matrimonios, tal y como vosotros lo<br />
entendéis. Pero eso no importa ahora. Aquí, en la fraternidad humana, tanto<br />
uno como otro tiene su papel y su justificación. Pero, ¡ojo, mi querido<br />
«mensajero»!, transmite bien mis palabras... Ningún célibe <strong>de</strong>berá consi<strong>de</strong>rarse<br />
superior, ni más capacitado, a la hora <strong>de</strong> pregonar o practicar mi<br />
mensaje...<br />
Y añadió rotundo y sin contemplaciones.<br />
-... Buscar al «Barbas», y hacer su voluntad, no <strong>de</strong>pen<strong>de</strong> <strong>de</strong> la categoría social,<br />
<strong>de</strong> las riquezas y, mucho menos, <strong>de</strong>l estado civil. Y te diré más: ni siquiera<br />
está sujeto a la inteligencia... El gran secreto <strong>de</strong> la existencia humana,<br />
<strong>de</strong>scubrir al «Jefe», sólo pue<strong>de</strong> ser <strong>de</strong>svelado con la voluntad. Si lo <strong>de</strong>seas,<br />
sólo si lo <strong>de</strong>seas, hallarás al Padre y habrás triunfado en la vida...<br />
El Maestro, entonces, atravesando el ána<strong>de</strong> con un largo palo, lo sometió al<br />
fuego, flameándolo y purificándolo. Y así permaneció unos instantes, con la<br />
vista fija en las llamas. Después, como si <strong>de</strong>spertara, proclamó solemne:<br />
-Queridos hijos... ¿Veis las lenguas <strong>de</strong> fuego?... Pues ése, en cierto modo, es<br />
el trabajo que le aguarda al Hijo <strong>de</strong>l Hombre...<br />
Eliseo, recompuesto, le interrumpió, alegrando el corazón <strong>de</strong>l Maestro y no<br />
digamos el <strong>de</strong> este explorador. Ambos, creo, echábamos <strong>de</strong> menos sus<br />
bromas...<br />
-¡Bombero!... ¿Piensas ejercer como la militia vi.-gilum?<br />
259
Jesús, atónito, rompió a reír. Y casi chamuscó el pato. Mi hermano, echando<br />
mano <strong>de</strong> la expresión latina, se refería al cuerpo <strong>de</strong> bomberos <strong>de</strong> Roma,<br />
fundado por Augusto en el año 22 antes <strong>de</strong> Cristo, <strong>de</strong>pendiente <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el 6 d.<br />
J.C. <strong>de</strong> un praefectus vigilum, y que alcanzaría gran fama en todo el imperio.<br />
Al unirme a las carcajadas <strong>de</strong>l Galileo, mi compañero nos observó perplejo.<br />
Finalmente, feliz, intuyendo que las risas eran mucho más que una consecuencia<br />
<strong>de</strong> sus palabras, espontáneo como siempre, soltó el «silbón» y fue a<br />
arrodillarse frente al divertido Maestro. Le sonrió y, sin previo aviso, se abrazó<br />
a Él. Y así permaneció varios minutos.<br />
Jesús <strong>de</strong> Nazaret, conmovido, hizo un esfuerzo. Muy leve, la verdad. Y un par<br />
<strong>de</strong> lágrimas terminaron traicionándolo. Y rodaron solitarias por las mejillas.<br />
-¡El pato, Señor!<br />
Mi grito puso en guardia al Maestro. El sufrido ána<strong>de</strong>, en efecto, ardía por los<br />
cuatro costados...<br />
-¿Será posible?...<br />
El Galileo, <strong>de</strong>sconcertado, intentó apagar las llamas. Y lo logró, claro. Pero el<br />
pobre pato, negro y humeante, estaba en las últimas...<br />
-¿Será posible? -repitió Jesús contemplando la carbonizada cena-. ¡Vaya Dios<br />
más torpe!<br />
Eliseo, <strong>de</strong>sconsolado, pidió disculpas.<br />
-¡Perdón, Señor!... ¡Perdón!<br />
Y el Maestro, atrapado en otro ataque <strong>de</strong> risa, le exigió:<br />
-¡No, por favor!... ¡No más perdón!... ¡Sólo nos queda un pato!<br />
Así era aquel maravilloso Hombre...<br />
Cuando !os ánimos se calmaron, el rabí, absolutamente perdido, preguntó:<br />
-¿Por dón<strong>de</strong> iba?<br />
Quise respon<strong>de</strong>r, pero la risa, incontenible, me zancadilleó. Eliseo, entonces,<br />
muy serio, trató <strong>de</strong> socorrer a Jesús, aclarando:<br />
-Por los bomberos...<br />
Imposible. Las carcajadas, <strong>de</strong> nuevo, se hicieron dueñas y señoras <strong>de</strong>l mahaneh,<br />
llegando claras hasta un Hermón igualmente enrojecido.<br />
-Queridos hijos -respiró al fin el Maestro-, ¿sabéis qué es lo más hermoso y<br />
reconfortante <strong>de</strong> la risa?<br />
Eliseo contempló el malogrado ána<strong>de</strong>, pero, pru<strong>de</strong>ntemente, guardó silencio.<br />
-...Lo más atractivo <strong>de</strong>l sentido <strong>de</strong>l humor -prosiguió el Maestro- es que sólo<br />
es practicado por gente segura y confiada.<br />
Y dirigiéndose al ingeniero remachó:<br />
-No cambies nunca, mi querido ángel..., «<strong>de</strong>stroza-patos»..<br />
Era inútil. El Hijo <strong>de</strong>l Hombre, cuando se lo proponía, era peor que Eliseo...<br />
No rué fácil sujetar el nuevo ataque <strong>de</strong> risa. Y <strong>de</strong>s<strong>de</strong> esa tar<strong>de</strong>, mi hermano<br />
recibiría el sobrenombre <strong>de</strong> «<strong>de</strong>strozapatos». Naturalmente, supo encajar la<br />
broma <strong>de</strong>l Galileo y aceptó el apodo con <strong>de</strong>portividad.<br />
260
-... ¿Sabéis que el humor -reveló Jesús- es un invento <strong>de</strong>l Padre?<br />
-Entonces -proclamó Eliseo con los ojos muy abiertos-, el Jefe se ríe...<br />
-Sobre todo cuando el hombre piensa...<br />
-Señor -intervine reconduciendo la conversación-, ¿por qué <strong>de</strong>cías que tu<br />
trabajo es similar al <strong>de</strong> las lenguas <strong>de</strong> fuego? El Maestro agra<strong>de</strong>ció el cable. Se<br />
puso nuevamente serio y matizó:<br />
-El Hijo <strong>de</strong>l Hombre ha venido también para sanear la memoria humana.<br />
Ahora, no por vuestra culpa, se halla enferma. Dominada por la oscuridad.<br />
Sujeta al error y a la <strong>de</strong>sesperación. Yo soy el fuego que purifica. Yo os traigo<br />
la esperanza. Yo os anuncio que, a pesar <strong>de</strong> las apariencias, todo está por<br />
estrenar. Dios, el Padre, está por «estrenar»...<br />
Hizo una pausa y, señalando el perfil grana <strong>de</strong> los bosques, nos <strong>de</strong>jó nuevamente<br />
en suspenso:<br />
-Y hablando <strong>de</strong> estrenar..., ¿qué hay <strong>de</strong> la cena? Hoy, queridos ángeles, como<br />
os dije, es un día especial... - Ataquemos... ¡El pato es nuestro! Después<br />
seguiremos con el «Barbas»..<br />
Pato asado. El Maestro se esmeró.<br />
Con el socorro <strong>de</strong>l resucitado «pinche» puso a punto una jugosa salsa a base<br />
<strong>de</strong> cebolla rallada, ajo machacado, dos o tres buenos pellizcos <strong>de</strong> jengibre,<br />
pimienta en abundancia, sal y aceite. Y sin <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> canturrear pinceló el<br />
ána<strong>de</strong> por <strong>de</strong>ntro y por fuera, dorándolo <strong>de</strong>spacio.<br />
Nos supo a gloria.<br />
Después, fruta picada, ligeramente emborrachada con arac y vino helado,<br />
cuidadosamente enterrado en la nieve <strong>de</strong>l Hermón.<br />
Al final, un brindis. El Maestro alzó la humil<strong>de</strong> copa <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra. Repasó las<br />
estrellas y, <strong>de</strong>scendiendo feliz a nuestros corazones, pronunció una <strong>de</strong> sus<br />
palabras favoritas:<br />
-Lehaim!<br />
-Lehaim! -replicamos al unísono.<br />
-¡Por la vida!, repitió con voz imperativa.<br />
Supongo que era el momento esperado por Eliseo. Se levantó y, en silencio,<br />
se perdió en el interior <strong>de</strong> la tienda. Jesús, impasible, continuó con la vista<br />
anclada en el tumultuoso firmamento. Venus, Marte y Regulus, casi en línea,<br />
<strong>de</strong>stellaron con más fuerza. Parecían cómplices. El Halley, ahora más al norte<br />
y al oeste, también fue testigo <strong>de</strong> la siguiente, emotiva... y absurda escena.<br />
Eliseo reapareció. Se plantó frente al rabí y le miró sonriente. Tenía las manos<br />
a la espalda. Después, buscándome con la mirada, intensificó la sonrisa. Creí<br />
enten<strong>de</strong>r. Pero, ¿qué ocultaba?<br />
Jesús le observó curioso. Desvió la vista hacia quien esto escribe y me interrogó<br />
sin palabras. Me encogí <strong>de</strong> hombros.<br />
La verdad es que me hallaba al margen.<br />
Finalmente, ceremonioso, el ingeniero fue a mostrarle lo que había ido a<br />
261
uscar. Y, al entregárselo, exclamó <strong>de</strong>spacio y solemne:<br />
-¡Felicida<strong>de</strong>s!... Un regalo <strong>de</strong> otro mundo para el «gordo» <strong>de</strong> todos los<br />
mundos...<br />
El Maestro, perplejo, no supo qué <strong>de</strong>cir.<br />
Mi hermano, sin querer, equivocó una <strong>de</strong> las palabras. En lugar <strong>de</strong> utilizar el<br />
arameo mare (Señor) pronunció merí, que en hebreo significa «cebado» o<br />
«gordo». Y arruinó la bien estudiada frase.<br />
-Mare, le corregí aturdido.<br />
Pero el voluntarioso ingeniero que, al parecer, ensayó el momento una y otra<br />
vez, no se percató <strong>de</strong>l lapsus y siguió en sus trece.<br />
-Sí, eso, merí... Un regalo <strong>de</strong> otro mundo para el «gordo» <strong>de</strong> todos los<br />
mundos... El Maestro, comprendiendo el baile <strong>de</strong> letras, sonrió benevolente,<br />
tomando el vástago <strong>de</strong> olivo. Pero, incapaz <strong>de</strong> resistir la tentación, volvió a<br />
echar mano <strong>de</strong> aquel incombustible sentido <strong>de</strong>l humor, replicando:<br />
-¡Gracias!... ¡Gracias, mi querida «reina»!<br />
No pu<strong>de</strong> contenerme y solté una carcajada.<br />
Siguiendo el involuntario juego <strong>de</strong> Eliseo, el rabí alteró el término nialak<br />
(ángel), cambiándolo por mal...kah (reina).<br />
Mi hermano, sin embargo, feliz con el obsequio, no percibió el doble lenguaje.<br />
Jesús terminó alzándose y, tras observar el retoño tan celosamente conservado,<br />
colocó su mano <strong>de</strong>recha sobre el hombro <strong>de</strong> mi amigo, exclamando:<br />
-Un regalo <strong>de</strong> otro mundo para el Señor <strong>de</strong> todos los mundos... No podías<br />
<strong>de</strong>finirlo mejor...<br />
-...Lo plantaremos como símbolo <strong>de</strong> la paz... La paz interior: la más ardua...<br />
Acto seguido se retiró a la tienda, guardando el vástago que nos entregara el<br />
general Curtiss. Al quedarnos solos le felicité. Fue una i<strong>de</strong>a excelente. En el<br />
fondo, el mejor <strong>de</strong> los <strong>de</strong>stinos para el humil<strong>de</strong> olivo... Algún tiempo <strong>de</strong>spués,<br />
aprovechando una «especialísima circunstancia», el rabí cumpliría su palabra,<br />
plantando el vástago en otro no menos «entrañable lugar». Y allí creció. Y allí<br />
se encuentra, aunque muy pocos conocen su mágica y verda<strong>de</strong>ra historia...<br />
Pero <strong>de</strong> eso hablaré en su momento.<br />
Aquella noche, verda<strong>de</strong>ramente, sería histórica e inolvidable. También el Hijo<br />
<strong>de</strong>l Hombre se reservaba una sorpresa. Algo insinuó a su llegada al campamento,<br />
pero, sinceramente, tras el inci<strong>de</strong>nte <strong>de</strong> la escudilla, la ruina <strong>de</strong>l<br />
ána<strong>de</strong> y la entrega <strong>de</strong>l obsequio, lo olvidamos por completo.<br />
El Maestro se aproximó a las llamas. Nunca olvidaré su expresión. Nos miró en<br />
silencio. Se hallaba serio, pero los ojos, <strong>de</strong> nuevo, hablaron. Fue un «discurso»<br />
breve y elocuente. Pocas veces, hasta ese instante, había percibido en<br />
su mirada tanto amor y comprensión. Fue como una marea. Intensa. Arrolladora.<br />
Y nos invadió, erizándonos el cabello.<br />
No movimos un músculo. Algo estaba a punto <strong>de</strong> suce<strong>de</strong>r. Lo sabía. Podía<br />
palparlo...<br />
262
Jesús parpa<strong>de</strong>ó. Relajó los corazones con una amplia y sostenida sonrisa y,<br />
dulcemente, fue levantándonos hasta las estrellas.<br />
-Hoy, en mi treinta y un cumpleaños en esta forma humana, voy a pedir al<br />
Padre que os convierta en mis primeros discípulos... Y quiero hacerlo solemnemente...<br />
Como correspon<strong>de</strong> a unos auténticos embajadores y mensajeros...<br />
Levantó los brazos y fue a <strong>de</strong>positar sus manos sobre nuestras cabezas. Fue<br />
instantáneo. No sé cómo <strong>de</strong>scribirlo...<br />
Una especie <strong>de</strong> fuego frío, una llamarada helada, me recorrió en décimas <strong>de</strong><br />
segundo. Aquella mano era y no era humana...<br />
Guardó silencio. Después, con gran voz, prosiguió:<br />
-¡Padre!... Ellos son los primeros!... ¡Protégelos!... ¡Guíalos!... ¡Dales tu<br />
bendición!...<br />
Entonces, intensificando la presión <strong>de</strong> las manos, añadió solemne y vibrante:<br />
-¡Ellos, al buscarme, ya te han encontrado! ¡Bendito seas, Ab-bá, mi querido<br />
«papá»...!<br />
Nuevo silencio.<br />
Y el Maestro, retirando las manos, nos atravesó <strong>de</strong> parte a parte. Aquellos<br />
ojos eran y no eran humanos...<br />
-Mis queridos ángeles... ¡Bienvenidos!... Bienvenidos a la vida!... ¡Bienvenidos<br />
al reino!... Y recordarlo siempre: este «viaje» hacia el Padre no tiene<br />
retorno...<br />
Acto seguido, uno por uno, nos abrazó. Fue un abrazo sólido. Incuestionable.<br />
Prolongado. Un abrazo que ratificó la inesperada y cálida «consagración».<br />
¡Sus primeros embajadores!<br />
¿Y por qué no?<br />
Éramos observadores, sí, pero observadores «atrapados» por un Dios. ¿Qué<br />
podíamos hacer?<br />
Yo, personalmente, me sentí feliz y agra<strong>de</strong>cido. Mi trabajo fue el mismo.<br />
Continué analizando y valorando.<br />
Me mantuve siempre en la sombra, a cierta distancia, pero, en lo más íntimo,<br />
compartiendo y aprendiendo.<br />
¿Las normas <strong>de</strong> la operación?<br />
Fueron respetadas, sí. Palabras y sucesos figuran en este diario con escrupulosa<br />
objetividad. En cuanto a los sentimientos -igualmente prohibidos por<br />
<strong>Caballo</strong> <strong>de</strong> <strong>Troya</strong>-, siguieron su inevitable curso: sencillamente le amamos. Y<br />
jamás me sentí culpable.<br />
Como apuntó el ingeniero, ¡a la mierda Curtiss y su gente!<br />
Jesús <strong>de</strong> Nazaret llenó <strong>de</strong> nuevo las copas y, entusiasmado, gritó:<br />
-¡Por el «Barbas»!<br />
Arrojó una carga <strong>de</strong> leña al fuego y, frotándose las manos, se sentó frente a<br />
las sorprendidas llamas. Las vio danzar. Chisporrotear. Después entró en<br />
263
materia. En su materia favorita: el Padre.<br />
Y aquellos perplejos exploradores siguieron aprendiendo.<br />
-¿Dón<strong>de</strong> estábamos?<br />
Eliseo, a<strong>de</strong>lantándose, le refrescó la memoria.<br />
-Decías que tu trabajo ha sido culminado. Decías que ahora conoces al<br />
hombre, que podrías regresar, si lo <strong>de</strong>searas, y asumir la soberanía <strong>de</strong> tu<br />
universo... Jesús fue asintiendo con la cabeza.<br />
-... Decías también que, sin embargo, habías optado por someterte a la voluntad<br />
<strong>de</strong>l Jefe... Y yo te pregunté: ¿y qué ha dicho?<br />
-En palabras simples: que siga con vosotros, que cumpla el segundo gran<br />
objetivo <strong>de</strong> esta experiencia humana... ¡Que os hable <strong>de</strong> El!... ¡Que encienda<br />
la luz <strong>de</strong> la verdad!<br />
Este explorador, más pragmático y prosaico que el ingeniero, intervino <strong>de</strong><br />
inmediato.<br />
-Señor, si vas a hablarnos <strong>de</strong>l Padre, bueno será que lo <strong>de</strong>finas, que nos digas<br />
qué o quién es...<br />
E intentando justificarme añadí:<br />
-... No olvi<strong>de</strong>s que, en el fondo, somos hombres escépticos...<br />
Jesús sonrió malévolo. Y preguntó:<br />
-¿Escépticos?<br />
Me atrapó. Después <strong>de</strong> lo visto en la anterior experiencia, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haber<br />
sido testigos <strong>de</strong> su resurrección, la <strong>de</strong>finición, por supuesto, no era correcta.<br />
Y rectifiqué.<br />
-Ignorantes...-Eso sí, querido Jasón... Pero no te alarmes. Ignorancia y escepticismo<br />
tienen arreglo. Recuerda: para dar sentido a tu vida, para saber<br />
quién eres, qué haces aquí y qué te aguarda tras la muerte, sólo precisas <strong>de</strong><br />
la voluntad. Si quieres, pue<strong>de</strong>s «saber»... Y ahora vayamos con tu pregunta.<br />
Meditó unos instantes. Supuse que no era fácil. Me equivoqué. La <strong>de</strong>finición<br />
<strong>de</strong>l Padre era casi imposible. Imposible para las bajísimas posibilida<strong>de</strong>s <strong>de</strong><br />
percepción humana.<br />
-Recordad siempre -arrancó con un preámbulo <strong>de</strong>cisivo- que, en el futuro,<br />
cuando llegue mi hora, hablaré como un educador. Ése será mi papel. En<br />
consecuencia, tomad mis palabras como una aproximación a la realidad...<br />
Buscó nuestra comprensión y prosiguió.<br />
-... ¿Por qué digo esto? Sencillamente, porque lo finito, vosotros, no pue<strong>de</strong><br />
enten<strong>de</strong>r, abarcar o hacer suyo lo infinito. Y eso es Ab-bá: una luz, una<br />
presencia espiritual, una realidad infinita que, <strong>de</strong> momento, no está al alcance<br />
<strong>de</strong> las criaturas materiales.<br />
Sonrió y, optimista, redon<strong>de</strong>ó:<br />
... Pero lo estará.<br />
-¡Una luz! -comentó mi compañero intrigado-. ¡Una energía que, obviamente,<br />
piensa!<br />
264
-Obviamente...<br />
-¡Lástima! -lamentó el ingeniero-... Lo <strong>de</strong> «Barbas» me gustaba... El Maestro<br />
negó con la cabeza. Y corrigió a Eliseo.<br />
-No, mi querido ángel. Eso está bien. ¿Por qué crees que utilizo la palabra<br />
«Padre»?<br />
No esperó respuesta.<br />
-Porque lo es. El Jefe, como tú lo llamas, y muy acertadamente, por cierto, no<br />
tiene un cuerpo físico y material... Pero es una persona. Es un Ab-bá, en el<br />
sentido literal <strong>de</strong> la expresión. Él es el principio, el generador, la fuente, el que<br />
sostiene la Creación... Podéis imaginarlo como queráis. Podéis <strong>de</strong>finirlo como<br />
gustéis. Y yo os digo que siempre os quedaréis cortos...<br />
-¿Una persona? -intervine-. No entiendo... Una persona sin cuerpo... El<br />
Maestro parecía estar esperando aquella duda.<br />
-Es lógico que te lo preguntes. Mis pequeñas y humil<strong>de</strong>s criaturas <strong>de</strong>l tiempo<br />
y <strong>de</strong>l espacio, las más limitadas, tienen dificultad para imaginar una personalidad<br />
que carezca <strong>de</strong> soporte físico visible. Pero yo te digo que la personalidad,<br />
incluso en vuestro caso, es in<strong>de</strong>pendiente <strong>de</strong> la materia don<strong>de</strong> habita.<br />
Más a<strong>de</strong>lante, cuando sigáis ascendiendo hacia el Padre, tu personalidad,<br />
Jasón, continuará viva. Más viva que nunca, a pesar <strong>de</strong> haber perdido el<br />
cuerpo que ahora tienes. Serán tu mente y espíritu quienes forjarán y sujetarán<br />
esa personalidad. Así, <strong>de</strong> hecho, ocurre ahora mismo.<br />
Sonrió levemente y nos hizo otra revelación.<br />
-Es pronto para que lo entendáis con plenitud, pero en verdad os digo que la<br />
personalidad humana no es otra cosa que la sombra <strong>de</strong>l Padre, proyectada en<br />
los universos. El problema, insisto, está en vuestra finitud. Estudiando esa<br />
«sombra» jamás llegaréis a <strong>de</strong>scubrir al «propietario» y causante <strong>de</strong> la<br />
misma.<br />
Quedamos en silencio, pensativos. Tenía razón. Si alguien pretendiera estudiar<br />
a un ser humano a través <strong>de</strong> su sombra, sencillamente, per<strong>de</strong>ría el<br />
tiempo...<br />
-Pero no os <strong>de</strong>saniméis. Todo en su momento. Llegará el día en que estaréis<br />
en la presencia <strong>de</strong> Ab-bá. Entonces, sólo entonces, empezaréis a compren<strong>de</strong>r<br />
y a compren<strong>de</strong>rle. Si Él careciese <strong>de</strong> esa personalidad, el gran objetivo <strong>de</strong><br />
todos los seres vivientes sería estéril. Es su personalidad, a pesar <strong>de</strong> la infinitud,<br />
lo que hace el «milagro»...<br />
Y recalcó, <strong>de</strong>seoso <strong>de</strong> que entendiéramos.<br />
-Al igual que un padre y un hijo se aman y compren<strong>de</strong>n, así suce<strong>de</strong> con el gran<br />
Padre y todos sus hijos... Él es persona. Vosotros sois personas. Pero, como<br />
os digo, <strong>de</strong>jad que se cumplan los <strong>de</strong>signios <strong>de</strong> Ab-bá...<br />
-¿Sus <strong>de</strong>signios? -clamó Eliseo contrariado-. ¿Y por qué no habla con más<br />
claridad? ¿Qué quiere? "<br />
-En primer lugar -replicó el Maestro al instante-, que sepas que existe. Para<br />
265
eso estoy aquí. Para revelar al mundo que Ab-bá no es un bello sueño <strong>de</strong> la<br />
filosofía. ¡Existe!<br />
Hizo una pausa y la palabra «existe» quedó flotando, rotunda, sólida, incuestionable.<br />
Alzó la voz y repitió, haciendo retroce<strong>de</strong>r cualquier vestigio <strong>de</strong><br />
escepticismo:<br />
-¡Existe!<br />
A estas alturas, algo estaba muy claro para estos exploradores. Jesús <strong>de</strong><br />
Nazaret jamás mentía o inventaba. Y aunque resultaba difícil <strong>de</strong> enten<strong>de</strong>r, lo<br />
aceptamos.<br />
-En segundo lugar, el Padre, tu Padre, <strong>de</strong>sea que lo busques, que lo encuentres...<br />
-¿Cómo, Señor? Tú mismo acabas <strong>de</strong> reconocerlo... Somos finitos, limitados,<br />
lo último <strong>de</strong> lo último... Parece que el Jefe se <strong>de</strong>scuidó al pensar en nosotros...<br />
El Maestro acogió la broma con dulzura.<br />
-No, querido «pinche»... En el reino <strong>de</strong> Ab-bá no hay <strong>de</strong>scuidos. Todo se halla<br />
minuciosamente planificado. Y, aunque no lo creas, vosotros, los «<strong>de</strong>strozapatos»,<br />
sois y seguiréis siendo la admiración <strong>de</strong> los universos.<br />
-¿Nosotros?<br />
-¿Imagina por qué?<br />
-Ni i<strong>de</strong>a... -Vosotros, lo más <strong>de</strong>nso y limitado, poseéis algo <strong>de</strong> lo que no<br />
disfrutan otras criaturas, creadas en perfección: tenéis la maravillosa virtud<br />
<strong>de</strong> ascen<strong>de</strong>r y progresar..., sin saber, sin haber visto. Tenéis la envidiable capacidad<br />
<strong>de</strong> creer, <strong>de</strong> confiar..., sin pruebas.<br />
-Exageras...<br />
El Galileo negó con la cabeza.<br />
-No exagero. Y ése es el «cómo». Ésa es la respuesta a tu pregunta. Al Padre,<br />
<strong>de</strong> momento, sólo pue<strong>de</strong>s buscarlo con la ayuda <strong>de</strong> la confianza. Ése es el plan.<br />
Eso es lo establecido. Progresar. Progresar. Progresar...<br />
-¿Aquí? ¿En este basurero? "<br />
.. -Aquí, en este atormentado mundo -le corrigió-, en los que te reservo<br />
<strong>de</strong>spués y siempre... Ya me has oído. Para llegar a la presencia <strong>de</strong> Ab-bá,<br />
primero <strong>de</strong>bes recorrer un largo, muy largo, camino. Ése es el objetivo. Ésa es<br />
la única razón <strong>de</strong> tu existencia: una aventura fascinante...<br />
-Un largo camino... Muchos, en nuestro mundo, piensan que el «Barbas» los<br />
estará esperando al otro lado <strong>de</strong> la muerte...<br />
Jesús, divertido, escuchó los razonamientos <strong>de</strong> mi amigo.<br />
-... Dicen y creen que los justos serán recibidos <strong>de</strong> inmediato en su presencia.<br />
Tú, en cambio, hablas <strong>de</strong> un largo recorrido...<br />
En esos instantes -¿casualidad?-, una enorme y hermosa mariposa cuadriculada<br />
en blanco y negro, una Euprepia oertzeni, atraída por la luz <strong>de</strong> la<br />
fogata, fue a posarse en el extremo <strong>de</strong> la rama con la que jugueteaba el<br />
Maestro. Y Jesús, aludiendo al bello ejemplar, respondió así:<br />
266
Dime, querido ángel, ¿crees que esa criatura está en condiciones <strong>de</strong> compren<strong>de</strong>r<br />
que un Dios, su Dios, la está sosteniendo?<br />
-No, Señor. Hay <strong>de</strong>masiada distancia...<br />
Entonces, agitando el palo, la obligó a volar. Tú lo has dicho. Hay <strong>de</strong>masiada<br />
distancia... Pues bien, la que ahora te separa <strong>de</strong> Ab-bá. es infinitamente<br />
mayor... Si un mortal fuera transportado, tras la muerte, ante la presencia <strong>de</strong>l<br />
Padre, en verdad te digo que reaccionaría como esa mariposa. No sabría, no<br />
tendría conciencia <strong>de</strong> dón<strong>de</strong> está ni <strong>de</strong> quién lo sostiene...<br />
Y añadió feliz.<br />
-Afortunadamente, vosotros sois mucho más que una mariposa. Y podéis<br />
estar seguros <strong>de</strong> lo que afirmo: llegará el día, cuando hayáis crecido espiritualmente,<br />
cuando hayáis progresado, que veréis al Jefe y compren<strong>de</strong>réis.<br />
Mi hermano, espontáneo, clamó:<br />
-Pero, ¿tan gran<strong>de</strong> es? Jesús se vació.<br />
-No hay palabras, querido «pinche». Sostiene y contempla los universos en el<br />
hueco <strong>de</strong> su mano. Es todo presente, pero está en el futuro. Es el único santo,<br />
porque es perfecto. Es indivisible y, no obstante, se multiplica sin cesar. Él te<br />
imagina y apareces...<br />
Eliseo negó con la cabeza. Y comentó casi para sí:<br />
-Hermoso, muy hermoso, pero la ciencia...<br />
El Maestro, percibiendo la dirección <strong>de</strong> Eliseo, le salió al paso con contun<strong>de</strong>ncia:<br />
- No te equivoques... Ni la ciencia, ni la razón, ni tampoco la filosofía podrán<br />
<strong>de</strong>mostrar jamás la existencia <strong>de</strong>l Padre.<br />
El ingeniero le miró perplejo.<br />
Y el rabí, penetrando sin piedad en sus pensamientos, sentenció:<br />
-Tu Jefe es más listo, imaginativo y amoroso <strong>de</strong> lo que supones. Él no está a<br />
merced <strong>de</strong> hipótesis o postulados. Él sólo está a merced <strong>de</strong>l corazón...<br />
Entonces, señalando el revoloteo <strong>de</strong> la Euprepia, afirmó:<br />
-En eso le lleváis ventaja... Vosotros sí podéis experimentar a Dios.<br />
Nos miró intensamente y remachó:<br />
-He dicho experimentar, no <strong>de</strong>mostrar... En esa búsqueda, cuando el hombre<br />
persigue y ansia a Dios, su alma, al encontrarlo, nota, percibe, experimenta<br />
su presencia. Eso es suficiente..., por ahora.<br />
-¿Experimentar al Padre? Y eso, ¿cómo se hace?, ¿cómo se sabe?<br />
-No has escuchado mis palabras, querido «<strong>de</strong>strozapatos». Cuando un ser<br />
humano «toca» al Padre, cuando Él te «toca», el alma se pone en pie. Es una<br />
sensación única. Clamorosa. Y una magnífica seguridad te acompaña <strong>de</strong> por<br />
vida... Pero ese benéfico sentimiento es personal e intransferible. Es difícil <strong>de</strong><br />
explicar, pero tan real como la visita <strong>de</strong> la ternura, <strong>de</strong> la compasión o <strong>de</strong> la<br />
alegría.<br />
267
Y <strong>de</strong>sviando la mirada hacia este absorto explorador me previno:<br />
-Por eso, Jasón, porque se trata siempre <strong>de</strong> una experiencia, <strong>de</strong> un sentimiento<br />
personal, no escribas para convencer. Hazlo para insinuar. Para<br />
ayudar. Para iluminar...<br />
Mensaje recibido.<br />
... No «vendas», querido ángel. No grites el nombre <strong>de</strong>l Padre. No obligues.<br />
No discutas. Cada cual, según lo establecido, recibirá el «toque» a su <strong>de</strong>bido<br />
tiempo. No hay prisa. Ab-bá sabe. Ab-bá reparte.<br />
-Un Dios sin prisas -terció el «<strong>de</strong>strozapatos»-. Eso me gusta...<br />
-Un Dios amor que ya está en ti...<br />
Y el Maestro, dirigiendo la vara hacia Eliseo, fue a tocar su pecho. El ingeniero,<br />
sorprendido, bajó la cabeza, observando el punto señalado por el Galileo.<br />
Después, nunca supe si en broma o en serio, exclamó:<br />
-¿El Jefazo está aquí?... ¡Y yo con estos pelos...! ¿No me crees?<br />
Eliseo, incapacitado para la mentira o el disimulo, negó con la cabeza y<br />
puntualizó:<br />
-Tú lo has dicho, Maestro. Somos materia finita... El Padre, si quisiera entrar<br />
en mí, se sentiría muy incómodo. Jesús lo acarició con la mirada. Mi amigo era<br />
como un niño.<br />
-Escucha atentamente. Escuchad los dos... Lo que ahora os anuncio formará<br />
parte <strong>de</strong>l mensaje cuando llegue mi hora.<br />
El rostro, iluminado por la fogata, cobró una especial gravedad. E intuí que se<br />
disponía a confesar algo trascen<strong>de</strong>ntal. No me equivoqué.<br />
-Decidme: ¿os he mentido alguna vez?<br />
Él «no» fue instantáneo.<br />
-Pues bien, yo os digo que el Padre ya está en vosotros...<br />
-Sí -concedí-, hace un momento lo has invocado. Has sido muy generoso al<br />
convertirnos en tus embajadores. -No -se apresuró a corregirme-, eso ha sido<br />
una consagración formal. Pero Ab-bá ya estaba en vuestras mentes.<br />
-Claro -terció Eliseo-, muchas veces hemos pensado en Él...<br />
El Maestro volvió a negar con la cabeza.<br />
-No comprendéis. Os estoy hablando <strong>de</strong> uno <strong>de</strong> los gran<strong>de</strong>s misterios <strong>de</strong> la<br />
Creación. El Padre, en su infinita misericordia, en su in<strong>de</strong>scriptible amor, hace<br />
tiempo que se instaló en vosotros...<br />
Notó nuestra confusión y profundizó.<br />
-Cada criatura <strong>de</strong>l tiempo y <strong>de</strong>l espacio recibe una diminuta fracción <strong>de</strong> la<br />
esencia divina. El Padre, como os dije, aunque único e indivisible, se fracciona<br />
y os busca. Se instala en cada uno <strong>de</strong> vosotros, los más pequeños <strong>de</strong>l reino.<br />
-¿Se trata <strong>de</strong> una parábola?<br />
; -No, Jasón, esto es real. Y no me preguntes cómo lo hace porque nadie lo<br />
sabe. Es una <strong>de</strong> sus gran<strong>de</strong>s prerrogativas. Él, así, «sabe». Él, así, «está». Él,<br />
así, se comunica con la creación y se hace uno con cada mortal inteligente.<br />
268
-Pero, ¿cómo es eso?, ¿cómo un Dios pue<strong>de</strong> habitar en mi interior? El Maestro<br />
no respondió a las lógicas cuestiones formuladas por mi hermano. Se limitó a<br />
remover las brasas, levantando un fugaz chisporroteo. Después, llamando<br />
nuestra atención, prosiguió:<br />
-¿Veis las chispas?... Pues en verdad os digo que algo similar suce<strong>de</strong> con el<br />
Padre. Una «chispa» divina, una parte <strong>de</strong> Él mismo, vuela hasta cada criatura<br />
y la hace inmortal.<br />
Supongo que captó la perplejidad <strong>de</strong> aquellos exploradores. Sonrió amorosamente<br />
y exclamó:<br />
-A esto, justamente, he venido. A revelar al mundo que sois hijos <strong>de</strong> un Dios...<br />
Y lo sois por <strong>de</strong>recho propio.<br />
-Pero, Señor, yo no percibo nada raro... Si el Jefazo estuviera en mi interior<br />
tendría que notarlo. -Lo percibes, querido «pinche», lo percibes... El problema<br />
es que, hasta ahora, no lo sabías. Podías intuirlo, pero nadie te lo había<br />
confirmado.<br />
-¿Lo percibo? ¿Tú crees? diré algo. ¿Qué opinas <strong>de</strong> esa bella mariposa? ¿Por<br />
qué se siente atraída por la luz?<br />
-Eso es algo instintivo...<br />
-Correcto. Ella no es consciente, pero «algo» la empuja...<br />
Asentimos en silencio.<br />
-Pues bien, con vosotros, los humanos, ocurre lo mismo. «Algo» que no<br />
podéis, que no sabéis <strong>de</strong>finir, os impulsa a pensar en Dios. «Algo» <strong>de</strong>sconocido<br />
os proporciona la capacidad intelectual suficiente como para plantearos<br />
el problema <strong>de</strong> la divinidad. «Algo» sutil os arrastra hacia el misterio <strong>de</strong> Dios.<br />
Nadie se ve libre <strong>de</strong> esas inquietu<strong>de</strong>s. Tar<strong>de</strong> o temprano, en mayor o menor<br />
medida, todos se hacen las mismas preguntas: «¿quién soy yo?, ¿existe Dios?,<br />
¿qué quiere <strong>de</strong> mí?, ¿por qué estoy aquí?».<br />
Volvió a introducir el palo entre las llamas y una nueva columna <strong>de</strong> chispas se<br />
agitó brevemente en el increíble y solemne silencio <strong>de</strong> la noche y <strong>de</strong> nuestros<br />
corazones. Finalmente, dirigiéndose al ingeniero, preguntó:<br />
-¿Nunca has percibido esa inquietud?<br />
Eliseo reconoció que sí. Muchas veces...<br />
-Ahora lo sabes. Ese impulso, esa necesidad <strong>de</strong> conocer, <strong>de</strong> saber <strong>de</strong> Dios,<br />
está animado por la «chispa» que te habita. Esa «presencia» <strong>de</strong>l Jefe en tu<br />
interior es la que verda<strong>de</strong>ramente te hace distinto. La que te inquieta. La que<br />
perfecciona y corrige tus pensamientos. La que, a veces, escuchas en voz<br />
baja. La que siempre tiene razón. La que, en <strong>de</strong>finitiva, «tira» <strong>de</strong> ti hacia El.<br />
-Y la mariposa, Señor, ¿también es habitada por el «Barbas»?<br />
Jesús, soltando una carcajada, negó con la cabeza. Mi compañero, sin embargo,<br />
hablaba en serio.<br />
"-No, querido niño... Te lo he dicho: vosotros sois mucho más que una mariposa.<br />
Los animales se mueven por instinto. En ocasiones pue<strong>de</strong>n <strong>de</strong>mostrar<br />
269
sentimientos, pero ninguno, jamás, se plantea la necesidad <strong>de</strong> buscar a Dios.<br />
Ni siquiera tienen conciencia <strong>de</strong> sí mismos. La «chispa» <strong>de</strong>l Padre, como te<br />
dije, es un regalo exclusivo a los humanos…<br />
Eliseo, inquieto, lo interrumpió.<br />
-¿Y tus ángeles? ¿Reciben también la «chispa» <strong>de</strong>l Jefe? -No, querido... No me<br />
escuchas cuando hablo. Esa magnífica y divina presencia <strong>de</strong>l Creador os alcanza<br />
únicamente a vosotros, las criaturas <strong>de</strong>l tiempo y <strong>de</strong>l espacio. Las más<br />
humil<strong>de</strong>s...<br />
-¡Qué lujo! ¿Y por qué a nosotros? -Eso lo irás comprendiendo poco a poco,<br />
conforme asciendas... El Padre es así: un padrazo...<br />
Entonces, dirigiéndose a este explorador, comentó: x-Estás muy callado...<br />
-Es <strong>de</strong>masiado para mi torpe y corto conocimiento, Señor... Pero, ya que lo<br />
planteas, dime: ¿tiene esa «chispa» algo que ver con la famosa frase...? No<br />
me <strong>de</strong>jó concluir.<br />
-Sí, Jasón... «Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza.-Ahora lo<br />
entiendo -clamó Eliseo-, ahora lo entiendo...<br />
El rabí sonrió satisfecho. Y manifestó:<br />
-Tú, mi querido «pinche», eres igual a Dios porque lo llevas en lo más profundo.<br />
Y no son meras palabras... Tú eres su imagen. Más aún: ¡tú eres Dios!<br />
-Yo, Señor -escapó como pudo el ingeniero-, sólo soy un pobre «<strong>de</strong>strozapatos»...<br />
-¡Tú eres Dios!<br />
-Y yo te digo que no. -¡Y yo te digo que sí!<br />
-¡Que no! -¡Que sí!<br />
Tercié conciliador:<br />
-¡Haya paz!...<br />
-Bueno -admitió Eliseo-, si tú lo dices... -Lo digo y lo mantengo. Y te diré más:<br />
algún día «trabajarás» a su lado, creando y sosteniendo..., como Él.<br />
-¿Yo, un Jefazo? -¿Por qué crees que Ab-bá ha pensado en ti?<br />
-Buena pregunta -intervine-, ¿por qué, Señor?<br />
-Porque el amor no es posesivo. El amor <strong>de</strong>l Padre, como la luz, sólo se mueve<br />
en una dirección: hacia a<strong>de</strong>lante. Él, aunque ahora no podáis compren<strong>de</strong>rlo,<br />
os necesita. Él será Él cuando toda su creación sea Él.<br />
-Veamos si te he comprendido. ¿Estás insinuando que el ser humano es<br />
inmortal?<br />
Esta vez sonrió pícaro. Dejó correr una bien estudiada pausa y, cuando la<br />
tensión rozó las estrellas, exclamó rotundo. Sin contemplaciones. Con una<br />
seguridad que nos convirtió en estatuas:<br />
-No insinúo... ¡Afirmo!... ¡Sois inmortales! Así lo ha querido el Padre.<br />
Yo, incapaz <strong>de</strong> reaccionar, permanecí mudo. El ingeniero, en cambio, estalló:<br />
-Señor, con el <strong>de</strong>bido respeto, ¡no te burles! "<br />
El semblante cambió. Fue una <strong>de</strong> las pocas veces que lo vi serio. Muy serio.<br />
Casi enojado...<br />
270
-¿Crees que he venido a este mundo para burlarme?<br />
Mi hermano, asustado, echó marcha atrás.<br />
-No, Señor, pero... -Estoy aquí para revelar al Padre. Para <strong>de</strong>cirle al confuso y<br />
confundido hombre que la esperanza existe... ¡Que sois hijos <strong>de</strong> un Dios! ¡Que<br />
habéis sido elegidos por el infinito amor <strong>de</strong> Ab-bá. ¡Qué estáis, simplemente,<br />
en el principio!<br />
Tembló la voz y, más sereno, añadió:<br />
-...Si Él no os hubiera hecho inmortales..., todo esto sí sería una burla. Una<br />
trágica burla...<br />
-Entonces -intervine tímidamente-, eso <strong>de</strong> ganar o merecer el cielo...<br />
El Maestro recuperó su habitual sonrisa, pero, <strong>de</strong> momento, no dijo nada. Me<br />
miró sin pestañear. Y la fuerza <strong>de</strong> aquella mirada me sofocó. A continuación,<br />
solemne, pronunció una sola palabra:<br />
-Mattenah.<br />
¡Un «regalo»! Eso significaba mattenah.<br />
Y simulando que no había comprendido repetí:<br />
-¿Un regalo? ¿La inmortalidad es un regalo?<br />
-Sí, Jasón. Y recuerda bien el término que he utilizado. Recuérdalo y escríbelo.<br />
El hombre <strong>de</strong>be saber que es inmortal por expreso <strong>de</strong>seo <strong>de</strong> mi Padre. Haga lo<br />
que haga o diga lo que diga...<br />
Supongo que volvió a adivinar nuestros pensamientos. -De eso no os preocupéis.<br />
Ésa es otra historia. Para los que hacen daño o, sencillamente, se<br />
equivocan, hay otros pro<strong>de</strong>cimientos... En verdad os digo que nadie escapa al<br />
amor <strong>de</strong> Ab-bá. Tar<strong>de</strong> o temprano, hasta los más inicuos son «tocados»...<br />
-Pero, Señor -se <strong>de</strong>sbordó Eliseo-, ¡eso que dices es magnífico! -No, muchacho,<br />
¡el Padre es magnífico! ¡Es tu Padre el verda<strong>de</strong>ramente gran<strong>de</strong> y<br />
generoso!<br />
-¿De verdad es tan gran<strong>de</strong>? Jesús abrió los brazos y gritó a las estrellas:<br />
-¡Tan inmenso que se pone en pie en lo más pequeño!<br />
Eliseo, entonces, exaltado, alzándose, exclamó:<br />
-¡Pues viva la madre que lo parió! Y feliz añadió:<br />
-¿Sabes una cosa? Aunque fuera más pequeño, también me caería bien...<br />
Y antes <strong>de</strong> que el Maestro saliera <strong>de</strong> su asombro se aferró a sus mangas y,<br />
tirando <strong>de</strong> Él, le apremió:<br />
-¡Vamos, Señor!... ¡Salgamos <strong>de</strong> aquí!... ¡Todo el mundo <strong>de</strong>be saberlo!...<br />
¡Vamos! Necesitamos unos minutos para calmarlo y sentarlo. Por último, el<br />
Galileo, echando mano <strong>de</strong> una familiar frase, aclaró:<br />
-Deja que el Padre señale mi hora... De todas formas, gracias. Ya veo que has<br />
comprendido...<br />
Y redon<strong>de</strong>ó burlón:<br />
-¿Percibes o no percibes la «chispa»?<br />
No pu<strong>de</strong> contenerme y solté algo que pujaba por salir.<br />
271
-Señor, ese nuevo Dios, ese magnífico Padre..., no va a gustar a tu pueblo.<br />
-No he venido a imponer. Sólo a revelar. A recordar cuál es el verda<strong>de</strong>ro<br />
rostro <strong>de</strong> Dios y cuál la auténtica condición humana. Mi mensaje es claro y<br />
fácil <strong>de</strong> enten<strong>de</strong>r: Ab-bá es un Padre entrañable, amoroso, que no precisa <strong>de</strong><br />
leyes escritas, ni tampoco <strong>de</strong> prohibiciones. El que lo <strong>de</strong>scubre sabe qué<br />
hacer... Sabe que todo consiste en amar y servir, empezando por el prójimo.<br />
¿Sabéis por qué? ¿Sabéis por qué se <strong>de</strong>be auxiliar y querer a vuestros semejantes?<br />
-¿Por ética? -replicó Eliseo.<br />
-No.<br />
-¿Por solidaridad? -me aventuré.<br />
-No.<br />
-¿Por lógica? -apuntó el ingeniero sin <strong>de</strong>masiada seguridad.<br />
-¡Caliente, caliente!<br />
Nos rendimos. A <strong>de</strong>cir verdad, nunca me había planteado la, aparentemente,<br />
tonta cuestión.<br />
-Por sentido común -manifestó el Galileo con naturalidad.<br />
-¿Por sentido común?<br />
-¿Recordáis la «chispa» divina? Pensad... Si Ab-bá es el Padre <strong>de</strong> todos los<br />
humanos, si Él resi<strong>de</strong> en cada hombre, si él os imagina y aparecéis, ¿qué sois<br />
en realidad?<br />
-Hermanos... en la fe -replicó el ingeniero.<br />
-No.<br />
-¿No?<br />
Jesús subrayó el «no» con un lento y negativo movimiento <strong>de</strong> cabeza.<br />
-No sois hermanos en la fe. ¡Sois hermanos... físicamente! ¡Sois iguales!<br />
Entonces aclaró:<br />
-Segunda parte <strong>de</strong>l mensaje <strong>de</strong>l Hijo <strong>de</strong>l Hombre: si Ab-bá es vuestro Padre,<br />
el mundo es una familia. Por eso <strong>de</strong>béis amaros y ayudaros. Por sentido<br />
común. Todos tenéis el mismo <strong>de</strong>stino: llegar a Él.<br />
-Lo dicho, Señor -intervine con <strong>de</strong>saliento-, eso no va a gustar. Ricos y pobres...<br />
¿iguales? ¿Esclavos y dueños? ¿Necios y sabios? ¿Judíos y gentiles?<br />
Mi hermano se unió a quien esto escribe, añadiendo:<br />
-¿Y qué dices, Señor, <strong>de</strong> ese nuevo rostro <strong>de</strong>l Padre? ¿Un Dios amoroso? A las<br />
castas sacerdotales no les gustará...<br />
-Acabo <strong>de</strong> manifestarlo. El Hijo <strong>de</strong>l Hombre no viene a imponer. Sólo a inspirar.<br />
Mi trabajo no consiste en <strong>de</strong>moler, sino en insinuar. Yo soy la verdad y todo<br />
aquel que escuche mi palabra será tocado y removido. Dejad que la «chispa»<br />
interior haga el resto...<br />
-Pero Yavé no es Ab-bá. Yavé castiga, persigue...<br />
-Os lo repito. Dejad que se cumplan los planes <strong>de</strong>l Padre. Tienes razón, mi<br />
querido «pinche». Yavé no es Ab-bá, pero ha cumplido con lo dispuesto: el<br />
272
hombre respeta la Ley. Ahora es el turno <strong>de</strong> la revelación. Por encima <strong>de</strong> la<br />
Ley está siempre la verdad. Y la verdad es sólo una: sois hijos <strong>de</strong> un<br />
Dios-Amor.<br />
Empecé a intuir y a compren<strong>de</strong>r. Cambiar el rostro <strong>de</strong> Yavé. Modificar sus<br />
procedimientos y normativas. Dulcificar al severo juez. Casi humanizarlo.<br />
Inyectar la esperanza en un pueblo resignado y adormecido. Levantarlo hasta<br />
las estrellas. Decirle que es inmortal por la generosidad <strong>de</strong> un Dios. Gritarle<br />
que esa «chispa» no es una utopía. Hacerle ver que el mundo es una familia...<br />
Y <strong>de</strong>s<strong>de</strong> esos instantes supe también el porqué <strong>de</strong>l trágico final <strong>de</strong> aquel<br />
extraordinario Hombre. Su filosofía, su mensaje, eran revolucionarios. Peligrosamente<br />
revolucionarios.<br />
Eliseo, una vez más, rebajó la tensión. Se aferró a una <strong>de</strong> las últimas frases <strong>de</strong><br />
Jesús y solicitó <strong>de</strong>talles.<br />
-¿Dejad que la «chispa» interior haga el resto? No sabía que el Jefazo trabajase...<br />
El Maestro se doblegó encantado.<br />
-¿Qué pensabas? ¿Creías que esa presencia divina era un adorno?<br />
-¿Y qué hace?<br />
-Te lo dije: «tira» <strong>de</strong> ti... Esa misteriosa criatura se ocupa, entre otras cosas,<br />
<strong>de</strong> preparar tu alma para la vida futura, para la verda<strong>de</strong>ra vida. En cierto<br />
modo, te entrena...<br />
-Pues yo no me entero. -Es lógico. El Jefazo es muy silencioso. Tampoco le<br />
gustan los gritos. Se limita a pulir y rectificar tus pensamientos. Pero lo hace<br />
en la sombra <strong>de</strong> tu mente. Escondido. Casi prisionero.<br />
-¿Y cómo puedo ayudarle?<br />
Jesús sonrió complacido.<br />
-Ahora lo haces. Basta con tu buena voluntad. Basta con el <strong>de</strong>seo <strong>de</strong> querer,<br />
<strong>de</strong> prosperar en conocimientos, <strong>de</strong> aceptar que Ab-bá es tu Padre. Él, poco a<br />
poco, estrechará esa comunicación. Y llegará el día en que no precise <strong>de</strong><br />
símbolos para <strong>de</strong>cirte: «Ánimo! Estoy aquí. Escucha mi voz. Sube. Búscame...-Pero,<br />
Señor, no entiendo... El Jefazo <strong>de</strong>bería ser más claro. ¿Por qué no<br />
habla un poco más alto?<br />
¡Dios santo! ¡Cómo disfrutaba el Galileo con aquellas preguntas <strong>de</strong> mi hermano!<br />
-No quiere y no <strong>de</strong>be. A<strong>de</strong>más, tú mandas...<br />
-¿Yo?, ¿un «<strong>de</strong>strozapatos»? -Así es. Eso es lo establecido. Te pondré un<br />
ejemplo: tu mente es un navío, Ab-bá, la «chispa» interior, el piloto y tu<br />
voluntad, el capitán. Tú mandas...<br />
-¿Un navegante? -¡El mejor! ¡Lástima que no os <strong>de</strong>jéis guiar por Él! Con<br />
frecuencia, su rumbo es alterado por vuestra torpe naturaleza humana y,<br />
sobre todo, por los miedos, i<strong>de</strong>as preconcebidas y el qué dirán...<br />
-¡Los miedos! -exclamó Eliseo convencido-. ¡Cuánta razón tienes! ¿Por qué el<br />
273
hombre siente tanto miedo?<br />
-Muy simple. Porque no sabe, no es consciente <strong>de</strong> cuanto os estoy revelando.<br />
El día que <strong>de</strong>spierte, y no os quepa duda <strong>de</strong> que lo hará, y comprenda que es<br />
hijo <strong>de</strong> un Dios, que es inmortal y que está con<strong>de</strong>nado a ser feliz, ese día, mis<br />
queridos ángeles, el mundo será diferente. El ser humano sólo tendrá un<br />
temor: a no parecerse a Él...<br />
Y al instante matizó:<br />
-...Pero ese «miedo» también <strong>de</strong>saparecerá. La «chispa» lo sofocará.<br />
-Veamos -intervine sin <strong>de</strong>masiada seguridad-, si no he comprendido mal, el<br />
buen gobierno <strong>de</strong> esa «chispa» interior no <strong>de</strong>pen<strong>de</strong> <strong>de</strong> lo que uno crea o <strong>de</strong>je<br />
<strong>de</strong> creer, sino <strong>de</strong> la voluntad, <strong>de</strong>l <strong>de</strong>seo <strong>de</strong> hallar al Padre. ¿Me equivoco? -No,<br />
Jasón. Has hablado acertadamente. El éxito <strong>de</strong> mi Padre está íntimamente<br />
asociado a tu po<strong>de</strong>r <strong>de</strong> <strong>de</strong>cisión. Si tú confías, Él gana. Poco importa lo que<br />
creas. Si lo buscas, si lo persigues, la «chispa» controla el rumbo. Y tú, poco<br />
a poco, te vas haciendo uno con «ella».<br />
Guardó silencio. Creo que entendió. Sus palabras eran hermosas, esperanzadoras,<br />
pero, a veces, <strong>de</strong> difícil comprensión.<br />
-Os diré un secreto...<br />
Agitó <strong>de</strong> nuevo las llamas y, en tono reposado, con una elocuencia estremecedora,<br />
afirmó:<br />
-Observad la ma<strong>de</strong>ra. Se hace uno con el fuego y ambos, sin remedio, ascien<strong>de</strong>n.<br />
Al fin son verda<strong>de</strong>ramente libres... ¡Mirad!<br />
Y señaló la temblorosa espiral <strong>de</strong> humo, escapando hacia la noche.<br />
-¡Mirad bien! Ahora, fuego y ma<strong>de</strong>ra son uno... ¿Me habéis comprendido?<br />
-Por supuesto... -Pues bien, éste es el secreto. El hombre, la ma<strong>de</strong>ra, que<br />
consigue i<strong>de</strong>ntificarse, hacerse uno con Ab-bá, el fuego... ¡no morirá! Su<br />
envoltura mortal será consumida por la «chispa», por el Amor, y no necesitará<br />
ser resucitado... " Quise intervenir, pero Eliseo me atropello con una cuestión<br />
que, en efecto, había quedado rezagada.<br />
-¿Por qué, al mencionar la «chispa», la has llamado «misteriosa criatura»?<br />
-Porque lo es...<br />
El Maestro suspiró. Evi<strong>de</strong>ntemente, como a nosotros, las palabras también lo<br />
limitaban. E intentó simplificar.<br />
-Recordad la mariposa... Por mucho empeño que pongáis no os enten<strong>de</strong>rá. Si<br />
le dices quién eres, ni siquiera te escuchará. Tu pregunta, querido «Elisa»<br />
[Eliseo], me coloca en la misma situación. Aunque te revelara la verda<strong>de</strong>ra<br />
naturaleza <strong>de</strong> esa «chispa»... no compren<strong>de</strong>rías. Admite, pues, mi palabra.<br />
El ingeniero, asintiendo con la cabeza, lo animó.<br />
-La presencia divina que te habita es una luz, un <strong>de</strong>stello <strong>de</strong>l Padre... con su<br />
propia personalidad. Es, por tanto, una criatura, aunque <strong>de</strong>sgajada <strong>de</strong>l<br />
Creador. Y no preguntes más... Te lo dije: también Ab-bá tiene sus secretos...<br />
-¿Y cuándo se instala en el ser humano?<br />
274
Jesús <strong>de</strong> Nazaret, complacido con la insaciable curiosidad <strong>de</strong> mi compañero,<br />
sonrió con<strong>de</strong>scendiente.<br />
-Eso <strong>de</strong>pen<strong>de</strong> <strong>de</strong> Él... Pero, generalmente, cuando el niño es capaz <strong>de</strong> tomar<br />
su primera <strong>de</strong>cisión moral.<br />
-¿Y le acompaña hasta la muerte? - -Y más allá <strong>de</strong> la muerte. Recuerda: sois<br />
inmortales. El Padre, cuando da, no lo hace a medias...<br />
Eliseo quedó pensativo. Jesús le observó y, sorprendiéndonos, exclamó:<br />
«M-Dilo... Ésa es una buena pregunta...<br />
Mi hermano, <strong>de</strong>scompuesto, balbuceó:<br />
-Pero, ¿cómo lo haces? ¿Cómo sabes lo que estoy pensando?<br />
El Maestro señaló el blanco y dormido rostro <strong>de</strong>l Hermón y recordó algo que<br />
olvidábamos con frecuencia.<br />
-Ha llegado mi hora. Tú lo sabes. Aquí y ahora he recuperado lo que es mío...<br />
Pregunta. ¿Qué suce<strong>de</strong> con la «chispa» cuando alguien mata a su hermano o<br />
se suicida? El ingeniero, nervioso, esbozó una sonrisa.<br />
-Eso... ¿Qué pasa con la «criatura» si termino con una vida?<br />
-Lo más triste y lamentable, querido ángel, no es únicamente que atentes<br />
contra la vida, patrimonio exclusivo <strong>de</strong> la divinidad, sino que, súbitamente,<br />
sin previo aviso, suspendas la labor <strong>de</strong> la «chispa». Literalmente: la <strong>de</strong>jas<br />
huérfana...<br />
-En otras palabras: una patada en el trasero <strong>de</strong>l Jefe...<br />
-Correcto -rió Jesús-... admitiendo que el «Barbas» tenga trasero.<br />
Y matizó:<br />
-Con una acción así se <strong>de</strong>mora, no se suspen<strong>de</strong>, la escalada hacia el Padre.<br />
Dejadme que insista: sois inmortales. Nadie pue<strong>de</strong> privaros <strong>de</strong> esa herencia.<br />
Ab-bá os la ha entregado por a<strong>de</strong>lantado.<br />
-¡Inmortales! -Sí, Jasón... como suena. Ése es mi mensaje. A eso vengo...<br />
¿Te parece importante?<br />
Y le abrí el corazón:<br />
-Para gente como yo, perdida y sin horizonte, lo más importante.<br />
Pero necesitado <strong>de</strong> concreción, <strong>de</strong> objetivos físicos y palpables, pregunté:<br />
-Está bien, Señor. Te hemos entendido. Todo consiste en <strong>de</strong>scubrir, en buscar<br />
al Jefe. Pero, ¿qué más?, ¿cómo lo materializo?<br />
El Maestro -lo sé- esperaba ansioso esta cuestión. Y pronunció la frase clave:<br />
-Abandónate en sus manos.<br />
Le miré atónito.<br />
-¿Nada más?<br />
-Nada más. Eso es todo.<br />
-Pero... El Maestro tenía esa virtud. Hacía fácil lo difícil. Y se apresuró a<br />
vaciar las dudas.<br />
-Él se ha sometido a tu voluntad. Él está en tu interior, humil<strong>de</strong>, silencioso y<br />
pendiente <strong>de</strong> tus <strong>de</strong>seos <strong>de</strong> prosperar mental y espiritualmente. Haz tú lo<br />
275
mismo. Entrégate a él. No seas tonto y aprovecha: abandónate en sus manos.<br />
Deja que se haga su voluntad.<br />
No fui capaz <strong>de</strong> reaccionar. ¿Cómo era posible? ¿Eso era todo?<br />
Jesús entró <strong>de</strong> nuevo en mis atropelladas i<strong>de</strong>as e intentó apaciguarlas.<br />
-Os haré otra revelación...<br />
Alimentó el suspense con unas gotas <strong>de</strong> silencio y, finalmente, cuando nos<br />
tuvo en la palma <strong>de</strong> la mano, anunció:<br />
-Yo conozco al Padre. Vosotros, todavía no... Os hablo, pues, con la verdad.<br />
¿Sabéis cuál es el mejor regalo que podéis hacerle?<br />
Eliseo y yo nos miramos. Ni i<strong>de</strong>a... -El más exquisito, el más singular y<br />
acertado obsequio que la criatura humana pue<strong>de</strong> presentar al Jefe es hacer su<br />
voluntad. Nada le conmueve más. Nada resulta más rentable...<br />
Mi hermano, tan perplejo como yo, confundió el sentido <strong>de</strong> estas palabras.<br />
-¿Quieres <strong>de</strong>cir que <strong>de</strong>bemos negarnos a nosotros mismos? Jesús <strong>de</strong> Nazaret,<br />
comprendiendo, se apresuró a enmendar el error <strong>de</strong> Eliseo.<br />
-No, yo no he dicho eso. Hacer la voluntad <strong>de</strong>l Padre no significa esclavitud ni<br />
renuncia. Tus i<strong>de</strong>as son tuyas. También tus iniciativas y <strong>de</strong>cisiones. Hacer la<br />
voluntad <strong>de</strong> Ab-ba es confiar. ¡Es un estilo <strong>de</strong> vida. Es saber y aceptar que<br />
estás en sus manos. Que Él dispone. Que Él dirige. Que Él cuida.<br />
-Entiendo. Estás diciendo: «es mi voluntad que se haga su voluntad». -Exacto,<br />
Jasón. Tú lo has dicho. Cuando un hijo adopta esa suprema y sublime <strong>de</strong>cisión,<br />
el salto hacia la fusión con la «chispa» interior es gigantesco. Ésa es la clave.<br />
A partir <strong>de</strong> ahí, nada es igual. La vida cambia. Todo cambia. Y el Jefe respon<strong>de</strong>...<br />
Nueva pausa. Inspiró profundamente. Con ansiedad. Y dijo algo que jamás<br />
olvidaríamos. Algo que, poco a poco, iríamos verificando.<br />
-El Padre respon<strong>de</strong> y una fuerza benéfica, arrolla-dora, se pone al servicio <strong>de</strong><br />
esa criatura. Cuando el hombre dice «estoy en tus manos» lo da todo. Y Ab-ba<br />
convierte a ese hijo en un gigante. Ni él mismo llega a reconocerse. Es mucho<br />
más <strong>de</strong> lo que aparentemente es.<br />
-¿Una fuerza arrolladora?<br />
De pronto recordé. ¿Qué ocurrió en lo alto <strong>de</strong>l Ravid? Un día, sin previo aviso,<br />
sin razón aparente, nos sentimos llenos, inundados, <strong>de</strong> una extraña y singular<br />
«fuerza». ¿Era esto a lo que se refería el Galileo?<br />
El Maestro me miró y volvió a negar con la cabeza.<br />
-No, mi perplejo ángel, esa «fuerza» tiene otro origen y otro nombre...<br />
Lo había hecho <strong>de</strong> nuevo. Acababa <strong>de</strong> colarse en mi mente...<br />
Sonrió burlón y continuó:<br />
-Esa «fuerza» que tanto os intriga <strong>de</strong>scendió sobre los hombres por expreso<br />
<strong>de</strong>seo <strong>de</strong>l Creador <strong>de</strong> este universo. Se llama Espíritu <strong>de</strong> la Verdad. Pero <strong>de</strong><br />
ello, si os parece, hablaremos en su momento.<br />
Eliseo no aceptó.<br />
276
-¿Tú enviaste a ese Espíritu?<br />
-Así lo prometí. Y creo que lo sabéis <strong>de</strong> sobra: siempre cumplo.<br />
No permití que mi amigo <strong>de</strong>sviara al Maestro <strong>de</strong>l tema inicial. Y repetí la<br />
pregunta:<br />
-¿Una fuerza arrolladora?<br />
-Sí, Jasón... Ese hombre, el que <strong>de</strong>ci<strong>de</strong> hacer la voluntad <strong>de</strong>l Padre, se llena.<br />
Hasta sus más pequeños <strong>de</strong>seos se ven cumplidos. Sencillamente, como os he<br />
dicho, <strong>de</strong>spierta a la gloria y al Amor <strong>de</strong> Ab-ba. Es el gran hallazgo. Su vida, a<br />
partir <strong>de</strong> ahí, es una continua y gratificante sorpresa. Es el principio <strong>de</strong> la más<br />
fascinante <strong>de</strong> las aventuras...<br />
Y remachó con aquella inquietante seguridad:<br />
-Ponerse en sus manos, hacer la voluntad <strong>de</strong> Ab-ba significa, a<strong>de</strong>más, saber...<br />
-¿Saber? -.<br />
-Sí, saber. Obtener respuestas...<br />
Por ejemplo, ¿quién soy?<br />
En ese momento es fácil. Eres un hijo <strong>de</strong>l Amor. Un «regalo» <strong>de</strong>l Jefe. Un ser<br />
inmortal. Una criatura nacida en lo más bajo... <strong>de</strong>stinada a lo más alto. Un<br />
hombre que empieza a correr. A correr hacia Él.<br />
Por ejemplo: ¿qué hago aquí?<br />
Al <strong>de</strong>scubrir al Padre también es fácil...<br />
Estás en este mundo para VIVIR.<br />
El ingeniero no pudo contenerse.<br />
-Claro, Señor. Obvio...<br />
-No...<br />
Jesús me señaló y prosiguió:<br />
\-Escríbelo con mayúsculas... VIVIR... No he dicho vivir, tal y como vosotros<br />
lo entendéis. Si el Padre os ha puesto aquí es por algo realmente interesante...<br />
Interesante para vosotros. Escuchadme: ¡sois inmortales! Ahora os encontráis<br />
sujetos en esa envoltura carnal pero, en breve, cuando entréis en los<br />
mundos que os tengo reservados, este cuerpo sólo será un recuerdo. Un<br />
recuerdo cada vez más difuso... ¡VIVID, pues, la presente experiencia! ¡VIVID<br />
con intensidad! ¡VIVID con amor! ¡Con sentido común! ¡Con alegría! Y recordad<br />
que sólo tenéis esta oportunidad. Después, tras la muerte, VIVIRÉIS<br />
<strong>de</strong> otra forma...<br />
Mi hermano y yo, impulsados por mil preguntas, nos pisamos las palabras.<br />
Pero Jesús, haciendo caso omiso, siguió a lo suyo.<br />
-Por ejemplo: ¿cuál es mi futuro? Supongo que ya lo habéis adivinado. Lo sé,<br />
comentó, riéndose <strong>de</strong> sí mismo, me repito mucho... Insisto: vuestro <strong>de</strong>stino<br />
es Él. No hay otra dirección. Vuestro futuro es llegar a Él. Ser como Él. Ser<br />
perfectos. Conocerle. Trabajar hombro con hombro...<br />
-¿Seremos socios?<br />
277
-Querido «<strong>de</strong>strozapatos», si <strong>de</strong>ci<strong>de</strong>s ponerte en sus manos, si optas por<br />
hacer su voluntad... ¡ya eres su socio! Él hará en ti maravillas. Él te cubrirá<br />
con un Amor que te levantará <strong>de</strong>l suelo. Y tus miedos, escucha bien, <strong>de</strong>saparecerán...<br />
La noche, como nosotros, se quedó quieta. Absorta. Entusiasmada. Más aún:<br />
yo diría que esperanzada...<br />
Sencillamente, nos tenía atrapados. Él lo sabía y cerró el círculo.<br />
-... Si tu corazón se abre y se hace aliado <strong>de</strong> la vida, si te abandonas a su<br />
voluntad, nada, <strong>de</strong>ntro o fuera <strong>de</strong> ti, te hará temblar. Como un prodigio, tu<br />
alma caminará segura. Nada, querido ángel, ¡nada te hará retroce<strong>de</strong>r! Y esa<br />
sensación, ese sentimiento <strong>de</strong> seguridad te escoltará hasta el fin <strong>de</strong> tus días.<br />
-«Pero no os equivoquéis. Al mismo tiempo que ese afortunado hombre crece,<br />
así <strong>de</strong>saparece...<br />
-No entiendo.<br />
-Es fácil, querido «pinche». El Amor que se <strong>de</strong>rrama <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el Padre es turbulento.<br />
No sabe <strong>de</strong>l reposo. Y <strong>de</strong>berás irradiarlo. Compartirlo. Catapultarlo.<br />
No es <strong>de</strong> tu propiedad. Pues bien, un día, sin previo aviso, caerás en la cuenta<br />
<strong>de</strong> algo igualmente maravilloso: ¡no existe!, ¡has <strong>de</strong>saparecido para ti mismo!<br />
¡No cuentas! ¡No exiges! ¡No precisas! ¡No reclamas!<br />
Y rubricó la revelación con la mejor <strong>de</strong> sus sonrisas.<br />
-¡Habrás triunfado! En ese momento, al fin, habrás comprendido, querido<br />
«socio»...<br />
-¿Y qué pasa si me guardo ese Amor para mí mismo?<br />
-Escurriría, sin remedio, por la sentina <strong>de</strong>l buque. Sería una lástima. Tendrías<br />
que empezar <strong>de</strong> nuevo... Aquel que intenta encarcelar la verdad..., la pier<strong>de</strong>.<br />
Sois hermanos. Y te diré más: eso que propones no suce<strong>de</strong> jamás en un<br />
auténtico «socio». Te lo dije: se trata <strong>de</strong> un viaje sin retorno. Si Él te «toca»...<br />
nada es igual.<br />
-¡Socios <strong>de</strong> un Dios!<br />
-En efecto, Jasón. Y todo <strong>de</strong>pen<strong>de</strong> <strong>de</strong> tu voluntad... Si dices «sí», si te<br />
abandonas en sus manos, si te <strong>de</strong>jas gobernar por ese «piloto» interior,<br />
romperás las barreras que te limitan. Y tu capacidad <strong>de</strong> asombro será <strong>de</strong>sbordada<br />
una y otra vez. Todo, a tu alre<strong>de</strong>dor, estará a tu servicio. Tú «sí» es el<br />
«sí» <strong>de</strong> Ab-bá. En palabras sencillas: habrás encontrado una mina <strong>de</strong> oro...<br />
El ingeniero, eufórico, le interrumpió.<br />
-¡Aunque sea <strong>de</strong> carbón, Maestro!<br />
Jesús rió con ganas. Después, terminando la inconclusa frase, nos <strong>de</strong>jó boquiabiertos.<br />
-... Habréis encontrado una mina <strong>de</strong> oro... ¡que funciona sola!<br />
Y preguntó:<br />
-¿Os animáis?... ¡Es gratis!<br />
Entonces, señalando la casi extinguida fogata, se apresuró a comentar:<br />
278
-Pensadlo. Ya me diréis... Mejor dicho, se lo diréis a Él... Y ahora... <strong>de</strong>scansad.<br />
Y añadió socarrón:<br />
-Si podéis...<br />
SEGUNDA SEMANA EN EL HERMÓN<br />
En realidad, toda nuestra estancia en las cumbres <strong>de</strong>l Hermón fue un continuo<br />
hablar sobre Ab-ba. Era el tema y la palabra favoritos <strong>de</strong>l Hijo <strong>de</strong>l Hombre.<br />
Para nosotros fue un <strong>de</strong>scubrimiento. Un hallazgo que nos marcaría para<br />
siempre. En mi diario lo <strong>de</strong>finí como el «espíritu <strong>de</strong>l Hermón».<br />
Por supuesto, lo pensamos. Meditamos mucho sobre la insólita «invitación»<br />
<strong>de</strong>l Maestro. Eliseo, más audaz e inteligente que quien esto escribe, se <strong>de</strong>cidió<br />
rápido. Una mañana, antes <strong>de</strong> la habitual partida <strong>de</strong> Jesús hacia los ventisqueros,<br />
le salió al paso. Se plantó ante Él y, solemne, le comunicó:<br />
-Señor, lo tengo claro. No comprendo bien algunas <strong>de</strong> las cosas que dices,<br />
pero acepto. A partir <strong>de</strong> ahora me pongo en sus manos. Es mi voluntad que se<br />
haga la voluntad <strong>de</strong>l Jefe... El rabí reaccionó con uno <strong>de</strong> sus familiares gestos.<br />
Colocó las manos sobre los hombros <strong>de</strong>l ingeniero y, feliz, sentenció:<br />
-Que así sea... ¡Bienvenido al reino!<br />
Yo, más torpe, <strong>de</strong>jé pasar el tiempo. Ahora lo sé. Cometí un error. Quise<br />
analizar y filtrar. Traté <strong>de</strong> someter las revelaciones <strong>de</strong> Jesús <strong>de</strong> Nazaret a la<br />
lógica y el raciocinio. En otras palabras: olvidé las advertencias <strong>de</strong>l Galileo. No<br />
tuve en consi<strong>de</strong>ración «que la ciencia jamé podrá <strong>de</strong>mostrar la existencia <strong>de</strong><br />
Dios». No caí en la cuenta <strong>de</strong>l sabio aviso: «El encuentro con el Padre es una<br />
experiencia personal.» Y fue preciso que asistiera al primer e «involuntario»<br />
prodigio <strong>de</strong>l Maestro en la al<strong>de</strong>a Caná para que, al fin, me rindiera a la evi<strong>de</strong>ncia.<br />
Como Él afirmó, cada cual es «tocado» en su momento.<br />
Pero sigamos por or<strong>de</strong>n.<br />
Aquella segunda semana en el mahaneh fue igualmente tranquila y benéfica.<br />
El Maestro, siguiendo su costumbre, <strong>de</strong>saparecía al amanecer, regresando<br />
poco antes <strong>de</strong>l ocaso. Y cada noche, en las animadas tertulias, hablaba <strong>de</strong><br />
esos intensos «contactos» con Ab-bá. Lo hacía con una naturalidad que daba<br />
miedo. Por lo que acerté a enten<strong>de</strong>r, esos «diálogos» (?) con el Jefe eran<br />
directos. Algo así como <strong>de</strong>scolgar un teléfono y marcar el número <strong>de</strong> Dios... Ni<br />
qué <strong>de</strong>cir tiene que jamás pusimos en duda sus explicaciones, aunque, en<br />
ocasiones, resultaban inconcebibles. Y a<strong>de</strong>lantaré algo que entiendo <strong>de</strong> especial<br />
gravedad. Fue justamente esa actitud, esa especie <strong>de</strong> «hilo directo»<br />
con el Padre <strong>de</strong> los cielos, lo que, poco <strong>de</strong>spués, en su vida pública, le enfrentaría<br />
a propios y extraños. ¿Hablar directamente con Dios? ¿Conversar<br />
con Él <strong>de</strong> igual a igual? La ortodoxia judía, lógicamente, lo consi<strong>de</strong>ró una<br />
blasfemia. En cuanto a su familia, y al resto <strong>de</strong> los ciudadanos <strong>de</strong> a pie, esa<br />
revolucionaria forma <strong>de</strong> «tratar» al Todopo<strong>de</strong>roso, a Yavé, provocó <strong>de</strong> in-<br />
279
mediato un abismo. Y el Maestro, naturalmente, fue tachado <strong>de</strong> loco.<br />
Después, conforme pasaron los días, fui dándome cuenta. Aquel voluntario<br />
retiro en el macizo <strong>de</strong>l Hermón constituyó una etapa clave en la vida <strong>de</strong>l Hijo<br />
<strong>de</strong>l Hombre. En primer lugar, como ya mencioné, «recuperó lo que era legítimamente<br />
suyo». Fue, sin duda, un momento histórico. Jesús <strong>de</strong> Nazaret, el<br />
hombre, «<strong>de</strong>spertó» a la divinidad. Por último, en esas semanas, «ató cabos».<br />
Se preparó. Digamos que puso en or<strong>de</strong>n las i<strong>de</strong>as. Su mente y naturaleza<br />
humanas (las palabras no me ayudan) «aprendieron» a convivir (?) con la<br />
otra «naturaleza». Y sospecho que se hicieron una, aunque ambas, físicamente,<br />
eran in<strong>de</strong>pendientes. No he podido profundizar en ello. Mi cerebro no<br />
da para tanto. Pero así fue.<br />
¡Lástima que nadie mencionara este <strong>de</strong>cisivo aislamiento al norte <strong>de</strong> la<br />
Gaulanitis!<br />
¿Aislamiento? No <strong>de</strong>l todo...<br />
A lo largo <strong>de</strong> aquella semana recibimos una visita. Una inesperada visita...<br />
Recuerdo que fue el jueves, 30 <strong>de</strong> agosto. Poco más o menos hacia la hora<br />
«décima» (las cuatro <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong>) vimos aparecer en la meseta a dos casi<br />
olvidados personajes.<br />
El Maestro se hallaba ausente.<br />
En un primer momento, Eliseo y yo no supimos qué hacer. Y, recelosos, los<br />
<strong>de</strong>jamos avanzar.<br />
Pero todo fue más fácil <strong>de</strong> lo que suponíamos...<br />
Los Tiglat, padre e hijo, tirando <strong>de</strong>l onagro, saludaron cordiales. La verdad es<br />
que me extrañó. Nuestra <strong>de</strong>spedida junto al refugio <strong>de</strong> piedra no fue muy<br />
cálida...<br />
Tampoco entendí por qué se <strong>de</strong>cidieron a incumplir lo pactado con el «extraño<br />
galileo». El joven fenicio, como dije, <strong>de</strong>bía <strong>de</strong>positar las provisiones en el<br />
lugar ya mencionado, sin pisar el campamento. Eso era lo acordado con el<br />
Maestro.<br />
La explicación llegó <strong>de</strong> inmediato. Tiglat padre, sin <strong>de</strong>mora ni ro<strong>de</strong>os, mi miró<br />
directamente a los ojos y, con una sombra <strong>de</strong> tristeza, solicitó disculpas «por<br />
el torpe comportamiento <strong>de</strong> su joven e irreflexivo hijo»:<br />
-Te ruego aceptes mis excusas. Esa reacción no es propia <strong>de</strong> mi gente...<br />
Sinceramente, había olvidado lo acaecido con Oí. Resté importancia al suceso<br />
y, en el mismo tono, afable y sincero, les pedí que lo olvidaran. El cabeza <strong>de</strong><br />
familia, sin embargo, hizo una señal al jovencito y éste, a<strong>de</strong>lantándose, bajando<br />
los ojos, repitió la petición <strong>de</strong> perdón.<br />
Revolví los negros cabellos <strong>de</strong>l muchacho y, sonriente, le recordé una <strong>de</strong> sus<br />
frases:<br />
-Tenías razón... Tu padre no es un buen hombre. Es el mejor...<br />
Acto seguido, en silencio, procedieron a la <strong>de</strong>scarga <strong>de</strong> las viandas. Y al<br />
concluir, tras un escueto «que Baal os bendiga», hicieron a<strong>de</strong>mán <strong>de</strong> retirarse.<br />
280
Eliseo y quien esto escribe, casi mudos, no supimos reaccionar.<br />
¿Los <strong>de</strong>jábamos ir? ¿Qué hacíamos? ¿Los invitábamos a quedarse?<br />
Esa <strong>de</strong>cisión -supusimos- no era <strong>de</strong> nuestra competencia. Tanto mi hermano<br />
como yo, lo sé, <strong>de</strong>seábamos en esos instantes que permanecieran en el<br />
mahaneh. Pero, respetuosos con el Maestro, doblegamos el impulso. Sólo Él<br />
podía...<br />
Curioso. Muy curioso. Esa misma noche, Eliseo me lo confesó. Al verlos<br />
alejarse -fiel a los consejos <strong>de</strong>l rabí-, pidió al Padre que «hiciera algo», que los<br />
<strong>de</strong>tuviera...<br />
Y ocurrió.<br />
De pronto, cuando marchaban cerca <strong>de</strong>l dolmen, alguien gritó <strong>de</strong>s<strong>de</strong> los cedros,<br />
reclamándolos.<br />
¡El Galileo!<br />
El ingeniero, entusiasmado, reconocería que lo revelado por Jesús <strong>de</strong> Nazaret<br />
«funcionaba». La mágica y arrolladora «fuerza» <strong>de</strong> la que habló el Maestro<br />
hizo realidad nuestros <strong>de</strong>seos. Los Tiglat se <strong>de</strong>tuvieron, dieron media vuelta y<br />
pernoctaron con nosotros. Yo, aunque <strong>de</strong>sconcertado, me aferré a lo único<br />
que explicaba la súbita y provi<strong>de</strong>ncial aparición <strong>de</strong> Jesús: la casualidad...<br />
¡Pobre necio!<br />
Jesús no consintió que los Tiglat colaborasen en la cena. Eran sus invitados.<br />
Tomó las truchas recién <strong>de</strong>scargadas -regalo <strong>de</strong> los fenicios- y las cocinó al<br />
estilo <strong>de</strong>l yam. Una receta que provocó encendidos elogios entre los comensales.<br />
Tras limpiar media docena <strong>de</strong> «arco iris», empujó las columnas<br />
vertebrales con los <strong>de</strong>dos medio y pulgar, <strong>de</strong>sprendiendo la carne. De la<br />
marinada -siguiendo las indicaciones <strong>de</strong>l «cocinero-jefe»- se responsabilizó el<br />
«pinche»: aceite, sal, miel <strong>de</strong> dátiles, pimienta negra bien molida y vinagre.<br />
Concluida la fritura, Jesús puso el toque personal: almendras calientes y una<br />
cucharada <strong>de</strong> mantequilla sobre cada pescado. Y escoltando el apetitoso<br />
condumio una ensalada-postre, troceada por Él mismo, a base <strong>de</strong>l dulce<br />
mikshak, el melón <strong>de</strong>l Hule, salpicado con otra <strong>de</strong> sus <strong>de</strong>bilida<strong>de</strong>s: las pasas<br />
<strong>de</strong> Corinto.<br />
Mientras <strong>de</strong>vorábamos las <strong>de</strong>liciosas truchas, el joven Tiglat sacó a relucir el<br />
inci<strong>de</strong>nte con «Al» y sus compinches, explicando al Maestro cómo su buen<br />
dios Baal nos había protegido, «<strong>de</strong>scargando sus rayos sobre los bandidos».<br />
Eliseo y yo nos miramos. La versión <strong>de</strong>l pequeño guía nos tranquilizó. Jesús<br />
escuchó atentamente, pero no hizo comentario alguno. Al finalizar la <strong>de</strong>tallada<br />
exposición, el Galileo me buscó con la mirada. Sonrió y me hizo un guiño<br />
<strong>de</strong> complicidad.<br />
Entonces, dirigiéndose al «extraño galileo» Tiglat padre, curioso, preguntó:<br />
-Dice mi hijo que eres un hombre rico. ¿Es eso cierto?<br />
El Maestro, sorprendido, no pudo contener la risa y se atragantó.<br />
281
Instantes <strong>de</strong>spués, recuperado, replicó:<br />
-¿Y para qué necesita la riqueza aquel que posee la verdad?<br />
Mi hermano, <strong>de</strong>seoso <strong>de</strong> corregir la equivocada interpretación <strong>de</strong>l fenicio,<br />
puntualizó:<br />
-No fue eso lo que le dije a tu hijo. Cuando le hablé <strong>de</strong> nuestro amigo me referí<br />
a su corazón... «Un corazón inmensamente rico». Ésas fueron mis palabras.<br />
El jefe <strong>de</strong> Bet Jenn comprendió. Pero, <strong>de</strong>sconcertado por la respuesta <strong>de</strong> Jesús,<br />
se agarró a la i<strong>de</strong>a expresada por el Maestro.<br />
-¿La verdad? ¿Conoces tú la verdad? A partir <strong>de</strong> esos momentos asistiríamos<br />
a un parca, pero reveladora conversación con el Hijo <strong>de</strong>l Hombre. Una tertulia<br />
<strong>de</strong> la que todos saldríamos confundidos...<br />
El Maestro, silencioso, nos observó uno por uno. Tuve la sensación <strong>de</strong> que<br />
dudaba. Mejor dicho, <strong>de</strong> que no <strong>de</strong>seaba hablar <strong>de</strong>l espinoso asunto. Ahora,<br />
en la distancia, le entiendo...<br />
El adolescente intentó forzar al Galileo. Y lo consiguió a medias.<br />
-Mi padre dice que la verdad, si es que existe, está por llegar. Tiglat, complacido,<br />
asintió. -Y dice también que, cuando llegue, me hará temblar <strong>de</strong><br />
emoción porque es algo que toca directamente el corazón...<br />
El Maestro, vencido, le sonrió con ternura. Volvió a mirarme y, haciéndome un<br />
guiño, exclamó: -Tu padre es un hombre sabio...<br />
Debería estar acostumbrado, pero no... Esta frase, justamente, fue pronunciada<br />
por este explorador al pie <strong>de</strong>l asherat, como respuesta a los comentarios<br />
hechos por el guía. ¡Los mismos comentarios expuestos ahora por el<br />
joven Tiglat!<br />
¿Cómo lo hacía? ¿Cómo podía conocer y manejar los pensamientos ajenos con<br />
semejante soltura? La explicación -también lo sé- era obvia. Pero, terco como<br />
una muía, me resistía a aceptarlo...<br />
-Vosotros -prosiguió Jesús dirigiéndose a los Tiglay- no me conocéis. Éstos,<br />
en cambio, mis queridos griegos, saben quién soy. Conocen mi palabra y<br />
pue<strong>de</strong>n dar fe <strong>de</strong> que nunca miento.<br />
Dudó. Estaba claro que lo que se disponía a revelar no era sencillo. Suspiró y,<br />
supongo, se resignó.<br />
-Sí, amigo mío... Yo conozco la verdad. Tu hijo habla con razón. La verdad<br />
existe, pero, <strong>de</strong> momento, no está al alcance <strong>de</strong> los seres humanos.<br />
Señaló la luna, casi llena, y matizó:<br />
-Vosotros tenéis una i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> la realidad. Pero es un concepto limitado, propio<br />
<strong>de</strong> una mente finita que apenas acaba <strong>de</strong> <strong>de</strong>spertar. Para éstos -continuó<br />
refiriéndose a Eliseo y a quien esto escribe-, educados en otro lugar, la realidad<br />
<strong>de</strong>l universo es distinta a la vuestra...<br />
La sutileza, lógicamente, no fue captada por los Tiglat en su auténtica dimensión.<br />
Pero la comparación era válida. Y supimos leer entre líneas...<br />
-... Ellos entien<strong>de</strong>n la luna y las estrellas <strong>de</strong> una forma. Vosotros <strong>de</strong> otra. En<br />
282
<strong>de</strong>finitiva, tenéis diferentes conceptos <strong>de</strong> una misma realidad. Y yo os digo:<br />
los cuatro os quedáis cortos. La realidad total, final y completa, es mucho más<br />
que todo eso.<br />
Nadie respiraba.<br />
-... Más allá <strong>de</strong> lo que veis existen otras realida<strong>de</strong>s, tan físicas y concretas<br />
como esa luna, que pertenecen al mundo <strong>de</strong> lo no material. Ese mundo invisible<br />
e inconcebible para vosotros constituye en verdad la auténtica «realidad».<br />
Y terminó <strong>de</strong>sembarcando en lo anunciado inicial-mente.<br />
-... Pero, como os <strong>de</strong>cía, para alcanzar esa realidad última, la gran verdad,<br />
necesitáis tiempo. Mucho tiempo. La verdad, por tanto, existe, pero es <strong>de</strong>l<br />
todo imposible que pueda ser abarcada por la mente y la inteligencia <strong>de</strong> una<br />
criatura mortal.<br />
El muchacho, ágil y listo, le abordó sin contemplaciones.<br />
-Tú no hablas como un judío... ¿Quién eres realmente?<br />
Jesús tampoco se parapetó.<br />
-Yo, hijo mío, he venido a tocar tu corazón. Estoy aquí para hacerte temblar<br />
<strong>de</strong> emoción. Para que du<strong>de</strong>s, para enseñarte un camino que nadie te ha<br />
mostrado...<br />
-¿Un camino? ¿Hacia dón<strong>de</strong>?<br />
-Hacia esa verdad <strong>de</strong> la que habla tu padre. Pero no te impacientes. Cuando<br />
llegue mi hora volverás a verme y tus ojos se abrirán. Entonces te mostraré a<br />
Ab-bá y compren<strong>de</strong>rás que la verdad <strong>de</strong> la que te hablo es como un perfume.<br />
Sencillamente, la i<strong>de</strong>ntificarás por su fragancia.<br />
El joven Tiglat, hecho un lío, siguió preguntando.<br />
-¿Ab-bá? ¿Quién es ese padre?<br />
-Para ti -anunció el Hijo <strong>de</strong>l Hombre categórico-, un Dios nuevo. Para tu<br />
padre... un viejo sueño.<br />
-Y tú, ¿cómo sabes eso? -intervino perplejo el padre <strong>de</strong>l joven-. ¿Cómo sabes<br />
que dudo <strong>de</strong> todos los dioses, incluido el tuyo?<br />
No hubo respuesta. Mi hermano y yo comprendimos. No era el momento.<br />
Como Él acababa <strong>de</strong> afirmar, no había llegado su hora. Jesús <strong>de</strong> Nazaret eligió<br />
el silencio.<br />
-¡Un Dios nuevo! -exclamó el jovencito, no menos <strong>de</strong>sconcertado-. ¿Y tú eres<br />
judío? ¿Qué pasará con Yavé?<br />
-Te lo he dicho: <strong>de</strong>ja que llegue mi hora... Entonces te hablaré <strong>de</strong> ese nuevo<br />
Padre.<br />
-¡No! -bramó el impetuoso adolescente-. ¡Háblame ahora! El jefe <strong>de</strong> los Tiglat<br />
reprendió al muchacho. Pero Jesús, solicitando calma, accedió.<br />
-Está bien, mi querido e impulsivo amigo... Lo haré porque es tu corazón el<br />
que lo reclama.<br />
»Yavé está bien don<strong>de</strong> está. Y ahí quedará para los que no comprendan la<br />
283
nueva revelación. Porque <strong>de</strong> eso se trata: <strong>de</strong> entregar al hombre un concepto<br />
más exacto <strong>de</strong> Dios... Sí, hijo mío, un Dios nuevo y viejo al mismo tiempo. Un<br />
Dios Padre. Un Dios que no precisa nombre. Un Dios sin leyes escritas. Un<br />
Dios que no castiga, que no lleva las cuentas <strong>de</strong> tus obras. Un Dios que no<br />
necesita perdonar..., porque no hay nada que perdonar. Un Dios al que<br />
pue<strong>de</strong>s y <strong>de</strong>bes hablar <strong>de</strong> tú a tú. Un Dios que te ha creado inmortal. Que te<br />
llevará <strong>de</strong> la mano cuando mueras. Que te invita a conocerlo, a poseerlo y,<br />
sobre todo, a amarlo. Un Dios, como tú haces con tu padre, en el que confiar.<br />
Un Dios que te cuida sin tú saberlo. Que te da antes <strong>de</strong> que aciertes a abrir los<br />
labios. Un Dios tan inmenso que es capaz <strong>de</strong> instalarse en lo más pequeño:<br />
¡tú!<br />
La mágica voz <strong>de</strong> aquel Hombre, sonora, segura, armada <strong>de</strong> esperanza, nos<br />
rindió a todos.<br />
Tiglat padre sostuvo la penetrante y cálida mirada <strong>de</strong>l «extraño galileo». No<br />
había duda. Sus palabras lo hechizaron. Y balbuceó:<br />
-¿Dón<strong>de</strong> está ese Dios? ¿Dón<strong>de</strong> po<strong>de</strong>mos encontrarlo?<br />
Jesús tocó su propio pecho con el índice izquierdo y aclaró: -Te lo he dicho:<br />
aquí mismo... <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> ti.<br />
-Pero, ¿cómo es eso? -se a<strong>de</strong>lantó el hijo-. Todos los dioses están fuera.<br />
-Exacto, pequeño. Sólo la verdad está <strong>de</strong>ntro. Por eso, como dice tu padre,<br />
cuando la encuentres, cuando <strong>de</strong>scubras a Ab-bá, te hará temblar <strong>de</strong> emoción...<br />
Y añadió, levantando <strong>de</strong> nuevo los corazones:<br />
-... Ese Dios se escon<strong>de</strong> en la experiencia. Y la experiencia es personal. Cada<br />
uno vive a Ab-bá a su manera. No hay normas ni leyes. Os lo he dicho. Ese<br />
Dios trabaja <strong>de</strong>ntro y lo hace a medida <strong>de</strong> cada inteligencia y <strong>de</strong> cada voluntad.<br />
No perdáis el tiempo buscando en el exterior. No escuchéis siquiera a los que<br />
dicen poseer la i verdad. Yo os digo que nadie pue<strong>de</strong> domesticarla y hacerla<br />
suya. La verdad, la pequeña parte que ahora podéis distinguir, es libre,<br />
dinámica y bella. Si alguien la enca<strong>de</strong>na, si alguien comercia con ella, se aleja.<br />
-Pero tú dices conocer la verdad. Tú también la estas vendiendo y pregonando...<br />
El Maestro volvió a dudar. Nos miró y creí distinguir en sus ojos la sombra <strong>de</strong><br />
la impotencia. En esta ocasión, sin embargo, no respondió al duro planteamiento<br />
<strong>de</strong>l joven Tiglat. Se alzó y, lacónico, exclamó a manera <strong>de</strong> <strong>de</strong>s- -<br />
pedida:<br />
-No ha llegado mi hora...<br />
Acto seguido <strong>de</strong>sapareció en su tienda.<br />
Al día siguiente, viernes, cuando los Tiglat regresaron a Bet Jenn, Eliseo y yo<br />
nos enzarzamos en una fuerte polémica. Mi hermano <strong>de</strong>fendía la postura <strong>de</strong>l<br />
Maestro. Estaba <strong>de</strong> acuerdo con su extraña y, en cierto modo, cortante actitud.<br />
No era el momento. Nos hallábamos en el final <strong>de</strong> agosto <strong>de</strong>l año 25. Jesús <strong>de</strong><br />
284
Nazaret <strong>de</strong>bía esperar. Yo, en cambio, estimé que los honestos fenicios tenían<br />
<strong>de</strong>recho a saber. Y así nos sorprendió el Galileo a su vuelta <strong>de</strong> la cumbre <strong>de</strong>l<br />
Hermón: atrincherados en posturas radicalmente contrarias.<br />
Fue inevitable. Tras la cena, yo mismo planteé el problema. Y Jesús, más<br />
relajado, le dio la razón a mi compañero.<br />
-Jasón, al igual que tu hermano, yo también me he puesto en las manos <strong>de</strong>l<br />
Padre. Me limito a hacer su voluntad.<br />
Y, cariñoso, <strong>de</strong>rribando mis presuntuosos postulados, afirmó:<br />
-¿Cómo pue<strong>de</strong>s pensar una cosa así? ¿Crees que mi corazón no ar<strong>de</strong> en<br />
<strong>de</strong>seos <strong>de</strong> pregonar la nueva nueva?<br />
-Pero, entonces, Señor, ¿por qué estás con nosotros? ¿Por qué nos hablas <strong>de</strong><br />
Ab-bá?<br />
-Os lo dije en su momento. Vosotros estáis aquí por expresa voluntad <strong>de</strong>l Jefe.<br />
Vosotros sois una excepción. Vosotros no contáis para este tiempo. Sois los<br />
mensajeros <strong>de</strong> otros hombres y mis propios embajadores. Sois una <strong>de</strong> las<br />
muchas realida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> mi reino. Él os ha ben<strong>de</strong>cido y yo hago lo mismo.<br />
Eliseo no <strong>de</strong>jó pasar la oportunidad.<br />
-Ahora estamos solos. Quizá <strong>de</strong>sees hablar con más claridad. ¿Qué es eso <strong>de</strong><br />
«otras realida<strong>de</strong>s»?<br />
Jesús pareció sorprendido por el abordaje.<br />
-Creí que lo habíais entendido...<br />
El ingeniero, transparente, habló también por mí.<br />
-Sí y no... Por ejemplo: nos <strong>de</strong>jaste perplejos al asegurar que la verdad no<br />
está al alcance <strong>de</strong> la mente humana.<br />
El Maestro levantó el rostro hacia las estrellas y preguntó:<br />
-¿Veis esa luz?<br />
-Sí, Maestro... Es la luz <strong>de</strong>l universo.<br />
-Decidme: ¿creéis que es la única luz?<br />
Aquellos exploradores, intuyendo una secreta intención, se miraron sin saber<br />
qué <strong>de</strong>cir.<br />
-Bueno -expresé celoso-, eso parece...<br />
-Dices bien, Jasón. Eso parece, pero no lo es... Ésa es vuestra realidad. El<br />
problema es: ¿se trata <strong>de</strong> la única realidad?<br />
-¿Estás insinuando que hay otro tipo <strong>de</strong> luz? - y-No, querido «pinche», no<br />
insisto. Afirmo. En el reino <strong>de</strong> Ab-bá hay tres clases <strong>de</strong> luces: la que ahora veis,<br />
la física, la material; la luz <strong>de</strong> la mente y la genuina, la luz <strong>de</strong>l espíritu.<br />
-Pero, ¿ésas son físicas?<br />
-Mucho más que la <strong>de</strong> las estrellas...<br />
Eliseo, insatisfecho, remachó:<br />
-Cuando digo «físicas» estoy diciendo «físicas»...<br />
Jesús sonrió. E hizo suyas las palabras <strong>de</strong> mi amigo.<br />
-Cuando digo «físicas», yo también estoy diciendo «físicas»...<br />
285
-No pue<strong>de</strong> ser. Yo no veo la luz mental <strong>de</strong> mi hermano...<br />
Me miró y añadió malévolo:<br />
-He buscado un mal ejemplo... Éste carece <strong>de</strong> inteligencia.<br />
-Pues yo tampoco veo la tuya, «<strong>de</strong>strozapatos»...<br />
-¡Calma! -suplicó el Maestro. Y fue <strong>de</strong>recho al grano-. Ambos tenéis razón.<br />
Esas «otras realida<strong>de</strong>s», las luces <strong>de</strong>l intelecto y <strong>de</strong>l espíritu, no son visibles<br />
ahora, mientras permanezcáis en esta forma humana. ¿Es que no lo comprendéis?<br />
Estáis en el principio. Sois como un bebé. Ni siquiera os habéis<br />
puesto en pie...<br />
Entonces, señalando hacia las «cascadas», recordó a nuestros «vecinos», los<br />
damanes <strong>de</strong> las rocas. Y prosiguió:<br />
-Estamos ante el mismo caso <strong>de</strong> la mariposa. Si lograseis atrapar a una <strong>de</strong><br />
esas criaturas, ¿cómo la convenceríais <strong>de</strong> que el mundo se extien<strong>de</strong> mucho<br />
más allá <strong>de</strong>l nahal?<br />
-Imposible, Señor...<br />
-Pues en verdad os digo que ése, ni más ni menos, es vuestro caso. Acabáis<br />
<strong>de</strong> nacer a la vida y lo ignoráis todo sobre las realida<strong>de</strong>s que sostiene el Padre.<br />
Y os diré más: aunque por razones diferentes a las vuestras, las criaturas<br />
espirituales también consi<strong>de</strong>ran la materia como algo irreal.<br />
Supongo que percibió nuestro <strong>de</strong>sconcierto. Y se apresuró a concretar:<br />
SÉ-Queridos ángeles, conforme vayáis alejándoos <strong>de</strong> este soporte material,<br />
conforme ganéis en perfección y luz espiritual, tanto más difuso aparecerá el<br />
recuerdo <strong>de</strong> esta etapa. De hecho, esas criaturas <strong>de</strong> luz atraviesan la materia<br />
física como si no existiese.<br />
-Entiendo, Señor. Por eso <strong>de</strong>cías que la verdad final no está a nuestro alcance...<br />
%<br />
-Por el momento, Jasón. Sólo por el momento... Poco a poco, más a<strong>de</strong>lante,<br />
irás captando y comprendiendo.<br />
-¿Y seré sabio? .<br />
...-Más que ahora, sí... Pero no te confundas, mi querido «<strong>de</strong>strozapatos». Ni<br />
siquiera cuando llegues a la presencia <strong>de</strong>l Jefazo estarás en posesión <strong>de</strong> la<br />
verdad absoluta.<br />
-No importa, Señor. Me contento con atravesar pare<strong>de</strong>s... No pu<strong>de</strong> ni quise<br />
silenciar mis pensamientos.<br />
-¡Qué equivocados estamos! En nuestro mundo hay muchos que se consi<strong>de</strong>ran<br />
en posesión <strong>de</strong> esa verdad..., empezando por la ciencia. El Maestro<br />
asintió con la cabeza. Y fue a repetir lo expuesto la noche anterior:<br />
-Es gente confundida. ¡Ay <strong>de</strong> aquellos que intenten monopolizarla! Su fanatismo<br />
los volverá ciegos.<br />
En cuanto a la ciencia, querido Jasón, no <strong>de</strong>sesperes. Algún día <strong>de</strong>scubrirás<br />
que sólo es una valiosa compañera <strong>de</strong> viaje...<br />
-¿De viaje? ¿De quién?<br />
286
-De la fe.<br />
-Eso tiene gracia -terció el ingeniero-. Siempre creí que la fe era ciega.<br />
-No, son los hombres los que la hacen ciega. La confianza en el Padre, en esas<br />
otras realida<strong>de</strong>s que os aguardan, <strong>de</strong>be ser razonable y científica... hasta<br />
don<strong>de</strong> sea posible. La ciencia, poco a poco, controlará y compren<strong>de</strong>rá el<br />
universo en el que ahora os movéis. Y confirmará el tesoro <strong>de</strong> vuestra experiencia<br />
personal, ganada a pulso y en solitario. Y llegará el día en que la<br />
revelación, esta revelación, le dará la mano a ambas: a la fe y a la ciencia.<br />
-Un momento, Señor, ¿es que fe y revelación no son la misma cosa?<br />
-No, Jasón, no son lo mismo. La fe... a mí me gusta más la palabra confianza,<br />
es un acto que <strong>de</strong>pen<strong>de</strong> <strong>de</strong> la voluntad. La revelación es un regalo <strong>de</strong>l Padre.<br />
Y llega siempre en el instante oportuno.<br />
-No lo entiendo. Siempre he escuchado y leído que la fe, perdón, la confianza,<br />
es un don <strong>de</strong> Dios...<br />
El Maestro sonrió con benevolencia.<br />
-Lo sé, Jasón, lo sé... En el futuro, muchas <strong>de</strong> mis palabras y actos serán mal<br />
interpretados y, lo que es peor, manipulados. Si fuera como dices, si la confianza<br />
en Ab-bá fuera el resultado <strong>de</strong> una gracia divina, algo fallaría en los<br />
cielos. ¿Por qué a unos sí y a otros no? Eso no es justo. Ése no es el estilo <strong>de</strong>l<br />
«Barbas». Os lo repito: <strong>de</strong>scubrir al Padre, confiar en Él, ponerse en sus<br />
manos y aceptar su voluntad <strong>de</strong>pen<strong>de</strong> únicamente, ¡únicamente!, <strong>de</strong>l hombre.<br />
-Pero antes, Señor, hay que caer en la cuenta...-Exacto, querido «pinche».<br />
Por eso estoy aquí.<br />
El ingeniero musitó casi para sí:<br />
-En el fondo es fácil... Todo consiste en <strong>de</strong>cir: «sí, quiero».<br />
-No... Di mejor «sí, acepto». Entonces, al <strong>de</strong>spertar a la nueva, a la verda<strong>de</strong>ra<br />
vida, esa confianza te hará razonable. Después, tras la muerte, tu propia<br />
experiencia te hará sabio. Por último, cuando entres en «otras realida<strong>de</strong>s»,<br />
cuando seas un «hombre-luz», cuando te presentes ante tu querido «Barbas»,<br />
entonces, querido amigo, sentirás cómo la verdad te roza y te besa...<br />
-Entonces... -Sí -murmuró el Hijo <strong>de</strong>l Hombre, acariciando las palabras-, sólo<br />
entonces...<br />
TERCERA SEMANA EN EL HERMÓN<br />
Del domingo, 2 <strong>de</strong> septiembre, al sábado, 8, la estancia en las cumbres <strong>de</strong>l<br />
Hermón experimentó un interesante cambio. Interesante para estos exploradores,<br />
claro está...<br />
Jesús continuó con sus habituales retiros, pero, en tres <strong>de</strong> aquellas jornadas,<br />
tuvimos la fortuna <strong>de</strong> acompañarlo. Ocurrió el lunes, 3 <strong>de</strong> septiembre, y los<br />
dos últimos días <strong>de</strong> la referida semana: el viernes y el sábado.<br />
287
El Hijo <strong>de</strong>l Hombre, sencillamente, nos pidió que le siguiéramos.<br />
En esos momentos -lo confieso- no reparé en la sutileza <strong>de</strong> semejante ruego.<br />
Ahora creo enten<strong>de</strong>r el porqué...<br />
Pero vayamos por or<strong>de</strong>n.<br />
Un día antes <strong>de</strong> la primera excursión, el domingo, 2 <strong>de</strong> septiembre, a la hora<br />
<strong>de</strong>l cotidiano y relajante baño en las «cascadas», sucedió algo aparentemente<br />
sin mayor trascen<strong>de</strong>ncia. El pequeño inci<strong>de</strong>nte, sin embargo, me <strong>de</strong>jó pensativo.<br />
Días <strong>de</strong>spués, un suceso algo más grave y, en cierto modo <strong>de</strong> naturaleza<br />
similar, me animaría a romper el silencio y a plantear al Maestro otro no<br />
menos intrigante asunto: ¿qué ocurriría con la seguridad física <strong>de</strong> aquel<br />
Hombre-Dios? ¿Se hallaba in<strong>de</strong>fenso, al igual que el resto <strong>de</strong> los mortales?<br />
¿Podía ser herido? ¿Corno influía su naturaleza divina frente al normal <strong>de</strong>venir<br />
<strong>de</strong> enfermeda<strong>de</strong>s, acci<strong>de</strong>ntes, etc.?<br />
Esa tar<strong>de</strong> <strong>de</strong>l domingo, como digo, mientras Jesús <strong>de</strong> Nazaret nadaba y se<br />
divertía, surgió algo imprevisto.<br />
De pronto le oímos gemir. Se aferró a una <strong>de</strong> las rocas e intentó alcanzar la<br />
espalda con la mano izquierda. Eliseo y yo acudimos veloces. El rabí, con el<br />
rostro tenso, acusaba un intenso dolor. Sus <strong>de</strong>dos buscaban afanosamente el<br />
centro <strong>de</strong> la columna vertebral. Y al instante comprendí...<br />
Sobre las aguas, zumbando, se alejaba una mosca enorme, <strong>de</strong> unos 20 milímetros,<br />
<strong>de</strong> color amarillento arenoso, relativamente similar a las avispas.<br />
Era una mosca <strong>de</strong>predadora, las más gran<strong>de</strong>s <strong>de</strong> Palestina y que, <strong>de</strong>bido a su<br />
tamaño y ferocidad, eran conocidas como «Satanás» (las actuales Satanás<br />
gigas). Supongo que por casualidad (?) fue a topar con el cuerpo <strong>de</strong>l Galileo,<br />
anclándose a la piel con sus uñas curvas, po<strong>de</strong>rosas como garfios. Y con la<br />
pequeña y gruesa trompa le inyectó el veneno.<br />
Examiné el incipiente e<strong>de</strong>ma y entendí que, aunque dolorosa, la picadura no<br />
tenía por qué ser grave. En cuestión <strong>de</strong> horas, probablemente, <strong>de</strong>saparecería<br />
la hinchazón. Y así fue.<br />
El Maestro contuvo el dolor y, antes <strong>de</strong> zambullirse <strong>de</strong> nuevo en la «piscina»,<br />
exclamó con su incorregible sentido <strong>de</strong>l humor: y- ¡Vaya Dios más torpe!<br />
El percance, sin embargo, no fue olvidado por quien esto escribe. Pero ninguno<br />
<strong>de</strong> los tres volvimos a comentarlo... <strong>de</strong> momento.<br />
A la mañana siguiente, lunes, como venía diciendo, con las primeras clarida<strong>de</strong>s,<br />
el Galileo, feliz y sonriente, nos sacó prácticamente <strong>de</strong> la tienda. Y<br />
señalando las nieves <strong>de</strong>l Hermón anunció eufórico:<br />
-¡Acompañadme!... Los <strong>de</strong>talles también son importantes.<br />
Tomamos unas provisiones y, medio dormidos, nos dispusimos a seguirlo.<br />
Entonces, al hacerme con la «vara <strong>de</strong> Moisés», el rabí, autoritario, or<strong>de</strong>nó:<br />
-No, Jasón... No temas. Ab-bá vela.<br />
El ingeniero y yo, perplejos, nos miramos sin saber qué hacer. Sabíamos que<br />
sabía, pero, a veces, nos <strong>de</strong>sconcertaba..<br />
288
Obe<strong>de</strong>cí, naturalmente. Y el cayado -muy a mi pesar- continuó en el fondo <strong>de</strong><br />
la tienda.<br />
¿Detalles? ¿A qué se refería con la insólita afirmación?<br />
Pronto caeríamos en la cuenta...<br />
A <strong>de</strong>cir verdad, en multitud <strong>de</strong> ocasiones durante aquel tercer «salto» en el<br />
tiempo, fue Él quien condujo nuestra misión. Fue Él quien nos alertó, abriendo<br />
nuestros torpes y asombrados ojos a infinidad <strong>de</strong> pequeños-gran<strong>de</strong>s <strong>de</strong>talles.<br />
Detalles que también formaban parte -¡y <strong>de</strong> qué manera!- <strong>de</strong> la vida <strong>de</strong>l Hijo<br />
<strong>de</strong>l Hombre.<br />
Jesús conocía bien la trocha. Atravesamos los espesos bosques <strong>de</strong> cedros y,<br />
tras saltar en varias oportunida<strong>de</strong>s sobre el bravo nahal Aleyin («el que cabalga<br />
las nubes»), alcanzamos al fin los primeros ventisqueros.<br />
Cota «2 800». Casi en la cumbre.<br />
Una brisa fresca, limpia y mo<strong>de</strong>rada nos recibió complacida. Entre rocas<br />
azules, la nieve, escalando la montaña santa, dulcificaba pare<strong>de</strong>s y farallones.<br />
Y el sol, todavía rasante, empezó sus juegos <strong>de</strong> luces, apostando por el blanco<br />
y el naranja.<br />
El Maestro, canturreando uno <strong>de</strong> los salmos, recogió los cabellos, amarrándolos<br />
en su acostumbrada cola. Después, sonriendo, rebosante <strong>de</strong> una paz y<br />
felicidad difíciles <strong>de</strong> explicar, comentó:<br />
-¡Permaneced tranquilos!... ¡Es el turno <strong>de</strong> mi Padre!<br />
Nos guiñó un ojo y, <strong>de</strong>spacio, se alejó hacia una <strong>de</strong> las cercanas y chorreantes<br />
lenguas <strong>de</strong> nieve.<br />
Aquella estampa, <strong>de</strong> nuevo, me maravilló.<br />
¡Jesús <strong>de</strong> Nazaret caminando sobre la blanca y crujiente nieve!<br />
Al poco se <strong>de</strong>tuvo. Alzó los brazos y levantó el rostro hacia el azul purísimo <strong>de</strong><br />
los cielos. Y así permaneció largo rato.<br />
Entonces creí enten<strong>de</strong>r el porqué <strong>de</strong> sus enigmáticas palabras...<br />
-«¡Acompañadme!... Los <strong>de</strong>talles también son importantes.»<br />
Por supuesto que lo eran. A <strong>de</strong>cir verdad, nunca, hasta ese momento, le<br />
vimos en comunicación con Ab-bá.<br />
Nunca, que yo recuer<strong>de</strong>, habíamos asistido a la majestuosa y, al mismo<br />
tiempo, sencilla escena <strong>de</strong> un Jesús en oración. Miento. Este explorador sí fue<br />
testigo <strong>de</strong> excepción <strong>de</strong> uno <strong>de</strong> esos momentos. Pero las circunstancias, poco<br />
antes <strong>de</strong>l prendimiento en el huerto <strong>de</strong> Getsemaní, fueron muy diferentes.<br />
Éste no era un Jesús <strong>de</strong> Nazaret atormentado y humillado. Éste era un<br />
Hombre-Dios pictórico. Lleno <strong>de</strong> vida. Entusiasmado. Feliz y dispuesto.<br />
Y durante horas me bebí aquella imagen.<br />
¡Hasta en eso era distinto y original!<br />
El Maestro no rezaba como el resto <strong>de</strong> los judíos. Al menos, en privado...<br />
En ningún instante se ajustaba a las estrictas normas <strong>de</strong> la Ley mosaica. No<br />
juntaba los pies. No arreglaba sus vestiduras. No se encorvaba hasta que<br />
289
«cada una <strong>de</strong> las vértebras <strong>de</strong> la espalda quedara separada». No seguía el<br />
consejo <strong>de</strong> la tradición: «que la piel, sobre el corazón, se doble hasta formar<br />
pliegues» (Así reza Ber. 28 b). Tampoco le vimos imitar jamás las pomposas<br />
prácticas <strong>de</strong> los fariseos. Nunca, al entrar o abandonar un pueblo, recitaba las<br />
obligadas bendiciones. Y mucho menos al pasar frente a una fortificación o al<br />
encontrarse con algo nuevo, hermoso o extraño, como pretendían los rigoristas<br />
<strong>de</strong> la Tora. En más <strong>de</strong> una ocasión -como espero narrar más a<strong>de</strong>lantetuvo<br />
el coraje <strong>de</strong> enfrentarse a estos puristas <strong>de</strong> Yavé, echándoles en cara sus<br />
hipócritas y vacías recitaciones. (Para las castas sacerdotales y doctores <strong>de</strong> la<br />
Ley, el número <strong>de</strong> plegarias multiplicaba el mérito ante Dios. Así, por ejemplo,<br />
un centenar <strong>de</strong> bendiciones era consi<strong>de</strong>rado una «alta muestra <strong>de</strong> piedad».)<br />
Jesús rezaba como el que conversa con un amigo muy querido. Y lo hacía<br />
sobre la marcha: en pie, sentado, tumbado, mientras cocinaba, en pleno baño<br />
o en mitad <strong>de</strong>l trabajo...<br />
Recuerdo que ese día, cuando interrumpió (?) la «conversación» con el Jefe<br />
para dar buena cuenta <strong>de</strong> las provisiones, quien esto escribe, sin po<strong>de</strong>r sujetar<br />
la curiosidad, le interrogó sobre aquella extraña forma <strong>de</strong> orar.<br />
-¿Extraña? -preguntó a su vez el Hijo <strong>de</strong>l Hombre-. ¿Y por qué extraña?<br />
-Digamos que no es muy normal...<br />
El Galileo a<strong>de</strong>lantó parte <strong>de</strong> la respuesta con un negativo movimiento <strong>de</strong><br />
cabeza. Y volvió a interrogarnos.<br />
-Decidme: ¿qué entendéis vosotros por rezar?<br />
Ahí nos pilló. Y ambos, humil<strong>de</strong>mente, confesamos que jamás rezábamos. El<br />
Maestro, entonces, sonriendo, afirmó rotundo:<br />
? -¡Pues ya va siendo hora...! Es muy fácil... La oración, en realidad, no es<br />
otra cosa que una charla con la «chispa» que os habita. Vosotros habláis.<br />
Conversáis con Él. Exponéis vuestros problemas y, sobre todo, vuestras<br />
dudas. Y Él, sencillamente, respon<strong>de</strong>.<br />
-Y tú, Señor, ¿qué problemas tienes?... Te hemos observado y no has parado<br />
<strong>de</strong> hablar con Él durante toda la mañana... ;<br />
-Bien -replicó complacido-, <strong>de</strong> eso se trataba: <strong>de</strong> que captéis también los<br />
«<strong>de</strong>talles»...<br />
-En cuanto a tu pregunta, mi querido e indiscreto «pinche», yo no tengo<br />
problemas. Durante estos retiros, lisa y llanamente, cambio impresiones con<br />
Él. Repasamos la situación y, digámoslo así, me preparo para lo que está por<br />
venir.<br />
-¡Genial! -clamó el ingeniero-. ¡Una reunión en la «cumbre»!<br />
-Algo así...<br />
-Entonces -intervine <strong>de</strong>sconcertado-, si no he entendido mal, cuando rezas,<br />
cuando hablas con el Jefe, no pi<strong>de</strong>s nada...<br />
-¿Pedir? No, Jasón, con Él, eso es una solemne pérdida <strong>de</strong> tiempo. Lo habéis<br />
oído y lo repetiré muchas veces. Ab-bá es AMOR. Recuerda: con mayúsculas.<br />
290
Él te sostiene y te da... antes <strong>de</strong> que tú abras los labios. Todo cuanto te ro<strong>de</strong>a,<br />
cuanto tienes y puedas tener, es consecuencia <strong>de</strong> su AMOR. ¿Recuerdas?...<br />
-Sí, con mayúsculas.<br />
-Muy bien -rió satisfecho-. Veo que apren<strong>de</strong>s rápido.<br />
Y añadió feliz:<br />
-¡No seáis tontos! Cuando habléis con Él... ¡exprimidlo! ¡Sacadle el jugo!<br />
¡Pedidle únicamente información y respuestas!... En eso no falla.<br />
Nos hizo un guiño y, alzándose, se excusó:<br />
-Y ahora, perdonad... Voy a seguir «exprimiéndolo».<br />
La segunda excursión, en la jornada <strong>de</strong>l viernes, 7 <strong>de</strong> septiembre, fue -¿cómo<br />
lo diría?-... «especial». Sí, especial e intensa como pocas...<br />
Al principio, todo fue bien. Normal.<br />
Poco más o menos hacia la hora «tercia» (las nueve <strong>de</strong> la montaña), el<br />
Maestro y estos exploradores nos reuníamos con el ventisquero habitual, en la<br />
cota «2 800». El día se presentaba espléndido, aunque algo más frío que los<br />
prece<strong>de</strong>ntes. La brisa mañanera, inexplicablemente enojada, silbaba entre las<br />
rocas, agitando las túnicas.<br />
Depositamos el saco con las viandas muy cerca <strong>de</strong> una <strong>de</strong> las láminas <strong>de</strong> nieve<br />
y, <strong>de</strong> pronto, mi hermano reparó en algo. Nos aproximamos y, curiosos,<br />
echamos un vistazo al reguero <strong>de</strong> huellas.<br />
Jesús se inclinó sobre el inmaculado manto <strong>de</strong> nieve y, tras un breve examen,<br />
comentó:<br />
-Undob...<br />
Las huellas, nítidas y profundas, pertenecían, en efecto, a un oso. Eran<br />
gran<strong>de</strong>s. De casi 30 centímetros <strong>de</strong> longitud por 20 <strong>de</strong> anchura. Las uñas<br />
aparecían igualmente claras y temibles. Eliseo, mejor entrenado en esta clase<br />
<strong>de</strong> rastros, llamó nuestra atención sobre las almohadillas digitales. Se<br />
hallaban muy juntas una <strong>de</strong> otra. Aquello, y el dibujo <strong>de</strong>l pie posterior, con el<br />
primer <strong>de</strong>do más corto, reafirmó la sospecha <strong>de</strong>l rabí. Pero había algo más.<br />
Casi paralelas a estas pisadas, y a corta distancia, distinguimos otras huellas<br />
gemelas más pequeñas.<br />
-Un dob y su cría...<br />
El ingeniero y quien esto escribe nos miramos con preocupación. El Maestro,<br />
en cambio, no se inmutó. Nos <strong>de</strong>jó junto a las huellas y, siguiendo la costumbre,<br />
se alejó unos pasos, entregándose a la comunicación con Ab-bá. En<br />
esos momentos, la verdad sea dicha, lamenté no tener conmigo la «vara <strong>de</strong><br />
Moisés»...<br />
Eliseo prosiguió la exploración y, al poco, volvió a reclamarme. El nuevo<br />
hallazgo confirmaría <strong>de</strong>finitivamente nuestra i<strong>de</strong>a. Sobre la nieve, formando<br />
un gran montón, se hallaban unas heces todavía calientes y típicamente cilíndricas,<br />
<strong>de</strong> unos seis centímetros <strong>de</strong> diámetro. Las integraban trozos <strong>de</strong><br />
huesos, pelos, vegetales y algunos insectos. Me alarmé. El animal -casi con<br />
291
seguridad una osa- acababa <strong>de</strong> cruzar por el ventisquero. Se dirigía <strong>de</strong> este a<br />
oeste.<br />
Verifiqué el viento y, en cierto modo, me tranquilicé. La brisa procedía <strong>de</strong>l<br />
poniente, jugando a nuestro favor. Quizá no nos había <strong>de</strong>tectado...<br />
El resto <strong>de</strong> la mañana discurrió sin problemas. Jesús <strong>de</strong> Nazaret se movió<br />
resuelto y silencioso por el ventisquero, <strong>de</strong>teniéndose aquí y allá, siempre<br />
absorto y con el rostro levantado hacia los cielos.<br />
Alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> la hora «sexta» (mediodía) compartimos el frugal almuerzo:<br />
miel, queso y fruta.<br />
El Maestro, <strong>de</strong> un humor excelente, siguió hablándonos <strong>de</strong>l Padre y <strong>de</strong> su<br />
intensa comunicación con Él. Repitió una generosa ración <strong>de</strong> miel y se retiró<br />
<strong>de</strong> nuevo a cosa <strong>de</strong> cincuenta o sesenta metros. Nosotros continuamos observándolo.<br />
Pero, al poco, el viento arreció. Eliseo se alzó y, señalando la<br />
cercana lin<strong>de</strong> <strong>de</strong>l bosque, me animó a cambiar <strong>de</strong> lugar, buscando así una<br />
mejor protección contra el cada vez más <strong>de</strong>sagradable maa-rabit.<br />
Ahora, al rememorar el oportuno y provi<strong>de</strong>ncial gesto <strong>de</strong> mi compañero, me<br />
estremezco. ¿Qué habría sucedido si llegamos a permanecer junto a la lengua<br />
<strong>de</strong> nieve?<br />
El Destino, verda<strong>de</strong>ramente, es inexplicable...<br />
Unas dos horas más tar<strong>de</strong>, cercana ya la «nona», escuchamos un gruñido. Al<br />
principio apagado, lejano...<br />
Eliseo y yo, movidos por el mismo pensamiento, nos pusimos en pie, observando<br />
inquietos la línea <strong>de</strong> árboles que cerraba el ventisquero por el flanco<br />
oeste. Instintivamente busqué al rabí. Se había <strong>de</strong>splazado unos pasos. Ahora<br />
se encontraba a nuestra <strong>de</strong>recha, en pie sobre una laja <strong>de</strong> piedra <strong>de</strong> unos 40<br />
centímetros <strong>de</strong> altura, y a cosa <strong>de</strong> un centenar <strong>de</strong> metros <strong>de</strong>l saco <strong>de</strong> las<br />
provisiones. Presentaba las palmas <strong>de</strong> las manos abiertas hacia el cielo, y el<br />
rostro, como siempre, directamente encarado a lo alto. El viento, pertinaz,<br />
hacía on<strong>de</strong>ar la túnica como una ban<strong>de</strong>ra.<br />
¡Las provisiones!<br />
De pronto recordé. El petate, en un <strong>de</strong>scuido, quedó abierto. Y en el interior,<br />
los restos <strong>de</strong>l refrigerio: algunas manzanas, parte <strong>de</strong>l queso y el frasco <strong>de</strong><br />
vidrio con una buena ración <strong>de</strong> miel líquida. Y dudé. ¿Fue cerrado por Eliseo al<br />
terminar el almuerzo?<br />
No hubo tiempo para nuevas disquisiciones...<br />
Eliseo y yo, aterrados, vimos aparecer entre los cedros un formidable ejemplar<br />
<strong>de</strong> oso sirio, una subespecie <strong>de</strong>l Ursus atetas, el célebre y temido oso<br />
pardo. Podía tener dos metros <strong>de</strong> longitud, con un peso no inferior a los<br />
doscientos kilos.<br />
En un primer momento se <strong>de</strong>tuvo. Levantó la enorme cabeza y olfateó. El<br />
maarábit, el viento <strong>de</strong>l oeste, por fortuna, no le proporcionó pista alguna<br />
sobre los humanos que se hallaban frente a él. Sin embargo, receloso, per-<br />
292
maneció atento a cualquier sonido.<br />
Miré al Maestro. Seguía inmóvil. Ajeno. Absorto.<br />
Mi compañero, pálido, me hizo una señal.<br />
¿Avisábamos al rabí?<br />
Traté <strong>de</strong> pensar a gran velocidad. ¿Qué hacíamos? Podíamos salir al encuentro<br />
<strong>de</strong> la bestia y obligarla a huir con gritos y piedras. El método, sin<br />
embargo, no me convenció. Estos animales son imprevisibles. En caso <strong>de</strong><br />
ataque corríamos el riesgo <strong>de</strong> caer bajo sus garras. Unas garras negras y<br />
afiladas <strong>de</strong> casi quince centímetros <strong>de</strong> longitud. Pero no fue ese hipotético<br />
peligro lo que me <strong>de</strong>cidió a continuar mudo e inmóvil como una estatua.<br />
Nosotros, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> todo, estábamos protegidos por la «piel <strong>de</strong> serpiente».<br />
Fue la posibilidad <strong>de</strong> que el ursus alcanzara a Jesús <strong>de</strong> Nazaret lo que, <strong>de</strong>finitivamente,<br />
me <strong>de</strong>jó clavado al suelo.<br />
Solicité calma y, por señas, le hice ver a mi amigo que lo mejor era no actuar.<br />
Me miró atónito. Y volvió a dirigir su <strong>de</strong>do hacia el Maestro.<br />
Negué con la cabeza y, en previsión <strong>de</strong> una súbita y más que probable reacción<br />
<strong>de</strong> Eliseo, lo sujeté por el ceñidor, reteniéndolo.<br />
En esos críticos instantes, por <strong>de</strong>trás <strong>de</strong>l vigilante plantígrado, entró en escena<br />
un segundo personaje: un osezno <strong>de</strong> unos seis meses, <strong>de</strong> pelaje<br />
igualmente espeso y rojizo, juguetón, inquieto y, sobre todo, curioso.<br />
Al verlo, la verdad, me alegré <strong>de</strong> no haber salido al paso <strong>de</strong> la osa. En esas<br />
circunstancias, con una cría bajo su custodia, la reacción <strong>de</strong> la madre podría<br />
haber sido mucho más violenta y temible, Finalmente, convencida <strong>de</strong> que el<br />
lugar se hallaba <strong>de</strong>spejado, avanzó lenta y vacilante, con el típico paso<br />
portante. El osezno, confiado, la rebasó y, a la carrera, tomó la dirección en la<br />
que se hallaba el Maestro. Pero un súbito y oportuno gruñido <strong>de</strong> la osa lo frenó<br />
en seco. Miró a la madre y, saltando y revolcándose sobre la nieve, la esperó.<br />
Mi corazón, casi <strong>de</strong>speñado, avisó. Si el oso sirio no cambiaba <strong>de</strong> rumbo iría a<br />
pasar junto a la laja en la que continuaba Jesús.<br />
Pero, ¿cómo era posible?<br />
El Galileo seguía ajeno a todo. ¿Cómo no escuchaba los gruñidos?<br />
De pronto, helándonos la poca sangre que aún circulaba, la osa se <strong>de</strong>tuvo <strong>de</strong><br />
nuevo. Levantó el hocico y olfateó. Y el viento revolvió el largo pelaje <strong>de</strong>l<br />
cuello y <strong>de</strong>l vientre.<br />
¿Qué había <strong>de</strong>tectado?<br />
El paraje no respiraba. Sólo el maarábit silbaba entre los farallones, tan<br />
aterrado como estos exploradores. El olor corporal <strong>de</strong> Jesús no llegaba hasta<br />
la osa. El viento, provi<strong>de</strong>ncialmente, lo impedía. Entonces...<br />
Eliseo, <strong>de</strong>sarmado, pegó un tirón, tratando <strong>de</strong> entrar en escena. Aguanté<br />
como pu<strong>de</strong> y, autoritario, clamé en voz baja:<br />
-¡Quieto!... ¡No <strong>de</strong>bemos intervenir!... ¡Es una or<strong>de</strong>n! Le vi apretar los puños<br />
y mor<strong>de</strong>rse los labios con rabia. Pero obe<strong>de</strong>ció.<br />
293
El ursus, entonces, cambió <strong>de</strong> dirección y se aproximó al saco <strong>de</strong> viaje.<br />
¡Las provisiones! ¡Acababa <strong>de</strong> olfatearlas!<br />
En efecto, tras inspeccionar el contenido, introdujo las fauces en el petate,<br />
dando buena cuenta <strong>de</strong> la comida.<br />
La cría, aburrida, siguió mero<strong>de</strong>ando. Y en una <strong>de</strong> aquellas cortas carreras fue<br />
a topar casi con la piedra sobre la que oraba el Hijo <strong>de</strong>l Hombre.<br />
Me estremecí.<br />
El osezno, a pesar <strong>de</strong> la absoluta inmovilidad <strong>de</strong> Jesús, captó algo y, curioso,<br />
fue ro<strong>de</strong>ando la laja. Al situarse contra el viento, la presencia humana le dio<br />
<strong>de</strong> lleno. Permaneció quieto. Intrigado. Miró a la madre, pero ésta, encantada<br />
con la ración <strong>de</strong> miel, no le prestó la menor atención. Entonces, <strong>de</strong>cidido,<br />
levantó las manos, apoyándolas sobre el filo <strong>de</strong> la roca.<br />
Eliseo y quien esto escribe temblamos.<br />
Las sandalias <strong>de</strong>l Maestro se hallaban a escasos treinta o cuarenta centímetros<br />
<strong>de</strong> las garras <strong>de</strong>l cachorro. Si lo tocaba, lo más probable es que el Galileo<br />
reaccionase. En ese caso, ¿qué suce<strong>de</strong>ría?<br />
El osezno aproximó el hocico, olfateando a la extraña y alta criatura. Y en ello<br />
estaba cuando, <strong>de</strong> improviso, los bajos <strong>de</strong> la túnica, agitados por el maambit,<br />
fueron a golpearlo en plena cara, asustándolo. No lo dudó. Saltó hacia atrás y,<br />
aterrorizado, corrió hacia la osa.<br />
Instantes <strong>de</strong>spués, concluido el festín, el ursus se alejó por don<strong>de</strong> había<br />
llegado, seguido <strong>de</strong> cerca por la incansable cría. Y los vimos <strong>de</strong>saparecer en el<br />
intrincado bosque <strong>de</strong> cedros.<br />
Respiramos.<br />
Una hora más tar<strong>de</strong> -rondando la «décima» (las cuatro)-, Jesús abandonó su<br />
asilamiento, reuniéndose con estos maltrechos exploradores. Algo notó en<br />
nuestros rostros y, al punto, intrigado, preguntó qué sucedía. Al explicarle,<br />
sonriendo burlón, exclamó:<br />
-¡Una osa!... ¿Aquí?... ¡Y yo con estos pelos!...<br />
Así era aquel Hombre. Aquel magnífico Hombre.<br />
Definitivamente, el Galileo no se percató <strong>de</strong> la presencia <strong>de</strong>l ursus. Su po<strong>de</strong>r<br />
<strong>de</strong> concentración, su «hilo directo» con Ab-bá -no sé cómo llamarlo-, era<br />
asombroso. Y a la vista <strong>de</strong> lo ocurrido en la «piscina <strong>de</strong> yeso» y en el ventisquero<br />
volví a plantearme la inquietante cuestión: ¿era vulnerable? ¿Se<br />
hallaba sujeto, como el resto <strong>de</strong> los mortales, a los riesgos <strong>de</strong> la existencia? Yo<br />
conocía su final y, evi<strong>de</strong>ntemente, sí era un Hombre sometido al dolor y a la<br />
muerte. Pero eso fue al final <strong>de</strong> su vida en la carne. ¿Y qué sucedía con las<br />
etapas anteriores? La verdad es que, reflexionando sobre ello, no hallé un solo<br />
dato, excepción hecha <strong>de</strong> la infancia, que permitiera imaginar o suponer a un<br />
Jesús enfermo o en grave riesgo <strong>de</strong> per<strong>de</strong>r la vida. La curiosa circunstancia -a<br />
qué negarlo- me <strong>de</strong>jó perplejo. No era normal. «Algo» invisible parecía<br />
preservarlo.<br />
294
Esa misma noche, tras la cena, no pu<strong>de</strong> resistir la tentación y lo expuse<br />
abiertamente.<br />
-No temas, Jasón -replicó el Galileo, ratificando mis sospechas-, nada suce<strong>de</strong>,<br />
ni suce<strong>de</strong>rá, sin el consentimiento <strong>de</strong>l Padre.<br />
Y añadió con aquella seguridad <strong>de</strong> hierro:<br />
-¡Estoy en las mejores manos!<br />
Entonces, recordando un viejo acci<strong>de</strong>nte -su caída por las escaleras exteriores<br />
en la casa <strong>de</strong> Nazaret cuando tan sólo contaba siete años-, pregunté:<br />
-¿Y qué me dices <strong>de</strong> la tormenta <strong>de</strong> arena que provocó aquel peligroso tropiezo?<br />
Podías haberte matado...<br />
La alusión a su ya lejana infancia <strong>de</strong>bió traerle gratos recuerdos. Se aisló unos<br />
segundos y, finalmente, sonriendo, exclamó:<br />
A -Has hecho un buen trabajo, mi querido embajador, pero recuerda mis<br />
palabras: la vida es para VIVIRLA. Con mayúsculas... Y yo he venido también<br />
para experimentar la existencia humana. Todo ha sido minuciosa y escrupulosamente<br />
medido.<br />
Estaba claro.<br />
Eliseo intervino, interpretando las afirmaciones <strong>de</strong>l Maestro «a su manera»,<br />
como siempre...<br />
-¿Quieres <strong>de</strong>cir que un ángel te protegió? - A-Es más complejo, pero vale...<br />
Mi hermano no <strong>de</strong>jó pasar la excelente oportunidad y atacó. Aquella, si no<br />
recuerdo mal, era una <strong>de</strong> las casi cien preguntas que tenía preparadas.<br />
-Entonces reconoces que los ángeles existen...<br />
Jesús le contempló asombrado.<br />
-Muchacho..., ¿estás sordo?<br />
-Todavía no, Señor... -¿Cuántas veces tendré que repetirlo? El reino <strong>de</strong><br />
Ab-bá es un hervi<strong>de</strong>ro <strong>de</strong> vida.<br />
-O sea..., ¡existen!<br />
-Y en tal cantidad -replicó el Maestro resignado ante la impetuosidad <strong>de</strong>l<br />
ingeniero- que no hay medida en la Tierra para sumarlos.<br />
-¿Y cómo son?<br />
-¿Por qué no esperas a comprobarlo por ti mismo?<br />
-¡Ah!, entonces lo veré cuando pase el «otro lado»... ¿Al «otro lado»?<br />
-Ya me entien<strong>de</strong>s, Señor... Cuando muera.<br />
-Claro, mi querido «pinche». Eso es lo establecido.<br />
-¿Tienen alas? Eliseo, cuando se lo proponía, era un terremoto.<br />
-¿Alas? ¿Como los pájaros?<br />
-Como los pájaros...<br />
Jesús me miró y, suspirando, comentó <strong>de</strong>rrotado:<br />
-¿De dón<strong>de</strong> lo has sacado? ¿Es siempre así?<br />
Asentí sonriente.<br />
-Si quieres imaginarlos con alas... muy bien. Cuando pases al «otro lado»,<br />
295
como tú dices, te llevarás una sorpresa.<br />
Dudó y, sin per<strong>de</strong>r la sonrisa, rectificó:<br />
-Mejor dicho, un susto...<br />
-¿Son feos?<br />
-Menos que tú, querido «<strong>de</strong>strozapatos»...<br />
-Entonces son guapos...<br />
El Maestro volvió a mirarme y musitó:<br />
-¡Incorregible!... ¡Maravillosamente incorregible!<br />
Y, tan resignado como Él, asentí <strong>de</strong> nuevo.<br />
-¿Guapos? -terció mi amigo, cayendo en la cuenta <strong>de</strong> algo que <strong>de</strong>senca<strong>de</strong>naría<br />
las risas <strong>de</strong>l rabí-. ¿Es que no hay guapas?<br />
-Los ángeles son criaturas <strong>de</strong> luz. Pertenecen a esas «otras realida<strong>de</strong>s» <strong>de</strong> las<br />
que ya te hablé. No disponen <strong>de</strong> cuerpos físicos. Han sido creados en perfección<br />
y no saben <strong>de</strong> sexos. Son una «realidad» muy parecida a la que os<br />
aguarda en el «otro lado»...<br />
Interrumpió la explicación y, asintiendo con la cabeza, esgrimió casi para sí:<br />
-El «otro lado»... Me gusta la <strong>de</strong>finición.<br />
-Y si no hay sexo, ¿cómo se divierten?<br />
-¡No seas bruto! -le reproché.<br />
-No importa -terció Jesús-. Me gusta su naturalidad... Hijo mío, ahora no<br />
estás capacitado para enten<strong>de</strong>rlo, pero hay otros placeres inmensamente<br />
más intensos y gratificantes que el sexo. Te garantizo que, en el «otro lado»,<br />
no te aburrirás...<br />
Intenté reconstruir la conversación y pregunté:<br />
-Y esos seres <strong>de</strong> luz, ¿cuidan <strong>de</strong> los humanos?<br />
-Algunos sí. No todos.<br />
-¡El famoso ángel guardián!<br />
-Los famosos ángeles, Jasón, en plural...<br />
La matización, lógicamente, nos <strong>de</strong>jó confusos. Y Eliseo lo abordó:<br />
-¿En plural? ¿Cuántos tenemos?<br />
-Esas <strong>de</strong>liciosas criaturas son creadas siempre por parejas. Son dos en uno.<br />
Cada mortal que lo merece, por tanto, recibe un custodio doble.<br />
-¿Y por qué dos?<br />
-Cosas <strong>de</strong> Ab-bá. Ya sabes que es muy imaginativo...<br />
Una <strong>de</strong> las afirmaciones no pasó inadvertida para estos exploradores. Y Eliseo<br />
y yo nos pisamos <strong>de</strong> nuevo la pregunta:<br />
-¿Cada mortal que lo merece? ¿Qué has querido <strong>de</strong>cir?<br />
-Observad atentamente: siempre regresamos al principio. Siempre se vuelve<br />
al mensaje clave: ponerse en sus manos, hacer su voluntad, <strong>de</strong>senca<strong>de</strong>na<br />
una fuerza arrolladora y magnífica. Pues bien, cuando el hombre toma esa<br />
suprema <strong>de</strong>cisión, una pareja <strong>de</strong> serafines es <strong>de</strong>stinada <strong>de</strong> inmediato a la<br />
custodia <strong>de</strong>l pequeño Dios. Y lo acompañará hasta la presencia <strong>de</strong>l Jefe... y<br />
296
más allá.<br />
-Un momento -clamó el ingeniero <strong>de</strong>sconcertado-. ¿Y qué pasa con los que<br />
nunca han querido... o, incluso, no han podido hacer suya esa gran <strong>de</strong>cisión?<br />
-Mi Padre, también te lo dije, tiene otros métodos y caminos. El Amor no<br />
distingue. Vosotros habéis planteado algo concreto y yo he respondido.<br />
-Veamos -intervine, intentando seguir siendo lo más puntual y certero posible-,<br />
¿quiere eso <strong>de</strong>cir que una mente subnormal, por ejemplo, se halla in<strong>de</strong>fensa?<br />
El Maestro, leyendo en mi corazón, se apresuró a negar con la cabeza. Adoptó<br />
un tono más grave y aclaró:<br />
-No, hijo mío. Esas criaturas son especialmente cuidadas por los ángeles al<br />
servicio <strong>de</strong> Ab-bá.<br />
Y subrayó con énfasis:<br />
-¡Especialmente!<br />
-En otras palabras -aventuré-: nadie queda sin protección. -Querido Jasón, el<br />
día que <strong>de</strong>scubras hasta dón<strong>de</strong> llega el Amor <strong>de</strong>l Padre, esa reflexión te llenará<br />
<strong>de</strong> sonrojo.<br />
-Pero, Señor, no entiendo. Si toda criatura humana es guardada y vigilada,<br />
¿qué significado tiene esa pareja <strong>de</strong> ángeles que aparece cuando se toma la<br />
<strong>de</strong>cisión <strong>de</strong> hacer la voluntad <strong>de</strong> Ab-bá?<br />
-Muy sencillo. Te dije que el Amor es dinámico. Si tú prosperas, el Amor<br />
prospera...<br />
-Entiendo -resumió Eliseo-. Esa pareja «extra» es un lujo.<br />
-Dios es un lujo. Un continuo e inagotable lujo...<br />
-Y tú, Señor, como ser humano, ¿cuántos ángeles tienes a tu lado? El Galileo,<br />
divertido, miró a su alre<strong>de</strong>dor. "-Sólo veo dos…<br />
Eliseo, ingenuo, no captó la broma.<br />
-¿Dos? ¿Y cómo son?<br />
Primero, señalándole a él, exclamó entre risas:<br />
-Uno... un «<strong>de</strong>strozapatos».<br />
A continuación, dirigiéndose hacia quien esto escribe, remachó:<br />
-El otro... un «fregaplatos».<br />
No insistimos. Poco a poco fuimos aprendiendo. Esta clase <strong>de</strong> «respuestas»<br />
marcaba casi siempre un punto final en el asunto que manejábamos. Por<br />
razones <strong>de</strong>sconocidas para nosotros, algunos <strong>de</strong> los temas que salían a la luz<br />
no eran satisfechos por el Maestro como hubiéramos <strong>de</strong>seado. Recuerdo que<br />
una vez, en plena vida <strong>de</strong> predicación, me atreví a interrogarlo sobre el particular.<br />
Y Él, afectuoso, colocando las manos sobre mis hombros, sentenció:<br />
-Mi querido ángel, la revelación es como la lluvia. En exceso sólo trae problemas.<br />
Dejadme hacer...<br />
Intuyo que lo que me dispongo a relatar a continuación, muy probablemente,<br />
es uno <strong>de</strong> los capítulos más sugestivo y trascen<strong>de</strong>ntal <strong>de</strong> cuanto llevo narrado<br />
297
en este pobre y apresurado diario.<br />
¡Cómo me gustaría dominar la pluma! Daría lo poco que me resta <strong>de</strong> vida por<br />
saber trasladar aquellas hermosas y esperanzadoras palabras tal y como Él<br />
las pronunció. Pero soy humano (todavía). No sé si acertaré.<br />
Fue mágico. Ni mi hermano ni yo lo buscamos. Brotó en su momento. Él,<br />
seguramente, lo sabía...<br />
Recuerdo que me hallaba en la tienda. Fue al atar<strong>de</strong>cer <strong>de</strong>l día siguiente,<br />
sábado, 8 <strong>de</strong> septiembre. Acabábamos <strong>de</strong> regresar <strong>de</strong> la tercera y última<br />
excursión a la cumbre <strong>de</strong> la montaña santa. El Maestro y mi compañero se<br />
afanaban en la preparación <strong>de</strong> la cena. Yo aproveché aquellos minutos y<br />
repasé las notas <strong>de</strong> la jornada anterior. De pronto -no sé por qué- me <strong>de</strong>tuve<br />
en una <strong>de</strong> las frases <strong>de</strong> Jesús. Curioso. Este explorador la había subrayado. El<br />
Maestro, refiriéndose a los ángeles, se expresó así:<br />
Y «Son una "realidad" muy parecida a la que os aguarda en el cielo.»<br />
Quedé pensativo.<br />
Por aquel entonces, el tema <strong>de</strong> la muerte era algo que no me agradaba. Sin<br />
embargo, obe<strong>de</strong>ciendo quizá un impulso <strong>de</strong>l subconsciente, lo resalté.<br />
Y en ello estaba, contemplando la frase con perplejidad, cuando, sin previo<br />
aviso, vi aparecer al Galileo en el interior <strong>de</strong>l refugio.<br />
Parecía distraído. Me miró. Sonrió y se excusó:<br />
-¡Vaya!... Me he equivocado <strong>de</strong> tienda... Perdón... Busco la sal...<br />
Dio media vuelta y se dirigió al exterior. Pero, <strong>de</strong> pronto, se <strong>de</strong>tuvo. Giró la<br />
cabeza y, señalando mis escritos, exclamó:<br />
-Yo no dije semáyin...<br />
Cuando reaccioné había <strong>de</strong>saparecido.<br />
Semáyin ?<br />
Caí sobre el diario y, atónito, <strong>de</strong>scubrí que, en efecto, la referida frase <strong>de</strong> los<br />
ángeles se hallaba equivocada. Jesús <strong>de</strong> Nazaret nunca habló <strong>de</strong> «cielo»<br />
(Semáyin), sino <strong>de</strong>l «otro lado» (ohoran atar).<br />
Por supuesto, terminé riendo solo, como un tonto.<br />
¿Se equivocó <strong>de</strong> tienda? Nunca lo creí.<br />
¿Preguntar cómo lo hacía? Ni hablar. Sencillamente, lo hacía...<br />
Minutos <strong>de</strong>spués, reunidos alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> la lumbre, el rabí, guiñándome un ojo,<br />
preguntó:<br />
-¿Tenía o no tenía razón?<br />
Y servidor, como un idiota, replicó:<br />
-Sí, pero, en el fondo, viene a ser lo mismo... -No, Jasón. El cielo, tal y como<br />
vosotros lo interpretáis, tiene poco que ver con el «otro lado».<br />
Y así, mágicamente, fue a hablarnos <strong>de</strong> «algo» a lo que nunca quise enfrentarme.<br />
Una realidad, sin embargo, a la que nadie escapa.<br />
Mi hermano, captando parte <strong>de</strong> lo sucedido, le puso el tema en ban<strong>de</strong>ja.<br />
-Ya que hablas <strong>de</strong> la muerte. Señor, dime: ¿no te asusta? La respuesta fue<br />
298
categórica. Fulminante.<br />
-Respon<strong>de</strong> primero a otra pregunta: ¿te asusta dormir?<br />
-No, pero no veo la relación... - Es lo mismo.<br />
-¿Morir es dormir?<br />
-Así es, querido «pinche». Sólo eso.<br />
-¿Y <strong>de</strong>spués? -Después... ¡la vida!<br />
La palabra utilizada por el Galileo -hay- no <strong>de</strong>jaba lugar a dudas. Hay vida.<br />
-Un momento -se <strong>de</strong>spachó Eliseo, muy consciente <strong>de</strong> la gravedad <strong>de</strong> lo que<br />
se estaba planteando-, ¿hablas en serio o en parábola?<br />
Jesús contuvo la risa.<br />
-Muy en serio...<br />
-¿Seguro?<br />
-¡Segurísimo!<br />
-Repítelo otra vez. ¿Es eso cierto? El Maestro aguardó unos instantes. Borró<br />
todo rastro <strong>de</strong> sonrisa y con la faz grave, muy grave, exclamó:<br />
-Yassib!<br />
Para ese término arameo, que yo sepa, sólo hay dos traducciones: «cierto» y<br />
«verda<strong>de</strong>ro».<br />
-¡Cierto! -repitió el rabí-, eliminando toda suspicacia.<br />
Silencio sepulcral... Y nunca mejor dicho.<br />
Eliseo y yo nos miramos. Ante semejante y categórica afirmación sólo cabía<br />
creer o no creer. El problema era que aquel Hombre jamás mentía. Si Él<br />
aseguraba que tras la muerte hay vida... no teníamos alternativa. ¡Hay vida!<br />
El ingeniero, sincero, suspiró:<br />
-¡Cómo nos gustaría creerte!<br />
Jesús, entonces, le salió -nos salió- al paso sin titubeos:<br />
-Vosotros, precisamente, lo sabéis mejor que nadie... ¿A qué vienen ahora<br />
esas dudas?<br />
-Es que es muy fuerte, Señor...<br />
-Sí, lo sé. Ésa es otra <strong>de</strong> las razones <strong>de</strong> mi presencia entre los humanos.<br />
Cuando llegue el momento... ya sabéis a qué me refiero, lo verán con sus<br />
propios ojos. Verán al Hijo <strong>de</strong>l Hombre resucitado <strong>de</strong> entre los muertos. Y lo<br />
verán con una forma idéntica a la que todos disfrutaréis tras el sueño <strong>de</strong> la<br />
muerte.<br />
-Pero, Señor, tú eres Dios. Tú sí pue<strong>de</strong>s hacerlo. Nosotros, en cambio...<br />
-No, hijo mío. Mi resurrección pondrá <strong>de</strong> manifiesto la gloria <strong>de</strong>l Padre, pero<br />
también tendrá una segunda y no menos importante justificación: la esperanza.<br />
Te lo dije: sois inmortales. Seréis resucitados.<br />
-¿Seremos? ¿Por quién?<br />
-Justamente por mis ángeles.<br />
-¿Por los pájaros?<br />
-¿Pájaros? ¿Qué pájaros?<br />
299
Tercié en la charla, amonestando a mi compañero. No era momento para<br />
bromas. Jesús, sin embargo, me lo reprochó.<br />
-Querido amigo, <strong>de</strong>ja a tu hermano que se exprese. Cuanto más arriba estés<br />
en la carrera hacia el Jefe, más gustarás <strong>de</strong>l buen humor. Cuanto más importante<br />
y serio es un asunto, más humor necesita... El sentido <strong>de</strong>l humor, no<br />
lo olvi<strong>de</strong>s, no fue inventado por el hombre. Es cosa <strong>de</strong> los cielos.<br />
Eliseo, crecido, fue a los <strong>de</strong>talles. Y yo, sinceramente, lo agra<strong>de</strong>cí.<br />
-Pero, ¿dón<strong>de</strong>?, ¿cómo? El Maestro, feliz, solicitó calma. Y fue <strong>de</strong>sgranando<br />
algunas informaciones.<br />
-¿Recuerdas?: «En la casa <strong>de</strong> mi Padre hay muchas moradas...»<br />
Asentimos impacientes.<br />
- Pues eso. En mi reino hay unas estancias... digamos que «especiales», en<br />
las que volvéis a la vida. A la verda<strong>de</strong>ra vida.<br />
Nos observó complacido.<br />
-... Tras la muerte, tras ese fugaz sueño, apareceréis en un mundo distinto.<br />
-¿Con casas?, ¿con árboles?, ¿con ríos?.<br />
-Sí, mi impulsivo amigo, igual a éste... pero distinto.<br />
-Lo has dicho muchas veces, Señor...<br />
Capté el involuntario error y rectifiqué.<br />
-Perdón, lo dirás muchas veces... «Cuando llegue la hora <strong>de</strong>spertaréis en un<br />
mundo que ni siquiera podéis intuir.» Ahora dices que es igual a éste, pero<br />
diferente. No entiendo...<br />
-Es lógico, Jasón. Decidme: ¿imagináis unos cuerpos, una materia, que son y<br />
no son materia? ¿Estáis capacitados para compren<strong>de</strong>r una besar [carne] que,<br />
a<strong>de</strong>más es or [luz]?<br />
¿Carne y luz al mismo tiempo?<br />
No, no éramos capaces <strong>de</strong> similar ese concepto. «5-A eso me refiero<br />
-prosiguió el rabí haciendo un esfuerzo por acercar las palabras a nuestra<br />
corta inteligencia- cuando os digo que ese espléndido mundo es igual, pero<br />
distinto.<br />
-¡Materia y luz!<br />
Eliseo, <strong>de</strong> pronto, recordó algo que discutimos largamente en la cumbre <strong>de</strong>l<br />
Ravid. Y, ni corto ni perezoso, expuso su original y gratificante teoría sobre<br />
«MAT-1».<br />
El Maestro escuchó atento y visiblemente conmovido. Cuando Eliseo concluyó,<br />
sencillamente, le sonrió, aprobando su hipótesis con varios y afirmativos<br />
movimientos <strong>de</strong> cabeza.<br />
Fue suficiente.<br />
Mi amigo, entusiasmado, pegó un salto y, apretando los puños, gritó:<br />
-¡Lo sabía!... ¡Mitad materia, mitad luz!<br />
Pero el rabí, interviniendo, lo <strong>de</strong>shinchó en parte: ¿r-Más o menos, querido<br />
«pinche». Más o menos...<br />
300
Acto seguido, enlazando con algo que repetiría hasta la saciedad, advirtió:<br />
-¿Comprendéis ahora por qué os pido con tanta insistencia que VIVÁIS la vida?<br />
¿Entendéis por qué he dicho que estoy aquí para experimentar la existencia<br />
humana?<br />
-Déjame adivinarlo. Parece simple...<br />
Miré mis manos y me aventuré.<br />
-Esta forma <strong>de</strong> vida es única. Allá, en esos mundos especiales, tendremos<br />
otros «cuerpos»... distintos. No podremos vivir como ahora. ¿Te refieres a eso?<br />
¿Estás hablando, Señor, <strong>de</strong> apreciar y aprovechar esta oportunidad? ¿Nos<br />
estás diciendo que VIVAMOS la vida porque no disfrutaremos <strong>de</strong> otra semejante?<br />
No respondió. Nos <strong>de</strong>jó en suspenso unos segundos y, al percibir nuestra<br />
ansiedad, sonrió feliz, exclamando:<br />
-¡Perfecto, Jasón! VIVID intensa y generosamente. Saboread la vida. Disfrutad<br />
cada instante. Sabed que esta oportunidad, como dices, es única.<br />
Nunca volveréis a este estado. Amad la vida. Respetadla. Compartidla. Usadla<br />
con inteligencia y mo<strong>de</strong>ración. Os lo dije: es un regalo <strong>de</strong>l Padre.<br />
Mi hermano, entonces, estalló como un volcán, interrogándolo sin respiro.<br />
-Y ahí, Señor, ¿qué se hace? "-Te lo estoy diciendo, pero no escuchas:<br />
<strong>de</strong>spertar.<br />
-Pero, ¿a qué?<br />
-A la verda<strong>de</strong>ra, a la <strong>de</strong>finitiva vida. Ahí comienzas. Ahí arrancas hacia el<br />
Padre.<br />
-¿Se trabaja?<br />
-Por supuesto, aunque al principio todos necesitáis una «limpieza»...<br />
Notó nuestra perplejidad y aclaró:<br />
-Cuando seáis <strong>de</strong>spertados en ese mundo, todo, prácticamente, será idéntico<br />
a lo que acabáis <strong>de</strong> <strong>de</strong>jar aquí. Os lo repito: es un simple <strong>de</strong>spertar. Pero los<br />
<strong>de</strong>fectos y vicios <strong>de</strong> la naturaleza humana seguirán pesando... en parte. Y los<br />
míos se ocuparán entonces <strong>de</strong> «limpiarlos». No os preocupéis: la «cura» es<br />
rápida y sin dolor. Compren<strong>de</strong>d-lo: en esa otra realidad no cabe la <strong>de</strong>nsa y<br />
torpe herencia que arrastráis. Os prepararán para un largo, muy largo, camino<br />
hacia el Jefe. Un camino cada vez más espléndido. Una senda en la que,<br />
poco a poco, la luz dominará a la materia. Y llegará el día en que sólo seréis<br />
eso: luz.<br />
-Entonces veremos al Jefe...<br />
-¡Tranquilo, muchacho! Al «Barbas» lo verás... a su <strong>de</strong>bido tiempo.<br />
-Mitad luz, mitad materia... ¿Y cómo se sostiene esa materia? ¿Se come en el<br />
«otro lado»?<br />
Jesús parecía esperar la pregunta <strong>de</strong> Eliseo.<br />
-Se come y se bebe... pero no lo que tú crees.<br />
Mi hermano y yo nos miramos una vez más. Y tuvimos el mismo pensamiento.<br />
301
Esa afirmación <strong>de</strong>l rabí coincidía con lo <strong>de</strong>tectado por nosotros durante la aparición<br />
número catorce <strong>de</strong>l Resucitado, en la mañana <strong>de</strong>l sábado, 22 <strong>de</strong> abril<br />
<strong>de</strong>l año 30, en la colina <strong>de</strong> la «Or<strong>de</strong>nación» (hoy llamada <strong>de</strong> las Bienaventuranzas).<br />
En aquella oportunidad, el instrumental <strong>de</strong> la «cuna» <strong>de</strong>tectó en el<br />
«cuerpo glorioso» una clara ausencia <strong>de</strong> sistemas circulatorio y digestivo, tal<br />
y como los enten<strong>de</strong>mos en la Tierra. Él no lo dijo, pero quien esto escribe hizo<br />
sus propias <strong>de</strong>ducciones: quizá en ese nuevo mundo, en ese nuevo estado -en<br />
«MAT-1», como <strong>de</strong>cía mi compañero-, los «alimentos», integrados por esa<br />
enigmática sustancia (mitad materia, mitad energía [?]), fueran absorbidos<br />
total y absolutamente. En otras palabras: una «alimentación» sin <strong>de</strong>sechos.<br />
Francamente, quedé maravillado.<br />
En cuanto a la carencia <strong>de</strong> aparato circulatorio, si aceptaba las palabras <strong>de</strong>l<br />
Maestro, y las acepté, por supuesto, la explicación (?) podía ser muy similar.<br />
Aunque la ciencia no está capacitada todavía para enten<strong>de</strong>rlo, quizá esos<br />
«cuerpos» no se vean en la necesidad <strong>de</strong> respirar. O, si lo hacen, quizá se<br />
nutren <strong>de</strong>l oxígeno (?), o <strong>de</strong> lo que sea, por contacto directo <strong>de</strong> la «piel» (?)<br />
con el medio ambiente (?).<br />
Lo sé. Puras especulaciones...<br />
Sin embargo, por ahí apuntaron las respuestas <strong>de</strong>l Hijo <strong>de</strong>l Hombre.<br />
Como <strong>de</strong>cía el Maestro, «quien tenga oídos...».<br />
-Entonces -machacó el ingeniero-, se come y se bebe...<br />
Jesús asintió en silencio, pero no proporcionó más aclaraciones. Sencillamente,<br />
se limitó a repetir lo ya dicho.<br />
-Seréis como ángeles...<br />
-¿Con esposa o sin esposa? -Querido «<strong>de</strong>strozapatos», por favor, escucha<br />
cuando hablo...<br />
-Ya escucho, Señor...<br />
-Entonces estás sordo.<br />
-No -tercié mordaz-, es que es tonto...<br />
-¡Silencio, «fregaplatos»!<br />
-¡Haya paz!... Te <strong>de</strong>cía que en esa nueva realidad no se precisa <strong>de</strong>l sexo, tal<br />
y como lo entendéis en la Tierra. Allí no existen esas inclinaciones. Entre otras<br />
razones, porque la carne, el cuerpo material, no pasa al «otro lado». Aquí<br />
queda y aquí <strong>de</strong>saparece…<br />
-¡Maravilloso! -clamó Eliseo-. Entonces, si no hay esposa, tampoco hay<br />
suegra...<br />
El Maestro levantó los brazos, exclamando:<br />
-¡Me rindo!<br />
-No, por favor... Sujetaré la lengua, pero continúa hablando...<br />
Aproveché el frenazo <strong>de</strong>l ingeniero y me interesé por un punto que no terminaba<br />
<strong>de</strong> asimilar. Uno entre muchos, claro...<br />
-Dices que somos inmortales. Así nacemos. Entonces, ¿por qué no resuci-<br />
302
tamos por nosotros mismos? ¿Por qué se precisa a tus ángeles?<br />
Jesús tropezó <strong>de</strong> nuevo con el gran problema: la limitación <strong>de</strong> la mente<br />
humana. Quien esto escribe ansiaba saber, pero, lo reconozco, quizá me<br />
estaba aventurando en cuestiones que iban más allá <strong>de</strong> mi corto conocimiento.<br />
Aun así, el rabí lo intentó.<br />
-Hijo mío, no es mucho lo que puedo <strong>de</strong>cirte... por ahora. Hay criaturas <strong>de</strong>l<br />
tiempo y <strong>de</strong>l espacio que no estrenan siquiera su inteligencia. Por múltiples<br />
razones se ven privadas <strong>de</strong> un mínimo <strong>de</strong> espiritualidad. Pues bien, según lo<br />
establecido por Ab-bá, esos humanos no son «<strong>de</strong>spertados» tras la muerte.<br />
Deben esperar, en un sueño colectivo, a que llegue su hora. Y no preguntes<br />
más. Acepta mi palabra...<br />
¿Un sueño colectivo?<br />
Entonces creí enten<strong>de</strong>r una <strong>de</strong> las misteriosas frases <strong>de</strong>l Resucitado, pronunciada<br />
el 5 <strong>de</strong> mayo <strong>de</strong>l año 30, en la aparición en la casa <strong>de</strong> Nico<strong>de</strong>mo, en<br />
la Ciudad Santa:<br />
-«...Más que por esto (se refería a su resurrección), vuestros corazones<br />
<strong>de</strong>berían estremecerse por la realidad <strong>de</strong> esos muertos <strong>de</strong> una época que han<br />
emprendido la ascensión eterna poco <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> que yo abandonara la<br />
tumba <strong>de</strong> José <strong>de</strong> Arimatea...-Sólo una cuestión, Señor. Otros muchos seres<br />
sí disponen <strong>de</strong> ese mínimo <strong>de</strong> inteligencia y espiritualidad. ¿Por qué no resucitan<br />
por sí mismos?<br />
-También lo hemos hablado, mi querido y olvidadizo ángel. Sois inmortales, sí,<br />
y por <strong>de</strong>recho propio. Así lo ha querido Ab-bá. Pero no confundas inmortalidad<br />
con vida.<br />
-No comprendo... ¿No es lo mismo?<br />
-Sí y no. La vida prece<strong>de</strong> siempre a la inmortalidad. Ésta, en <strong>de</strong>finitiva, <strong>de</strong>pen<strong>de</strong><br />
<strong>de</strong> aquélla. Y no olvi<strong>de</strong>s que la vida es una prerrogativa <strong>de</strong>l Padre. Yo<br />
dispongo <strong>de</strong> ese po<strong>de</strong>r por su inmensa generosidad. Vosotros, en cambio, no<br />
estáis capacitados para ponerla en pie...<br />
Mi hermano le interrumpió.<br />
-¿Quieres <strong>de</strong>cir que el hombre nunca creará la vida?<br />
-Así es. Mientras pertenezca al reino <strong>de</strong> lo material... nunca lo conseguirá.<br />
¡Nunca!<br />
Aquel «nunca!» sonó rotundo. Yo diría que premonitorio. Todo un aviso...<br />
para nuestro mundo. Y añadió con idéntica contun<strong>de</strong>ncia:<br />
-No lo olvidéis: la vida es sagrada. Es patrimonio <strong>de</strong>l Padre. Abortarla, suprimirla<br />
o herirla es un <strong>de</strong>sprecio a quien la entrega... gratuitamente.<br />
Mensaje recibido.<br />
Y Eliseo, <strong>de</strong>seoso <strong>de</strong> retornar al tema capital, volvió por sus fueros.<br />
-Señor, si el cuerpo se queda aquí, en la tierra, ¿qué suce<strong>de</strong> con la memoria?<br />
Cuando pase al «otro lado», cuando tus ángeles me resuciten, ¿recordaré a<br />
este «fregaplatos»?<br />
303
El Maestro, dulcificando el tono, replicó:<br />
-En el «otro lado» recordarás y serás recordado. Reconocerás y serás reconocido.<br />
Ninguna <strong>de</strong> tus cualida<strong>de</strong>s se per<strong>de</strong>rá.<br />
Dudo unos instantes y, mordaz, matizó:<br />
-La <strong>de</strong> «pinche» <strong>de</strong> cocina... no sé.<br />
-¿Recordaré todo?<br />
-Todo lo que merezca la pena. Todo lo que te haya emocionado y servido para<br />
prosperar. El resto, las ten<strong>de</strong>ncias puramente animales, los vicios y <strong>de</strong>fectos<br />
<strong>de</strong>saparecerán con el cerebro físico.<br />
-¡Dios santo! -clamó Eliseo <strong>de</strong>sconsolado-. Entonces, mi suegra me reconocerá...<br />
Jesús le siguió la broma.<br />
-Te reconocerá y te perseguirá...<br />
-Por cierto, Señor, ¿veremos allí a nuestros padres?<br />
-Por supuesto, Jasón. A tus padres y a todos tus seres queridos. Ellos te<br />
ayudarán, pero, insisto, aquel lugar no es como éste. Allí no existen los lazos<br />
familiares, tal y como vosotros los interpretáis aquí, en la Tierra. En esos<br />
mundos no tienen cabida conceptos como «padre», «familia», «esposa» o<br />
«hijos»... ¡Sois como ángeles!<br />
Nos miró y al <strong>de</strong>scubrir una cierta <strong>de</strong>cepción en nuestros rostros, aclaró:<br />
-En esa nueva realidad, en «MAT-1», como tú dices, el Amor es tan pleno,<br />
intenso y limpio que los pequeños Dioses no echan <strong>de</strong> menos los antiguos y<br />
limitadísimos afectos humanos. Vuestra alma inmortal, libre al fin, quedará<br />
tan <strong>de</strong>slumbrada que nada <strong>de</strong> lo que ahora estimáis como prioritario os hará<br />
sombra. Os lo repito: habréis entrado en una aventura fascinante.<br />
El Maestro, al referirse al alma, empleó un término -nismah- que me confundió.<br />
El vocablo, en arameo, significa «espíritu o aliento». Y, no sé por qué,<br />
lo asocié a la «chispa» divina, regalo <strong>de</strong> Ab-bá. Y pregunté:<br />
-¿«Chispa» y alma inmortal son la misma cosa?<br />
El rabí, impotente ante la anemia <strong>de</strong> las palabras, suspiró ruidosamente. E<br />
intentó <strong>de</strong>scen<strong>de</strong>r a nuestro nivel.<br />
-No, Jasón, no son lo mismo. Pero no te atormentes. Todo será revelado... en<br />
su momento. Esa presencia divina, la «chispa», cuando mueras, se ocupará<br />
<strong>de</strong> custodiar tu memoria. Tu dikron. Ella la mantendrá a salvo hasta el<br />
momento <strong>de</strong> tu resurrección.<br />
Jesús leyó <strong>de</strong> nuevo en mi interior y precisó:<br />
-dicho dikron [memoria], no bal [mente]. Ésta, como parte integrante <strong>de</strong> tu<br />
cerebro físico, se disolverá con el cuerpo.<br />
Entonces, retornando a mi pregunta, completó:<br />
-El alma inmortal es otra criatura, in<strong>de</strong>pendiente <strong>de</strong> la memoria y <strong>de</strong> la mente<br />
física. Y ésa, la nismah, es acogida tras la muerte por tu ángel guardián. Él la<br />
mima y la conserva, también hasta el sublime instante <strong>de</strong> la resurrección.<br />
Difíciles palabras, lo sé, pero eran sus palabras. Y creímos lo que <strong>de</strong>cía.<br />
304
Sonrió compasivo y recalcó:<br />
-Tened calma. Mi Padre es sabio. Él sabe...<br />
-Alma inmortal..., «chispa» divina..., mente humana..., memoria... Señor,<br />
¡qué lío!<br />
-Querido «pinche»: confía en mí.<br />
-Señor -lo interrogué perplejo-, ¿y qué suceda en el instante exacto <strong>de</strong> la<br />
resurrección?<br />
-Sencillo: alma y memoria se reúnen. Y caminan juntas... para siempre.<br />
-¿Y la «chispa»?<br />
-También te lo dije: no te abandona jamás. Es el tercer «viajero» hacia la<br />
Perfección.<br />
-Y ese «viaje», Señor, ¿cuánto dura?<br />
-Si lo expreso en términos humanos, querido «pinche», no lo compren<strong>de</strong>rías.<br />
-¿Me aburriré?<br />
-Lo dudo...<br />
-¿Y cuánto tiempo permaneceré como «MAT-1»?<br />
-Lo justo y necesario. No mucho...<br />
-Señor, ¿qué te ocurre? Estás muy lacónico.<br />
-Comprén<strong>de</strong>lo. No está bien que me tires <strong>de</strong> la lengua...<br />
Eliseo, como siempre, no escuchó.<br />
-¿Y <strong>de</strong>spués? ¿Qué pasará cuando, al fin, sea un «hombre-luz»?<br />
-¡Sorpresa!<br />
-Entiendo... Veré al Jefe. El Maestro, malévolo, negó con la cabeza.<br />
-¿No? ¡Pues sí que está lejos! -Por cierto, Señor -intervine, planteando un<br />
asunto que, al menos para mí, no había quedado claro-, en esos mundos, al<br />
pasar <strong>de</strong> un «MAT» a otro, ¿se muere <strong>de</strong> nuevo? El Galileo sonrió y, mirándome<br />
como a un niño, sentenció rotundo:<br />
-No.<br />
-Entonces, sólo se muere una vez...<br />
-Exacto. Os lo he dicho: Ab-bá es po<strong>de</strong>roso, pero prefiere la imaginación.<br />
Comprendió nuestra confusión y, señalando las estrellas, exclamó:<br />
-Decidme: ¿sabéis <strong>de</strong> algo en la Naturaleza que se repita?<br />
Silencio.<br />
Eliseo y yo intentamos hallar ese algo.<br />
-No -me rendí-, que yo sepa, nada es igual.<br />
-Muy bien, Jasón. ¿Y por qué el fenómeno <strong>de</strong> la muerte iba a ser una excepción?<br />
Tu Padre «sabe»...<br />
-Señor, hay algo que me intriga... El Maestro y yo nos echamos a temblar.<br />
-¿Por qué nadie vuelve <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la muerte?<br />
-Te equivocas. Yo lo haré. -Ya me entien<strong>de</strong>s... Me refiero a los «<strong>de</strong>strozapatos».<br />
-Son las reglas. Vosotros también tenéis las vuestras...<br />
305
-Qué cielo más raro...<br />
-No, mi querido «pinche», eso no es el cielo. Os lo dije: tenéis una i<strong>de</strong>a<br />
equivocada. El cielo, el Paraíso, está mucho más allá. Ahora es imposible que<br />
captéis su auténtica naturaleza. En los mundos que os aguardan tras la<br />
muerte tan sólo intuiréis esa inmensa, inmensa, maravilla.<br />
-¡Dios bendito! -estalló mi amigo-. ¿Cómo vamos a transmitir todo esto a<br />
nuestro mundo? La ciencia no lo aceptará...<br />
-Mis queridos hijos: ¡<strong>de</strong>jad en paz a la ciencia! No estáis aquí para convencer<br />
a nadie. Sólo para transmitir. Dejad que la verdad toque los corazones. Con<br />
eso es suficiente.<br />
Eliseo, terco, no aceptó. Entonces, rememorando el vuelo <strong>de</strong> la bella mariposa<br />
que se posó en su vara, Jesús <strong>de</strong> Nazaret puso un elocuente ejemplo:<br />
-Queridos míos, la filosofía que rige los universos no pue<strong>de</strong> ser entendida por<br />
la inteligencia material. No os preocupéis...<br />
-«Respon<strong>de</strong>dme: si los hombres <strong>de</strong> ciencia no tuvieran la posibilidad <strong>de</strong><br />
comprobar la metamorfosis <strong>de</strong> una mariposa, ¿aceptarían que esa criatura ha<br />
sido primero una oruga? Dejad que pasen al «otro lado». Entonces verificarán<br />
que las leyes que gobiernan esas otras realida<strong>de</strong>s son tan físicas y rígidas<br />
como las <strong>de</strong>l tiempo y el espacio. La sorpresa, entonces, los <strong>de</strong>sconcertará.<br />
Ellos, «orugas» en la Tierra, se habrán transformado en «mariposas» ágiles y<br />
<strong>de</strong>slumbrantes. Vosotros sois testigos. El Hijo <strong>de</strong>l Hombre, una «oruga» más,<br />
hará el milagro y se convertirá en «mariposa».<br />
»Insisto: limitaos a ser mensajeros <strong>de</strong> mi palabra. -Por cierto, Señor, ya que<br />
lo mencionas, tenemos una ligera i<strong>de</strong>a, pero nos gustaría confirmarlo... ¿Qué<br />
ocurrió, perdón, que ocurrirá, con tus restos mortales? ¿Cómo <strong>de</strong>saparecerán<br />
<strong>de</strong> la tumba? V-Cosas <strong>de</strong> ángeles... Esbozó una picara sonrisa y añadió:<br />
-Tendréis que preguntárselo a ellos. Yo no tuve nada que ver.<br />
Titubeó unos instantes y redon<strong>de</strong>ó:<br />
-Mejor aún: interrogaos a vosotros mismos. En cierto modo también sois<br />
ángeles y conocéis esas «técnicas»...<br />
Entendí. Casi sin palabras, el Maestro vino a ratificar nuestras sospechas. Su<br />
resurrección, su retorno a la vida, nada tuvo que ver con el hecho físico <strong>de</strong> la<br />
«disolución» (?) <strong>de</strong>l cadáver. La misteriosa <strong>de</strong>saparición <strong>de</strong>l cuerpo obe<strong>de</strong>ció,<br />
muy probablemente, a una «manipulación» (?) <strong>de</strong>l tiempo. Alguien, sus<br />
ángeles, «con<strong>de</strong>nsó» o «concentró» en décimas o centésimas <strong>de</strong> segundo los<br />
años que hubieran sido necesarios para ultimar un proceso normal <strong>de</strong> putrefacción.<br />
Y la materia orgánica, mágicamente, se extinguió.<br />
El Maestro, confirmando mis apreciaciones, concluyó así:<br />
-Mi resurrección no <strong>de</strong>pen<strong>de</strong> <strong>de</strong> nadie. Yo soy la Vida. No caigáis en el error <strong>de</strong><br />
asociar ese gesto <strong>de</strong> piedad y respeto, por parte <strong>de</strong> los míos, con la realidad<br />
<strong>de</strong> mi vuelta a la vida.<br />
Mensaje recibido.<br />
306
Y exclamó, cerrando aquella inolvidable conversación:<br />
«-Llenaos <strong>de</strong> esperanza!... ¡La muerte sólo es un sueño!... ¡Sois inmortales<br />
por expreso <strong>de</strong>seo <strong>de</strong> Ab-bál... ¡Sois hijos <strong>de</strong> un Dios!... ¡Transmitidlo!<br />
¿Transmitir la esperanza? ¿Seré capaz?<br />
Que Él me ayu<strong>de</strong>...<br />
CUARTA Y ÚLTIMA SEMANA EN EL HERMÓN<br />
Fue la más dura. La más tensa y angustiosa. Fue, prácticamente, una semana<br />
sin Él.<br />
Es curioso. Teóricamente -según las normas- éramos meros observadores <strong>de</strong><br />
otro «ahora». <strong>Caballo</strong> <strong>de</strong> <strong>Troya</strong> lo prohibía terminantemente: nada <strong>de</strong> afectos,<br />
nada <strong>de</strong> lazos con los naturales <strong>de</strong> aquel tiempo histórico. Pues bien, no lo<br />
conseguimos. Jesús <strong>de</strong> Nazaret nos atrapó. Aquel Hombre-Dios se coló en<br />
nuestros corazones y, sencillamente, le amamos. Poco importó la operación.<br />
Nunca nos arrepentimos.<br />
Fue por esto que aquellos postreros días en la cumbre <strong>de</strong> la montaña santa<br />
representaron un suplicio extra. Y no porque el Maestro, o nosotros, sufriéramos<br />
percance alguno, sino, justamente, como digo, por su repentina salida<br />
<strong>de</strong>l mahaneh.<br />
Según consta en mi diario, sucedió al amanecer <strong>de</strong>l domingo, 9 <strong>de</strong> septiembre.<br />
El Galileo nos reunió y, con el rostro severo, anunció:<br />
-Escuchad atentamente. Ahora <strong>de</strong>bo <strong>de</strong>jaros por unos días. Es preciso que<br />
siga ocupándome <strong>de</strong> los asuntos <strong>de</strong> mi Padre...<br />
Nos alarmamos. Ni el tono ni el semblante eran los habituales. Parecía preocupado.<br />
Muy preocupado...<br />
-...Esperad tranquilos.<br />
Y concluyó con unas palabras que no entendimos:<br />
-...Es la hora <strong>de</strong>l rebel<strong>de</strong> y <strong>de</strong>l príncipe <strong>de</strong> este mundo...<br />
Punto final.<br />
Le vimos cargar algunas provisiones, tomó su manto color vino y, sin <strong>de</strong>spedirse,<br />
<strong>de</strong>sapareció entre los cedros, rumbo a los ventisqueros.<br />
¿Qué sucedía? ¿A qué obe<strong>de</strong>cía aquel brusco cambio? Unas horas antes,<br />
mientras <strong>de</strong>partíamos al amor <strong>de</strong>l fuego, el Maestro se había mostrado alegre<br />
y comunicativo.<br />
Eliseo y yo discutimos. Pasamos horas intentando <strong>de</strong>spejar el enigma. ¿Éramos<br />
los responsables <strong>de</strong> la súbita partida? ¿Qué habíamos hecho? ¿Qué<br />
pudimos <strong>de</strong>cir para que, a la mañana siguiente, se mostrara tan grave y<br />
distante?<br />
Quien esto escribe se negó a aceptar que fuéramos nosotros los causantes <strong>de</strong><br />
tan extraña actitud. Sus palabras, a<strong>de</strong>más, apuntaban en otra dirección.<br />
No, aquél no era el estilo <strong>de</strong>l rabí. A <strong>de</strong>cir verdad, por lo que llevaba visto y por<br />
307
lo que veríamos a lo largo <strong>de</strong> su intensa y apasionante vida <strong>de</strong> predicación,<br />
Jesús <strong>de</strong> Nazaret difícilmente se enfadaba. Que recuer<strong>de</strong>, sólo una vez se<br />
alteró y con razón. Fue en el atrio <strong>de</strong> los Gentiles, en el Templo <strong>de</strong> la Ciudad<br />
Santa, cuando abrió las puertas <strong>de</strong>l ganado <strong>de</strong>stinado a los sacrificios, provocando<br />
una catástrofe entre los merca<strong>de</strong>res y cambistas <strong>de</strong> monedas.<br />
Mi hermano dudó. Y llegó a culparse, atribuyendo lo sucedido a sus «torpes e<br />
infantiles preguntas».<br />
Hice lo que pu<strong>de</strong>. Le recordé las frases <strong>de</strong>l Galileo una y otra vez:<br />
«Esperad tranquilos... Ahora <strong>de</strong>bo <strong>de</strong>jaros por unos días.»<br />
Fue inútil.<br />
Eliseo vivió aquella semana en una continua tensión. Apenas dormía. Ascendía<br />
a lo alto <strong>de</strong>l dolmen e intentaba divisar a su ídolo. En dos ocasiones lo<br />
sorprendí preparando el petate, dispuesto a salir tras el Maestro. Discutimos<br />
<strong>de</strong> nuevo. Y necesité <strong>de</strong> todo mi po<strong>de</strong>r <strong>de</strong> persuasión para retenerlo. Aun así,<br />
a escondidas, se aventuraba por los bosques cercanos, siempre a la búsqueda<br />
<strong>de</strong> Jesús.<br />
En cuanto a mí, poco que contar. Alivié la ansiedad escribiendo con frenesí y,<br />
naturalmente, vigilando al aturdido ingeniero.<br />
Y la vida en el campamento continuó sin inci<strong>de</strong>ntes dignos <strong>de</strong> reseñar, excepción<br />
hecha <strong>de</strong> lo ya mencionado y <strong>de</strong> un par <strong>de</strong> inesperadas «visitas»...<br />
La primera tuvo lugar en la noche <strong>de</strong>l miércoles, 12. La verdad es que nos<br />
asustó.<br />
De pronto fuimos <strong>de</strong>spertados por unos gruñidos. Salimos y, en mitad <strong>de</strong> la<br />
oscuridad, distinguimos unas sombras. Mero<strong>de</strong>aban alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> la tienda <strong>de</strong>l<br />
Maestro.<br />
Eché mano <strong>de</strong>l cayado y, al aproximarnos, dos <strong>de</strong> los bultos huyeron veloces<br />
hacia las «cascadas». El fugaz blanco mate <strong>de</strong> unos largos y curvados colmillos<br />
avisó. Nos <strong>de</strong>tuvimos in<strong>de</strong>cisos. ¡Jabalíes!<br />
Una familia, en efecto, había penetrado en el mahaneh. Advertí a Eliseo. Algo<br />
se movía en el refugio <strong>de</strong> Jesús <strong>de</strong> Nazaret.<br />
Y los hechos se precipitaron...<br />
Mi hermano, ofuscado por su <strong>de</strong>seo <strong>de</strong> reencontrarse con el rabí, interpretó la<br />
inusual agitación en el interior <strong>de</strong> la tienda como una inesperada vuelta <strong>de</strong>l<br />
Maestro. Y gritó <strong>de</strong>sarmado:<br />
-¡Ha regresado!... ¡Jasón, lo atacan los jabalíes! No acerté a <strong>de</strong>tenerlo. Y<br />
corrió hacia la entrada, bramando:<br />
-¡Maestro!<br />
Fue inevitable. Al punto, casi en el umbral, se vio materialmente arrollado por<br />
el único y auténtico «visitante»: un chazir <strong>de</strong> enorme cabeza que, alertado<br />
por los gritos <strong>de</strong>l ingeniero, salió en estampida topando con el cuerpo que le<br />
cerraba el paso. Y el no menos sorprendido Eliseo cayó <strong>de</strong> espaldas, siendo<br />
pisoteado por el ariete. Afortunadamente, la «piel <strong>de</strong> serpiente» cumplió su<br />
308
cometido y mi amigo escapó con bien <strong>de</strong>l encontronazo. Lo peor llegaría<br />
<strong>de</strong>spués...<br />
A la mañana siguiente, al inspeccionar el lugar, nos vinimos abajo. Los voraces<br />
jabalíes habían dado buena cuenta <strong>de</strong> muchas <strong>de</strong> las provisiones. Pero<br />
el Destino, compasivo, acudió en auxilio <strong>de</strong> estos <strong>de</strong>solados exploradores. Ese<br />
mismo jueves, 13, el joven Tiglat reponía la maltrecha <strong>de</strong>spensa, aliviando la<br />
penosa situación. A partir <strong>de</strong>l inci<strong>de</strong>nte con el chazir <strong>de</strong>cidimos montar<br />
guardia durante las noches, iluminando el paraje con la fogata.<br />
Por un lado me alegré. La incursión <strong>de</strong> los jabalíes nos obligaría a unos turnos<br />
<strong>de</strong> vigilancia que, en cierto modo, hicieron la espera más corta y distraída.<br />
Pero el infortunio siguió rondando el mahaneh...<br />
Poco <strong>de</strong>spués, en el transcurso <strong>de</strong> la penúltima noche en el Hermón, recibiríamos<br />
una segunda «visita». Una sigilosa y <strong>de</strong>structora «visita».<br />
Aparentemente, todo discurrió con normalidad. Ni Eliseo ni yo <strong>de</strong>tectamos<br />
nada extraño. Sin embargo, con las primeras luces <strong>de</strong>l domingo, 16, <strong>de</strong>scubrimos<br />
el nuevo <strong>de</strong>sastre.<br />
Apagué el fuego y, siguiendo la costumbre, antes <strong>de</strong> retirarme a <strong>de</strong>scansar,<br />
entré en el refugio <strong>de</strong> pieles <strong>de</strong>l Maestro, inspeccionándolo.<br />
¡Dios santo!<br />
No supe si reír o llorar. También era mala pata...<br />
Reclamé a gritos a mi compañero y, señalando el rincón don<strong>de</strong> almacenábamos<br />
las viandas, le invité a examinarlas. Y así lo hizo. Al ver «aquello»,<br />
<strong>de</strong>sconcertado, retrocedió y, pálido, preguntó:<br />
-¿Qué es eso?<br />
El ingeniero sabía muy qué era lo que cubría materialmente las provisiones.<br />
Lo que lo <strong>de</strong>scompuso fue el número y la ferocidad <strong>de</strong> los «visitantes».<br />
Sinceramente, yo tampoco supe explicarlo. ¿Cómo <strong>de</strong>monios llegaron allí?<br />
Era increíble. ¡Las había a miles!<br />
Días más tar<strong>de</strong>, «Santa Claus» ofrecería cumplida respuesta.<br />
La comida, lisa y llanamente, apareció infestada por una constelación <strong>de</strong><br />
Camponotus sanctus, una insaciable hormiga arbórea, dueña y señora <strong>de</strong> los<br />
bosques <strong>de</strong> cedros. Estos insectos, especialmente activos durante la noche,<br />
se las ingeniaron para penetrar en la tienda, arrasando carnes, pescados y<br />
cuanto hallaron <strong>de</strong>sprotegido.<br />
Como es fácil <strong>de</strong> imaginar, el resto <strong>de</strong> la mañana fue consumido en un vano<br />
batallar contra las rojizas y tercas camponotus. Y la <strong>de</strong>spensa, nuevamente,<br />
quedó «bajo mínimos». Sólo se salvaron los huevos y los recipientes que<br />
contenían sal, aceite, vinagre y miel.<br />
Y en ello estábamos cuando, <strong>de</strong> improviso, escuchamos un lejano y familiar<br />
canturreo.<br />
Sería, poco más o menos, la hora «nona» (las tres <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong>).<br />
¡El Maestro!<br />
309
La verdad sea dicha. El recibimiento fue casi cómico.<br />
Jesús avanzó hasta nosotros y nos contempló en silencio. Nos quedamos<br />
como estatuas. Eliseo, perplejo, con la boca abierta, sostenía entre las manos<br />
unas hortalizas plagadas <strong>de</strong> hormigas. Yo, por mi parte, intentaba limpiar un<br />
manojo <strong>de</strong> tilapias curadas, igualmente conquistadas por las frenéticas<br />
camponotus.<br />
Era un Jesús distinto. Radiante. La habitual y penetrante luz <strong>de</strong> sus ojos<br />
aparecía ahora multiplicada. Aquella estampa nada tenía que ver con la <strong>de</strong>l<br />
Galileo que nos había <strong>de</strong>jado una semana antes. Más aún: la luminosidad era<br />
infinitamente más acusada que la irradiada durante toda la estancia en el<br />
Hermón.<br />
¿Qué ocurrió en los ventisqueros?<br />
El rabí sonrió al fin y, señalando las hormigas que empezaban a correr por<br />
brazos y túnicas, exclamó socarrón:<br />
-¡Vaya par <strong>de</strong> ángeles! No os puedo <strong>de</strong>jar solos. Un día más y acabáis con mi<br />
reino...<br />
Acto seguido, abrazándonos, susurró:<br />
-Se ha hecho la voluntad <strong>de</strong> Ab-bá... Ahora soy yo el Príncipe <strong>de</strong> este mundo.<br />
Esa misma noche -la última en el Hermón-, cálido y eufórico, explicó el porqué<br />
<strong>de</strong> su repentino y dilatado aislamiento en la cumbre <strong>de</strong> la montaña santa.<br />
En un primer momento apenas entendimos. ¡Era tanto lo que ignorábamos...!<br />
Después, conforme lo seguimos y escuchamos, fuimos comprendiendo.<br />
La cena, aunque frugal, resultó divertida, como siempre. El «cocinero-jefe» se<br />
hallaba feliz y se esmeró, echando mano <strong>de</strong> otra receta familiar: tortilla con<br />
miel, al estilo <strong>de</strong> la Señora, la <strong>de</strong> «las palomas». Y al final, el brindis favorito<br />
<strong>de</strong>l Maestro:<br />
-Lehaim!<br />
-¡Por la vida!<br />
Y el Galileo, ansioso por compartir su aventura en la soledad <strong>de</strong> las nieves,<br />
inició así sus aclaraciones:<br />
-Os contaré un cuento...<br />
»Hace tiempo, mucho tiempo, el gran Dios encomendó a uno <strong>de</strong> sus Hijos la<br />
creación <strong>de</strong> un nuevo universo. Y ese Hijo construyó un magnífico reino, repleto<br />
<strong>de</strong> estrellas y mundos. Era un universo inmenso.<br />
»Y aquel Hijo gobernó con amor y sabiduría durante miles y miles <strong>de</strong> años.<br />
»Pero ocurrió algo...<br />
»Cierto día, en una apartada región, varios <strong>de</strong> los príncipes a su servicio, jefes<br />
<strong>de</strong> otros tantos mundos, <strong>de</strong>cidieron rebelarse contra la autoridad <strong>de</strong>l Hijo y<br />
soberano. No creyeron en su forma <strong>de</strong> gobierno e incitaron a otros príncipes<br />
próximos a manifestarse contra lo establecido. E intentaron formar su propio<br />
reino, rechazando al monarca y, en <strong>de</strong>finitiva, al gran Dios.<br />
»EL Hijo, echando mano <strong>de</strong>l amor y la misericordia, trató <strong>de</strong> restablecer el<br />
310
or<strong>de</strong>n. Fue inútil. Los rebel<strong>de</strong>s, empeñados en el error, <strong>de</strong>spreciaron todo<br />
intento <strong>de</strong> reconciliación.<br />
«Finalmente, ese Hijo divino tomó una <strong>de</strong>cisión: viajaría <strong>de</strong> incógnito hasta<br />
los lejanos mundos <strong>de</strong> los infractores, haciéndose pasar por tan mo<strong>de</strong>sto<br />
carpintero. Escogió uno <strong>de</strong> los planetas y allí nació como un hombre más. Y así<br />
vivió, sujeto a la carne, y enseñando la verdad a las gentes. Les mostró quién<br />
era en realidad el gran Dios. Habló <strong>de</strong>l espléndido futuro que les aguardaba y,<br />
sobre todo, recordó que eran hijos <strong>de</strong> ese maravilloso Padre.<br />
»Pero la fama <strong>de</strong> aquel Hombre-Dios terminó llegando a oídos <strong>de</strong> los príncipes<br />
rebel<strong>de</strong>s. Y sucedió que, en cierta ocasión, cuando el carpintero oraba en lo<br />
alto <strong>de</strong> una montaña nevada, dos <strong>de</strong> los traidores se presentaron ante él,<br />
sometiéndolo a toda clase <strong>de</strong> preguntas.<br />
-«¿Quién eres...? ¿Cómo te atreves a hablar <strong>de</strong> ese Dios?... ¿Quién te envía?»<br />
Por último, convencidos <strong>de</strong> que se hallaban ante el Hijo y soberano <strong>de</strong>l universo,<br />
le hicieron una proposición:<br />
-¡Únete a nosotros!<br />
Y el Hijo replicó:<br />
-«Hágase la voluntad <strong>de</strong>l Padre.»<br />
Los rebel<strong>de</strong>s, <strong>de</strong>rrotados, se retiraron. Y todo el universo, pendiente <strong>de</strong><br />
aquella entrevista, elogió la misericordia <strong>de</strong>l Hijo y soberano.<br />
Des<strong>de</strong> entonces, el Dios disfrazado <strong>de</strong> hombre y carpintero ostentaría también<br />
el título <strong>de</strong> Príncipe <strong>de</strong> la Tierra.<br />
Terminada la historia, el Maestro <strong>de</strong>scendió a los <strong>de</strong>talles, revelando algo que,<br />
con el paso <strong>de</strong> los siglos, resultaría igualmente <strong>de</strong>formado.<br />
Esto fue lo que acertamos a intuir:<br />
Tiempo atrás, mucho tiempo atrás, en una minúscula región <strong>de</strong> su universo<br />
(en la nuestra), tuvo lugar una insurrección, más o menos similar a la expuesta<br />
en el cuento. Mejor dicho, en el supuesto cuento.<br />
Un viejo conocido <strong>de</strong> los humanos -Luzbel-, jefe <strong>de</strong> esa casi insignificante<br />
parcela <strong>de</strong> la galaxia, se alzó contra el or<strong>de</strong>n establecido, protestando por el<br />
largo camino exigido para llegar al Paraíso. Al parecer, calificó esa «marcha»<br />
<strong>de</strong> «frau<strong>de</strong> total», dudando, incluso, <strong>de</strong> la existencia <strong>de</strong> Ab-bá. La rebelión,<br />
sin embargo, no alcanzó excesivo éxito. Sólo 30 o 40 mundos la secundaron.<br />
La Tierra fue uno <strong>de</strong> ellos.<br />
Pues bien, no <strong>de</strong>seando acudir a métodos más severos -a los que tenía legítimo<br />
<strong>de</strong>recho-, el magnánimo Hijo Creador <strong>de</strong> este universo optó por encarnarse<br />
y «camuflarse» entre las más mo<strong>de</strong>stas <strong>de</strong> sus criaturas. Justamente<br />
entre las que habitaban en uno <strong>de</strong> esos mundos en rebeldía. Y se hizo<br />
hombre. Y vivió como tal, anunciando a los infelices súbditos <strong>de</strong> los príncipes<br />
rebel<strong>de</strong>s dón<strong>de</strong> estaba la verdad y quién era Ab-bá.<br />
Pero la naturaleza divina <strong>de</strong>l humil<strong>de</strong> carpintero no pasó <strong>de</strong>sapercibida para<br />
los jefes planetarios que encabezaban la insurrección. Y dos <strong>de</strong> ellos -un alto<br />
311
epresentante <strong>de</strong> Luzbel y el propio príncipe <strong>de</strong>l mundo seleccionado por el<br />
Hijo divino- acudieron a su presencia. Y lo hicieron en aquellos días <strong>de</strong> septiembre<br />
y en aquel lugar. Ésta, probablemente, fue la razón <strong>de</strong>l súbito ensombrecimiento<br />
<strong>de</strong>l Hijo <strong>de</strong>l Hombre cuando se alejó <strong>de</strong>l mahaneh. Él sabía lo<br />
que le aguardaba en la soledad <strong>de</strong> los ventisqueros. Sabía que estaba a punto<br />
<strong>de</strong> ofrecer una nueva oportunidad a sus hijos <strong>de</strong>scarriados.<br />
Y se sometió, dócil, a los interrogatorios y proposiciones.<br />
Pero, como <strong>de</strong>cía el «cuento», sólo se sometió a la voluntad <strong>de</strong> su Padre.<br />
Por último, estos seres no materiales -creados por el propio Hijo divino en luz<br />
y perfección- se retiraron <strong>de</strong>rrotados.<br />
Y el universo <strong>de</strong> Jesús <strong>de</strong> Nazaret -según sus palabras- asistió perplejo y<br />
conmovido a la «batalla dialéctica».<br />
En esos momentos -y sigo transmitiendo sus explicaciones-, el Hijo <strong>de</strong>l<br />
Hombre, por expresa voluntad <strong>de</strong> Ab-bá, fue investido como Príncipe <strong>de</strong> este<br />
mundo. Un título especialmente importante, según Él.<br />
A partir <strong>de</strong> ese suceso -afirmó-, la rebelión quedó «lista para sentencia». Al<br />
rechazar, una vez más, su misericordia, la suerte <strong>de</strong> todos ellos <strong>de</strong>pen<strong>de</strong><br />
ahora <strong>de</strong> «otras instancias». Y así sigue.<br />
Esto, ni más ni menos, fue lo acaecido en el Hermón en aquellos días. Unas<br />
jornadas trascen<strong>de</strong>ntales en las que, no obstante, no llegamos a percibir nada<br />
extraño, salvo la ya referida y grave actitud <strong>de</strong>l Maestro. La explicación era<br />
simple: esa «batalla» no se <strong>de</strong>sarrolló a nivel físico. En otras palabras:<br />
aunque lo hubiéramos acompañado a los ventisqueros, nada habríamos visto,<br />
ni tampoco oído...<br />
Como <strong>de</strong>cía, no fue fácil asimilar tan intrincadas y misteriosas explicaciones.<br />
Lentamente, sin embargo, iríamos divisando una «luz» que centraría el espinoso<br />
problema y, sobre todo, que <strong>de</strong>spejaría otras no menos interesantes<br />
incógnitas.<br />
Por ejemplo, según el Maestro, una <strong>de</strong> las razones <strong>de</strong> la violencia y primitivismo<br />
<strong>de</strong> la Herra hay que buscarla, justamente, en las consecuencias <strong>de</strong> esa<br />
<strong>de</strong>sgraciada rebelión. Al traicionar las leyes divinas, nuestro mundo, como el<br />
resto <strong>de</strong> los planetas que se levantó contra Ab-bá, quedó automáticamente<br />
incomunicado y sumido en la oscuridad y la barbarie. Y, «técnicamente», así<br />
continúa. Sólo cuando la «cuarentena» sea levantada, la humanidad -esta<br />
infeliz humanidad- recuperará la normalidad.<br />
Naturalmente, le preguntamos: ¿cuándo llegará ese venturoso día? La respuesta<br />
fue rotunda:<br />
-Cuando los rebel<strong>de</strong>s sean juzgados... Pero eso no está en mis manos.<br />
Lo que sí estaba al alcance <strong>de</strong>l Hijo <strong>de</strong>l Hombre era consolar e iluminar a las<br />
criaturas que pa<strong>de</strong>cen -y pa<strong>de</strong>cerán- este aislamiento. Y escogió uno <strong>de</strong> esos<br />
mundos en rebelión, sembrando la semilla <strong>de</strong> la esperanza: Ab-bá existe.<br />
Ab-bá espera. Ab-bá os ama...<br />
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Lamentablemente, estos acontecimientos, registrados, como digo, en septiembre<br />
<strong>de</strong>l año 25, no fueron bien entendidos por los últimos seguidores <strong>de</strong>l<br />
rabí <strong>de</strong> Galilea. Tal y como verificaríamos más a<strong>de</strong>lante, Jesús los <strong>de</strong>talló con<br />
toda la claridad <strong>de</strong> que fue capaz. Sin embargo, fueron tergiversados. Salvo<br />
Juan, que no los menciona, los evangelistas y Pablo <strong>de</strong> Tarso (Hebreos, 2-14)<br />
terminarían confundiendo asunto y escenarios, ubicando el encuentro <strong>de</strong>l<br />
Maestro con los rebel<strong>de</strong>s (el Diablo) al otro lado <strong>de</strong>l río Jordán, tras el bautismo<br />
por Juan, el Anunciador. Del Hermón, ni palabra. De la trascen<strong>de</strong>ntal y<br />
<strong>de</strong>finitiva toma <strong>de</strong> conciencia, por parte <strong>de</strong>l Hijo <strong>de</strong>l Hombre, <strong>de</strong> su naturaleza<br />
divina, ni palabra. De sus intensas comunicaciones con Ab-bá en la cumbre <strong>de</strong><br />
la montaña sagrada, ni palabra. En suma: otro <strong>de</strong>sastre literario <strong>de</strong> los supuestos<br />
escritores sagrados...<br />
Como espero tener ocasión <strong>de</strong> relatar, lo sucedido en el célebre «<strong>de</strong>sierto»,<br />
tras el bautismo en el Jordán, fue mucho más importante que lo narrado por<br />
los evangelistas. Y lo a<strong>de</strong>lanto ya: en dicho retiro no hubo tentación alguna...<br />
Creo haberlo mencionado. El Hijo <strong>de</strong>l Hombre fue tentado, sí, pero no por el<br />
Diablo. Lo ocurrido en el Hermón no fue una tentación propiamente dicha. Fue<br />
un acto <strong>de</strong> amor. Otro más <strong>de</strong> aquel magnífico Hombre...<br />
Y llegó el final <strong>de</strong> nuestra estancia en las cumbres <strong>de</strong> la Gaulanitis. Esa noche,<br />
cercano el lunes, 17 <strong>de</strong> septiembre, antes <strong>de</strong> retirarnos a <strong>de</strong>scansar, Jesús <strong>de</strong><br />
Nazaret dio una última or<strong>de</strong>n:<br />
-Preparaos. Mañana partiremos. La hora <strong>de</strong>l Hijo <strong>de</strong>l Hombre está próxima...<br />
Y así fue. Su hora -la <strong>de</strong> su vida pública- se acercaba. Y estos exploradores<br />
fueron testigos <strong>de</strong> excepción.<br />
Sí, la aventura acababa <strong>de</strong> empezar...<br />
FIN<br />
En Ab-bá (Cabo <strong>de</strong> Plata), siendo las 11.55 horas <strong>de</strong>l martes, 27 <strong>de</strong> abril <strong>de</strong><br />
1999.<br />
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