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Caballo de Troya 6 - IDU

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CABALLO DE TROYA 6 (HERMÓN) – J. J. BENÍTEZ<br />

SÍNTESIS DE LO PUBLICADO<br />

Enero (1973)<br />

Las Fuerzas Aéreas Norteamericanas inauguran la operación secreta <strong>de</strong>nominada<br />

<strong>Caballo</strong> <strong>de</strong> <strong>Troya</strong>. Un ambicioso proyecto científico que sitúa a dos<br />

pilotos en el año 30 <strong>de</strong> nuestra era. Concretamente, en la Palestina <strong>de</strong> Jesús<br />

<strong>de</strong> Nazaret.<br />

El objetivo es tan complejo como fascinante: conocer <strong>de</strong> primera mano la vida<br />

y los pensamientos <strong>de</strong>l llamado Hijo <strong>de</strong>l Hombre.<br />

Jasón y Eliseo, responsables <strong>de</strong> la exploración, viven paso a paso -casi minuto<br />

a minuto- las terroríficas jornadas <strong>de</strong> la Pasión y Muerte <strong>de</strong>l Galileo. Y comprueban<br />

que muchos <strong>de</strong> los sucesos narrados en los textos evangélicos fueron<br />

<strong>de</strong>formados, silenciados o mutilados.<br />

Tras el primer «salto» en el tiempo, Jasón, el mayor <strong>de</strong> la USAF que dirige la<br />

operación y autor <strong>de</strong>l diario en el que se narra esta aventura, experimenta<br />

una profunda transformación. A pesar <strong>de</strong> su inicial escepticismo, la proximidad<br />

<strong>de</strong>l Maestro conmueve sus cimientos interiores.<br />

Marzo (1973)<br />

Los responsables <strong>de</strong> <strong>Caballo</strong> <strong>de</strong> <strong>Troya</strong> <strong>de</strong>ci<strong>de</strong>n repetir el experimento. Algo<br />

falló...<br />

A<strong>de</strong>más, en el aire han quedado algunas incógnitas. Una, en especial, estimula<br />

la curiosidad <strong>de</strong> los científicos: ¿qué ocurrió en la madrugada <strong>de</strong>l domingo,<br />

9 <strong>de</strong> abril <strong>de</strong>l año 30? ¿Cómo explicar la misteriosa <strong>de</strong>saparición <strong>de</strong>l<br />

cadáver <strong>de</strong>l rabí <strong>de</strong> Galilea?<br />

Jasón entra <strong>de</strong> nuevo en Jerusalén y asiste, perplejo, a varias <strong>de</strong> las apariciones<br />

<strong>de</strong>l Maestro. La <strong>de</strong>sconcertante experiencia se repite en la Galilea. No<br />

hay duda: el Resucitado es una realidad física... Esta vez, la Ciencia no tiene<br />

palabras. No sabe, no compren<strong>de</strong> el cómo <strong>de</strong> aquel «cuerpo glorioso».<br />

Jasón se aventura en Nazaret y reconstruye la infancia y la mal llamada «vida<br />

oculta» <strong>de</strong> Jesús. Idéntica conclusión: los evangelistas no acertaron a la hora<br />

<strong>de</strong> narrar esas trascen<strong>de</strong>ntales etapas <strong>de</strong> la encarnación <strong>de</strong>l Hijo <strong>de</strong> Dios. La<br />

adolescencia y madurez fueron más intensas y apasionantes <strong>de</strong> lo que se ha<br />

dicho o imaginado.<br />

El mayor va conociendo y entendiendo la personalidad <strong>de</strong> muchos <strong>de</strong> los<br />

personajes que ro<strong>de</strong>aron al Galileo. Jamás, hasta hoy, se había trazado un<br />

perfil tan minucioso y exhaustivo <strong>de</strong> los hombres y mujeres que participaron<br />

en la obra <strong>de</strong>l Maestro. Es así como <strong>Caballo</strong> <strong>de</strong> <strong>Troya</strong> <strong>de</strong>smitifica y coloca en<br />

1


su justo lugar a protagonistas como María, la madre <strong>de</strong> Jesús, Poncio o los<br />

íntimos.<br />

Pero la aventura continúa. Deseosos <strong>de</strong> llegar hasta el final, <strong>de</strong> conocer, en<br />

suma, la totalidad <strong>de</strong> la vida pública o <strong>de</strong> predicación <strong>de</strong> Jesús <strong>de</strong> Nazaret, los<br />

pilotos norteamericanos toman una drástica <strong>de</strong>cisión: actuarán al margen <strong>de</strong><br />

lo establecido oficialmente. Y aunque sus vidas se hallan hipotecadas por un<br />

mal irreversible -consecuencia <strong>de</strong>l propio experimento- se preparan para un<br />

tercer «salto» en el tiempo. Una experiencia singular que nos muestra a un<br />

Jesús infinitamente más humano y divino. Un Jesús que poco o nada tiene que<br />

ver con lo que han pintado o sugerido las religiones y la Historia...<br />

EL DIARIO<br />

(SEXTA PARTE)<br />

18 DE MAYO, JUEVES (AÑO 30)<br />

«Me equivoqué, sí... Una vez más...<br />

Pero Eliseo, mi entrañable compañero, supo esperar. Supo escuchar. Supo<br />

compren<strong>de</strong>r. E hizo fácil lo difícil.<br />

Como creo haber mencionado, los recuerdos, a partir <strong>de</strong> esa mañana <strong>de</strong>l<br />

jueves, 18 <strong>de</strong> mayo, son confusos. Algo me transformó y dominó. Abandoné<br />

precipitadamente la Ciudad Santa y, olvidando la misión, galopé sin <strong>de</strong>scanso.<br />

«El Maestro nos esperaba...<br />

»Su amor nos cubriría...»<br />

¿Qué había sucedido en aquella larga y postrera presencia <strong>de</strong>l rabí? Mejor<br />

dicho, ¿qué me había ocurrido?<br />

No era yo. No era el científico que, supuestamente, <strong>de</strong>bía valorar, contrastar<br />

y juzgar. Algo singular, en efecto, se instaló en mi corazón. En mi mente sólo<br />

brillaban un rostro, una frase y un guiño <strong>de</strong> complicidad...<br />

«¡Hasta muy pronto!»<br />

Estaba <strong>de</strong>cidido. Lo haríamos..., ¡ya! A<strong>de</strong>lantaríamos el ansiado tercer<br />

«salto» en el tiempo. Él nos esperaba.<br />

Pobre Poseidón. Apenas si le concedí <strong>de</strong>scanso.<br />

La cuestión es que, bien entrada la noche, Eliseo me recibía <strong>de</strong>sconcertado. Y<br />

durante un tiempo -en realidad, todo el tiempo-, atropelladamente y sin<br />

<strong>de</strong>masiado acierto, intenté dibujar lo acaecido en el piso superior <strong>de</strong> la casa <strong>de</strong><br />

los Marcos y en la falda <strong>de</strong>l monte <strong>de</strong> las Aceitunas. Mi hermano, como digo,<br />

comprendiendo que algo no iba bien, se limitó a escuchar. Dejó que me vaciara.<br />

Después, tras una espesa pausa, señaló hacia las literas, sentenciando:<br />

-Descansemos... Demos a cada día su afán. Mañana <strong>de</strong>cidiremos.<br />

2


A qué negarlo. Me sentí <strong>de</strong>cepcionado. Insistí.<br />

-Él nos espera...<br />

No hubo respuesta. Yo sabía <strong>de</strong> su ardiente <strong>de</strong>seo. Él, como yo, había planificado<br />

la nueva aventura con tanta precisión como cariño. Sin embargo...<br />

Ahora le comprendo y bendigo su templanza.<br />

Ahí murió mi fogosa <strong>de</strong>fensa. El cansancio tomó entonces el relevo y se hizo el<br />

silencio. Lo último que recuerdo es a un Eliseo <strong>de</strong> espaldas, enfrascado en la<br />

revisión <strong>de</strong> los cinturones <strong>de</strong> seguridad que peinaban la solitaria cumbre <strong>de</strong>l<br />

Ravid.<br />

Sí, mañana <strong>de</strong>cidiríamos...<br />

19 DE MAYO, VIERNES<br />

Eliseo, pru<strong>de</strong>nte, me <strong>de</strong>jó dormir. Fue un sueño dilatado. Profundo. Vivificador.<br />

Un <strong>de</strong>scanso que hizo el prodigio. ¿O no fue el sueño? Veamos si soy<br />

capaz <strong>de</strong> explicarme...<br />

La nueva mañana se presentó espléndida. Luminosa. Los sensores <strong>de</strong> la<br />

«cuna» ratificaron lo que teníamos a la vista. Temperatura, a las 9 horas, 18°<br />

centígrados. Humedad relativa a un 47 por ciento. Visibilidad ilimitada. Viento<br />

en calma.<br />

Sí, una jornada primaveral..., y distinta. Al principio, como venía diciendo,<br />

atribuí el cambio al sereno y reconfortante sueño. Pero, al poco, al asomarme<br />

a la plataforma rocosa <strong>de</strong>l «portaaviones», empecé a intuir que allí ocurría<br />

algo más... Las palabras, una vez más, me frenan y limitan.<br />

Era una sensación. ¿O <strong>de</strong>bería hablar <strong>de</strong> un estado? Casi no recordaba al<br />

Jasón <strong>de</strong>l día anterior. Aquella fogosidad, aquel ciego empeño por abordar el<br />

tercer «salto», parecían ahora una lejana pesadilla. Algo irreal.<br />

¡Dios, cómo explicarlo!<br />

Por supuesto, lo contrasté con mi hermano. Y estuvo <strong>de</strong> acuerdo conmigo. Él<br />

también lo había percibido. Fue aparentemente súbito, aunque sigo teniendo<br />

serias dudas...<br />

Era, sí, como si «algo» invisible, superior, benéfico y sutil se hubiera <strong>de</strong>rramado<br />

en nuestros corazones. «Algo» que, obviamente, en esos instantes,<br />

no supimos <strong>de</strong>finir.<br />

Era, sí, una sólida e implacable sensación (?) <strong>de</strong> seguridad. Una seguridad<br />

distinta a cuanto llevaba experimentado. Una seguridad en mí mismo y, en<br />

especial, en lo que llevaba entre manos. Una extraña e inexplicable mezcla (?)<br />

<strong>de</strong> seguridad, paz interior y confianza. Todo se nos antojó distinto. Y al<br />

principio, quizá por un estúpido pudor, ninguno <strong>de</strong> los dos nos atrevimos a<br />

mencionar la palabra, el espíritu -no sé cómo <strong>de</strong>scribirlo-, que aleteaba en<br />

mitad <strong>de</strong> aquella «sensación». Fue mi hermano quien, valientemente, abrió<br />

su corazón...<br />

3


-No consigo enten<strong>de</strong>rlo -manifestó-, pero ahí está... Algo o alguien ha abierto<br />

mi mente... Y sé que mi vida ya no será igual... Su espíritu, sus palabras y sus<br />

obras se han instalado en todo mi ser...<br />

Entonces, arrodillándose, exclamó:<br />

-¡Bendito seas..., Jesús <strong>de</strong> Nazaret!<br />

Días <strong>de</strong>spués, al reanudar las misiones que habían quedado en suspenso, al<br />

saber, en <strong>de</strong>finitiva, lo ocurrido y vivido por los íntimos <strong>de</strong>l Maestro en Jerusalén,<br />

empecé a sospechar. Y hoy sé quién fue el responsable <strong>de</strong> aquella<br />

cálida y po<strong>de</strong>rosa «sensación». Hoy sé que también fuimos partícipes <strong>de</strong>l<br />

magnífico «regalo» <strong>de</strong>l Maestro. Un «obsequio» varias veces prometido y que<br />

llevaba un nombre mágico: el Espíritu <strong>de</strong> la Verdad. Pero no a<strong>de</strong>lantemos los<br />

acontecimientos...<br />

No había tiempo que per<strong>de</strong>r. Así que, ante mi propio <strong>de</strong>sconcierto y la estampa<br />

feliz y radiante <strong>de</strong> Eliseo, procedimos a un reposado y minucioso<br />

análisis <strong>de</strong> la situación. Y <strong>de</strong> forma espontánea arrancamos por lo prioritario.<br />

Mi alocada fuga <strong>de</strong> la Ciudad Santa acababa <strong>de</strong> arruinar uno <strong>de</strong> los objetivos<br />

<strong>de</strong> la misión oficial: el seguimiento <strong>de</strong> los discípulos tras la mal llamada<br />

«ascensión». ¿Qué fue lo ocurrido durante la célebre fiesta <strong>de</strong> Pentecostés?<br />

¿Se produjo realmente el advenimiento <strong>de</strong>l Espíritu? Más aún: ¿qué era<br />

exactamente esa misteriosa entidad? ¿Podíamos dar credibilidad a los fantásticos<br />

sucesos narrados por Lucas? ¿Qué sucedió en el cenáculo? ¿Vieron los<br />

allí reunidos las increíbles lenguas <strong>de</strong> fuego? ¿Hablaron los íntimos <strong>de</strong>l<br />

Maestro en otros idiomas?<br />

Para intentar <strong>de</strong>spejar estas incógnitas sólo quedaba un único medio: hacer<br />

acto <strong>de</strong> presencia en Jerusalén y, con paciencia y tacto, reunir toda la información<br />

posible.<br />

Segundo y no menos <strong>de</strong>licado asunto: la <strong>de</strong>nominada Operación Salomón.<br />

Aquélla, justamente, era otra <strong>de</strong> las claves <strong>de</strong> este segundo «salto». No podíamos<br />

fallar. Pero el arranque <strong>de</strong> la misma se hallaba sujeto a mi retorno a la<br />

«base-madre-tres». Eliseo y quien esto escribe repasamos y valoramos una y<br />

otra vez el tiempo <strong>de</strong> permanencia <strong>de</strong> este explorador en la Ciudad Santa.<br />

Finalmente nos rendimos. No había forma <strong>de</strong> precisar. Todo <strong>de</strong>pendía <strong>de</strong> un<br />

cúmulo <strong>de</strong> factores, a cual más en<strong>de</strong>ble e inseguro. Pero, guiados por esa<br />

férrea y recién estrenada «fuerza» que nos invadía en manos <strong>de</strong> Ab-bá, el<br />

Padre <strong>de</strong> los cielos...<br />

Curioso. ¡Vaya par <strong>de</strong> científicos!<br />

Eliseo y yo nos miramos, estupefactos. ¿Des<strong>de</strong> cuándo confiábamos en el<br />

criterio y en la voluntad <strong>de</strong> Ab-bá? Lo increíble es que ninguno se sintió incómodo.<br />

Todo lo contrario. Lucharíamos, sí. Eso estaba claro. Pero, a partir <strong>de</strong><br />

un punto, si la inteligencia o las fuerzas flaqueaban, el asunto pasaría a su<br />

jurisdicción. Sí, no cabe duda. Algo habíamos aprendido <strong>de</strong>l Maestro...<br />

Tercer problema. Mejor dicho, doble tercer problema: la amenaza <strong>de</strong> Poncio y<br />

4


el irritante asunto <strong>de</strong> la escasez <strong>de</strong> fondos.<br />

El gobernador, como anunciara el primípilus, no <strong>de</strong>scansaría hasta capturar al<br />

«po<strong>de</strong>roso mago» que había osado <strong>de</strong>jarle en ridículo. La verdad es que poco<br />

podía hacer. Amén <strong>de</strong> las ya habituales y conocidas medidas personales <strong>de</strong><br />

seguridad, sólo me restaba extremar la pru<strong>de</strong>ncia y confiar...<br />

Eliseo, discreto, no <strong>de</strong>seando cargar mi ánimo, aligeró <strong>de</strong> hierro el conflicto,<br />

recordándome algo que ya sabía:<br />

-Resistiremos... Con el tercer «salto», todo eso <strong>de</strong>saparecerá.<br />

Otra cuestión fue el enojoso dilema planteado por el ópalo blanco. En principio,<br />

yo había perdido una primera oportunidad <strong>de</strong> canjearlo en Jerusalén. Sin embargo,<br />

contemplando las sensatas recomendaciones <strong>de</strong>l anciano Zebe<strong>de</strong>o,<br />

advirtiéndome sobre las torcidas intenciones y la rapacidad <strong>de</strong> banqueros y<br />

cambistas, ya no estuve tan seguro. Es más: Eliseo se congratuló ante la<br />

aparentemente loca huida <strong>de</strong> la Ciudad Santa. ¿Qué hacer entonces con<br />

aquella valiosa gema? Como se recordará, según Claudia Procla, gobernadora,<br />

la pieza fue tasada en unos dos millones <strong>de</strong> sestercios (algo más <strong>de</strong> trescientos<br />

treinta mil <strong>de</strong>narios-plata). Toda una fortuna...<br />

Podía arriesgarme a viajar a Jerusalén con ella. Podía, incluso, negociar la<br />

venta. Pero, ¿era aconsejable el transporte <strong>de</strong> tan abultado y pesado cargamento<br />

<strong>de</strong> monedas hasta la «cuna»?<br />

Mi hermano se negó en redondo. El sentido común le dictaba cautela. Esperaríamos.<br />

Fue entonces, al llevar a cabo el recuento <strong>de</strong> las menguadas reservas existentes<br />

en la bolsa <strong>de</strong> hule, cuando aquellos exploradores, lejos <strong>de</strong> caer en un<br />

más que lógico <strong>de</strong>sánimo, rompieron a reír.<br />

Otro indicio, sí, <strong>de</strong> que «algo» espléndido y prometedor estaba naciendo en lo<br />

más profundo...<br />

Eliseo acarició las monedas y cantó por segunda vez:<br />

-Diez <strong>de</strong>narios y veinte ases...<br />

Y al mirarnos, inexplicable e irrefrenable, una risa contagiosa se <strong>de</strong>sbordó <strong>de</strong><br />

nuevo, colocándonos al filo <strong>de</strong> las lágrimas.<br />

¿Desconcertante? No <strong>de</strong>l todo. Hoy creo saber el porqué <strong>de</strong> tan paradójica<br />

reacción. En parte, la explicación fue apuntada por mi amigo en el siguiente y<br />

certero comentario:<br />

-Tu «Jefe» tiene un problema...<br />

Y la risa regresó, poniendo en fuga cualquier vestigio <strong>de</strong> pesimismo.<br />

Insisto. Hoy lo sé. Allí se había producido un «milagro». Aquellos hombres<br />

empezaban a compren<strong>de</strong>r. Mejor aún: aquellos locos aventureros empezaban<br />

a confiar en «algo» aparentemente poco científico..., pero sublime.<br />

En efecto, Ab-bá, nuestro «Jefe», tenía un problema.<br />

Por último, maravillados ante nuestra propia actitud, repasamos los <strong>de</strong>talles<br />

<strong>de</strong>l más que estudiado tercer «salto». Eliseo me observó con complacencia.<br />

5


Aquel Jasón, tranquilo y sensato, midió y calculó con mesura. Lo teníamos<br />

todo, sí, pero convenía esperar y cumplir primero con lo establecido. Y aquella<br />

atmósfera <strong>de</strong> paz, confianza y seguridad llenó la «cuna»...<br />

Eliseo, en silencio, fue a sentarse entonces frente al or<strong>de</strong>nador central. Tecleó<br />

y, al punto, el fiel «Santa Claus» iluminó la pantalla y nos iluminó.<br />

La lectura <strong>de</strong> las frases -pronunciadas por el Resucitado el 22 <strong>de</strong> abril en su<br />

aparición en la colina <strong>de</strong> las Bienaventuranzas- redon<strong>de</strong>ó la inolvidable mañana.<br />

«...Cuando seáis <strong>de</strong>vueltos al mundo y al momento <strong>de</strong> don<strong>de</strong> procedáis, una<br />

sola realidad brillará en vuestros corazones: enseñad a vuestros semejantes,<br />

a todos, cuanto habéis visto, oído y experimentado a mi lado. Sé que, a<br />

vuestra manera, terminaréis por confiar en mí. Sé también que no teméis a<br />

los hombres, ni a lo que puedan representar, y que proclamaréis mi Verdad. Y<br />

otros muchos, gracias a vuestro esfuerzo y sacrificio, recibirán la luz <strong>de</strong> mi<br />

promesa...»<br />

No hubo comentarios. Ignoro si mi hermano lo tenía preparado. Poco importa.<br />

Ambos estábamos <strong>de</strong> acuerdo: aquél sí era el auténtico, el más sagrado<br />

objetivo <strong>de</strong> esta dura, extraña y fascinante experiencia. Por supuesto que<br />

confiábamos en Él. Cómo no hacerlo <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> lo que habíamos visto y<br />

experimentado... Lo haríamos, sí. No <strong>de</strong>jaríamos en blanco un solo minuto, un<br />

solo suceso relacionado con el Maestro. El mundo <strong>de</strong>bía, tenía <strong>de</strong>recho a<br />

saber...<br />

¡Poseidón!<br />

Al asomarnos a las escotillas comprendimos nuestra torpeza. El noble caballo<br />

blanco, proporcionado por Civilis en la fortaleza <strong>de</strong>l gobernador, en Cesárea,<br />

reclamaba un mínimo <strong>de</strong> atención. Los reiterados y breves relinchos, rematados<br />

con un sonido grave, casi con la boca cerrada, no <strong>de</strong>jaban lugar a dudas.<br />

El animal protestaba. Llamaba. Pero ¿cómo podía saber que estábamos allí? El<br />

módulo, protegido por la radiación IR (infrarroja), era invisible a sus ojos...<br />

Debíamos tomar una <strong>de</strong>cisión. ¿Nos quedábamos con él? Mi hermano, cargado<br />

<strong>de</strong> razón, se opuso. Ciertamente, pensando en los viajes que nos<br />

aguardaban, el concurso <strong>de</strong> Poseidón podía ser <strong>de</strong> gran utilidad. Sin embargo,<br />

mientras la amenaza <strong>de</strong> Poncio siguiera pesando sobre este explorador, la<br />

presencia <strong>de</strong>l llamativo bruto constituía un riesgo añadido. Traté <strong>de</strong> disuadirle,<br />

argumentando que, al montarlo, no había reparado en marca alguna. Ni <strong>de</strong><br />

raza, ni tampoco <strong>de</strong> propiedad.<br />

Eliseo me perforó con la mirada. Y supo la verdad: la única, la verda<strong>de</strong>ra<br />

razón <strong>de</strong> peso que me movía a <strong>de</strong>fen<strong>de</strong>r al nuevo compañero..., era el afecto.<br />

Pero no protestó. Se encogió <strong>de</strong> hombros y me <strong>de</strong>jó hacer.<br />

Lo primero era lo primero. Preten<strong>de</strong>r alimentar al equino en lo alto <strong>de</strong> aquella<br />

pedregosa y reseca planicie era poco menos que imposible. El agua, quizá,<br />

era lo <strong>de</strong> menos. La «cuna» estaba en condiciones <strong>de</strong> suministrársela. El<br />

6


forraje, en cambio, era otra cuestión. La vegetación que medio prosperaba en<br />

el lugar la formaba tan sólo los heroicos corros <strong>de</strong> cardos perennes (la ya<br />

mencionada Gun<strong>de</strong>lia <strong>de</strong> Toumefort).<br />

Así que, <strong>de</strong> mutuo acuerdo, opté por <strong>de</strong>scen<strong>de</strong>r hasta la plantación situada al<br />

nor<strong>de</strong>ste <strong>de</strong>l Ravid, al pie <strong>de</strong>l camino que unía Migdal con Maghar. Entre los<br />

huertos, con un poco <strong>de</strong> suerte, podía encontrar lo que buscaba. Lo que no<br />

imaginé, naturalmente, es que el Destino -cómo no- también me aguardaba<br />

entre aquellos laboriosos felah...<br />

Eché mano <strong>de</strong> la «vara <strong>de</strong> Moisés» y <strong>de</strong> los últimos <strong>de</strong>narios y, con el sol en el<br />

cénit, tiré <strong>de</strong> las riendas <strong>de</strong>l hambriento Poseidón, cruzando la suave pendiente.<br />

Todo se hallaba en calma. Sujeté al paciente animal al frondoso<br />

manzano <strong>de</strong> Sodoma y, <strong>de</strong>spacio, extremando las precauciones, fui a asomarme<br />

a lo que <strong>de</strong>nominábamos la «zona muerta», la rampa <strong>de</strong> un seis por<br />

ciento <strong>de</strong> <strong>de</strong>snivel que moría en la pista <strong>de</strong> tierra negra y volcánica.<br />

El camino aparecía <strong>de</strong>spejado. A lo lejos, a la altura <strong>de</strong> la plantación, distinguí<br />

una reata <strong>de</strong> onagros, los duros y altivos asnos asiáticos <strong>de</strong> vientre blanco y<br />

gran<strong>de</strong>s orejas. Me tranquilicé. Trotaban rápidos hacia el yam.<br />

Aquél era el momento. Me hice <strong>de</strong> nuevo con el caballo y, sin pérdida <strong>de</strong><br />

tiempo, irrumpimos en la senda. Minutos <strong>de</strong>spués, sin saber hacia dón<strong>de</strong> tirar,<br />

me introduje <strong>de</strong>cidido en el laberinto <strong>de</strong> huertos y frutales. No tuve que<br />

caminar gran cosa. A la sombra <strong>de</strong> unos almendros en flor, una pareja <strong>de</strong><br />

felah (campesinos) se afanaba en la recogida <strong>de</strong> enormes y suculentos hatzir<br />

(los afamados puerros <strong>de</strong> la Galilea). Desconfiados, me obligaron a repetir la<br />

pregunta. Necesitaba adquirir cebada. A ser posible, cocida, y también algunos<br />

efa <strong>de</strong> buen heno, así como la pequeña y nutritiva pol (haba) que<br />

empezaba a recogerse en las riberas <strong>de</strong>l yam.<br />

Supongo que me entendieron pero, con <strong>de</strong>sgana, dándome casi la espalda, se<br />

limitaron a señalar hacia el oeste, mascullando algo sobre un tal Camar. No<br />

intenté aclarar el confuso término. Aquello no parecía arameo. Y no <strong>de</strong>seando<br />

crear problemas innecesarios di por buena la indicación, situándome <strong>de</strong> nuevo<br />

en el arranque <strong>de</strong> la plantación. Allí, al pie <strong>de</strong>l montículo que protegía el vergel<br />

por su flanco norte, medio oculta entre algarrobos, higueras, alfóncigos y<br />

palmeras datileras, distinguí una choza <strong>de</strong> adobe con techo <strong>de</strong> palma.<br />

Y avancé.<br />

A corta distancia <strong>de</strong> la casa, sentado sobre la hierba y recostado contra la<br />

negra pared <strong>de</strong> basalto <strong>de</strong> un pozo, me observaba un viejo. Decidí probar. Tiré<br />

<strong>de</strong>l animal y, al llegar a la altura <strong>de</strong>l individuo, empecé a compren<strong>de</strong>r.<br />

Respetuoso, respondió a mi saludo, pero en un arameo galilaico roto y<br />

<strong>de</strong>scompuesto. Se alzó, extendió su mano <strong>de</strong>recha y, tras entonar un «que<br />

Dios fortalezca tu barba», fue a colocar dicha mano sobre el corazón. Me<br />

hallaba, en efecto, ante un badawi (un beduino).<br />

El anciano, que podría rondar los sesenta años, vestía una cumplida túnica<br />

7


lanca (algo similar al dishasha <strong>de</strong> los nómadas <strong>de</strong> Arabia), con amplias<br />

mangas recogidas por encima <strong>de</strong> los codos. Se tocaba con un turbante (un<br />

keffiyeh), también <strong>de</strong> lana y <strong>de</strong> un blanco igualmente inmaculado. Y bajo<br />

dicho keffiyeh, <strong>de</strong>splomado sobre los estrechos hombros, un largo y estropajoso<br />

cabello, teñido en un rojo rabioso.<br />

Nos observamos con curiosidad.<br />

El rostro, afilado, cargado <strong>de</strong> esquinas y trabajado por <strong>de</strong>cenas <strong>de</strong> arrugas,<br />

presentaba unos ojos pequeños, oscuros y arrogantes. Y al pie <strong>de</strong> aquel<br />

semblante verdinegro, una perilla cana y <strong>de</strong>shilachada.<br />

Sonrió, mostrando unas encías ulceradas y sin un solo diente. Y aferrándose a<br />

la gran mano <strong>de</strong> plata que colgaba <strong>de</strong>l cuello indicó que me aproximara y que<br />

tomara posesión <strong>de</strong> su humil<strong>de</strong> hogar.<br />

Dudé. Ni siquiera había preguntado quién era o por qué me encontraba allí.<br />

Poco a poco, conforme fuimos avanzando en el seguimiento <strong>de</strong> Jesús <strong>de</strong><br />

Nazaret, el roce con estos numerosísimos badu -«el pueblo que habla claramente»-<br />

fue proporcionándonos un más completo y riguroso conocimiento<br />

<strong>de</strong> sus modos y costumbres. Y la hospitalidad, como espero tener oportunidad<br />

<strong>de</strong> relatar, era una <strong>de</strong> sus normas más sagradas. Lástima que los evangelistas<br />

no hicieran prácticamente mención <strong>de</strong> los numerosos momentos en los que el<br />

Maestro <strong>de</strong>partió y convivió con los arab... Pero <strong>de</strong>mos tiempo al tiempo.<br />

Al poco rato, en silencio, el amable anciano regresaba <strong>de</strong> la oscuridad <strong>de</strong> la<br />

choza, <strong>de</strong>positando en el suelo una escudilla <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra y un ibríg (una especie<br />

<strong>de</strong> jarra <strong>de</strong> piedra). Y ceremonioso, me animó a probar.<br />

No haberlo hecho hubiera sido un insulto. Así que, correspondiendo con<br />

idéntica teatralidad, llevé a los labios la jarra, <strong>de</strong>scubriendo con placer que el<br />

mo<strong>de</strong>sto «aperitivo» no era otra cosa que el raki, una suerte <strong>de</strong> «mosto»<br />

ligeramente fermentado y sabiamente mezclado con yogur batido en zumo <strong>de</strong><br />

frutas. A continuación, ante la atenta mirada <strong>de</strong> mi anfitrión, como dictaban<br />

las buenas costumbres, introduje tres <strong>de</strong>dos <strong>de</strong> la mano <strong>de</strong>recha en la escudilla,<br />

haciéndome con una <strong>de</strong> las <strong>de</strong>licadas y doradas tortas <strong>de</strong> pan.<br />

Exquisita...<br />

El hombre, feliz ante mis elogios, aclaró que algo inexplicable -«pue<strong>de</strong> que la<br />

mano <strong>de</strong> Dios»- lo había empujado esa mañana a preparar el lizzaqeh, un pan<br />

especial, elaborado con harina <strong>de</strong> trigo y empapado en mantequilla y miel.<br />

Me llamó la atención que hablara <strong>de</strong> Dios y no <strong>de</strong> dioses... Estos pueblos<br />

preislámicos adoraban y veneraban a toda una legión <strong>de</strong> genios benéficos (los<br />

wely) y maléficos (los ginri), así como a numerosos fenómenos <strong>de</strong> la Naturaleza,<br />

planetas y meteoritos. Pero no me pareció pru<strong>de</strong>nte profundizar en un<br />

tema tan personal.<br />

Tal y como especificaba la buena educación entre los badu repetí el raki por<br />

tres veces y, finalmente, agitando la jarra, procedí a <strong>de</strong>positarla en las finas e<br />

interminables manos <strong>de</strong>l complacido anciano. Fue entonces cuando -<strong>de</strong><br />

8


acuerdo con esas mismas costumbres- el gentil beduino se <strong>de</strong>cidió a comer. Y<br />

lo hizo en un reverencial mutismo.<br />

No tuve opción. Si realmente <strong>de</strong>seaba comprar el forraje para el paciente<br />

Poseidón era menester ajustarse a las normas y armarse <strong>de</strong> paciencia. No me<br />

equivoqué. ¿O sí?<br />

Concluida la colación, como suponía, ignorando la razón o razones <strong>de</strong> mi<br />

presencia en su propiedad, tomó la palabra y en aquel <strong>de</strong>testable arameo<br />

comenzó a hablar <strong>de</strong> sus ancestros y <strong>de</strong> su glorioso origen. Me resigné, simulando<br />

un vivo interés y asintiendo en silencio a cada una <strong>de</strong> sus más que<br />

dudosas afirmaciones.<br />

De esta forma supe que se llamaba Gofel, aunque todo el mundo, en la<br />

comarca, lo conocía por un apodo: Camar, que en árabe significa «luna». El<br />

alias <strong>de</strong>l antiguo nómada -proce<strong>de</strong>nte, según él, <strong>de</strong> las lejanas mesetas <strong>de</strong><br />

Moab- se hallaba, al parecer, perfectamente justificado. Pero <strong>de</strong> eso tendríamos<br />

cumplidas noticias en el tercer «salto»...<br />

Dijo pertenecer al muy noble clan o tribu <strong>de</strong> los Beni Saher, oriundos <strong>de</strong> los<br />

pastos <strong>de</strong> Madaba. Y enar<strong>de</strong>cido se refirió a su estirpe como los «hijos <strong>de</strong>l<br />

peñasco», una leyenda que situaba el nacimiento <strong>de</strong> dicho pueblo en una roca<br />

o saher situada en los límites <strong>de</strong> la actual Bel-qa. Y tras enumerar los nombres<br />

<strong>de</strong> los varones hasta la quinta generación, agotado, fue a concluir maldiciendo<br />

-como era <strong>de</strong> esperar- a los Adwan, los Mogally, los Hamai<strong>de</strong>h, los Atawne y,<br />

naturalmente, a los odiados Sararat. Todos ellos, según el encendido Camar,<br />

«perros rabiosos y ancestrales enemigos <strong>de</strong> su gente».<br />

Era el ritual y, como digo, no tuve más remedio que escuchar y esperar.<br />

Finalmente, como lo más natural, preguntó a qué se <strong>de</strong>bía el honor <strong>de</strong> mi<br />

visita. Fui directo y escueto. Pero Camar, tras compren<strong>de</strong>r mis prosaicas<br />

intenciones, no respondió. Dirigió una mirada al caballo y, alzándose, caminó<br />

hacia él. No supe qué hacer, ni qué <strong>de</strong>cir.<br />

Se encaró a Poseidón y acarició la negra estrella <strong>de</strong> la frente. El equino, con<br />

las orejas en punta y hacia a<strong>de</strong>lante, se mostró dócil y tranquilo. Buena señal.<br />

El fino instinto <strong>de</strong>l animal parecía coincidir con mis iniciales apreciaciones:<br />

Camar era <strong>de</strong> fiar... Ro<strong>de</strong>ó <strong>de</strong>spacio al bruto y fue palpando y examinando. Y<br />

escuché algunos elogios relativos a los excelentes aplomos, a la fina e inmaculada<br />

capa plateada, a la cabeza rectilínea y al cuello <strong>de</strong> cisne <strong>de</strong> mi<br />

«amigo».<br />

Por último retornó junto a mí. Siguió observando la montura y, solicitando mi<br />

aprobación, fue a separar los labios <strong>de</strong>l caballo. Soportó el cabeceo con<br />

<strong>de</strong>streza y energía. El badawi sabía...<br />

Lo <strong>de</strong>jé hacer. A buen seguro, aquel personaje podía resultar <strong>de</strong> utilidad. Aún<br />

nos restaban muchas jornadas <strong>de</strong> obligada permanencia en el Ravid...<br />

«Quién sabe -reflexioné-. Pue<strong>de</strong> que la <strong>de</strong>spensa se vea beneficiada.»<br />

Acerté, pero no como imaginaba.<br />

9


Inspeccionó los dientes y, una vez más, se mostró satisfecho. La verdad es<br />

que, hasta ese momento, no había reparado en la edad <strong>de</strong> mi compañero. Los<br />

incisivos <strong>de</strong> leche aparecían <strong>de</strong>finitivamente reemplazados, presentando las<br />

correspondientes concavida<strong>de</strong>s en las puntas. Poseidón, con toda probabilidad,<br />

estaba a punto <strong>de</strong> cumplir los cinco años.<br />

-Bien -susurró al fin, reforzando las palabras con una picara sonrisa-, en mi<br />

juventud fui sais y sé lo que digo...<br />

¿Sais? Debí suponerlo. Un especialista en el pelaje <strong>de</strong> los caballos...<br />

-...Te ofrezco cuarenta piezas...<br />

Fue tan súbito e inesperado que permanecí con la boca abierta, incapaz <strong>de</strong><br />

reaccionar. Y Camar, admitiendo el silencio como una lógica negativa<br />

-divertido ante lo que presumía como una forzosa ceremonia <strong>de</strong> regateoelevó<br />

la suma.<br />

-Cuarenta y cinco y que mis ancestros me perdonen...<br />

-Pero...<br />

Rápido y astuto, adoptó una postura tan falsa como obligada en aquella<br />

suerte <strong>de</strong> negocios entre los badu.<br />

-¿Crees que te engaño?<br />

-Es que...<br />

No me permitió terminar. Y abordó la siguiente y teatral puesta en escena,<br />

golpeándose el pecho e invocando al supuesto fundador <strong>de</strong> su tribu.<br />

-¡Oh, padre Sahel!... ¡Protégeme <strong>de</strong> este munayyil!<br />

No me inmuté. A pesar <strong>de</strong> la cru<strong>de</strong>za <strong>de</strong>l insulto [munayyil, entre los arab, es<br />

sinónimo <strong>de</strong> cobar<strong>de</strong> y hombre sin honor], yo sabía que lamentos e improperios<br />

formaban parte <strong>de</strong>l ritual.<br />

-¿Qué preten<strong>de</strong>s? -elevó el tono, <strong>de</strong>sconcertado ante la aparente resistencia<br />

<strong>de</strong> aquel extranjero-. ¿Quieres mi ruina?... ¿Tratas <strong>de</strong> ensuciar mi cara?... ¿Es<br />

que no ves que estoy jurando por lo más santo?... ¡Juro por mí y por mis<br />

cinco!... ¿Me tomas por un perro sararat?<br />

La comedia, en efecto, llegaba a su final. Al jurar por sí mismo y por sus cinco<br />

generaciones, Camar <strong>de</strong>fendía su honor en el límite <strong>de</strong> lo permitido por los<br />

escrupulosos badu. En cuanto a la <strong>de</strong>spectiva alusión al clan <strong>de</strong> los sararat, el<br />

viejo no hacía otra cosa que ayudarse con una muletilla, una expresión común<br />

y corriente en aquel tiempo. Los sararat, nómadas entre los nómadas, habían<br />

caído en <strong>de</strong>sgracia, siendo calificados por judíos, gentiles y arab como ladrones,<br />

asesinos y «perros <strong>de</strong>l <strong>de</strong>sierto». No por casualidad, a lo largo <strong>de</strong> su<br />

vida <strong>de</strong> predicación, Jesús <strong>de</strong> Nazaret se referiría en diferentes oportunida<strong>de</strong>s<br />

a estos infelices, tan injustamente marginados y <strong>de</strong>spreciados.<br />

Francamente, no sé qué ocurrió. Supongo que el Destino, atento, me salió al<br />

encuentro...<br />

Mientras asistía perplejo a la escenificación <strong>de</strong> Camar, «algo» me empujó a<br />

meditar la propuesta. Me resistí, pero fue inútil. «Aquello» resultó implacable.<br />

10


Valoré pros y contras y, <strong>de</strong>sconcertado, tuve que reconocer que la oferta nos<br />

aliviaría en un doble sentido. Por un lado zanjaba el asunto <strong>de</strong> la comprometida<br />

presencia <strong>de</strong> Poseidón. Me dolía, sí, pero, tar<strong>de</strong> o temprano, tendría<br />

que seguir los consejos <strong>de</strong> mi hermano. Al mismo tiempo -y no era cuestión<br />

<strong>de</strong> esquivar la magnífica ocasión- ; La venta <strong>de</strong>l caballo nos proporcionaría un<br />

respiro...<br />

-De acuerdo.<br />

Ni yo mismo podía creerlo.<br />

-... Pero <strong>de</strong>jémoslo en cincuenta...<br />

Camar pali<strong>de</strong>ció. Sin embargo, no le di cuartel.<br />

-...Cincuenta <strong>de</strong>narios -rematé autoritario- y un regalo.<br />

Los ojillos <strong>de</strong>l badawi se entornaron. Besó la mano <strong>de</strong> plata y, sonriendo<br />

forzadamente, negó con la cabeza.<br />

No insistí. Debía aparentar firmeza. Así que, tirando <strong>de</strong> Poseidón, simulé una<br />

retirada en toda regla, encaminándome a la pista.<br />

El viejo truco dio resultado. Un Camar gesticulante y lloroso se interponía en<br />

mi camino, repitiendo la consabida letanía <strong>de</strong> juramentos.<br />

El resto fue sencillo. Y el trato se cerró en cuarenta y siete piezas <strong>de</strong> plata y un<br />

abultado saco con las primicias <strong>de</strong> la huerta: ajos en abundancia, cebollas, las<br />

suculentas adashim (lentejas), puerros, huevos y diez log (seis kilos) <strong>de</strong><br />

tiernas pol (habas).<br />

Me negué a mirar atrás. Y con el corazón en un puño huí literalmente <strong>de</strong> la<br />

plantación. Acababa <strong>de</strong> ven<strong>de</strong>r a un «amigo»... por un puñado <strong>de</strong> monedas.<br />

Curioso y <strong>de</strong>moledor Destino...<br />

Naturalmente, Eliseo aplaudió la operación. Yo, en cambio, permanecí silencioso<br />

y taciturno el resto <strong>de</strong> la jornada, refugiándome en los preparativos para<br />

la inminente partida hacia la Ciudad Santa y en la puesta al día <strong>de</strong> notas y<br />

recuerdos.<br />

Repasé, en especial, los trascen<strong>de</strong>ntales sucesos vividos por este explorador<br />

en las primeras horas <strong>de</strong> la mañana <strong>de</strong>l jueves, 18 <strong>de</strong> ese mes <strong>de</strong> mayo, en la<br />

casa <strong>de</strong>l fallecido Elías Marcos y en el monte <strong>de</strong> los Olivos.<br />

Volví a estremecerme, pero, conforme escribía, poniendo en pie la última e<br />

increíble aparición <strong>de</strong>l Maestro, un creciente y, supongo, inevitable disgusto<br />

me dominó.<br />

¿Cómo era posible? Caí <strong>de</strong> nuevo sobre los textos evangélicos y, como digo,<br />

mi ánimo fue incendiándose.<br />

Marcos y Lucas, los únicos que refieren el prodigio, sencillamente, no daban<br />

una... ¿Cómo era posible?<br />

El primero, en el capítulo 16, versículo 19, dice textualmente:<br />

«Y el Señor, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haberles hablado, fue llevado al cielo, y está sentado<br />

a la diestra <strong>de</strong> Dios.»<br />

11


¿Es que la prolongada «presencia» <strong>de</strong>l Resucitado entre sus íntimos<br />

-alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> hora y media- no fue estimada como importante? ¿Es que el<br />

joven Juan Marcos -el futuro escritor sagrado (?)- no supo o no quiso informarse<br />

a fondo?<br />

Esta lamentable parquedad, para colmo, terminaría provocando, con el<br />

tiempo, una absurda polémica entre exegetas y escrituristas. Y la mayoría ha<br />

tratado <strong>de</strong> justificar el texto <strong>de</strong> Marcos, argumentando, poco más o menos,<br />

que el evangelista se inspiró en la historia <strong>de</strong> Elías y en el Salmo 110. En otras<br />

palabras; algo así como si la «ascensión» hubiera sido una licencia poética.<br />

Me sublevé, claro. Él lo dijo. El Maestro lo repitió dos veces. Primero en el<br />

cenáculo y, por último, en la falda oeste <strong>de</strong>l monte <strong>de</strong> las Aceitunas: «...Os<br />

pedí que permanecierais aquí, en Jerusalén, hasta mi ascensión junto al<br />

Padre...»<br />

¿Leyenda? ¿Licencia poética?<br />

Marcos dijo la verdad, pero no fue fiel a la totalidad <strong>de</strong> lo acaecido aquella<br />

memorable mañana. Si hubiera relatado los sucesos con <strong>de</strong>talle, nadie tendría<br />

por qué dudar. Pero, ¿<strong>de</strong> qué me extrañaba? Las mutilaciones, silencios y<br />

cambios en los textos -que me niego a aceptar como revelados- apenas si<br />

habían comenzado.<br />

¿Estoy siendo realmente objetivo? Me temo que no...<br />

Quizá simplifico <strong>de</strong>masiado. Quizá el bueno y voluntarioso <strong>de</strong> Marcos no tuvo<br />

toda la culpa. Me explicaré. Según mis noticias, aunque el joven Juan Marcos,<br />

como vengo relatando, conoció al Maestro y le siguió durante algunos periodos<br />

<strong>de</strong> la vida <strong>de</strong> predicación, su evangelio, en realidad, <strong>de</strong>bería llevar el<br />

nombre <strong>de</strong> Pedro o <strong>de</strong> Pablo. Fueron éstos quienes, al parecer, le empujaron<br />

a escribir. Pero eso no fue lo peor. Lo lamentable es que ambos -Pedro y<br />

Pablo- influyeron <strong>de</strong>cisivamente en la redacción, tergiversando y suprimiendo<br />

según los intereses <strong>de</strong> las cabezas visibles <strong>de</strong> la casi recién estrenada iglesia<br />

<strong>de</strong> Roma. Como <strong>de</strong>cía el Maestro, «quien tenga oídos...».<br />

¿Y qué <strong>de</strong>cir <strong>de</strong> Lucas?<br />

No conoció a Jesús. Al parecer, la casi totalidad <strong>de</strong> su información sobre el<br />

Maestro procedía <strong>de</strong>l, para mí, nefasto Pablo. Quizá explique esto el porqué <strong>de</strong><br />

muchos <strong>de</strong> sus arrebatos literarios y <strong>de</strong> sus crasos errores. Pero vayamos por<br />

partes. De momento me ceñiré al tema que me ocupa: la ascensión. Veamos<br />

algunos ejemplos <strong>de</strong> cuanto afirmo.<br />

En el último capítulo <strong>de</strong> su evangelio (versículos 50 y 51), al narrar la postrera<br />

«presencia» <strong>de</strong>l Resucitado, escribe impertérrito: «Los sacó hasta cerca <strong>de</strong><br />

Betania y, alzando sus manos, los bendijo. Y sucedió que, mientras los<br />

ben<strong>de</strong>cía, se separó <strong>de</strong> ellos y fue llevado al cielo.»<br />

¿Cerca <strong>de</strong> Betania? Nada <strong>de</strong> eso...<br />

¿Y qué fue <strong>de</strong>l importante mensaje que el Hijo <strong>de</strong>l Hombre se preocupó <strong>de</strong><br />

recordar a los suyos?<br />

12


«... Amad a los hombres con el mismo amor con que os he amado. Y servid a<br />

vuestros semejantes como yo os he servido... Servidlos con el ejemplo... Y<br />

enseñad a los hombres con los frutos espirituales <strong>de</strong> vuestra vida. Enseñadles<br />

la gran verdad... Incitadlos a creer que el hombre es un hijo <strong>de</strong> Dios... ¡Un hijo<br />

<strong>de</strong> Dios!... El hombre es un hijo <strong>de</strong> Dios y todos, por tanto, sois hermanos...»<br />

Lucas enmu<strong>de</strong>ce. ¿Por qué? Si habló con Pablo, si preguntó a muchos <strong>de</strong> los<br />

testigos, ¿por qué silenció esas importantes palabras? Días más tar<strong>de</strong>, cuando<br />

la Provi<strong>de</strong>ncia me permitió asistir a la <strong>de</strong>finitiva ruptura entre los apóstoles,<br />

intuí la posible razón que llevó a Lucas y a los otros «notarios» a correr un<br />

tupido velo sobre esta <strong>de</strong>cisiva escena <strong>de</strong> la ascensión. Pero <strong>de</strong> eso prefiero<br />

hablar en su momento...<br />

En cuanto al segundo texto -los Hechos <strong>de</strong> los Apóstoles-, atribuido igualmente<br />

a Lucas, el <strong>de</strong>sbarajuste alcanza cotas insospechadas. La verdad es<br />

que no hay por dón<strong>de</strong> cogerlo.<br />

El médico <strong>de</strong> Antioquía lo mezcla todo, añadiendo -no sé si <strong>de</strong> su cosechasucesos<br />

que jamás tuvieron lugar. Y en el colmo <strong>de</strong> la prepotencia tiene la<br />

osadía <strong>de</strong> afirmar que «en el primer libro -el evangelio que lleva su nombreescribió<br />

todo lo que hizo y enseñó Jesús <strong>de</strong>s<strong>de</strong> un principio...».<br />

¡Dios <strong>de</strong> los cielos! ¡Cuan engañados están los que se consi<strong>de</strong>ran creyentes!<br />

Pero sigamos con los ejemplos.<br />

En el capítulo 1 <strong>de</strong> los referidos Hechos (versículos 6 al 12), dice textualmente:<br />

«Los que estaban reunidos le preguntaron: "Señor, ¿es en este momento<br />

cuando vas a restablecer el Reino <strong>de</strong> Israel?" Él les contestó: "A vosotros no<br />

os toca conocer el tiempo y el momento que ha fijado el Padre con su autoridad,<br />

sino que recibiréis la fuerza <strong>de</strong>l Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros,<br />

y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Ju<strong>de</strong>a y Samaría, y hasta<br />

los confines <strong>de</strong> la tierra."<br />

»Y dicho esto, fue levantado en presencia <strong>de</strong> ellos, y una nube le ocultó a sus<br />

ojos. Estando ellos mirando fijamente al cielo mientras se iba, se les aparecieron<br />

dos hombres vestidos <strong>de</strong> blanco que les dijeron: "Galileos, ¿qué hacéis<br />

ahí mirando al cielo? Este que os ha sido llevado, este mismo Jesús, vendrá<br />

así tal como le habéis visto subir al cielo."»<br />

Lo dicho. Toda una «ensalada» <strong>de</strong> errores e inventos.<br />

Para empezar, el confiado Lucas mezcla la pregunta <strong>de</strong> «los allí reunidos» con<br />

el final <strong>de</strong> la mal llamada «ascensión». Como se recordará, dicha cuestión<br />

-planteada por Simón el Zelota, en representación <strong>de</strong> los atemorizados íntimos-<br />

surgió en el cenáculo. En cuanto a la respuesta <strong>de</strong>l Maestro, nada que<br />

ver con la realidad. Lucas escuchó campanas, pero...<br />

Segundo párrafo. ¿Nube? ¿Ángeles? ¿Vestiduras blancas? ¿Anuncio <strong>de</strong>l retorno<br />

<strong>de</strong> Jesús?<br />

Esto sí que es pura leyenda. El Resucitado, simplemente, <strong>de</strong>sapareció. Allí no<br />

13


hubo nada más. Y no es POCO...<br />

Supongo que, interpretando el sentimiento generalizado <strong>de</strong> la iglesia primitiva<br />

respecto a la inminente y triunfal vuelta a la tierra <strong>de</strong>l añorado Maestro,<br />

Lucas <strong>de</strong>jó volar la imaginación, adornando un prodigio que no necesitaba<br />

refuerzo alguno. La Ciencia, hoy, lo sabe -lo sabemos- muy bien.<br />

Los que, en cambio, no terminan <strong>de</strong> enterarse son los <strong>de</strong> siempre: teólogos y<br />

exegetas. Muchos continúan creyendo, y afirmando, que el fenómeno <strong>de</strong> la<br />

ascensión sólo fue una «enseñanza teológica», carente <strong>de</strong> rigor. Más claro:<br />

que la resurrección y el propio Resucitado no existieron jamás.<br />

Pobrecitos...<br />

Último ejemplo.<br />

Tanto en su evangelio, como en Hechos, el confuso y confundido médico<br />

ofrece, insisto, una invención que, entiendo, altera la ya, <strong>de</strong> por sí, fantástica<br />

realidad <strong>de</strong>l Resucitado. Veamos. El evangelista afirma que, en una <strong>de</strong> las<br />

apariciones, el Maestro comió con los discípulos (Le. 24, 42 y 43 y Ac. 1, 4).<br />

Amén <strong>de</strong> no establecer con claridad el lugar y la fecha [dicha «presencia» se<br />

produjo el 21 <strong>de</strong> abril, viernes, a orillas <strong>de</strong>l yam], comete otro error. Ignoro<br />

qué pudieron contarle los testigos presenciales pero, como ya he tenido<br />

ocasión <strong>de</strong> relatar en este apresurado diario, al ofrecerle una ración <strong>de</strong><br />

pescado, el Galileo la rechazó, negándose a comer. El Resucitado jamás ingirió<br />

comida o bebida. Ni en ésa, ni en ninguna <strong>de</strong> las diecinueve apariciones<br />

que alcanzamos a contabilizar. Un «<strong>de</strong>talle» aparentemente anecdótico y sin<br />

mayor trascen<strong>de</strong>ncia pero que, para la Ciencia, encierra un interesante<br />

contenido. Un sutil «<strong>de</strong>talle» que, en <strong>de</strong>finitiva, ponía <strong>de</strong> manifiesto la «lógica»<br />

y la aplastante realidad <strong>de</strong> aquel «cuerpo glorioso». Un maravilloso<br />

«<strong>de</strong>talle» que parecía «programado», no para aquel tiempo, sino para el<br />

nuestro...<br />

Lucas, en fin, volvía a adornar los hechos..., innecesariamente.<br />

Y no tengo más remedio que preguntarme: si estos textos, supuestamente<br />

sagrados, han cambiado la dirección <strong>de</strong> medio mundo, ¿qué habría ocurrido si<br />

hubieran respetado la verdad?<br />

Pero lo más triste -que pone en tela <strong>de</strong> juicio buena parte <strong>de</strong> cuanto se narra<br />

en dichos evangelios- estaba por llegar.<br />

Y poco a poco fui resignándome.<br />

21 DE MAYO AL 15 DE JUNIO<br />

Otro periodo clave, sí. Unas jornadas intensas en las que este explorador<br />

recibió una información privilegiada. Una información que, para variar,<br />

tampoco fue recogida por los evangelistas. Veamos si soy capaz <strong>de</strong> sacarla<br />

a<strong>de</strong>lante.<br />

Tras <strong>de</strong>scansar el sábado, el domingo, 21 <strong>de</strong> mayo <strong>de</strong>l año 30, primer día <strong>de</strong><br />

14


la semana, abandoné el Ravid con el alba, emprendiendo lo que sería nuestra<br />

última misión oficial en tierras <strong>de</strong> la provincia romana <strong>de</strong> la Ju<strong>de</strong>a.<br />

Eliseo, como siempre, fue parco. Ambos <strong>de</strong>testábamos las <strong>de</strong>spedidas. Como<br />

creo haber mencionado, resultaba difícil establecer la fecha exacta <strong>de</strong> mi<br />

retorno. Quizá, con dos o tres semanas sería suficiente, salvo que el Destino<br />

tuviera otros planes... En <strong>de</strong>finitiva, un periodo más que sobrado para visitar<br />

la Ciudad Santa y la al<strong>de</strong>a <strong>de</strong> Nazaret, reuniendo la documentación que se nos<br />

había encomendado y que este alocado griego no supo lograr en su momento.<br />

En la cumbre <strong>de</strong>l «portaaviones» todo discurría sin novedad. «Base-madre-tres»,<br />

como sospechábamos, parecía un refugio excelente, sin<br />

interés alguno para los habitantes <strong>de</strong> la zona y tampoco para el ganado. De<br />

hecho, en aquellos días, las alarmas, en especial la «cortina» <strong>de</strong> los microláseres<br />

-que barría la «popa» <strong>de</strong>l Ravid en un ángulo <strong>de</strong> 180° y a razón <strong>de</strong> un<br />

centenar <strong>de</strong> «peinados» por segundo-, no <strong>de</strong>tectaron target alguno <strong>de</strong> importancia,<br />

excepción hecha <strong>de</strong> las inevitables irrupciones <strong>de</strong> las festivas bandadas<br />

<strong>de</strong> palomas bravías, collalbas rubias y vencejos <strong>de</strong> la Galilea, tan<br />

habituales en aquella benigna primavera en los riscos y acantilados <strong>de</strong>l cercano<br />

Arbel.<br />

La «cuna», según lo previsto, <strong>de</strong>sconectada la SNAP 27 (la pila atómica),<br />

continuó «viva», merced a la energía suministrada por los provi<strong>de</strong>nciales<br />

espejos solares, capaces <strong>de</strong> generar hasta 500 W. Como fue dicho, la larga<br />

permanencia <strong>de</strong>l módulo en lo alto <strong>de</strong>l Ravid nos obligó a reservar la potencia<br />

<strong>de</strong>l plutonio <strong>de</strong> la SNAP -limitada a un año- para el obligado vuelo <strong>de</strong> retorno<br />

a la meseta <strong>de</strong> Masada. Des<strong>de</strong> los primeros instantes, nada más tomar tierra,<br />

mi hermano se ocupó <strong>de</strong> la instalación y puesta a punto <strong>de</strong> los doce espejos <strong>de</strong><br />

vidrio con revestimiento <strong>de</strong> plata. Y como medida suplementaria y precautoria<br />

fijó igualmente en el exterior <strong>de</strong> la nave las planchas <strong>de</strong> reserva, a base <strong>de</strong><br />

acero dulce plateado y metal electroplateado, cuyos índices <strong>de</strong> reflexión -91 y<br />

96 por ciento, respectivamente- podían incrementar la autonomía eléctrica <strong>de</strong><br />

la «cuna».<br />

Tampoco la <strong>de</strong>spensa -discretamente surtida- nos preocupaba. En principio,<br />

agua y alimentos eran más que suficientes para sostener a Eliseo durante mi<br />

ausencia. En caso <strong>de</strong> emergencia, sin embargo, siempre quedaba el recurso<br />

<strong>de</strong> la plantación. Mi compañero, entonces, <strong>de</strong>bería <strong>de</strong>scen<strong>de</strong>r y negociar con<br />

los felah. El contacto con Camar había sido positivo, <strong>de</strong>jando abierta una<br />

interesante puerta. Aun así, recordando la amarga experiencia vivida en la<br />

cripta <strong>de</strong> Nahum, le supliqué que no cayera en la tentación <strong>de</strong> alejarse <strong>de</strong>l<br />

módulo.<br />

Sonrió con picardía y, francamente, me eché a temblar.<br />

Según lo acordado, mientras este explorador permaneciera ausente, se<br />

mantendría ocupado con los interrumpidos análisis <strong>de</strong> la sangre <strong>de</strong> la Señora,<br />

la madre <strong>de</strong>l Maestro, y la revisión <strong>de</strong>l viaje al sur <strong>de</strong> Israel, bautizado como<br />

15


Operación Salomón. La primera parte <strong>de</strong> su cometido <strong>de</strong>bía redon<strong>de</strong>arse con<br />

los correspondientes estudios sobre el ADN <strong>de</strong> José, el padre terrenal <strong>de</strong> Jesús.<br />

Pero, para ello, quien esto escribe tenía que hacerse con algunos <strong>de</strong> los restos<br />

óseos. Una misión que me obligaba a visitar <strong>de</strong> nuevo el cementerio <strong>de</strong> la<br />

recóndita Nazaret. Pero eso sería a mi vuelta <strong>de</strong> Jerusalén.<br />

Por último, siguiendo las estrictas normas <strong>de</strong> <strong>Caballo</strong> <strong>de</strong> <strong>Troya</strong>, procedimos al<br />

chequeo <strong>de</strong> mi indumentaria y equipamiento. En realidad, pura rutina.<br />

Fui meticulosamente rociado con la «piel <strong>de</strong> serpiente», incluyendo manos,<br />

cuello y cabeza. Repasamos el «tatuaje» adherido a la palma <strong>de</strong> la mano<br />

izquierda, así como las «crótalos» (las lentes <strong>de</strong> contacto, vitales para la visión<br />

infrarroja) y las sandalias «electrónicas». A partir <strong>de</strong> esos momentos<br />

<strong>de</strong>bería extremar la pru<strong>de</strong>ncia. Aquéllos eran los últimos pares <strong>de</strong> que disponíamos.<br />

Con la bolsa <strong>de</strong> hule y los treinta <strong>de</strong>narios <strong>de</strong> plata <strong>de</strong>positados en la misma<br />

regresó la risa. Pero mi ánimo se hallaba intacto. Saldríamos a<strong>de</strong>lante...<br />

Por pura pru<strong>de</strong>ncia -obe<strong>de</strong>ciendo los sensatos consejos <strong>de</strong> Eliseo-, el valioso<br />

ópalo blanco permaneció en la «cuna».<br />

En cuanto al saco <strong>de</strong> viaje, pocas veces lo había encontrado tan ligero: algunas<br />

provisiones (fundamentalmente frutos secos), agua, la habitual<br />

«farmacia» <strong>de</strong> campaña y un par <strong>de</strong> ampolletas extras, vacías.<br />

Tampoco la vestimenta fue alterada: túnica color hueso <strong>de</strong> lino bayal, mo<strong>de</strong>sto<br />

ceñidor trenzado con cuerdas egipcias y el incómodo pero imprescindible<br />

manto azul celeste confeccionado con lana <strong>de</strong> las montañas <strong>de</strong> Ju<strong>de</strong>a.<br />

Y aferrándome a la «vara <strong>de</strong> Moisés» salté a tierra, alejándome. ¿Qué me<br />

reservaba el Destino? La respuesta fue un familiar cosquilleo en el estómago.<br />

No me inquieté. Aquella misteriosa «fuerza» seguía allí, inundándome. Y<br />

seguro <strong>de</strong> mí mismo, disfrutando <strong>de</strong>l cálido amanecer, caminé rápido al<br />

encuentro <strong>de</strong> la «vía maris» y <strong>de</strong> las puertas <strong>de</strong> la bulliciosa Tibería<strong>de</strong>s. Sí,<br />

aquella experiencia sería distinta. Lo sentía con niti<strong>de</strong>z. «Algo» o «Alguien»<br />

me acompañaba...<br />

En el límite <strong>de</strong> la conexión auditiva (15000 pies), frente a la capital <strong>de</strong>l yam,<br />

me <strong>de</strong>spedí <strong>de</strong>finitivamente <strong>de</strong> Eliseo, confirmando la marcha hacia la segunda<br />

<strong>de</strong>sembocadura <strong>de</strong>l Jordán. A partir <strong>de</strong> Tibería<strong>de</strong>s, el enlace con la<br />

«cuna» quedaba prácticamente cortado.<br />

No tuve que aguardar mucho tiempo. Al poco me unía a una nutrida caravana<br />

<strong>de</strong> sirios que transportaba harina <strong>de</strong> cebada y cuyo <strong>de</strong>stino final era Jericó, en<br />

la margen occi<strong>de</strong>ntal <strong>de</strong>l río. El capataz y jefe <strong>de</strong> los burreros aceptó <strong>de</strong> buen<br />

grado la compañía <strong>de</strong> aquel griego solitario y la suma <strong>de</strong> doce ases (medio<br />

<strong>de</strong>nario <strong>de</strong> plata) por día <strong>de</strong> viaje. Como ya dije, muchos <strong>de</strong> los peregrinos<br />

buscaban este tipo <strong>de</strong> protección a la hora <strong>de</strong> <strong>de</strong>splazarse <strong>de</strong>ntro y fuera <strong>de</strong>l<br />

país.<br />

Y el cielo fue complaciente. En la tar<strong>de</strong> <strong>de</strong>l martes, !3, poco antes <strong>de</strong>l ocaso,<br />

16


este explorador llamaba a las puertas <strong>de</strong>l hogar <strong>de</strong> los Marcos, en Jerusalén.<br />

El último tramo, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> Jericó, aunque en solitario, fue cubierto sin inci<strong>de</strong>ntes<br />

dignos <strong>de</strong> mención.<br />

El ambiente, lo reconozco, me <strong>de</strong>sconcertó. El luto por la muerte <strong>de</strong>l cabeza<br />

<strong>de</strong> familia parecía haber <strong>de</strong>saparecido por completo. Todo era bullicio y una<br />

contagiosa e inexplicable alegría. María, la señora <strong>de</strong> la casa, Juan Marcos, el<br />

benjamín, Rodé, el resto <strong>de</strong> la servidumbre y los íntimos <strong>de</strong>l Maestro que aún<br />

permanecían en la vivienda me recibieron con los brazos abiertos. Todos<br />

menos Juan Zebe<strong>de</strong>o, claro está... La verdad es que los echaba <strong>de</strong> menos.<br />

Tras la aparición en el yam, en la tar<strong>de</strong> <strong>de</strong>l sábado, 29 <strong>de</strong> abril, no había<br />

vuelto a verlos. También la Señora y Santiago, su hijo, seguían en el caserón.<br />

¿Seré capaz <strong>de</strong> explicarlo?<br />

Como digo, allí sucedía «algo» inusual. Rostros, a<strong>de</strong>manes y actitu<strong>de</strong>s no<br />

eran normales. Aquello no guardaba relación con lo que había visto y escuchado<br />

en la Galilea. Desconcertante, sí...<br />

Pensé primero en los lógicos efectos provocados por la última aparición <strong>de</strong>l<br />

Resucitado. Pero no... El comportamiento, insisto, me resultaba familiar.<br />

Sonrisas, alegría, compañerismo y afecto no eran estri<strong>de</strong>ntes. Allí latía algo<br />

más profundo, más sereno, más sólido y continuado. Todos hablaban y se<br />

manifestaban con un aplomo, con una seguridad y una dulzura que, repito,<br />

me recordó la enigmática «sensación» experimentada por mi hermano y por<br />

quien esto escribe en la cumbre <strong>de</strong>l Ravid.<br />

Algún tiempo <strong>de</strong>spués, tras sucesivas jornadas <strong>de</strong> intensas y minuciosas<br />

conversaciones con aquella veintena <strong>de</strong> amigos, llegué a una conclusión. Una<br />

conclusión que me hizo temblar...<br />

Pero sigamos por or<strong>de</strong>n.<br />

No podía creerlo. ¿Qué había sido <strong>de</strong> aquel Pedro agresivo y <strong>de</strong>sconsi<strong>de</strong>rado?<br />

Ahora se presentó ante mí templado, pictórico e irradiando una paz insólita y<br />

<strong>de</strong>sconocida. Hasta el seco y escéptico Tomás daba rienda suelta a un optimismo<br />

y a una confianza que habrían llenado <strong>de</strong> satisfacción al Maestro.<br />

Fue María, la Señora, quien, esa misma noche, al interesarme por la causa <strong>de</strong><br />

tan llamativo cambio, empezó a abrirme los ojos. Y poco a poco, como digo, al<br />

interrogar al resto, pu<strong>de</strong> ir montando los <strong>de</strong>talles <strong>de</strong> lo que, sin duda, fue una<br />

jornada histórica..., para todos. Sí, he dicho bien: para todos.<br />

He aquí la esencia <strong>de</strong> lo acaecido aquel jueves, 18 <strong>de</strong> mayo, y que, por mi<br />

proverbial torpeza, no tuve la fortuna <strong>de</strong> presenciar:<br />

Según mis informadores, entre los que <strong>de</strong>bo mencionar a hombres tan<br />

sensatos y lúcido como José <strong>de</strong> : Arimatea, Nico<strong>de</strong>mo y el propio Santiago,<br />

hermano <strong>de</strong>l Maestro, poco <strong>de</strong>spués <strong>de</strong>l <strong>de</strong>finitivo «adiós» <strong>de</strong>l Resucitado en<br />

el monte <strong>de</strong> los Olivos, un Pedro firme y valiente -ignorando las disposiciones<br />

<strong>de</strong>l Sanedrín contra los que pregonaran la resurrección- dio una escueta or<strong>de</strong>n:<br />

«cuantos amaban a Jesús <strong>de</strong> Nazaret <strong>de</strong>berían congregarse en la casa <strong>de</strong><br />

17


los Marcos».<br />

El benjamín y la servidumbre recorrieron entonces Jerusalén y, entre las<br />

horas tercia y quinta (más o menos hacia las diez y media <strong>de</strong> la mañana),<br />

alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> ciento veinte hombres y mujeres, todos fieles seguidores <strong>de</strong> las<br />

enseñanzas <strong>de</strong> Jesús, fueron a abarrotar el piso superior <strong>de</strong>l caserón.<br />

Allí, el ya casi consagrado nuevo lí<strong>de</strong>r, Simón Pedro, se dirigió al grupo y, con<br />

su peculiar elocuencia, habló <strong>de</strong> los recientes sucesos registrados en aquel<br />

mismo cenáculo y en el vecino monte.<br />

Según mis indagaciones, Pedro no alteró los hechos, ni tampoco las palabras<br />

<strong>de</strong>l rabí. Pero cometió un error -no sé si involuntario- que se repetiría en el<br />

futuro y que, como ya he afirmado en otras oportunida<strong>de</strong>s, terminaría modificando<br />

gravemente el mensaje <strong>de</strong>l Maestro. Al llegar a las alusiones a la<br />

magnífica y esperanzadora paternidad <strong>de</strong> Dios, el pescador olvidó el pasaje,<br />

reforzando, en cambio, el <strong>de</strong>slumbrante suceso <strong>de</strong> la realidad física <strong>de</strong>l Resucitado.<br />

Y los presentes vibraron <strong>de</strong> emoción. Sí, Jesús vivía. Jesús tenía<br />

cuerpo. Jesús había vuelto <strong>de</strong> la tumba. Jesús, en <strong>de</strong>finitiva, era el triunfador.<br />

Y Pedro cargó contra la casta sacerdotal, ridiculizándola. Supongo que es<br />

comprensible. Eran seres humanos. Acababan <strong>de</strong> pa<strong>de</strong>cer el horror y la<br />

vergüenza <strong>de</strong> la crucifixión. ¿Cómo no aferrarse a la maravilla <strong>de</strong> un Jesús<br />

vivo, que hablaba, que se movía y que tocaba? No pretendo justificar el error<br />

<strong>de</strong> Pedro y <strong>de</strong> cuantos lo secundaron, pero lo entiendo. Yo le vi. Conversé con<br />

Él. Tuvimos la fortuna <strong>de</strong> medio analizar su estructura física. ¿Cómo no<br />

quedar <strong>de</strong>sbordado por semejante prodigio?<br />

El vibrante discurso -en el que fue plantada, sin querer, la semilla <strong>de</strong> una<br />

religión «en torno a la figura <strong>de</strong>l Galileo» y no <strong>de</strong> su mensaje- se prolongó<br />

durante una hora. Fue tal el impacto que nadie se movió. Todos aguardaron<br />

las ór<strong>de</strong>nes <strong>de</strong>l flamante lí<strong>de</strong>r. Pero Pedro, atónito ante su propia fuerza, no<br />

reaccionó. Fue Mateo Leví, secundado por Andrés, el hermano <strong>de</strong> Simón,<br />

quien resolvió la incómoda situación, recordando la promesa <strong>de</strong>l Maestro <strong>de</strong><br />

enviar al Espíritu. Ésa sería la señal. Sólo entonces pasarían a la acción.<br />

Cuando pregunté qué i<strong>de</strong>a tenían <strong>de</strong> dicho Espíritu <strong>de</strong> la Verdad, ni uno solo<br />

<strong>de</strong> mis confi<strong>de</strong>ntes supo darme razón. No entendieron al Resucitado. No sabían<br />

<strong>de</strong> qué hablaba. Sin embargo, pronto, muy pronto, lo averiguarían. ..<br />

Todos aceptaron. Esperarían.<br />

La siguiente iniciativa corrió a cargo <strong>de</strong> Pedro. En uno <strong>de</strong> aquellos interrogatorios,<br />

el pescador me confesó que la i<strong>de</strong>a surgió al recordar las frases <strong>de</strong><br />

Jesús sobre el malogrado Judas Iscariote. Una alusión, en efecto, que tuvo<br />

lugar en aquel mismo piso superior y en la primera parte -digámoslo así- <strong>de</strong> la<br />

última «presencia» <strong>de</strong>l Galileo en la Tierra. «Judas ya no está con vosotros<br />

-había dicho el Maestro- porque su amor se enfrió y porque os negó su confianza.»<br />

Pues bien, esta referencia al traidor movió al lí<strong>de</strong>r a buscar un sustituto. Lo<br />

18


expuso a la totalidad <strong>de</strong> los íntimos y la sugerencia fue aprobada por unanimidad.<br />

Pero, ¿cómo hacer para nombrar al «embajador» número doce?<br />

Guiados por su buena fe cometieron la torpeza <strong>de</strong> anunciarlo a los allí presentes.<br />

Y parte <strong>de</strong>l grupo, enar<strong>de</strong>cida por los fantásticos sucesos <strong>de</strong> esa<br />

misma mañana, se presentó voluntaria en medio <strong>de</strong> un formidable griterío.<br />

Todos <strong>de</strong>seaban ese puesto. Curiosamente -según mis informaciones-, entre<br />

esos cincuenta o sesenta brazos en alto, ni uno solo pertenecía a una mujer.<br />

No me equivocaba. Las cosas, tras la partida <strong>de</strong>l rabí, no mejoraron para las<br />

sufridas y resignada hembras. Pero ésta es otra historia.<br />

Necesitaron poner or<strong>de</strong>n y echar mano <strong>de</strong> una votación. Así, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> no<br />

pocas discusiones, el problema quedó reducido a dos candidatos: un judío <strong>de</strong>l<br />

barrio alto <strong>de</strong> Jerusalén, herrero <strong>de</strong> profesión, viudo, <strong>de</strong> unos cincuenta años,<br />

hombre <strong>de</strong> escasas palabras, y que recibía el nombre <strong>de</strong> Matías, y un badawi<br />

conocido por el alias <strong>de</strong> «Beer-Seba» o «Berseba» o «Barsaba», veinte años<br />

más joven y que había <strong>de</strong>stacado por su excelente labor entre los «correos»<br />

<strong>de</strong> David Zebe<strong>de</strong>o. Lamentablemente, como veremos, la condición <strong>de</strong> prosélito<br />

no le favoreció a la hora <strong>de</strong> la votación final. Este arab, nacido entre los<br />

nómadas <strong>de</strong>l Neguev, que adoptó el nombre <strong>de</strong> José al convertirse al judaísmo,<br />

hubiera <strong>de</strong>sempeñado un trabajo mil veces más fructífero que el <strong>de</strong>l<br />

parco herrero. Pero -no lo olvi<strong>de</strong>mos- los íntimos <strong>de</strong>l Maestro vivían, y seguirían<br />

viviendo, enraizados en la fe y en las costumbres judías.<br />

Pedro, finalmente, tomó <strong>de</strong> nuevo la palabra y explicó que, «dada la importancia<br />

y complejidad <strong>de</strong> la elección», sus hermanos y él se retirarían al<br />

patio <strong>de</strong> la planta baja para <strong>de</strong>cidir. Y así fue.<br />

Cuando me interesé por el procedimiento utilizado para dicha votación, Andrés,<br />

el que fuera jefe <strong>de</strong>l grupo en vida <strong>de</strong> Jesús, sonrió con benevolencia. Me<br />

contempló como quien tiene <strong>de</strong>lante a un niño pequeño y exclamó con cierto<br />

asomo <strong>de</strong> arrepentimiento:<br />

-Querido amigo, no seas ingenuo... ¿Votación? ¿Qué votación? Allí mismo,<br />

antes <strong>de</strong> que nadie acertara a pronunciar palabra alguna, mi hermano se<br />

a<strong>de</strong>lantó y «sugirió» que no era el momento <strong>de</strong> «confiar los graves asuntos<br />

<strong>de</strong>l reino a los que se acercan»...<br />

«Los que se acercan» era una <strong>de</strong> las expresiones comúnmente utilizada por<br />

los judíos para <strong>de</strong>signar a los prosélitos. Y el badu, como digo, era uno <strong>de</strong><br />

ellos.<br />

-«La importante y compleja elección» -prosiguió con resignación- murió allí<br />

mismo. Se hizo un simulacro, sí, pero la suerte estaba echada... Cuando<br />

Pedro invocó el nombre <strong>de</strong> Matías, obviamente influidos por la brillantez <strong>de</strong>l<br />

nuevo lí<strong>de</strong>r, nueve manos se alzaron al unísono. Sólo Bartolomé y Simón, el<br />

Zelota, confiaron en «Berseba»...<br />

Interesante. Bartolomé y el Zelota. Ambos, como veremos, se mostrarían<br />

especialmente ácidos con la filosofía y el giro <strong>de</strong> Pedro a la hora <strong>de</strong> proclamar<br />

19


la buena nueva.<br />

Naturalmente, los interrogué en varias ocasiones. El «oso <strong>de</strong> Cana», más<br />

diplomático, se escudó en la magnífica trayectoria <strong>de</strong>l «correo». Por eso se<br />

pronunció a su favor. El Zelota, en cambio, que no sabía <strong>de</strong> medias tintas, fue<br />

contun<strong>de</strong>nte:<br />

-Ese herrero parece más fenicio que judío... Nunca me gustaron los tibios...<br />

En honor a la verdad, el antiguo guerrillero terminaría acertando. Matías fue<br />

presentado, en efecto, como el nuevo «embajador» número doce. Y se ocupó<br />

<strong>de</strong> la tesorería. Pero, que yo sepa, poco o nada tuvo que ver con las activida<strong>de</strong>s<br />

<strong>de</strong> la primitiva iglesia.<br />

En aquellas semanas alcancé a conversar con él en dos oportunida<strong>de</strong>s. Sinceramente,<br />

me <strong>de</strong>cepcionó. Casi no sabía hablar. Había escuchado al Maestro<br />

media docena <strong>de</strong> veces y siempre en la Ciudad Santa. No era un convencido<br />

<strong>de</strong> su divinidad. No entendía el porqué <strong>de</strong> la encamación <strong>de</strong>l Hijo <strong>de</strong>l Hombre.<br />

En realidad, su adhesión al grupo <strong>de</strong> los galileos obe<strong>de</strong>cía más al odio hacia la<br />

casta sacerdotal -ridiculizada por Jesús <strong>de</strong> Nazaret- que a un sincero y ferviente<br />

<strong>de</strong>seo <strong>de</strong> participar en las i<strong>de</strong>as <strong>de</strong>l rabí.<br />

Consumada la «elección», poco más o menos hacia la hora sexta (las doce),<br />

Pedro, asumiendo una jefatura implícita -jamás fue <strong>de</strong>signado abiertamente-,<br />

or<strong>de</strong>nó silencio. Y convencido <strong>de</strong> la inminente llegada <strong>de</strong>l Espíritu, prometido<br />

por el Maestro, pidió calma, entonando el Oye, Israel. La oración fue coreada<br />

con entusiasmo. Aquel grupo, al que fueron sumándose otros seguidores,<br />

estaba seguro. Así me lo ratificaron. Pero, ¿seguro <strong>de</strong> qué? La palabra<br />

siempre repetida fue «po<strong>de</strong>r». El Maestro -<strong>de</strong>cían- lo había anunciado. El<br />

Espíritu llegaría con po<strong>de</strong>r. El «reino» se establecería en el mundo con fuerza<br />

y majestad. Ellos eran los embajadores. Ellos fueron elegidos. Suyo sería el<br />

po<strong>de</strong>r para conducir a la nación judía a la gloria que le correspondía.<br />

En suma, lo ya sabido...<br />

Me sentí <strong>de</strong>cepcionado. Aquella buena gente -a pesar <strong>de</strong> lo sucedido hacia la<br />

una <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong>- continuaba obsesionada con las viejas y manoseadas i<strong>de</strong>as<br />

sobre un Mesías terrenal, político y libertador.<br />

Y ocurrió..., lo inexplicable.<br />

Debo confesarlo. Fue inútil. Por más que pregunté, por más horas que consumí<br />

en exhaustivos interrogatorios, por más interés que <strong>de</strong>mostré y que<br />

<strong>de</strong>mostraron los testigos, no fui capaz <strong>de</strong> atravesar la barrera. Una y otra vez<br />

me estrellé contra la palabra «presencia».<br />

Éste fue el concepto que sintetizó el fenómeno vivido en el cenáculo cuando<br />

los allí congregados entonaban fervorosos el Oye, Israel.<br />

¡Una «presencia»!<br />

Las opiniones fueron unánimes. No había transcurrido ni una hora <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que<br />

Pedro los animó a orar cuando, <strong>de</strong> pronto, «algo» (?) se instaló en la habitación...,<br />

y en los corazones.<br />

20


Claro que me resultó familiar...<br />

¿«Algo»?<br />

Imposible. Como digo, nadie acertó a <strong>de</strong>scribirlo mejor.<br />

«Una "presencia", Jasón -repetían-. "Algo" que nos erizó el cabello... Una<br />

"presencia" que fue <strong>de</strong>smoronando la plegaria hasta <strong>de</strong>jarnos en silencio... Un<br />

silencio total... Nos miramos asustados... Sí, todos experimentamos lo<br />

mismo... Allí flotaba "algo" o "alguien"... ¡Una "presencia"!»<br />

¿Nada más?<br />

Al insinuar si vieron, escucharon o percibieron algo más, todos, absolutamente<br />

todos, negaron sin vacilación.<br />

«¿Lenguas <strong>de</strong> fuego o <strong>de</strong> luz sobre las cabezas? ¿Un ruido, como el <strong>de</strong> un<br />

viento impetuoso?»<br />

Los pacientes y sorprendidos hebreos me miraban <strong>de</strong>sconcertados. Pero no,<br />

quien esto escribe no estaba loco.<br />

Negativo. Ni lenguas, ni extraños sonidos... Sólo esa irritante e imprecisa<br />

<strong>de</strong>finición: una «presencia».<br />

Lo importante, sin embargo, no eran los <strong>de</strong>talles. Lo asombroso fue el resultado<br />

<strong>de</strong> la enigmática «presencia»: unos hombres y mujeres..., distintos.<br />

Optimistas. Confiados. Seguros <strong>de</strong> sí mismos. Entrañables... No es que el<br />

misterioso fenómeno les hiciera más sabios. Tampoco avanzaron gran cosa<br />

respecto a las claves <strong>de</strong>l revolucionario legado <strong>de</strong> Jesús. Fue «algo» <strong>de</strong> otra<br />

naturaleza. «Algo» que disparó un dormido «motor» interior, proporcionándole<br />

lo ya dicho: una «sensación» <strong>de</strong> seguridad y confianza en el<br />

Maestro.<br />

Fue entonces cuando acerté a intuir que la «cuna», al igual que el cenáculo,<br />

había sido «visitada» (?) por esa misma «presencia». Una «fuerza» (?) superior,<br />

benéfica, incomprensible para la mo<strong>de</strong>sta inteligencia humana, que<br />

nos estaba transformando. Un «regalo», en <strong>de</strong>finitiva, que el Resucitado<br />

llamó Espíritu <strong>de</strong> la Verdad.<br />

Por supuesto, mi curiosidad no se vio satisfecha. Necesitaba respuestas. ¿Qué<br />

o quién era esa entidad? ¿De dón<strong>de</strong> procedía? ¿Por qué modificó el talante y<br />

el pensamiento <strong>de</strong> todos nosotros? ¿Por qué en ese momento -18 <strong>de</strong> mayo <strong>de</strong>l<br />

año 30- y no antes?<br />

Naturalmente, tuve que esperar. Sería durante el tercer «salto» cuando esas,<br />

y otras interrogantes, recibirían puntual y cumplida aclaración.<br />

El grupo, atónito, sin po<strong>de</strong>r dar crédito a la magnífica «sensación» que lo<br />

envolvía, continuó mudo algunos minutos. Después -según mis informantes-,<br />

fueron apareciendo murmullos. Y <strong>de</strong> los cuchicheos, como una ola, saltaron a<br />

los gritos, palmas y abrazos.<br />

Pedro tuvo problemas. La asamblea enloqueció <strong>de</strong> alegría.<br />

«¿Cómo explicarte, Jasón?... Nos sentíamos felices... El miedo <strong>de</strong>sapareció...<br />

Era como volar.»<br />

21


El alborozo y la confusión se prolongaron casi media hora. Por último,<br />

haciéndose con el control, Pedro pronunció aquellas históricas palabras:<br />

-¡Hermanos, ha llegado la hora!... ¡Vayamos al Templo y hablemos claro!<br />

El lí<strong>de</strong>r acertó. Esta vez sí. Simón Pedro supo captar el fenómeno <strong>de</strong> la<br />

arrolladora «presencia». Y asociándolo con presteza al anunciado advenimiento<br />

<strong>de</strong>l Espíritu puso en pie los corazones, provocando el <strong>de</strong>lirio. El nuevo<br />

«Jefe» se consagraba minuto a minuto.<br />

¿Detenerlos?<br />

Si alguien hubiera osado solicitar calma o sentido común, sencillamente, se lo<br />

habrían llevado por <strong>de</strong>lante. A juzgar por los datos recogidos, el centenar<br />

largo <strong>de</strong> hombres y mujeres se transformó en un ciclón, lanzándose a las<br />

calles. Allí no había lógica. Al menos, lógica humana.<br />

Y coreando el nombre <strong>de</strong>l Resucitado siguieron los pasos <strong>de</strong>l inflamado Pedro.<br />

Era el triunfo <strong>de</strong> un grupo que, durante cincuenta oscuros días, fue humillado,<br />

perseguido y supuestamente anulado. Lo entendí.<br />

Los que, en cambio, no salían <strong>de</strong> su asombro eran los cientos <strong>de</strong> peregrinos y<br />

los sacerdotes que los vieron pasar. Pero nadie se atrevió a enfrentarse a<br />

semejante huracán.<br />

Finalmente, Pedro y los suyos tomaron posesión <strong>de</strong>l atrio <strong>de</strong> los Gentiles, en el<br />

concurrido Templo.<br />

Según mis informaciones, Pedro fue directo, repitiendo, poco más o menos, lo<br />

proclamado esa mañana en el cenáculo. Quizá fueran las dos o dos y media <strong>de</strong><br />

la tar<strong>de</strong>.<br />

No hubo tregua. No hubo concesión.<br />

El parlamento rué calentando los ánimos. Simón, con una elocuencia envidiable,<br />

se centró en la gran noticia: Jesús <strong>de</strong> Nazaret, el crucificado, seguía<br />

vivo. Muchos <strong>de</strong> los allí presentes podían dar fe. Y explicó. Dio <strong>de</strong>talles. Invocó<br />

a los que llegaron a verlo en el yam y, esa misma mañana, en las atestadas<br />

calles <strong>de</strong> Jerusalén.<br />

La pasión, las estudiadas pausas y, <strong>de</strong> nuevo, la aplastante seguridad <strong>de</strong><br />

aquel galileo no tardaron en hacer efecto en una masa <strong>de</strong>sconcertada e incapaz<br />

<strong>de</strong> razonar.<br />

El lí<strong>de</strong>r, hábil, cedió la palabra a sus hermanos. Así fue como los Zebe<strong>de</strong>o,<br />

Mateo Leví, Felipe y Andrés entraron en liza, confirmando lo ya expuesto. Pero<br />

ninguno supo completar la brillante plática <strong>de</strong> Simón, con lo que constituía el<br />

alma <strong>de</strong>l mensaje <strong>de</strong> aquel «po<strong>de</strong>roso Resucitado»; «el hombre es un hijo <strong>de</strong><br />

Dios». El error se repetía.<br />

Los sacerdotes, inquietos, formaron corros, murmurando. Pero el magnetismo<br />

y la audacia <strong>de</strong> aquellos hombres doblegaron a la multitud. Se escucharon<br />

voces, solicitando perdón y consejo. No era el momento para <strong>de</strong>tenciones<br />

o polémicas. Y la casta sacerdotal, rabiosa y humillada, tuvo que retirarse.<br />

22


El hecho no pasó <strong>de</strong>sapercibido para los íntimos. Y se crecieron.<br />

El resto fue tan lógico como satisfactorio. Hacia la hora «décima» (las cuatro),<br />

por iniciativa <strong>de</strong> Juan Zebe<strong>de</strong>o, los radiantes «embajadores» tiraron <strong>de</strong>l<br />

gentío, invadiendo la gran piscina <strong>de</strong> Siloé, al sur <strong>de</strong> la ciudad. Allí, eufóricos<br />

-«casi en una nube»-, bautizaron a más <strong>de</strong> dos mil personas. Eso, al menos,<br />

fue lo que dijeron. Un bautismo en nombre <strong>de</strong>l «Señor Jesús»...<br />

Bien entrada la noche, agotados pero felices, se refugiaron <strong>de</strong> nuevo en el<br />

caserón <strong>de</strong> los Marcos. «El mundo -se <strong>de</strong>cían unos a otros- es nuestro.<br />

Preparemos la gloriosa vuelta <strong>de</strong>l Señor.»<br />

Por supuesto que no olvidé el intrigante asunto <strong>de</strong>l llamado «don <strong>de</strong> lenguas».<br />

Según Lucas, los íntimos <strong>de</strong>sconcertaron a la concurrencia, hablando en toda<br />

suerte <strong>de</strong> idiomas. Lenguas que, al parecer, no conocían.<br />

Al plantearlo volvieron las risas. Aquel griego <strong>de</strong> Tesalónica, en efecto, parecía<br />

haber perdido el juicio.<br />

-¿Otras lenguas?... Sí, Jasón, las <strong>de</strong> siempre. Las habituales...<br />

La información me <strong>de</strong>jó perplejo. En el fondo había creído al evangelista.<br />

¿Cuándo apren<strong>de</strong>ré?<br />

Lo sucedido, según me relataron, fue simple. Aquella lar<strong>de</strong>, en el atrio <strong>de</strong> los<br />

Gentiles, se congregaba una multitud <strong>de</strong> lo más variopinto. La fiesta <strong>de</strong>l<br />

«Shavuot» podía reunir en Jerusalén a más <strong>de</strong> diez mil peregrinos, llegados<br />

<strong>de</strong> toda la diáspora. De hecho, muchos <strong>de</strong> los que habían acudido a la Pascua,<br />

siete semanas antes, continuaban aún en la Ciudad Santa. Allí, en el Templo,<br />

según mis informantes, a<strong>de</strong>más <strong>de</strong> cientos <strong>de</strong> vecinos <strong>de</strong> la capital, se reunieron<br />

judíos y gentiles <strong>de</strong> Lidia, la Capadocia, Babilonia, Egipto, Tracia,<br />

Palmira, la Nabatea, Numidia, Creta, Roma, Cilicia y un larguísimo etcétera.<br />

Pues bien, siguiendo la costumbre <strong>de</strong>l Maestro -<strong>de</strong> esto, francamente, apenas<br />

sabía gran cosa-, los oradores, los cinco discípulos, intercalaron otros idiomas<br />

en sus respectivos discursos en arameo. Naturalmente, lenguas que conocían.<br />

A saber: griego (más exactamente koiné), latín y frases en arab, egipcio y<br />

siríaco.<br />

Lo encontré normal, teniendo en cuenta que muchos <strong>de</strong> los judíos que residían<br />

en el extranjero no hablaban arameo. Éstos, en cambio, sí comprendían<br />

la koiné, el griego «internacional» al que se recurría para casi todo: comercio,<br />

cultura, etc.<br />

Y volvemos al viejo tema. Muchos, creyentes o no, piensan hoy que los íntimos<br />

<strong>de</strong> Jesús eran unos patanes, sin la menor base intelectual. Lamentable<br />

error. Como tendré oportunidad <strong>de</strong> exponer más a<strong>de</strong>lante, los once galileos y<br />

el Iscariote (el único judío) habían acudido a las escuelas <strong>de</strong> las sinagogas y,<br />

aunque el nivel no podría equipararse al <strong>de</strong> nuestros «universitarios», sabían<br />

mantener una conversación <strong>de</strong> cierto rango, dominando, por supuesto, algunos<br />

idiomas. Por ejemplo, salvo los gemelos, que presentaban mayores<br />

dificulta<strong>de</strong>s, el resto se <strong>de</strong>fendía a la perfección en el mencionado griego<br />

23


«internacional». En latín, la lengua <strong>de</strong> Roma, aunque macarrónico y portuario,<br />

Mateo Leví, Judas, Bartolomé, Simón el Zelota, los Zebe<strong>de</strong>o y Tomás también<br />

eran capaces <strong>de</strong> enten<strong>de</strong>r y hacerse enten<strong>de</strong>r. Respecto al arab (árabe), muy<br />

extendido en Palestina y alre<strong>de</strong>dores, Bartolomé y el Zelota manejaban palabras<br />

y frases sueltas. Estos dos, en especial el «oso <strong>de</strong> Cana», sin duda uno<br />

<strong>de</strong> los más ilustrados, estaban en condiciones <strong>de</strong> aventurarse, incluso, en el<br />

difícil egipcio y en el siríaco, otro <strong>de</strong> los dialectos <strong>de</strong>l arameo.<br />

En suma, <strong>de</strong> «don <strong>de</strong> lenguas», nada <strong>de</strong> nada. En todo caso, un nuevo<br />

arrebato literario <strong>de</strong>l amigo Lucas.<br />

Y ya que el Destino parece empeñado en enfrentarme al «inefable» médico <strong>de</strong><br />

Antioquía me resisto a pasar por alto su increíble versión sobre los acontecimientos<br />

registrados en aquella memorable jornada que hoy llaman «Pentecostés».<br />

Ignoro quién le informó, pero lo cierto es que el responsable fue un total<br />

irresponsable. El servicio <strong>de</strong> Lucas a la Historia y a la comunidad <strong>de</strong> creyentes<br />

no pudo ser más negativo.<br />

Veamos por qué.<br />

Al escribir sobre la «sustitución <strong>de</strong> Judas» (Ac. 1, 15), el escritor sagrado (?)<br />

sigue confundiendo las fechas.<br />

«Uno <strong>de</strong> aquellos días -dice-, Pedro se puso en pie en medio <strong>de</strong> los hermanos...»<br />

¿Uno <strong>de</strong> aquellos días? Falso. Todo sucedió en la misma jornada, la <strong>de</strong>l jueves,<br />

18 <strong>de</strong> mayo (mes <strong>de</strong> sivan). Al leer el párrafo inmediatamente anterior<br />

-versículos 12 al 15-, uno comprueba que las fuentes <strong>de</strong>l evangelista <strong>de</strong>jaban<br />

mucho que <strong>de</strong>sear... Tras la «ascensión», los discípulos se retiraron a la casa<br />

<strong>de</strong> los Marcos, sí, pero la espera fue cuestión <strong>de</strong> horas, no <strong>de</strong> días.<br />

Acto seguido -Ac. 1, 16-23-, Lucas ofrece un discurso <strong>de</strong> Pedro que jamás fue<br />

pronunciado. Al menos, no en aquel cenáculo y en la referida mañana. Y dudo<br />

que Simón hablara nunca <strong>de</strong>l «campo comprado por el Iscariote». Él sabía que<br />

las monedas recibidas por Judas fueron arrojadas por el traidor en la sala <strong>de</strong><br />

los «cepillos», en el Templo, en un último y <strong>de</strong>sesperado intento <strong>de</strong> salvar al<br />

Maestro. No creo, insisto, que Pedro se atreviera a tergiversar aquel suceso.<br />

El evangelista, en cambio, a<strong>de</strong>más <strong>de</strong> alterar la suerte final <strong>de</strong> los treinta<br />

ciclos, lo pone en boca <strong>de</strong>l lí<strong>de</strong>r. Una afirmación, en fin, tan falsa como poco<br />

caritativa.<br />

Y el <strong>de</strong>sastre continúa...<br />

Al mencionar a Matías, sustituto <strong>de</strong> Judas, Lucas <strong>de</strong>forma <strong>de</strong> nuevo los hechos,<br />

ocultando parte <strong>de</strong> la verdad. Ni hubo oración previa a la «votación», ni el<br />

escritor advierte <strong>de</strong> las torcidas intenciones <strong>de</strong> Simón Pedro respecto a<br />

«Berseba», el segundo candidato. El lapsus, en parte, tiene una justificación.<br />

El discípulo <strong>de</strong> Pablo, al poner por escrito estos acontecimientos, no podía<br />

mancillar la imagen <strong>de</strong> uno <strong>de</strong> los fundadores <strong>de</strong>l movimiento al que perte-<br />

24


necía. ¿Cómo explicar a los creyentes que el carismático lí<strong>de</strong>r había <strong>de</strong>spreciado<br />

a un prosélito?<br />

Así se hace la Historia...<br />

Más a<strong>de</strong>lante, en el capítulo 2 <strong>de</strong> Hechos, el fantástico Lucas se dispara. Y<br />

dice:<br />

«Al llegar el día <strong>de</strong> Pentecostés, estaban todos reunidos en un mismo lugar.<br />

De repente vino <strong>de</strong>l cielo un ruido como el <strong>de</strong> una ráfaga <strong>de</strong> viento impetuoso,<br />

que llenó toda la casa en la que se encontraban. Se les aparecieron unas<br />

lenguas como <strong>de</strong> fuego que se repartieron y se posaron sobre cada uno <strong>de</strong><br />

ellos...»<br />

Inaudito.<br />

¿De dón<strong>de</strong> saca el evangelista el «ruido» y las «lenguas <strong>de</strong> fuego»? Por cierto,<br />

tampoco aclara si fueron doce o ciento veinte... Puesto a repartir «fuegos<br />

artificiales», no creo que el Espíritu hiciera restricciones...<br />

El suceso, como ya he dicho, fue más serio y profundo <strong>de</strong> lo que nos pinta<br />

Lucas. Pero, una vez más, estimó que «aquello» no era suficiente y que<br />

convenía adornarlo. Si realmente hubiera sucedido lo que afirma el escritor, el<br />

«ruido» y las «lenguas» habrían terminado por provocar un pánico generalizado<br />

y una <strong>de</strong>sbandada colectiva. El «<strong>de</strong>talle», sin embargo, no fue tenido en<br />

cuenta por el «inventor».<br />

Más confusión.<br />

A renglón seguido -versículos 4 al 14-, el evangelista, que no atranca, mezcla,<br />

inventa y <strong>de</strong>forma.<br />

«¿Don <strong>de</strong> lenguas?»<br />

Falso.<br />

¿Gente <strong>de</strong> Jerusalén que escuchó el impetuoso ruido y fueron congregarse<br />

ante la casa <strong>de</strong> los Marcos?<br />

Falso.<br />

Esos discursos, tras el advenimiento <strong>de</strong>l Espíritu <strong>de</strong> la Verdad, se pronunciaron<br />

en el Templo una hora y media más tar<strong>de</strong>.<br />

Sinceramente, no logro enten<strong>de</strong>rlo. No alcanzo a compren<strong>de</strong>r el porqué <strong>de</strong><br />

tanto <strong>de</strong>spiste. A no ser que Lucas no consiguiera hablar con los testigos<br />

presenciales -cosa que dudo- o que su memoria fallase. Cincuenta años era<br />

<strong>de</strong>masiado...<br />

Por supuesto, cabe también otra explicación, ya insinuada anteriormente:<br />

que el evangelista sí hubiera tenido puntual información, pero <strong>de</strong>seoso <strong>de</strong><br />

magnificar el lance e influenciado por las peregrinas i<strong>de</strong>as <strong>de</strong> su maestro,<br />

Pablo <strong>de</strong> Tarso, conviniera en modificar hechos y palabras «para mayor gloria<br />

<strong>de</strong> la primitiva iglesia». No era la primera vez que sucedía algo así, ni sería la<br />

última. Y he dicho bien. He hablado <strong>de</strong> «peregrinas i<strong>de</strong>as», refiriéndome a<br />

Pablo. Basta repasar una <strong>de</strong> sus epístolas (1 Cor. 14) para captar la obsesión<br />

<strong>de</strong> este, no lo dudo, bienintencionado artífice <strong>de</strong>l cristianismo sobre el célebre<br />

25


«don <strong>de</strong> lenguas». ¿Pudo estar ahí la «inspiración» que movió a Lucas una<br />

historia tan diferente? Como <strong>de</strong>cía el Maestro, «quien tenga oídos...».<br />

En cuanto al supuesto discurso <strong>de</strong>l lí<strong>de</strong>r -versículos 14 al 37 <strong>de</strong>l mencionado<br />

capítulo 2 <strong>de</strong> Hechos-, poco puedo añadir. La manipulación fue igualmente<br />

feroz.<br />

¿Quién podía burlarse <strong>de</strong> los discípulos, tachándoles <strong>de</strong> borrachos, si no<br />

existió el pretendido milagro <strong>de</strong> las lenguas?<br />

A Lucas, sin embargo, le da igual. Es posible que necesitase una excusa. Un<br />

inci<strong>de</strong>nte que le permitiera cuadrar la historia y sacar a relucir la cita justa. En<br />

este caso, <strong>de</strong>l profeta Joel. ¿Y por qué la cita justa? He ahí otra sutileza que<br />

termina <strong>de</strong>scubriendo los manejos <strong>de</strong>l evangelista. Fue a partir <strong>de</strong> Pentecostés<br />

cuando los íntimos y seguidores <strong>de</strong>l Maestro llegaron al convencimiento<br />

<strong>de</strong> que el retorno <strong>de</strong> Jesús era algo inminente. Una vuelta con gran po<strong>de</strong>r y<br />

majestad, escoltada por signos celestes. Y Lucas, que escribe medio siglo<br />

<strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la «ascensión», aprovecha el pasaje para <strong>de</strong>slizar una profecía<br />

que venía ni que pintada. Él, probablemente, continuaba creyendo en ese<br />

próximo retorno y no dudó en recordárselo a la iglesia primitiva, poniéndolo<br />

en boca <strong>de</strong> Pedro. El fallo, sin embargo, apenas perceptible, estuvo en la<br />

fecha. En ese jueves, 18 <strong>de</strong> mayo, nadie hablaba aún <strong>de</strong>l espectacular e<br />

inmediato regreso <strong>de</strong>l rabí. Eso fue posterior.<br />

Y necesitado, como digo, <strong>de</strong> una excusa -que justificase, a<strong>de</strong>más, el forzado<br />

«milagro» <strong>de</strong> los idiomas <strong>de</strong>sconocidos-, el escritor no tiene otra ocurrencia<br />

que situar el arranque <strong>de</strong>l discurso <strong>de</strong>l lí<strong>de</strong>r en la hora «tercia».<br />

¿Hora «tercia»? ¿Las nueve <strong>de</strong> la mañana?<br />

Si Lucas conversó con Pedro, con Juan Marcos, con Pablo o con otros testigos<br />

tuvo que saber -necesariamente- que el horario fue otro. Como ya <strong>de</strong>tallé en<br />

su momento, la <strong>de</strong>smaterialización (?) <strong>de</strong>l Resucitado en la falda <strong>de</strong>l monte <strong>de</strong><br />

las Aceitunas se produjo poco antes <strong>de</strong> las 8 horas. Y fue entre las 10 y las 11<br />

cuando, obe<strong>de</strong>ciendo la or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> Pedro, se congregaron en el hogar <strong>de</strong> los<br />

Marcos los ciento veinte hombres y mujeres que amaban a Jesús. La enigmática<br />

«presencia» -el Espíritu- inundó la sala <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la «sexta» (hacia<br />

las 13). A raíz <strong>de</strong> esto, el grupo se movilizó, dirigiéndose al Templo. Y fue al<br />

filo <strong>de</strong> la «nona» (15 horas) cuando los discípulos lanzaron sus discursos.<br />

Estoy seguro <strong>de</strong> que Lucas sabía todo esto, pero, si <strong>de</strong>seaba embellecerlo,<br />

qué mejor solución que la <strong>de</strong>l mosto a las nueve <strong>de</strong> la mañana...<br />

Lo dicho: un <strong>de</strong>sastre.<br />

En lo concerniente al contenido <strong>de</strong> dicho parlamento, amén <strong>de</strong> olvidar (?) que<br />

fueron cinco los que hablaron a la multitud, el evangelista coloca en boca <strong>de</strong><br />

Simón unos argumentos, citas y reflexiones que nunca existieron. Excepción<br />

hecha <strong>de</strong> las alusiones a la muerte y resurrección <strong>de</strong> Jesús, lo <strong>de</strong>más es<br />

irreconocible. No dudo <strong>de</strong> que el lí<strong>de</strong>r llegara a predicar esas y otras admoniciones<br />

en su dilatada carrera como embajador <strong>de</strong>l reino (más <strong>de</strong> treinta<br />

26


años), pero nunca en la mañana o en la tar<strong>de</strong> <strong>de</strong> ese jueves.<br />

En ambas oportunida<strong>de</strong>s, no me cansaré <strong>de</strong> insistir en ello, todos, absolutamente<br />

todos, se centraron en lo que, obviamente, los tenía perplejos: la<br />

<strong>de</strong>slumbrante realidad física <strong>de</strong>l Resucitado. Repito: aquello era un triunfo y<br />

los íntimos, no lo olvi<strong>de</strong>mos, seres humanos...<br />

Eso, y no otra cosa, fue lo que conmovió y <strong>de</strong>jó boquiabiertos a peregrinos y<br />

habitantes <strong>de</strong> la Ciudad Santa. Allí estaban los testigos, hombres y mujeres<br />

<strong>de</strong> fiar. Podían preguntar y lo hicieron. Ése fue el gran argumento. Si los<br />

oradores se hubieran limitado a las rimbombantes palabras que menciona<br />

Lucas -impropias, a<strong>de</strong>más, <strong>de</strong>l tosco Pedro-, lo más probable es que el<br />

<strong>de</strong>senlace habría sido otro. Los sacerdotes, por ejemplo, no hubieran consentido<br />

semejante <strong>de</strong>safío. La normativa <strong>de</strong>l Sanedrín contra los que dieran<br />

publicidad a la resurrección seguía en vigor. Si no actuaron fue, sencillamente,<br />

porque el pueblo se hallaba electrizado con la gran noticia. Pero, lamentablemente,<br />

esto no fue suficiente para algunos...<br />

Repasando, en fin, el <strong>de</strong>safortunado texto, uno tiene la sensación <strong>de</strong> que el<br />

evangelista, obe<strong>de</strong>ciendo, quizá, la «recomendación» <strong>de</strong> otros, procuró sublimar<br />

la imagen <strong>de</strong>l cuerpo apostólico..., <strong>de</strong>s<strong>de</strong> los primeros momentos. Alguien<br />

los calificó <strong>de</strong> hombres «sagrados» y hubo que mantener y <strong>de</strong>fen<strong>de</strong>r la<br />

i<strong>de</strong>a a toda costa. Parece como si el Espíritu <strong>de</strong> la Verdad sólo se hubiera<br />

<strong>de</strong>rramado sobre los doce...<br />

Esta hipótesis explicaría el porqué <strong>de</strong> unas no menos <strong>de</strong>safortunadas frases,<br />

atribuidas al lí<strong>de</strong>r, y que Lucas introduce en el mencionado discurso. Dudo <strong>de</strong><br />

que Pedro llegara a afirmar en público, y menos <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> sus compañeros,<br />

que «Dios había resucitado al Maestro y que la carne <strong>de</strong>l rabí no experimentaría<br />

la corrupción». Y digo que no creo en tales afirmaciones porque,<br />

como espero narrar más a<strong>de</strong>lante, los once tuvieron ocasión <strong>de</strong> escuchar <strong>de</strong><br />

labios <strong>de</strong>l propio Resucitado cómo el acto <strong>de</strong> volver a la vida era, en realidad,<br />

un atributo <strong>de</strong> la naturaleza divina <strong>de</strong> este Hijo <strong>de</strong> Dios. En otras palabras:<br />

que la resurrección <strong>de</strong> Jesús no <strong>de</strong>pendió <strong>de</strong> la voluntad <strong>de</strong>l Padre. Si Pedro,<br />

en esos instantes, hubiera dicho una cosa así habría faltado gravemente a la<br />

verdad. Otra cuestión es que el evangelista no supiera -o no quisiera saber<strong>de</strong><br />

este singular suceso e intentara presentar a Simón Pedro como a un<br />

profeta, como a un hombre «sagrado».<br />

¿Corrupción? He ahí otra incongruencia <strong>de</strong> Lucas. En esas fechas, ni Pedro, ni<br />

nadie, estaban en condiciones <strong>de</strong> saber lo ocurrido en la tumba. Para los<br />

seguidores <strong>de</strong>l Maestro, simplemente, el cadáver <strong>de</strong>sapareció. Más aún:<br />

Simón y los restantes testigos <strong>de</strong> las apariciones tuvieron la oportunidad <strong>de</strong><br />

verificar que aquel «cuerpo glorioso», en especial durante las primeras<br />

«presencias», poco o nada tenía que ver con el antiguo soporte físico <strong>de</strong>l<br />

Maestro. Nunca, que yo sepa, se aventuraron a hablar <strong>de</strong> <strong>de</strong>scomposición.<br />

Esa i<strong>de</strong>a, como otras, fructificó mucho <strong>de</strong>spués.<br />

27


Por último, el evangelista vuelve a pillarse los <strong>de</strong>dos en el versículo 21 <strong>de</strong>l<br />

catastrófico capítulo 2.<br />

«Y todo el que invoque el nombre <strong>de</strong>l Señor -afirma Pedro (?)- se salvará.»<br />

Lucas, como fue dicho, escribe este texto hacia el año 80 y olvida un casi<br />

insignificante «<strong>de</strong>talle» que, sin embargo, invalida el pasaje. La expresión<br />

«los que invocan el nombre <strong>de</strong>l Señor» sería acuñada por los cristianos algún<br />

tiempo <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> Pentecostés. Fue una especie <strong>de</strong> «marca <strong>de</strong> la casa». Una<br />

forma <strong>de</strong> <strong>de</strong>finirse. En aquellos iniciales momentos -cuando Lucas sitúa el<br />

discurso <strong>de</strong> Pedro-, ni el lí<strong>de</strong>r ni ningún otro hablaban así. Sería años más<br />

tar<strong>de</strong> cuando nacería el eslogan. No en aquel tergiversado jueves...<br />

Sirvan, pues, estas reflexiones como aviso a los navegantes. Dados los<br />

numerosos y graves errores -y lo escribo con todo respeto-, ¿cómo aceptar<br />

los evangelios como la palabra <strong>de</strong> Dios?<br />

Espero y <strong>de</strong>seo que el hipotético lector <strong>de</strong> estas memorias sepa juzgar por sí<br />

mismo...<br />

Ahora lo sé. La <strong>de</strong>cisión fue provi<strong>de</strong>ncial. El Destino sabe siempre lo que<br />

hace...<br />

Perfiladas las indagaciones sobre Pentecostés, poco faltó para que emprendiera<br />

viaje <strong>de</strong> retorno a Nazaret. Pero la insistencia y el cariño <strong>de</strong> los Marcos<br />

me obligaron a ce<strong>de</strong>r, prolongando mi estancia en Jerusalén hasta mediados<br />

<strong>de</strong> junio.<br />

Sí, la casualidad no existe...<br />

Merced a esta circunstancia, quien esto escribe tendría la excelente oportunidad<br />

<strong>de</strong> ser testigo <strong>de</strong> una serie <strong>de</strong> acontecimientos inéditos para mí y,<br />

supongo, para los que se consi<strong>de</strong>ran creyentes. Unos sucesos <strong>de</strong> especial<br />

trascen<strong>de</strong>ncia que, obviamente, no podían ser recogidos por los evangelistas.<br />

Y no porque no tuvieran noticias <strong>de</strong> ellos, sino por la <strong>de</strong>licada naturaleza <strong>de</strong><br />

los mismos.<br />

Trataré <strong>de</strong> or<strong>de</strong>narlos, tal y como sucedieron, y <strong>de</strong> sintetizarlos. La verdad es<br />

que me asusta lo poco que me resta <strong>de</strong> vida..., y lo mucho que aún tengo que<br />

contar.<br />

El primero <strong>de</strong> estos hechos apareció nítido e implacable a las pocas horas <strong>de</strong>l<br />

advenimiento <strong>de</strong>l Espíritu. Pedro fue el gran impulsor. En los días que siguieron<br />

a Pentecostés, el entusiasta lí<strong>de</strong>r y varios <strong>de</strong> los íntimos continuaron<br />

predicando y conversando con cuantos <strong>de</strong>seaban saber sobre la resurrección.<br />

Y fue en esos discursos y charlas don<strong>de</strong> se perfiló la i<strong>de</strong>a. Los discípulos<br />

malinterpretaron las palabras <strong>de</strong>l Resucitado sobre su segunda venida a la<br />

Tierra y nació el error. Si el Maestro había afirmado que regresaría -y así fue-,<br />

eso significaba que la vuelta era segura..., e inminente. Jesús <strong>de</strong> Nazaret<br />

acababa <strong>de</strong> marchar junto al Padre para preparar la <strong>de</strong>finitiva entronización<br />

<strong>de</strong>l reino en el mundo. El asunto estaba claro. El nuevo or<strong>de</strong>n universal era<br />

28


cuestión <strong>de</strong> días o semanas...<br />

Y la euforia se disparó.<br />

Pero la equivocación fue más allá...<br />

Movidos por la mejor voluntad, <strong>de</strong>seosos <strong>de</strong> allanar el camino <strong>de</strong>l Señor y <strong>de</strong><br />

crear un propicio ambiente <strong>de</strong> hermandad, se lanzaron a una febril labor <strong>de</strong><br />

ayuda y reparación <strong>de</strong> injusticias. Y no quedó mendigo, indigente o necesitado<br />

en Jerusalén que no recibiera dinero o alimentos. Fue la locura. Invocando esa<br />

próxima parusía, muchos <strong>de</strong> los seguidores vendieron sus tierras, casa y<br />

propieda<strong>de</strong>s, repartiendo las riquezas entre los hermanos menos afortunados.<br />

Nada era <strong>de</strong> nadie y todo <strong>de</strong> todos.<br />

Si el «Señor Jesús» -como empezaban a llamar al Maestro- estaba a punto <strong>de</strong><br />

volver, y la Tierra sería equilibrio y bienestar, ¿qué sentido tenía el dinero?<br />

De poco sirvieron los sensatos llamamientos <strong>de</strong> gente como José <strong>de</strong> Arimatea,<br />

Bartolomé, María Marcos y la propia Señora, entre otros. Las peticiones <strong>de</strong><br />

pru<strong>de</strong>ncia eran como zumbidos <strong>de</strong> moscas en los oídos <strong>de</strong> aquellos exaltados.<br />

Nadie escuchaba. Yo, entristecido, no tuve más remedio que permanecer al<br />

margen.<br />

Naturalmente, como <strong>de</strong>mostraría la Historia, Jesús <strong>de</strong> Nazaret no retornó. El<br />

resto no es difícil <strong>de</strong> imaginar. La catástrofe fue inevitable. El Maestro no<br />

volvía y el mundo continuaba rodando...<br />

De este importante suceso, sin embargo, ninguno <strong>de</strong> los escritores sagrados<br />

(?) dice nada. No hace falta ser muy <strong>de</strong>spierto para enten<strong>de</strong>r por qué...<br />

Y ya que menciono tan trágica circunstancia, que provocaría infinidad <strong>de</strong><br />

conflictos y fricciones, no silenciaré un pensamiento que me ronda <strong>de</strong>s<strong>de</strong><br />

entonces. ¿Pudo ser ésta una <strong>de</strong> las causas que propició la casi absoluta falta<br />

<strong>de</strong> información sobre la faceta humana <strong>de</strong> Jesús? ¿Fue la firme creencia en el<br />

inmediato regreso <strong>de</strong>l Maestro la que restó importancia a los años anteriores<br />

a su vida <strong>de</strong> predicación?<br />

El ambiente, en fin, fue enrareciéndose y algunos <strong>de</strong> los íntimos y fieles<br />

seguidores <strong>de</strong>l rabí <strong>de</strong> Galilea terminaron por <strong>de</strong>spedirse, abandonando Jerusalén.<br />

A primeros <strong>de</strong> junio, por ejemplo, los gemelos <strong>de</strong> Alfeo, la Señora y<br />

Santiago, su hijo, marchaban hacia el yam. Juan Zebe<strong>de</strong>o los acompañó y<br />

quien esto escribe, francamente, se sintió aliviado. Aunque no tuve que soportar<br />

sus habituales <strong>de</strong>splantes, jamás me dirigió la palabra en aquellos días.<br />

Fue el único al que no me atreví a interrogar.<br />

Segundo suceso.<br />

Todo arrancó con Mateo Leví, el antiguo recaudador <strong>de</strong> impuestos. Recuerdo<br />

que, a los pocos días <strong>de</strong> la irrupción <strong>de</strong>l Espíritu en el cenáculo, el serio y parco<br />

galileo nos sorprendió a todos. Había empezado a escribir. Y lo hacía sin<br />

<strong>de</strong>scanso.<br />

Cuando me acerqué a él y, solícito y feliz, me tendió las hojas, quedé <strong>de</strong>sconcertado.<br />

En un pulcro arameo acababa <strong>de</strong> iniciar una especie <strong>de</strong> diario o<br />

29


memorias en torno a los trágicos días <strong>de</strong> la pasión y muerte <strong>de</strong> Jesús <strong>de</strong><br />

Nazaret. Aunque superficial, el relato se ajustaba a la verdad. O mucho me<br />

equivocaba o aquel texto era el primero <strong>de</strong> los que, con los años, constituirían<br />

el legado <strong>de</strong> los evangelistas sobre las enseñanzas <strong>de</strong>l Maestro.<br />

Lo interrogué con curiosidad y comprendí que estaba <strong>de</strong>cidido a poner por<br />

escrito lo más granado <strong>de</strong> cuanto había visto, escuchado y sentido junto a su<br />

adorado rabí.<br />

La recién estrenada aventura literaria <strong>de</strong> Mateo no pasó <strong>de</strong>sapercibida. Y poco<br />

a poco, casi todos <strong>de</strong>sfilaron por la sala superior <strong>de</strong>l hogar <strong>de</strong> los Marcos,<br />

leyendo el manuscrito. Las reacciones, sin embargo, no fueron unánimes.<br />

Aunque la mayoría aprobó el rigor y la precisión <strong>de</strong>l contenido, tres <strong>de</strong> los<br />

discípulos mostraron una clara oposición al hecho físico <strong>de</strong> la redacción.<br />

Bartolomé, el Zelota y Tomás, en contra <strong>de</strong> Mateo, argumentaron en primer<br />

lugar:<br />

«Si el Maestro estaba a punto <strong>de</strong> retornar, ¿por qué per<strong>de</strong>r el tiempo escribiendo<br />

sobre su vida y enseñanzas? Él se encargaría <strong>de</strong> recordarlo todo...»<br />

«El "Señor Jesús" -dijeron- no aprobaría una cosa así... Sabes bien que, en<br />

vida, repitió que no <strong>de</strong>seaba ver sus palabras por escrito.»<br />

La afirmación, rotunda, me <strong>de</strong>sconcertó. De eso tampoco sabía nada. Ciertamente,<br />

el rabí, que yo supiera, no <strong>de</strong>jó escritos. Al menos <strong>de</strong> su puño y letra.<br />

Pero la advertencia <strong>de</strong> los discípulos a Mateo no encajaba con algo que este<br />

explorador había visto: los manuscritos dictados por Jesús al Zebe<strong>de</strong>o padre.<br />

Sí, aquello era una contradicción...<br />

Pero tendríamos que esperar al ansiado tercer «salto» para resolver el enigma.<br />

Bartolomé y los <strong>de</strong>más, por supuesto, no captaron las auténticas intenciones<br />

<strong>de</strong> Jesús.<br />

La cuestión es que, haciendo caso omiso, Mateo Leví prosiguió su labor. Y<br />

nadie volvió a molestarle.<br />

Curioso. Tiempo atrás, un inci<strong>de</strong>nte así hubiera provocado, con seguridad,<br />

una agria disputa. Pues bien, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> aquel bendito Pentecostés, no me cansaré<br />

<strong>de</strong> insistir en ello, los íntimos se tornaron menos agresivos. Hubo polémicas y<br />

discusiones, pero jamás cayeron en los viejos insultos o en las <strong>de</strong>scalificaciones<br />

personales. La extraña «presencia» los cambió radicalmente. No creo<br />

que exagere si afirmo que aprendieron más en unos pocos días que en los<br />

cuatro años <strong>de</strong> convivencia con el Galileo...<br />

Cuando este explorador abandonó Jerusalén, el esforzado Mateo seguía enfrascado<br />

en su proyecto. Supongo que, con el tiempo, llegaría a ultimarlo.<br />

Después, al leer lo que actualmente aparece en el evangelio que lleva su<br />

nombre, volví a sorpren<strong>de</strong>rme. También ese texto es irreconocible.<br />

El tercer y significativo acontecimiento no tardaría en llegar. En realidad,<br />

según se mire, fue una consecuencia <strong>de</strong>l anterior.<br />

En una reacción muy humana y comprensible, Andrés, hermano <strong>de</strong> Simón<br />

30


Pedro, adoptó una iniciativa similar a la <strong>de</strong> Mateo Leví. Escribiría, sí. Pondría<br />

por escrito sus muchos e intensos recuerdos. Y se lanzó al trabajo.<br />

Al principio, todo fue bien. Mejor dicho, casi bien. Bartolomé, Tomás y Simón<br />

el Zelota protestaron <strong>de</strong> nuevo. El resultado, sin embargo, fue idéntico. Andrés<br />

lo tenía muy claro.<br />

El verda<strong>de</strong>ro problema aparecería en la segunda semana <strong>de</strong> junio cuando, al<br />

leer en voz alta las palabras <strong>de</strong>l Resucitado en su última aparición, Andrés<br />

olvidó el gran mensaje sobre la paternidad <strong>de</strong> Dios y la filiación <strong>de</strong> los<br />

hombres.<br />

Ahí surgió el conflicto.<br />

El «oso <strong>de</strong> Cana» le hizo ver que estaba suprimiendo lo que más interesaba al<br />

Maestro. Tenía razón. Y aunque el complaciente Andrés prometió enmendar el<br />

lapsus, la amonestación terminó provocando una <strong>de</strong>nsa e interminable discusión<br />

en la que el lí<strong>de</strong>r se manifestó abiertamente contra Bartolomé. No era<br />

aquello lo que atraía a las masas. No era esa revolucionaria i<strong>de</strong>a la que<br />

arrastraba cada día a cientos <strong>de</strong> judíos y gentiles al bautismo. No era eso, en<br />

<strong>de</strong>finitiva, lo que Pedro y su grupo predicaban diariamente. Era el Jesús vivo,<br />

resucitado, po<strong>de</strong>roso y triunfador lo que les había colocado en boca <strong>de</strong> todo<br />

Jerusalén.<br />

No, no cambiarían...<br />

Bartolomé y los otros dos, pacientes, con serenidad, intentaron centrar la<br />

cuestión. Y asistí maravillado a la exposición <strong>de</strong> unos argumentos irreprochables.<br />

He aquí los que me parecieron más solemnes y certeros:<br />

«El Maestro -clamó Bartolomé- nos enseñó que el hombre pue<strong>de</strong> sostener una<br />

relación directa con el Padre, con Dios... No importa que sea pobre, rico, ignorante<br />

o pecador... ¿Es que no veis que éste es el gran triunfo?»<br />

Pero el lí<strong>de</strong>r, secundado en la polémica por Felipe, Santiago <strong>de</strong> Zebe<strong>de</strong>o y<br />

Mateo, no retrocedió. Nunca me expliqué el súbito cambio <strong>de</strong>l antiguo recaudador<br />

<strong>de</strong> impuestos en este crucial asunto. Como se recordará, en otra <strong>de</strong><br />

las encendidas disputas en el yam, Mateo Leví se manifestó a favor <strong>de</strong> la<br />

predicación <strong>de</strong> la mencionada paternidad <strong>de</strong> Dios.<br />

No conviene olvidarlo. Aquellos hombres, a pesar <strong>de</strong> lo que llevaban visto y<br />

oído, eran judíos. Acataban la Ley, y lo expuesto por Bartolomé rechinaba en<br />

su interior. La Tora no hablaba <strong>de</strong> esa increíble, casi blasfema, relación entre<br />

Yavé y los seres humanos. En contra <strong>de</strong> lo que les enseñó Jesús, continuaban<br />

pensando que la obediencia a esa Ley sí que provocaba la respuesta <strong>de</strong> Dios.<br />

Bartolomé insistió:<br />

«Jesús fue muy claro. La salvación no <strong>de</strong>pen<strong>de</strong> <strong>de</strong> la obediencia a la Ley, sino<br />

<strong>de</strong> la fe...»<br />

No hubo forma. Supongo que, a<strong>de</strong>más <strong>de</strong>l <strong>de</strong>slumbramiento que llevó consigo<br />

el fenómeno <strong>de</strong> la resurrección, Pedro y el resto <strong>de</strong> la oposición intuyeron que<br />

31


el gran mensaje sólo traería dificulta<strong>de</strong>s en el angosto marco en el que, <strong>de</strong><br />

momento, tenían que vivir y <strong>de</strong>senvolverse. De hecho, si uno contempla la<br />

historia <strong>de</strong> la primitiva iglesia, observará que el lí<strong>de</strong>r y sus hermanos se<br />

movieron durante años en las estrictas coor<strong>de</strong>nadas que marcaba la religión<br />

judía.<br />

-El siguiente planteamiento -esta vez a cargo <strong>de</strong>l Zelota- fue rechazado sin<br />

contemplaciones.<br />

«¿Es que no veis que el Maestro nos está proporcionando una religión sin<br />

ca<strong>de</strong>nas, sin castas sacerdotales y sin miedos? Una religión por y para el<br />

alma...»<br />

Y Tomás añadió:<br />

«¿Cuántas veces lo repitió el rabí? El evangelio <strong>de</strong>l reino nada tiene que ver<br />

con viejas leyes, razas o culturas...»<br />

La batalla dialéctica parecía perdida...<br />

Aun así, echando mano <strong>de</strong> «algo» que todos aceptaban, Bartolomé esgrimió<br />

con agu<strong>de</strong>za:<br />

«El Espíritu <strong>de</strong> la Verdad nos ha visitado. Pues bien, ¿no comprendéis que uno<br />

<strong>de</strong> sus propósitos es purificar las almas y <strong>de</strong>spejar las mentes? ¿No entendéis<br />

que, a partir <strong>de</strong> ahora, nuestro trabajo se resume en hacer la voluntad <strong>de</strong>l<br />

Padre?»<br />

Y subrayó con energía:<br />

«...¿Qué más gloria, sabiduría y triunfo podéis esperar?»<br />

La «oposición» replicó convencida:<br />

«Olvidas que el Señor Jesús ha vencido a la muerte. Ése es el gran triunfo...<br />

Eso es lo que todos <strong>de</strong>ben saber. Ésa es la voluntad <strong>de</strong>l Padre.»<br />

Bartolomé, impotente, negó una y otra vez. Por último, <strong>de</strong>salentado, clamó:<br />

«¡Yo os diré cuál es esa voluntad!... Cumplir los <strong>de</strong>seos <strong>de</strong>l Maestro... Es <strong>de</strong>cir,<br />

proclamar al mundo que somos hijos <strong>de</strong> un Dios... ¡Hijos <strong>de</strong> un Dios!»<br />

Pero el lí<strong>de</strong>r, eufórico, <strong>de</strong>svió el certero planteamiento.<br />

«¡Eso hacemos, querido "oso"... Eso predicamos... - ¡Dios es el Padre <strong>de</strong>l<br />

Señor Jesús!...»<br />

Simón llevaba razón..., hasta cierto punto. Al fin habían comprendido el<br />

oscuro asunto <strong>de</strong> la divinidad <strong>de</strong>l Maestro. Sin embargo, como señalaba<br />

Bartolomé, la segunda parte <strong>de</strong>l misterio -la paternidad <strong>de</strong> Dios para con los<br />

humanos- escapó a su entendimiento. El grupo parecía con<strong>de</strong>nado a «fabricar»<br />

una hermandad <strong>de</strong> creyentes en la figura <strong>de</strong>l «Señor Jesús», olvidando<br />

la otra «hermandad»: la <strong>de</strong> un mundo sin rangos ni distinciones en el<br />

que todos se supieran hijos <strong>de</strong>l Padre. Fue una lástima..<br />

Y no me equivoqué. A juzgar por los resultados, Pedro y los suyos mantuvieron<br />

la postura inicial, adorando al Galileo y transformándolo en un ejemplo<br />

a seguir. Estaba asistiendo al nacimiento <strong>de</strong> una secta que, años <strong>de</strong>spués,<br />

bajo el genio organizativo <strong>de</strong> Pablo, se convertiría en lo que hoy llaman<br />

32


«iglesia». Se confun<strong>de</strong>n cuantos han supuesto, y suponen, que la iglesia se<br />

fraguó con Jesús o en los días que siguieron a Pentecostés. Aquello, al menos<br />

hasta don<strong>de</strong> alcancé a conocer, no era una organización, tal y como hoy<br />

concebimos. No había jerarquías. A lo sumo, el reconocimiento implícito <strong>de</strong> un<br />

lí<strong>de</strong>r. No existía ritual alguno. Sólo un <strong>de</strong>seo sincero, aunque utópico, <strong>de</strong><br />

compartirlo todo y <strong>de</strong> pregonar las excelencias <strong>de</strong>l Maestro.<br />

Y la ruptura fue irreversible. Las posturas, tan claras como encontradas, no<br />

cedieron un milímetro. Hablaron, sí, pero el abismo, lejos <strong>de</strong> <strong>de</strong>saparecer, fue<br />

ensanchándose. El cisma estaba servido.<br />

Naturalmente, ni uno solo <strong>de</strong> los evangelistas menciona estos lamentables<br />

acontecimientos. Unos sucesos que dividían al primitivo colegio apostólico en<br />

dos bandos irreconciliables <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el punto <strong>de</strong> vista estrictamente «teológico».<br />

De un lado, Pedro, su hermano Andrés, Santiago Zebe<strong>de</strong>o, Felipe y Mateo Leví.<br />

A éstos se uniría poco <strong>de</strong>spués Juan Zebe<strong>de</strong>o. En el otro extremo, formando<br />

un segundo «clan», Bartolomé, Tomás y Simón el Zelota. Tanto los gemelos<br />

<strong>de</strong> Alteo como Matías se mantuvieron en una tierra <strong>de</strong> nadie, alejados <strong>de</strong> toda<br />

actividad apostólica.<br />

¿Escribir sobre el distanciamiento <strong>de</strong> unos hombres que habían estado en<br />

íntimo contacto con el Hijo <strong>de</strong> Dios? ¿Aclarar que el carismático Pedro renunció<br />

al gran mensaje <strong>de</strong> Jesús? ¿Airear el cisma? ¿Reconocer que seis <strong>de</strong> los<br />

apóstoles se equivocaron?<br />

Imposible. Esto hubiera lastimado la imagen <strong>de</strong> la naciente iglesia, propiciando<br />

disensiones y <strong>de</strong>sór<strong>de</strong>nes. Demasiado humildad para alguien que se<br />

consi<strong>de</strong>raba en posesión <strong>de</strong> la verdad...<br />

Y como era previsible, el bando minoritario no tuvo opción: tendría que<br />

abandonar Jerusalén.<br />

Recuerdo que sostuve largas conversaciones con los tres. ¿Cuáles eran sus<br />

intenciones? ¿Renunciarían a la predicación?<br />

El «oso <strong>de</strong> Cana» fue rotundo. Primero solicitaría consejo <strong>de</strong> los hermanos que<br />

residían en Fila<strong>de</strong>lfia, al otro lado <strong>de</strong>l Jordán. Lázaro era uno <strong>de</strong> ellos. Después,<br />

si ésa era la voluntad <strong>de</strong>l Padre, marcharía lejos. Quizá hacia el este. Allí<br />

anunciaría la buena nueva sobre la paternidad <strong>de</strong> Dios y la filiación <strong>de</strong> los<br />

hombres. La verdad es que Bartolomé, aunque lógicamente entristecido por<br />

el rumbo <strong>de</strong> los acontecimientos, habló con serenidad. Sabía lo que quería. En<br />

su corazón, a<strong>de</strong>más, pesaban ahora, con gran fuerza, las proféticas palabras<br />

<strong>de</strong>l Maestro en la «última cena». Unas palabras, a manera <strong>de</strong> <strong>de</strong>spedida, que<br />

no había olvidado y que me recordó puntualmente:<br />

«... Cuando me haya ido -le manifestó Jesús-, pue<strong>de</strong> que tu franqueza interfiera<br />

en las relaciones con tus hermanos, tanto con los antiguos como con<br />

los nuevos...<br />

«... Dedica tu vida a <strong>de</strong>mostrar que el discípulo conocedor <strong>de</strong> Dios pue<strong>de</strong><br />

llegar a ser un constructor <strong>de</strong>l reino, incluso cuando esté solo y separado <strong>de</strong><br />

33


sus hermanos creyentes...<br />

»... Sé que serás fiel hasta el final...<br />

»... Arrastráis el precepto <strong>de</strong> la tradición judía y os empeñáis en interpretar mi<br />

evangelio <strong>de</strong> acuerdo a las enseñanzas <strong>de</strong> los escribas y fariseos...<br />

»...Lo que ahora no podéis compren<strong>de</strong>r, el nuevo maestro, cuando haya<br />

venido, os lo revelará en esta vida...».<br />

A qué ocultarlo. Una vez más quedé maravillado ante el po<strong>de</strong>r <strong>de</strong> aquel<br />

Hombre. ¿Cómo podía saber lo que ocurriría a los dos meses <strong>de</strong> la emotiva e<br />

histórica <strong>de</strong>spedida? La pregunta, lo sé, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> lo que llevaba vivido, era<br />

una solemne estupi<strong>de</strong>z...<br />

Tomás, por su parte, replicó en el mismo tono que el «oso <strong>de</strong> Cana». La <strong>de</strong>cisión<br />

<strong>de</strong> separarse <strong>de</strong> sus antiguos compañeros era dolorosa, pero no había<br />

alternativa. Cumpliría el mandato <strong>de</strong>l rabí. Hablaría <strong>de</strong>l Padre a los gentiles.<br />

Quizá se tomase un <strong>de</strong>scanso. Después, ya veríamos...<br />

A <strong>de</strong>cir verdad, nunca supe <strong>de</strong> él. Algunas tradiciones aseguran que se dirigió<br />

a Chipre, Creta y Sicilia, visitando, incluso, la costa norte <strong>de</strong> África. Pero sólo<br />

son suposiciones. La realidad es que, un día <strong>de</strong> aquel caluroso mes <strong>de</strong> sivan,<br />

creo recordar que el domingo, 10, el que había sido el escéptico <strong>de</strong>l grupo<br />

<strong>de</strong>sapareció en solitario y sin <strong>de</strong>spedidas. Algo muy propio <strong>de</strong> Tomás...<br />

En cuanto al antiguo guerrillero -Simón el Zelota-, comulgando con la opinión<br />

<strong>de</strong> los dos anteriores, <strong>de</strong>jó hacer al Padre. Por nada <strong>de</strong>l mundo traicionaría al<br />

Maestro. Él también guardaba en la memoria las certeras y lapidarias frases<br />

que le <strong>de</strong>dicó el rabí en aquella memorable <strong>de</strong>spedida, en la noche <strong>de</strong>l 6 <strong>de</strong><br />

abril...<br />

«... ¿Qué haréis cuando me marche y <strong>de</strong>spertéis al fin y os <strong>de</strong>is cuenta <strong>de</strong> que<br />

no habéis comprendido el significado <strong>de</strong> mi enseñanza y que tenéis que<br />

ajustar vuestros conceptos erróneos a otra realidad?<br />

»... Siempre serás mi apóstol, Simón, y cuando llegues a ver con el ojo <strong>de</strong>l<br />

espíritu y sometas plenamente tu voluntad a la <strong>de</strong>l Padre <strong>de</strong>l cielo, entonces<br />

volverás a trabajar como mi embajador...»<br />

Simón tampoco dudó. Era el momento. El Espíritu <strong>de</strong> la Verdad le abrió los<br />

ojos. Y ahora se burlaba <strong>de</strong> sí mismo y <strong>de</strong> sus torpes i<strong>de</strong>as sobre un reino<br />

material y un Mesías guerrero y libertador. El mensaje aparecía muy claro en<br />

su interior: «Era preciso <strong>de</strong>spertar a la gran esperanza. Era menester que el<br />

mundo supiera <strong>de</strong> aquel Dios. Un Padre radiante y benigno, todo amor, que<br />

nos estaba regalando la vida. En el fondo era sencillo. Todo consistía en hacer<br />

su voluntad...»<br />

Y él lo haría. Para empezar entraría en Egipto. Después, quién sabe...<br />

Nunca más volví a verlos..., en aquel «ahora».<br />

El miércoles, 14, una noticia proce<strong>de</strong>nte <strong>de</strong> Caná sacudió a los íntimos. Era la<br />

segunda muerte en algo más <strong>de</strong> treinta días. Primero fue la <strong>de</strong> Elías Marcos y<br />

ahora la <strong>de</strong>l padre <strong>de</strong> Bartolomé.<br />

34


Y el «oso», acompañado por el Zelota y por quien esto escribe, partió hacia su<br />

al<strong>de</strong>a natal. Des<strong>de</strong> allí, según explicó, se dirigiría a la resi<strong>de</strong>ncia <strong>de</strong> un tal<br />

Abner, en Fila<strong>de</strong>lfia (actual Amán).<br />

En cuanto a su compañero <strong>de</strong> viaje, sencillamente, tras la <strong>de</strong>spedida en<br />

Nazaret, le perdí la pista.<br />

Lo que estaba claro para quien esto escribe es que ninguno <strong>de</strong> los «disi<strong>de</strong>ntes»<br />

-Bartolomé, Tomás y Simón el Zelota- llegó a participar, directa o<br />

indirectamente, en la posterior edificación <strong>de</strong> la llamada iglesia <strong>de</strong> los cristianos.<br />

Creo, incluso, que jamás volvieron a reunirse. Una iglesia, por cierto,<br />

que sería <strong>de</strong>finitivamente diseñada, no por Pedro y su grupo, sino por aquel<br />

genio <strong>de</strong>l marketing llamado Pablo. A él y a los griegos se <strong>de</strong>be en realidad lo<br />

que hoy constituye la Iglesia Católica. El inteligente Pablo, haciendo suyas las<br />

premisas que vencieron en los días posteriores a la llegada <strong>de</strong>l Espíritu, forjó<br />

una religión cuyo objetivo básico era la glorificación <strong>de</strong>l Maestro. Lamentablemente,<br />

el gran mensaje, el que propició el cisma, fue enterrado. Y así<br />

continúa..., veinte siglos <strong>de</strong>spués. Pero esta historia me llevaría muy lejos,<br />

apartándome <strong>de</strong> lo que me ha sido encomendado.<br />

Mi trabajo en la Ciudad Santa tocaba a su fin. En realidad sólo restaba poner<br />

or<strong>de</strong>n en otro «capítulo». Un «capítulo», lo reconozco, que me tenía obsesionado<br />

y que iba engordando día a día. Un «capítulo» espectacular, igualmente<br />

cercenado por los evangelistas. Me refiero, claro está, a las numerosas<br />

apariciones <strong>de</strong>l Maestro tras su muerte en la cruz...<br />

Des<strong>de</strong> que llegué a Jerusalén, las noticias sobre las increíbles «presencias»<br />

<strong>de</strong>l Resucitado se sucedían casi sin interrupción. Procedían <strong>de</strong> todas partes.<br />

Al principio me resistí. Aquello era una locura. Alguien, probablemente, estaba<br />

tabulando. Quizá el hecho <strong>de</strong> la resurrección trastornó las mentes...<br />

Pero no. El equivocado era yo.<br />

Conforme fui interrogando a los mensajeros comprobé que sus testimonios<br />

eran sólidos. No pu<strong>de</strong> hallar contradicciones. Algo extraño, fuera <strong>de</strong> lo común,<br />

en efecto, había sucedido en esos cuarenta días.<br />

Los íntimos y <strong>de</strong>más seguidores <strong>de</strong>l rabí se reunían en torno a estos «correos»<br />

y escuchaban, felices y embelesados, los sucesivos relatos. Cada historia fue<br />

un chorro <strong>de</strong> oxígeno que renovó la certeza <strong>de</strong> todos, fortaleciendo i<strong>de</strong>as y las<br />

diarias predicaciones <strong>de</strong> Pedro y su grupo. En cierto modo, las apariciones<br />

parecían dar la razón al lí<strong>de</strong>r. Aquello era físico. Palpable. Deslumbrante.<br />

Aquello removía los corazones. Hacía palpitar a las gentes. Provocaba la<br />

polémica. Entusiasmaba...<br />

Y poco a poco conseguí or<strong>de</strong>nar el galimatías, reuniendo, creo, una información<br />

exhaustiva sobre el particular. Pero, antes <strong>de</strong> proce<strong>de</strong>r a comentar<br />

estos fascinantes sucesos, entiendo que es bueno que el hipotético lector <strong>de</strong><br />

este diario tenga cumplida cuenta <strong>de</strong> los hechos. Algunas <strong>de</strong> las «presencias»,<br />

35


ya <strong>de</strong>talladas en páginas anteriores, han sido reducidas a la mínima expresión.<br />

"Es mi <strong>de</strong>ber aclarar igualmente que no todas las apariciones pudieron ser<br />

investigadas por quien esto escribe-. La falta <strong>de</strong> tiempo y lo alejado <strong>de</strong> algunos<br />

escenarios lo impidieron. Sin embargo, como digo, nunca he Dudado<br />

<strong>de</strong> la credibilidad <strong>de</strong> los testigos. Sencillamente, no había razón para sospechar<br />

<strong>de</strong> gentiles y judíos que se hallaban separados por tantos kilómetros y<br />

que, no obstante, contaban prácticamente lo mismo.<br />

Dicho esto, intentaré enumerar, en riguroso or<strong>de</strong>n cronológico, lo que vieron<br />

y escucharon cientos <strong>de</strong> hombres y mujeres entre la madrugada <strong>de</strong>l domingo,<br />

9 <strong>de</strong> abril, y las primeras horas <strong>de</strong> la mañana <strong>de</strong>l jueves, 18 <strong>de</strong> mayo, <strong>de</strong> ese<br />

año 30 <strong>de</strong> nuestra era.<br />

9 DE ABRIL<br />

1ª. - Poco antes <strong>de</strong>l alba (alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> las 5.47 horas). Huerto <strong>de</strong> José <strong>de</strong><br />

Arimatea. Testigos: María, la <strong>de</strong> Magdala, y otras cuatro mujeres. Observan a<br />

«un hombre con ropas nevadas y el rostro, cabellos y pies como el cristal».<br />

Reconocen la voz <strong>de</strong>l Maestro. Cuando la Magdalena intenta abrazarlo, el<br />

Resucitado se lo impi<strong>de</strong>: «No soy el que has conocido en la carne.»<br />

Duración: unos cinco minutos.<br />

2ª. - Hacia las 9.35 horas. También en la plantación <strong>de</strong>l anciano <strong>de</strong> Arimatea,<br />

en las afueras <strong>de</strong> Jerusalén. Único testigo: la Magdala. Describe al Resucitado<br />

como un «extranjero con túnica y manto nevados». Reconoce la voz <strong>de</strong> Jesús.<br />

Duración: segundos.<br />

3ª. -Hora «sexta» (mediodía), poco más o menos. Betania. Jardín <strong>de</strong> la<br />

hacienda <strong>de</strong> la familia <strong>de</strong> Lázaro. El Resucitado se presenta ante Santiago, su<br />

hermano. «Me recordó una nube. O quizá humo... Era una masa brumosa que,<br />

partiendo <strong>de</strong> la cabeza, fue mol<strong>de</strong>ando una figura... Y poco a poco, la nube se<br />

convirtió en un hombre.» El testigo no reconoce al Maestro, pero sí su voz.<br />

Pasean. El «Hombre» le habla <strong>de</strong> «ciertos hechos» que <strong>de</strong>bían producirse,<br />

pero Santiago se niega a <strong>de</strong>svelarlos. Años más tar<strong>de</strong>, algunos asociaron esa<br />

revelación con la muerte <strong>de</strong> Santiago, acaecida en el 62. Súbita <strong>de</strong>saparición.<br />

Duración: <strong>de</strong> tres a cuatro minutos.<br />

4ª. - Hacia la «nona» (15 horas). También en Betania. En el umbral <strong>de</strong> una <strong>de</strong><br />

las estancias <strong>de</strong> la casa <strong>de</strong> Lázaro. Veinte testigos. Entre otros, la familia <strong>de</strong><br />

Lázaro, David Zebe<strong>de</strong>o (el que fuera jefe <strong>de</strong> los «correos»), Salomé, su madre,<br />

la Señora, Santiago (hermano <strong>de</strong> Jesús) y la Magdalena. Esta vez sí que lo<br />

reconocen. Se trata <strong>de</strong> un «hombre <strong>de</strong> carne y hueso». Súbita <strong>de</strong>saparición.<br />

Duración: segundos.<br />

5ª. -16.15 horas, aproximadamente. Interior <strong>de</strong> la casa <strong>de</strong> José <strong>de</strong> Arimatea,<br />

en Jerusalén. Testigos: María, la <strong>de</strong> Magdala, y veinticuatro mujeres. Sienten<br />

primero una clara sensación <strong>de</strong> frío. «Como una corriente <strong>de</strong> viento helado.»<br />

36


El Maestro aparece <strong>de</strong> pronto en el centro <strong>de</strong>l corro que forman las hebreas.<br />

Es un hombre <strong>de</strong> carne y hueso. El Resucitado reivindica el papel <strong>de</strong> la mujer<br />

en la difusión <strong>de</strong> la buena nueva. «Vosotras -dice- también estáis llamadas a<br />

proclamar la liberación <strong>de</strong> la Humanidad por el evangelio <strong>de</strong> la unión con<br />

Dios... Id por el mundo entero anunciando este evangelio y confirmar a los<br />

creyentes en la fe...» La «presencia» se extingue. A raíz <strong>de</strong> esta aparición, el<br />

Sanedrín dicta normas contra los que propaguen noticias sobre la vuelta a la<br />

vida <strong>de</strong>l rabí <strong>de</strong> Galilea.<br />

Duración: entre uno y dos minutos.<br />

6ª. - 16.30 horas. Jerusalén. Interior <strong>de</strong> la casa <strong>de</strong> Flavio, antiguo conocido <strong>de</strong><br />

Jesús. Testigos: más <strong>de</strong> cuarenta griegos, seguidores <strong>de</strong> las enseñanzas <strong>de</strong>l<br />

Maestro (algunos se hallaban en Getsemaní en la noche <strong>de</strong>l prendimiento).<br />

Aparición repentina. El «Hombre» les pi<strong>de</strong> igualmente que salgan al mundo y<br />

que proclamen la buena nueva. «Dentro <strong>de</strong>l reino <strong>de</strong> mi Padre -les comunicano<br />

hay ni habrá judíos ni gentiles... Aun cuando el Hijo <strong>de</strong>l Hombre haya<br />

aparecido en la Tierra entre judíos, traía su ministerio para todo los hombres.»<br />

Desaparición fulminante.<br />

Duración: poco más <strong>de</strong> un minuto.<br />

7ª. -Alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> las 18 horas. En el camino <strong>de</strong> la ruta Santa a Ammaus.<br />

Quizá a cinco o seis kilómetros <strong>de</strong> Jerusalén. Testigos: los hermanos Cleofás<br />

y Jacobo, pastores. Un «Hombre» les sale al encuentro. No reconocen al<br />

Maestro. Tampoco su voz. El «Hombre» les habla, recordándoles «que el reino<br />

anunciado por Jesús no era <strong>de</strong> este mundo y que todos los humanos son hijos<br />

<strong>de</strong> Dios». El «Hombre» entra en la casa <strong>de</strong> los pastores, se sienta a la mesa y<br />

trocea con facilidad un «redon<strong>de</strong>l» <strong>de</strong> pan <strong>de</strong> trigo. Tras ben<strong>de</strong>cirlo, <strong>de</strong>saparece.<br />

Duración: una hora y media, aproximadamente.<br />

8ª. -20.30 horas. Patio a cielo abierto en el hogar <strong>de</strong> los Marcos, en Jerusalén.<br />

Testigo: Simón Pedro. Un «Hombre» se presenta <strong>de</strong> pronto junto al <strong>de</strong>smoralizado<br />

discípulo. El pescador no lo reconoce, pero sí su voz. El Resucitado,<br />

entre otras cosas, le dice: «Prepárate a llevar la buena nueva <strong>de</strong>l evangelio a<br />

aquellos que se encuentran en las tinieblas.» Pasean recordando el pasado y<br />

hablando <strong>de</strong>l presente y <strong>de</strong>l futuro. Desaparición igualmente súbita.<br />

Duración: más <strong>de</strong> cinco minutos.<br />

9ª. - 21.30 horas. Planta superior <strong>de</strong> la casa <strong>de</strong> Elías Marcos (Jerusalén).<br />

Testigos: el cabeza <strong>de</strong> familia, José <strong>de</strong> Arimatea, diez <strong>de</strong> los once discípulos<br />

(faltaba Tomás) y quien esto escribe. Puertas cerradas y atrancadas. Un<br />

viento helado hace oscilar las llamas <strong>de</strong> las lucernas. La estancia queda a<br />

oscuras. Una zigzagueante, infinitesimal y azulada chispa eléctrica (?) aparece<br />

al fondo <strong>de</strong>l salón. La «chispa» (?) dibuja una figura humana, nítidamente<br />

perfilada por una sutil línea violeta. Una «cascada <strong>de</strong> luz» (?) se<br />

<strong>de</strong>rrama <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la parte superior, colmando la silueta. Aparece un «hombre<br />

37


luminoso». Nadie reconoce al Maestro. La forma violácea habla y parece como<br />

si la voz partiera <strong>de</strong> toda la estructura. Copas metálicas y espadas, situadas<br />

cerca <strong>de</strong> la «aparición», entrechocan, cayendo al suelo. El «ser <strong>de</strong> luz» (?) se<br />

esfuma, recogiéndose sobre sí mismo, hasta que sólo queda un punto brillante,<br />

blanco como el más potente <strong>de</strong> los arcos voltaicos.<br />

Duración: imposible <strong>de</strong> precisar. Quizá uno o dos minutos.<br />

11 DE ABRIL, MARTES<br />

10ª. - Poco antes <strong>de</strong> las 8 horas. Interior <strong>de</strong> una <strong>de</strong> las sinagogas <strong>de</strong> Fila<strong>de</strong>lfia<br />

(más allá <strong>de</strong> la Perea). Testigos: Lázaro y más <strong>de</strong> ciento cincuenta seguidores<br />

<strong>de</strong>l Maestro. La reunión tenía por objeto difundir la última noticia proce<strong>de</strong>nte<br />

<strong>de</strong> la Ciudad Santa: la resurrección <strong>de</strong>l Maestro. Cuando Lázaro y Abner, el<br />

jefe <strong>de</strong> aquellos creyentes, se disponían a hablar, un «hombre» surgió «<strong>de</strong> la<br />

nada», a escasos pasos <strong>de</strong> los oradores. Tampoco lo reconocieron. Según los<br />

emisarios que dieron cuenta <strong>de</strong>l hecho, el Resucitado dijo:<br />

«La paz sea con vosotros...<br />

»Ya sabéis que tenéis un solo Padre en el cielo y que únicamente existe un<br />

evangelio <strong>de</strong>l reino: la buena nueva <strong>de</strong>l regalo <strong>de</strong> la vida eterna que los<br />

hombres reciben por la fe. Al gozar <strong>de</strong> vuestra fi<strong>de</strong>lidad al evangelio, rogad a<br />

Dios para que la verdad se extienda en vuestros corazones con un nuevo y<br />

más bello amor hacia vuestros hermanos. Amad a todos los hombres como yo<br />

os he amado y servidles como yo os he servido. Recibid en vuestra comunidad,<br />

con agradable comprensión y afecto fraternal, a todos los hermanos consagrados<br />

a la divulgación <strong>de</strong> la buena nueva. Sean judíos o gentiles. Griegos o<br />

romanos. Persas o etíopes. Juan predicó el reino por a<strong>de</strong>lantado. Vosotros, la<br />

fuerza <strong>de</strong>l evangelio. Los griegos anuncian ya la buena nueva y yo, en breve,<br />

voy a enviar al Espíritu <strong>de</strong> la Verdad al alma <strong>de</strong> todos estos hombres, mis<br />

hermanos, que tan generosamente han consagrado sus vidas a la iluminación<br />

<strong>de</strong> sus semejantes, hundidos en las tinieblas espirituales. Todos sois hijos <strong>de</strong><br />

la luz. No tropecéis en el error <strong>de</strong> la <strong>de</strong>sconfianza y la intolerancia. Si, gracias<br />

a la fe, os habéis elevado hasta amar a los no creyentes, ¿no <strong>de</strong>beríais<br />

igualmente amar a vuestros compañeros creyentes <strong>de</strong> la gran familia <strong>de</strong> la fe?<br />

Recordad que, según os améis, todos los hombres reconocerán que sois mis<br />

discípulos.<br />

«Marchad, pues, por todo el mundo, anunciando el evangelio <strong>de</strong> la paternidad<br />

<strong>de</strong> Dios y <strong>de</strong> la hermandad <strong>de</strong> los hombres. Hacedlo con todas las razas y<br />

naciones. Sed pru<strong>de</strong>ntes al escoger los métodos para la divulgación <strong>de</strong> estas<br />

verda<strong>de</strong>s. Habéis recibido gratuitamente este evangelio <strong>de</strong>l reino y gratuitamente<br />

lo entregaréis.<br />

»No temáis... Yo estaré siempre con vosotros, hasta el fin <strong>de</strong>l tiempo.<br />

»Os <strong>de</strong>jo mi paz...»<br />

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Dicho esto, el «Hombre» <strong>de</strong>saparece <strong>de</strong> la vista <strong>de</strong> los allí congregados.<br />

Duración: alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> tres minutos.<br />

Los testigos, impresionados, se apresuran a dar cumplida cuenta <strong>de</strong> lo ocurrido<br />

a los íntimos <strong>de</strong>l Maestro y a salir a los caminos, anunciando lo solicitado<br />

por el «Hombre». A <strong>de</strong>cir verdad, son los primeros «misioneros». Los pioneros<br />

en la difusión <strong>de</strong> un mensaje -el gran mensaje- no contaminado...<br />

16 DE ABRIL, DOMINGO<br />

11 a -18 horas. Cenáculo, en la casa <strong>de</strong> los Marcos (Jerusalén). Puertas<br />

nuevamente atrancadas. Testigos: los once íntimos y quien esto escribe.<br />

Momentos antes <strong>de</strong> la «presencia», las flamas <strong>de</strong> las lámparas <strong>de</strong> aceite oscilan,<br />

pero no llegan a apagarse. Como salido <strong>de</strong> uno <strong>de</strong> los muros, se presenta<br />

en la estancia un «Hombre <strong>de</strong> carne y hueso». Todos lo reconocen. Es<br />

Jesús <strong>de</strong> Nazaret. El Resucitado or<strong>de</strong>na que salgan al mundo y anuncien la<br />

buena nueva. «Os envío, no para amar las almas <strong>de</strong> los hombres, sino para<br />

amar a los hombres... Sabéis por la fe que la vida eterna es un don <strong>de</strong> Dios.<br />

Cuando tengáis más fe y el po<strong>de</strong>r <strong>de</strong> arriba (el Espíritu <strong>de</strong> la Verdad) haya<br />

penetrado en vosotros, no ocultaréis vuestra luz... Vuestra misión en el<br />

mundo se basa en lo que he vivido con vosotros: una vida revelando a Dios y<br />

en torno a la verdad <strong>de</strong> que sois hijos <strong>de</strong>l Padre, al igual que todos los<br />

hombres. Esta misión se concretará en la vida que haréis entre los hombres,<br />

en la experiencia afectiva y viviente <strong>de</strong>l amor a todos ellos, tal y como yo os<br />

he amado y servido. Que la fe ilumine el mundo y que la revelación <strong>de</strong> la<br />

verdad abra los ojos cegados por la tradición. Que vuestro amor <strong>de</strong>struya los<br />

prejuicios engendrados por la ignorancia. Al acercaros a vuestros contemporáneos<br />

con simpatía comprensiva y una entrega <strong>de</strong>sinteresada, los<br />

conduciréis a la salvación por el conocimiento <strong>de</strong>l amor <strong>de</strong>l Padre. Los judíos<br />

han exaltado la bondad. Los griegos, la belleza. Los hindúes, la <strong>de</strong>voción. Los<br />

lejanos ascetas, el respeto. Los romanos, la fi<strong>de</strong>lidad... Pero yo pido la vida <strong>de</strong><br />

mis discípulos. Una vida <strong>de</strong> amor al servicio <strong>de</strong> sus hermanos encarnados.»<br />

El Resucitado alza los brazos. Las mangas resbalan y muestra a Tomás la piel<br />

tersa, sin huella alguna <strong>de</strong> heridas. Y le dice: «A pesar <strong>de</strong> que no veas ninguna<br />

señal <strong>de</strong> clavos, ya que ahora vivo bajo una forma que tú también tendrás<br />

cuando <strong>de</strong>jes este mundo, ¿qué les dirás a tus hermanos?»<br />

El «Hombre» se distancia. Camina hacia uno <strong>de</strong> los muros y <strong>de</strong>saparece.<br />

Duración: cuatro minutos.<br />

18 DE ABRIL, MARTES<br />

12ª. -Poco <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> las 20 horas. Resi<strong>de</strong>ncia <strong>de</strong> Rodán (ciudad <strong>de</strong> Alejandría,<br />

en Egipto). Testigos: unos ochenta griegos y judíos que compartían<br />

39


las enseñanzas <strong>de</strong>l Maestro. Cuando uno <strong>de</strong> los «correos» enviados por David<br />

Zebe<strong>de</strong>o concluye su exposición sobre la muerte <strong>de</strong> Jesús <strong>de</strong> Nazaret, un<br />

«Hombre» aparece <strong>de</strong> pronto entre los allí reunidos. Rodán, Natán <strong>de</strong> Busiris<br />

(el mensajero) y otros lo reconocen. El Resucitado, según Natán, dice textualmente:<br />

«Que la paz sea con vosotros... El Padre me ha enviado para<br />

establecer algo que no es propiedad <strong>de</strong> ninguna raza, nación, ni tampoco <strong>de</strong><br />

ningún grupo especial <strong>de</strong> educadores o predicadores. El evangelio <strong>de</strong>l reino<br />

pertenece a judíos y gentiles, a ricos y pobres, a hombres libres y a esclavos,<br />

a mujeres y varones e, incluso, a los niños. Exten<strong>de</strong>d este evangelio <strong>de</strong> amor<br />

y verdad a través <strong>de</strong> vuestras vidas. Os amaréis con un nuevo amor, como yo<br />

os he amado. Serviréis a la humanidad con una <strong>de</strong>voción nueva y sorpren<strong>de</strong>nte,<br />

como yo os he servido. Entonces, cuando los hombres vean cómo los<br />

amáis, y cuánto trabajáis en su favor, compren<strong>de</strong>rán que habéis entrado por<br />

la fe en la comunidad <strong>de</strong>l reino <strong>de</strong> los cielos. Entonces seguirán al Espíritu <strong>de</strong><br />

la Verdad, al que <strong>de</strong>scubrirán en vuestras vidas, hasta hallar la salvación<br />

eterna.<br />

»Al igual que mi Padre me envió a este mundo, yo también os envío. Todos<br />

estáis llamados a difundir esta buena nueva a quienes se <strong>de</strong>baten en las tinieblas.<br />

El evangelio <strong>de</strong>l reino pertenece a todos aquellos que creen en él...<br />

¡Prestad atención!: este evangelio no <strong>de</strong>be ser confiado exclusivamente a los<br />

sacerdotes...<br />

»En breve, el Espíritu <strong>de</strong>scen<strong>de</strong>rá sobre vosotros y os guiará hacia la verdad.<br />

Id, pues, y predicad esta gran noticia...<br />

»Y no olvidéis que estaré con vosotros hasta el fin <strong>de</strong> los tiempos.»<br />

El «Hombre» se esfuma. Dos días <strong>de</strong>spués -jueves, 20 <strong>de</strong> abril- otro «correo»<br />

llega a Alejandría con la noticia <strong>de</strong> la resurrección. Rodán y su gente proporcionan<br />

al perplejo mensajero otra no menos valiosa información: «Sí, lo<br />

sabemos. Nosotros acabamos <strong>de</strong> verlo.»<br />

Duración <strong>de</strong> la «presencia»: dos minutos escasos.<br />

21 DE ABRIL, VIERNES<br />

13ª. - Poco <strong>de</strong>spués <strong>de</strong>l amanecer (6 horas). Playa <strong>de</strong> Saidan, en el lago <strong>de</strong><br />

Tibería<strong>de</strong>s. Testigos «oficiales»: diez <strong>de</strong> los apóstoles (faltaba Simón el Zelota),<br />

el adolescente Juan Marcos y quien esto escribe. Un «Hombre» aparece<br />

en la orilla <strong>de</strong>l vara. A las 6.30 horas, las embarcaciones tripuladas por los<br />

íntimos se aproximan a la costa. El «Hombre» indica a los pescadores la<br />

presencia <strong>de</strong> un banco <strong>de</strong> tilapias. Llenan las re<strong>de</strong>s y regresan. Muy cerca,<br />

Juan Zebe<strong>de</strong>o intuye que aquel «Hombre» es el Maestro. Simón Pedro se<br />

lanza al agua y nada hasta la orilla. El «Hombre» los invita a comer algunos <strong>de</strong><br />

los pescados. Todos lo reconocen. El «Hombre» se niega a comer. Pasea con<br />

los discípulos por la playa. Lo hace con una pareja cada vez. Al dirigirse a<br />

40


Pedro, entre otras cosas, le dice: «No te preocupes <strong>de</strong> lo que hagan tus<br />

hermanos. Si quiero que Juan (el Zebe<strong>de</strong>o) permanezca aquí al marcharte tú,<br />

y hasta que yo vuelva, ¿en qué te concierne?»<br />

Minutos <strong>de</strong>spués, caminando junto a Andrés, el Resucitado, sutilmente, le<br />

anuncia la muerte <strong>de</strong> Santiago (hermano <strong>de</strong> Jesús): «...Cuando tus hermanos<br />

se dispersen como consecuencia <strong>de</strong> las persecuciones, sé un sabio y previsor<br />

consejero para Santiago, mi hermano por la sangre, ya que tendrá que soportar<br />

una pesada carga, que su experiencia no le permite llevar».<br />

En otra <strong>de</strong> las conversaciones -esta vez con Santiago <strong>de</strong> Zebe<strong>de</strong>o-, el Resucitado<br />

formula una nueva profecía. Dirigiéndose al «hijo <strong>de</strong>l trueno» afirma:<br />

«...Apren<strong>de</strong> a pensar en las consecuencias <strong>de</strong> tus palabras y actos. Recuerda<br />

que la cosecha es obra <strong>de</strong> la siembra. Reza por la tranquilidad <strong>de</strong> espíritu y<br />

cultiva la paciencia. Con fe viva, estas gracias te sostendrán cuando llegue la<br />

hora <strong>de</strong> beber la copa <strong>de</strong>l sacrificio. No temas nunca...».<br />

A las 10, tras <strong>de</strong>spedirse, <strong>de</strong>jan <strong>de</strong> verle.<br />

Duración: «oficialmente», unas cuatro horas.<br />

22 DE ABRIL, SÁBADO<br />

14ª. -Hora «sexta» (mediodía). Monte <strong>de</strong> la Or<strong>de</strong>nación (hoy llamado <strong>de</strong> las<br />

Bienaventuranzas), al norte <strong>de</strong>l Kennereth (lago <strong>de</strong> Galilea). Testigos «oficiales»:<br />

los once discípulos. Un «Hombre» surge <strong>de</strong> pronto en la cima. Es<br />

Jesús <strong>de</strong> Nazaret. El Resucitado alza el rostro hacia el cielo y, con gran voz,<br />

pi<strong>de</strong> al Padre que cui<strong>de</strong> <strong>de</strong> aquellos hombres. Después impone sus manos<br />

sobre las cabezas. En cada imposición cierra los ojos, permaneciendo en silencio<br />

algunos segundos. Finalizada la ceremonia conversa con los once,<br />

<strong>de</strong>mostrando un excelente buen humor. Abraza a Simón el Zelota durante un<br />

largo minuto. Repite la operación con el resto y hacia las 13 horas, retrocediendo<br />

hasta el centro <strong>de</strong>l círculo, <strong>de</strong>saparece fulminantemente.<br />

Duración «oficial»: una hora.<br />

29 DE ABRIL, SÁBADO<br />

15ª. - Hacia la «nona» (15 horas). Playa <strong>de</strong> Saidan. Testigos: los once discípulos,<br />

el joven Juan Marcos, la Señora, parte <strong>de</strong> la familia <strong>de</strong> los Zebe<strong>de</strong>o,<br />

alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> quinientos vecinos <strong>de</strong> las localida<strong>de</strong>s próximas y quien esto<br />

escribe. Tras un audaz discurso <strong>de</strong> Pedro, en el que proclama la resurrección<br />

<strong>de</strong>l Maestro, el maarabit, el viento <strong>de</strong>l oeste, cesa bruscamente. Se hace un<br />

silencio anormal. Las fogatas se alteran. De pronto, en el centro <strong>de</strong> la lancha<br />

varada que ocupa Simón Pedro surge un «Hombre». Parte <strong>de</strong> los felah y<br />

am-ha-arez allí reunidos retroce<strong>de</strong> y cae. Es el rabí. Durante unos instantes,<br />

el Resucitado pasea la vista sobre la muchedumbre. Finalmente exclama:<br />

41


«Que la paz sea con vosotros... Mi paz os <strong>de</strong>jo.»<br />

El «Hombre» se extingue. Vuelven los sonidos habituales <strong>de</strong>l yam, así como el<br />

viento.<br />

Duración: no más allá <strong>de</strong> quince segundos.<br />

5 DE MAYO, VIERNES<br />

16ª. - Primera vigilia <strong>de</strong> la noche (hacia las 21 horas). Patio a cielo abierto en<br />

la casa <strong>de</strong> Nico<strong>de</strong>mo (Jerusalén). Testigos: el anfitrión, los once discípulos y<br />

alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> setenta seguidores <strong>de</strong>l Maestro, entre los que se encuentran<br />

mujeres y griegos. A la media hora <strong>de</strong> iniciada la reunión, un «Hombre» se<br />

presenta <strong>de</strong> improviso entre ellos. Es reconocido <strong>de</strong> inmediato. Y Jesús, según<br />

las informaciones que obran en mi po<strong>de</strong>r, les dice: «La paz sea con vosotros...<br />

He aquí el grupo más representativo <strong>de</strong> creyentes, embajadores <strong>de</strong>l reino,<br />

discípulos, hombres y mujeres, al que he aparecido <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que me liberé <strong>de</strong> la<br />

carne. Os recuerdo ahora lo que os anuncié tiempo atrás: que mi estancia<br />

entre vosotros terminaría. Os manifesté que tenía que volver junto al Padre.<br />

También os expuse claramente cómo los sacerdotes principales y los lí<strong>de</strong>res<br />

<strong>de</strong> los judíos me entregarían para ser con<strong>de</strong>nado a muerte. Pero también os<br />

dije que me levantaría <strong>de</strong>l sepulcro. Entonces, ¿cuál es la razón <strong>de</strong> vuestro<br />

<strong>de</strong>sconcierto? ¿Por qué tanta sorpresa cuando, al tercer día, resucité? No me<br />

creísteis porque escuchasteis mis palabras sin enten<strong>de</strong>rlas.<br />

»Ahora, por tanto, prestad atención para no caer <strong>de</strong> nuevo en el error <strong>de</strong><br />

oírme con la mente, ignorándome con el corazón.<br />

»Des<strong>de</strong> el primer momento <strong>de</strong> mi estancia entre vosotros os enseñé que mi<br />

único fin era revelar a mi Padre <strong>de</strong> los cielos a sus hijos en la Tierra. He vivido<br />

esta encarnación para que podéis acce<strong>de</strong>r al conocimiento <strong>de</strong> ese gran Dios.<br />

Os he revelado que Dios es vuestro Padre y vosotros sus hijos...<br />

»¡Dios os ama!... Y es un hecho que sois sus hijos...<br />

»Por la fe en mis palabras, esto se convierte en una verdad eternamente viva<br />

en vuestros corazones.<br />

«Cuando, por esa fe viva, os hagáis conscientes <strong>de</strong> ese Dios y <strong>de</strong> cuanto<br />

afirmo, entonces habréis nacido como hijos <strong>de</strong> la luz y <strong>de</strong> la vida. Y yo os<br />

prometo que seguiréis ascendiendo y que encontraréis al Padre en el Paraíso...<br />

»Os exhorto a que no olvidéis que vuestra misión consiste en la proclamación<br />

<strong>de</strong>l evangelio <strong>de</strong>l reino. Es <strong>de</strong>cir, la realidad <strong>de</strong> la paternidad <strong>de</strong> Dios y la<br />

hermandad entre los hombres... Anunciad la buena nueva..., en su totalidad.<br />

No caigáis en la tentación <strong>de</strong> revelar tan sólo una parte... ¡Prestad atención!...<br />

Mi resurrección no <strong>de</strong>be cambiar el gran mensaje. Es <strong>de</strong>cir, ¡que sois hijos <strong>de</strong><br />

un Dios!<br />

«Permaneced, pues, fieles al evangelio <strong>de</strong>l reino.<br />

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«Debéis marchar, predicando el amor <strong>de</strong> Dios y el servicio a los hombres.<br />

»Lo que el mundo necesita es saber que todos son hijos <strong>de</strong>l Padre y que,<br />

gracias a esa fe, pue<strong>de</strong>n conocer y experimentar esa noble verdad. Mi encarnación<br />

<strong>de</strong>bería ayudar a compren<strong>de</strong>r que los hombres son hijos <strong>de</strong>l cielo,<br />

pero sé también que, sin la fe, no es posible alcanzar el auténtico sentido <strong>de</strong><br />

esa revelación.<br />

»Ahora, aquí, estáis compartiendo la realidad <strong>de</strong> mi resurrección. Pero esto no<br />

tiene nada <strong>de</strong> extraño. Yo tengo el po<strong>de</strong>r para sacrificar mi vida... y para<br />

recuperarla. Es el Padre quien me otorga ese po<strong>de</strong>r... Más que por esto,<br />

vuestros corazones <strong>de</strong>berían estremecerse por la realidad <strong>de</strong> esos muertos <strong>de</strong><br />

una época que han emprendido la ascensión eterna poco <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> que yo<br />

abandonara la tumba <strong>de</strong> José <strong>de</strong> Arimatea...<br />

»He vivido para mostraros cómo, con amor, podéis revelar a Dios a vuestros<br />

semejantes. El hecho <strong>de</strong> amaros y serviros ha sido una revelación. Si he<br />

permanecido entre vosotros como el Hijo <strong>de</strong>l Hombre ha sido para que lleguéis<br />

a conocer esta gran verdad: ¡sois hijos <strong>de</strong> un Dios!...<br />

»Id, pues, y gritad este evangelio.<br />

«Amad como yo os he amado. Servid como yo os he servido.<br />

«Habéis recibido con generosidad... Sed, pues, generosos.<br />

«Quedaos en Jerusalén hasta que vaya al Padre y os envíe el Espíritu <strong>de</strong> la<br />

Verdad. Él, <strong>de</strong>spués, os conducirá a una verdad más extensa y os acompañará<br />

por todo el mundo.<br />

«Siempre estaré con vosotros...<br />

»Os <strong>de</strong>jo mi paz.»<br />

Dicho esto, el «Hombre» <strong>de</strong>saparece.<br />

Duración: unos cuatro minutos.<br />

13 DE MAYO, SÁBADO<br />

17ª. - Hacia la «décima» (16 horas). Cerca <strong>de</strong>l pozo <strong>de</strong> Jacob (ciudad <strong>de</strong> Sicar,<br />

en Samaría). Testigos: alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> setenta y cinco samaritanos, fieles seguidores<br />

<strong>de</strong>l Maestro. Mientras comentan las noticias sobre la resurrección, el<br />

rabí aparece ante ellos. Todos lo i<strong>de</strong>ntifican. El texto, con las palabras <strong>de</strong>l<br />

Resucitado, es enviado igualmente a la casa <strong>de</strong> los Marcos. Decía así: «La paz<br />

sea con vosotros... Estáis gozosos al saber que soy la resurrección y la vida.<br />

Pero nada <strong>de</strong> esto os servirá si antes no nacéis <strong>de</strong>l espíritu y encontráis a Dios.<br />

Si llegáis a ser hijos <strong>de</strong>l Padre por la fe..., nunca moriréis.<br />

«El evangelio <strong>de</strong>l reino os enseña que todos los hombres son hijos <strong>de</strong> Dios.<br />

Pues bien, es preciso que esta buena nueva sea extendida por todo el mundo.<br />

Ha llegado la hora... Ya no <strong>de</strong>beréis adorar a Dios en el monte Gerizim o en<br />

Jerusalén, sino allí don<strong>de</strong> os encontréis. Allí don<strong>de</strong> estéis..., en espíritu y en<br />

verdad. Es vuestra fe la que salva el alma. La salvación es una gracia <strong>de</strong> Dios<br />

43


para todos aquellos que se consi<strong>de</strong>ran sus hijos. Pero no os equivoquéis. Aun<br />

cuando la salvación es un regalo <strong>de</strong>l Padre, ofrecido a cuantos lo <strong>de</strong>sean por la<br />

fe, es menester rendir frutos espirituales en la vida.<br />

»La aceptación <strong>de</strong> la verdad sobre la paternidad <strong>de</strong> Dios significa que <strong>de</strong>béis<br />

hacer vuestra la segunda gran revelación: todos los hombres son hermanos...,<br />

¡físicamente!<br />

»Por lo tanto, si el hombre es vuestro hermano, es mucho más que vuestro<br />

prójimo. Y el Padre exige que lo améis como a vosotros mismos.<br />

»Si el hombre pertenece, pues, a vuestra propia familia, no sólo lo amaréis<br />

con un amor fraterno, sino que lo serviréis como os serviríais a vosotros<br />

mismos. Y así lo haréis porque yo, primero, lo hice con vosotros.<br />

»Id, pues, por el mundo, anunciando esta buena nueva a todas las criaturas<br />

<strong>de</strong> cada raza, tribu y nación.<br />

«Mi espíritu os prece<strong>de</strong>rá y estaré siempre con vosotros.»<br />

Acto seguido, ante el temor y la perplejidad <strong>de</strong> los samaritanos, el Resucitado<br />

<strong>de</strong>saparece.<br />

Duración: unos tres minutos.<br />

16 DE MAYO, MARTES<br />

18ª. - Poco antes <strong>de</strong> las 21 horas. Ciudad <strong>de</strong> Tiro (costa <strong>de</strong> Fenicia). Testigos:<br />

los emisarios no consiguen ponerse <strong>de</strong> acuerdo. Algunos mencionan cincuenta.<br />

Otros hablan <strong>de</strong> un centenar <strong>de</strong> gentiles, todos ellos conocedores <strong>de</strong><br />

las enseñanzas <strong>de</strong> Jesús. En el instante <strong>de</strong> la aparición discuten sobre la<br />

pretendida vuelta a la vida <strong>de</strong>l Galileo. Al presentarse súbitamente ante ellos,<br />

casi todos lo reconocen. «Es un "Hombre" normal y corriente.»<br />

Éstas son las palabras <strong>de</strong>l Resucitado: «La paz sea con vosotros...<br />

»Os regocijáis al saber que el Hijo <strong>de</strong>l Hombre ha resucitado <strong>de</strong> entre los<br />

muertos. Así sabéis que vosotros, al igual que vuestros hermanos, también<br />

venceréis a la muerte. Pero para alcanzar esa supervivencia es preciso que,<br />

previamente, hayáis nacido <strong>de</strong>l espíritu que busca la verdad y hayáis <strong>de</strong>scubierto<br />

al Padre. El pan y el agua <strong>de</strong> la vida se otorgan únicamente a los que<br />

tienen hambre <strong>de</strong> verdad y sed <strong>de</strong> Dios.<br />

»No os confundáis... Que los muertos resuciten no constituye el evangelio <strong>de</strong>l<br />

reino. Estas cosas sólo son el resultado, una consecuencia más, <strong>de</strong> la fe en la<br />

buena nueva. Forma parte <strong>de</strong>l evangelio y <strong>de</strong> la sublime experiencia <strong>de</strong><br />

aquellos que, por la fe, se convierten en hijos <strong>de</strong> Dios..., pero, recordad..., no<br />

es el evangelio.<br />

»Mi Padre me ha enviado para difundir esta noticia: ¡todos sois hijos <strong>de</strong> ese<br />

Dios!<br />

»Así, pues, yo os envío lejos, para que prediquéis esta salvación.<br />

»La salvación es un don <strong>de</strong> Dios, pero los que nacen <strong>de</strong>l espíritu <strong>de</strong>muestran<br />

44


los frutos inmediatamente, a través <strong>de</strong>l servicio a sus semejantes. Éstos son<br />

esos frutos: servicio amoroso, abnegación <strong>de</strong>sinteresada, fi<strong>de</strong>lidad, equilibrio,<br />

honra<strong>de</strong>z, permanente esperanza, confianza sin reservas, misericordia,<br />

bondad continua, piadosa clemencia y paz sin fin. Si los creyentes no aportan<br />

estos frutos en su vida diaria..., ¡están muertos! El espíritu <strong>de</strong> la Verdad -no<br />

os engañéis- no resi<strong>de</strong> en ellos. Son sarmientos inútiles <strong>de</strong> una viña viva y, a<br />

no tardar, serán podados.<br />

»Mi Padre exige que todos los hijos <strong>de</strong> la fe rindan un máximo <strong>de</strong> frutos. Si<br />

vosotros sois estériles, Él cavará alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> las raíces y cortará las ramas<br />

inútiles. Ésta es la gran verdad: conforme avancéis en el reino <strong>de</strong> los cielos,<br />

esos frutos <strong>de</strong>berán ser más cuantiosos. Podéis entrar en el reino como un<br />

niño, pero os aseguro que mi Padre solicitará que alcancéis, por la gracia, la<br />

plenitud <strong>de</strong> un adulto.<br />

»Estad tranquilos... Cuando salgáis a proclamar esta buena nueva, yo os<br />

prece<strong>de</strong>ré y mi Espíritu <strong>de</strong> la Verdad habitará en vosotros.<br />

»Os <strong>de</strong>jo mi paz...»<br />

A continuación, el «Hombre» <strong>de</strong>saparece.<br />

Duración: entre cuatro y cinco minutos.<br />

Al día siguiente -según los emisarios que trajeron la noticia- aquellos gentiles<br />

(tirios y sidonios en su mayoría) se lanzaron valientemente a las calles, llenando<br />

<strong>de</strong> estupor a los habitantes <strong>de</strong> Tiro, Sidón, Antioquía y Damasco.<br />

18 DE MAYO, JUEVES<br />

19ª. -6.30 horas. Estancia superior <strong>de</strong> la casa <strong>de</strong> los Marcos, en la Ciudad<br />

Santa. Testigos: la totalidad <strong>de</strong> los íntimos (once), María Marcos, Rodé, una<br />

<strong>de</strong> las sirvientas, y quien esto escribe. Cuando se disponen a <strong>de</strong>sayunar, un<br />

«Hombre» se «presenta» en la sala. Es el Maestro. Nuevas escenas <strong>de</strong> pánico.<br />

El Resucitado los tranquiliza. Simón el Zelota, a petición <strong>de</strong>l resto, formula la<br />

siguiente pregunta: «Entonces, Maestro, ¿restablecerás el reino?... ¿Veremos<br />

la gloria <strong>de</strong> Dios manifestarse en el mundo?» Jesús replica: «Simón, todavía<br />

te aferras a tus viejas i<strong>de</strong>as sobre el Mesías judío y el reino terrenal. No te<br />

preocupes... Recibirás po<strong>de</strong>r espiritual cuando el Espíritu haya <strong>de</strong>scendido<br />

sobre ti... Después marcharéis por todo el mundo predicando esta buena<br />

noticia <strong>de</strong>l reino. Así como el Padre me envió, así os envío yo ahora...» El rabí<br />

hace una alusión al <strong>de</strong>saparecido Judas Iscariote y dice: «Judas ya no está<br />

con vosotros porque su amor se enfrió y porque os negó su confianza...<br />

¡Confiad, pues, los unos en los otros!» Acto seguido da media vuelta y camina<br />

hacia la salida, dirigiéndose, con los once, a la falda occi<strong>de</strong>ntal <strong>de</strong>l monte <strong>de</strong><br />

los Olivos. Al cruzar las atestadas calles <strong>de</strong> Jerusalén, muchos vecinos lo<br />

reconocen.<br />

Poco <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> las 7 horas, el Resucitado y los íntimos se <strong>de</strong>tienen a medio<br />

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camino <strong>de</strong> la cima. Jesús, en silencio, contempla la ciudad. Regresa junto a los<br />

mudos y perplejos discípulos. Pedro se arrodilla frente al Maestro. Todos le<br />

imitan. Son las últimas palabras <strong>de</strong>l Hijo <strong>de</strong>l Hombre en la Tierra: «... Amad a<br />

los hombres con el mismo amor con que os he amado. Y servid a vuestros<br />

semejantes como yo os he servido... Servidlos con el ejemplo... Y enseñad<br />

con los frutos espirituales <strong>de</strong> vuestra vida. Enseñadles la gran verdad... Incitadlos<br />

a creer que el hombre es un hijo <strong>de</strong> Dios... ¡Un hijo <strong>de</strong> Dios!... El<br />

hombre es un hijo <strong>de</strong> Dios y todos, por tanto, sois hermanos... Recordad todo<br />

cuanto os he enseñado y la vida que he vivido entre vosotros... Mi amor os<br />

cubrirá... Y mi espíritu y mi paz reinarán entre vosotros... ¡Adiós!»<br />

El Resucitado, en pie, <strong>de</strong>saparece.<br />

Duración: una hora y veinte minutos, aproximadamente.<br />

Sí, una caricatura...<br />

Cuanto más repaso estas diecinueve apariciones, más me ratifico en lo ya<br />

dicho: los evangelios que veneran los creyentes sólo son eso... Una mala<br />

caricatura <strong>de</strong> lo que sucedió.<br />

Me lo he planteado varias veces. ¿Comento estos sucesos? La verdad es que<br />

podría pasarlo por alto. Me queda tanto por contar... Pero, esa «fuerza» que<br />

me llena, que me acompaña y guía <strong>de</strong>s<strong>de</strong> entonces, tira <strong>de</strong> mí, forzándome a<br />

expresar algunas opiniones. Seguiré la intuición. Él «sabe».<br />

Centrándome en lo sustancial, salta a la vista que los mencionados textos<br />

sagrados (?) fueron gravemente mutilados. Si esas «presencias» <strong>de</strong>l Resucitado<br />

eran <strong>de</strong>l dominio público, perfecta y minuciosamente conocidas por los<br />

«embajadores <strong>de</strong>l reino», ¿por qué los evangelistas sólo hacen alusión a unas<br />

pocas? Salvo Juan, que menciona cuatro y muy por encima, el resto se<br />

contenta con dos o con tres.<br />

¿Cómo es posible? ¿Es que la vuelta a la vida <strong>de</strong>l Hijo <strong>de</strong>l Hombre no era<br />

importante? ¿No lo fueron sus palabras? ¿Dudaron, quizá, <strong>de</strong> la credibilidad<br />

<strong>de</strong> los testigos? ¿Estimaron que el número <strong>de</strong> personas que llegó a verlo no<br />

era suficiente?<br />

Por supuesto que lo fue. Según mi corto conocimiento, todos se mostraron <strong>de</strong><br />

acuerdo: aquellas apariciones eran la culminación <strong>de</strong> una vida y <strong>de</strong> un i<strong>de</strong>al.<br />

Pero...<br />

Y antes <strong>de</strong> proseguir me permitiré un breve paréntesis que confirma, bien a<br />

las claras, la soli<strong>de</strong>z <strong>de</strong> estos acontecimientos y la unánime aceptación <strong>de</strong> los<br />

mismos por parte <strong>de</strong> los íntimos. Se trata <strong>de</strong> datos puntuales, altamente<br />

significativos, que impresionaron a cuantos los conocieron. Veamos.<br />

Entre las notas tomadas por este explorador en aquellos días figura lo siguiente:<br />

Primero.<br />

Según los «correos» y <strong>de</strong>más mensajeros que trajeron las noticias a la Ciudad<br />

Santa, el total <strong>de</strong> testigos que alcanzó a ver y a escuchar al Resucitado en<br />

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esas diecinueve «presencias» osciló entre 1 488 y 1 538.<br />

¡Dios bendito! ¿No era un número más que sobrado?<br />

Segundo.<br />

Tiempo en el que el Maestro fue visible: ¡ocho horas y treinta y seis minutos,<br />

aproximadamente!<br />

Un récord en la Historia <strong>de</strong> la Humanidad.<br />

Tercero.<br />

Las apariciones se registraron <strong>de</strong> día, en la noche, en lugares abiertos o cerrados<br />

y con puertas atrancadas.<br />

¿Tampoco fue tomado en consi<strong>de</strong>ración?<br />

Cuarto.<br />

De esas diecinueve «presencias», cuatro tuvieron lugar a consi<strong>de</strong>rables<br />

distancias <strong>de</strong> Jerusalén. A saber: Alejandría, a 517 kilómetros; Tiro, también<br />

en línea recta, a poco más <strong>de</strong> 200; Fila<strong>de</strong>lfia, a 76, y el yam (lago <strong>de</strong> Tibería<strong>de</strong>s),<br />

a 140 kilómetros.<br />

¿Una frivolidad?<br />

Quinto.<br />

Si los apuntes no fallan, he aquí las veces en que el rabí fue observado por<br />

discípulos y seguidores <strong>de</strong> prestigio:<br />

Pedro, el que más, contabilizó siete oportunida<strong>de</strong>s, seguido por los íntimos,<br />

con seis (Tomás y Simón el Zelota lo vieron cinco veces). También María, la <strong>de</strong><br />

Magdala, pudo contemplarlo en cinco momentos. La Señora, Santiago, su hijo,<br />

y Juan Marcos, el benjamín <strong>de</strong> los Marcos, disfrutaron <strong>de</strong> dos oportunida<strong>de</strong>s<br />

cada uno. El Galileo fue visto igualmente, en una ocasión, por José <strong>de</strong> Arimatea,<br />

Nico<strong>de</strong>mo, Elías Marcos, Lázaro, Cleofás y Jacobo (los pastores <strong>de</strong><br />

Ammaus), David Zebe<strong>de</strong>o y la familia <strong>de</strong> Lázaro.<br />

¿Quién, en su sano juicio, se atrevía a dudar <strong>de</strong> la credibilidad <strong>de</strong> estos<br />

hombres y mujeres, a cual más carismático?<br />

Cierro el paréntesis.<br />

En efecto, como <strong>de</strong>cía, los argumentos eran sólidos. Que yo sepa, nadie<br />

cuestionó estas «presencias». Al contrario. Reafirmaron la creencia general,<br />

fortaleciendo, en especial, la postura <strong>de</strong> Pedro y su grupo y dando alas a las<br />

predicaciones.<br />

Pero...<br />

Sí, algo sucedió. Algo terminó arruinando semejantes prodigios. Y el silencio<br />

<strong>de</strong>scendió sobre esta magnífica y sublime etapa <strong>de</strong> la historia <strong>de</strong>l Hijo <strong>de</strong>l<br />

Hombre...<br />

Supongo que la censura -porque <strong>de</strong> esto se trata- fue gradual. Y los años, el<br />

distanciamiento y el olvido hicieron el resto.<br />

No es difícil <strong>de</strong> imaginar. Cuando los ánimos se estabilizaron, más <strong>de</strong> uno se<br />

llevó las manos a la cabeza, rechazando contenido, marco y circunstancias <strong>de</strong><br />

muchas <strong>de</strong> estas apariciones.<br />

47


Probablemente no hubo mala intención. Era judíos -no lo olvi<strong>de</strong>mos- y no<br />

lograron librarse <strong>de</strong> la mano <strong>de</strong> hierro (la Ley) que gobernaba vidas e i<strong>de</strong>as.<br />

Fue ese condicionamiento lo que les hizo reflexionar y sepultar los hechos.<br />

¿Por qué?<br />

Esbozaré algunas posibles razones. El corazón me dice que no estoy equivocado...<br />

Primera: las mujeres.<br />

Y no me refiero a la mera circunstancia <strong>de</strong> que llegaran a ser testigos. Eso<br />

podían aceptarlo. Lo que, en cambio, repugnaba a sus costumbres y entendimiento<br />

fue lo acaecido en la quinta aparición. Como se recordará, en dicha<br />

«presencia», el Resucitado reivindicó el papel <strong>de</strong> la mujer en la difusión <strong>de</strong>l<br />

reino. Fue claro y tajante. «Vosotras -afirmó ante veinticinco hebreas- también<br />

estáis llamadas a proclamar la liberación <strong>de</strong> la Humanidad por el<br />

evangelio <strong>de</strong> la unión con Dios...»<br />

Y por si surgía alguna duda, añadió:<br />

«... Id por el mundo entero anunciando este evangelio y confirmar a los<br />

creyentes en la fe...»<br />

Jesús <strong>de</strong> Nazaret, en <strong>de</strong>finitiva, conocedor <strong>de</strong> la pésima situación social <strong>de</strong> la<br />

mujer y a<strong>de</strong>lantándose a la Historia, recuerda que todos, varones y hembras,<br />

son iguales a la hora <strong>de</strong> manejar los asuntos <strong>de</strong>l reino.<br />

La or<strong>de</strong>n <strong>de</strong>l rabí, sin embargo, no agradó a los tercos y machistas judíos.<br />

¿Consi<strong>de</strong>rar como iguales a las «mentirosas e impuras por naturaleza?»<br />

Ni soñarlo...<br />

Y la aparición en cuestión fue <strong>de</strong>sterrada. Nunca existió.<br />

Las mujeres, por supuesto, no sólo no fueron equiparadas a los «sagrados<br />

embajadores <strong>de</strong>l reino», sino que, en el colmo <strong>de</strong> la <strong>de</strong>sobediencia a lo<br />

prescrito por el Hijo <strong>de</strong> Dios, continuaron anuladas y menospreciadas.<br />

¿Exagero?<br />

Creo que no. Y como muestra <strong>de</strong> lo que afirmo, he aquí unas frases <strong>de</strong>l, insisto,<br />

nefasto Pablo <strong>de</strong> Tarso. En su epístola primera a los Corintios (14, 33-36)<br />

escribe con una <strong>de</strong>sfachatez que hoy provoca sonrojo e indignación:<br />

«Como en todas las iglesias <strong>de</strong> los santos, las mujeres cállense en las<br />

asambleas, porque no les toca a ellas hablar, sino vivir sujetas, como dice la<br />

Ley. Si quieren apren<strong>de</strong>r algo, que en casa pregunten a sus maridos, porque<br />

no es <strong>de</strong>coroso para la mujer hablar en la iglesia.»<br />

¿Y éste era el hombre que <strong>de</strong>cía venerar a Jesús <strong>de</strong> Nazaret?<br />

Sin comentarios...<br />

Más <strong>de</strong> una vez me lo he preguntado. Si la primitiva iglesia y los evangelistas<br />

hubieran respetado hechos y palabras, y más concretamente esta quinta<br />

aparición, ¿seguirían los cristianos polemizando sobre el papel <strong>de</strong> la mujer en<br />

la obra <strong>de</strong>l rabí <strong>de</strong> Galilea?<br />

Pero no fue éste el único, ni el más doloroso silencio...<br />

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Segunda: los gentiles y prosélitos.<br />

Como ha sido dicho, el Resucitado se presentó también ante un buen número<br />

<strong>de</strong> griegos, fenicios, y samaritanos, entre otros «no judíos». Según mis<br />

cálculos, ante 400 o 600. Es <strong>de</strong>cir, tirando <strong>de</strong> las estadísticas, alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> un<br />

33 por ciento <strong>de</strong>l total.<br />

Pues bien, he aquí otra <strong>de</strong> las posibles razones que provocó una inmisericor<strong>de</strong><br />

censura.<br />

Y volvemos a lo anteriormente expuesto. Eran judíos y la Tora lo <strong>de</strong>cía sin<br />

paliativos: los prosélitos constituían una casta <strong>de</strong> segundo or<strong>de</strong>n, marcada<br />

por el pecado. Estos individuos, paganos convertidos al judaísmo, veían limitados<br />

muchos <strong>de</strong> sus <strong>de</strong>rechos cívicos, siendo aborrecidos por los sacerdotes<br />

y judíos más ortodoxos. La penosa situación -no comparable, por supuesto,<br />

a la <strong>de</strong> los bastardos- llegaba a extremos inconcebibles. Por ejemplo:<br />

las casas y propieda<strong>de</strong>s <strong>de</strong> un ger («extranjero») eran impuras, según la Ley.<br />

Una impureza -idéntica a la <strong>de</strong> un cadáver- que impedía la entrada a los judíos<br />

más estrictos. Por ejemplo: apoyándose en el Deuteronomio (23, 4-9),<br />

muchos rabinos propugnaban que los prosélitos proce<strong>de</strong>ntes <strong>de</strong> Edom (al sur<br />

<strong>de</strong>l mar Muerto) y <strong>de</strong> Egipto no podían casarse con judíos o judías, inmediatamente<br />

<strong>de</strong>spués <strong>de</strong> su conversión. Por ejemplo: según el <strong>de</strong>recho judío, el<br />

pagano «no tenía padre legítimo». De ahí que los <strong>de</strong>scendientes <strong>de</strong> prosélitos<br />

fueran <strong>de</strong>signados con el nombre <strong>de</strong> la madre (ver Yeb, 98ª., y Pesiata rabbati,<br />

23-24, 122ª., 11, entre otros). Tan abominable principio jurídico -en ab I góy<br />

(es <strong>de</strong>cir, «el pagano no tiene padre»- creaba, entre los judíos, una atmósfera<br />

<strong>de</strong> rechazo hacia el ger (prosélito) y cuanto le concernía. Al menos, entre los<br />

círculos más cerrados y rigurosos. Semejante pesimismo se traducía, a<strong>de</strong>más,<br />

en una permanente duda sobre la capacidad moral <strong>de</strong> los gentiles. Así, por<br />

ejemplo, «toda pagana, incluso la casada, era sospechosa <strong>de</strong> haber practicado<br />

la prostitución». Otros, más duros, los comparaban con la lepra. Y ni qué<br />

<strong>de</strong>cir tiene que ninguna prosélita podía aspirar jamás a contraer matrimonio<br />

con un sacerdote. Así lo <strong>de</strong>cía el Levítico (21, 7). Mejor dicho, así interpretaban<br />

a Yavé los retorcidos doctores <strong>de</strong> la Ley... Unos «especialistas» a los<br />

que el Maestro se enfrentó valientemente. En cuestiones <strong>de</strong> herencias, por<br />

ejemplo, el ger no salía mejor librado. Perdidos y ofuscados en aquel laberinto<br />

<strong>de</strong> normas y leyes, los «guardianes <strong>de</strong> la Tora» llegaban a plantear preguntas<br />

como éstas: «¿Tiene el prosélito <strong>de</strong>recho a heredar <strong>de</strong> un padre pagano?<br />

¿Qué <strong>de</strong>recho tienen a la herencia los hijos <strong>de</strong>l prosélito, concebidos antes <strong>de</strong><br />

la conversión <strong>de</strong>l padre?» La verdad es que el retorcimiento <strong>de</strong> aquellas<br />

gentes justificaría muchos <strong>de</strong> los ataques y admoniciones <strong>de</strong> Jesús. Pues bien,<br />

respecto a la primera cuestión, los judíos sólo los autorizaban a quedarse con<br />

los dineros y bienes que no guardaban relación con los ídolos <strong>de</strong>l padre. En el<br />

segundo caso, los hijos salían peor parados. El inapelable principio jurídico ya<br />

citado -«el pagano no tiene padre»- los con<strong>de</strong>naba a la miseria, no pudiendo<br />

49


siquiera recurrir ante los tribunales, aunque <strong>de</strong>mostraran que también ellos<br />

se habían convertido al judaísmo.<br />

Imagino que el hipotético lector habrá comprendido por dón<strong>de</strong> voy. En los<br />

tiempos <strong>de</strong> Jesús <strong>de</strong> Nazaret, un ger, un prosélito, era un ser <strong>de</strong>spreciado, sin<br />

padre legítimo y con escasos <strong>de</strong>rechos ante la Ley <strong>de</strong> Moisés. Ésta, al menos,<br />

era la corriente generalizada en los círculos más ortodoxos. Pero no eran<br />

éstos los únicos horrores que soportaban. Quizá más a<strong>de</strong>lante -al narrar la<br />

vida <strong>de</strong> predicación <strong>de</strong>l Maestro- tenga la oportunidad <strong>de</strong> volver sobre esta<br />

dramática situación.<br />

Está claro. Cuando los íntimos -judíos a fin <strong>de</strong> cuentas- recibieron las noticias<br />

sobre las diferentes apariciones <strong>de</strong>l rabí a gentiles y prosélitos <strong>de</strong> Fila<strong>de</strong>lfia,<br />

Alejandría, Tiro y el yam -por no hablar <strong>de</strong> los odiados samaritanos-, más <strong>de</strong><br />

uno torció el gesto, <strong>de</strong>saprobándolas.<br />

¿Qué era aquello?<br />

¡El Resucitado <strong>de</strong>partiendo con griegos, arab, tirios, fenicios y los «impuros<br />

samaritanos»!<br />

Hoy, lo sé, estos hechos pue<strong>de</strong>n resultar incomprensibles. ¿Es que los discípulos<br />

no habían aprendido nada? ¿No recordaban las enseñanzas <strong>de</strong>l Galileo?<br />

Naturalmente que sabían. Pero estaban don<strong>de</strong> estaban. La Ley era la Ley y<br />

ellos, como digo, nunca se apartaron <strong>de</strong> la férrea normativa judía. No conviene<br />

olvidarlo...<br />

Estos testigos también eran creyentes, pero su condición <strong>de</strong> ger casi los invalidaba.<br />

En varias ocasiones los vi discutir sobre el particular. Pero, francamente,<br />

en esos momentos, no fui consciente <strong>de</strong> la trascen<strong>de</strong>ncia <strong>de</strong> tales<br />

polémicas.<br />

¿Cómo equiparar a estos hombres y mujeres con los testigos judíos? Y lo que<br />

más los preocupaba: ¿cómo <strong>de</strong>cirle al pueblo que eran hermanos en la fe?<br />

¿Cómo valorar los testimonios <strong>de</strong> gente «sin padre legítimo», «sospechosos<br />

<strong>de</strong> prostitución e idolatría» y claramente con<strong>de</strong>nados por Yavé?<br />

No, aquello era <strong>de</strong>masiado. La referencia a estos sucesos en las predicaciones<br />

sólo habría conducido a críticas, burlas y, en suma, a una <strong>de</strong>preciación <strong>de</strong> la<br />

religión que estaban levantando. Una religión, insisto, en torno a la imagen y<br />

la resurrección <strong>de</strong>l «Señor Jesús».<br />

He aquí una cuestión que suelen olvidar los creyentes <strong>de</strong> hoy. Pedro y su<br />

grupo trabajaron durante mucho tiempo en la Ciudad Santa y en las tierras <strong>de</strong><br />

Palestina. Fue más tar<strong>de</strong> cuando algunos <strong>de</strong> los «embajadores <strong>de</strong>l reino» se<br />

<strong>de</strong>cidieron a probar fortuna en otros parajes <strong>de</strong>l Mediterráneo. ¿Cómo asumir,<br />

por tanto, estas apariciones en mitad <strong>de</strong> una cultura que <strong>de</strong>spreciaba a los<br />

prosélitos? ¿Cómo <strong>de</strong>cir y <strong>de</strong>fen<strong>de</strong>r que todo un Hijo <strong>de</strong> Dios había hecho<br />

iguales a individuos que la tradición y la sagrada Ley estimaban como in<strong>de</strong>seables?<br />

50


Como se recordará, este estricto acatamiento <strong>de</strong> las reglas <strong>de</strong> la religión judía<br />

por parte <strong>de</strong>l lí<strong>de</strong>r y los suyos provocaría lamentables enfrentamientos con<br />

Pablo y sus seguidores.<br />

Sencillamente, esas «presencias» <strong>de</strong>l Maestro ante cientos <strong>de</strong> paganos y<br />

prosélitos colocaban a la naciente iglesia en una posición tan <strong>de</strong>licada como<br />

innecesaria. Y optaron por no echar más leña al fuego, suprimiéndolas. Si uno<br />

revisa lo escrito por los evangelistas, observará que no hay mención alguna a<br />

las apariciones en Fila<strong>de</strong>lfia, Alejandría, Tiro y Sicar. Sólo Pablo, sin entrar en<br />

<strong>de</strong>talles comprometedores, refiere que, en una <strong>de</strong> esas apariciones <strong>de</strong>l rabí,<br />

los testigos fueron más <strong>de</strong> quinientos hermanos (1 Cor. 15, 6). Entiendo que<br />

habla <strong>de</strong> lo ocurrido el 29 <strong>de</strong> abril, sábado, en la playa <strong>de</strong> Saidan, cuando el<br />

Resucitado se presentó ante más <strong>de</strong> quinientos felah y am-ha-arez. Hábilmente,<br />

Pablo evita mencionar que muchos <strong>de</strong> aquellos hombres y mujeres,<br />

vecinos <strong>de</strong> los alre<strong>de</strong>dores, eran gentiles y prosélitos.<br />

Hoy, lógicamente, al leer los textos sagrados (?), uno tiene la impresión <strong>de</strong><br />

que no hubo más apariciones que las mencionadas. No podía ser <strong>de</strong> otra<br />

forma. Y no sólo por lo que acabo <strong>de</strong> referir. Todo eso, aun siendo importante,<br />

no fue lo más grave. En mi opinión, lo que arrinconó <strong>de</strong>finitivamente esas<br />

cuatro trascen<strong>de</strong>ntales «presencias» <strong>de</strong>l Maestro, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> su muerte y<br />

resurrección, fue el contenido <strong>de</strong> los sucesivos mensajes.<br />

«Aquello» chocaba frontalmente con la Tora, con la tradición, con el sentimiento<br />

<strong>de</strong> superioridad <strong>de</strong>l pueblo elegido y, sobre todo, con la filosofía que<br />

empezaba a fraguar en el grupo dominante.<br />

«Dentro <strong>de</strong>l reino <strong>de</strong> mi Padre -dijo Jesús a los griegos- no hay ni habrá judíos<br />

ni gentiles.»<br />

«Recibid en vuestra comunidad -manifestó en Fila<strong>de</strong>lfia ante buen número <strong>de</strong><br />

arab-, con agradable comprensión y afecto fraternal, a todos los hermanos<br />

consagrados a la divulgación <strong>de</strong> la buena nueva. Sean judíos o gentiles.<br />

Griegos o romanos. Persas o etíopes.»<br />

«El Padre me ha enviado -aclaró finalmente en la ciudad <strong>de</strong> Alejandría ante<br />

griegos, egipcios y judíos- para establecer algo que no es propiedad <strong>de</strong><br />

ninguna raza, nación, ni tampoco <strong>de</strong> ningún grupo especial <strong>de</strong> educadores o<br />

predicadores... ¡Prestad atención!: este evangelio no <strong>de</strong>be ser confiado exclusivamente<br />

a los sacerdotes.»<br />

Las directísimas y transparentes alusiones <strong>de</strong> Jesús no podían ser aceptadas<br />

en ese tiempo y, mucho menos, recogidas en los textos evangélicos. Insisto<br />

una y otra vez: el mensaje no era compatible con las circunstancias y prácticas<br />

<strong>de</strong> aquellos hombres. Por eso, sin duda, lo repitió con tanta insistencia.<br />

Pero hubo algo más. Algo que <strong>de</strong>jó a Pedro y a los suyos fuera <strong>de</strong> juego...<br />

Sabedor <strong>de</strong> lo que iba a suce<strong>de</strong>r, el Resucitado se presenta en la casa <strong>de</strong><br />

Nico<strong>de</strong>mo, en Jerusalén, y en la primera vigilia <strong>de</strong> la noche, con la totalidad <strong>de</strong><br />

51


los íntimos en su presencia, lanza una advertencia clave:<br />

«Os exhorto a que no olvidéis que vuestra misión consiste en la proclamación<br />

<strong>de</strong>l evangelio <strong>de</strong>l reino. Es <strong>de</strong>cir, la realidad <strong>de</strong> la paternidad <strong>de</strong> Dios y la<br />

hermandad entre los hombres... Anunciad la buena nueva..., en su totalidad.<br />

No caigáis en la tentación <strong>de</strong> revelar tan sólo una parte... ¡Prestad atención...!<br />

Mi resurrección no <strong>de</strong>be cambiar el gran mensaje. Es <strong>de</strong>cir, ¡que sois hijos <strong>de</strong><br />

un Dios!»<br />

Otros setenta seguidores fueron igualmente testigos <strong>de</strong> excepción. Sin embargo,<br />

el lí<strong>de</strong>r y la primera comunidad, como ya he mencionado, hicieron<br />

oídos sordos a esta <strong>de</strong>cisiva aclaración. Bartolomé, Tomás y Simón el Zelota,<br />

en efecto, llevaban razón. Pero, como fue dicho, el gran mensaje «no vendía»,<br />

no encandilaba a las multitu<strong>de</strong>s...<br />

¿Poner por escrito esta aparición? ¿Reconocer públicamente que no siguieron<br />

los consejos <strong>de</strong>l Hombre al que adoraban?<br />

De ninguna manera...<br />

Y no se hizo. La «presencia» número dieciséis tampoco existió. Jamás formaría<br />

parte <strong>de</strong> la historia <strong>de</strong>l Hijo <strong>de</strong>l Hombre. Nuevo y triste silencio en los<br />

mal llamados textos revelados...<br />

En esa aparición, justamente, el Maestro habla <strong>de</strong> «algo» a lo que ya he hecho<br />

alusión en páginas anteriores, al comentar uno <strong>de</strong> los supuestos discursos <strong>de</strong><br />

Pedro en el día <strong>de</strong> Pentecostés y que aparece en los escritos <strong>de</strong> Lucas. El<br />

Resucitado, con una clarivi<strong>de</strong>ncia asombrosa, a<strong>de</strong>lantándose a los acontecimientos,<br />

hace una revelación que tampoco fue tenida en cuenta por la<br />

primitiva iglesia.<br />

«Ahora, aquí, estáis compartiendo la realidad <strong>de</strong> mi resurrección -les dijo-.<br />

Pero esto no tiene nada <strong>de</strong> extraño. Yo tengo el po<strong>de</strong>r para sacrificar mi vida...,<br />

y recuperarla. Es el Padre quien me otorga ese po<strong>de</strong>r...»<br />

En conclusión: no fue Dios, el Padre, como pregonarían <strong>de</strong>spués Simón Pedro<br />

y los suyos, quien resucitó a Jesús <strong>de</strong> Nazaret, sino Él mismo. Él disfrutaba <strong>de</strong><br />

ese po<strong>de</strong>r. Interesante diferencia...<br />

Y antes <strong>de</strong> proseguir con este <strong>de</strong>sastre, intuyo que <strong>de</strong>bo volver atrás. «Algo»<br />

tintinea en mi interior... Sí, creo que he olvidado una matización.<br />

Fue en Alejandría, en la «presencia» número doce, don<strong>de</strong> el Resucitado, <strong>de</strong><br />

pronto, manifestó algo que, en nuestro tiempo, podría ser mal interpretado.<br />

«Este evangelio -afirmó- no <strong>de</strong>be ser confiado exclusivamente a los sacerdotes.»<br />

La afirmación, en mi humil<strong>de</strong> opinión, contiene más <strong>de</strong> lo que aparece en un<br />

primer y literal examen. Dudo <strong>de</strong> que el Maestro se refiriera únicamente a las<br />

castas sacerdotales <strong>de</strong> aquella época. Por lo que sé, y por lo que me fue dado<br />

conocer en nuestra dilatada permanencia junto al rabí, el aviso era infinitamente<br />

más sutil. Estaba claro que los sacerdotes que habían conspirado<br />

contra Él difícilmente harían suyo el gran mensaje. Se hallaban a millones <strong>de</strong><br />

52


años-luz <strong>de</strong> la buena nueva. Se consi<strong>de</strong>raban los sagrados <strong>de</strong>positarios <strong>de</strong> la<br />

verdad y los únicos que tenían acceso a la Divinidad. Para estas castas, Yavé<br />

era inaccesible, vengativo y discriminador. No, como digo, no creo que Jesús<br />

<strong>de</strong> Nazaret estuviera pensando en estos celosos custodios <strong>de</strong> la Tora cuando<br />

formuló la advertencia. Era obvio. Sí me inclino, en cambio, por los «otros<br />

sacerdotes». Tal y como <strong>de</strong>mostró en diferentes apariciones, sabía lo que iba<br />

a suce<strong>de</strong>r. Y quiso poner las cosas en su lugar. Sabía que, con el tiempo, esos<br />

«otros sacerdotes» -la jerarquía, en <strong>de</strong>finitiva, que nacería con la primitiva<br />

iglesia- monopolizaría su imagen y sus palabras. Es <strong>de</strong>cir, su evangelio. Un<br />

evangelio mutilado y contaminado pero, a fin <strong>de</strong> cuentas, conteniendo parte<br />

<strong>de</strong> la verdad.<br />

La pregunta clave es «por qué». ¿Por qué el Resucitado no <strong>de</strong>sea que la buena<br />

nueva sea «propiedad» exclusiva <strong>de</strong> los sacerdotes? Hoy, tal y como están las<br />

cosas, la mayor parte <strong>de</strong> los creyentes acepta que el ministerio <strong>de</strong>be <strong>de</strong>scansar<br />

precisamente en esos supuestos representantes <strong>de</strong>l «Señor Jesús». La<br />

verdad es que lo repitió hasta la saciedad. Su evangelio -el gran mensajenada<br />

tenía que ver con estructuras, tradiciones, dogmas, leyes, primados y<br />

<strong>de</strong>más intermediarios. Todo era simple y fascinante. Su gran revolución fue<br />

ésa: mostrar al mundo que Dios no era una i<strong>de</strong>a más o menos abstracta,<br />

remota y fiscalizadora. La revelación que justificó su vida <strong>de</strong>cía otra cosa:<br />

Dios es un Ab-bá, un Padre. Un Ser amante que sólo pi<strong>de</strong> confianza. En otras<br />

palabras: Jesús <strong>de</strong> Nazaret no predicó, ni propugnó, una religión tradicional.<br />

Lo suyo era un estilo <strong>de</strong> vida. Compartir su i<strong>de</strong>al -su evangelio- significa<br />

enten<strong>de</strong>r y aceptar que existe ese Padre y que, en consecuencia, los seres<br />

humanos son físicamente hermanos. Este «hallazgo», para quien tiene la<br />

fortuna <strong>de</strong> <strong>de</strong>scubrirlo, cambia radicalmente la brújula <strong>de</strong>l pensamiento. Y el<br />

sujeto entra en una nueva y esperanzadora dinámica en la que sólo cuenta la<br />

experiencia personal. Es el inicio <strong>de</strong> una aventura en la que el hombre no<br />

<strong>de</strong>pen<strong>de</strong>rá ya <strong>de</strong> viejas servidumbres. Al buscar a Dios por ese atractivo<br />

sen<strong>de</strong>ro.... Dios ya está con él. Este evangelio, en fin, como insistió el Maestro<br />

hasta el aburrimiento, no precisa, pues, <strong>de</strong> recintos sagrados, libros revelados<br />

o venerables <strong>de</strong>positarios <strong>de</strong> la verdad.<br />

La advertencia, sin embargo, como refleja la Historia, cayó en saco roto. Ni<br />

Pedro, ni Pablo, ni el resto <strong>de</strong> los primeros cristianos la tuvieron presente. Muy<br />

al contrario. Al poco, un engranaje cada vez más jerarquizado y dogmático<br />

fue abriéndose paso, monopolizando, con<strong>de</strong>nando y discriminando. Y hoy,<br />

esa «maquinaria» -tan ajena a los propósitos <strong>de</strong>l gran rabí <strong>de</strong> Galilea- continúa<br />

controlando y dirigiendo volunta<strong>de</strong>s.<br />

¿Escribir y <strong>de</strong>jar constancia <strong>de</strong> la aparición <strong>de</strong> Jesús a los paganos <strong>de</strong> Alejandría?<br />

¿Decir al mundo que el evangelio no <strong>de</strong>bía ser confiado exclusivamente<br />

a los sacerdotes?<br />

No, aquellos hombres no estaban locos...<br />

53


Y una vez vaciado mi corazón, continuaré con la «gran estafa».<br />

¿De qué otra forma puedo calificar el ocultamiento sistemático <strong>de</strong> estas<br />

apariciones? Discípulos y evangelistas conocieron la verdad y, no obstante, la<br />

silenciaron. ¿No es esto un frau<strong>de</strong>? De hecho, si examinamos los evangelios,<br />

uno <strong>de</strong>scubre con alarma que las únicas «presencias» anotadas por los escritores<br />

sagrados (?) fueron protagonizados por los íntimos y algunos seguidores<br />

próximos. Naturalmente, todos judíos. Naturalmente, todas manipuladas...<br />

Ejemplos.<br />

Juan, en el capítulo 20, versículos 19 al 30, amén <strong>de</strong> confundir escenas correspondientes<br />

a dos apariciones distintas (la número nueve y la once), insertándolas<br />

en una sola, coloca en labios <strong>de</strong> Jesús unas frases que nunca<br />

existieron. Lógicamente tengo dudas. ¿Fue el Zebe<strong>de</strong>o quien falsificó esas<br />

famosas frases? ¿O quizá fue una interpolación posterior? Sea como fuere, lo<br />

que aparece claro es que la sentencia en cuestión interesaba a la recién estrenada<br />

iglesia.<br />

«A quienes perdonéis los pecados -escribe el evangelista en el referido capítulo-,<br />

les quedarán perdonados; a quienes se los retengáis, les quedarán<br />

retenidos.»<br />

La liturgia, el engranaje y el dogmatismo, como <strong>de</strong>cía, avanzaban veloces y<br />

era preciso justificar lo que, más a<strong>de</strong>lante, sería conocido como «sacramento<br />

<strong>de</strong> la penitencia». En alguien tenía que reposar el fundamento <strong>de</strong> tal privilegio<br />

y, probablemente, Juan Zebe<strong>de</strong>o fue elegido como el testigo irrefutable. Y<br />

digo que fue «elegido» porque, a la vista <strong>de</strong> los errores que presenta el<br />

mencionado texto, es casi seguro que Juan no pudo ser autor <strong>de</strong>l mismo. Y si<br />

lo fue, una <strong>de</strong> dos: o la memoria le fallaba escandalosamente o manipuló la<br />

verdad.<br />

¿Errores?<br />

Sí, unos cuantos. Unos fallos que ponen en tela <strong>de</strong> juicio la autenticidad <strong>de</strong><br />

todo el pasaje.<br />

Para empezar, en esa aparición, la última <strong>de</strong> aquel domingo, 9 <strong>de</strong> abril, el<br />

Resucitado no mostró a los íntimos las manos y el costado. Eso ocurrió siete<br />

días más tar<strong>de</strong> (no ocho, como afirma el evangelista).<br />

¿Y <strong>de</strong> dón<strong>de</strong> saca el responsable <strong>de</strong>l texto sagrado (?) que el Maestro sopló<br />

sobre los discípulos?<br />

El escribano <strong>de</strong> turno lo confundió todo. El Espíritu <strong>de</strong> la Verdad, como<br />

anunciaría Jesús en muchas <strong>de</strong> las «presencias», llegó bastantes semanas<br />

<strong>de</strong>spués y para todos. La verdad es que semejante discriminación resulta<br />

sospechosa...<br />

En cuanto a las palabras pronunciadas por el rabí tras el supuesto «soplo»,<br />

quien conozca mínimamente el estilo <strong>de</strong>l Hijo <strong>de</strong>l Hombre se dará cuenta <strong>de</strong><br />

que difícilmente podían encajar en su pensamiento y línea <strong>de</strong> conducta. El<br />

54


evangelio no era eso. La buena nueva, repito, no era propiedad <strong>de</strong> nadie y<br />

nadie ostentaba atribuciones especiales. En la aparición número doce, en<br />

Alejandría, lo <strong>de</strong>jó muy claro: «El Padre me ha enviado para establecer algo<br />

que no es propiedad <strong>de</strong> ninguna raza, nación, ni tampoco <strong>de</strong> ningún grupo<br />

especial <strong>de</strong> educadores o predicadores.»<br />

Concluido el relato sobre la tercera «presencia», en la que el Resucitado reprocha<br />

a Tomás su incredulidad, el evangelista se <strong>de</strong>tiene <strong>de</strong> pronto. Es como<br />

si Juan Zebe<strong>de</strong>o no recordara o no lo hiciera con suficiente precisión. Y salva<br />

la situación con una frase en la que reconoce, implícitamente, que hubo más<br />

apariciones:<br />

«Jesús realizó en presencia <strong>de</strong> los discípulos otras muchas señales que no<br />

están escritas en este libro...»<br />

Interesante.<br />

Él, como el resto, sabía la verdad. Pero...<br />

Más a<strong>de</strong>lante, en el capítulo 21, suce<strong>de</strong> algo curioso que parece confirmar lo<br />

ya referido anteriormente: alguien «metió la mano» en el texto joánico. Alguien<br />

no se contentó con lo expuesto por Juan en torno a las apariciones <strong>de</strong>l<br />

Maestro y añadió una más. Lo malo es que, al hacerlo, amén <strong>de</strong> faltar a la<br />

verdad, mutilando y <strong>de</strong>formando las conversaciones <strong>de</strong> Jesús con sus íntimos<br />

en la playa <strong>de</strong> Saidan, no contabilizó las «presencias» narradas por el Zebe<strong>de</strong>o<br />

y, a<strong>de</strong>más <strong>de</strong> la mano, metió la pata...<br />

El «intruso», en el versículo 14 <strong>de</strong> dicho Epílogo, dice que «ésta fue ya la<br />

tercera vez que Jesús se manifestó a los discípulos <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> resucitar <strong>de</strong><br />

entre los muertos».<br />

Lástima. Si hubiera tenido la precaución <strong>de</strong> sumar las apariciones que cita<br />

Juan habría comprobado que la añadida por él era la cuarta... A saber: aparición<br />

<strong>de</strong>l Maestro a la Magdalena, junto al sepulcro; a los íntimos en el cenáculo<br />

y -ocho días <strong>de</strong>spués- a la totalidad <strong>de</strong> los discípulos (incluido Tomás).<br />

Como <strong>de</strong>cía, un relato sesgado, en el que tan sólo se ofrecen las «presencias»<br />

<strong>de</strong> Jesús a los «embajadores <strong>de</strong>l reino» y a María, la <strong>de</strong> Magdala. En otras<br />

palabras: doce testigos. ¿Y qué ocurrió con los otros 1 500? ¿Se borraron <strong>de</strong><br />

la memoria <strong>de</strong> Juan?<br />

Por supuesto que no...<br />

En cuanto al segundo testimonio evangélico -el <strong>de</strong> Marcos-, el <strong>de</strong>sbarajuste,<br />

manipulación y censura tampoco se quedan cortos.<br />

Echemos un vistazo.<br />

En el capítulo 16, versículos 9 al 20, el evangelista (o quien se encargara <strong>de</strong><br />

enmendarle la plana) da fe <strong>de</strong> tres únicas apariciones. Y todas, claro está, a<br />

los <strong>de</strong> siempre: a los íntimos y a la Magdalena. Del resto, ni palabra...<br />

En el texto, a<strong>de</strong>más, convenientemente camuflada, se <strong>de</strong>sliza otra falsedad.<br />

Los individuos que «iban camino <strong>de</strong> una al<strong>de</strong>a», y a quienes se presenta el<br />

Resucitado, no eran dos <strong>de</strong> los apóstoles, como sugiere Marcos (?), sino<br />

55


Cleofás y Jacobo, unos pastores <strong>de</strong> Ammaus que, al parecer, conocían las<br />

enseñanzas <strong>de</strong>l Maestro.<br />

Lo más grave, sin embargo, se escon<strong>de</strong> en la tercera y última «presencia». El<br />

evangelista -que la i<strong>de</strong>ntifica con la mal llamada «ascensión»-, sin el menor<br />

pudor, «olvida» lo que realmente dijo Jesús en aquella mañana <strong>de</strong>l 18 <strong>de</strong> abril<br />

e inventa con un <strong>de</strong>scaro inaudito...<br />

«El que crea y sea bautizado -pone en boca <strong>de</strong>l rabí-, se salvará; el que no<br />

crea, se con<strong>de</strong>nará.»<br />

¡Dios <strong>de</strong> los cielos! ¿Cuándo y dón<strong>de</strong> pronunció el Maestro una sentencia tan<br />

impropia <strong>de</strong> su amoroso y misericordioso talante?<br />

Creo intuir que Marcos -o quien fuera el artífice <strong>de</strong> semejante <strong>de</strong>spropósitosupo<br />

o escuchó <strong>de</strong> «algo» que sonaba relativamente parecido. Y lo retorció,<br />

ajustándolo a los intereses <strong>de</strong>l momento y <strong>de</strong> la naciente iglesia. Ese «algo»<br />

fueron unas palabras lanzadas el martes, 16 <strong>de</strong> mayo, en la aparición a los<br />

gentiles <strong>de</strong> Tiro. En dicha ocasión, como se recordará, Jesús manifestó:<br />

«La salvación es un don <strong>de</strong> Dios, pero los que nacen <strong>de</strong>l espíritu <strong>de</strong>muestran<br />

los frutos inmediatamente, a través <strong>de</strong>l servicio a sus semejantes. Éstos son<br />

esos frutos: servicio amoroso, abnegación <strong>de</strong>sinteresada, fi<strong>de</strong>lidad, equilibrio,<br />

honra<strong>de</strong>z, permanente esperanza, confianza sin reservas, misericordia,<br />

bondad continua, piadosa clemencia y paz sin fin. Si los creyentes no aportan<br />

estos frutos en su vida diaria..., ¡están muertos! El Espíritu <strong>de</strong> la Verdad (no<br />

os engañéis) no resi<strong>de</strong> en ellos. Son sarmientos inútiles <strong>de</strong> una viña viva y, a<br />

no tardar, serán podados.»<br />

La diferencia es elocuente...<br />

Jesús nunca habló <strong>de</strong> con<strong>de</strong>nación, ni tampoco <strong>de</strong> bautismo. Eso fue otra<br />

instrumentalización <strong>de</strong> unos hombres que renunciaron al gran mensaje y que<br />

no tuvieron más remedio que <strong>de</strong>fen<strong>de</strong>rse <strong>de</strong> los múltiples ataques interiores y<br />

exteriores.<br />

¿Fi<strong>de</strong>lidad? ¿Honra<strong>de</strong>z? ¿Misericordia? ¿Piadosa clemencia?<br />

Siendo consecuentes con la exposición <strong>de</strong>l Resucitado en Fenicia, ¿dieron los<br />

«embajadores <strong>de</strong>l reino» y los evangelistas los frutos señalados por el<br />

Maestro? ¿Fueron honrados con la verdad? ¿Se mostraron fieles a lo ocurrido?<br />

¿Era <strong>de</strong> hombres misericordiosos y clementes una actitud tan severa y radical?<br />

Lo más triste es que esa «invención» siguió galopando a lo largo <strong>de</strong> la Historia,<br />

chantajeando a millones <strong>de</strong> hombres y mujeres <strong>de</strong> buena voluntad...<br />

Sí, probablemente, apoyándome en las palabras <strong>de</strong>l Hijo <strong>de</strong> Dios, fueron ellos<br />

los «muertos».<br />

El resto <strong>de</strong> las afirmaciones <strong>de</strong> Marcos es pura anécdota.<br />

¿Señales? ¿Cuándo se refirió el Maestro a <strong>de</strong>monios, lenguas, serpientes y<br />

venenos?<br />

No hace falta ser muy <strong>de</strong>spierto para <strong>de</strong>scubrir que sus alocuciones, tras la<br />

56


esurrección, fueron siempre más serias y profundas. El evangelista, en<br />

cambio, con una aparatosa «miopía», convierte el magnífico prodigio en un<br />

vulgar circo...<br />

Así las cosas, tampoco es <strong>de</strong> extrañar que los escritores sagrados (?) no<br />

hagan una sola mención <strong>de</strong> las interesantes y puntuales profecías formuladas<br />

por el Resucitado en varias <strong>de</strong> sus «presencias». ¿Es que el anuncio <strong>de</strong> las<br />

persecuciones y <strong>de</strong> las muertes violentas <strong>de</strong> su hermano en la carne (Santiago)<br />

y <strong>de</strong>l otro Santiago (el Zebe<strong>de</strong>o) no era importante? ¿Por qué lo ocultaron?<br />

¿Estimaron que una referencia así concedía más relevancia a éstos discípulos<br />

que al lí<strong>de</strong>r? Pue<strong>de</strong> que, incluso, en este punto, sea yo el equivocado. Quizá<br />

veo ya maquinaciones don<strong>de</strong> nunca las hubo. Pero, ¡es que vi tantas...!<br />

Y cerraré esta revisión con un «capítulo» que, personalmente, se me antoja<br />

como uno <strong>de</strong> los más hermosos y esperanzadores <strong>de</strong> cuantos contiene el<br />

amplio episodio <strong>de</strong> las apariciones. Un «capítulo» -cómo no- igualmente ignorado<br />

por los evangelistas...<br />

Si la memoria y mis notas no fallan, es en la primera «presencia», en la<br />

número once, en la trece y también en la dieciséis, cuando el Resucitado habla<br />

con claridad <strong>de</strong> «otras formas <strong>de</strong> vida, existentes <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la muerte».<br />

Tanto mi hermano como quien esto escribe lo repasamos y discutimos hasta<br />

la saciedad.<br />

En la primera, cuando la <strong>de</strong> Magdala trata <strong>de</strong> abrazar al rabí, éste la frena sin<br />

contemplaciones:<br />

«No soy el que has conocido en la carne.»<br />

Poco <strong>de</strong>spués, el domingo, 16 <strong>de</strong> abril, al presentarse en el cenáculo en medio<br />

<strong>de</strong> los once, Jesús, dirigiéndose al incrédulo Tomás, dice:<br />

«A pesar <strong>de</strong> que no veas ninguna señal <strong>de</strong> clavos, ya que ahora vivo bajo una<br />

forma que tú también tendrás cuando <strong>de</strong>jes este mundo...»<br />

Cinco días más tar<strong>de</strong>, en la playa <strong>de</strong> Saidan [«presencia» número trece], al<br />

conversar con los íntimos, es igualmente preciso:<br />

«Estaré poco tiempo en mi actual forma, antes <strong>de</strong> ir con el Padre... Cuando<br />

hayáis acabado en este mundo -Jesús levantó el rostro hacia el azul <strong>de</strong> cielotengo<br />

otros mejores, don<strong>de</strong> trabajaréis también para mí. En esta obra, en<br />

este y otros mundos, trabajaré con vosotros...»<br />

Por último, el 5 <strong>de</strong> mayo, <strong>de</strong> nuevo ante los íntimos y setenta seguidores, en<br />

la casa <strong>de</strong> Nico<strong>de</strong>mo, hace otro anuncio singular:<br />

«Ahora, aquí, estáis compartiendo la realidad <strong>de</strong> mi resurrección. Pero esto no<br />

tiene nada <strong>de</strong> extraño. Yo tengo el po<strong>de</strong>r para sacrificar mi vida..., y para<br />

recuperarla. Es el Padre quien me otorga ese po<strong>de</strong>r... Más que por eso,<br />

vuestros corazones <strong>de</strong>berían estremecerse por la realidad <strong>de</strong> esos muertos <strong>de</strong><br />

una época que han emprendido la ascensión eterna poco <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> que yo<br />

abandonara la tumba <strong>de</strong> José <strong>de</strong> Arimatea...»<br />

Quedamos sobrecogidos.<br />

57


Jesús <strong>de</strong> Nazaret jamás mintió. Nunca inventó. Cuanto dijo se cumplió..., o<br />

está por cumplir. ¿Por qué íbamos a dudar <strong>de</strong> unas palabras que garantizan<br />

otra forma <strong>de</strong> vida <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la muerte? Teníamos, a<strong>de</strong>más, ciertas pruebas.<br />

Amén <strong>de</strong> haber visto y tocado aquel «cuerpo glorioso» -la <strong>de</strong>finición me<br />

parece excelente-, nuestros sistemas lo analizaron..., hasta don<strong>de</strong> fue posible.<br />

Era físico, sí, aunque <strong>de</strong> una naturaleza <strong>de</strong>sconocida.<br />

«...ahora vivo bajo una forma que tú también tendrás cuando <strong>de</strong>jes este<br />

mundo...»<br />

Ésa era la clave. En esas palabras a Tomás está contenido el gran chorro <strong>de</strong><br />

oxígeno. La categórica afirmación no <strong>de</strong>ja lugar a dudas: <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la<br />

muerte hay vida.<br />

En mi opinión, he aquí uno <strong>de</strong> los mensajes más extraordinarios y gratificantes<br />

que haya podido recibir el siempre temeroso ser humano. Y hoy,<br />

mientras pongo en or<strong>de</strong>n estos recuerdos, nada pue<strong>de</strong> convencerme <strong>de</strong> lo<br />

contrario. Al morir, un «cuerpo» similar al que vimos y estudiamos nos<br />

aguarda a todos. ¡A todos!<br />

Naturalmente, le dimos muchas vueltas. Y llegamos a conclusiones. Pobres, lo<br />

sé, pero conclusiones...<br />

Por ejemplo:<br />

A la vista <strong>de</strong> lo ocurrido en las tres primeras «presencias», en las que la<br />

«forma física» <strong>de</strong>l Resucitado presentaba «anomalías», cabe la posibilidad <strong>de</strong><br />

que ese recién estrenado «soporte corporal» (?) (las palabras me entorpecen)<br />

<strong>de</strong>ba experimentar una serie <strong>de</strong> sucesivos y necesarios cambios en su formación<br />

(?). ¿Explicaría esto la advertencia <strong>de</strong> Jesús a la Magdalena? ¿Qué habría<br />

sucedido si la mujer lo hubiera tocado?<br />

Las siguientes, en las que el Maestro aparecía ya con un «cuerpo» aparentemente<br />

normal (?), vendrían quizá a confirmar este supuesto. El misterioso<br />

«cuerpo» -la «forma» <strong>de</strong> la que habló el rabí- se hallaría entonces <strong>de</strong>finitivamente<br />

constituido. Un «cuerpo» capaz <strong>de</strong> atravesar (?) muros, que no<br />

precisa <strong>de</strong> aparatos circulatorio, respiratorio y digestivo y que tiene la facultad<br />

<strong>de</strong> materializarse y <strong>de</strong>smaterializarse a voluntad.<br />

Un sueño, sí. Algo difícil <strong>de</strong> aceptar por un científico...<br />

Pero Él lo dijo..., y lo hizo.<br />

Eliseo llegaría también a otra supuesta (?) conclusión.<br />

Ajustándose a lo anunciado por Jesús -«cuando hayáis acabado en este<br />

mundo tengo otros mejores, don<strong>de</strong> trabajaréis también para mí»-, audaz e<br />

imaginativo, esgrimió lo siguiente:<br />

-Es posible que, tras la muerte, provistos <strong>de</strong> esa «nueva forma corporal» (?),<br />

seamos transportados y ubicados en «otros mundos mejores que el nuestro»,<br />

en los que <strong>de</strong>bamos seguir actuando y aprendiendo.<br />

Y entusiasmado -el término más exacto sería «esperanzado»-, formuló una<br />

hipótesis que me encanta:<br />

58


Para mi hermano, ese «cuerpo glorioso» podría ser «MAT-1». Así lo bautizó.<br />

¿Y qué entendía por «MAT-1»?<br />

«Materia» física, aunque <strong>de</strong>sconocida para nuestra Ciencia, a un cincuenta<br />

por ciento. Es <strong>de</strong>cir, un «cuerpo» integrado por elementos tangibles y medibles<br />

(a un 50 por ciento) y por una «sustancia» más sutil (también al 50 por<br />

ciento) que, simplificando peligrosamente, podríamos <strong>de</strong>finir como «espiritual».<br />

De ahí que no lo consi<strong>de</strong>rase «MATERIA», sino «MAT». En cuanto al «1»,<br />

he aquí el curioso e in<strong>de</strong>mostrable razonamiento: si lo que llevábamos visto y<br />

oído, y lo que nos aguardaba en el tercer «salto», era correcto, tras la muerte<br />

nos espera un largo recorrido. El Maestro lo repitió hasta la saciedad. Pues<br />

bien, según Eliseo, nada más <strong>de</strong>spertar <strong>de</strong>l «sueño» <strong>de</strong> la muerte, uno recibe<br />

el nuevo «cuerpo» («MAT-2»). Y con él <strong>de</strong>be «vivir» y prosperar durante un<br />

«tiempo» (?). (El hipotético lector <strong>de</strong> esta memorias compren<strong>de</strong>rá que las<br />

palabras no son mi mejor aliado). Una vez satisfecha esa etapa inicial, el<br />

porcentaje <strong>de</strong> «materia» quedaría reducido, aumentando, en cambio, el <strong>de</strong> la<br />

«sustancia» más liviana. Y el ser gozaría entonces <strong>de</strong> un «cuerpo» (?)<br />

«MAT-2». El supuesto proceso continuaría con las sucesivas «adquisiciones»<br />

<strong>de</strong> «cuerpos» cada vez menos <strong>de</strong>nsos y mucho más «espirituales». En otras<br />

palabras: a cada salto «evolutivo» (?), el nuevo «hombre» recibiría una<br />

«estructura» (?) «MAT-3», «MAT-4», «MAT-5», etc. Y pue<strong>de</strong> que llegue el<br />

instante en que esa inteligencia -en el casi infinito camino hacia el Padre- no<br />

precise ya <strong>de</strong> «soporte» físico alguno, transformándose en una entidad absolutamente<br />

«espiritual». Quizá, a juzgar por las enseñanzas <strong>de</strong>l Hijo <strong>de</strong>l<br />

Hombre, el verda<strong>de</strong>ro objetivo <strong>de</strong> todos los que han sido, somos, y serán<br />

primero pura MATERIA. Obviamente, para alcanzar ese estado i<strong>de</strong>al, don<strong>de</strong> la<br />

criatura no se vea limitada por las torpes y groseras estructuras materiales,<br />

es básico y primordial que entendamos el porqué <strong>de</strong> ese or<strong>de</strong>n cósmico. Pero,<br />

como insinuaba Eliseo, dicha comprensión sólo será una realidad bien cimentada...,<br />

«al otro lado». Aquí, <strong>de</strong> momento, nos basta y nos sobra con la<br />

confianza. El cerebro no da para más...<br />

La hermosa teoría encajaba también con «algo» que, poco a poco, fuimos<br />

aprendiendo <strong>de</strong>l rabí <strong>de</strong> Galilea: el Padre, siempre misericordioso, sabio y<br />

«económico», nunca actúa bruscamente. Pasar <strong>de</strong> un cuerpo como el que<br />

conocemos a una «forma espiritual» podría suponer un choque, quizá un<br />

trauma, nada aconsejable. De la misma manera que un bebé no salta <strong>de</strong><br />

pronto a la madurez, así entiendo que ocurre «al otro lado». Todo es gradual,<br />

sereno, lógico y natural. Y no son palabras mías, sino <strong>de</strong> Él.<br />

Esto, en fin, justificaría los famosos «MAT» <strong>de</strong> mi imaginativo hermano. ¿O no<br />

eran imaginaciones?<br />

Por supuesto, al reflexionar sobre estas cuestiones, nos asaltó un tropel <strong>de</strong><br />

interrogantes:<br />

¿Significaba todo esto que el ser humano es inmortal? ¿Y qué suce<strong>de</strong> con la<br />

59


muerte? ¿Se prueba una vez o hay que morir en cada cambio <strong>de</strong> «forma»?<br />

¿Por qué hablaba el Maestro <strong>de</strong> «trabajar» en esos otros mundos? ¿A qué<br />

«trabajos» se refería? ¿Qué quiso <strong>de</strong>cir con lo <strong>de</strong> «esos muertos <strong>de</strong> una época<br />

que habían emprendido la ascensión <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> su resurrección»?<br />

Y las respuestas llegaron. Claro que llegaron..., aunque en su momento.<br />

¿Debo contenerme y esperar?<br />

Intuyo que es lo mejor. Sin embargo, hay «algo» que puja por salir. Y no lo<br />

retendré. Sé que para el hipotético lector pue<strong>de</strong> ser tan urgente como esclarecedor.<br />

Sí, mi hermano tenía razón..., en parte. Cuando Eliseo interrogó al Maestro<br />

sobre la teoría sobre los «MAT», Jesús, sonriendo feliz, le dio a enten<strong>de</strong>r que<br />

no andaba muy <strong>de</strong>scaminado...<br />

Dicho queda.<br />

«Quien tenga oídos...»<br />

15 AL 18 DE JUNIO<br />

También en eso acerté. El Destino fue indulgente...<br />

Tras cargar en el saco <strong>de</strong> viaje unas muestras <strong>de</strong> tierra <strong>de</strong>l huerto <strong>de</strong> José <strong>de</strong><br />

Arimatea -esenciales para redon<strong>de</strong>ar los análisis sobre el fenómeno <strong>de</strong> la<br />

resurrección-, al alba <strong>de</strong>l jueves, 15 <strong>de</strong>l mes <strong>de</strong> tammuz (junio), quien esto<br />

escribe se unía a Bartolomé y a Simón el Zelota, emprendiendo la marcha<br />

hacia el norte.<br />

Y acerté...<br />

El camino, en compañía <strong>de</strong> los discípulos, resultaría así más cómodo, seguro<br />

e instructivo.<br />

El «oso», condicionado por la necesidad <strong>de</strong> llegar a Caná lo antes posible,<br />

eligió la ruta más corta, atravesando Samaría. De no haber sido por esta<br />

circunstancia, la i<strong>de</strong>a habría sido rechazada. Aquel territorio, como creo haber<br />

mencionado, no era <strong>de</strong>l agrado <strong>de</strong> los judíos. Unos y otros, sencillamente, se<br />

odiaban.<br />

Y hábiles y pru<strong>de</strong>ntes, los galileos esquivaron en todo momento las al<strong>de</strong>as <strong>de</strong><br />

los «impuros y aborrecidos samaritanos». El fallecido rey Here<strong>de</strong>s el Gran<strong>de</strong><br />

había intentado suavizar estas tensiones, <strong>de</strong>sposando a una samaritana<br />

(Maltake), <strong>de</strong> la que tuvo dos hijos: los célebres Arquelao y Antipas. Se<br />

sospecha, incluso, que, en otro gesto <strong>de</strong> buena voluntad, Hero<strong>de</strong>s autorizó a<br />

los kuteos a que orasen en el atrio interior <strong>de</strong>l Templo <strong>de</strong> la Ciudad Santa (así<br />

lo refiere Josefo en Antigüeda<strong>de</strong>s, XVIII, 2, 2). Sin embargo, esa tregua se<br />

rompería <strong>de</strong>finitivamente en el año 8 <strong>de</strong> nuestra era cuando, bajo el gobierno<br />

<strong>de</strong>l procurador romano Coponio (6 al 9 d. J.C.), un grupo <strong>de</strong> samaritanos<br />

irrumpió en el citado Templo, esparciendo en los pórticos y en el santuario<br />

toda una colección <strong>de</strong> huesos humanos. Aquel acto <strong>de</strong> venganza, un sacrilegio<br />

60


en plena fiesta <strong>de</strong> la Pascua, colmó la paciencia <strong>de</strong> los judíos. Jamás los<br />

perdonaron. Des<strong>de</strong> entonces, las refriegas e insultos mutuos estuvieron a la<br />

or<strong>de</strong>n <strong>de</strong>l día.<br />

Afortunadamente, nadie nos molestó. Y el viernes, 16, dos horas antes <strong>de</strong>l<br />

ocaso, este explorador se <strong>de</strong>spedía <strong>de</strong> los discípulos a las puertas <strong>de</strong> Nazaret.<br />

Ellos continuaron hacia la cercana Caná y quien esto escribe, fiel al plan<br />

previsto, ro<strong>de</strong>ó la concurrida fuente, ingresando con prisas en la blanca y<br />

polvorienta senda que enlazaba la al<strong>de</strong>a <strong>de</strong> la Señora con Séforis, la capital <strong>de</strong><br />

la baja Galilea.<br />

El propósito, en principio, no era complicado. Ascen<strong>de</strong>ría por la falda norte <strong>de</strong>l<br />

Nebí Sain -un camino bien conocido por este torpe explorador y en el que ya<br />

había sufrido un lamentable inci<strong>de</strong>nte-, situándome frente al cementerio <strong>de</strong><br />

Nazaret antes <strong>de</strong> la caída <strong>de</strong>l sol. Una vez allí, ya veríamos...<br />

Si cálculos y razonamientos no fallaban, con el crepúsculo, a la entrada <strong>de</strong>l<br />

shabbat (el día sagrado para los judíos), el reducido camposanto <strong>de</strong>bería<br />

verse libre <strong>de</strong> toda suerte <strong>de</strong> visitantes. La ley y la tradición eran inflexibles.<br />

En sábado, por ejemplo, estaba prohibido el traslado <strong>de</strong> los muertos a las<br />

sepulturas. Más aún: ni siquiera <strong>de</strong>bía moverse uno solo <strong>de</strong> los miembros <strong>de</strong>l<br />

difunto, aunque estaba autorizada la ceremonia <strong>de</strong> lavado y embalsamamiento.<br />

Esto me tranquilizó..., en parte. ¿Y qué suce<strong>de</strong>ría con el enterrrador<br />

y la inseparable plañi<strong>de</strong>ra? ¿Continuarían en el lugar? Por supuesto, sólo<br />

había un medio para salir <strong>de</strong> dudas...<br />

La proximidad <strong>de</strong>l sábado jugó a mi favor. Los felah que habitualmente<br />

trabajaban en las cercanías <strong>de</strong>l camino acababan <strong>de</strong> abandonar las faenas. No<br />

tuve problemas. Ascendí veloz por la la<strong>de</strong>ra <strong>de</strong>l Nebí y, a medio camino <strong>de</strong> la<br />

cima, el apretado olivar me hizo una señal. Aquél era el punto. Me <strong>de</strong>svié<br />

hacia la izquierda y, lentamente, camuflado entre los árboles, fui a asomarme<br />

a mi objetivo. El breve cuadrilátero, <strong>de</strong> unos cincuenta metros <strong>de</strong> lado, se<br />

presentó tranquilo y silencioso. Aparentemente se hallaba <strong>de</strong>sierto. Pero no<br />

quise precipitarme. El recuerdo <strong>de</strong> la última y <strong>de</strong>sastrosa incursión entre las<br />

ochenta estelas <strong>de</strong> piedra me frenó en seco. Esta vez obraría sobre seguro. Si<br />

era necesario anularía a la «burrita» y a su compañero... Inspeccioné la choza<br />

<strong>de</strong> paja y adobe que se levantaba al este, y que servía <strong>de</strong> refugio al sepulturero<br />

y a la prostituta, pero, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> don<strong>de</strong> me encontraba, no percibí nada<br />

anormal.<br />

¿Qué hacía?<br />

Si la pareja se hallaba ausente, aquél podía ser el momento...<br />

Intenté serenarme. ¿Tenía prisa? Sí y no... En realidad, la operación, tal y<br />

como fue concebida, <strong>de</strong>bería ejecutarse durante la noche. Esto reduciría<br />

riesgos. Y aguanté en el filo <strong>de</strong>l olivar que amurallaba el cementerio. El sol,<br />

<strong>de</strong>sapareciendo ya tras los 488 metros <strong>de</strong>l Nebí, seguiría iluminando alre<strong>de</strong>dor<br />

<strong>de</strong> una hora.<br />

61


Frente al cobertizo, al otro lado <strong>de</strong>l cuadrilátero, las cinco gran<strong>de</strong>s muelas <strong>de</strong><br />

caliza que cerraban las criptas aparecían igualmente solitarias y <strong>de</strong>safiantes.<br />

Sí, «<strong>de</strong>safiantes» para este explorador. Allí, en las grutas ganadas al Nebí, si<br />

el instinto no se equivocaba, tenían que reposar los restos <strong>de</strong> José, el padre<br />

terrenal <strong>de</strong>l Hijo <strong>de</strong>l Hombre, y los <strong>de</strong> Amos, el hermano <strong>de</strong> cinco años, tristemente<br />

fallecido el 3 <strong>de</strong> diciembre <strong>de</strong>l 12. La advertencia <strong>de</strong> Santiago, en mi<br />

primera visita al cementerio, fue clave. Como se recordará, mientras este<br />

explorador permanecía en un respetuoso silencio frente a la estela que<br />

perpetuaba la memoria <strong>de</strong>l padre y <strong>de</strong>l niño <strong>de</strong>saparecidos, el hermano <strong>de</strong><br />

Jesús, colocando su mano en mi hombro, exclamó bajando la voz:<br />

-Ya no están aquí...<br />

Esto sólo significaba dos cosas: que los huesos, <strong>de</strong> acuerdo a la costumbre,<br />

hubieran sido arrojados al kokhim o fosa común que se abría en el centro <strong>de</strong>l<br />

camposanto o que, también <strong>de</strong> acuerdo a la tradición, la familia pudiera<br />

haberlos trasladado a un osario particular, <strong>de</strong>positándolos en una <strong>de</strong> aquellas<br />

criptas practicadas en el talud oste. En el primer supuesto, no había nada que<br />

hacer. El kokhim, <strong>de</strong> unos cuatro metros <strong>de</strong> lado, se hallaba repleto <strong>de</strong> huesos<br />

y calaveras, en el más caótico <strong>de</strong> los <strong>de</strong>sór<strong>de</strong>nes.<br />

Pero quedaban las criptas funerarias. Y la intuición me <strong>de</strong>cía que la familia <strong>de</strong><br />

José pudo haber respetado aquellos restos, conservándolos en una <strong>de</strong> las<br />

acostumbradas arquetas <strong>de</strong> piedra o ma<strong>de</strong>ra <strong>de</strong> cedro.<br />

Era preciso, pues, penetrar en ellas y <strong>de</strong>spejar la incógnita. Sólo así, disponiendo<br />

<strong>de</strong> una muestra <strong>de</strong> los huesos <strong>de</strong> José (preferentemente unos molares<br />

o premolares), estaríamos en condiciones <strong>de</strong> ultimar el <strong>de</strong>licado estudio sobre<br />

la posible paternidad <strong>de</strong>l malogrado contratista <strong>de</strong> obras.<br />

Me costó resistir. La espera, lo confieso, me envaró. Ardía en <strong>de</strong>seos <strong>de</strong> enfrentarme<br />

a las pesadas piedras que bloqueaban las criptas y actuar.<br />

Todo fue calculado minuciosamente. No podía fallar...<br />

Y la claridad perdió terreno.<br />

Unos minutos más...<br />

Ajusté las «crótalos» y la visión IR (infrarroja) modificó la creciente oscuridad,<br />

aliviando mis movimientos. Partí una rama <strong>de</strong> olivo y me dispuse a caminar<br />

hacia el talud oeste.<br />

Parecía claro. Enterrador y plañi<strong>de</strong>ra no se hallaban en el cementerio. Deduje<br />

que, ante la inminente llegada <strong>de</strong>l sábado y la lógica falta <strong>de</strong> trabajo, ambos<br />

optaron por ingresar en Nazaret o -quién sabe- quizá en Séforis o en cualquiera<br />

<strong>de</strong> las villas próximas. Sin embargo, no <strong>de</strong>bía fiarme. ¿Y si regresaban?<br />

Procuré serenarme, recordando otra <strong>de</strong> las rígidas disposiciones rabínicas.<br />

Ningún judío estaba autorizado a caminar en sábado más allá <strong>de</strong> los dos mil<br />

codos. Calculé la distancia entre Nazaret y el camposanto, por la ruta más<br />

corta (la cima <strong>de</strong>l Nebi). No me gustó. Como mucho, el camino sumaba setecientos<br />

metros. Si la pareja había elegido la al<strong>de</strong>a <strong>de</strong> la Señora, el «trabajo»<br />

62


que suponía la ida y la vuelta no violaba la Ley. Suponiendo que el <strong>de</strong>stino<br />

fuera Nazaret...<br />

Y otra duda me inquietó: ¿qué seguridad tenía <strong>de</strong> que enterrador y «burrita»<br />

eran judíos? Ninguna. Si eran paganos, las cosas se complicaban. El regreso<br />

podía producirse en cualquier momento.<br />

Sí, mal asunto...<br />

Pero estaba don<strong>de</strong> estaba. No tenía <strong>de</strong>masiadas alternativas. Así que, confiando<br />

en la formidable «fuerza» que me sostenía, me arriesgué. Crucé veloz<br />

entre las estelas y fui a situarme frente a las cinco muelas.<br />

Al levantar la vista reparé en algo que no había captado en las anteriores<br />

visitas y que, honradamente, me heló la sangre.<br />

-Lo que faltaba -murmuré entre dientes, imaginando la suerte <strong>de</strong> aquel entrometido<br />

si llegaba a ser capturado.<br />

En mitad <strong>de</strong> la roca caliza que hacía las veces <strong>de</strong> fachada, a poco más <strong>de</strong> dos<br />

metros <strong>de</strong>l suelo, perfectamente visible, las autorida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> Roma habían<br />

empotrado una losa <strong>de</strong> mármol <strong>de</strong> 60 por 40 centímetros, aproximadamente,<br />

en la que, en griego, podía leerse lo siguiente:<br />

«Sabido es que los sepulcros y las tumbas, que han sido hechos en consi<strong>de</strong>ración<br />

a la religión <strong>de</strong> los antepasados, o <strong>de</strong> los hijos o <strong>de</strong> los parientes,<br />

<strong>de</strong>ben permanecer inmutables a perpetuidad. Si alguien, pues, es convicto <strong>de</strong><br />

haberlo <strong>de</strong>struido, <strong>de</strong> haber, con mala intención, transportado el cuerpo a<br />

otros lugares, haciendo injuria a los muertos, o <strong>de</strong> haber quitado las inscripciones<br />

o las piedras <strong>de</strong> la tumba, or<strong>de</strong>no que ése sea llevado a juicio como<br />

si quien se dirige contra la religión <strong>de</strong> los Manes lo hiciera contra los mismos<br />

dioses. Así, pues, lo primero es preciso honrar a los muertos. Que no sea en<br />

absoluto permitido a nadie el cambiarlos <strong>de</strong> sitio, si no quiere el convicto por<br />

violación <strong>de</strong> sepultura sufrir la pena capital.»<br />

¡Dios bendito! Aquello parecía otra burla <strong>de</strong>l Destino...<br />

Sabía lo que me aguardaba si era sorprendido con las manos en la masa. Pero<br />

tampoco era necesario que me lo recordaran con semejante pompa y puntualidad...<br />

El «edicto», nacido probablemente en las cancillerías <strong>de</strong> Augusto, era algo<br />

habitual en aquel tiempo en muchos <strong>de</strong> los cementerios <strong>de</strong> la provincia romana<br />

<strong>de</strong> la Ju<strong>de</strong>a. No sería el primero ni el último que acertaría a <strong>de</strong>scubrir en<br />

mis correrías.<br />

Traté <strong>de</strong> olvidar el «aviso» y proseguí con lo que importaba.<br />

Me acerqué a las redondas piedras que cerraban las entradas a las respectivas<br />

grutas funerarias y fui palpando y examinando. No había duda. Roca caliza...<br />

Las cinco moles, <strong>de</strong> metro y medio <strong>de</strong> diámetro, podían pesar no menos <strong>de</strong><br />

setecientos kilos por unidad. Demasiado para <strong>de</strong>splazarlas con la fuerza <strong>de</strong> un<br />

solo hombre. Y tal y como fue planificado, me retiré unos metros, activando el<br />

«tatuaje». No había opción. Si <strong>de</strong>seaba penetrar en las criptas y localizar los<br />

63


estos <strong>de</strong> José, aquél era el procedimiento más rápido y eficaz.<br />

Lancé una mirada a mi alre<strong>de</strong>dor. En el firmamento, envalentonadas por la<br />

luna nueva, unas madrugadoras estrellas parpa<strong>de</strong>aban insolentes. Tuve la<br />

sensación <strong>de</strong> que gritaban, <strong>de</strong>latándome. Pero no. Todo continuaba en paz.<br />

Tecleé, proporcionando los parámetros necesarios: distancia, volumen espacial,<br />

tiempo para la inversión y, obviamente, naturaleza <strong>de</strong> los swivels a<br />

«remover».<br />

Quince segundos <strong>de</strong>spués, un seco y apagado «trueno» espantaba a una<br />

familia <strong>de</strong> rapaces nocturnas, alzando el vuelo sobre los olivos. Y la boca <strong>de</strong> la<br />

cripta apareció limpia y <strong>de</strong>safiante.<br />

Repetí la observación sobre el camposanto y su entorno. Aquél era otro<br />

instante clave. El estampido, aunque breve, podía llamar la atención.<br />

Esperé inquieto.<br />

Las lechuzas recobraron la paz y yo con ellas.<br />

Bien. Era el momento...<br />

Deslicé los <strong>de</strong>dos hacia el extremo superior <strong>de</strong>l cayado, pulsando el láser <strong>de</strong><br />

gas y posicionándolo en la potencia mínima (unas fracciones <strong>de</strong> vatio). Al<br />

punto, un finísimo hilo <strong>de</strong> fuego apareció en la noche. Aproximé la rama <strong>de</strong><br />

olivo y el «cilindro» (<strong>de</strong> apenas 25 mieras) provocó la combustión.<br />

No había tiempo que per<strong>de</strong>r. Y portando la improvisada tea penetré sigiloso<br />

en la cripta.<br />

La humedad me abofeteó. Hacía mucho que el lugar permanecía clausurado.<br />

El reducido habitáculo, en forma <strong>de</strong> círculo, <strong>de</strong> unos tres metros <strong>de</strong> diámetro<br />

y algo más <strong>de</strong> uno y medio <strong>de</strong> altura, fue excavado pacientemente, conquistando<br />

una dócil y cenicienta caliza. En su perímetro, a cincuenta centímetros<br />

<strong>de</strong>l suelo, presentaba una docena <strong>de</strong> hornacinas.<br />

Dudé...<br />

Encorvado y con el corazón en un puño me volví hacia la «<strong>de</strong>saparecida»<br />

muela. No, aquél no era el plan... Pero no tuve fuerzas.<br />

Una vez en el interior, como medida precautoria, evitando así que alguien me<br />

<strong>de</strong>tectara, este explorador <strong>de</strong>bía activar <strong>de</strong> nuevo el «tatuaje», materializando<br />

la roca y cerrando la gruta.<br />

Pero, como digo, dudé. Sentí miedo. Después <strong>de</strong> la amarga experiencia en los<br />

subterráneos <strong>de</strong> la casa <strong>de</strong>l saduceo, en Nazaret, no <strong>de</strong>seaba tentar la suerte.<br />

Sabía que el «tatuaje» no fallaría, pero...<br />

El corazón, acelerado, se puso <strong>de</strong> mi lado.<br />

«No lo haría. Correría el riesgo.»<br />

E inspirando profundamente me encaré a la arquetas <strong>de</strong> piedra que <strong>de</strong>scansaban<br />

en los huecos.<br />

Era mi turno.<br />

«José y su hijo Amos.» Ésta era la inscripción que, supuestamente, tenía que<br />

figurar en uno <strong>de</strong> los osarios. ¿Daría con ella?<br />

64


Repasé las cajas con nerviosismo.<br />

¡Bendito sea el cielo! Todas aparecían grabadas en la cara frontal. La mayoría<br />

en arameo. Otras en griego.<br />

Y auxiliado por el chisporroteante fuego fui leyendo:<br />

«Teodoto Liberto.»<br />

No, aquella traducción al griego <strong>de</strong>l nombre hebreo «Natanael» (Bartolomé)<br />

no era lo que buscaba...<br />

«Yejoeser hijo <strong>de</strong> Eleazar.»<br />

Tampoco...<br />

«Miriam hija <strong>de</strong> Nathan.»<br />

Empecé a <strong>de</strong>sconfiar. ¿Había equivocado la cripta?<br />

«José y su hijo...»<br />

La emoción brincó.<br />

¿José?<br />

Sin embargo, al terminar <strong>de</strong> leer, comprendí que me equivocaba.<br />

«José y su hijo Ismael y su hijo Yejoeser.»<br />

El resto <strong>de</strong> las apresuradas traducciones fue igualmente estéril. La <strong>de</strong>cepción<br />

se presentó puntual. Allí no reposaban los huesos <strong>de</strong> José...<br />

No importaba. Repetiría la lectura.<br />

Naturalmente, sólo obtuve un nuevo fracaso. Aquélla no era la cripta.<br />

Regresé al exterior y <strong>de</strong>diqué unos segundos a la obligada vigilancia <strong>de</strong><br />

cuanto me ro<strong>de</strong>aba. Todo respiraba sosiego. Todo menos el cielo y quien esto<br />

escribe. Ahora eran miles los «testigos» que parecían gritar, <strong>de</strong>nunciando el<br />

sacrilegio. Y me hice una sola pregunta: ¿cuánto tiempo sería necesario para<br />

registrar las restantes cuevas?<br />

Afortunadamente reaccioné. No me rendiría. Disponía <strong>de</strong> toda la noche, a no<br />

ser, claro está, que recibiera alguna visita...<br />

Cerré la cripta y, antes <strong>de</strong> teclear sobre el «tatuaje», preparando la segunda<br />

exploración, me concedí unos instantes. Tenía que pensar. Tenía que aliviar<br />

aquella con<strong>de</strong>na. Tenía que encontrar una pista, un indicio, que simplificara la<br />

búsqueda. Pero, ¿cuál? Sólo Dios y los familiares sabían dón<strong>de</strong> se hallaba el<br />

osario. Suponiendo que la intuición acertara...<br />

Imagino que fue una casualidad. ¿O no?<br />

Lo cierto es que, al repasar mentalmente las inscripciones <strong>de</strong> las doce arquetas,<br />

caí en la cuenta <strong>de</strong> «algo» que podría tener cierto fundamento. Pero<br />

no estaba seguro. Y <strong>de</strong>cidido a verificarlo caminé hacia las estelas <strong>de</strong>l cementerio.<br />

Me centré en las más próximas a la criptas.<br />

¡Bingo!<br />

Allí había «algo»...<br />

Volví a leer. Sí, la sospecha era correcta. Las inscripciones que acababa <strong>de</strong><br />

contemplar en la cueva funeraria se repetían en las primeras filas. Estaba<br />

claro. Aquellos restos fueron inhumados en un mismo periodo <strong>de</strong> tiempo y,<br />

65


posterior y paulatinamente, exhumados y <strong>de</strong>positados en la cripta correspondiente.<br />

En este caso, en la que ocupaba el extremo <strong>de</strong>recho <strong>de</strong>l talud<br />

calcáreo.<br />

El hallazgo me reconfortó. Si existía un or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> exhumación -como era<br />

presumible-, estas hileras, las que confirmaron mis sospechas, tenían que ser<br />

las más antiguas. En el paño opuesto, así lo recordaba, el pequeño cementerio<br />

presentaba una superficie todavía virgen, dispuesta para nuevos enterramientos.<br />

Pues bien, en las tilas cercanas a esa zona en reserva, quien esto<br />

escribe había <strong>de</strong>scubierto la estela que perpetuaba la memoria <strong>de</strong> José y <strong>de</strong> su<br />

hijo Amos. En resumen: dicha hilera -la número once- era más «mo<strong>de</strong>rna» y,<br />

en consecuencia, los huesos allí sepultados <strong>de</strong>berían <strong>de</strong> haber sido rescatados<br />

bastantes años más tar<strong>de</strong>.<br />

Comprobé la argumentación sobre el terreno. El camposanto sumaba trece<br />

hileras. A partir <strong>de</strong> ahí, hasta el lugar don<strong>de</strong> se levantaba la choza, la tierra se<br />

hallaba libre y, como digo, preparada para nuevos «inquilinos».<br />

La cuestión, ahora, se centraba en otro punto no menos problemático.<br />

Aceptando que la hilera «once» fuera una <strong>de</strong> las más recientes (?) (José<br />

llevaba muerto veintidós años y su hijo dieciocho), ¿a cuál <strong>de</strong> las criptas<br />

fueron trasladados?<br />

El dilema, obviamente, no era fácil. Y me <strong>de</strong>jé arrastrar por el sentido común.<br />

Si los huesos <strong>de</strong> las dos filas iniciales <strong>de</strong>l cementerio se hallaban en la gruta <strong>de</strong><br />

la <strong>de</strong>recha (la que acababa <strong>de</strong> abrir), los exhumados en el lado opuesto quizá<br />

habían ido a parar a la ubicada en el otro extremo, es <strong>de</strong>cir, la más «mo<strong>de</strong>rna»<br />

(?). Naturalmente, lo <strong>de</strong> «mo<strong>de</strong>rna» era otra suposición <strong>de</strong> este optimista<br />

explorador...<br />

Y dado que ahí terminaban las especulaciones, opté por la citada cripta. Fui a<br />

situarme frente a la muela y tecleé, «volatilizándola». El segundo estampido<br />

volvió a paralizarme.<br />

Afiné los sentidos. Observé la choza, el bosque <strong>de</strong> olivos y el sen<strong>de</strong>rillo que<br />

trepaba hacia lo alto <strong>de</strong>l Nebí.<br />

Nuevos e inquietos vuelos <strong>de</strong> las rapaces. Más ansiedad. Y, al fin, <strong>de</strong>splomándose<br />

<strong>de</strong>spacio, como una nevada, el maravilloso silencio...<br />

Entré con idénticas precauciones. La humedad gobernaba también aquel<br />

lugar. Y «alguien» -digo yo que ese ángel con nombre <strong>de</strong> mujer: «Intuición»-<br />

pasó <strong>de</strong> puntillas junto a este tenso explorador. El susurro, aunque claro y<br />

preciso, fue rechazado...<br />

«Esta vez sí.»<br />

La gruta artificial, algo más <strong>de</strong>sahogada que la anterior, guardaba una forma<br />

muy similar: había sido excavada en círculo, con una altura máxima ligeramente<br />

superior a la mía (1,80 metros). En las pare<strong>de</strong>s, también a corta<br />

distancia <strong>de</strong>l tosco pavimento, se alineaban otros huecos. Sumé diez. Y en las<br />

hornacinas, sendas cajas o arquetas <strong>de</strong> caliza. En dos <strong>de</strong> ellas, a diferencia <strong>de</strong><br />

66


la primera cripta, reposaban unos osarios más pequeños. Deduje que podía<br />

tratarse <strong>de</strong> restos <strong>de</strong> niños.<br />

La chisporroteante flama me previno. En el suelo, al pie <strong>de</strong> las hornacinas, se<br />

hallaba una <strong>de</strong> las arquetas. Aparecía quebrada, con la tapa a corta distancia,<br />

y una serie <strong>de</strong> huesos esparcidos y <strong>de</strong>sarticulados. Me incliné, examinándolos.<br />

Era extraño. La cueva, probablemente, llevaba cerrada mucho tiempo. ¿Qué<br />

había sucedido? Paseé la tea por el techo y, al <strong>de</strong>scubrir una ancha fisura, supuse<br />

que la caída se <strong>de</strong>bía a un movimiento sísmico.<br />

Volví sobre la malograda arqueta y busqué la inscripción. En principio -me<br />

tranquilicé-, aquél no parecía el osario <strong>de</strong> José. Sólo contenía un esqueleto. La<br />

grabación en la piedra -«Menajem hijo <strong>de</strong> Simón»- confirmó la presunción.<br />

Tanteé los huesos y verifiqué lo que imaginaba. La humedad y la dilatada<br />

permanencia en el osario estaban acelerando la <strong>de</strong>sintegración. Se hallaban<br />

muy frágiles. Esto podía complicar los planes. Pero no me <strong>de</strong>sanimé. Sabía<br />

que la intensa humedad <strong>de</strong> la Galilea no nos favorecía. Los lugareños conocían<br />

esta circunstancia y difícilmente fabricaban osarios <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra. (El ciprés,<br />

sicómoro y pino eran más económicos que la piedra.) Si tenía la fortuna <strong>de</strong><br />

localizar los restos, y concretamente los dientes <strong>de</strong> José, el problema no nos<br />

afectaría. Estas piezas, justamente, son las más indicadas para el estudio que<br />

nos proponíamos. La pulpa, <strong>de</strong> la que <strong>de</strong>beríamos extraer el ADN, se encuentra<br />

siempre muy protegida, resistiendo la acción <strong>de</strong> los agentes físicos,<br />

térmicos y químicos, así como la inevitable putrefacción.<br />

Un segundo hallazgo, a la izquierda <strong>de</strong> la entrada, me <strong>de</strong>moró <strong>de</strong> nuevo. Se<br />

trataba <strong>de</strong> tres lucernas o lámparas <strong>de</strong> arcilla y dos cántaras <strong>de</strong> mediano porte.<br />

Una contenía aceite en estado sólido, muy <strong>de</strong>gradado, y la otra un líquido<br />

ver<strong>de</strong> y corrompido. Probablemente, el agua utilizada en el obligado ritual <strong>de</strong><br />

purificación tras la última manipulación <strong>de</strong> los osarios.<br />

La verdad es que pensé en aprovechar el combustible. Pero, inquieto, comprobando<br />

con horror cómo escapaba el tiempo, continué en compañía <strong>de</strong> la<br />

mermada antorcha. O mucho me equivocaba o, en breve, tendría que reemplazarla...<br />

Y, atento, repetí la operación, revisando las inscripciones <strong>de</strong> las nueve cajas.<br />

Las dos primera me confundieron. En ambos osarios, los más pequeños, leí lo<br />

mismo:<br />

«Yejoeser Akabia.»<br />

No pu<strong>de</strong> evitarlo. La curiosidad fue más fuerte. Alcé las tapas y creí enten<strong>de</strong>r.<br />

Estaba ante los restos <strong>de</strong> dos muchachos. Posiblemente hermanos. Y siguiendo<br />

la costumbre, al fallecer el primero, los padres impusieron el nombre<br />

<strong>de</strong>l muerto al segundo.<br />

«Menajem (hijo <strong>de</strong>) Simón.»<br />

¡Mala suerte! La dichosa tea empezó a lamer la mano <strong>de</strong> este, cada vez, más<br />

<strong>de</strong>sconsolado explorador. No tuve alternativa. Deposité antorcha y cayado en<br />

67


el suelo <strong>de</strong> la cripta y me lancé al exterior, al encuentro <strong>de</strong>l olivar...<br />

El lugar seguía dormido. Esta vez hice acopio <strong>de</strong> tres largas y robustas ramas.<br />

Y me sorprendí a mí mismo: ¿cuánto tiempo pensaba permanecer en esta<br />

<strong>de</strong>licada situación?<br />

Increíble. Eché a un lado el miedo y me convencí <strong>de</strong> que «aquello <strong>de</strong>bía ser<br />

apurado hasta el final». Ni siquiera ahora acierto a enten<strong>de</strong>r tan arriesgado,<br />

casi suicida, comportamiento...<br />

«Miriam esposa <strong>de</strong> Judá.»<br />

Negativo...<br />

«Yejoeser hijo <strong>de</strong> Yejoeser.»<br />

Moví la cabeza, negando. ¡Dios!... ¿Es que había vuelto a equivocar la cripta?<br />

«Salomé esposa <strong>de</strong> Eleazar.»<br />

El corazón se <strong>de</strong>tuvo. La agitada respiración se vino abajo e intenté escuchar.<br />

Algo sonó en el exterior... De pronto, fijando la mirada en la oscilante flama,<br />

comprendí que la luz podía <strong>de</strong>latarme. Apagué la antorcha, pisoteándola, y<br />

me incorporé veloz, como impulsado por un resorte. El chasquido se repitió.<br />

Esta vez muy cerca...<br />

Me aposté en el umbral y dispuse la «vara <strong>de</strong> Moisés». Si era el enterrador, no<br />

tendría más remedio que <strong>de</strong>jarlo inconsciente.<br />

Pero el Destino, burlón, no tardó en presentarme al responsable <strong>de</strong> los ruidos<br />

y <strong>de</strong>l sobresalto. Entre las estelas, la visión infrarroja me ofreció el cuerpo<br />

inquieto y estilizado y la larga y flotante cola <strong>de</strong> un hambriento zorro <strong>de</strong><br />

vientre gris. Respiré aliviado. Sin embargo, el «aviso» me puso en guardia.<br />

Me estaba <strong>de</strong>scuidando. Era un violador <strong>de</strong> tumbas y, si me <strong>de</strong>tenían, el<br />

castigo era la muerte...<br />

Prendí la rama <strong>de</strong> olivo y, con cierto <strong>de</strong>saliento, me ocupé <strong>de</strong> las dos últimas<br />

arquetas.<br />

«Slonsion madre <strong>de</strong> Yejoeser.»<br />

Un <strong>de</strong>sastre...<br />

«José...»<br />

Mi pobre corazón estuvo a punto <strong>de</strong> rendirse.<br />

¡No pue<strong>de</strong> ser!... ¡Oh, Dios!... ¡Sí!...<br />

«José y su hijo Amos.»<br />

Casi <strong>de</strong>jé la antorcha. Y aturdido e incrédulo pegué la nariz a la novena y<br />

provi<strong>de</strong>ncial arca <strong>de</strong> piedra.<br />

Bajo los nombres, también en griego, <strong>de</strong>spejando dudas, se leía el mismo<br />

epitafio grabado en la estela <strong>de</strong>l cementerio:<br />

«No <strong>de</strong>saparece lo que muere. Sólo lo que se olvida.»<br />

Me separé unos pasos. Contemplé el osario e, intentando apaciguar aquel loco<br />

corazón, di gracias al cielo. Mejor dicho, agra<strong>de</strong>cí y solicité perdón. Lo que<br />

hacía, y lo que estaba a punto <strong>de</strong> ejecutar, no hubiera sido aprobado por la<br />

familia...<br />

68


Nueva ojeada al exterior. El zorro continuaba mero<strong>de</strong>ando cerca <strong>de</strong> la choza.<br />

Nada parecía importunarme. Había llegado el momento...<br />

La arqueta, <strong>de</strong> unos cincuenta centímetros <strong>de</strong> largo por setenta <strong>de</strong> alto y<br />

treinta <strong>de</strong> ancho, gimió y protestó al ser retirada <strong>de</strong>l nicho. La <strong>de</strong>posité con<br />

dulzura en el centro <strong>de</strong> la cripta y, tembloroso, me dispuse a retirar la tapa <strong>de</strong><br />

caliza.<br />

¿Y si no fueran los restos <strong>de</strong> José?<br />

Rechacé la estúpida duda. Santiago, en mi primera visita al cementerio, ratificó<br />

con sus palabras que aquella inscripción era la <strong>de</strong> los suyos. A<strong>de</strong>más,<br />

¿cuántos José y Amos compartían osario? Me reprendí. «No <strong>de</strong>bo dudar. Los<br />

huesos, por otra parte, terminarán <strong>de</strong> certificar si estoy o no en un error.»<br />

Levanté la pesada losa y acerqué la antorcha.<br />

Me estremecí.<br />

Cuidadosamente colocados aparecían la calavera y los restos <strong>de</strong>scarnados <strong>de</strong><br />

un infante.<br />

¿Amos?<br />

El esqueleto, <strong>de</strong>sarticulado, había sido dispuesto sobre una doble estera <strong>de</strong><br />

hoja <strong>de</strong> palma. Me hice con los extremos y, con sumo tacto, procurando no<br />

alterar la disposición <strong>de</strong> la osamenta, la extraje, abandonándola sobre el<br />

pavimento. Mi objetivo no era éste.<br />

Nuevo escalofrío.<br />

¿José?<br />

En idéntica posición, y con el mismo y esmerado ritual, la familia había almacenado<br />

los restos en el fondo <strong>de</strong> la arqueta.<br />

Estos movimientos, lo sé, hubieran exigido unas muy específicas y férreas<br />

condiciones <strong>de</strong> trabajo. El posterior análisis <strong>de</strong>l ADN así lo <strong>de</strong>mandaba. Pero,<br />

ante la imposibilidad <strong>de</strong> cargar un equipo que aislase las muestras, evitando<br />

la contaminación, tuve que resignarme. Procuraría extremar la asepsia,<br />

distanciándome <strong>de</strong> las piezas que <strong>de</strong>bían ser trasladadas a la «cuna». En este<br />

sentido, la «piel <strong>de</strong> serpiente», separando la epi<strong>de</strong>rmis, fue <strong>de</strong> gran ayuda,<br />

sirviéndome <strong>de</strong> guantes.<br />

De pronto, el corazón volvió a oscilar. En la lejanía, el zorro se lamentó. Acudí<br />

a la boca <strong>de</strong> la gruta e inspeccioné ansioso. Falsa alarma.<br />

Y consumido por las prisas tomé en mis manos el cráneo <strong>de</strong>l adulto. Afortunadamente,<br />

el tiempo y el traslado a la cripta respetaron la mandíbula. No<br />

quedaban muchos dientes. Revisé el maxilar. Uno <strong>de</strong> los premolares, con las<br />

raíces intactas, fue el elegido. A continuación seleccioné el tercer molar,<br />

apenas incipiente y visible en la mandíbula. La extracción fue rápida y limpia.<br />

El periostio, obviamente <strong>de</strong>saparecido, y la cortical (parte superior <strong>de</strong>l hueso),<br />

sumamente quebradiza, aliviaron la operación.<br />

Guardé el «tesoro» en una <strong>de</strong> las ampolletas <strong>de</strong> barro que conservaba en el<br />

saco <strong>de</strong> viaje y, sin po<strong>de</strong>r reprimir la curiosidad, continué examinando la<br />

69


calavera. Aquélla era una ocasión única...<br />

La docena <strong>de</strong> dientes presentaba un acusado <strong>de</strong>sgaste. En especial, los<br />

molares y premolares supervivientes. Lo atribuí a la dieta. Concretamente, al<br />

exceso en el consumo <strong>de</strong> pan.<br />

Uno <strong>de</strong> los caninos, en el maxilar, disfrutaba <strong>de</strong> una raíz doble, algo relativamente<br />

normal en la <strong>de</strong>ntición. Pero lo que más llamó mi atención fue la<br />

reabsorción alveolar. Sin duda, José había pa<strong>de</strong>cido una <strong>de</strong> las dolencias más<br />

frecuentes en aquel tiempo: la «piorrea» o enfermedad periodontal. Un<br />

problema que termina diezmando la <strong>de</strong>ntadura. Esto podía explicar también<br />

el porqué <strong>de</strong> la escasez <strong>de</strong> piezas <strong>de</strong>ntarias.<br />

En efecto, estaba sobre la pista a<strong>de</strong>cuada. Allí, en la parte superior <strong>de</strong>l cráneo,<br />

<strong>de</strong>stacaba un notable orificio ovalado, <strong>de</strong> unos seis centímetros <strong>de</strong> diámetro<br />

mayor. No me equivocaba. Éstos eran los restos <strong>de</strong>l padre terrenal <strong>de</strong> Jesús.<br />

La aparatosa herida en la región témporo-parietal, que, sin duda, resultó<br />

mortal, coincidía con lo <strong>de</strong>scrito por la familia. José, como fue dicho, cayó al<br />

suelo cuando trabajaba en lo alto <strong>de</strong> un edificio, en la ciudad <strong>de</strong> Séforis. E<br />

intrigado, <strong>de</strong>seoso <strong>de</strong> comprobar la información, examiné el resto <strong>de</strong> la<br />

osamenta.<br />

No tardé en <strong>de</strong>scubrir que otros huesos se hallaban igualmente fracturados.<br />

En el análisis aprecié roturas en la clavícula <strong>de</strong>recha, peroné, varias <strong>de</strong> las<br />

costillas y uno <strong>de</strong> los metatarsos. Aquello tenía que ser consecuencia <strong>de</strong> la<br />

fatídica caída.<br />

Otro <strong>de</strong>talle que me asombró, y <strong>de</strong>l que, lógicamente, no tenía noticia, fue la<br />

estatura <strong>de</strong>l contratista <strong>de</strong> obras. Lástima no haber dispuesto <strong>de</strong>l tiempo y <strong>de</strong><br />

los medios necesarios para evaluarlo con precisión. Pero entiendo que el error<br />

en las mediciones fue mínimo. A juzgar por la longitud <strong>de</strong> húmeros, tibias y<br />

fémures (según la fórmula <strong>de</strong> Trotter y Gleser), José pudo alcanzar alre<strong>de</strong>dor<br />

<strong>de</strong> 1,80 metros. Una talla respetable, teniendo en cuenta que la media, para<br />

los hombres, en la época <strong>de</strong>l Maestro, oscilaba en torno a 1,60. La verdad es<br />

que, bien mirado, esto justificaba la no menos <strong>de</strong>stacada estatura <strong>de</strong> Jesús<br />

(1,81 metros).<br />

Los huesos, en general, a pesar <strong>de</strong> lógico <strong>de</strong>terioro, me parecieron robustos.<br />

José <strong>de</strong>bió ser también un ejemplar tan atlético como su Hijo. En las tibias, en<br />

cambio, percibí algunos síntomas <strong>de</strong> agarrotamiento. La explicación se<br />

hallaba, quizá, en la continua flexión <strong>de</strong> las piernas. Algo normal en un terreno<br />

tan acci<strong>de</strong>ntado como Nazaret y su entorno.<br />

Al inspeccionar las suturas <strong>de</strong> la bóveda craneal y la apófisis xifoi<strong>de</strong>s <strong>de</strong>l<br />

esternón me ratifiqué en lo que ya sabía: José falleció antes <strong>de</strong> cumplir los<br />

cuarenta. Las primeras seguían abiertas y la apófisis no se había unido aún al<br />

cuerpo. Tal y como <strong>de</strong>tallé en páginas prece<strong>de</strong>ntes, según la familia, el<br />

contratista murió el 25 <strong>de</strong> setiembre <strong>de</strong>l año 8 <strong>de</strong> nuestra era, cuando contaba<br />

36 años <strong>de</strong> edad.<br />

70


El cráneo, en resumen, era claramente mesocéfalo, con una frente alta y<br />

vertical y un índice nasal mesorrino (alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> 48,9°). Es <strong>de</strong>cir, una nariz<br />

media, muy distinta, por cierto, a la <strong>de</strong>l rabí. La mandíbula, armónica con el<br />

resto <strong>de</strong> la estructura craneal, se presentaba corta, ancha y po<strong>de</strong>rosa.<br />

Y sumido en aquel apasionante estudio, sinceramente, perdí la noción <strong>de</strong>l<br />

tiempo y <strong>de</strong>l peligroso lugar don<strong>de</strong> me encontraba. Pero el Destino cuidó <strong>de</strong><br />

este inconsciente explorador...<br />

No lo pensé dos veces. Tenía que aprovechar la magnífica e irrepetible<br />

oportunidad. Las nuevas muestras, a<strong>de</strong>más, ampliarían y asegurarían los<br />

resultados <strong>de</strong> las investigaciones sobre el ADN. Y ni corto ni perezoso me<br />

lancé sobre la pequeña calavera <strong>de</strong> Amos. Aunque la mandíbula había <strong>de</strong>saparecido,<br />

el maxilar conservaba todavía varios <strong>de</strong> los dientes <strong>de</strong>ciduales o <strong>de</strong><br />

«leche», así como los permanentes, ocultos bajo el hueso. Rescaté dos piezas<br />

-un canino y un molar- y me apresuré a ocultarlas en la segunda ampolleta<br />

vacía.<br />

La misión, prácticamente consumada, tocaba a su fin. Pero la curiosidad, <strong>de</strong><br />

nuevo, me venció. Nunca apren<strong>de</strong>ré... Y poco faltó para que aquel error<br />

pasara factura.<br />

El cráneo <strong>de</strong>l niño, fallecido a los cinco años, presentaba síntomas <strong>de</strong> osteoporosis<br />

en los parietales y occipitales. Revisé una y otra vez los restos pero,<br />

naturalmente, en tales circunstancias, era poco menos que imposible averiguar<br />

el porqué <strong>de</strong> dicho problema. Pensé en una hipotética <strong>de</strong>ficiencia <strong>de</strong><br />

hierro y proteínas o -quién sabe- en una infección <strong>de</strong> la madre. Todo era<br />

posible.<br />

Varios <strong>de</strong> los dientes habían sido víctimas también <strong>de</strong> un agudo y generalizado<br />

mal: la caries. Otra dolencia habitual entre aquellas gentes.<br />

El resto <strong>de</strong> la osamenta, frágil y consumida por la humedad, no me dijo gran<br />

cosa, excepción hecha <strong>de</strong> la confirmación <strong>de</strong> la edad <strong>de</strong>l infante, a través <strong>de</strong> la<br />

observación <strong>de</strong> la epífisis inferior <strong>de</strong>l peroné.<br />

Y feliz, complacido ante el excelente resultado <strong>de</strong> la aventura, <strong>de</strong>volví los<br />

huesos <strong>de</strong> Amos al interior <strong>de</strong>l osario, cubriéndolo con la tapa <strong>de</strong> piedra. Me<br />

incorporé y, obe<strong>de</strong>ciendo a un extraño impulso, bajé los ojos, pronunciando<br />

en silencio una oración: aquel hermoso y original padrenuestro que escribiera<br />

el propio Jesús <strong>de</strong> Nazaret.<br />

No pu<strong>de</strong> concluirlo...<br />

Súbitamente, algo me <strong>de</strong>volvió a la realidad. A la cruda y <strong>de</strong>spiadada realidad...<br />

Me sentí atrapado.<br />

Instintivamente apagué la tea. ¿Qué hacía? ¿Escapaba? ¿Permanecía oculto<br />

en la cueva?<br />

El corazón, al galope, no colaboró. ¡Dios!...<br />

Y escuché <strong>de</strong> nuevos los confusos sonidos. Reaccioné y, <strong>de</strong>spacio, muy<br />

71


<strong>de</strong>spacio, midiendo cada paso, me asomé a la boca <strong>de</strong> la gruta.<br />

La espesa oscuridad, alimentada por la luna nueva, multiplicó la zozobra. La<br />

visión IR no <strong>de</strong>tectaba ningún ser vivo. Pero el clamor estaba allí, en alguna<br />

parte. Maldije mi inconsciencia. Podía haber abandonado el cementerio nada<br />

más extraer los dientes <strong>de</strong> José...<br />

Me aferré al cayado. Si era menester me <strong>de</strong>fen<strong>de</strong>ría. Las muestras seguirían<br />

conmigo. Nada ni nadie me las arrebataría.<br />

¿Risas?<br />

Eso fue lo que percibí a renglón seguido. Parecían proce<strong>de</strong>r <strong>de</strong> la zona norte.<br />

Quizá <strong>de</strong>l caminillo que conducía a la cima <strong>de</strong>l Nebi.<br />

El corazón, imparable, continuó bombeando hasta hacerme daño.<br />

Sí, risas, voces, gritos...<br />

Alguien se aproximaba por mi <strong>de</strong>recha, por el citado sen<strong>de</strong>rillo.<br />

Creo que empecé a dudar.<br />

La duda y el miedo, a partes iguales, me anclaron al suelo <strong>de</strong> la cripta funeraria.<br />

¿Qué hacía? ¿Saltaba como un gamo a la búsqueda <strong>de</strong>l olivar? ¿Olvidaba el<br />

osario? ¿Cerraba la cueva? ¿Seguía allí?<br />

Si optaba por lo primero, quizá pudiera cruzar el cementerio y <strong>de</strong>saparecer<br />

antes <strong>de</strong> la llegada <strong>de</strong> los todavía invisibles individuos.<br />

¿Y si no era así? ¿Qué ocurriría si me <strong>de</strong>tectaban a medio camino? Ni siquiera<br />

sabía cuántos eran...<br />

Traté <strong>de</strong> pensar. Imposible. El miedo no me lo permitió.<br />

De pronto, las «crótalos» pusieron ante este <strong>de</strong>scompuesto explorador dos<br />

figuras rojizas, abrazadas y tambaleantes.<br />

Necesité unos segundos para cerciorarme..., y compren<strong>de</strong>r.<br />

¡Maldita sea!<br />

No cabía la menor duda. Las risas y el vocerío lo confirmaron. El enterrador y<br />

la plañi<strong>de</strong>ra regresaban <strong>de</strong> Nazaret..., borrachos como cubas.<br />

Al entrar en el camposanto, ciegos por el vino, fueron a topar con una <strong>de</strong> las<br />

estelas, cayendo entre las tumbas. Más risas. Más gritos. Más confusión...<br />

El Destino, lo sé, tuvo piedad <strong>de</strong> mí.<br />

Esperé. En un principio, la situación no parecía tan crítica como había supuesto.<br />

Y el <strong>de</strong>scompuesto ánimo, lenta y gradualmente, recobró el temple.<br />

La pareja, auxiliándose mutuamente, tropezando aquí y allá, consiguió a<br />

duras penas su propósito, alcanzando la choza. Nunca comprendí cómo<br />

<strong>de</strong>monios cruzaron el Nebi.<br />

Al poco, el alboroto fue extinguiéndose, <strong>de</strong>jando paso a unos maravillosos y<br />

tranquilizadores ronquidos.<br />

Encajé susto y lección y, sin per<strong>de</strong>r un minuto, restablecí el or<strong>de</strong>n en la cripta,<br />

clausurando la entrada.<br />

Dos horas más tar<strong>de</strong>, con el alba, aquello era historia...<br />

72


Y apreté el paso, ansioso por ingresar en el Ravid y concluir esta fase <strong>de</strong> la<br />

misión.<br />

Una vez más, el Destino fue benevolente con quien esto escribe.<br />

18 AL 24 DE JUNIO<br />

La misma tar<strong>de</strong> <strong>de</strong>l sábado, 17, sin tropiezo ni percance, este explorador<br />

abrazaba a su hermano. Todo en el «portaaviones» discurría a entera satisfacción.<br />

A <strong>de</strong>cir verdad, tanta paz empezó a preocuparme. No era muy<br />

normal...<br />

Esa noche fue <strong>de</strong>dicada, única y exclusivamente, al <strong>de</strong>scanso. Eliseo lo entendió<br />

y, aunque ardía en <strong>de</strong>seos <strong>de</strong> preguntar y exponer lo <strong>de</strong>scubierto en los<br />

análisis <strong>de</strong> la sangre <strong>de</strong> la Señora, <strong>de</strong>jó que me recuperara.<br />

A la mañana siguiente, con el alma y el corazón pictóricos, le puse al corriente<br />

<strong>de</strong> cuanto había visto y oído en la prolongada estancia en la Ciudad Santa y en<br />

el cementerio <strong>de</strong> Nazaret. No hizo muchos comentarios. No merecía la pena.<br />

El <strong>de</strong>stino <strong>de</strong> los «embajadores <strong>de</strong>l reino» estaba claro. Y la valiosa información,<br />

como era habitual, fue transferida al banco <strong>de</strong> datos <strong>de</strong> «Santa<br />

Claus».<br />

Eliseo, por su parte, no menos feliz, me mostró los informes y los resultados<br />

<strong>de</strong> sus investigaciones en torno a la sangre que este explorador, como se<br />

recordará, tuvo la fortuna <strong>de</strong> recoger en Nazaret, cuando María, la madre <strong>de</strong>l<br />

Maestro, resultó levemente lesionada en la nariz.<br />

El provi<strong>de</strong>ncial lienzo y la no menos oportuna hemorragia nasal <strong>de</strong> la Señora<br />

nos permitirían redon<strong>de</strong>ar otra <strong>de</strong>cisiva misión, «especial y encarecidamente<br />

encomendada por los directores <strong>de</strong> <strong>Caballo</strong> <strong>de</strong> <strong>Troya</strong>. Como ya comenté, en<br />

aquellos momentos, los requerimientos <strong>de</strong> Curtiss nos parecieron lógicos y<br />

normales. Como científicos, la posible paternidad <strong>de</strong> José era un reto apasionante.<br />

Más tar<strong>de</strong>, aparentemente por casualidad (?), mi hermano fue a<br />

<strong>de</strong>scubrir «algo» que nos horrorizó y nos hizo dudar <strong>de</strong> la bondad <strong>de</strong> semejante<br />

«petición». Pero <strong>de</strong>mos tiempo al tiempo...<br />

Ambos éramos conscientes <strong>de</strong> que el referido lienzo había empapado la<br />

sangre <strong>de</strong> la mujer. Yo era testigo. Sin embargo, fieles al procedimiento y a<br />

los protocolos establecidos por los responsables <strong>de</strong> la Operación, los primeros<br />

ensayos se orientaron hacia las cuestiones básicas: i<strong>de</strong>ntificación <strong>de</strong> la<br />

muestra como sangre humana, sexo, etc.. Por último, Eliseo centró sus esfuerzos<br />

en lo que realmente interesaba: el grupo sanguíneo. Las pruebas<br />

fueron contun<strong>de</strong>ntes. La Señora portaba el «B».<br />

Esto nos situó ante el final <strong>de</strong> la experiencia. Sabíamos que el Hijo <strong>de</strong>l Hombre<br />

pertenecía al grupo «AB» y conocíamos igualmente, como digo, el <strong>de</strong> la madre.<br />

Sólo restaban dos operaciones, no menos <strong>de</strong>licadas y <strong>de</strong>finitivas: averiguar<br />

los respectivos grupos sanguíneos <strong>de</strong> José y Amos, así como los ADN <strong>de</strong> todos<br />

73


ellos. Con este material estaríamos en condiciones <strong>de</strong> excluir -o no- la<br />

paternidad <strong>de</strong>l contratista <strong>de</strong> obras respecto al rabí. Des<strong>de</strong> el punto <strong>de</strong> vista<br />

<strong>de</strong> la Ciencia, un gen <strong>de</strong> grupo sanguíneo sólo se presenta en un individuo si,<br />

a su vez, está presente en uno <strong>de</strong> los padres o en ambos.<br />

E hicimos algunos cálculos...<br />

En teoría, sólo en teoría, aceptando que José fuera el padre biológico <strong>de</strong> Jesús,<br />

las posibilida<strong>de</strong>s combinatorias (en grupos sanguíneos) eran las siguientes:<br />

Primera: el padre podía ser «A» y la madre «B».<br />

Segunda: padre «A» y madre «AB».<br />

Tercera: «B» para José y «AB» para la Señora.<br />

Cuarta: «AB» para ambos.<br />

Evi<strong>de</strong>ntemente, si María era «B», los siguientes análisis sólo podían ofrecer el<br />

grupo «A». Pero teníamos que <strong>de</strong>mostrarlo.<br />

Y a partir <strong>de</strong>l lunes, 19, mi hermano y quien esto escribe, sin prisas, se entregaron<br />

a una intensa labor, conscientes <strong>de</strong> las repercusiones <strong>de</strong> estos experimentos.<br />

La primera inquietud, aparecida ya en los arranques <strong>de</strong> la operación, se centró<br />

en la posible contaminación <strong>de</strong> las muestras y en el estado <strong>de</strong> las mismas.<br />

Aunque las ampolletas <strong>de</strong> barro empleadas en el traslado <strong>de</strong> los dientes<br />

fueron minuciosa y severamente <strong>de</strong>sinfectadas, siempre cabía una duda<br />

razonable. Sin embargo, las circunstancias mandaban y, sencillamente,<br />

confiamos en nuestra buena estrella. Respecto a la integridad <strong>de</strong> las piezas<br />

<strong>de</strong>ntarias, las observaciones al microscopio nos tranquilizaron y animaron. No<br />

<strong>de</strong>tectamos caries ni fisuras. Otra cuestión era el interior. Después <strong>de</strong> tantos<br />

años, las pulpas <strong>de</strong>l molar y <strong>de</strong>l premolar (en el caso <strong>de</strong> José), así como las <strong>de</strong>l<br />

canino y molar (en Amos), podían haber resultado reabsorbidas y pegadas a<br />

las pare<strong>de</strong>s. Si era así, las cosas se complicarían. Los forenses conocen bien<br />

este problema. Cuando los restos se hallan <strong>de</strong>teriorados, el ADN queda inservible,<br />

<strong>de</strong>struyéndose, incluso, los fragmentos mayores.<br />

Pero, como digo, confiamos. Y llegó el gran momento.<br />

Nos <strong>de</strong>cidimos por el molar, reservando el premolar <strong>de</strong> José para un segundo<br />

ensayo.<br />

Eliseo lo perforó y, hábil, extrajo la pulpa.<br />

¡Bingo!... ¡No había reabsorción!<br />

Este explorador sabía que el diente correspondía a un ser humano. Pero<br />

fuimos fieles al método científico. Primera <strong>de</strong>terminación: la especie. El<br />

examen fue concluyente. Corona y raíz se hallaban en el mismo plano, indicando<br />

que pertenecía a un humano. (Como se sabe, el hombre es el único<br />

mamífero en el que los dientes se <strong>de</strong>sarrollan verticalmente.) Segundo y<br />

obligado protocolo: edad. Siguiendo las directrices <strong>de</strong> Gustafson, evaluamos<br />

algunos <strong>de</strong> los seis procesos evolutivos básicos. Lógicamente, no todos fueron<br />

viables. Pues bien, cuantificando las modificaciones provocadas en el diente<br />

74


por cada uno <strong>de</strong> estos procesos, el resultado <strong>de</strong> la línea <strong>de</strong> regresión ofreció<br />

un total <strong>de</strong> cuatro puntos. Consi<strong>de</strong>rando un error <strong>de</strong> más-menos cinco años,<br />

la edad <strong>de</strong> José quedó así estimada en treinta y cinco años. En otras palabras:<br />

lo que ya sabíamos (el padre terrenal <strong>de</strong> Jesús murió a los treinta y seis).<br />

En cuanto a la tercera <strong>de</strong>terminación -el sexo-, sería aclarada poco <strong>de</strong>spués,<br />

con los análisis celulares. La incógnita, sin embargo, aparecía igualmente<br />

<strong>de</strong>spejada para quien esto escribe. Al inspeccionar la osamenta, pelvis, fémur,<br />

sacro y el cuerpo <strong>de</strong>l esternón -dos veces más largo que el manubrio- fueron<br />

esclarecedores. Los huesos pertenecían a un varón. No obstante, esperamos.<br />

Todo <strong>de</strong>bía llevarse con rigor.<br />

Los tres pasos siguientes –diagnóstico <strong>de</strong> los grupos sanguíneos <strong>de</strong> José y<br />

Amos- no ofrecieron excesivas complicaciones. Repetimos los procedimientos<br />

ya expuestos, obteniendo lo que sospechábamos: el padre terrenal <strong>de</strong>l rabí <strong>de</strong><br />

Galilea pertenecía al grupo «A». Exactamente igual que el niño.<br />

El hallazgo nos estremeció. El Hijo <strong>de</strong>l Hombre, verda<strong>de</strong>ramente, era hijo <strong>de</strong>l<br />

hombre...<br />

Su grupo -«AB»-, como mandan las leyes <strong>de</strong> la herencia, fue propiciado por la<br />

genética <strong>de</strong> José y <strong>de</strong> la Señora. Y lo mismo sucedía con Amos, el hermano.<br />

Des<strong>de</strong> un punto <strong>de</strong> vista científico, todo encajaba matemáticamente. Como<br />

dije, los aglutinógenos A y B se transmiten con carácter hereditario dominante.<br />

O lo que es lo mismo: no se dan en los hijos, si no están presentes en<br />

los progenitores. Así, por ejemplo, unos padres «AB» nunca podrían tener<br />

hijos <strong>de</strong>l grupo «O».<br />

Pero la importante «pista» <strong>de</strong>bía ser ratificada. Y Eliseo, nervioso y emocionado,<br />

penetró en el último capítulo: la observación <strong>de</strong> los respectivos ADN<br />

y sus estudios comparativos.<br />

En esta ocasión, me mantuve al margen. Mi hermano, supongo, lo comprendió.<br />

Aunque no era propio <strong>de</strong> un científico, la «invasión» <strong>de</strong> los territorios<br />

más íntimos <strong>de</strong>l ser humano nunca me agradó. Y mucho menos, bucear y<br />

sacar a la superficie los ADN <strong>de</strong> mis amigos... Fue instintivo. No sé expresarlo<br />

con palabras, pero el sentimiento era claro: no manipularía las claves <strong>de</strong> la<br />

vida <strong>de</strong> Jesús <strong>de</strong> Nazaret y <strong>de</strong> la Señora.<br />

Para estos experimentos, <strong>Caballo</strong> <strong>de</strong> <strong>Troya</strong> nos había dotado <strong>de</strong> dos técnicas,<br />

<strong>de</strong>sconocidas, que yo sepa, por la comunidad científica. La primera fue<br />

<strong>de</strong>sarrollada y puesta a punto por los laboratorios <strong>de</strong> ingeniería genética <strong>de</strong> la<br />

Navy. Durante años, como es habitual, la Inteligencia Militar fue «absorbiendo»<br />

y «haciendo suyos» los interesantes <strong>de</strong>scubrimientos <strong>de</strong> científicos<br />

como Khorana y Niremberg (<strong>de</strong>scifradores <strong>de</strong>l lenguaje <strong>de</strong>l código genético),<br />

Smith y K. Wilcox (<strong>de</strong>scubridores <strong>de</strong> las enzimas <strong>de</strong> restricción), A. Kornberg<br />

y su equipo (que hallaron la polimerasa) y Berg (que produjo la primera<br />

molécula <strong>de</strong> ADN recombinado), entre otros muchos. Ni qué <strong>de</strong>cir tiene que<br />

estos brillantes hombres <strong>de</strong> ciencia nunca supieron <strong>de</strong> semejantes manejos...<br />

75


Des<strong>de</strong> luego, no agotaré al hipotético lector <strong>de</strong> este diario con las complejas y<br />

farragosas secuencias que integraban esa técnica, «propiedad» <strong>de</strong> la Armada.<br />

No es éste, obviamente, el propósito que me mueve a narrar lo que nos tocó<br />

vivir en la Palestina <strong>de</strong> Jesús <strong>de</strong> Nazaret.<br />

Recuerdo que fue el miércoles, 21, hacia el mediodía...<br />

Quien esto escribe se hallaba paseando por la zona <strong>de</strong> la muralla romana,<br />

absorto en los planes <strong>de</strong> nuestra próxima y casi inminente misión fuera <strong>de</strong> las<br />

fronteras <strong>de</strong> Israel.<br />

Eliseo, excitado, me reclamó a través <strong>de</strong> la conexión auditiva.<br />

-¡Lo logramos!... ¡Aquí tienes las pruebas!<br />

Tras los ensayos con los grupos sanguíneos, yo había intuido el <strong>de</strong>senlace.<br />

Pero ahora estaba ante la <strong>de</strong>finitiva confirmación...<br />

Mi hermano, mostrando los diferentes «perfiles genéticos», me invitó a<br />

compartir su alegría. Los examiné cuidadosamente, ratificando los resultados<br />

en la pantalla <strong>de</strong>l or<strong>de</strong>nador central. No había duda: el análisis conjunto <strong>de</strong> las<br />

regiones seleccionadas ofrecía un patrón <strong>de</strong> bandas claramente coinci<strong>de</strong>nte.<br />

«Santa Claus», frío y objetivo, lo resumió así:<br />

«Para cada una <strong>de</strong> las regiones se obtiene una perfecta compatibilidad entre<br />

las muestras <strong>de</strong>l supuesto padre y <strong>de</strong> la supuesta madre... Se observa la<br />

presencia <strong>de</strong> un fragmento materno y <strong>de</strong> otro..., <strong>de</strong> proce<strong>de</strong>ncia paterna.»<br />

¡Dios!... ¡Aquello era dinamita!<br />

En las seis regiones hipervariables seleccionadas, todos los «códigos <strong>de</strong> barra»<br />

resultaban coinci<strong>de</strong>ntes. La certeza, pues, era superior a un 99,9 por<br />

ciento...<br />

Eliseo, al final <strong>de</strong> su informe, escribió rotundo:<br />

«La perfecta compatibilidad <strong>de</strong> perfiles en los ADN <strong>de</strong>l Maestro, <strong>de</strong> José y <strong>de</strong><br />

María permite concluir que la paternidad y maternidad han sido probadas, a<br />

pesar <strong>de</strong> no haber podido realizar un estudio estadístico referencial, por razones<br />

obvias... Teniendo en cuenta, sin embargo, la distribución <strong>de</strong> las frecuencias<br />

en USA y otras poblaciones, la probabilidad <strong>de</strong> paternidad y maternidad<br />

obtenida supera el 99,9 por ciento.»<br />

¿Qué significaba esto? En palabras sencillas, que el código genético <strong>de</strong> Jesús<br />

aparecía repartido entre los <strong>de</strong> sus padres terrenales. El Hijo <strong>de</strong>l Hombre, por<br />

tanto, según la Ciencia, fue concebido con el esperma <strong>de</strong> José y el óvulo <strong>de</strong> la<br />

Señora.<br />

Lo dicho: pura dinamita...<br />

Y otro tanto sucedía con la «huella genética» <strong>de</strong> Amos.<br />

¿Posibilidad <strong>de</strong> error?<br />

Mínima, según mi hermano.<br />

Para que dos perfiles <strong>de</strong> ADN, pertenecientes a individuos distintos, coincidan<br />

en seis regiones hipervariables tendríamos que pensar en una «supercasualidad».<br />

Dicho <strong>de</strong> otro modo: uno en un billón..., según «Santa Claus».<br />

76


Para ambos estaba claro. No obstante, cumpliendo lo programado por <strong>Caballo</strong><br />

<strong>de</strong> <strong>Troya</strong>, la experiencia fue repetida. En esta oportunidad, Eliseo echó mano<br />

<strong>de</strong> la segunda técnica, igualmente <strong>de</strong>sconocida por el mundo científico.<br />

La prueba fue ejecutada sobre el premolar <strong>de</strong> José y el molar <strong>de</strong> su hijo,<br />

Amos.<br />

Extraídas las pulpas, tras congelarlas y esterilizarlas con nitrógeno líquido,<br />

evitando así la posibilidad <strong>de</strong> contaminación, las redujo a polvo, <strong>de</strong>positándolas<br />

en una minicámara <strong>de</strong> flujo laminar. A continuación, consumada la<br />

selección química <strong>de</strong>l ADN, su aislamiento y el corte <strong>de</strong>l ovillo con las enzimas<br />

<strong>de</strong> restricción, «Santa Claus» tomó el mando, procediendo a la «inyección» <strong>de</strong><br />

un «nemo» en cada una <strong>de</strong> las regiones elegidas. (Esta especie <strong>de</strong> «microsensor»,<br />

<strong>de</strong> treinta nanómetros, al que bautizamos con el nombre <strong>de</strong> «nemo»<br />

y que <strong>de</strong>scribiré en su momento con más <strong>de</strong>talle, actuaba como una «sonda»,<br />

i<strong>de</strong>ntificando y transmitiendo por radio el patrón <strong>de</strong> bandas. Es <strong>de</strong>cir, el «perfil<br />

genético» <strong>de</strong>l individuo. La «huella», una vez en po<strong>de</strong>r <strong>de</strong>l or<strong>de</strong>nador, era<br />

amplificada a voluntad.)<br />

Esta diminuta maravilla <strong>de</strong> la Ciencia -únicamente programable con el concurso<br />

<strong>de</strong> «Santa Claus»- ahorraba muchas <strong>de</strong> las fases <strong>de</strong> la primera técnica<br />

<strong>de</strong> i<strong>de</strong>ntificación <strong>de</strong>l ADN, excepción hecha <strong>de</strong> las ya mencionadas. En <strong>de</strong>finitiva,<br />

un sistema más rápido, limpio y fiable.<br />

Segundos <strong>de</strong>spués <strong>de</strong>l ingreso <strong>de</strong> los «nemos» en las regiones hipervariables<br />

seleccionadas en las muestras, la pantalla <strong>de</strong> la computadora ofrecía unas<br />

imágenes incuestionables.<br />

Eliseo, tranquilo, las repasó dos veces, emitiendo un veredicto:<br />

-Paternidad y maternidad..., probadas. Porcentaje <strong>de</strong> seguridad: cien...<br />

Misión cumplida.<br />

Acto seguido, <strong>de</strong>mostrada <strong>de</strong>finitivamente la paternidad biológica <strong>de</strong> José, la<br />

información fue transferida, en su totalidad, a los archivos <strong>de</strong> «Santa Claus».<br />

En cuanto a los ADN, muestras, etc., cumpliendo las ór<strong>de</strong>nes, fueron herméticamente<br />

clausurados en un contenedor especial. Ni siquiera nosotros<br />

tuvimos acceso a la clave <strong>de</strong> apertura. Eso fue confiado al or<strong>de</strong>nador central.<br />

El general Curtiss fue muy explícito y tajante: el envase con el ADN <strong>de</strong> Jesús<br />

<strong>de</strong> Nazaret pasaría directa e inmediatamente a sus manos, nada más aterrizar<br />

en la meseta <strong>de</strong> Masada...<br />

En esos momentos, como ya mencioné, no fuimos conscientes <strong>de</strong> las auténticas<br />

intenciones <strong>de</strong> los directores <strong>de</strong>l proyecto respecto a ese <strong>de</strong>licadísimo<br />

material genético. Éramos soldados. Cumplíamos una misión. No <strong>de</strong>bíamos<br />

preguntar. Pero el Destino, afortunadamente, lo tenía previsto...<br />

A partir <strong>de</strong> esos instantes todo fue extraño. Confuso.<br />

Abandoné la nave y, sin dar explicaciones, paseé durante horas por la cima<br />

<strong>de</strong>l Ravid. Tenía que pensar.<br />

No sé cómo <strong>de</strong>cirlo, pero, al <strong>de</strong>mostrar la paternidad biológica <strong>de</strong> José, me<br />

77


invadió una sensación amarga. Era paradójico. Se trataba <strong>de</strong> un triunfo. Sin<br />

embargo, mi espíritu se ensombreció. Quizá estábamos cruzando una frontera<br />

sagrada. No lo sé...<br />

Lo cierto es que, en mitad <strong>de</strong> aquel <strong>de</strong>sasosiego, un pensamiento terminó por<br />

instalarse en mi corazón, confundiéndose <strong>de</strong>finitivamente. Y no porque<br />

afectara a mis principios religiosos, totalmente inexistentes, sino porque,<br />

como científico, me <strong>de</strong>scabalgó. No conseguía encajar lo que acababa <strong>de</strong> ver<br />

-la «huella genética» <strong>de</strong>l Maestro- con otra no menos incuestionable realidad:<br />

su divinidad.<br />

Este explorador fue testigo <strong>de</strong> excepción. Había visto, verificado y -si se me<br />

permite- «tocado» esa divinidad. La resurrección y posteriores apariciones no<br />

<strong>de</strong>jaban lugar a dudas. Sin embargo, como digo, «aquello» no cuadraba en mi<br />

corto conocimiento. Si concepción y naturaleza física <strong>de</strong>l rabí <strong>de</strong> Galilea eran<br />

absolutamente humanas, ¿dón<strong>de</strong> o cómo ubicar ese otro innegable rasgo que<br />

completaba la esencia <strong>de</strong> Jesús? ¿Debía buscar en los genes? Las investigaciones<br />

fueron transparentes. En el código genético no hallamos nada anormal.<br />

Entonces, ¿fue adquirida a posteriori? Pero, ¿cómo?, ¿cómo consiguió esa<br />

divinidad?<br />

Naturalmente, me enredé. No tenía respuestas. Pero, terco, subido en el<br />

ridículo pe<strong>de</strong>stal <strong>de</strong> la Ciencia, seguí buscando..., y hundiéndome.<br />

Los padres terrenales no disfrutaban <strong>de</strong> ese po<strong>de</strong>r. Por tanto, no pudieron<br />

transmitirlo. Pero estaba allí, en alguna parte...<br />

Recuerdo que, al final, impotente, me quedé en blanco. Y el Destino, supongo<br />

que compa<strong>de</strong>cido, me lanzó un cabo.<br />

«Quizá la divinidad -me dije en uno <strong>de</strong> los escasos momentos <strong>de</strong> luci<strong>de</strong>z- no<br />

sea pariente <strong>de</strong> la genética. ¿No estaré midiendo con varas distintas? ¿Des<strong>de</strong><br />

cuándo, querido Jasón, lo adimensional (la divinidad) es comparable a lo<br />

puramente material?»<br />

Me rendí.<br />

Y al retornar al módulo y compartir estas inquietu<strong>de</strong>s con mi hermano, Eliseo<br />

replicó con su proverbial lógica:<br />

-¿Por qué te atormentas? Cuando le veas..., pregúntaselo.<br />

Me <strong>de</strong>sarmó. Llevaba razón. Así lo haría en cuanto diéramos el ansiado tercer<br />

«salto» en el tiempo.<br />

Y sin po<strong>de</strong>r contenerse <strong>de</strong>jó en el aire otra <strong>de</strong>licada cuestión. Una interrogante<br />

que también martilleaba en mi cerebro <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que acertásemos a probar la<br />

paternidad biológica <strong>de</strong>l contratista <strong>de</strong> obras:<br />

-Si el Maestro fue engendrado como cualquier ser humano, ¿por qué los<br />

evangelios y creyentes le asignan una concepción sobrenatural?<br />

El asunto, obviamente, nos llevó muy lejos...<br />

Ya lo toqué en su momento, pero, en honor a mi <strong>de</strong>saparecido hermano y a lo<br />

que pudo ser la verdad, volveré sobre él, trazando las líneas maestras <strong>de</strong><br />

78


aquella interesante conversación.<br />

Eliseo <strong>de</strong>cía bien. Dos <strong>de</strong> los evangelistas -Mateo y Lucas- aseguran que María<br />

concibió a Jesús «por obra y gracia <strong>de</strong>l Espíritu Santo». Nosotros sabíamos<br />

que no fue así, pero, ¿<strong>de</strong> dón<strong>de</strong> partió semejante noticia?<br />

Tomamos el primer texto y lo <strong>de</strong>sguazamos, analizándolo con frialdad.<br />

¿Cómo supo Mateo Leví <strong>de</strong> aquella información?<br />

Primera posibilidad: ¿se lo comunicó la propia Señora? Sinceramente, lo dudé.<br />

Ella, por supuesto, creía firmemente en la concepción «no humana» <strong>de</strong> su hijo.<br />

Así lo manifestó muchas veces. Nunca lo entendí pero, insisto, lo respeté. Y<br />

digo que dudé porque, <strong>de</strong> haber contado a Mateo cuanto aconteció en aquellos<br />

meses previos al alumbramiento, la Señora nunca hubiera inventado lo<br />

que asegura el escritor sagrado (?). Podía estar equivocada en sus apreciaciones,<br />

pero jamás mentía. Me explico. El evangelista afirma que María se<br />

encontró encinta «antes <strong>de</strong> empezar a estar juntos». Es <strong>de</strong>cir, antes <strong>de</strong> estar<br />

casados legalmente. Esto nunca lo hubiera dicho la Señora. Como ya informé<br />

en su momento, cuando la mujer se quedó embarazada <strong>de</strong> Jesús, hacía ocho<br />

meses que había contraído matrimonio con José. Más claro: tanto el anuncio<br />

<strong>de</strong>l ángel, como la concepción, tuvieron lugar <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> las bodas (éstas se<br />

celebraron en marzo <strong>de</strong>l año «menos ocho» y la visita <strong>de</strong> Gabriel y el inmediato<br />

embarazo se registraron en noviembre <strong>de</strong> ese mismo año). Lo escrito<br />

por Mateo, por tanto, es erróneo: no fue durante los esponsales o «noviazgo»<br />

cuando María quedó encinta, sino mucho <strong>de</strong>spués...<br />

Si esto es así, la siguiente afirmación -«José resolvió repudiarla en secreto»-<br />

tampoco se sostiene. Imagino la cara <strong>de</strong> la Señora si alguien se hubiera<br />

atrevido a plantearle semejante <strong>de</strong>spropósito...<br />

En cuanto al célebre sueño <strong>de</strong>l perplejo José, el evangelista no dice toda la<br />

vedad. Si la información procedía <strong>de</strong> la Señora, el escritor sagrado (?) volvió<br />

a manipularla. María sabía lo que ocurrió. Sabía que la auténtica preocupación<br />

<strong>de</strong> su esposo era otra. Lo que realmente obsesionaba al entonces carpintero<br />

era lo mismo, poco más o menos, que tenía confundido a quien esto escribe.<br />

A saber: «cómo un niño concebido por humanos podía ser divino».<br />

El resto <strong>de</strong>l mensaje, proporcionado en el sueño, tampoco se ajusta a los<br />

hechos. La Señora, insisto, nunca faltó a la verdad. ¿Cómo enten<strong>de</strong>r, entonces,<br />

la categórica afirmación <strong>de</strong> que su marido era <strong>de</strong> la casa <strong>de</strong> David? Era<br />

ella la única <strong>de</strong>scendiente <strong>de</strong>l famoso rey...<br />

¿Pecados? ¿Vino Jesús al mundo para salvar a su pueblo <strong>de</strong> los pecados?<br />

Esto, evi<strong>de</strong>ntemente, no fue cosa <strong>de</strong> la Señora. Ella supo <strong>de</strong> las palabras <strong>de</strong>l<br />

Resucitado en todas las apariciones. En ninguna se refirió jamás a «salvar a<br />

su pueblo <strong>de</strong> sus pecados». Alguien, efectivamente, volvió a «meter la mano»..<br />

En suma: en mi humil<strong>de</strong> opinión, lo escrito por Mateo no procedía <strong>de</strong> la madre<br />

<strong>de</strong>l Maestro.<br />

79


Segunda posibilidad: ¿recibió la información <strong>de</strong> la familia <strong>de</strong> Jesús, <strong>de</strong> sus<br />

compañeros, los apóstoles, o <strong>de</strong> otros seguidores? Nadie está capacitado para<br />

negarlo. Obviamente, entra <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> lo posible. Sin embargo, si así fue,<br />

<strong>de</strong>tecto algo que no encaja con Mateo. El evangelista era galileo. Conocía las<br />

tradiciones y leyes judías. ¿Qué quiero <strong>de</strong>cir? Muy simple: Mateo Leví difícilmente<br />

habría afirmado que María se quedó encinta antes <strong>de</strong> contraer matrimonio.<br />

De ser así, Jesús <strong>de</strong> Nazaret -como ya expliqué en páginas anteriores-<br />

hubiera sido calificado como mamzer (bastardo). Nada <strong>de</strong> esto ocurrió.<br />

Si lo narrado en el texto, supuestamente sagrado, fuera cierto, la vergüenza<br />

y la marginación habrían caído como una losa sobre la Señora, sobre su<br />

familia y, naturalmente, sobre el Maestro. Y sus actos y palabras no habrían<br />

tenido el menor eco social. Sus enemigos no le hubieran perdonado.<br />

No, Mateo no era un irresponsable. No creo que esas afirmaciones sobre la<br />

virginidad nacieran <strong>de</strong> su pluma...<br />

Tercera posibilidad: una vez más..., alguien metió la mano en el primitivo<br />

texto <strong>de</strong> Mateo. Poco importa quién y cuándo. Lo triste, lo lamentable, es que<br />

<strong>de</strong>formó la realidad. Una realidad, la magnífica maternidad <strong>de</strong> la Señora, que<br />

no precisaba <strong>de</strong> adorno alguno. Porque, en <strong>de</strong>finitiva, ésa parece ser la razón<br />

que movió al «manipulador o manipuladores» a modificar los hechos. La<br />

historia se repetía. El Hijo <strong>de</strong>l Hombre -su figura, en suma- <strong>de</strong>bía ser «vendido»<br />

con todos los honores. ¿Y qué <strong>de</strong>cían las más antiguas y regias leyendas?:<br />

dioses, héroes y avalares en general nacieron siempre <strong>de</strong> una virgen.<br />

En Alejandría, por ejemplo, mucho antes <strong>de</strong> Jesús <strong>de</strong> Nazaret, el pueblo celebraba<br />

el 6 <strong>de</strong> enero el alumbramiento <strong>de</strong>l dios Fon. Un ser nacido <strong>de</strong> la<br />

virgen Kore. En esa fecha, tras una ceremonia nocturna, las gentes marchaban<br />

en procesión hasta la gruta en la que había nacido el dios. Lo tomaban<br />

en sus brazos, lo paseaban y, finalmente, lo <strong>de</strong>volvían a la cueva en la última<br />

vigilia: la <strong>de</strong>l canto <strong>de</strong>l gallo. Al abandonar el santuario, el grito era unánime:<br />

«La virgen ha dado a luz... Aumenta la luz.» Y otro tanto sucedía en el vecino<br />

reino <strong>de</strong> la Nabatea, al sureste <strong>de</strong> Israel. Allí, en los templos <strong>de</strong> Petra, otra<br />

virgen -«Chaabou»- alumbraba al no menos célebre dios Dusares... (Esta<br />

festividad pagana serviría <strong>de</strong>spués a los árabes cristianos para fijar la fecha<br />

<strong>de</strong>l nacimiento <strong>de</strong> Jesús en el mencionado 6 <strong>de</strong> enero.) ¿Fueron estos, u otros<br />

mitos, los que condicionaron la verdad, reduciéndola a lo que hoy leen los<br />

creyentes? Personalmente, así lo creo. Basta echar una ojeada a la Historia<br />

para comprobar que las iglesias no tuvieron el menor reparo en hacer suyos<br />

algunos <strong>de</strong> estos mitos. Ejemplo: la Natividad. Cualquier investigador medianamente<br />

avisado sabe que ese «25 <strong>de</strong> diciembre» no fue el día <strong>de</strong>l nacimiento<br />

<strong>de</strong> Jesús, sino la usurpación <strong>de</strong> una vieja celebración, igualmente<br />

pagana. Des<strong>de</strong> la más remota antigüedad, sirios y egipcios festejaban en<br />

dicha fecha lo que <strong>de</strong>nominaban «la victoria <strong>de</strong>l sol». Es <strong>de</strong>cir, el lógico<br />

alargamiento <strong>de</strong> los días. Y la iglesia católica, ni corta ni perezosa, proba-<br />

80


lemente hacia el siglo IV, se adueñó <strong>de</strong> la festividad -heredada entonces por<br />

los romanos-, convirtiéndola, «por real <strong>de</strong>creto», en la «Navidad»... También<br />

el segundo texto evangélico -el <strong>de</strong> Lucas- fue escrutado con minuciosidad. El<br />

resultado -cómo no- nos <strong>de</strong>cepcionó.<br />

Para empezar, el médico <strong>de</strong> Antioquía no conoció personalmente a la Señora.<br />

La información, en consecuencia, no fue <strong>de</strong> primera mano. (Lucas pudo<br />

convertirse al cristianismo, e iniciar el seguimiento <strong>de</strong> su maestro, Pablo <strong>de</strong><br />

Tarso, hacia el año 47, aproximadamente. María, por su parte, al morir Jesús,<br />

contaba alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> 50 años <strong>de</strong> edad. En el 47, por tanto, <strong>de</strong> haber estado<br />

viva, rondaría casi los 70. Es <strong>de</strong>cir, difícilmente pudo coincidir con Lucas.<br />

Todas las noticias apuntan a que falleció uno o dos años <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la crucifixión,<br />

en el año 30.)<br />

Partíamos, pues, <strong>de</strong> un hecho casi seguro: el evangelista recibió los datos <strong>de</strong><br />

segundas o terceras personas.<br />

¿Cuándo empezó a escribir?<br />

Todos los indicios señalan una época: tras la muerte <strong>de</strong> Pablo, en el año 67.<br />

Esto nos situaba, como mínimo, a 40 <strong>de</strong> la <strong>de</strong>saparición <strong>de</strong>l Maestro. ¡Cuarenta<br />

años!...<br />

¿Era fácil reconocer la verdad <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> tanto tiempo? Evi<strong>de</strong>ntemente, la<br />

tarea no era sencilla. Y mucho menos si, como sospechamos, ya circulaban las<br />

torcidas interpretaciones sobre la supuesta virginidad <strong>de</strong> la Señora. Quizá<br />

Lucas no tergiversó <strong>de</strong>liberadamente los hechos. Quizá se limitó a escuchar y<br />

copiar lo que era <strong>de</strong> dominio público entre los primeros cristianos. Aunque<br />

también cabe la posibilidad ya apuntada con el texto <strong>de</strong> Mateo: que alguien,<br />

mucho <strong>de</strong>spués, cambiara ese pasaje..., «porque así convenía».<br />

Sea como fuere, lo cierto es que el aludido capítulo es otro cúmulo <strong>de</strong> errores<br />

y falseda<strong>de</strong>s...<br />

Ni Nazaret era una «ciudad», ni María una «virgen», ni se hallaba «<strong>de</strong>sposada»,<br />

ni José era <strong>de</strong> la «casa <strong>de</strong> David», ni el ángel mencionó jamás que Dios<br />

le daría el trono <strong>de</strong> dicho rey, ni la Señora pronunció las palabras que cita<br />

Lucas -«¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?»-, ni Gabriel se<br />

refirió a la «sombra <strong>de</strong>l Altísimo», ni aquél era el sexto mes <strong>de</strong>l embarazo <strong>de</strong><br />

Isabel, ni María, en fin, se proclamó jamás como «la esclava <strong>de</strong>l Señor»...<br />

Aunque ya fue incluido en otro lugar <strong>de</strong> este diario, entiendo que es oportuno<br />

y benéfico recordar ahora el texto <strong>de</strong>l verda<strong>de</strong>ro parlamento <strong>de</strong>l ángel a la<br />

joven esposa <strong>de</strong> José. La diferencia con el <strong>de</strong>l escritor sagrado (?) es elocuente...<br />

«Vengo por mandato <strong>de</strong> aquel que es mi Maestro, al que <strong>de</strong>berás amar y<br />

mantener. A ti, María, te traigo buenas noticias, ya que te anuncio que tu<br />

concepción ha sido or<strong>de</strong>nada por el cielo...<br />

»A su <strong>de</strong>bido tiempo serás madre <strong>de</strong> un hijo. Le llamarás "Yehosua" (Jesús o<br />

Yavé salva) e inaugurará el reino <strong>de</strong> los cielos sobre la Tierra y entre los<br />

81


hombres...<br />

»De esto, habla tan sólo a José y a Isabel, tu pariente, a quien también he<br />

aparecido y que pronto dará a luz un niño cuyo nombre será Juan. Isabel<br />

prepara el camino para el mensaje <strong>de</strong> liberación que tu hijo proclamará con<br />

fuerza y profunda convicción a los hombres. No du<strong>de</strong>s <strong>de</strong> mi palabra, María,<br />

ya que esta casa ha sido escogida como morada terrestre <strong>de</strong> este niño <strong>de</strong>l<br />

Destino...<br />

»Ten mi bendición. El po<strong>de</strong>r <strong>de</strong>l Más Alto te sostendrá...<br />

»El Señor <strong>de</strong> toda la Tierra exten<strong>de</strong>rá sobre ti su protección.»<br />

El mensaje es transparente.<br />

«Concepción or<strong>de</strong>nada por el cielo...»<br />

Eso no significaba que Dios fuera a modificar las naturales leyes <strong>de</strong> la herencia,<br />

haciendo concebir a María sin la participación <strong>de</strong> su esposo. Siempre he creído<br />

que ese magnífico y po<strong>de</strong>roso Padre tiene la facultad para lograr que alguien<br />

engendre al estilo <strong>de</strong> lo apuntado por los evangelistas. Pero también sé que,<br />

por encima <strong>de</strong> todo, es un Dios sensato y respetuoso con sus propias leyes. Si<br />

el Maestro <strong>de</strong>seaba ser un hombre -en todo el sentido <strong>de</strong> la palabra-, ¿por qué<br />

empezar con una alteración tan singular? No es lógico, a no ser que fueran los<br />

propios hombres quienes, en su afán por enaltecer a Jesús, cambiaran la<br />

realidad. Como siempre, somos nosotros quienes hacemos a Dios a nuestra<br />

imagen y semejanza...<br />

«E inaugurará el reino <strong>de</strong> los cielos sobre la Tierra y entre los hombres.»<br />

¿Cuándo, el ángel, hace alusión al trono <strong>de</strong> David o a la casa <strong>de</strong> Jacob?<br />

¿No es más espléndido que el Hijo <strong>de</strong>l Hombre viniera a abrir los ojos <strong>de</strong> toda<br />

la Humanidad, en lugar <strong>de</strong> tomar posesión <strong>de</strong>l «gobierno» <strong>de</strong> una nación?<br />

Los primeros cristianos, en efecto, arrinconaron muy pronto las advertencias<br />

<strong>de</strong>l Resucitado. Y como buenos judíos no <strong>de</strong>saprovecharon la oportunidad,<br />

i<strong>de</strong>ntificando al Maestro con el Mesías prometido...<br />

Y <strong>de</strong> nuevo creo que olvido algo importante. Lo he mencionado <strong>de</strong> pasada,<br />

pero entiendo que conviene profundizar en ello. Dije que la Señora estaba<br />

convencida <strong>de</strong> la concepción «no humana» <strong>de</strong> su Hijo. Pues bien, ¿cómo era<br />

esto posible? ¿Cuál fue su razonamiento? Si María, cuando se quedó encinta,<br />

se hallaba legalmente casada, manteniendo las lógicas relaciones sexuales<br />

con José, ¿por qué afirmaba que Jesús fue engendrado <strong>de</strong> forma sobrenatural?<br />

La clave, en mi opinión, era Isabel, su prima lejana. Fue, simplemente, una<br />

<strong>de</strong>ducción. Si la madre <strong>de</strong> Juan, el Bautista, estaba incapacitada para tener<br />

hijos y, sin embargo, alumbró al Anunciador, eso quería <strong>de</strong>cir que dicho<br />

embarazo fue cosa <strong>de</strong>l Altísimo. Y si ambos niños -Juan y Jesús- tenían<br />

prácticamente la misma misión (así lo a<strong>de</strong>lantó el ángel), ¿por qué la concepción<br />

<strong>de</strong> su Hijo iba a ser diferente? El argumento tenía cierta lógica. Y la<br />

Señora, como digo, lo hizo suyo. En <strong>de</strong>finitiva, esta pretensión pudo más que<br />

82


las nítidas palabras <strong>de</strong> Gabriel: «tu concepción ha sido or<strong>de</strong>nada por el cielo».<br />

Para María, mujer a fin <strong>de</strong> cuentas, aquello era más sublime, y acor<strong>de</strong> con el<br />

sagrado <strong>de</strong>stino <strong>de</strong> Jesús, que la prosaica i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> un embarazo puramente<br />

humano.<br />

Ni qué <strong>de</strong>cir tiene que nos <strong>de</strong>smoralizamos. Y Eliseo y quien esto escribe<br />

<strong>de</strong>jamos ahí el enojoso asunto <strong>de</strong> los textos evangélicos. Tampoco éramos<br />

jueces. Nuestra misión era otra. Si se me permite la inmo<strong>de</strong>stia, más fina y<br />

trascen<strong>de</strong>ntal. Nos fue dada la oportunidad <strong>de</strong> seguir al Hijo <strong>de</strong>l Hombre y<br />

narrar cuanto vimos y escuchamos. Ése era el trabajo. Y a él nos entregamos<br />

con pasión...<br />

El resto <strong>de</strong> aquella semana fue igualmente tenso. Tras no pocos cálculos, mi<br />

hermano y yo fijamos el sábado, 24, como la fecha límite para partir hacia el<br />

sur e iniciar así la Operación Salomón, que <strong>de</strong>bería esclarecer las causas <strong>de</strong>l<br />

extraño sismo registrado en la histórica jornada <strong>de</strong>l 7 <strong>de</strong> abril, en Jerusalén.<br />

Un movimiento sísmico, como se recordará, que siguió a la muerte <strong>de</strong> Jesús<br />

<strong>de</strong> Nazaret.<br />

Al margen <strong>de</strong> la lógica preocupación por tan largo y comprometido viaje, lo<br />

que nos mantuvo inquietos fue, sobre todo, el hecho <strong>de</strong> tener que abandonar<br />

la «cuna». Lo sabíamos. No teníamos elección. Éramos plenamente conscientes<br />

también <strong>de</strong> que el módulo quedaba en las mejores «manos»: las <strong>de</strong><br />

«Santa Claus». Todo se hallaba previsto. Nada <strong>de</strong>bía fallar. Pero...<br />

Supongo que fue un sentimiento natural. Aquél era nuestro «hogar» y el único<br />

medio para regresar a «casa», a nuestro verda<strong>de</strong>ro «ahora». Y estábamos a<br />

punto <strong>de</strong> <strong>de</strong>jarlo...<br />

Eliseo y quien esto escribe cruzamos algunas significativas miradas. Nadie<br />

dijo nada. Los pensamientos, sin embargo, estoy seguro, fueron los mismos:<br />

«¿Qué suce<strong>de</strong>ría si no regresábamos? Peor aún: ¿qué sería <strong>de</strong> aquellos exploradores<br />

si, al ascen<strong>de</strong>r <strong>de</strong> nuevo al Ravid, encontraban la nave <strong>de</strong>struida o<br />

inutilizada?»<br />

Eso no es posible, me dije una y otra vez, en un vano intento por serenarme.<br />

Des<strong>de</strong> un punto <strong>de</strong> vista estrictamente técnico -si no ocurría una catástrofe-,<br />

llevaba razón. Las medidas <strong>de</strong> seguridad eran casi perfectas. Sin embargo...<br />

Y la angustia, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> esos momentos, fue una inseparable compañera.<br />

Pero no todo fue negativo en aquellos últimos días. Otra <strong>de</strong> las inquietu<strong>de</strong>s -la<br />

falta <strong>de</strong> dineros- fue hábil y puntualmente eliminada por el genial Eliseo. El<br />

muy ladino esperó casi al final para mostrar lo conseguido durante mi permanencia<br />

en la Ciudad Santa.<br />

Fue al sugerir que el valioso ópalo blanco nos acompañase, intentando así el<br />

canje, cuando mi hermano, sonriendo con picardía, me entregó una pequeña<br />

bolsa, rechazando la proposición.<br />

-No será necesario... Dejémoslo en la «cuna»... Con esto será suficiente...<br />

Al abrir el saquito quedé atónito. -Pero...<br />

83


Sonrió <strong>de</strong> nuevo, haciéndome un guiño.<br />

¡Dios santo!<br />

E incrédulo vacié el contenido en la palma <strong>de</strong> la mano. Lo examiné una y otra<br />

vez y, temiendo lo peor, lo interrogué con la mirada.<br />

-No sea <strong>de</strong>sconfiado -terció al punto, colocándose a la <strong>de</strong>fensiva-. He cumplido<br />

sus ór<strong>de</strong>nes, mayor... En ningún momento he cruzado la línea <strong>de</strong>l<br />

manzano <strong>de</strong> Sodoma...<br />

-Entonces...<br />

E invitándome a pasar a la popa <strong>de</strong> la nave <strong>de</strong>spejó <strong>de</strong>finitivamente el<br />

enigma.<br />

No tuve más remedio que felicitarle. El «trabajo», amén <strong>de</strong> oportuno, fue tan<br />

impecable como imaginativo.<br />

Sabedor <strong>de</strong> la precaria situación económica <strong>de</strong>dicó un tiempo a consultar los<br />

archivos <strong>de</strong> «Santa Claus». Y el or<strong>de</strong>nador le proporcionó la i<strong>de</strong>a...<br />

Inspeccioné <strong>de</strong> nuevo las diminutas, transparentes y luminosas piedras e<br />

intenté encontrar el fallo. No lo conseguí. Los pequeños diamantes -porque <strong>de</strong><br />

eso se trataba- me parecieron perfectos. No eran birrefringentes. En cuanto al<br />

índice <strong>de</strong> refracción, resultó casi idéntico al <strong>de</strong> los verda<strong>de</strong>ros. Sólo el «fuego»<br />

-cuatro veces superior- infundía sospechas.<br />

Sumé las piezas. Veinte. La mayoría <strong>de</strong> unos milímetros y, tres o cuatro, <strong>de</strong><br />

dos centímetros y medio.<br />

¡Increíble!<br />

Las falsas gemas, en efecto, podían sacamos <strong>de</strong>l apuro.<br />

Y Eliseo, complacido, fue a <strong>de</strong>scubrir su particular «mina». El ingeniero había<br />

puesto en marcha una reducida «cámara <strong>de</strong> <strong>de</strong>posición», haciendo crecer<br />

varias láminas <strong>de</strong> diamante. Para ello, auxiliado por el or<strong>de</strong>nador central,<br />

utilizó filamentos <strong>de</strong> tungsteno, manteniendo presiones inferiores a la atmosférica.<br />

Unas <strong>de</strong>scargas <strong>de</strong> microondas, generando el hidrógeno atómico,<br />

hicieron el resto, propiciando el crecimiento <strong>de</strong> las gemas «sintéticas». El<br />

resultado, como digo, impecable..., y salvador.<br />

Con un poco <strong>de</strong> suerte, aquellos «diamantes» serían cambiados por monedas<br />

<strong>de</strong> curso legal o canjeados por artículos que, necesariamente, nos veríamos<br />

obligados a utilizar y consumir en el periplo que nos aguardaba.<br />

La operación, también lo sabíamos, no era muy ortodoxa, pero, dadas las<br />

circunstancias, no teníamos elección.<br />

Y, con el alba, aquel sábado, 24 <strong>de</strong> junio, mi hermano y quien esto escribe<br />

cargaron los sacos <strong>de</strong> viaje, <strong>de</strong>spidiéndose <strong>de</strong>l «portaaviones». La suerte<br />

estaba echada...<br />

Una nueva y fascinante aventura se abría ante nosotros.<br />

1 AL 7 DE SETIEMBRE<br />

84


Eliseo y yo nos miramos. E instintivamente apretamos el paso. A qué negarlo.<br />

La duda nos consumía... ¿Seguiría todo igual?<br />

Habían transcurrido dos meses. Dos largos e intensos meses...<br />

¡Dios!... Teníamos que acabar con aquella cruel incertidumbre!<br />

¿En qué estado encontraríamos la nave? Mejor dicho: ¿la encontraríamos?<br />

Mi hermano, perfecto conocedor <strong>de</strong>l blindaje <strong>de</strong> la «cuna» y <strong>de</strong> los cinturones<br />

que la protegían, rogó calma.<br />

Y con el sol en el cénit divisamos al fin la «zona muerta», en la «popa» <strong>de</strong>l<br />

Ravid.<br />

Esperamos al filo <strong>de</strong>l camino. Varias reatas <strong>de</strong> onagros cruzaron rápidas hacia<br />

Migdal. Era viernes, 1 <strong>de</strong> setiembre, y los burreros <strong>de</strong>seaban <strong>de</strong>scargar las<br />

mercancías antes <strong>de</strong> la llegada <strong>de</strong>l sábado.<br />

Vía libre...<br />

Atacamos el <strong>de</strong>snivel y, en segundos, nos situamos en la línea <strong>de</strong>l manzano <strong>de</strong><br />

Sodoma. Aquéllos, probablemente, fueron los instantes más duros...<br />

La dulce pendiente aparecía tranquila y solitaria, como siempre. Pero....<br />

Esta vez fue mi hermano quien apremió.<br />

-¡Vamos!... ¡Las «crótalos»!...<br />

En ello estaba, por supuesto. Y la visión infrarroja fue una bendición.<br />

Aquel suspiro sonó redondo.<br />

Eliseo se <strong>de</strong>jó caer sobre el terreno y, vencido por la tensión, lloró en silencio.<br />

Lo entendí. Yo también hubiera <strong>de</strong>seado dar rienda suelta a la carga que<br />

soportaba. Pero hace mucho que mis lágrimas se secaron...<br />

La nave, apantallada en IR, plata, rojo y naranja, se presentó ante este explorador<br />

como la más hermosa <strong>de</strong> las visiones. Mi hermano no se equivocaba.<br />

El sistema funcionó. Y lo hizo como un reloj. Éramos nosotros los que fallábamos,<br />

los que dudábamos...<br />

Proseguimos el avance y, ochocientos metros más allá, al irrumpir en el<br />

cinturón infrarrojo, el fiel y eficaz «Santa Claus» reaccionó <strong>de</strong> inmediato,<br />

alertándonos a través <strong>de</strong> la «cabeza <strong>de</strong> cerilla».<br />

-¡Todo OK!... ¡De primera clase!<br />

Y Eliseo, feliz, me <strong>de</strong>jó con dos palmos <strong>de</strong> narices, corriendo como un gamo<br />

hacia el vértice <strong>de</strong>l «portaaviones».<br />

A <strong>de</strong>cir verdad, así lo reconocimos, la dilatada ausencia fue una especie <strong>de</strong><br />

ensayo general para el tercer «salto». Nos sirvió, ya lo creo. En especial,<br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong> un punto <strong>de</strong> vista estrictamente sicológico. Aprendimos algo que resultaría<br />

<strong>de</strong> gran utilidad: a separarnos <strong>de</strong> la «cuna» y a no obsesionarnos con<br />

su seguridad. «Santa Claus» era un «aliado» que merecía más respeto y<br />

confianza...<br />

Y durante dos días -creo que con todo merecimiento- nos negamos a poner en<br />

marcha ninguna otra actividad. Fueron cuarenta y ocho horas <strong>de</strong> absoluto<br />

<strong>de</strong>scanso. Necesitábamos un respiro. Era preciso que mente y espíritu<br />

85


hallaran un mínimo <strong>de</strong> reposo. La Operación Salomón, honradamente, nos<br />

<strong>de</strong>jó exhaustos. Por otra parte, conscientes <strong>de</strong> que había llegado el gran<br />

momento, nos concedimos un margen para la reflexión. Cada uno, por su lado,<br />

procuró mentalizarse. Estábamos a punto <strong>de</strong> estrenar el viejo y añorado<br />

sueño: retroce<strong>de</strong>r en el tiempo y unirnos al querido y admirado Jesús <strong>de</strong><br />

Nazaret... Sí, un i<strong>de</strong>al que colmaba todas mis aspiraciones en la vida. Y creo<br />

no equivocarme si digo que a Eliseo le sucedía lo mismo. Es difícil <strong>de</strong> exponer.<br />

Haber conocido a este Hombre fue lo más gran<strong>de</strong> que nos ocurrió. Y, lógicamente,<br />

no <strong>de</strong>sperdiciaríamos aquella ocasión <strong>de</strong> oro...<br />

Aun así, en el anochecer <strong>de</strong>l sábado, 2 <strong>de</strong> setiembre, mantuvimos una serena<br />

conversación. Fui yo quien lo planteó, ante la sorpresa y el <strong>de</strong>sconcierto <strong>de</strong> mi<br />

hermano.<br />

-Todavía estamos a tiempo -expuse con frialdad-. Si no lo <strong>de</strong>seas, si no estás<br />

seguro, cancelamos el proyecto... Ahora mismo volvemos a «casa»...<br />

No me <strong>de</strong>jó terminar. Se hallaba preparado y ansioso. No había nada más que<br />

hablar...<br />

Insistí, recordando lo que ya sabía. Las nuevas inversiones <strong>de</strong> masa podían<br />

acelerar el mal que nos aquejaba.<br />

Fue inútil. Aquel Hombre tiraba <strong>de</strong> él como el más po<strong>de</strong>roso <strong>de</strong> los imanes.<br />

-Si renunciara -se lamentó-, ¿cómo crees que sería el resto <strong>de</strong> mi vida?<br />

Me llenó <strong>de</strong> satisfacción y orgullo.<br />

E implacable, sentenció:<br />

-Agra<strong>de</strong>zco su <strong>de</strong>lica<strong>de</strong>za, mayor, pero... ¡a la mierda las neuronas!... ¡Él lo<br />

merece!<br />

Yo no lo hubiera expresado mejor.<br />

El Maestro empezaba a dar sentido a mi torpe y vacía existencia. ¿Por qué<br />

anteponer ahora la salud cuando me hallaba ante la verda<strong>de</strong>ra «fuente <strong>de</strong> la<br />

vida»?<br />

Apuraríamos la copa. Llegaríamos al final. Nos convertiríamos en su sombra.<br />

Nada quedaría oculto. El mundo, las nuevas generaciones, tenían <strong>de</strong>recho a<br />

saber...<br />

A la mañana siguiente -eufóricos- dividimos el trabajo. Mi hermano revisó los<br />

preparativos para el tercer «salto» y este explorador consultó <strong>de</strong> nuevo el<br />

instrumental científico que nos acompañó en la Operación Salomón, cargando<br />

resultados y mediciones en la base <strong>de</strong> datos <strong>de</strong>l or<strong>de</strong>nador.<br />

El lunes, 4, aunque el plan había sido estudiado hasta el agotamiento, nos<br />

sentamos frente al monitor <strong>de</strong> la computadora, chequeando procedimientos y<br />

valorando las informaciones <strong>de</strong> que disponíamos.<br />

En principio, todo se presentó «OK». Mejor dicho, no todo...<br />

La gran duda seguía instalada en la fecha prevista para el retroceso en el<br />

tiempo.<br />

Las noticias proporcionadas por Zebe<strong>de</strong>o padre parecían sólidas. Sin embargo,<br />

86


la confusión <strong>de</strong> los íntimos respecto al inicio <strong>de</strong> la vida <strong>de</strong> predicación <strong>de</strong> Jesús<br />

<strong>de</strong> Nazaret nos tenía preocupados. Unos señalaban el bautismo en el Jordán<br />

como el arranque <strong>de</strong> dicho ministerio. Otros, en cambio, hablaban <strong>de</strong>l célebre<br />

y misterioso «milagro» <strong>de</strong> Cana. El resto lo asociaba a la muerte <strong>de</strong>l Bautista.<br />

En suma, un rompecabezas...<br />

Finalmente, arriesgándonos, elegimos la propuesta <strong>de</strong>l Zebe<strong>de</strong>o. El anciano<br />

<strong>de</strong> Saidan nunca habló <strong>de</strong>l comienzo <strong>de</strong> la vida pública. Eso también era cierto.<br />

Basándose en lo dictado por el propio rabí, él estimaba que, antes <strong>de</strong>l periodo<br />

<strong>de</strong> predicación, Jesús <strong>de</strong>dicó unos meses a «otras activida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> gran interés<br />

y trascen<strong>de</strong>ncia». Aquello, lógicamente, nos intrigó. En los textos <strong>de</strong> los<br />

evangelistas no hay mención alguna a esas «otras activida<strong>de</strong>s». Tampoco era<br />

<strong>de</strong> extrañar. En el <strong>de</strong>sastre <strong>de</strong> las narraciones evangélicas podía esperarse<br />

cualquier cosa...<br />

Lo averiguaríamos. El reto nos entusiasmó. ¿Qué sucedió en esos meses<br />

previos al ministerio público? ¿Por qué el Zebe<strong>de</strong>o los calificó <strong>de</strong> «especialmente<br />

importantes»? Y si así fue, ¿por qué los escritores sagrados (?) lo silenciaron?<br />

Decidido.<br />

De mutuo acuerdo, Eliseo y quien esto escribe fijamos la fecha: «agosto <strong>de</strong>l<br />

año 25».<br />

Por cierto, ya que lo menciono, sigo sin saber qué hacer con la valiosa documentación<br />

que me facilitó el anciano Zebe<strong>de</strong>o. ¿La incluyo en este diario?<br />

¿La entierro <strong>de</strong>finitivamente? ¿Por qué dudo? ¿Es que lo acaecido en esos<br />

años «secretos» escandalizaría hoy a las personas <strong>de</strong> buena voluntad?<br />

Pero no <strong>de</strong>bo distraerme. Lo <strong>de</strong>jaré en «sus manos»..., como siempre.<br />

¡Año 25!<br />

Eso significaba un seguimiento <strong>de</strong> más <strong>de</strong> cuatro años...<br />

La misión -así lo <strong>de</strong>terminamos- finalizaría, inexorablemente, en febrero o<br />

marzo <strong>de</strong>l 30. De lo contrario nos hallaríamos <strong>de</strong> nuevo ante el peligroso<br />

fenómeno <strong>de</strong> la «ubicuidad».<br />

Eliseo, inasequible al <strong>de</strong>saliento, se felicitó ante lo prolongado <strong>de</strong> la aventura.<br />

Este explorador, en cambio, más cauto, guardó silencio. Por supuesto que me<br />

fascinaba. La sola i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> vivir junto al Hijo <strong>de</strong>l Hombre durante tanto tiempo<br />

me hizo vibrar. Pero la misión <strong>de</strong>bía ser contemplada también en su conjunto.<br />

No todo aparecía tan claro y prometedor. Aunque lo intenté, aunque procuré<br />

olvidarlo, en la memoria <strong>de</strong>stellaban implacables los preocupantes sucesos<br />

vividos como consecuencia <strong>de</strong> las sucesivas inversiones <strong>de</strong> masa. Aquella<br />

amenaza podía arruinarnos, acabando en un instante con el dorado sueño. Y<br />

en mi cerebro, como <strong>de</strong>cía, con una fuerza inusitada -como si <strong>de</strong> un aviso se<br />

tratase-, fueron <strong>de</strong>sfilando los informes <strong>de</strong> Curtiss, mostrados a estos exploradores<br />

poco antes <strong>de</strong>l segundo «salto». En ellos, como ya mencioné, los<br />

expertos <strong>de</strong> la base <strong>de</strong> Edwards recomendaban la inmediata suspensión <strong>de</strong>l<br />

87


proyecto. En las pruebas sobre ratas <strong>de</strong> laboratorio <strong>de</strong>tectaron una grave<br />

alteración en algunas colonias neuronales, provocadas, al parecer, por el<br />

proceso <strong>de</strong> inversión axial <strong>de</strong> los swivels. En las microfotografías aparecía con<br />

claridad. «Algo» sobreexcitaba dichas neuronas, multiplicando el consumo <strong>de</strong><br />

oxígeno y <strong>de</strong>struyéndolas. (Los pigmentos <strong>de</strong>l envejecimiento -«lipofuscina»-<br />

en las neuronas y en otras células fijas posmitóticas no ofrecían ninguna<br />

duda.)<br />

Y «vi» también la misteriosa «caja secreta», instalada por <strong>Caballo</strong> <strong>de</strong> <strong>Troya</strong> en<br />

la nave. Una caja abierta por mi hermano que certificaría lo anunciado por el<br />

general: nuestro mal era irreversible. Con suerte, nos restaban nueve o diez<br />

años <strong>de</strong> vida... El experimento con las drosophilas (las diminutas moscas <strong>de</strong><br />

Oregón) fue <strong>de</strong>finitivo: en las décimas <strong>de</strong> segundo consumidas en la inversión<br />

axial, el ADN nuclear sufría una mutación <strong>de</strong>sconocida. Resultado: varias <strong>de</strong><br />

las re<strong>de</strong>s neuronales envejecían progresivamente y nosotros con ellas.<br />

Esta dramática situación podía <strong>de</strong>teriorarse mucho más (?) con nuevos retrocesos<br />

en el tiempo. Ahí estaba, por ejemplo, el <strong>de</strong>svanecimiento sufrido<br />

por Eliseo el 9 <strong>de</strong> abril, cuando nos disponíamos a tomar tierra en el monte <strong>de</strong><br />

las Aceitunas. Ahí estaba la pérdida <strong>de</strong> sentido experimentada por quien esto<br />

escribe, en esa misma jornada, cuando me dirigía al piso superior <strong>de</strong> la casa<br />

<strong>de</strong> los Marcos, en Jerusalén. Ahí estaba, en fin, la «resaca síquica» que me<br />

asaltó durante los críticos momentos que viví en el subsuelo <strong>de</strong> la casa <strong>de</strong><br />

Ismael, el saduceo, en Nazaret...<br />

No..., no todo era tan claro y prometedor.<br />

Pero me tragué los amargos recuerdos. Habíamos aceptado el riesgo. Lo<br />

hicimos libre y conscientemente. ¡A<strong>de</strong>lante! Él, a<strong>de</strong>más, nos cubriría...<br />

Martes, 5 <strong>de</strong> setiembre.<br />

Tensa espera. La meteorología obligó a posponer el lanzamiento. Un inoportuno<br />

frente borrascoso, proce<strong>de</strong>nte <strong>de</strong>l Mediterráneo, se estancó en la<br />

región. Y nos hizo dudar. Pudimos arriesgarnos y levantar la «cuna». El viento<br />

racheado no la hubiera <strong>de</strong>sestabilizado excesivamente. Pero tampoco había<br />

prisa... Miento. Ambos <strong>de</strong>seábamos escapar cuanto antes <strong>de</strong> aquel suplicio.<br />

La tensión se hacía insostenible.<br />

Sin embargo, la cautela se impuso. Aguardaríamos.<br />

Eliseo no esperó a los últimos minutos. Se saltó el programa y, con la ayuda<br />

<strong>de</strong> «Santa Claus», <strong>de</strong>smanteló los cinturones <strong>de</strong> seguridad que nos custodiaban.<br />

Todos menos uno: la barrera <strong>de</strong> microláseres que peinaba la «popa»<br />

<strong>de</strong>l Ravid a razón <strong>de</strong> un centenar <strong>de</strong> barridos por segundo. Ésta fue la única<br />

protección en aquellas postreras horas.<br />

En cuanto a mí, procuré relajarme, revisando, por enésima vez, la ruta a<br />

seguir en el intento <strong>de</strong> localización <strong>de</strong>l Maestro. Lo conseguí a medias, claro...<br />

Miércoles, 6 <strong>de</strong> setiembre.<br />

88


Poco antes <strong>de</strong>l crepúsculo, los barómetros <strong>de</strong>l módulo ascendieron. Fue una<br />

subida lenta, pero progresiva.<br />

Aquello, sin embargo, lejos <strong>de</strong> tranquilizarnos, disparó la ansiedad. Que recuer<strong>de</strong>,<br />

en ninguno <strong>de</strong> los lanzamientos pa<strong>de</strong>cimos un nerviosismo tan<br />

acusado. Quizá era lógico. La inminente inversión axial -la cuarta- era crucial.<br />

¿Crucial? Creo que soy muy benevolente. Si las neuronas se <strong>de</strong>splomaban en<br />

este retroceso, quién sabe lo que nos reservaba el Destino... Y la palabra<br />

«muerte» rondó <strong>de</strong> nuevo.<br />

No obstante, sujetando en corto los temores, cada cual procuró evitar el<br />

asunto lo mejor que pudo y supo. Paseamos. Oteamos los horizontes. Verificamos<br />

la meteorología. Hicimos proyectos. Conversamos y, sobre todo, nos<br />

refugiamos en nosotros mismos y en esa espléndida y enigmática «fuerza»<br />

que nos asistía...<br />

1 020 milibares.<br />

La noche, serena y estrellada, lo intentó. Quiso apaciguarnos. Fue inútil. No<br />

hubo forma <strong>de</strong> conciliar el sueño.<br />

El frente huyó y, una vez consolidada la meteorología, el or<strong>de</strong>nador central<br />

recomendó el <strong>de</strong>spegue para las 6 horas <strong>de</strong>l día siguiente, jueves, 7 <strong>de</strong> setiembre.<br />

El «salto» no <strong>de</strong>bía ser <strong>de</strong>morado. A partir <strong>de</strong>l mediodía, el molesto<br />

maarabit, el viento <strong>de</strong>l oeste, irrumpiría puntual en el yam. Convenía, pues,<br />

a<strong>de</strong>lantarse.<br />

1 030 mbar.<br />

Respiramos.<br />

La climatología se puso <strong>de</strong>finitivamente <strong>de</strong> nuestro lado.<br />

A eso <strong>de</strong> las tres <strong>de</strong> la madrugada, envarado como una lanza, mi hermano<br />

abandonó su litera. Se sentó frente a los controles y tecleó. Así permaneció<br />

durante una hora. Después, volviéndose hacia este explorador, mostró una<br />

hoja <strong>de</strong> papel. Sonrió y me invitó a leer.<br />

Al comprobar el contenido le respondí con otra sonrisa. Aquel joven brillante<br />

y entusiasta no tenía arreglo...<br />

Al medio centenar <strong>de</strong> preguntas ya dispuesto anteriormente -todas <strong>de</strong>stinadas<br />

a Jesús <strong>de</strong> Nazaret- sumaba ahora otras cincuenta, a cual más insólita<br />

y comprometedora. La verdad sea dicha, en esos críticos instantes no presté<br />

mayor atención a las inquietu<strong>de</strong>s <strong>de</strong> Eliseo. Pero el piloto iba en serio. Muy en<br />

serio...<br />

En cuestión <strong>de</strong> días tendría la oportunidad <strong>de</strong> comprobarlo.<br />

5 horas.<br />

Me puse en pie. Y con una mirada, mi hermano me entendió.<br />

Había llegado el momento.<br />

El amanecer, previsto para 37 minutos más tar<strong>de</strong>, marcaría el comienzo <strong>de</strong> la<br />

cuenta atrás.<br />

Inspiré profundamente y sentí cómo aquella benéfica «fuerza» me empujaba<br />

89


hacia el puesto <strong>de</strong> pilotaje.<br />

«Bien..., allá vamos.»<br />

Y las últimas palabras <strong>de</strong>l Resucitado en el monte <strong>de</strong> las Aceitunas sonaron<br />

«cinco por cinco» (fuerte y claro) en mi memoria:<br />

«Mi amor os cubrirá... ¡Hasta muy pronto!... ¡Hasta muy pronto!... ¡Hasta<br />

muy pronto!...»<br />

Jueves, 7 <strong>de</strong> setiembre. 5.30 horas. A siete minutos <strong>de</strong>l alba...<br />

Enfundados en los trajes especialmente diseñados para la inversión <strong>de</strong> masa<br />

procedimos al rutinario chequeo <strong>de</strong> los parámetros <strong>de</strong> vuelo. «Santa Claus»,<br />

alertado, ya había efectuado la lectura. Pero quisimos asegurarnos.<br />

-Caudalímetro...<br />

-Leo siete mil doscientos once kilos...<br />

-Roger... Entendí siete mil.<br />

-Ok... Siete mil... ¿Sigues pensando que <strong>de</strong>be pilotarlo el or<strong>de</strong>nador?<br />

Afirmativo... Es mejor así...<br />

La insinuación <strong>de</strong> Eliseo no me hizo cambiar. Lo medité fríamente. La «cuna»<br />

<strong>de</strong>spegaría, haría estacionario, retroce<strong>de</strong>ría en el tiempo y volvería a tomar<br />

tierra..., en automático.<br />

No quería correr riesgos. El recuerdo <strong>de</strong>l inci<strong>de</strong>nte sobre la cima <strong>de</strong>l monte <strong>de</strong><br />

los Olivos, en el que mi compañero perdió el conocimiento, me tenía obsesionado.<br />

Con «Santa Claus» al mando, si se repetía el <strong>de</strong>svanecimiento, ni el<br />

módulo ni nosotros sufriríamos el menor percance. Ése, naturalmente, era mi<br />

<strong>de</strong>seo... Que la técnica respondiera, o no, era otra cuestión...<br />

Y el Destino -bendito sea- me iluminó.<br />

-Repite combustible...<br />

-Roger... Leo siete mil doscientos once..., sin la reserva.<br />

Aquél era otro problema que no podíamos <strong>de</strong>scuidar. La nave disponía <strong>de</strong> algo<br />

más <strong>de</strong> siete toneladas <strong>de</strong> tetróxido <strong>de</strong> nitrógeno (oxidante) y una mezcla, al<br />

cincuenta por ciento, <strong>de</strong> hidracina y dimetril hidracina asimétrica. Aunque la<br />

maniobra prevista era breve, el consumo <strong>de</strong>l carburante <strong>de</strong>bía ser vigilado<br />

muy estrechamente. El vuelo <strong>de</strong> retorno a Masada, con suerte, <strong>de</strong>mandaría<br />

casi seis mil novecientos kilos <strong>de</strong> combustible. En otras palabras: estábamos<br />

al límite. El menor fallo, cualquier contingencia, nos colocaría en una situación<br />

altamente comprometida.<br />

-«Apéese»... [sistema <strong>de</strong> propulsión <strong>de</strong> ascenso].<br />

-OK...<br />

-«Bee mag»... [giroscopio <strong>de</strong> posición].<br />

-OK...<br />

-«Ces»... [sección <strong>de</strong> control electrónico].<br />

-Sin ban<strong>de</strong>ras...<br />

-«Dap»... [piloto automático digital].<br />

90


-De primera...<br />

Las primeras luces <strong>de</strong>l amanecer resucitaron los suaves perfiles <strong>de</strong> la orilla<br />

oriental <strong>de</strong>l yam.<br />

La meteorología parecía excelente: viento en calma, visibilidad ilimitada,<br />

humedad a un 70 por ciento, temperatura en ascenso (20° en aquellos instantes)...<br />

En resumen: todo auguraba un <strong>de</strong>spegue sin inci<strong>de</strong>ntes. Sin embargo...<br />

-«Fait»... [«fuego en el agujero»: aborto <strong>de</strong>l ascenso].<br />

-OK...<br />

-«Imu»... [unidad <strong>de</strong> medición <strong>de</strong> inercia].<br />

-OK...<br />

-«Indicadores <strong>de</strong> velocidad»...<br />

-OK...<br />

5.40 horas.<br />

-«Erre ce ese»... [control <strong>de</strong> reacción].<br />

-De primera clase...<br />

-¡Atención, Eliseo!... «Esnap»... [pila atómica].<br />

-A<strong>de</strong>ntro..., y OK...<br />

Mi hermano y quien esto escribe respiramos aliviados. La SNAP era el «alma»<br />

<strong>de</strong>l módulo. Sin ella, nada hubiera sido posible. No es que dudáramos, pero<br />

<strong>de</strong>spués <strong>de</strong> tan largo periodo <strong>de</strong> inactividad...<br />

-A cinco para ignición...<br />

-Roger...<br />

-Terminemos <strong>de</strong> una vez...<br />

-Tranquilo...<br />

Mi hermano alzó la mano izquierda, rogándome calma. Procuré concentrarme.<br />

Seguía siendo el jefe y no <strong>de</strong>bía empeorar la ya crítica situación.<br />

-Lo siento... Dame «erre eme ene»... [dispositivos <strong>de</strong> resonancia magnética<br />

nuclear].<br />

-Activados..., y en manos <strong>de</strong> tu «novio»...<br />

Agra<strong>de</strong>cí la broma. Y la tensión aflojó.<br />

«Santa Claus», mi «novio», se hizo cargo <strong>de</strong> la RMN.<br />

En el primer momento dudamos. ¿Incluíamos este sistema <strong>de</strong> control en la<br />

cuarta inversión axial? En el segundo «salto», como ya expliqué en otras<br />

páginas <strong>de</strong> este diario, fue <strong>de</strong>cisivo, <strong>de</strong>mostrando que los especialistas <strong>de</strong><br />

Edwards estaban en lo cierto. Lo medité y, finalmente, estimé que era lo<br />

correcto. Nos someteríamos al chequeo <strong>de</strong> la RMN. Aunque la dolencia era<br />

irreversible, cualquier nuevo dato podía resultar <strong>de</strong> utilidad. Y venciendo el<br />

inicial rechazo <strong>de</strong> mi compañero nos ajustamos las escafandras en las que<br />

fueron dispuestos los referidos y miniaturizados dispositivos. La RMN, como<br />

creo haber comentado, tenía por objetivo «fotografiar» los tejidos neuronales<br />

91


durante la fracción <strong>de</strong> tiempo en la que los swivels variaban sus hipotéticos<br />

ejes. Estos «cortes», en <strong>de</strong>finitiva, arrojarían más luz sobre el estado <strong>de</strong> las<br />

respectivas masas cerebrales.<br />

6 horas.<br />

-¡Ignición!...<br />

«Santa Claus», frío e inapelable, dio luz ver<strong>de</strong>.<br />

-¡Allá vamos!...<br />

Congelamos la respiración. Y los corazones aceleraron, casi al ritmo <strong>de</strong>l po<strong>de</strong>roso<br />

J 85. Una familiar vibración sacudió el módulo.<br />

-¡Ánimo, «Santa Claus»! ¡Es todo tuyo!...<br />

Un segundo <strong>de</strong>spués, la turbina a chorro CF-200-2V elevaba la «cuna» con un<br />

empuje <strong>de</strong> 1 585 kilos.<br />

-¡Atento!... Dame caudalímetro...<br />

-Roger... Quemando a cinco coma dos...<br />

-OK... ¡Un poco más!...<br />

El <strong>de</strong>spegue, obligados por la escasez <strong>de</strong> combustible, concluiría a una altitud<br />

máxima <strong>de</strong> ochenta pies. Eso fue lo programado por el or<strong>de</strong>nador. Como<br />

medida preventiva, cada estacionario fue fijado por los directores <strong>de</strong> la<br />

Operación en ochocientos pies sobre el terreno en el que <strong>de</strong>beríamos posarnos.<br />

Este margen, en principio, soslayaba cualquier posibilidad <strong>de</strong> choque<br />

en el crítico instante <strong>de</strong>l retroceso en el tiempo. En esta oportunidad nos<br />

planteamos la anulación <strong>de</strong>l ascenso <strong>de</strong> la nave. La pelada cumbre <strong>de</strong>l Ravid<br />

no parecía haber cambiado en el transcurso <strong>de</strong> los últimos años. De esta<br />

forma, haciendo únicamente estacionario a siete o diez metros <strong>de</strong> la cima, el<br />

gasto habría sido prácticamente nulo. Pero, sinceramente, no nos atrevimos.<br />

Era mejor actuar con pru<strong>de</strong>ncia y elevarnos a una altitud que ofreciera todas<br />

las garantías y, por supuesto, que permitiera un consumo mínimo.<br />

-Tres segundos y subiendo a cuatro...<br />

-OK... Dame combustible...<br />

-Sigue a cinco coma dos... Leo dieciséis...<br />

-Roger... Entendí dieciséis kilos...<br />

-Afirmativo... Dieciséis y subiendo a cuatro por segundo...<br />

-¡Vamos, vamos!... -Preparados auxiliares...<br />

-OK... Tranquilo... Tu «novio» sabe...<br />

-Cinco... Seis…<br />

-A<strong>de</strong>ntro cohetes...<br />

«Santa Claus», infinitamente más sereno, activó los auxiliares, estabilizando<br />

el módulo a ochenta pies.<br />

-Leo seis y dos... ¡Bravo!<br />

La nave, en efecto, ascendió lenta y dulcemente, a razón <strong>de</strong> cuatro metros por<br />

segundo y quemando según lo previsto: 5,2 kilos por segundo. Tiempo in-<br />

92


vertido hasta el estacionario: seis segundos y seis décimas.<br />

-Caudalímetro... Dame caudalímetro...<br />

-Lo previsto... Treinta y cuatro...<br />

-Roger... Entendí treinta y cuatro...<br />

-OK... Afirmativo... Treinta y cuatro coma treinta y dos...<br />

-¡Preparados!...<br />

-Membrana exterior activada...<br />

-¡Incan<strong>de</strong>scencia!... ¡Ya!<br />

Y el or<strong>de</strong>nador disparó los circuitos <strong>de</strong> incan<strong>de</strong>scencia que cubrían el fuselaje,<br />

<strong>de</strong>struyendo así cualquier germen vivo que hubiera podido adherirse a la<br />

estructura. Esta precaución, como <strong>de</strong>tallé en su momento, resultaba esencial<br />

para evitar la posterior inversión tridimensional <strong>de</strong> los mencionados gérmenes<br />

en los distintos «ahora» a los que nos «<strong>de</strong>splazábamos». Las consecuencias<br />

<strong>de</strong> un involuntario «ingreso» <strong>de</strong> tales organismos en «otro<br />

tiempo» hubieran sido fatales.<br />

-Siete... Ocho...<br />

-¡OK!... ¡Inversión!<br />

A los nueve segundos y dos décimas <strong>de</strong>l <strong>de</strong>spegue -antes, incluso, <strong>de</strong> lo<br />

previsto-, «Santa Claus» nos llevó, al fin, al instante <strong>de</strong>cisivo: la inversión<br />

axial <strong>de</strong> las partículas subatómicas <strong>de</strong> la totalidad <strong>de</strong>l módulo. E hizo retroce<strong>de</strong>r<br />

los ejes <strong>de</strong>l tiempo <strong>de</strong> los swivels a los ángulos previamente establecidos:<br />

los correspondientes a las 6 horas <strong>de</strong>l miércoles, 15 <strong>de</strong> agosto <strong>de</strong>l año<br />

25 <strong>de</strong> nuestra era.<br />

E imagino que, como era habitual, la «aniquilación» fue acompañada <strong>de</strong>l<br />

inevitable «trueno».<br />

15 DE AGOSTO, MIÉRCOLES (AÑO 25)<br />

-¡Jasón!... ¡No veo!... ¡Oh, Dios mío!...<br />

No recuerdo más. Ni siquiera acerté a <strong>de</strong>sviar la mirada hacia mi hermano...<br />

Algo se clavó en mi cerebro. Fue un lanzazo...<br />

Después llegaron los círculos. La oscuridad y unos círculos concéntricos... Una<br />

espiral luminosa que invadió la mente...<br />

Y caí... Caí <strong>de</strong>spacio, a cámara lenta, en un abismo negro e interminable...<br />

Después, nada. Silencio.<br />

Pero el Destino tuvo piedad...<br />

Cuando <strong>de</strong>sperté, un Eliseo sudoroso y <strong>de</strong>macrado pujaba por arrancarme la<br />

escafandra.<br />

Dijo algo, pero no comprendí.<br />

-¡Jasón, respon<strong>de</strong>!... ¡No me <strong>de</strong>jes con este monstruo!... ¡Lo ha conseguido!...<br />

Pensé que estábamos muertos. Aquello no era real.<br />

93


¡Dios!... ¿Qué había ocurrido?... ¿Dón<strong>de</strong> habíamos ido a parar? ¿Y la nave?...<br />

El cielo quiso que, lentamente, fuera recuperándome. Sólo entonces empecé<br />

a enten<strong>de</strong>r. Mis temores se cumplieron. Algo falló. Algo se vino abajo en el<br />

momento <strong>de</strong> la inversión axial.<br />

Pero, ¿y la «cuna»?... ¡Dios!... ¡Estaba en tierra!<br />

Me <strong>de</strong>sembaracé <strong>de</strong>l solícito Eliseo y, <strong>de</strong> un salto, me planté frente a los<br />

controles.<br />

-¡Calma! -terció mi compañero-. Él lo ha hecho todo... Estamos a salvo... Si<br />

no fuera tu «novio» me casaría con él..<br />

Necesité algunos minutos para captar el sentido <strong>de</strong> las refrescantes palabras.<br />

Inspeccioné el panel <strong>de</strong> mando. Miré por las escotillas. Volví <strong>de</strong> nuevo a<br />

«Santa Claus»...<br />

Afirmativo. El or<strong>de</strong>nador, en automático, había rematado la operación. ¡Y <strong>de</strong><br />

qué forma!<br />

Nada quedó al azar. La computadora, fiel al plan director, hizo <strong>de</strong>scen<strong>de</strong>r el<br />

módulo. Silenció el J 85 y, en el colmo <strong>de</strong> la eficacia, <strong>de</strong>splegó la totalidad <strong>de</strong><br />

los sistemas y cinturones <strong>de</strong> seguridad.<br />

Eliseo, con un leve y afirmativo movimiento <strong>de</strong> cabeza, confirmó lo que tenía<br />

a la vista. Y tuvo la gentileza <strong>de</strong> felicitarme:<br />

-Mayor..., nunca más volveré a dudar... ¡Eres el mejor!<br />

Me senté en silencio y fijé la mirada en los dígitos ver<strong>de</strong>s que anunciaban el<br />

nuevo «ahora». Tuve que hacer un esfuerzo. Un sudor frío y una ligera inestabilidad<br />

entorpecían los pensamientos.<br />

«6 horas y 20 minutos..., <strong>de</strong>l 15 <strong>de</strong> agosto, miércoles... Año 25 <strong>de</strong> nuestra era<br />

(778 A.U.C. y 3786 <strong>de</strong>l cómputo judío)».<br />

Me costó reaccionar. Si el retroceso fue planificado para «aparecer» a las seis<br />

<strong>de</strong> la mañana, esos veinte minutos <strong>de</strong> más representaban el tiempo que<br />

habíamos permanecido inconscientes...<br />

¡Dios!... Aquello era realmente grave.<br />

Eliseo, como yo, presentaba un aspecto preocupante. La pali<strong>de</strong>z era extrema...<br />

Sin embargo, a <strong>de</strong>cir verdad, coordinación motora, flui<strong>de</strong>z <strong>de</strong> pensamientos<br />

y estado general <strong>de</strong>l organismo eran relativamente buenos. Ésa, al<br />

menos, fue la sensación.<br />

Pero lo primero era lo primero. Tiempo habría para intentar averiguar qué<br />

diablos sucedió en la inversión <strong>de</strong> masa. Estábamos vivos. Eso era lo que<br />

contaba..., y no era poco.<br />

Ahora, lo prioritario era la «cuna» y nuestra situación en el «nuevo tiempo».<br />

Chequeamos todos los parámetros.<br />

«Santa Claus» ofreció un balance prometedor:<br />

«Tiempo invertido: 16 segundos y 6 décimas. Consumo total <strong>de</strong> combustible:<br />

86,32 kilos.»<br />

94


Perfecto. Inferior a lo programado. El or<strong>de</strong>nador había «pilotado» con una<br />

finura <strong>de</strong> primera clase...<br />

Esto nos proporcionaba un importante respiro. Las reservas <strong>de</strong> oxidante y<br />

carburante sumaban 7 124,68 kilos. Suficiente para el vuelo <strong>de</strong> retorno,<br />

siempre y cuando la nave quedara <strong>de</strong>finitivamente inmovilizada.<br />

Así nos comprometimos. Por nada <strong>de</strong>l mundo tocaríamos esas siete toneladas.<br />

«Deterioros: ninguno.»<br />

Eliseo masculló algo entre dientes. Le di la razón. «Santa Claus» olvidaba a<br />

este par <strong>de</strong> maltrechos exploradores...<br />

En cuanto a la seguridad, nada que objetar. El primer cinturón -el gravitatorio-<br />

fue establecido por la casi «humana» computadora a 205 metros <strong>de</strong> la<br />

«cuna». Los hologramas, con las imágenes <strong>de</strong> las terroríficas ratas-topo,<br />

entre 1 000 y 1 500 metros <strong>de</strong>l vértice en el que nos había posado tan magistralmente.<br />

La radiación IR (infrarroja), a 1 500 y, por último, el «ojo <strong>de</strong>l<br />

cíclope» fue disparado hasta la altura <strong>de</strong>l manzano <strong>de</strong> Sodoma, en la «popa»<br />

<strong>de</strong>l Ravid.<br />

En lo único en lo que no reparó fue en la <strong>de</strong>sconexión <strong>de</strong> la pila atómica, la<br />

SNAP. Pero no fue culpa suya. Fui yo quien, por pru<strong>de</strong>ncia, no la incluí en el<br />

sistema automático.<br />

MI Hermano la silenció y el suministro eléctrico partió <strong>de</strong> las baterías solares.<br />

A pesar <strong>de</strong> los pesares, respiramos. Y nos sentimos medianamente optimistas.<br />

Aquel retroceso <strong>de</strong> 1 848 días pudo ser peor...<br />

Poco <strong>de</strong>spués, hacia las 8 horas, sensiblemente repuestos, emprendimos la<br />

última fase <strong>de</strong>l obligado chequeo, con la observación directa, y sobre el terreno,<br />

<strong>de</strong> la cumbre <strong>de</strong>l «portaaviones».<br />

Lo primero que nos llamó la atención fue el cambio térmico. La cima era casi<br />

un horno. Los sensores <strong>de</strong> la «cuna» marcaban 30° Celsius. Un anticiclón,<br />

montado en 1 035 milibares, era dueño y señor <strong>de</strong>l yam. Pronto I nos<br />

acostumbraríamos. Agosto, en aquellas latitu<strong>de</strong>s, era tórrido. Sofocante...<br />

Apenas percibimos modificaciones. La planicie continuaba solitaria, visitada<br />

únicamente por aquel sol estival, cada vez más alto e inmisericor<strong>de</strong>.<br />

La escasa vegetación, en especial los heroicos cardos -las Gun<strong>de</strong>lias <strong>de</strong><br />

Tournefort-, casi había sucumbido. Ahora apenas <strong>de</strong>stacaba reseca y cenicienta<br />

entre los azules <strong>de</strong> las agujas calcáreas y el negro y brillante y resignado<br />

<strong>de</strong> los guijarros basálticos.<br />

Descendimos hasta la «popa» y comprobamos con alegría que el manzano <strong>de</strong><br />

Sodoma -el cinco años más «joven» Calatropis procera- seguía manteniendo<br />

una notable envergadura, luciendo miles <strong>de</strong> flores plateadas y aquel fruto<br />

maldito para los judíos.<br />

El resto <strong>de</strong>l recorrido por los abruptos acantilados fue igualmente satisfactorio.<br />

95


Abajo, hacia el oeste, junto a la senda que unía Migdal con Maghar, distinguimos<br />

ver<strong>de</strong> y sosegada la familiar plantación <strong>de</strong> los felah.<br />

Y al fondo, el yam, el mar <strong>de</strong> Tibería<strong>de</strong>s, azul metálico, pacífico y pintado <strong>de</strong><br />

gaviotas.<br />

Más al norte, en la lejanía, un gigante con la cara nevada: el Hermón...<br />

Guardamos silencio. Y al contemplar el macizo montañoso creo que tuvimos el<br />

mismo pensamiento. Allí, en alguna parte, se hallaba el añorado rabí <strong>de</strong> Galilea...<br />

«Lo encontraríamos.»<br />

Lanzamos una postrera ojeada a las difuminadas poblaciones que se recostaban<br />

a orillas <strong>de</strong>l lago e, impacientes, retornamos a nuestro «hogar».<br />

Todo en «base-madre-tres», en suma, se hallaba bajo control.<br />

¿Todo? ¡Qué más hubiéramos querido!<br />

La verdad es que Eliseo se enfadó. No le faltaba razón. Pero me impuse.<br />

Debíamos ser audaces, sí, pero también sensatos y previsores. Olvidar lo<br />

ocurrido en la reciente inversión axial no nos beneficiaba. Teníamos que<br />

conocer el auténtico alcance <strong>de</strong>l problema. Si el nuevo <strong>de</strong>splome <strong>de</strong> las<br />

neuronas -como suponía- era grave, el gran sueño peligraba. En cualquier<br />

momento, la operación <strong>de</strong> seguimiento <strong>de</strong> Jesús <strong>de</strong> Nazaret podía cortarse en<br />

seco.<br />

No, no todo se hallaba bajo control...<br />

Y el resto <strong>de</strong> aquel miércoles, a pesar <strong>de</strong>l lógico mal humor <strong>de</strong> mi compañero,<br />

fue hipotecado en el exhaustivo análisis <strong>de</strong> los dispositivos alojados en las<br />

escafandras: la RMN (resonancia magnética nuclear).<br />

Las microfotografías, ampliadas por el or<strong>de</strong>nador, confirmaron las sospechas:<br />

«algo» <strong>de</strong>sconocido había alterado unas muy puntuales regiones <strong>de</strong>l cerebro.<br />

Concretamente, varias <strong>de</strong> las áreas neuronales <strong>de</strong>l hipocampo. En las imágenes<br />

<strong>de</strong> los espacios extracelulares <strong>de</strong>tectamos unos microscópicos <strong>de</strong>pósitos<br />

esféricos -no <strong>de</strong>masiados, afortunadamente- que asocié con agregados<br />

<strong>de</strong> la proteína amiloi<strong>de</strong> beta. Este polipéptido aparecía también en vasos<br />

sanguíneos <strong>de</strong> la corteza cerebral.<br />

«Santa Claus», siempre en pura teoría, interpretó el daño como la consecuencia<br />

<strong>de</strong>l crecimiento <strong>de</strong>smedido <strong>de</strong> la enzima responsable <strong>de</strong> la síntesis <strong>de</strong>l<br />

óxido nítrico (la óxido nítrico sintasa). Este radical libre, muy tóxico, estaba<br />

conquistando las gran<strong>de</strong>s neuronas, aniquilándolas.<br />

Las células glía, en cambio, que sirven <strong>de</strong> soporte metabólico a las anteriores,<br />

se hallaban intactas. La alarmante situación, unida al claro <strong>de</strong>terioro <strong>de</strong>l ADN<br />

mitocondrial, me <strong>de</strong>jó hundido.<br />

Lo que en esos momentos no acerté a concretar fue dón<strong>de</strong> se hallaba la raíz<br />

primigenia <strong>de</strong> la doble alteración. ¿Debía consi<strong>de</strong>rar al NO (óxido nítrico)<br />

responsable <strong>de</strong> la caída <strong>de</strong>l suministro energético <strong>de</strong>l ADN mitocondrial? ¿O<br />

era, quizá, la inversión <strong>de</strong> masa la que provocaba una mutación en dicho ADN,<br />

96


propiciando el <strong>de</strong>scontrol <strong>de</strong> la óxido nítrico sintasa? (Como es sabido, los<br />

radicales libres aparecen también como consecuencia <strong>de</strong> muy específicas<br />

radiaciones ionizantes, oxidando las moléculas -es <strong>de</strong>cir, multiplicando los<br />

átomos <strong>de</strong> oxígeno- y alterando su comportamiento. ¿Qué clase <strong>de</strong> «radiación»<br />

(?) se registraba en ese instante infinitesimal <strong>de</strong> la inversión axial <strong>de</strong> los<br />

ejes <strong>de</strong> los swivels?)<br />

Con los medios a nuestro alcance, obviamente, ni la computadora ni quien<br />

esto escribe estábamos en condiciones <strong>de</strong> <strong>de</strong>spejar tales incógnitas. Lo único<br />

claro -la RMN era inapelable- es que el exceso <strong>de</strong> NO empezaba a «canibalizar»<br />

algunos sectores <strong>de</strong> las gran<strong>de</strong>s neuronas. Esto, en <strong>de</strong>finitiva, podía<br />

<strong>de</strong>sembocar en una catástrofe generalizada, ya insinuada en los sucesivos<br />

<strong>de</strong>svanecimientos. Semejante catástrofe, si no erraba en el diagnóstico, iría<br />

manifestándose en síntomas <strong>de</strong> envejecimiento prematuro, posible merma <strong>de</strong><br />

la memoria, confusión espacio-temporal, rechazo a la realidad y, finalmente,<br />

la muerte.<br />

Bonito panorama...<br />

Pero <strong>de</strong>bo ser honesto. No todo fue cruel y pesimista. Ante mi sorpresa, los<br />

«cortes» <strong>de</strong> la resonancia magnética nuclear no ofrecieron rastro alguno <strong>de</strong><br />

algo que habíamos observado antes <strong>de</strong>l segundo «salto». Lo repasé hasta el<br />

aburrimiento. Y «Santa Claus» lo confirmó una y otra vez: los pigmentos <strong>de</strong>l<br />

envejecimiento (lipofuscina) que vimos en las microfotografías proce<strong>de</strong>ntes<br />

<strong>de</strong> la base <strong>de</strong> Edwards, instalados en neuronas y otras células posmitóticas...,<br />

¡se esfumaron! ¿Explicación? Racionalmente, ninguna. Aquellas re<strong>de</strong>s neuronales,<br />

sencillamente, recuperaron la lozanía. Lo único que acerté a <strong>de</strong>ducir<br />

es que, por razones <strong>de</strong>sconocidas, la propia inversión axial sofocó el mal,<br />

obsequiándonos, eso sí, con otro igual..., o peor.<br />

¿Un rayo <strong>de</strong> esperanza?<br />

Así lo interpreté, aferrándome a él como un náufrago a una tabla. Quizá no<br />

todo estaba perdido. ¿Cabía aún la posibilidad <strong>de</strong> que en el quinto y, supuestamente,<br />

último «salto» en el tiempo se obrara el milagro? ¿Limpiaríamos<br />

entonces los cerebros? ¿Seríamos indultados?<br />

E, ingenuo, abracé la remota i<strong>de</strong>a.<br />

El Destino, sin embargo, se encargaría <strong>de</strong> colocar las cosas en su lugar. Y ese<br />

«lugar» era el ya señalado por «Santa Claus» cuando mi hermano, violando<br />

las normas, abrió la secreta caja <strong>de</strong> acero <strong>de</strong> las Drosophilas: la expectativa<br />

<strong>de</strong> vida para ambos no superaba los nueve o diez años...<br />

Pru<strong>de</strong>ntemente guardé silencio sobre los primeros y dramáticos «hallazgos»<br />

<strong>de</strong> la RMN, transmitiendo únicamente a Eliseo el tímido e hipotético rayo <strong>de</strong><br />

esperanza. Me observó incrédulo, respondiendo con una media sonrisa.<br />

Supongo que agra<strong>de</strong>ció el gesto aunque, a estas alturas, el <strong>de</strong>terioro neuronal<br />

tampoco le quitaba el sueño. El valiente muchacho lo tenía asumido. Su<br />

verda<strong>de</strong>ra preocupación era otra: partir cuanto antes hacia el Hermón.<br />

97


Finalmente, amparado por el or<strong>de</strong>nador, busqué soluciones, en un vano intento<br />

<strong>de</strong> frenar o paliar el avance <strong>de</strong> la <strong>de</strong>strucción cerebral.<br />

Las propuestas <strong>de</strong> «Santa Claus» me <strong>de</strong>cepcionaron.<br />

Y no porque estuviera equivocado, sino ante la dificultad <strong>de</strong> materializar<br />

aquellos remedios. El banco <strong>de</strong> datos fue muy explícito: sólo unas continuas<br />

dosis <strong>de</strong> glutamato o <strong>de</strong> N-tert-butil-a-fenilnitrona podían luchar contra el<br />

proceso <strong>de</strong> oxidación. A esto, naturalmente, <strong>de</strong>beríamos añadir un consumo<br />

máximo <strong>de</strong> vitamina «E».<br />

¡Dios!... ¿De dón<strong>de</strong> sacábamos estos específicos?<br />

La «farmacia» <strong>de</strong> la «cuna», si no recordaba mal, no fue provista <strong>de</strong> fármacos<br />

tan singulares...<br />

El glutamato, efectivamente, administrado con pru<strong>de</strong>ncia, constituía un excelente<br />

reductor, capaz <strong>de</strong> sanear, a medio o largo plazo, los tejidos infectados<br />

por el óxido nítrico.<br />

En cuanto al segundo compuesto -el tert-butil-, <strong>de</strong> haber contado con él,<br />

también habría sido <strong>de</strong> gran ayuda como antioxidante, colaborando en la<br />

limpieza <strong>de</strong> los radicales libres y precipitando los niveles <strong>de</strong> las proteínas<br />

oxidadas («Santa Claus» advirtió igualmente que los índices <strong>de</strong> superoxidodismutasa<br />

y catalasa, enzimas responsables <strong>de</strong> la inactivación <strong>de</strong>l NO, se<br />

hallaban muy bajos).<br />

¿Qué hacer? ¿Qué partido tomar? ¿Cómo combatir semejante fantasma en<br />

aquel «ahora» y con tan precarios medios?<br />

Me resigné, claro está. E hice lo único que podía hacer: procurar aumentar la<br />

ingesta <strong>de</strong> vitamina E (2).<br />

Para ello convenía seleccionar muy bien la dieta, incluyendo, sobre todo, un<br />

máximo <strong>de</strong> huevos, leche, aceites vegetales, legumbres ver<strong>de</strong>s, mantequilla,<br />

gérmenes <strong>de</strong> trigo, nueces, almendras y algunos pescados muy concretos<br />

(anguilas, sardinas y, a ser posible, extracto <strong>de</strong> hígado <strong>de</strong> bacalao. Este último,<br />

obviamente, <strong>de</strong> difícil obtención en aquel tiempo).<br />

También contaba con el auxilio <strong>de</strong> la vitamina C y el betacaroteno, como<br />

«cazadores» <strong>de</strong> radicales libres.<br />

Éste, en <strong>de</strong>finitiva, era el oscuro horizonte que tenía a la vista.<br />

Pero olvido algo...<br />

La verdad es que, abrumado, no le presté excesiva atención. La solución <strong>de</strong><br />

«Santa Claus», a<strong>de</strong>más, me pareció entonces tan compleja como arriesgada.<br />

Sencillamente mencionó los «nemo». Conocedor <strong>de</strong> la eficacia <strong>de</strong> estos microsensores<br />

sugirió la posibilidad <strong>de</strong> inyectarlos en los tejidos neuronales. Y<br />

trazó, incluso, un minucioso plan, <strong>de</strong>stinado al «ataque» al NO y a la posterior<br />

regeneración <strong>de</strong> las gran<strong>de</strong>s neuronas. Los «nemo» se hallaban capacitados,<br />

por supuesto, para una labor como la apuntada por el provi<strong>de</strong>ncial e «imaginativo»<br />

or<strong>de</strong>nador central. Sin embargo -torpe <strong>de</strong> mí-, la i<strong>de</strong>a fue <strong>de</strong>sestimada...,<br />

<strong>de</strong> momento. Y la olvidé.<br />

98


Pero las sorpresas no habían terminado...<br />

Ocurrió esa misma tar<strong>de</strong> <strong>de</strong>l miércoles, 15, cuando, casi por inercia (?),<br />

«algo» me impulsó a repasar <strong>de</strong> nuevo el contenido <strong>de</strong> la «farmacia» <strong>de</strong> a<br />

bordo. Fue curioso, sí, muy curioso...<br />

Servidor estaba al tanto <strong>de</strong> dicho inventario. Casi lo recordaba <strong>de</strong> memoria.<br />

Sin embargo...<br />

Al principio me <strong>de</strong>sconcertó.<br />

¿Soñaba?<br />

No era posible...<br />

Revisé las etiquetas y verifiqué el interior.<br />

No, no estaba soñando. Aquello era real..<br />

Pero, ¿cómo?<br />

Y el rayo <strong>de</strong> esperanza iluminó el negro túnel.<br />

¡Dios <strong>de</strong> los cielos!... Ahora sí que creía en los milagros.<br />

Pero, ¿cómo habían llegado hasta la «cuna»? ¿Quién los puso allí? ¿Por qué no<br />

fuimos informados? ¿Por qué no constaban en el banco <strong>de</strong> datos <strong>de</strong> la<br />

computadora?<br />

Y lentamente, al reflexionar, <strong>de</strong> la natural alegría pasé a una mortificante<br />

duda y, lo que fue peor, a una creciente indignación.<br />

En la cámara frigorífica ubicada en la «popa» se alineaban, en efecto, tres<br />

fármacos tan inesperados como salvadores:<br />

glutamato, N-tert-butil-a-fenilnitrona y dimetilglicina. Todos ellos, como fue<br />

dicho, <strong>de</strong> un especial po<strong>de</strong>r antioxidante.<br />

Los acaricié una y otra vez y, perplejo, intenté recordar. Fue inútil. El general<br />

Curtiss jamás nos habló <strong>de</strong> ellos. Nadie nos puso en antece<strong>de</strong>ntes.<br />

Entonces...<br />

¡Hijos <strong>de</strong>...!<br />

Y una feroz sospecha me <strong>de</strong>voró.<br />

Aquellos fármacos tan específicos fueron introducidos en el módulo subrepticiamente.<br />

Ellos <strong>de</strong>dujeron que, tar<strong>de</strong> o temprano, los <strong>de</strong>scubriríamos. Pero,<br />

¿por qué no nos advirtieron?<br />

La respuesta apareció clara e instantánea:<br />

Curtiss y los suyos sabían más <strong>de</strong> lo que nos dijeron...<br />

A partir <strong>de</strong> esa <strong>de</strong>ducción, todo se enca<strong>de</strong>nó.<br />

¡Una comedia! Todo fue una comedia...<br />

Los responsables <strong>de</strong> <strong>Caballo</strong> <strong>de</strong> <strong>Troya</strong> conocían el verda<strong>de</strong>ro alcance <strong>de</strong>l mal<br />

que pa<strong>de</strong>cíamos. Supieron <strong>de</strong> su existencia mucho antes <strong>de</strong>l inicio <strong>de</strong> la<br />

operación. Y, sin embargo, siguieron a<strong>de</strong>lante..., sacrificándonos.<br />

Sí, un puro y triste teatro... Las dramáticas palabras <strong>de</strong> Curtiss en Masada, al<br />

mostrar los informes <strong>de</strong> Edwards, sólo fueron eso: teatro. Apuntó parte <strong>de</strong>l<br />

mal, pero sabiendo <strong>de</strong> nuestro interés por aquella aventura, jugó con la<br />

confianza y la buena voluntad <strong>de</strong> Eliseo y <strong>de</strong> quien esto escribe. Muy hábil...<br />

99


¡Pobres e incautos exploradores!<br />

¿Informarnos? Si lo hubieran hecho, ningún piloto en su sano juicio se habría<br />

prestado a semejante suicidio. No en un primer momento, cuando aún ignorábamos<br />

quién era en realidad Jesús <strong>de</strong> Nazaret.<br />

Pero, conforme fui reflexionando, la indignación creció y creció. Fui atando<br />

cabos y comprendí que la sibilina actitud <strong>de</strong> aquellos militares era más vil y<br />

<strong>de</strong>spreciable <strong>de</strong> lo que imaginaba.<br />

Al retornar a «casa», mi hermano y yo lo confirmaríamos. No erramos ni un<br />

milímetro.<br />

¿Por qué los antioxidantes ingresaron en la «cuna» en el segundo «salto»?<br />

¿Por qué no en el primero?<br />

Muy simple: no llegaron a tiempo.<br />

Curtiss y los directores <strong>de</strong>l proyecto <strong>de</strong>cidieron suministrar los fármacos en la<br />

primera aventura. Pero, al no po<strong>de</strong>r contar con ellos, optaron por arriesgarse.<br />

Mejor dicho: por arriesgar nuestras vidas. Y la segunda experiencia, sin<br />

querer, se convirtió en un magnífico «banco <strong>de</strong> pruebas». Fue entonces<br />

cuando <strong>de</strong>positaron los medicamentos en la «farmacia» y no por caridad, sino<br />

como parte <strong>de</strong>l sucio experimento.<br />

¿Sibilinos? No, el calificativo no era ése...<br />

Pero hubo más. Algo que siguió enturbiando mi corazón, haciéndome <strong>de</strong>sconfiar<br />

<strong>de</strong> la «bondad» <strong>de</strong> aquel, supuestamente, espléndido proyecto. Y es<br />

que, en el fondo, cometieron un error.<br />

Lo <strong>de</strong>duje al contabilizar los fracasos que contenían los referidos antioxidantes.<br />

Sumé diez para cada uno <strong>de</strong> los específicos. ¿Por qué tantos? Ningún<br />

otro medicamento contaba con unas existencias tan exageradas. La dimetilglicina,<br />

por ejemplo, reunía un total <strong>de</strong> ¡900 tabletas! Consi<strong>de</strong>rando que la<br />

dosis óptima eran 125 miligramos (es <strong>de</strong>cir, una tableta) por persona y día,<br />

esas 900 unida<strong>de</strong>s permitían prolongar el tratamiento durante ¡450 días!<br />

¡Qué extraño!<br />

Oficialmente, el segundo «salto» no <strong>de</strong>bería ir más allá <strong>de</strong> los 40 o 45 días en<br />

el nuevo «ahora» histórico...<br />

Muy raro, sí, muy raro.<br />

Y la intuición me puso en guardia. En esos momentos era imposible verificarlo,<br />

pero el instinto se manifestó «cinco por cinco» (claro y fuerte): Curtiss sospechaba<br />

o sabía que estos exploradores <strong>de</strong>sobe<strong>de</strong>cerían las ór<strong>de</strong>nes, lanzándose<br />

a una tercera exploración.<br />

No tenía pruebas, lo sé, pero la intuición jamás se equivoca.<br />

¡Dios!... ¡Y no se equivocó!<br />

Pero <strong>de</strong>bo contener mis impulsos. Todo en su momento...<br />

Una vez más dudé. ¿Hacía partícipe a Eliseo <strong>de</strong> estos «hallazgos» y <strong>de</strong>ducciones?<br />

Finalmente elegí el silencio. ¿Para qué cargarle con un suplicio extra?<br />

Con lo que nos aguardaba tenía más que suficiente.<br />

100


«Sí -me dije, buscando un mínimo <strong>de</strong> consuelo-, lo haré más a<strong>de</strong>lante. Quizá<br />

la víspera <strong>de</strong>l <strong>de</strong>finitivo retorno a nuestro verda<strong>de</strong>ro "ahora".»<br />

E intenté quedarme con lo positivo. Los fármacos recién <strong>de</strong>scubiertos eran un<br />

buen augurio. Nos aliviarían, inyectándonos nuevas fuerzas.<br />

¡Pobre ingenuo!<br />

Y esa misma noche iniciamos el tratamiento. Eliseo, confiado, no preguntó. Mi<br />

escueto comentario, supongo, aclaró la situación:<br />

-De parte <strong>de</strong> la Provi<strong>de</strong>ncia...<br />

16 DE AGOSTO, JUEVES (AÑO 25)<br />

¿Casualidad? Me niego a admitirlo.<br />

En realidad, parecía como si el Destino tuviera prisa. Como si <strong>de</strong>seara mostrar<br />

todas las cartas. En especial, las «marcadas». Como si quisiera <strong>de</strong>svelar la<br />

otra «cara» <strong>de</strong> <strong>Caballo</strong> <strong>de</strong> <strong>Troya</strong>. Como si pretendiera hacerlo antes <strong>de</strong>l<br />

arranque <strong>de</strong> la nueva misión...<br />

¡Y ya lo creo que lo logró!<br />

¿Casualidad?<br />

Aparentemente, sí, pero hoy sé que la palabra azar es un espejismo, una<br />

pésima justificación <strong>de</strong> la Ciencia para lo que no controla.<br />

Esta vez fue Eliseo el «<strong>de</strong>scubridor». Y el <strong>de</strong>sagradable «hallazgo» echó leña<br />

al ya crecido fuego <strong>de</strong> la <strong>de</strong>sconfianza.<br />

El «inci<strong>de</strong>nte» surgió a raíz <strong>de</strong> una maniobra rutinaria. Después <strong>de</strong> meditarlo,<br />

en previsión <strong>de</strong> una posible emergencia, el ingeniero informático me puso al<br />

corriente <strong>de</strong> algo importante. Algo que, honradamente, pasamos por alto y<br />

que pudo costamos un disgusto en la «reciente» (?) Operación Salomón. (Por<br />

fortuna, esos meses estivales fueron secos y extremadamente tórridos.)<br />

Como ya expliqué, el apantallamiento infrarrojo <strong>de</strong> la «cuna» y los cinturones<br />

<strong>de</strong> protección <strong>de</strong>pendían vitalmente <strong>de</strong> la SNAP, la pila atómica. Pues bien, al<br />

<strong>de</strong>sconectarla, financiando el suministro eléctrico con los espejos solares, mi<br />

hermano se planteó una seria y lógica duda: ¿qué suce<strong>de</strong>ría si, en nuestras<br />

prolongadas ausencias, cambiaba la climatología? La respuesta era simple y<br />

grave: el sistema se vendría abajo, <strong>de</strong>jándonos sin protección. Si el cielo se<br />

encapotaba, disminuyendo la radiación solar, los acumuladores, como mucho,<br />

resistirían cinco o seis días. Había que encontrar, por tanto, una solución<br />

alternativa que nos permitiera abandonar el Ravid sin temor.<br />

Eliseo estimó que lo más pru<strong>de</strong>nte era <strong>de</strong>jar el asunto en «manos» <strong>de</strong> «Santa<br />

Claus». Bastaba con transferir una or<strong>de</strong>n para que, en caso <strong>de</strong> emergencia<br />

-variación climática o cualquier otro contingente-, el or<strong>de</strong>nador activase<br />

automáticamente la SNAP, sosteniendo así la infraestructura <strong>de</strong> seguridad.<br />

Consi<strong>de</strong>rando que la pila atómica tenía una vida útil superior a un año, el<br />

peligro quedaba conjurado.<br />

101


Aprobé la i<strong>de</strong>a y, aunque las ausencias no <strong>de</strong>berían superar nunca las dos o<br />

tres semanas, se puso manos a la obra.<br />

Y fue en el <strong>de</strong>sarrollo <strong>de</strong> esa sencilla operación cuando mi hermano se sobresaltó<br />

al «<strong>de</strong>scubrir» algo con lo que no contábamos.<br />

Siguiendo el procedimiento tecleó en el or<strong>de</strong>nador central, reclamando el<br />

directorio correspondiente: «CD-SGM» («código <strong>de</strong> acceso a los sistemas<br />

generales <strong>de</strong> mantenimiento»). Como <strong>de</strong>cía, pura rutina. Al introducir la<br />

or<strong>de</strong>n, «Santa Claus» la hacía suya, archivándola en el sistema director.<br />

Pero mi compañero cometió un pequeño, casi insignificante, error. Al pulsar la<br />

mencionada clave -«CD-SGM»- los <strong>de</strong>dos equivocaron una tecla. En lugar <strong>de</strong><br />

tocar la «S» se <strong>de</strong>slizaron unos milímetros hacia la izquierda, alcanzando la<br />

«A».<br />

¿Casualidad? Lo dudo...<br />

La cuestión es que la clave requerida no fue la misma. Eliseo, involuntariamente,<br />

<strong>de</strong>mandó a «Santa Claus» la or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> entrada en otro directorio: el<br />

«CD-AMG» («acceso a material genético»).<br />

Ahí llegó la sorpresa. Toda una <strong>de</strong>sagradable sorpresa...<br />

Recuerdo que escuché un exabrupto. Después, tras un breve silencio, mi<br />

hermano, alterado, pidió explicaciones (?) a la máquina.<br />

-¡Será malnacido! Me aproximé intrigado.<br />

-No puedo creerlo, Jasón... Tu «novio» <strong>de</strong>svaría... En la pantalla, en efecto,<br />

pulsaba en rojo una frase que me <strong>de</strong>jó atónito. -¿Qué pasa?<br />

Eliseo explicó el pequeño <strong>de</strong>sliz. -Inténtalo <strong>de</strong> nuevo...<br />

Así lo hizo, solicitando el directorio que contenía los informes sobre el material<br />

genético. Y lo hizo <strong>de</strong>spacio, recreándose.<br />

-¡La madre que lo parió!<br />

«Santa Claus», impertérrito, ofreció la misma y <strong>de</strong>sconcertante consigna.<br />

Nos miramos confusos. No había duda. Eliseo repitió la clave un total <strong>de</strong><br />

cuatro veces. E, impotente, me cedió el puesto ante el rebel<strong>de</strong> or<strong>de</strong>nador<br />

central. Tampoco tuve fortuna. -¿Cómo es posible?<br />

Mi hermano, tan perplejo como quien esto escribe, se encogió <strong>de</strong> hombros. Y<br />

sentenció:<br />

-Una <strong>de</strong> dos: o se ha vuelto loco o «alguien»... ¿Loco? No, la máquina era casi<br />

perfecta. Y la respuesta <strong>de</strong> «Santa Claus» abrió <strong>de</strong> nuevo la caja <strong>de</strong> los<br />

truenos: «El usuario no tiene prioridad para ejecutar esta or<strong>de</strong>n.»<br />

Increíble...<br />

Tanto Eliseo como yo estábamos lógicamente capacitados para ejecutar esa y<br />

todas las ór<strong>de</strong>nes, abriendo los directorios que estimásemos oportuno. Así lo<br />

hicimos, por ejemplo, al introducir los resultados <strong>de</strong> los análisis efectuados<br />

sobre las muestras <strong>de</strong> la Señora, <strong>de</strong> José, <strong>de</strong> Amos y <strong>de</strong> Jesús <strong>de</strong> Nazaret. ¿A<br />

qué venía ahora esta estupi<strong>de</strong>z? ¿A nosotros?<br />

Tuvimos que rendirnos. Los esfuerzos <strong>de</strong>l ingeniero se estrellaron. «Santa<br />

102


Claus», convertido <strong>de</strong> pronto en enemigo, fue inabordable. «Acceso <strong>de</strong>negado.»<br />

Discutimos. Intentamos <strong>de</strong>smenuzar el problema. La conclusión, lamentablemente,<br />

fue siempre la misma: «alguien», en efecto, una vez transferido el<br />

paquete informativo sobre los ADN, programó el or<strong>de</strong>nador, bloqueándolo.<br />

¿«Alguien»?<br />

Mi hermano estuvo <strong>de</strong> acuerdo conmigo. Ese «alguien» era Curtiss...<br />

Pero, ¿por qué? ¿A qué obe<strong>de</strong>cía aquella <strong>de</strong>sconfianza?<br />

Eliseo sonrió con benevolencia.<br />

-¿Es que no compren<strong>de</strong>s?... Son <strong>de</strong> Inteligencia...<br />

Le reproché la venenosa insinuación aunque, en el fondo, tenía sobradas<br />

razones para opinar como él. Finalmente se excusó:<br />

-Hay militares y militares, querido mayor... Tú y yo pertenecemos a los <strong>de</strong><br />

buena voluntad, como muchos compañeros, que tratan <strong>de</strong> servir a su nación<br />

lo mejor posible.<br />

Acepté la matización, regresando al tema principal. ¿Qué encerraban esas<br />

investigaciones para que «alguien» las hubiera clausurado?<br />

-Está muy claro -prosiguió el ingeniero con cierto cansancio-. Los ADN son<br />

mucho más que un experimento científico... ¡Sólo Dios sabe lo que planean<br />

con ellos! Por eso han sido clasificados...<br />

Reconocí que podía estar en lo cierto. Y poco faltó para que le confesara<br />

cuanto había <strong>de</strong>scubierto con los fármacos. Pero la indignación <strong>de</strong>l leal soldado<br />

era tal que me contuve.<br />

Definitivamente, sólo éramos marionetas al servicio <strong>de</strong> «algo» que me estremeció.<br />

¡Pobres, esforzados e incautos exploradores! ¿Cuándo apren<strong>de</strong>ríamos?<br />

Y ambos tomamos buena nota.<br />

Eliseo, herido en lo más íntimo, juró que «aquello» no quedaría así. Encontraría<br />

la «puerta trasera» o la clave <strong>de</strong> acceso para abrir <strong>de</strong> nuevo el directorio<br />

<strong>de</strong> los ADN. Creía conocer la psicología <strong>de</strong>l administrador <strong>de</strong>l sistema y pelearía<br />

por hallar la «llave». No dudé <strong>de</strong> su capacidad pero, sinceramente, la<br />

empresa se me antojó casi imposible. Estaba claro que nos enfrentábamos a<br />

una mente especialmente agresiva y diabólica. El tiempo me daría la razón...<br />

En cuanto a mí, a raíz <strong>de</strong>l «inci<strong>de</strong>nte», también tomé algunas «<strong>de</strong>cisiones».<br />

Para empezar, nos aprovecharíamos <strong>de</strong> la Operación en todos los sentidos.<br />

Uno, en particular, recibiría la máxima prioridad: la información obtenida en<br />

aquel tercer y extraoficial «salto» sería <strong>de</strong> nuestra absoluta propiedad. Nadie<br />

nos arrebataría la valiosa documentación.<br />

Y una audaz y peligrosa «i<strong>de</strong>a» fue germinando en mi cerebro.<br />

No lo consentiría. No permitiría que esas tenebrosas fuerzas que nos estaban<br />

utilizando se apo<strong>de</strong>rasen <strong>de</strong>l valioso «cargamento» <strong>de</strong>positado en el módulo.<br />

Los ADN no caerían en sus manos.<br />

103


También lo juré. Y lo hice por lo más sagrado que conocía: el Hijo <strong>de</strong>l Hombre...<br />

He sido militar, y me siento orgulloso, pero entiendo que todo tiene un límite.<br />

Mi hermano tampoco supo <strong>de</strong> estas drásticas «<strong>de</strong>cisiones». No lo consi<strong>de</strong>ré<br />

oportuno. Dado lo arriesgado <strong>de</strong> la «i<strong>de</strong>a», y las imprevisibles «consecuencias»<br />

que podían <strong>de</strong>rivarse <strong>de</strong> una «acción» así, preferí mantenerlo al margen.<br />

Nadie le culparía. Sería yo el único responsable.<br />

Así terminó aquel extraño y difícil día. Una jornada, como apuntaba anteriormente,<br />

en la que el Destino se empeñó en mostrarnos la otra «cara» <strong>de</strong> la<br />

Operación <strong>Caballo</strong> <strong>de</strong> <strong>Troya</strong>.<br />

Por supuesto, lo agra<strong>de</strong>cí. Era más útil y rentable saber a qué atenernos...,<br />

antes <strong>de</strong> empren<strong>de</strong>r la nueva y fascinante aventura. Era vital que estos exploradores<br />

conocieran <strong>de</strong> antemano lo que les aguardaba al retornar a su<br />

verda<strong>de</strong>ro «ahora».<br />

Y me puse en manos <strong>de</strong> la Provi<strong>de</strong>ncia. Ella «sabe»...<br />

17 DE AGOSTO, VIERNES<br />

No sé por qué pero, al asomarme al «portaaviones», me sentí optimista.<br />

Cielo azul. Viento en calma... Un día magnífico, sí.<br />

Los recientes y tristes «hallazgos» parecían casi olvidados. Ahora sólo contaba<br />

el inminente viaje al macizo montañoso <strong>de</strong>l Hermón. E imaginé al<br />

Maestro en algún bello rincón <strong>de</strong> aquel coloso nevado...<br />

¿Qué haría? ¿Por qué tomó la <strong>de</strong>cisión <strong>de</strong> refugiarse en un lugar tan apartado?<br />

Y, sobre todo, ¿cuáles eran sus pensamientos? ¿Había concebido ya la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong><br />

lanzarse a predicar?<br />

Súbitamente, sin embargo, el Destino me arrancó <strong>de</strong> estas reflexiones. Y<br />

siguió tejiendo y <strong>de</strong>stejiendo...<br />

Fue al reparar en mis manos cuando, <strong>de</strong> pronto, el optimismo se evaporó.<br />

¿Cómo no me di cuenta? Al acostarme no estaban allí... Esto tuvo que aparecer<br />

en el transcurso <strong>de</strong> la pasada noche.<br />

Y los viejos temores, los familiares fantasmas, se agolparon en tropel en el<br />

corazón <strong>de</strong> este cansado explorador. ..<br />

¡Dios mío!<br />

Lo examiné cuidadosamente, llegando a un único e inmisericor<strong>de</strong> diagnóstico:<br />

la <strong>de</strong>gradación neuronal avanzaba con mayor rapi<strong>de</strong>z <strong>de</strong> lo inicialmente supuesto.<br />

Desperté a mi hermano y, sin mediar palabra, repetí la inspección.<br />

¡Afirmativo!<br />

Eliseo, como yo, reaccionó con asombro. Se restregó las manos y, titubeante,<br />

preguntó:<br />

-¿Es grave?<br />

104


No supe contestar. Mejor dicho, no quise.<br />

Por supuesto que lo era. Des<strong>de</strong> mi punto <strong>de</strong> vista como médico, «aquello», al<br />

menos, constituía un síntoma preocupante.<br />

Terminé mostrando las mías y creo que entendió.<br />

-¿Y bien?<br />

Moví la cabeza negativamente y, supongo, se hizo cargo.<br />

De la noche a la mañana, en efecto, como un aviso, los dorsos <strong>de</strong> las manos<br />

aparecieron abundantemente moteados. No había duda. Las máculas seniles,<br />

<strong>de</strong> un inconfundible color rojizo oscuro y con las típicas formas circulares, nos<br />

estaban invadiendo. El envejecimiento, animado por la agresión <strong>de</strong> los radicales<br />

libres, seguía su curso. Y me eché a temblar...<br />

Si las manchas se presentaron en cuarenta y ocho horas, ¿cuánto necesitaría<br />

el resto <strong>de</strong> la patología para hacer acto <strong>de</strong> presencia? La recuperación tras los<br />

<strong>de</strong>svanecimientos, ciertamente, fue buena. Casi óptima. Sin embargo, allí<br />

estaba la verdad. El mal cabalgaba inexorablemente.<br />

Luché por serenarme. Ahora, más que nunca, <strong>de</strong>bía ser frío y consecuente.<br />

Lo primero era someter a mi compañero, y a mí mismo, a un concienzudo<br />

chequeo. Después, ya veríamos...<br />

Eliseo, dócil y preocupado, me <strong>de</strong>jó hacer.<br />

Estaba claro que los capilares fallaban como consecuencia <strong>de</strong>l déficit <strong>de</strong> vitamina<br />

C. La fragilidad saltaba a la vista.<br />

Al inspeccionar los ojos, sin embargo, me tranquilicé relativamente. El arco<br />

corneano senil, alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong>l iris, no se había presentado aún. El gerontoxon,<br />

a nivel <strong>de</strong> la córnea, con su <strong>de</strong>pósito <strong>de</strong> calcio y células muertas, era otro <strong>de</strong><br />

los indicios más temido. Esta opacidad amarillenta <strong>de</strong> la superficie <strong>de</strong> la<br />

córnea, por la <strong>de</strong>generación adiposa <strong>de</strong> las citadas células corneales, podía<br />

marcar el principio <strong>de</strong>l fin...<br />

Ninguno <strong>de</strong> los dos lucíamos aquel «aviso»..., <strong>de</strong> momento.<br />

Tampoco el cabello y las unas aparecían afectados. El primero se conservaba<br />

firme y lozano, sin señales <strong>de</strong> recesión o encanecimiento. Las segundas, por<br />

su parte, se hallaban igualmente limpias e íntegras. Un envejecimiento<br />

prematuro las volvería quebradizas.<br />

Otra cuestión fue la piel...<br />

Al igual que sucediera con este explorador, la <strong>de</strong> mi hermano acababa <strong>de</strong><br />

iniciar un preocupante proceso <strong>de</strong> secado, con una abundante <strong>de</strong>scamación.<br />

Estaba, por tanto, ante una piel hiperqueratósica.<br />

Procuré animarle, explicando que el síntoma, aunque aparatoso y <strong>de</strong>sagradable,<br />

no era alarmante. Ni yo me lo creí...<br />

El piloto continuó en silencio, cada vez más entero y reposado. E intenté<br />

imitarle, aunque la verdad, sólo lo conseguí a medias.<br />

Al proce<strong>de</strong>r con la vista y el oído, Eliseo estalló. No pudo contenerse y se<br />

<strong>de</strong>sbordó en una risa limpia y contagiosa. Aquello era absurdo, en efecto.<br />

105


Tanto él como quien esto escribe conservábamos unos índices inmejorables.<br />

Naturalmente, los valores <strong>de</strong> presbiacusia (menor audición) y presbicia<br />

(menor vista) fueron negativos.<br />

Y atacado por las carcajadas bromeó:<br />

-¿Dos ciegos y dos sordos a la búsqueda <strong>de</strong>l Maestro?... ¡Eso me suena,<br />

mayor!<br />

Agra<strong>de</strong>cí el buen humor. Y la tensión aflojó.<br />

El resto <strong>de</strong>l chequeo resultó igualmente negativo. No observé los típicos<br />

dolores que hubiera provocado la osteoporosis y tampoco signo alguno <strong>de</strong><br />

arteriesclerosis.<br />

Respecto a la secreción neurohormonal, sólo los «nemo» podrían haber valorado<br />

la situación <strong>de</strong>l factor «tropo», responsable <strong>de</strong> la estimulación hormonal<br />

a través <strong>de</strong> la hipófisis. Y supuse que no <strong>de</strong>bía <strong>de</strong> ser muy boyante.<br />

En cuanto al otro «problema» -la andropausia o disminución <strong>de</strong> las hormonas<br />

gonadales, con la consiguiente «caída» <strong>de</strong> la libido-, a qué engañarnos: nos<br />

traía sin cuidado. Después <strong>de</strong> tan prolongada estancia en las tierras <strong>de</strong> Palestina<br />

era, sin duda, el único síntoma <strong>de</strong> envejecimiento que agra<strong>de</strong>cíamos...<br />

El balance, pues, a pesar <strong>de</strong> las apariencias, no era tan <strong>de</strong>rrotista. El mal nos<br />

cercaba, sí, pero, al parecer, se mantenía a distancia.<br />

Aun así, dudé.<br />

La patología, la enfermedad, anidaba en nuestro interior y, tar<strong>de</strong> o temprano,<br />

nos asaltaría.<br />

¿Qué <strong>de</strong>cisión tomaba?<br />

Si el daño nos conquistaba gradualmente quizá tuviéramos una oportunidad.<br />

Quizá, al <strong>de</strong>tectar el primer indicio grave, fuéramos capaces <strong>de</strong> abortar la<br />

misión, regresando <strong>de</strong> inmediato a Masada y a nuestro legítimo «ahora». Pero<br />

esto sólo eran suposiciones...<br />

¿Qué suce<strong>de</strong>ría si la memoria, por ejemplo, fallaba repentinamente? ¿Qué<br />

sería <strong>de</strong> nosotros si las neuronas se colapsaban sin previo aviso, originando<br />

un acci<strong>de</strong>nte cerebrovascular? ¿Qué hacer ante una pérdida <strong>de</strong> visión?<br />

Aquellas muy reales posibilida<strong>de</strong>s me mantuvieron absorto el resto <strong>de</strong> la<br />

jornada. Fue otro mal trago. Y todo quedó pospuesto.<br />

Por último, al atar<strong>de</strong>cer, abrumado, incapaz <strong>de</strong> hallar por mí mismo una<br />

solución responsable, me reuní con Eliseo. Fui medianamente franco. Detallé<br />

algunos <strong>de</strong> estos peligros -no todos-, expresando mis dudas sobre la conveniencia<br />

<strong>de</strong> empren<strong>de</strong>r la misión.<br />

Escuchó paciente y resignado. Pero, al pronunciar la frase clave -«entiendo<br />

que <strong>de</strong>beríamos suspen<strong>de</strong>r el proyecto»-, se <strong>de</strong>scompuso. Olvidó rango y<br />

amistad y me tachó <strong>de</strong> cobar<strong>de</strong>, pusilánime y no sé cuántas otras «lin<strong>de</strong>zas».<br />

Lo encajé sin alterarme. Hasta cierto punto era comprensible. Y <strong>de</strong>jé que se<br />

vaciara.<br />

Abandonó la «cuna» y lo vi alejarse hacia el manzano <strong>de</strong> Sodoma. Fue un<br />

106


momento amargo. El primer enfrentamiento serio. ¿Era en verdad un cobar<strong>de</strong>?<br />

El pensamiento me torturó.<br />

Quizá tenía razón... Ya lo habíamos hablado. Ya convenimos que nuestra<br />

salud no era lo importante. Entonces...<br />

Sí, un cobar<strong>de</strong>...<br />

Y aquella magnífica y po<strong>de</strong>rosa «fuerza» que nos asistía me puso en pie. Salté<br />

a tierra y, <strong>de</strong>cidido, salí al encuentro <strong>de</strong> Eliseo.<br />

No hubo muchas palabras.<br />

Fui yo quien solicitó disculpas. Y el noble amigo, sonriendo abiertamente, se<br />

encargó <strong>de</strong>l resto:<br />

-No, soy yo quien te pi<strong>de</strong> perdón... Y ahora, escúchame... Comprendo que la<br />

situación no es óptima. Si quedáramos disminuidos físicamente en este<br />

tiempo, tal y como apuntas, no sé qué sería <strong>de</strong> nosotros y, muy especialmente,<br />

<strong>de</strong> la valiosa información que se nos ha concedido...<br />

¿A dón<strong>de</strong> quería ir a parar? Al punto, con idéntica seguridad, aclaró la cuestión:<br />

-... Pues bien, te propongo una vía intermedia.<br />

Me observó fijamente. Sin pestañear. Y tras la breve y estudiada pausa,<br />

proclamó:<br />

-Prosigamos. Busquemos al Maestro. Cumplamos la misión..., hasta don<strong>de</strong><br />

sea posible. Y al primer síntoma grave, al primero..., regresemos.<br />

Su mirada se intensificó. Yo diría que brilló.<br />

-¿Aceptas?<br />

Sonreí complacido. Su <strong>de</strong>voción e interés por aquel Hombre eran más fuertes<br />

y profundos que los míos.<br />

Le tendí la mano.<br />

-Hecho... Pero con una condición...<br />

Aguardó impaciente.<br />

-Llegado ese momento, cuando la nave <strong>de</strong>spegue <strong>de</strong>l Ravid, no <strong>de</strong>berás<br />

preguntar..., sobre lo que veas. Sencillamente, acéptalo.<br />

Frunció el ceño, sin compren<strong>de</strong>r. Pero, astuto, no indagó.<br />

-Hecho..., mayor. Usted está al mando... Llegado ese instante tendrá un<br />

copiloto ciego, sordo y mudo. Lo normal en nuestra situación…<br />

Recompuesto el ánimo, olvidado el agrio enfrentamiento, nos enfrascamos en<br />

el último repaso <strong>de</strong>l plan y <strong>de</strong> la mo<strong>de</strong>sta impedimenta.<br />

Como mencioné, si la información <strong>de</strong>l anciano Zebe<strong>de</strong>o era correcta, en<br />

aquellos días -agosto <strong>de</strong>l año 25 <strong>de</strong> nuestra era-, el Galileo <strong>de</strong>bía <strong>de</strong> encontrarse<br />

en algún lugar <strong>de</strong>l macizo montañoso que espejeaba al norte. En mi<br />

po<strong>de</strong>r obraban dos valiosas pistas que, quizá, si la fortuna seguía <strong>de</strong> nuestro<br />

lado, nos permitirían localizarlo con relativa facilidad (?).<br />

En teoría, el plan era sencillo.<br />

107


A la mañana siguiente, al amanecer, abandonaríamos el Ravid, encaminándonos<br />

hacia la primera <strong>de</strong>sembocadura <strong>de</strong>l Jordán, en las cercanías <strong>de</strong><br />

Saidan. Des<strong>de</strong> allí, a buen paso, remontando el río, podíamos alcanzar la orilla<br />

sur <strong>de</strong>l lago Hule (Semaconitis) antes <strong>de</strong>l ocaso. La segunda etapa <strong>de</strong>l viaje,<br />

prevista para el domingo, 19, era más compleja. Y no por la distancia a recorrer<br />

-prácticamente similar a la <strong>de</strong>l día anterior-, sino por el hecho <strong>de</strong><br />

penetrar en las estribaciones <strong>de</strong>l inmenso Hermón. El macizo, integrado por<br />

múltiples alturas, sumaba más <strong>de</strong> sesenta kilómetros <strong>de</strong> longitud. Todo un<br />

laberinto. Si las pistas fallaban, la búsqueda <strong>de</strong> Jesús <strong>de</strong> Nazaret sería un<br />

empeño casi inviable.<br />

Pero no quisimos pensar en esa posibilidad. Lo importante, <strong>de</strong> momento,<br />

como repetía Eliseo, «era llegar al río». Una vez allí, ya veríamos cómo<br />

«cruzarlo»...<br />

Si lo hallábamos, si encontrábamos al Maestro, y si las fuerzas nos acompañaban,<br />

el trabajo consistiría en seguirlo. Vivir a su lado día y noche. Reunir<br />

toda la información posible. Conocer sus pensamientos, <strong>de</strong>seos y proyectos.<br />

Averiguar, en <strong>de</strong>finitiva, quién era aquel Hombre...<br />

Ni qué <strong>de</strong>cir tiene que, conforme fuimos chequeando el plan, mi compañero se<br />

encendió, contagiándome su entusiasmo. El instinto (?) nos gritaba que lo<br />

teníamos al alcance <strong>de</strong> la mano. Estábamos a punto <strong>de</strong> <strong>de</strong>svelar otro misterioso<br />

e ignorado capítulo <strong>de</strong> su vida...<br />

Aquellos intensos momentos, francamente, nos compensaron <strong>de</strong> las pasadas<br />

amarguras. Parecíamos niños, ilusionados con la magia <strong>de</strong> un encuentro<br />

largamente <strong>de</strong>seado.<br />

Y fue el pletórico ingeniero quien planteó también una <strong>de</strong> las cuestiones clave:<br />

¿nos reconocería?<br />

El problema era arduo.<br />

Si nos ajustábamos a un criterio estrictamente racional, ese «reconocimiento»<br />

era imposible. Lo habíamos conocido en el año 30. Es <strong>de</strong>cir, en el<br />

«futuro». Obviamente, al retroce<strong>de</strong>r cinco años, Él no podía saber quiénes<br />

eran aquellos griegos. ¿O sí? Y en mi mente surgió la increíble escena en la<br />

casa <strong>de</strong> Lázaro, en Betania. El Maestro, a pesar <strong>de</strong> ignorarlo todo sobre mí,<br />

<strong>de</strong>jó a los suyos y, avanzando hacia quien esto escribe, fue a posar sus largas<br />

y velludas manos sobre mis hombros. Y haciéndome un guiño, sonriendo,<br />

exclamó:<br />

«Sé bien venido.»<br />

Aquello ocurrió un 31 <strong>de</strong> marzo, viernes. Nunca lo olvidaré.<br />

Pues bien, si fue capaz <strong>de</strong> tal recibimiento en dicho año 30, ¿qué suce<strong>de</strong>ría<br />

ahora, en el 25?<br />

El examen <strong>de</strong> los petates e indumentarias fue rápido. No era mucho lo que<br />

precisábamos. En cambio, sí necesitábamos dormir y reponer las maltrechas<br />

fuerzas.<br />

108


Dineros.<br />

Optamos por introducir quince <strong>de</strong>narios <strong>de</strong> plata en cada una <strong>de</strong> las bolsas <strong>de</strong><br />

hule que colgarían <strong>de</strong> los respectivos ceñidores. Las setenta monedas restantes<br />

-capital sobrante <strong>de</strong> la Operación Salomón- permanecerían en la<br />

«cuna» junto al valioso ópalo blanco y los provi<strong>de</strong>nciales diamantes sintéticos,<br />

que tan excelente «juego» nos proporcionaron en el <strong>de</strong>sierto. Según nuestros<br />

cálculos -basados siempre en las noticias <strong>de</strong>l Zebe<strong>de</strong>o padre-, el regreso <strong>de</strong><br />

Jesús al yam (mar <strong>de</strong> Tibería<strong>de</strong>s) <strong>de</strong>bería registrarse en los primeros días <strong>de</strong><br />

setiembre, más o menos. En ese momento, inexcusablemente, ascen<strong>de</strong>ríamos<br />

al Ravid, reaprovisionándonos. En principio, por tanto, si no surgían<br />

imprevistos, esas treinta piezas <strong>de</strong> plata (equivalentes al salario mensual <strong>de</strong><br />

un jornalero) cubrirían las necesida<strong>de</strong>s básicas <strong>de</strong> aquellos exploradores.<br />

Agua y medicinas.<br />

Cargaríamos también sendas calabazas ahuecadas, a guisa <strong>de</strong> cantimploras,<br />

con tres litros <strong>de</strong> agua cada una, previamente tratada en el módulo. Como ya<br />

informé, tanto la producida en la nave como la recogida <strong>de</strong>l exterior, siguiendo<br />

la normativa, eran filtradas y sometidas a ebullición, con el fin <strong>de</strong><br />

evitar los gérmenes. Los quistes Entamoeba histolyíica y Giardia lamblia recibirían<br />

un tratamiento especial con tintura <strong>de</strong> yodo <strong>de</strong> hasta diez gotas por<br />

litro (a un 2 por ciento). Estos parásitos, muy frecuentes en aquellas latitu<strong>de</strong>s,<br />

eran resistentes, incluso a la cloración.<br />

A <strong>de</strong>cir verdad, estas precauciones, muy loables y necesarias, terminaban<br />

siendo impracticables a los pocos días <strong>de</strong> iniciada una exploración. Por lógica,<br />

el agua se agotaba y nos veíamos obligados a consumir la que aparecía más<br />

a mano. Para evitar estos problemas, a<strong>de</strong>más <strong>de</strong> ser extremadamente escrupulosos<br />

a la hora <strong>de</strong> beber, incluimos en las ampolletas <strong>de</strong> barro <strong>de</strong> la<br />

«farmacia» <strong>de</strong> campaña abundantes dosis <strong>de</strong> fármacos antiinfecciosos. Contra<br />

el paludismo, por ejemplo, ambos ingeríamos, obligatoriamente, trescientos<br />

miligramos <strong>de</strong> cloroquina dos veces por semana, reforzando la barrera<br />

quimioprofiláctica con una asociación <strong>de</strong> pirimetamina-dapsona. (Teníamos<br />

fundadas sospechas <strong>de</strong> que algunas <strong>de</strong> las cepas -caso <strong>de</strong> la P. falciparumeran<br />

resistentes a la citada cloroquina.)<br />

El resto <strong>de</strong> la «farmacia», amén <strong>de</strong> lo ya habitual, lo integraba uno <strong>de</strong> los<br />

provi<strong>de</strong>nciales específicos antioxidantes, la dimetilglicina. En total dispuse<br />

una treintena <strong>de</strong> tabletas para cada uno. Con ello, el tratamiento estaba a<br />

salvo durante un mes.<br />

Por último, haciendo caso omiso a las protestas <strong>de</strong> Eliseo, los ropones fueron<br />

cuidadosamente plegados y <strong>de</strong>positados en el fondo <strong>de</strong> los sacos. A pesar <strong>de</strong><br />

las altas temperaturas <strong>de</strong>l verano en la Galilea convenía ser pru<strong>de</strong>ntes y<br />

cargar con los incómodos mantos <strong>de</strong> lana. Las noches en el Hermón no tenían<br />

nada que ver con las <strong>de</strong>l yam. Seguramente lo agra<strong>de</strong>ceríamos...<br />

En cuanto a mi petate, tras reflexionar, <strong>de</strong>cidí completarlo con los últimos<br />

109


papiros existentes en la «cuna»<br />

y que tan útiles habían resultado en la transcripción <strong>de</strong> lo escrito por el Zebe<strong>de</strong>o<br />

padre respecto a los años «secretos» <strong>de</strong>l Maestro. Lo pensé y terminé<br />

<strong>de</strong>cidiendo que lo más a<strong>de</strong>cuado era tomar notas sobre la marcha. Las palabras<br />

<strong>de</strong>l rabí, los sucesos cotidianos, así como nuestras impresiones personales,<br />

serían minuciosa y puntualmente registrados. La memoria era buena,<br />

pero prefería anotarlo todo, día a día. Para ello sólo contaba con aquel rústico<br />

soporte vegetal, <strong>de</strong>l tipo amphitheatrica. Gradualmente, conforme lo necesitara,<br />

iría reponiéndolo, redon<strong>de</strong>ando así el precioso «diario». Cada hoja,<br />

como ya expliqué, <strong>de</strong> ocho por diez pulgadas (veinticuatro por treinta centímetros),<br />

permitiría escribir por ambas caras, siendo enlazadas a continuación<br />

con un sencillo cosido. E incluí, lógicamente, un par <strong>de</strong> cala-mus o carrizos,<br />

cortados oblicuamente y convenientemente hendidos, que servirían <strong>de</strong><br />

plumas. Junto a ellos, tres pequeños «cubos» <strong>de</strong> tinta solidificada -<strong>de</strong> unos<br />

doscientos gramos <strong>de</strong> peso cada uno-, con el correspondiente y necesario<br />

tintero <strong>de</strong> barro. La tinta, fabricada con hollín y goma, se conservaba seca,<br />

siendo diluida en agua cuando el escribano se disponía a escribir.<br />

Provisiones.<br />

Este capítulo sería resuelto en la cercana plantación <strong>de</strong> los felah. Nada más<br />

<strong>de</strong>scen<strong>de</strong>r <strong>de</strong>l Ravid intentaríamos adquirir lo necesario.<br />

Seguridad personal.<br />

Poco cambió. En principio, con lo habitual era más que suficiente: «piel <strong>de</strong><br />

serpiente» cubriendo la totalidad <strong>de</strong>l cuerpo, «tatuajes» en las respectivas<br />

manos izquierdas y la inseparable «vara <strong>de</strong> Moisés», provista <strong>de</strong> los ya conocidos<br />

sistemas <strong>de</strong> <strong>de</strong>fensa (láser <strong>de</strong> gas y ultrasonidos). En un primer<br />

momento, dado que aquel tercer «salto» era extraoficial, pensamos en retirar<br />

el resto <strong>de</strong> los dispositivos <strong>de</strong> análisis alojado en el cayado <strong>de</strong> «augur». Finalmente<br />

opté por <strong>de</strong>jarlos don<strong>de</strong> estaban. Quizá fueran útiles. La verdad es que<br />

no sabíamos a qué nos enfrentábamos. Por otro lado -y <strong>de</strong> esto, obviamente,<br />

no dije nada a mi compañero-, si aquella malévola «i<strong>de</strong>a» continuaba creciendo<br />

en mi cerebro, no tenía por qué preocuparme por dichos dispositivos...<br />

Seguridad <strong>de</strong> la «cuna».<br />

Como en la Operación Salomón, fue confiada al inflexible e «insomne» «Santa<br />

Claus».<br />

Los dos largos meses <strong>de</strong> ausencia, como ya manifesté, sirvieron <strong>de</strong> ejemplo y<br />

lección. El or<strong>de</strong>nador nunca falló.<br />

Como precaución extra, sin embargo, Eliseo sugirió la <strong>de</strong>sconexión <strong>de</strong> las<br />

mangueras que suministraban oxidante y combustible al J 85 y a los restantes<br />

motores. El tetróxido <strong>de</strong> nitrógeno y la mezcla <strong>de</strong> hidracina y dimetril hidracina<br />

asimétrica (al cincuenta por ciento) eran propulsores hipergólicos (es<br />

<strong>de</strong>cir, se queman espontáneamente cuando se combinan, sin necesidad <strong>de</strong><br />

ignición). Y aunque el riesgo era muy remoto, algo así hubiera ocasionado una<br />

110


catástrofe, <strong>de</strong>jándonos en aquel «tiempo» para siempre...<br />

Los tanques, por tanto, fueron convenientemente aislados. El or<strong>de</strong>nador, por<br />

su parte, se responsabilizaría <strong>de</strong>l chequeo <strong>de</strong> los mismos, velando para evitar<br />

cualquier fuga. La alta toxicidad, en el caso <strong>de</strong> emanación, habría resultado<br />

letal para todo el entorno, incluyendo, naturalmente, a los pilotos.<br />

En el caso <strong>de</strong> una alta emergencia -algo realmente improbable-, la computadora<br />

fue programada para modificar la direccionalidad <strong>de</strong>l «ojo <strong>de</strong>l cíclope»,<br />

advirtiéndonos. En dicho supuesto, el último cinturón protector -el <strong>de</strong> los<br />

microláseres- sería dirigido hacia el cielo. Si nos hallábamos en el yam, o en<br />

sus alre<strong>de</strong>dores, el abanico infrarrojo podía ser <strong>de</strong>tectado con el auxilio <strong>de</strong> las<br />

«crótalos». Todo era cuestión, entonces, <strong>de</strong> retornar <strong>de</strong> inmediato a la cima<br />

<strong>de</strong>l Ravid. La privilegiada atalaya, como creo haber mencionado, se encontraba<br />

a diez kilómetros en línea recta <strong>de</strong> Nahum y a catorce <strong>de</strong> la pequeña<br />

localidad costera <strong>de</strong> Saidan. Suficiente para «visualizar» el «faro» <strong>de</strong> los<br />

microláseres.<br />

Y, satisfechos y nerviosos, nos retiramos a <strong>de</strong>scansar.<br />

Al poco, sin embargo, mi hermano volvió a levantarse. Parecía preocupado.<br />

Lo atribuí a lo inminente <strong>de</strong>l viaje y, quizá, al no muy lejano encuentro con el<br />

Hijo <strong>de</strong>l Hombre. Pero, ante mi sorpresa, <strong>de</strong>scendió a tierra, perdiéndose en la<br />

oscuridad. Aquello me intranquilizó.<br />

¿Qué sucedía?<br />

Supongo que fue lógico. Por mi mente <strong>de</strong>sfiló <strong>de</strong> inmediato la vieja amenaza<br />

<strong>de</strong>l <strong>de</strong>terioro neuronal.<br />

¡Dios!... ¡Otra vez no!<br />

¿Es que presentaba algún nuevo síntoma? ¿Cuál <strong>de</strong> ellos?<br />

E inquieto lo busqué a través <strong>de</strong> las escotillas.<br />

Imposible. La luna nueva caía negra y espesa sobre el «portaaviones».<br />

¿Y si estuviera equivocado?<br />

Debía contenerme.<br />

Quizá se trataba, únicamente, <strong>de</strong> un insomnio pasajero, fruto <strong>de</strong> la tensión...<br />

No, mi hermano disfrutaba <strong>de</strong> unos nervios <strong>de</strong> acero. Siempre dormía como<br />

un bendito...<br />

Tenía que sacudirme aquella maldita duda.<br />

Media hora más tar<strong>de</strong>, ansioso, cuando me disponía a saltar, lo vi llegar.<br />

Se sorprendió al verme en pie. Y, comprendiendo, se excusó, explicando el<br />

porqué <strong>de</strong> la repentina salida al exterior.<br />

Al escucharle, mi estima por aquel espíritu limpio y generoso creció notablemente.<br />

La verdad es que la Provi<strong>de</strong>ncia -estoy convencido- tuvo mucho<br />

que ver en la «organización» <strong>de</strong> aquel gran «viaje». De haber tropezado con<br />

otro piloto, nada hubiera sido igual...<br />

Naturalmente asentí, aprobando la sugerencia. A pesar <strong>de</strong> los pesares,<br />

cumpliríamos...<br />

111


Mi hermano, según confesó, se vio asaltado por una duda. Él, como yo, seguía<br />

teniendo presente la súplica <strong>de</strong>l general Curtiss antes <strong>de</strong> partir hacia el segundo<br />

«salto»:<br />

«... Llevad también este retoño y plantadlo en nombre <strong>de</strong> los que quedamos<br />

a este lado... Será el humil<strong>de</strong> y secreto símbolo <strong>de</strong> unos hombres que sólo<br />

buscan la paz. Una paz sin fronteras. Una paz sin limitaciones <strong>de</strong> espacio..., ni<br />

<strong>de</strong> tiempo. ¡Gracias!...»<br />

Pues bien, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> lo <strong>de</strong>scubierto e intuido, el joven no supo qué hacer.<br />

¿Me recordaba la presencia en el módulo <strong>de</strong>l vástago <strong>de</strong> olivo? ¿Aceptaría su<br />

propuesta? ¿Me mostraría conforme con el hecho <strong>de</strong> transportar el retoño y<br />

plantarlo en alguna parte?<br />

Los recientes acontecimientos, colocando a Curtiss y a su gente en una situación<br />

tan reprobable, lo frenaron. Él <strong>de</strong>seaba cumplir la palabra dada, pero<br />

<strong>de</strong>sconocía mis sentimientos.<br />

Lo tranquilicé. Cumpliríamos. Aunque no merecían nuestro respeto, cumpliríamos...<br />

Después <strong>de</strong> todo, aquel olivo no representaba únicamente a unos pocos, sino<br />

a toda la Humanidad. Era nuestro mo<strong>de</strong>sto homenaje al Hombre que más ha<br />

hecho por la paz.<br />

Y el vástago, «hijo <strong>de</strong> una época», fue igualmente <strong>de</strong>positado en su saco,<br />

dispuesto para ser trasplantado a «otra».<br />

Curioso. La sugerencia <strong>de</strong> Eliseo terminaría haciendo feliz a quien menos<br />

imaginábamos...<br />

Cosas <strong>de</strong>l Destino.<br />

Y la noche y el silencio -como una bella premonición- me trasladaron lejos,<br />

muy lejos...<br />

Nunca olvidaré aquel sueño.<br />

18 DE AGOSTO, SÁBADO<br />

¿Fue sólo un sueño?<br />

Quién sabe...<br />

Recuerdo que nos hallábamos en una pequeña meseta, ro<strong>de</strong>ada <strong>de</strong> espesos<br />

bosques...<br />

En la ensoñación no i<strong>de</strong>ntifiqué el lugar, pero yo sabía que era el Hermón...<br />

Eliseo estaba conmigo, a mi lado. Y al fondo, resplan<strong>de</strong>ciente, la «cuna»...<br />

Hablábamos con el Maestro...<br />

Más allá, cerca <strong>de</strong> la nave, Pedro y los hermanos Zebe<strong>de</strong>o nos miraban espantados...<br />

Parecían medio dormidos...<br />

Jesús, mi hermano y quien esto escribe conversábamos sobre el «futuro»,<br />

sobre nuestra misión y lo que nos aguardaba al retornar a nuestro verda<strong>de</strong>ro<br />

«ahora». El Maestro lo conocía todo. Y nos aconsejó valor y confianza. Todo<br />

112


saldría bien...<br />

Era extraño. Hablábamos, sí, pero no escuchábamos sonidos... Sin embargo,<br />

nos entendíamos...<br />

Fueron momentos intensos y felices. Una paz <strong>de</strong>sconocida nos invadía...<br />

Pero lo más increíble (?) es que, triunfando sobre el radiante sol, rostros,<br />

manos y vestiduras irradiaban una luminosidad blanca, intensa y <strong>de</strong>slumbrante...<br />

El Maestro, <strong>de</strong>spués, se refirió a su próximo ingreso en Jerusalén. Notamos<br />

cierta tristeza...<br />

Eliseo le animó.<br />

Por último, tras abrazarnos, regresamos al módulo. Entonces, los íntimos<br />

corrieron hacia Jesús. Y al pasar ante nosotros, con gran veneración, se <strong>de</strong>cían<br />

unos a otros:<br />

«Son Moisés y Elías.»<br />

Mi hermano quiso hablar. Sacarles <strong>de</strong>l error, pero yo tiré <strong>de</strong> él, recordándole<br />

que «eso estaba prohibido»...<br />

¡Dios mío!... ¡Qué absurdo!... ¿Absurdo? Hoy no estoy tan seguro.<br />

Despegamos y, <strong>de</strong> pronto, algo falló...<br />

«Santa Claus» se volvió loco... Las alarmas acústicas atronaron la cabina...<br />

¡Peligro!... ¿Qué sucedía?<br />

En ese instante <strong>de</strong>sperté... Mejor dicho, me <strong>de</strong>spertaron.<br />

-¡Jasón!... ¿Qué ocurre?... ¿Qué ha fallado?<br />

Inmenso todavía en el recuerdo <strong>de</strong>l aparentemente «loco» (?) sueño necesité<br />

unos segundos para reaccionar. ¿Dón<strong>de</strong> estaba? ¿Seguía en el Hermón?<br />

-¡Jasón!... ¡Peligro!...<br />

Salté <strong>de</strong> la litera y, confuso, me dirigí al panel <strong>de</strong> mando.<br />

Aquello era un manicomio.<br />

El or<strong>de</strong>nador había disparado las señales luminosas y acústicas. En el exterior,<br />

los hologramas, con las gigantescas ratas-topo agitándose y chillando, multiplicaron<br />

la confusión.<br />

-Pero, ¿qué suce<strong>de</strong>?... ¿Qué es eso?<br />

Algo se movía y llenaba la pantalla <strong>de</strong>l 2 D, el radar <strong>de</strong> alerta temprana (AT).<br />

Eran cientos, miles, <strong>de</strong> target.<br />

Eliseo <strong>de</strong>sconectó las alarmas y el silencio nos favoreció. Debíamos obrar con<br />

un máximo <strong>de</strong> cautela y precisión.<br />

Fui serenándome.<br />

-¡Jasón!... ¿qué diablos es eso?<br />

No supe respon<strong>de</strong>r. No tenía ni i<strong>de</strong>a. Algo, en efecto, acababa <strong>de</strong> irrumpir en<br />

el «portaaviones» haciendo saltar la totalidad <strong>de</strong> los cinturones <strong>de</strong> protección,<br />

incluido el gravitatorio, a 205 metros <strong>de</strong> la «cuna».<br />

-No veo nada... Las imágenes infrarrojas sólo <strong>de</strong>tectan pequeños cuerpos<br />

calientes...<br />

113


Afiné la resolución, amplificando los target. -Negativo. «Santa Claus» distingue<br />

únicamente focos <strong>de</strong> calor... ¡Son seres vivos!...<br />

¿Miles y miles?<br />

Consulté los relojes. Faltaban diez minutos para el alba.<br />

-Está bien. Nos arriesgaremos... ¡Anula <strong>de</strong>fensas!<br />

Eliseo me miró perplejo.<br />

-¡Por Dios, obe<strong>de</strong>ce!... ¡Desconecta!... ¡Voy a salir!...<br />

No había alternativa.<br />

Tomé la «vara» y me lancé a tierra. No sabíamos qué era «aquello», pero<br />

tampoco podíamos quedarnos con los brazos cruzados. El «intruso» era lo<br />

suficientemente importante como para haber violado toda nuestra seguridad.<br />

No necesité caminar mucho. A escasos metros <strong>de</strong> la muralla en ruinas, «algo»<br />

alado, ligero y silencioso se precipitó sobre este atónito explorador, cubriéndolo<br />

<strong>de</strong> pies a cabeza.<br />

¡Dios!<br />

Mi hermano, a la escucha a través <strong>de</strong> la conexión auditiva, irrumpió alarmado:<br />

-¡Jasón!... ¿Estás bien?... ¿Qué es eso?... ¡Veo miles <strong>de</strong> focos calientes!...<br />

¡Respon<strong>de</strong>!<br />

Y contesté, claro está.<br />

-¡Maldita sea!... ¡Están por todas partes!...<br />

Cuando acerté a quitármelos <strong>de</strong> encima creí enten<strong>de</strong>r. Pero «otros» cayeron<br />

<strong>de</strong> nuevo sobre mí colocándome al bor<strong>de</strong> <strong>de</strong> la histeria...<br />

Los toqué y, al tacto, a pesar <strong>de</strong> la oscuridad, me parecieron insectos. Pero<br />

eran enormes...<br />

Minutos más tar<strong>de</strong> -a las 4.55-, con las primeras luces <strong>de</strong>l amanecer, el susto<br />

fue disipándose.<br />

Respiré aliviado.<br />

-¡Falsa alarma!... Sufrimos una plaga...<br />

La cima, en efecto, se vio asolada por una «nube» <strong>de</strong> mariposas -<strong>de</strong> hasta<br />

diez y quince centímetros <strong>de</strong> envergadura-, <strong>de</strong> alas blancas, naranjas y negras,<br />

con unos tórax y cabezas igualmente oscuros. Se hallaban por doquier...<br />

Al penetrar en la planicie e invadir las barreras <strong>de</strong> seguridad, microláseres, IR,<br />

hologramas y gravitatorio «<strong>de</strong>spertaron» a «Santa Claus», «volviéndolo loco».<br />

¡Qué extraña y singular «conexión» con el sueño <strong>de</strong>l monte Hermón!<br />

Al regresar al módulo y analizar uno <strong>de</strong> los ejemplares, el banco <strong>de</strong> datos nos<br />

dio la respuesta. Se trataba <strong>de</strong> la Danaus chrysippus, un lepidóptero dotado<br />

<strong>de</strong> brillantes colores <strong>de</strong> advertencia cuyo principal alimento -¡qué casualidad!-<br />

lo integran las hojas <strong>de</strong> los manzanos <strong>de</strong> Sodoma, así como otros vegetales <strong>de</strong><br />

la familia <strong>de</strong> las asclepias. Durante la primavera y el verano, por lo visto,<br />

forman inmensos «enjambres», precipitándose como una maldición bíblica<br />

sobre los oasis, la costa o cualquier otro terreno don<strong>de</strong> crece su dieta.<br />

114


No tuvimos opción. El ingeniero cursó la or<strong>de</strong>n pertinente y la <strong>de</strong>fensa gravitatoria<br />

fue <strong>de</strong>splazada hasta la «popa» <strong>de</strong>l Ravid, más allá <strong>de</strong> «nuestro»<br />

manzano <strong>de</strong> Sodoma. Al punto, las Danau se vieron irremediablemente<br />

empujadas en todas direcciones. Y la cima quedó limpia.<br />

¡Cuan certero es el adagio!... No hay mal que por bien no venga.<br />

Gracias a las inoportunas mariposas comprendimos que no todo era tan<br />

perfecto como suponíamos. Y <strong>de</strong> inmediato, mi hermano corrigió la estrategia<br />

<strong>de</strong> seguridad.<br />

Varió el límite <strong>de</strong>l cinturón gravitatorio, fijándolo a 500 metros <strong>de</strong> la «cuna» y<br />

convirtiéndolo en el primero <strong>de</strong> los escudos. Con ello, la nave quedaba perfectamente<br />

protegida bajo una gran cúpula, invisible a los ojos humanos. Por<br />

<strong>de</strong>trás, a 400 metros <strong>de</strong>l vértice o «proa» <strong>de</strong>l «portaaviones», la barrera IR.<br />

Por último, coincidiendo con la muralla romana, a 173 metros <strong>de</strong>l lugar <strong>de</strong>l<br />

asentamiento <strong>de</strong>l módulo, «Santa Claus» ubicó el «escenario» <strong>de</strong> los hologramas,<br />

con las ficticias y temibles escenas protagonizadas por nuestros<br />

«vecinos» las ratas-topo. En cuanto al barrido <strong>de</strong> los microláseres, fue <strong>de</strong>sestimado.<br />

Con las protecciones mencionadas era suficiente. Así se consiguió,<br />

a<strong>de</strong>más, un notable ahorro energético y, por supuesto, un «<strong>de</strong>scanso» para el<br />

or<strong>de</strong>nador. El «ojo <strong>de</strong>l cíclope» sólo actuaría en el ya referido caso <strong>de</strong> alta<br />

emergencia, proyectando el abanico infrarrojo en vertical.<br />

Las nuevas medidas redujeron el área <strong>de</strong> protección pero, a cambio, la fortificaron,<br />

conjurando «invasiones» como la <strong>de</strong> aquella madrugada y eliminando,<br />

<strong>de</strong>finitivamente, las continuas y familiares irrupciones, en la franja <strong>de</strong><br />

seguridad, <strong>de</strong> los otros «vecinos»: las aves que anidaban en el cercano Arbel<br />

y alre<strong>de</strong>dores.<br />

Todos salimos ganando. Las perplejas aves, nosotros y, obviamente, el or<strong>de</strong>nador,<br />

que vio aliviada la tarea <strong>de</strong> <strong>de</strong>tección y alerta.<br />

El único inconveniente <strong>de</strong> esta modificación estuvo en la obligada operación<br />

<strong>de</strong> apertura y cierre <strong>de</strong>l gravitatorio. Al aproximarse a la línea establecida<br />

-500 metros-, los exploradores no tenían más remedio que <strong>de</strong>sactivarlo y<br />

volverlo a activar. Para ello, el ingeniero i<strong>de</strong>ó una doble «llave». Merced a la<br />

conexión auditiva, «Santa Claus» recibía las ór<strong>de</strong>nes pertinentes, procediendo<br />

a la anulación, y reintegración <strong>de</strong> la cúpula, según los casos. Al alejarnos<br />

hacia la «popa», por ejemplo, o retornar a la nave, bastaba con formular<br />

una contraseña -«base-madre-tres»- y la computadora <strong>de</strong>spejaba el<br />

camino. Para el cierre, el «santo y seña» elegido fue «Ravid», pero en inglés...<br />

La sugerencia me pareció correcta. Y Eliseo transfirió los códigos al sistema<br />

director.<br />

Sin embargo, algo me <strong>de</strong>jó intranquilo...<br />

¿Qué suce<strong>de</strong>ría si ambos olvidábamos las contraseñas?<br />

Muy simple: no habría forma <strong>de</strong> salir <strong>de</strong>l entorno <strong>de</strong> la «cuna» y, lo que era<br />

peor, <strong>de</strong> acce<strong>de</strong>r a ella.<br />

115


Al comentarlo, mi hermano rechazó la, aparentemente, peregrina posibilidad.<br />

¿Y por qué iba a ocurrir algo así? Llevaba razón..., hasta cierto punto. Entonces<br />

lamenté no haberle puesto al corriente <strong>de</strong> la magnitud <strong>de</strong>l mal que nos<br />

acechaba. Si la memoria se hundía, si quedaba bloqueada -hipótesis verosímil<br />

en el proceso <strong>de</strong> envejecimiento prematuro que pa<strong>de</strong>cíamos-, ¿qué sería <strong>de</strong><br />

aquellos exploradores? Si nos pillaba fuera <strong>de</strong>l Ravid, ¿cómo ingresaríamos <strong>de</strong><br />

nuevo en el módulo?<br />

Mi compañero, siempre optimista, se burló <strong>de</strong> estas reflexiones y <strong>de</strong> quien las<br />

formulaba, tachándome <strong>de</strong> «pájaro <strong>de</strong> mal agüero».<br />

Encajé el rapapolvo. Quizá exageraba. A<strong>de</strong>más, en ese nefasto supuesto, si<br />

perdíamos la memoria, poco importaba el «santo y seña». Quién sabe dón<strong>de</strong><br />

nos sorpren<strong>de</strong>ría semejante catástrofe... Pero el instinto (?) había avisado.<br />

¿Cuándo apren<strong>de</strong>ré? ¿Cuándo seré capaz <strong>de</strong> aten<strong>de</strong>r las certeras y rumorosas<br />

«palabras» <strong>de</strong> la intuición?<br />

Y, torpe <strong>de</strong> mí, olvidé la sutil «advertencia», no adoptando las medidas<br />

oportunas.<br />

Lo pagaríamos caro. Muy caro...<br />

7 horas.<br />

Todo se esfumó. Todo cayó en el olvido... Estábamos en marcha. Inaugurábamos,<br />

al fin, la búsqueda <strong>de</strong>l Hijo <strong>de</strong>l Hombre.<br />

Él nos esperaba. Él nos cubriría... Sacrificios, penalida<strong>de</strong>s, angustias..., todo<br />

fue relegado. Olvidado. Y ansiosos iniciamos el <strong>de</strong>scenso, alejándonos <strong>de</strong>l<br />

«portaaviones».<br />

La plaga y las modificaciones ya referidas nos retrasaron, <strong>de</strong>morando en dos<br />

horas la partida.<br />

Observé el cielo. Radiante. El presagio se me antojó inmejorable. Temperatura:<br />

27° C. No importaba. ¡A<strong>de</strong>lante! En dos o tres días, a lo sumo, si el<br />

Destino se mostraba benévolo, estaríamos <strong>de</strong> nuevo frente al añorado rabí <strong>de</strong><br />

Galilea. La i<strong>de</strong>a, como digo, nos motorizó, sumándose a la misteriosa<br />

«fuerza» que ahora, más que nunca, parecía levantarnos en vilo.<br />

¡Dios!... ¡Qué magnetismo el <strong>de</strong> aquel Hombre! En la plantación <strong>de</strong> los felah<br />

poco o nada había cambiado. Camar, el viejo nómada, nos atendió con su proverbial<br />

hospitalidad.<br />

No pu<strong>de</strong> evitarlo. Un escalofrío me sacudió al llegar a su presencia.<br />

¿Me reconocería? ¡Qué absurdo! Yo sabía que eso no era posible. «Estábamos»<br />

en el «pasado». Ahora «vivíamos» cinco años atrás...<br />

Y así fue. El «luna» no supo quién era. Su aspecto y talante tampoco variaron<br />

gran cosa.<br />

Adquirimos algunas provisiones -las justas- y <strong>de</strong>shicimos lo andado, situándonos<br />

frente a la rampa que <strong>de</strong>nominábamos «zona muerta». Des<strong>de</strong> allí,<br />

según lo convenido, torceríamos hacia el norte, al encuentro <strong>de</strong>l nahal (río)<br />

116


Zalmon. Por pru<strong>de</strong>ncia seleccionamos aquella ruta, más tranquila y solitaria,<br />

evitando así la concurrida Migdal.<br />

Y mientras <strong>de</strong>jábamos atrás las sedientas y agostadas elevaciones que nos<br />

separaban <strong>de</strong> la curva <strong>de</strong> la «herradura» no pu<strong>de</strong> evitar el recuerdo <strong>de</strong> Camar.<br />

Fue en esa breve estancia en los huertos cuando Eliseo y yo tuvimos auténtica<br />

conciencia <strong>de</strong> otro «hecho» que ahora adquiría especial relevancia.<br />

Lo hablamos por el camino y llegamos a una misma conclusión: ese «otro<br />

Jasón» al que hacían mención algunos familiares e íntimos <strong>de</strong>l Maestro sólo<br />

podía ser este explorador. La explicación, aunque enrevesada, era elemental.<br />

Ellos, Ruth, la Señora, los discípulos, etc., me «conocieron» en el transcurso<br />

<strong>de</strong>l año 30. Pues bien, nos hallábamos en el 25 y, casi con seguridad, volvería<br />

a encontrarlos. Para todos, este «ahora», el que estrenábamos, era el<br />

«primero». Es <strong>de</strong>cir, no tenían memoria <strong>de</strong> lo acaecido cinco años <strong>de</strong>spués.<br />

Era, pues, en el año 25 cuando nos conocerían por primera vez. Pero, si todas<br />

las alusiones hacían referencia a un Jasón mucho más viejo que el <strong>de</strong>l 30,<br />

¿qué quería <strong>de</strong>cir esto?<br />

Mi hermano y yo guardamos silencio, <strong>de</strong>jando correr una dramática pausa.<br />

Estaba clarísimo. Por razones que conocíamos muy bien, ambos envejeceríamos<br />

prematuramente en este «ahora».<br />

Nuevo y prolongado silencio.<br />

Por eso, sencillamente, al verme en el 30, en el «futuro», no consiguieron<br />

i<strong>de</strong>ntificarme con el «otro Jasón», el «viejo griego» con el que trataron en el<br />

«pasado». ¿Cómo era posible -llegaron a comentar- que el Jasón <strong>de</strong>l 30 fuera<br />

más joven que el <strong>de</strong>l 25?<br />

Y la sospecha -yo diría que la certeza- me eclipsó durante algún tiempo.<br />

Debíamos prepararnos. «Algo» suce<strong>de</strong>ría en esta nueva aventura. «Algo» nos<br />

<strong>de</strong>jaría casi irreconocibles. Varios <strong>de</strong> los síntomas, en efecto, apuntaban ya en<br />

nuestra piel.<br />

Sacudí el «fantasma» y procuré centrarme. Eso sería valorado..., en su<br />

momento. Estábamos don<strong>de</strong> estábamos. Las fuerzas se hallaban intactas. Y<br />

olvidé.<br />

Alcanzamos la solitaria curva <strong>de</strong> la «herradura» y va<strong>de</strong>amos el disminuido<br />

cauce <strong>de</strong>l Zalmon. A partir <strong>de</strong> allí penetramos en la «jungla», uno <strong>de</strong> los<br />

tramos más peligrosos <strong>de</strong> aquella etapa <strong>de</strong>l viaje. La margen izquierda <strong>de</strong>l<br />

terroso río que <strong>de</strong>sembocaba en el yam era un nido <strong>de</strong> insectos, a cual más<br />

agresivo. En aquel infierno <strong>de</strong> alas espadañas, papiros, venenosas a<strong>de</strong>lfas,<br />

juncos <strong>de</strong> laguna y los míticos aravah o sauces <strong>de</strong> diminutas y verdosas flores<br />

se concentraba una «nube» <strong>de</strong> potenciales «agresores». Nos hicimos con los<br />

mantos y, a pesar <strong>de</strong> la sofocante atmósfera y <strong>de</strong> la protección <strong>de</strong> la «piel <strong>de</strong><br />

serpiente», cubrimos los cuerpos hasta don<strong>de</strong> fue posible, cruzando la intrincada<br />

vegetación sin <strong>de</strong>mora. Al ingresar finalmente en la «vía maris», la<br />

calzada que ro<strong>de</strong>aba la orilla occi<strong>de</strong>ntal <strong>de</strong>l mar <strong>de</strong> Tibería<strong>de</strong>s, respiramos.<br />

117


Los ropones aparecían invadidos por muchos <strong>de</strong> aquellos mortíferos Anopheles<br />

(mosquito transmisor <strong>de</strong> la malaria), Aé<strong>de</strong>s aegypti (responsable <strong>de</strong> la<br />

fiebre amarilla), Culex quinquefasciatus (provocador <strong>de</strong>l <strong>de</strong>ngue) y otros<br />

in<strong>de</strong>seables propagadores <strong>de</strong> enfermeda<strong>de</strong>s como el tifus, filariasis, leishmaniasis,<br />

tripanosomiasis y oncocercosis, entre otras.<br />

Aceleramos. Des<strong>de</strong> el puente sobre el Zalmon hasta la ciudad <strong>de</strong> Nahum<br />

restaban aún cuatro kilómetros.<br />

Nos <strong>de</strong>slizamos sin problemas por el jardín <strong>de</strong> Guinosar y los molinos <strong>de</strong> Tabja.<br />

El tránsito <strong>de</strong> gentes y animales, tal y como suponíamos, era casi nulo en<br />

aquel sábado.<br />

Y al llegar a la altura <strong>de</strong> la familiar colina o monte <strong>de</strong> las Bienaventuranzas,<br />

antigua «base-madre-dos», disfrutamos rememorando los muchos e intensos<br />

momentos vividos en el segundo «salto».<br />

Lo habíamos discutido y, a la vista <strong>de</strong> los negros muros <strong>de</strong> Nahum (Cafarnaum),<br />

replanteamos el dilema.<br />

Esta vez no cometeríamos los mismos errores. Al menos lo intentaríamos...<br />

Esta vez no nos proclamaríamos como «prósperos comerciantes en vinos y<br />

ma<strong>de</strong>ras» y, mucho menos, en mi caso, como médico. Era mejor así. Y <strong>de</strong><br />

mutuo acuerdo establecimos que, a partir <strong>de</strong> ese sábado, 18 <strong>de</strong> agosto <strong>de</strong>l<br />

año 25, aquellos «griegos <strong>de</strong> Tesalónica» serían, sencillamente, unos ricos<br />

viajeros, <strong>de</strong>seosos <strong>de</strong> conocer mundo y <strong>de</strong> averiguar dón<strong>de</strong> estaba la Verdad.<br />

En el fondo, algo absolutamente cierto.<br />

El solo recuerdo <strong>de</strong> los problemas suscitados por mi condición <strong>de</strong> «sanador»<br />

me hacían estremecer. No caería en semejante error. Otra cuestión era si<br />

podría mantenerme al margen. ¿Reaccionaría con frialdad ante una circunstancia<br />

<strong>de</strong> esa naturaleza? Honradamente, lo dudé...<br />

10 horas.<br />

Los nueve kilómetros que separaban el peñasco <strong>de</strong>l Ravid <strong>de</strong> la «ciudad <strong>de</strong><br />

Jesús» -Nahum- fueron cubiertos a un tren excelente.<br />

¿De dón<strong>de</strong> sacábamos aquel ímpetu?<br />

Al principio lo atribuí a Eliseo, fuerte como un toro, tirando sin piedad <strong>de</strong> quien<br />

esto escribe. Pudo ser. Sin embargo, había «algo» más... Conforme nos<br />

aproximábamos a la primera <strong>de</strong>sembocadura <strong>de</strong>l Jordán, los corazones iniciaron<br />

un agitado bombeo. Más cerca, sí, nos hallábamos más cerca..<br />

¡Dios mío!... ¿Qué nos ocurría? Aquel Hombre nos tenía trastornados...<br />

Nahum, más silenciosa que <strong>de</strong> costumbre, tampoco se presentó diferente.<br />

Bajo los arcos <strong>de</strong> la puerta norte, displicentes y <strong>de</strong>rrotados por el calor, algunos<br />

mendigos y lisiados nos observaron al pasar. Uno o dos agitaron las<br />

escudillas <strong>de</strong> barro, solicitando las consabidas limosnas.<br />

Si continuábamos a este ritmo, y el Destino no nos «entretenía», en cuatro o<br />

cinco horas divisaríamos la orilla sur <strong>de</strong>l lago Hule.<br />

118


«Perfecto -me dije-. Eso significaba concluir la primera etapa <strong>de</strong>l viaje hacia<br />

las 15 (la hora "nona")-»<br />

Teníamos, pues, tiempo más que sobrado para buscar alojamiento (el ocaso<br />

llegaría a las 6 horas, 14 minutos y 53 segundos <strong>de</strong> un supuesto horario<br />

«zulú» o «universal»). De todas formas, ante lo benigno <strong>de</strong>l clima, tampoco<br />

me inquieté. Dormir al raso era algo habitual entre aquellas gentes y en aquel<br />

tiempo estival.<br />

Y el Destino nos salió al paso...<br />

¿Cómo pu<strong>de</strong> olvidarlo?<br />

Sí, allí estaba... Era lógico...<br />

Me <strong>de</strong>tuve. Eliseo percibió el sobresalto. Preguntó inquieto. Sin embargo, fui<br />

incapaz <strong>de</strong> respon<strong>de</strong>r.<br />

-¿Qué pasa? -me interrogó por segunda vez.<br />

Si «aquello» acababa <strong>de</strong> paralizarme -reflexioné-, ¿qué sería <strong>de</strong> mí al enfrentarme<br />

al Maestro?<br />

A trescientos metros <strong>de</strong> la puerta principal <strong>de</strong> Nahum, a la <strong>de</strong>recha <strong>de</strong>l camino<br />

que conducía a Saidan, se alzaba un viejo y no menos «familiar» caserón.<br />

-¡La aduana! -musité casi para mí.<br />

-¿La aduana? -replicó mi hermano, intrigado- ¿Y qué?<br />

No, no era el negro edificio <strong>de</strong> basalto lo que me tenía perplejo...<br />

-¡Es él!... Eliseo, ¡es él!<br />

Mi compañero dirigió la mirada hacia el único individuo que, sentado al pie <strong>de</strong><br />

una <strong>de</strong> las frondosas higueras que sombreaban la fachada, cabeceaba una y<br />

otra vez, vencido por el calor y el aburrimiento.<br />

-¡Él?... Pero, ¿quién?<br />

Eliseo se impacientó. Y comprendí. Mi hermano difícilmente podía recordarlo.<br />

Que supiera, sólo lo había visto una vez.<br />

No fui capaz <strong>de</strong> sacarlo <strong>de</strong> la irritante incógnita. Sencillamente, estaba fascinado...<br />

Me aproximé y, sonriente, me planté ante el funcionario. Eliseo, <strong>de</strong>trás,<br />

contrariado ante tanto mutismo, masculló algo irreproducible.<br />

Y el hombre, al fin, en una <strong>de</strong> las violentas cabezadas, fue a distinguir las<br />

siluetas <strong>de</strong> los dos «visitantes». Intentó <strong>de</strong>spabilarse y, sin compren<strong>de</strong>r el<br />

sentido <strong>de</strong> aquella interminable sonrisa, nos interrogó con la mirada.<br />

Poco faltó para que le llamara por su nombre. Ésta, sin duda, fue una <strong>de</strong> las<br />

disciplinas más arduas en tan extraordinaria misión. Costó trabajo acostumbrarse.<br />

«Ellos» no me conocían. Yo, en cambio, perfectamente...<br />

Se puso en pie y, fiel a su cometido, solicitó sin palabras que abriéramos los<br />

petates. Eliseo obe<strong>de</strong>ció al punto. Quien esto escribe, embobado, continuó<br />

mirándole.<br />

Casi no había cambiado. Ahora podía contar 25 o 26 años <strong>de</strong> edad. Conservaba<br />

la misma luz en los profundos ojos azules y sus cabellos, menos<br />

119


encanecidos, seguían luciendo rubios y cuidados sobre los estrechos hombros.<br />

Manos, túnica, ceñidor y sandalias aparecían como antaño (mejor dicho,<br />

como en el «futuro»): esmeradamente limpios y aseados.<br />

El único «cambio», el más «notable», se hallaba en la reluciente chapa <strong>de</strong><br />

latón prendida en el pecho, sobre la inmaculada túnica <strong>de</strong> lino blanco. Aquél,<br />

en efecto, era el distintivo <strong>de</strong> su «gremio».<br />

Sí, el Destino, burlón, nos salía al paso <strong>de</strong> nuevo...<br />

El funcionario no era otro que Mateo Leví, el publicano, el recaudador <strong>de</strong><br />

impuestos, uno <strong>de</strong> los íntimos.<br />

Pero estábamos en agosto <strong>de</strong>l 25 y el Maestro no había tocado aún en su<br />

hombro y en su corazón. Para todos, en esos instantes, era un «odiado siervo<br />

<strong>de</strong> Roma», <strong>de</strong>spreciado e ignorado.<br />

El buen hombre me observó perplejo. Imagino que la intensa y nada pudorosa<br />

mirada <strong>de</strong> aquel viajero lo turbó.<br />

Hizo un brusco movimiento con la mano izquierda, or<strong>de</strong>nando que abriera el<br />

saco. -Lo siento...<br />

Fue lo único que acerté a articular. ¡Dios mío!... ¿Cómo <strong>de</strong>scribir aquella<br />

emoción? ¿Cómo expresar la tromba <strong>de</strong> recuerdos que me asaltó?<br />

Revolvió las ampolletas <strong>de</strong> barro, curioseando los papiros y, sin <strong>de</strong>masiado<br />

interés, estimó el «peaje» por las provisiones en diez leptas (algunas monedas).<br />

Mi hermano abonó lo estipulado y el «funcionario», satisfecho, se retiró hacia<br />

la corpulenta higuera.<br />

Al proseguir y confesar, al fin, el porqué <strong>de</strong> la sorpresa, Eliseo intentó recordar.<br />

Lo logró a medias. El rostro <strong>de</strong>l discípulo se hallaba difuminado en su memoria.<br />

Tan sólo lo vio una vez: en la penúltima aparición en el yam, en la cima <strong>de</strong> la<br />

colina don<strong>de</strong> se asentaba entonces la nave.<br />

Aproveché la circunstancia y le advertí sobre el peligro <strong>de</strong> la fortísima tentación<br />

que acababa <strong>de</strong> experimentar. Por nada <strong>de</strong>l mundo <strong>de</strong>beríamos<br />

«a<strong>de</strong>lantarnos», pronunciando los nombres <strong>de</strong> los que conocíamos y que,<br />

como en este caso, iríamos encontrando en el transcurso <strong>de</strong> aquel tercer<br />

«salto». Era difícil, pero ésas eran las normas. La pru<strong>de</strong>ncia, <strong>de</strong> nuevo, tenía<br />

que ser nuestra brújula.<br />

Dejamos atrás el territorio <strong>de</strong> Here<strong>de</strong>s Antipas y penetramos en los dominios<br />

<strong>de</strong> su hermanastro Filipo, en la hermosa y agreste Gaulanitis.<br />

Fue entonces cuando, a raíz <strong>de</strong>l encuentro con Mateo Leví, mi compañero<br />

planteó varias e interesantes cuestiones:<br />

¿Cómo era el Jesús <strong>de</strong> Nazaret inmediatamente anterior al <strong>de</strong> la vida pública?<br />

¿Se hubiera mezclado con gentes como el repudiado publicano? Y apuntó más<br />

lejos: ¿pudo el Maestro saber <strong>de</strong> la existencia <strong>de</strong> Mateo antes <strong>de</strong> su periodo <strong>de</strong><br />

predicación? ¿Qué habría sucedido si estos exploradores le hubieran mencionado<br />

al rabí?<br />

120


Discutimos.<br />

Yo <strong>de</strong>fendía la hipótesis <strong>de</strong> un Jesús siempre idéntico. Eliseo, en cambio, se<br />

mostró reticente. No había pruebas sobre lo que aseguraba. Tenía razón. Era<br />

el instinto lo que me impulsaba a pensar así. La verdad es que no concebía al<br />

Hijo <strong>de</strong>l Hombre discriminando a nadie. Y menos por la actividad <strong>de</strong>splegada,<br />

aunque fuera la <strong>de</strong> recaudador <strong>de</strong> impuestos para Roma, la invasora.<br />

Eliseo afinó.<br />

Si la divinidad <strong>de</strong> aquel Hombre era un hecho, ¿cuándo empezó a disfrutar <strong>de</strong><br />

semejante po<strong>de</strong>r? ¿Debíamos hablar <strong>de</strong> un Jesús anterior a esa facultad y, por<br />

tanto, distinto?<br />

Sonreí para mis a<strong>de</strong>ntros. Las interrogantes eran viejas compañeras. Algunas<br />

me torturaron lo suyo tras los análisis <strong>de</strong> los ADN...<br />

Obviamente, no hubo forma <strong>de</strong> aunar criterios. Carecíamos <strong>de</strong> información.<br />

Pero estábamos cerca, muy cerca <strong>de</strong> la resolución <strong>de</strong>l enigma...<br />

El segundo dilema parecía más fácil.<br />

¿Conoció el Maestro al publicano antes <strong>de</strong> iniciar el periodo <strong>de</strong> predicación?<br />

Las noticias aportadas por el Zebe<strong>de</strong>o padre apuntaban al «sí». Según el<br />

riguroso confi<strong>de</strong>nte, en el año 21, tras abandonar Nazaret, Jesús se instaló en<br />

el yam durante una temporada, trabajando, al parecer, en los astilleros <strong>de</strong>l<br />

próspero vecino Saidan. Si esto fue así, si el Hijo <strong>de</strong>l Hombre, efectivamente,<br />

vivió por espacio <strong>de</strong> un año en Nahum, era verosímil que hubiera coincidido<br />

con Mateo Leví y, quizá, con otros futuros discípulos. Que yo supiera, casi la<br />

totalidad nació o era resi<strong>de</strong>nte en el yam.<br />

Mi compañero, puntilloso, recordó que el Galileo, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> todo, era judío.<br />

¿Por qué iba a mezclarse con individuos malditos y «pecadores»?<br />

Supuse que no hablaba en serio. Eliseo intuía cómo era en verdad aquel<br />

Hombre. E imagino que le divertía tirarme <strong>de</strong> la lengua. Jesús <strong>de</strong> Nazaret se<br />

había convertido en mi <strong>de</strong>bilidad...<br />

Por supuesto, rechacé la sugerencia.<br />

No tenía pruebas. No sabía a ciencia cierta cómo era aquel «otro» Jesús,<br />

anterior al dibujado por los evangelistas. Sin embargo, «algo» me gritaba en<br />

lo más íntimo que la diferencia tenía que ser mínima. Lo apuntado ya en la<br />

infancia y juventud era muy significativo.<br />

Éste, en suma, constituía otro fascinante motivo para seguir a<strong>de</strong>lante con la<br />

misión.<br />

¿Qué hallaríamos en el Hermón? ¿Qué clase <strong>de</strong> Hombre nos esperaba? ¿Un<br />

místico? ¿Quizá un iluminado? ¿Un revolucionario? ¿Un Dios?<br />

11 horas.<br />

Echamos una ojeada al lago.<br />

El sábado lo mantenía dormido. Apenas media docena <strong>de</strong> embarcaciones,<br />

tripuladas con seguridad por gentiles, esperaba inmóvil y paciente la puntual<br />

121


visita <strong>de</strong>l viento <strong>de</strong>l oeste, el maarabit. Entonces <strong>de</strong>splegarían las velas, enfilando<br />

la primera <strong>de</strong>sembocadura <strong>de</strong>l Jordán. Algunos averíos blancos, chillones<br />

e inquietos, se precipitaban sobre el azul plomo <strong>de</strong> las aguas, «marcando»<br />

los bancos <strong>de</strong> tilapias.<br />

Era hermoso estar allí, sí, hermoso y esperanzador...<br />

Casi sin darnos cuenta, absortos en la conversación, <strong>de</strong>jamos atrás los mojones<br />

que señalizaban el viejo y el nuevo camino. Estos miliarios, a <strong>de</strong>cir<br />

verdad, resultarían <strong>de</strong> gran utilidad en este y en los futuros viajes. Roma,<br />

eficaz y severa, se encargaba <strong>de</strong> plantarlos al filo <strong>de</strong> las calzadas y rutas<br />

menores, informando al caminante sobre distancias y direcciones. En este<br />

caso, cada cilindro <strong>de</strong> piedra caliza, <strong>de</strong> un metro <strong>de</strong> alzada, a<strong>de</strong>más <strong>de</strong><br />

anunciar las ciuda<strong>de</strong>s próximas y las millas a recorrer, presentaba una leyenda<br />

alusiva al emperador <strong>de</strong> turno. Grabado en latín se leía:<br />

«Emperador César Divino Tiberio, hijo <strong>de</strong>l Divino Augusto... Año V <strong>de</strong> Tiberio.»<br />

Salvo que fueran <strong>de</strong>struidos o <strong>de</strong>rribados -algo bastante habitual entre los<br />

judíos más fanatizados-, estos miliarios aparecían siempre a distancias<br />

exactas: una milla romana (mil pasos o 1182 metros).<br />

Para estos exploradores, como digo, fueron utilísimos, aliviando los cálculos<br />

que efectuábamos merced a los dispositivos alojados en las sandalias<br />

«electrónicas». Y llegó el día en que, prácticamente, aprendimos <strong>de</strong> memoria<br />

rutas y distancias.<br />

Al cruzar el puente cercano a la primera <strong>de</strong>sembocadura <strong>de</strong>l Jordán, dos <strong>de</strong><br />

aquellos miliarios nos advirtieron. Uno señalaba «Nahum (3,3 millas)» y el<br />

otro «Beth Saida Julias (2 millas)». A partir <strong>de</strong> allí, todo era nuevo para mí y,<br />

por supuesto, para mi hermano.<br />

Y prestamos especial atención. Las referencias geográficas, como expliqué en<br />

su momento, eran vitales.<br />

Apretamos el paso.<br />

La estrecha y <strong>de</strong>scuidada senda serpenteó dócil, durante casi dos kilómetros,<br />

bajo un benéfico «túnel» formado por esbeltos y canosos álamos <strong>de</strong>l Eufrates<br />

y enmarañados tamariscos. El «paseo», en solitario, fue una <strong>de</strong>licia. Entre las<br />

frondosas copas verdiblancas se adivinaba el incesante ir y venir <strong>de</strong> las laboriosas<br />

golondrinas <strong>de</strong> mar y <strong>de</strong> las calandrias <strong>de</strong> cabeza negra, siempre<br />

discutidoras y melodiosas. Des<strong>de</strong> la primavera, los sufridos hawr (álamos),<br />

una <strong>de</strong> las pocas especies capacitada para resistir la salinidad <strong>de</strong> las tierras<br />

próximas al Jordán, se convertían en el obligado hogar <strong>de</strong> estas pequeñas y<br />

siempre bienvenidas aves migratorias. Para los galileos, golondrinas y calandrias<br />

eran allon (palabra sagrada que significa «Él» o «Dios»). Sencillamente,<br />

las asociaban al resurgimiento <strong>de</strong> la vida, al «santo amanecer» <strong>de</strong> la<br />

Naturaleza...<br />

De pronto, lejano, apenas perceptible bajo la sinfonía <strong>de</strong>l bosque, escu-<br />

122


chamos un griterío.<br />

Nos miramos inquietos. Parecían voces infantiles...<br />

Y en guardia nos aproximamos a uno <strong>de</strong> los escasos claros. Al contemplar el<br />

«espectáculo» entendí. Tranquilicé a Eliseo y, rogando pru<strong>de</strong>ncia, continuamos.<br />

En el reducido calvero se dibujaba un cruce <strong>de</strong> caminos. Otra pista angosta, e<br />

igualmente trabajada con la negra escoria volcánica <strong>de</strong> la región, se aupaba<br />

con dificultad hacia un cerro <strong>de</strong> doscientos o trescientos metros. Arriba,<br />

amurallado por el apretado bosque, se distinguía un conato <strong>de</strong> ciudad. Era<br />

Beth Saida Julias, la población levantada por Filipo y, en cierto modo, «capital»<br />

administrativa <strong>de</strong> la zona. Una ciuda<strong>de</strong>la azabache y caótica que evitaríamos,<br />

<strong>de</strong> momento.<br />

Debí suponerlo. Al igual que en casi todas las rutas, los lugareños aprovechaban<br />

estas encrucijadas para sentar sus reales y ven<strong>de</strong>r toda suerte <strong>de</strong><br />

mercancías.<br />

Por supuesto, era un lugar estratégico. Y tomamos buena nota.<br />

Consultamos el sol. Volaba hacia el cénit. Estábamos cerca <strong>de</strong> la hora «sexta»<br />

(mediodía).<br />

Lo comentamos y, necesitados <strong>de</strong> un respiro, <strong>de</strong>cidimos hacer un alto.<br />

Lentamente, con precaución, nos mezclamos en aquel caos. Treinta o cuarenta<br />

miradas nos siguieron curiosas.<br />

Entre los asnos amarrados a los árboles y los improvisados ten<strong>de</strong>retes, una<br />

chiquillería incansable e incombustible <strong>de</strong>safiaba el calor, corriendo y saltando<br />

ante la lógica irritación <strong>de</strong> los paisanos. Semi<strong>de</strong>snudos, con las cabezas rapadas<br />

y las costillas al aire, los niños iban y venían, atosigando y mortificando<br />

a los altos onagros con cardos espinosos y largos y puntiagudos palos. Los<br />

justificados rebuznos y el peligroso cocear, lejos <strong>de</strong> intimidar a la gente<br />

menuda, la excitaba, haciéndola volver a la carga con renovados bríos y entre<br />

incontenibles gritos y risas malévolas y contagiosas.<br />

Varias y mo<strong>de</strong>stas columnas <strong>de</strong> humo huían perezosas <strong>de</strong> otras tantas y<br />

herrumbrosas marmitas, sofocando el lugar con los típicos y ya familiares<br />

olores a pescado frito y carne guisada.<br />

Allí, en aquellos «mercadillos» en miniatura, el caminante encontraba <strong>de</strong><br />

todo.<br />

Con aire cansino, sin <strong>de</strong>masiada contun<strong>de</strong>ncia, campesinos y pescadores<br />

espantaban un ejército <strong>de</strong> moscas <strong>de</strong> todos los portes que caía negro y<br />

zumbante sobre personas, enseres y mercancías. La plaga, sencillamente,<br />

formaba parte <strong>de</strong>l paisaje. No tendríamos más remedio que acostumbrarnos.<br />

Así era la Palestina <strong>de</strong> Jesús...<br />

Frutas, hortalizas, huevos, especias, tilapias y «sardinas» <strong>de</strong>l yam -frescas o<br />

saladas-, pan recién horneado, agua, vino recio y caliente e, incluso, zumo <strong>de</strong><br />

melón convenientemente enfriado con la nieve transportada <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el Her-<br />

123


món...<br />

Esto, y mucho más, se ofrecía en casi todos los cruces <strong>de</strong> caminos.<br />

Eliseo me hizo un gesto, reclamándome.<br />

A sus pies, sobre una <strong>de</strong>scolorida y <strong>de</strong>shilachada manta <strong>de</strong> lana, uno <strong>de</strong> los<br />

ven<strong>de</strong>dores presentaba un «producto» un tanto singular. «Singular» para<br />

nosotros, claro está...<br />

El viejo, un badawi (beduino) <strong>de</strong> edad in<strong>de</strong>finible y casi escondido bajo un<br />

amplio ropón escarlata, nos invitó a curiosear.<br />

Mi hermano se inclinó y, <strong>de</strong>cidido, tomó uno <strong>de</strong> «ellos». Lo abrió y, divertido,<br />

leyó en voz alta:<br />

«Para la hija <strong>de</strong>... [el nombre <strong>de</strong>l comprador aparecía en blanco]. Para conjurar<br />

la fiebre y el mal <strong>de</strong> ojo y para echar los <strong>de</strong>monios femeninos... Ya, ya,<br />

ya, ya, ya..., y los espíritus <strong>de</strong>l cuerpo. En nombre <strong>de</strong> Yo, el que Soy.»<br />

Sonreí, comprendiendo.<br />

Y el nómada, diplomático, correspondió con otra sonrisa, mostrando unas<br />

encías <strong>de</strong>s<strong>de</strong>ntadas, sangrantes y purulentas. Y el enjuto rostro, oscuro como<br />

el carbón, se iluminó ante la posibilidad <strong>de</strong> una buena venta.<br />

La «mercancía», en efecto, abarcaba una nutrida y variopinta colección <strong>de</strong><br />

amuletos, talismanes e ídolos, «muy capaces -según el dueño- <strong>de</strong> resolver la<br />

vida a quien tuviera la sabiduría <strong>de</strong> comprarlos».<br />

Entre los primeros los había confeccionados en papiro, cuero, lana, cobre y<br />

piedra.<br />

-Son santos -aclaró el astuto propietario en un arameo inválido y cargado <strong>de</strong><br />

infinitivos-. Si tú comprar, ellos cuidar... Nada temer...<br />

Me fijé en dos gran<strong>de</strong>s planchas rojizas <strong>de</strong> arcilla, <strong>de</strong> 40 por 30 centímetros.<br />

Se hallaban grabadas por una <strong>de</strong> las caras, con sendas aspas, formadas por<br />

cuatro líneas paralelas.<br />

Me intrigó. Aquello era <strong>de</strong>sconocido para mí.<br />

-Santo..., muy santo -se a<strong>de</strong>lantó el badawi, adoptando solemnidad-. Líneas<br />

hechas por ángel Esdriel... Protección máxima... No tocar. Primero comprar...<br />

Barato... Te lo <strong>de</strong>jo en diez piezas.<br />

-¿Diez «ases»? -tercié convencido.<br />

El anciano echó atrás el manto, <strong>de</strong>scubriendo una larga y pastosa melena<br />

plateada.<br />

-Tú loco..., amigo... ¡Diez <strong>de</strong>narios plata por tabla!... Tu vida protegida hasta<br />

la muerte... Esdriel ser número uno...<br />

El tal Esdriel era uno <strong>de</strong> los espíritus habitualmente invocado por estas supersticiosas<br />

y temerosas gentes. Triste, sí, pero ésta, y no otra, era la realidad.<br />

A lo largo y ancho <strong>de</strong>l país, cientos <strong>de</strong> traficantes como aquel badawi vendían<br />

«felicidad» con la ayuda <strong>de</strong> toda clase <strong>de</strong> elementos supuestamente mágicos.<br />

Y, como iríamos <strong>de</strong>scubriendo, muy pocos se resistían. Éste, justamente,<br />

sería otro <strong>de</strong> los frentes <strong>de</strong> batalla <strong>de</strong>l Hijo <strong>de</strong>l Hombre; la lucha por sanear<br />

124


mentes y volunta<strong>de</strong>s, haciéndoles ver que la «suerte» y la verda<strong>de</strong>ra «protección»<br />

no se hallaban en tales objetos. Pero no a<strong>de</strong>lantemos acontecimientos...<br />

Rechacé las «divinas aspas» y me interesé por el resto <strong>de</strong> los amuletos.<br />

Uno <strong>de</strong> ellos, torpemente pintado en hoja <strong>de</strong> palma, rezaba en un <strong>de</strong>fectuoso<br />

hebreo:<br />

«Canción para glorificar al rey <strong>de</strong> los mundos: Yo soy el que Soy, el rey que<br />

habla en una forma diferente y misteriosa a todo mal, que no <strong>de</strong>be causar<br />

dolor al rabino... [aquí se incluía el nombre <strong>de</strong>l comprador; en este caso un<br />

rabino], servidor <strong>de</strong>l Dios <strong>de</strong> los cielos... Anael, Suriel, Kafael, Abiel y <strong>de</strong>más<br />

ángeles proteged a…».<br />

Quedé pensativo.<br />

Éste era un excelente resumen <strong>de</strong>l concepto <strong>de</strong> Yavé. Así pensaban los judíos.<br />

Su Dios -«Yo soy el que Soy»- era Alguien que sólo causaba dolor o administraba<br />

justicia. Y nada mejor que un amuleto para congraciarse con semejante<br />

«fiscal» y, <strong>de</strong> paso, recibir su bendición...<br />

A la vista <strong>de</strong> la <strong>de</strong>sgraciada situación empecé a enten<strong>de</strong>r el auténtico alcance<br />

<strong>de</strong> la «revolución» que pondría en marcha el rabí <strong>de</strong> Galilea. Des<strong>de</strong> mi corto<br />

conocimiento, Jesús intentó acabar con esa implacable y única «cara» <strong>de</strong> Dios.<br />

Un «rostro» -ahora lo sé- absolutamente falso.<br />

Otro, escrito sobre un lienzo <strong>de</strong> lino, podía arrollarse en la cabeza, siendo «útil<br />

y beneficioso en los viajes». Decía así:<br />

«Yo soy el que Soy... Yo no sumaré tus culpas... [nombre <strong>de</strong>l individuo],<br />

porque llevas la señal <strong>de</strong>l temeroso.»<br />

Por último -la lista sería interminable-, mi hermano fue a mostrarme una<br />

pequeña placa <strong>de</strong> cobre en la que el artesano había grabado lo siguiente:<br />

«Don<strong>de</strong> este amuleto sea visto... [nombre <strong>de</strong>l propietario] no <strong>de</strong>be temer. Y si<br />

alguien lo <strong>de</strong>tiene será quemado en el horno. Bendito eres tú, Señor. Envía a...<br />

los remedios. Ángeles que curan las fiebres y el temblor, curad a... con palabras<br />

santas.»<br />

La pieza, provista <strong>de</strong> un cordón tan cargado <strong>de</strong> años como <strong>de</strong> sebo, se colocaba<br />

al cuello. Pero, ¡ojo!, según el viejo, el «po<strong>de</strong>r» <strong>de</strong>l amuleto se hallaba<br />

limitado por las horas... Me explico. Si uno pagaba el precio «base» -un<br />

<strong>de</strong>nario <strong>de</strong> plata-, la «protección» se extendía a las vigilias <strong>de</strong> la noche. Por<br />

otra moneda más, en cambio, el incauto comprador recibía una «bendición<br />

extra», alargando la «magia» al resto <strong>de</strong>l día.<br />

Junto a esta «sagrada mercancía» se alineaban otros «po<strong>de</strong>rosos fetiches»,<br />

fundamentalmente fenicios e hititas. En plomo, bronce, piedra y ma<strong>de</strong>ra, y en<br />

todos los tamaños, distinguimos lo más selecto <strong>de</strong> las «cortes celestiales»,<br />

adoradas en aquel tiempo y en aquellas tierras <strong>de</strong> la pagana Gaulanitis. Allí,<br />

por uno, dos o tres <strong>de</strong>narios -según el material y la «categoría» <strong>de</strong>l ídolo-, el<br />

caminante se llevaba consigo al número «uno» fenicio, el dios «Él», repre-<br />

125


sentado en forma <strong>de</strong> toro, a su esposa Asherat <strong>de</strong>l Mar o Astarté, con su perfil<br />

casi egipcio y tocada con un disco entre dos cuernos o al hijo <strong>de</strong> ambos -Baal-,<br />

portando el rayo <strong>de</strong> la victoria en su mano izquierda. A<strong>de</strong>más <strong>de</strong> estas representaciones<br />

divinas <strong>de</strong> Tiro, Biblos, Sidón, Arvad y la extinguida Ugarit,<br />

uno podía adquirir lo más granado <strong>de</strong> los dioses <strong>de</strong> la mítica Cartago o <strong>de</strong> las<br />

ancianas Babilonia y Asiría. Entre la «nómina» <strong>de</strong> los primeros distinguí a Baal<br />

Hammón, el dios barbudo, sentado en un trono cuyos brazos eran rematados<br />

por cabezas <strong>de</strong> moruecos. (Los romanos lo i<strong>de</strong>ntificaron con el dios africano<br />

Júpiter Ammón.) El badawi, listo como el aire, conociendo la arraigada superstición<br />

<strong>de</strong> los pescadores <strong>de</strong>l yam, se había procurado, incluso, unos ídolos<br />

<strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra <strong>de</strong> ébano con la representación <strong>de</strong>l dios Bes, un enano grueso<br />

como un tonel, <strong>de</strong> expresión feroz, que los marinos gustaban clavetear en las<br />

proas <strong>de</strong> los barcos. Aunque el «invento» procedía <strong>de</strong> Cartago, pronto se<br />

extendió por todo el «Gran Mar» (Mediterráneo) y por los ríos y lagos navegables.<br />

Junto a Bes me llamó también la atención otro extraño «ídolo»,<br />

grabado sobre hierro. Lo examiné pero, francamente, no supe i<strong>de</strong>ntificarlo. Lo<br />

formaba una especie <strong>de</strong> cono truncado, con un disco en la parte superior.<br />

Entre ambos, el grabador había trazado una línea con los extremos doblados<br />

hacia arriba y en ángulo recto.<br />

Pregunté y, harto ante la insaciable curiosidad <strong>de</strong> aquellos extranjeros y el,<br />

hasta entonces, nulo éxito en las ventas, el nómada replicó con un escueto<br />

«gran magia <strong>de</strong> dioses bajados <strong>de</strong>l cielo»...<br />

Poco más sabía. Al regresar al Ravid, vivamente intrigado, consulté el banco<br />

<strong>de</strong> datos <strong>de</strong>l or<strong>de</strong>nador. «Santa Claus», con reservas, lo i<strong>de</strong>ntificó con la diosa<br />

Tanit, <strong>de</strong> Cartago, también conocida como el «rostro <strong>de</strong> Baal». La imagen<br />

figura en numerosas estelas <strong>de</strong> esa parte <strong>de</strong>l norte <strong>de</strong> África pero, en honor a<br />

la verdad, sólo son opiniones <strong>de</strong> los arqueólogos. La computadora, finalmente,<br />

aportó un dato tan interesante como misterioso: quizá estábamos, no ante un<br />

dios, sino en presencia <strong>de</strong> un antiguo y <strong>de</strong>sconocido «alfabeto». ¿Quizá beréber?<br />

Entre el nutrido panteón <strong>de</strong> dioses hititas reconocí a Ishkur, también venerado<br />

como Adad, y simbolizado con una «X». Con este número o marca (?) se<br />

representaba una divinidad innominada, responsable <strong>de</strong> la administración <strong>de</strong><br />

las lluvias. Como tendríamos ocasión <strong>de</strong> comprobar, para muchos felah no<br />

judíos, la presencia <strong>de</strong> Baal o <strong>de</strong> «X» en sus campos favorecía las precipitaciones<br />

-en especial las tempranas-, siendo entronizados en los accesos y<br />

orientados siempre hacia el norte o el oriente, respectivamente. Es <strong>de</strong>cir,<br />

hacia los lugares <strong>de</strong> sus supuestos orígenes.<br />

El «muestrario», en fin, era altamente ilustrativo. Éste era el panorama religioso<br />

<strong>de</strong> los gentiles. A esta caótica situación <strong>de</strong>bería enfrentarse en su día el<br />

Hijo <strong>de</strong>l Hombre. Un confuso «panorama» al que se sumaba, naturalmente, la<br />

«plantilla» <strong>de</strong> dioses romanos, griegos, egipcios, galos, beduinos, etc. Según<br />

126


nuestros cálculos -apoyados en el cómputo <strong>de</strong> Hesiodo en La teogonia-,<br />

cuando al Maestro apareció en la Tierra, sólo en la cuenca mediterránea, se<br />

adoraban ¡90 000 dioses!<br />

Es posible que hoy, influido por el monoteísmo, el hipotético lector <strong>de</strong> este<br />

diario no haya reparado en lo anómalo <strong>de</strong> un mundo con semejante proliferación<br />

<strong>de</strong> dioses. Pues bien, como digo, ésta era la terrible y cotidiana verdad<br />

que se encontró Jesús <strong>de</strong> Nazaret. Por un lado, sus propios paisanos -los<br />

judíos-, sirviendo y venerando a un Yavé distante, vengador y siempre vigilante.<br />

Un Dios «negativo» <strong>de</strong>l que se <strong>de</strong>rivaron -directa o indirectamente-<br />

365 preceptos prohibitivos contra 248 positivos o afirmativos. Toda una<br />

«pesadilla» burocrática que convirtió a ese Dios en un «contable» y en un<br />

«inspector» tan frío como absurdo.<br />

Por otro, los gentiles, esclavizados por ídolos <strong>de</strong> piedra, oro o hierro, a cual<br />

más tirano y caprichoso.<br />

Curiosamente, con ninguno <strong>de</strong> ellos -incluido el sangriento Yavé- era posible<br />

el diálogo. Sólo el sumo sacerdote, una vez al año, estaba autorizado a penetrar<br />

en el «santo <strong>de</strong> los santos» e interrogar (?) al temido Dios <strong>de</strong>l Sinaí. Por<br />

su parte, entre los paganos, sólo algunas, muy contadas, divinida<strong>de</strong>s menores<br />

se hallaban capacitadas para escuchar y transmitir las súplicas <strong>de</strong> los<br />

pesimistas e infelices seres humanos. Y, <strong>de</strong>pendiendo <strong>de</strong>l azar y <strong>de</strong>l humor <strong>de</strong><br />

tales entida<strong>de</strong>s, así discurría la vida <strong>de</strong> estos hombres y mujeres...<br />

Creo que, en verdad, no se ha valorado con justicia el inmenso, arduo y<br />

revolucionario empeño <strong>de</strong>l Maestro por cambiar semejante estado <strong>de</strong> cosas.<br />

¿Difícil? A juzgar por lo que teníamos a la vista, la tarea <strong>de</strong>l rabí <strong>de</strong> Galilea no<br />

fue difícil. Yo la calificaría <strong>de</strong> casi imposible...<br />

Eliseo y quien esto escribe nos alejamos <strong>de</strong>l badawi, y <strong>de</strong> su singular y significativa<br />

«mercancía», con una asfixiante sensación.<br />

¿Cómo hacer el «milagro»? ¿Cómo arrancar al mundo <strong>de</strong> tanta oscuridad?<br />

Pronto, muy pronto, lo <strong>de</strong>scubriríamos. Y quedamos maravillados. El Hijo <strong>de</strong>l<br />

Maestro, verda<strong>de</strong>ramente, tenía la «clave»...<br />

El maarabit, puntual como un reloj, entró en escena, tumbando las indolentes<br />

columnas <strong>de</strong> humo y sorprendiendo a chicos y gran<strong>de</strong>s. Entre toses y carraspeos,<br />

la parroquia procuró acomodarse bajo los ropones. Y nosotros,<br />

esquivando cántaras, enormes sandías, relucientes cacharros <strong>de</strong> cobre y a la<br />

inevitable chiquillería, fuimos atraídos por un apetitoso tufillo. Mi hermano se<br />

asomó curioso a una <strong>de</strong> aquellas anchas sartenes <strong>de</strong> hierro negro y grasiento.<br />

La mujer, impertérrita, siguió removiendo la humeante fritura. A su lado, en<br />

sendos cuencos <strong>de</strong> barro, creí i<strong>de</strong>ntificar unos sanguinolentos hígados <strong>de</strong> pollo,<br />

materialmente asaltados por las moscas. Despacio, estudiadamente, la<br />

oronda matrona tomaba las porciones, arrojándolas al aceite profundo. Una<br />

cebolla previamente cocinada, brillante y transparente, flotaba entre la<br />

127


chisporroteante carne.<br />

Nos miramos. El condumio ofrecía un buen aspecto. Pero <strong>de</strong>sistimos. Las<br />

condiciones higiénicas <strong>de</strong>l pollo, literalmente «rebozado» por los tábanos,<br />

<strong>de</strong>jaban mucho que <strong>de</strong>sear.<br />

Al vernos cuchichear, la dueña alzó la mirada y, tomando el pequeño toro <strong>de</strong><br />

ma<strong>de</strong>ra que colgaba <strong>de</strong> su cuello, invocó a Baal, agra<strong>de</strong>ciendo la presencia <strong>de</strong><br />

aquellos extranjeros frente a su humil<strong>de</strong> puesto <strong>de</strong> venta. Esto explicaba el<br />

amuleto y, sobre todo, el hecho <strong>de</strong> aparecer cocinando en público en un<br />

sábado. Algo terminantemente prohibido para los judíos. Según la Ley, ni<br />

siquiera estaban autorizados a mantener viva la can<strong>de</strong>la. .. Eso suponía un<br />

esfuerzo, un trabajo.<br />

Supongo que familiarizados con nuestra presencia, algunos <strong>de</strong> los pescadores<br />

y felah terminaron por tomar confianza y, tirando <strong>de</strong> mangas y ceñidores, nos<br />

obligaron a ir <strong>de</strong> aquí para allá, mostrándonos las excelencias <strong>de</strong> sus ten<strong>de</strong>retes.<br />

Las sucesivas y corteses negativas no fueron escuchadas. Y tuvimos<br />

que soportar la cata <strong>de</strong> melones y sandías y la forzosa <strong>de</strong>gustación <strong>de</strong> higos,<br />

dátiles y alguna que otra tilapia salada. Aquello empezaba a complicarse. Los<br />

voluntariosos paisanos, disputándose a los «clientes», se enzarzaron en<br />

agrias discusiones. Y en previsión <strong>de</strong> males mayores apremié a Eliseo, haciéndole<br />

ver que <strong>de</strong>bíamos reanudar la marcha. Pero mi compañero, tentado<br />

por una luminosa cesta <strong>de</strong> manzanas rojas y ver<strong>de</strong>s, se resistió. Me resigné.<br />

El pequeño y <strong>de</strong>licioso fruto -unas tappuah proce<strong>de</strong>ntes, al parecer, <strong>de</strong> la<br />

vecina Siria- acababa <strong>de</strong> llegar al yam.<br />

Eliseo examinó un par y preguntó el precio. El felah, inmisericor<strong>de</strong>, lo apuntilló,<br />

solicitando un <strong>de</strong>nario. Negué con la cabeza. «Como mucho -le aconsejé-,<br />

un par <strong>de</strong> leptas...»<br />

Discutieron. Era lo acostumbrado. El regateo formaba parte <strong>de</strong>l juego.<br />

Y, <strong>de</strong> pronto, lo vi acercarse. Pero, sinceramente, no me preocupé. Era uno <strong>de</strong><br />

tantos...<br />

Mi hermano ofreció cinco y el campesino, teatral, se mesó las barbas, maldiciendo<br />

su estrella. Finalmente, entre bien estudiados lloriqueos, aceptó<br />

<strong>de</strong>jarlo en tres. (Un <strong>de</strong>nario <strong>de</strong> plata equivalía, aproximadamente, y según los<br />

lugares, a veinticinco ases. Cada cuarto <strong>de</strong> as, por su parte, significaba un par<br />

<strong>de</strong> leptas.)<br />

Asentí en silencio y me hice con las manzanas mientras mi compañero echaba<br />

mano <strong>de</strong> la bolsa <strong>de</strong> hule, dispuesto a abonar lo estipulado. Pero cometió un<br />

error...<br />

Fue todo tan vertiginoso y súbito que nos sorprendió.<br />

Eliseo, como digo, confiado, <strong>de</strong>sató la bolsa <strong>de</strong> los dineros <strong>de</strong> las cuerdas<br />

egipcias que le servían <strong>de</strong> cinturón. Ése fue el error. La abrió y tomó las diminutas<br />

monedas <strong>de</strong> cobre...<br />

Visto y no visto.<br />

128


Aquel rapaz, plantado a metro y medio <strong>de</strong> estos exploradores y pendiente <strong>de</strong><br />

la discusión, se lanzó como un meteoro hacia Eliseo, arrebatándole limpiamente<br />

la negra bolsa.<br />

Necesitamos unos segundos para reaccionar.<br />

Mi hermano fue el primero. Y, voceando, salió tras el ágil mozalbete. Después<br />

le tocó el turno al felah quien, a gritos, puso en alerta al resto <strong>de</strong>l «mercadillo».<br />

Imagino que vio en peligro la venta.<br />

En cuanto a mí, para cuando quise darme cuenta, compañero y ladronzuelo se<br />

hallaban ya a veinte o treinta metros, en la pista que conducía a Beth Saida<br />

Julias.<br />

Pensé en utilizar los ultrasonidos pero, dada la movilidad <strong>de</strong>l niño, hubiera<br />

sido infructuoso. A<strong>de</strong>más, ¿cómo hacerlo ante una parroquia tan concurrida?<br />

No era racional ni pru<strong>de</strong>nte.<br />

La verdad es que tampoco fue necesario...<br />

En esos instantes, el <strong>de</strong>safortunado ladrón, perseguido muy <strong>de</strong> cerca por el<br />

indignado Eliseo y algunos <strong>de</strong> los ven<strong>de</strong>dores, volvió la cabeza en un intento<br />

<strong>de</strong> comprobar su ventaja. Y fue a resbalar en la menuda capa <strong>de</strong> grano basáltico<br />

que alfombraba la senda. No tuvo ocasión <strong>de</strong> alzarse y proseguir la<br />

carrera. Los perseguidores cayeron sobre él, inmovilizándolo.<br />

Me apresuré a intervenir. Y gracias al cielo llegué a tiempo.<br />

Mi hermano recuperó los dineros y, sofocado, interpeló a la criatura, reprochándole<br />

su acción.<br />

Fue extraño. En esos momentos, sinceramente, no caí en la cuenta...<br />

El jovencito, a pesar <strong>de</strong> los puntapiés propinados por los felah, no rechistó.<br />

Continuó con el rostro hundido en la oscura ceniza, resoplando y bregando<br />

por zafarse <strong>de</strong> las rudas manos que lo contenían.<br />

Al parecer, no era la primera vez que ocurría algo semejante y con el mismo<br />

protagonista. Y uno <strong>de</strong> los campesinos, llamándole mamzer (bastardo), levantó<br />

su bastón, dispuesto a <strong>de</strong>strozarlo.<br />

Fue instintivo. Detuve el palo en el aire y lo sujeté con firmeza.<br />

El galileo, atónito, me miró sin compren<strong>de</strong>r. Traté <strong>de</strong> sonreír, explicándole<br />

que «aquello no era necesario». Con las patadas sobraba y bastaba... El<br />

castigo era <strong>de</strong>sproporcionado.<br />

Supongo que lo entendió. Bajó el arma y, moviendo la cabeza negativamente,<br />

se alejó.<br />

Alcé al agitado ladronzuelo y, haciendo presa en sus escuálidos brazos, lo<br />

interrogué. Siguió peleando pero, al fin, rendido, accedió a mirarme. Y percibí<br />

miedo y odio en aquellos gran<strong>de</strong>s y <strong>de</strong>solados ojos ver<strong>de</strong>s. No tendría más <strong>de</strong><br />

ocho o nueve años...<br />

No se dignó respon<strong>de</strong>r. Ninguna <strong>de</strong> las preguntas obtuvo respuesta. Y <strong>de</strong>l<br />

pánico, el pelirrojo fue pasando a una actitud <strong>de</strong>safiante.<br />

Sentí tristeza. Una profunda tristeza...<br />

129


Al examinar el cuerpo casi <strong>de</strong>snudo, apenas cubierto por un saq o taparrabos<br />

sucio y <strong>de</strong>shilachado, comprobé que se hallaba seriamente <strong>de</strong>snutrido. Los<br />

síntomas, a simple vista, eran inequívocos: vasos muy visibles bajo una piel<br />

seca, atrofia muscular y un acentuado -casi escandaloso- relieve óseo. Calculé<br />

a ojo la circunferencia <strong>de</strong> los brazos. Lamentable...<br />

Rogué a Eliseo que lo mantuviera inmóvil y le obligué a abrir la boca.<br />

Lo que me temía...<br />

La inspección <strong>de</strong> las mucosas en lengua, encías y velo <strong>de</strong>l paladar confirmaron<br />

el inicial diagnóstico.<br />

Y el jovencito, inquieto, emitió unos broncos sonidos guturales. ¿Cómo fui tan<br />

torpe? ¿Cómo no me di cuenta?<br />

También las conjuntivas (membranas que recubren el interior <strong>de</strong> los párpados<br />

y la cara anterior <strong>de</strong> la esclerótica) me reafirmaron en lo dicho. El pequeño<br />

mamze pa<strong>de</strong>cía una acusada <strong>de</strong>snutrición. Algo bastante común en aquel<br />

tiempo y, sobre todo, entre los más <strong>de</strong>sgraciados: los bastardos.<br />

Insistí, interesándome por su familia, por el lugar don<strong>de</strong> vivía e, incluso, por<br />

su nombre.<br />

Imposible. Se negó a contestar.<br />

Palpé por último el hígado y dirigí una significativa mirada a mi compañero.<br />

Entendió que algo no iba bien y, con la misma espontaneidad con que abroncó<br />

al pillo, rebuscó en la bolsa <strong>de</strong> hule, extrayendo un reluciente <strong>de</strong>nario <strong>de</strong><br />

plata.<br />

Los expresivos ojos <strong>de</strong>l niño se fueron <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> la pieza. La observó ávido.<br />

Pero siguió acuartelado en aquel absoluto y enigmático mutismo.<br />

Me <strong>de</strong>cidí a soltarlo.<br />

Y Eliseo, mostrando la moneda, le invitó a emplearla en la compra <strong>de</strong> comida.<br />

Pareció dudar.<br />

-Quizá no compren<strong>de</strong> el arameo -insinué como un perfecto idiota.<br />

Mi hermano repitió el consejo en griego, en koiné, pero el resultado fue el<br />

mismo. El pelirrojo no se inmutó. El rostro, con una mugre crónica, permaneció<br />

inalterable. Sólo los ojos, ágiles y afilados como los <strong>de</strong> un halcón, siguieron<br />

fijos en los esporádicos <strong>de</strong>stellos <strong>de</strong> la plata.<br />

Finalmente, cariñoso, con la mejor <strong>de</strong> sus sonrisas, Eliseo tomó la mano <strong>de</strong>l<br />

muchacho y <strong>de</strong>positó en ella la moneda.<br />

El niño le miró <strong>de</strong>sconcertado. Se llevó la pieza a la boca y, tras mordisquearla,<br />

el ver<strong>de</strong> hierba <strong>de</strong> los ojos se iluminó. Trató, creo, <strong>de</strong> <strong>de</strong>cir algo, pero sólo<br />

distinguimos un leve movimiento <strong>de</strong> los labios. Acto seguido, como impulsado<br />

por un muelle, saltó hacia el bosque, <strong>de</strong>sapareciendo.<br />

Eliseo se encogió <strong>de</strong> hombros.<br />

Minutos <strong>de</strong>spués, satisfechas las tres leptas, entre los cuchicheos <strong>de</strong> las<br />

matronas, el alborozo <strong>de</strong> la chiquillería y los lamentos <strong>de</strong> los onagros, estos<br />

exploradores reemprendían la marcha, alejándose hacia el norte.<br />

130


Durante un trecho casi no hablamos.<br />

Supuse que los sentimientos eran idénticos. Habíamos visto la miseria en la<br />

«pasada» Operación Salomón y, a pesar <strong>de</strong>l duro entrenamiento, resultaba<br />

difícil acostumbrarse. Sin embargo, no teníamos opción. Más aún: era preciso<br />

que nos mentalizáramos. Poco o nada podíamos hacer para solventar el<br />

problema. E imaginé que «aquello» sólo era el principio. Naturalmente,<br />

acerté...<br />

La senda, siempre regada con la negra y crujiente ceniza volcánica, empezó a<br />

encabritarse. En cuestión <strong>de</strong> tres millas pasamos <strong>de</strong>l nivel <strong>de</strong>l yam (en<br />

aquellas fechas a «menos 208» metros respecto al <strong>de</strong>l Mediterráneo) a unas<br />

alturas que oscilaban entre los 100 y 500 metros. Y así continuaría hasta que<br />

divisásemos las lagunas <strong>de</strong> Semaconitis.<br />

Al poco, el bosque <strong>de</strong> álamos <strong>de</strong>l Eufrates y tamariscos se <strong>de</strong>tuvo. Y al salir <strong>de</strong>l<br />

benéfico «túnel», el sol <strong>de</strong> agosto nos abofeteó.<br />

Si los cálculos no erraban, el siguiente cruce <strong>de</strong> caminos se hallaba a unos<br />

cinco kilómetros, en las cercanías <strong>de</strong> Jaraba, otra población <strong>de</strong> la alta Galilea,<br />

igualmente <strong>de</strong>sconocida para nosotros. Nuestra intención era <strong>de</strong>tenernos lo<br />

menos posible, procurando alcanzar la orilla sur <strong>de</strong>l Hule, como dije, antes <strong>de</strong>l<br />

anochecer. El retraso en el claro próximo a Beth Saida Julias -bautizado <strong>de</strong>s<strong>de</strong><br />

ese momento como el «calvero <strong>de</strong>l pelirrojo»- no era significativo, pero<br />

tampoco convenía <strong>de</strong>scuidarse.<br />

Fue instintivo.<br />

Aquellos exploradores se <strong>de</strong>tuvieron maravillados. Lo que se abría ante nosotros<br />

era más hermoso <strong>de</strong> lo que imaginamos.<br />

Allá abajo, a la izquierda <strong>de</strong> la ruta, a cosa <strong>de</strong> un kilómetro, el alto Jordán<br />

<strong>de</strong>scendía lento y verdoso, como un dueño y señor. Y en ambas márgenes <strong>de</strong><br />

las espejeantes aguas, inmensas plantaciones <strong>de</strong> frutales, laberínticos<br />

huertos, cargados viñedos y una endiablada tela <strong>de</strong> araña ensamblada con<br />

acequias y canales. Y entre ver<strong>de</strong>s, ocres y cenizas, los perpetuos vigilantes<br />

<strong>de</strong>l río:<br />

los olmos canos -los geshem-, ahora amarillentos y peleando inútilmente con<br />

las elevadas temperaturas. Decenas <strong>de</strong> chozas avisaban <strong>de</strong> la presencia<br />

humana, apretadas unas contra otras o saltando, imprevisibles, entre disciplinados<br />

escuadrones <strong>de</strong> cítricos, granados, moreras, manzanos y la «luz»,<br />

los blancos almendros, paradójica e incomprensiblemente «nevados».<br />

¡Dios!... ¡Aquél era otro <strong>de</strong> los habituales escenarios en la vida <strong>de</strong>l Hijo <strong>de</strong>l<br />

Hombre!<br />

Y como un negro y cilíndrico «aviso», apuntando al incansable azul <strong>de</strong>l cielo,<br />

las torres <strong>de</strong> vigilancia. Unas corpulentas atalayas <strong>de</strong> piedra basáltica <strong>de</strong> diez<br />

metros <strong>de</strong> altura, siempre oteando, siempre cargadas <strong>de</strong> razón, siempre<br />

gritando que los kerem, los viñedos bajo su tutela, eran sagrados. Así lo <strong>de</strong>cía<br />

la Ley <strong>de</strong> Moisés. La gefen (la vid) y las anavim (las uvas) eran intocables. Y<br />

131


durante el verano y el tiempo <strong>de</strong> la vendimia, dueños y patronos instalaban en<br />

lo alto -día y noche- a los mejores oteadores. Abajo, confiadas, <strong>de</strong>coradas en<br />

rojo, se adivinaban unas viñas bien preñadas, a punto para la cosecha y<br />

apuntaladas con estacas.<br />

El padre Jordán -menos bíblico en aquel curso que en el propiciado por la<br />

segunda <strong>de</strong>sembocadura- ben<strong>de</strong>cía sin <strong>de</strong>scanso la escasamente célebre<br />

Gaulanitis. Unas tierras, sin embargo, <strong>de</strong> especial importancia en la existencia<br />

<strong>de</strong> Jesús <strong>de</strong> Nazaret. Poco a poco iríamos comprobándolo...<br />

Parecía como si la Provi<strong>de</strong>ncia hubiera invertido un tiempo y un esfuerzo<br />

«extras» a la hora <strong>de</strong> diseñar aquellos parajes. No en vano, digo yo, <strong>de</strong>bían<br />

ser hollados por un Dios...<br />

Extasiados, continuamos en silencio.<br />

A la <strong>de</strong>recha <strong>de</strong> la solitaria senda, aunque diferente, el paisaje no era menos<br />

rico y exuberante.<br />

Pacientes e inteligentes, los felah habían conquistado el abrupto perfil, robando<br />

planicies casi imposibles y convirtiéndolas en los codiciados graneros<br />

<strong>de</strong> la alta Galilea. Los campos <strong>de</strong> trigo y cebada -cosechados entre abril y<br />

junio- se <strong>de</strong>rramaban hacia el este como un mar negro-amarillento, ahora en<br />

llamas por la quema <strong>de</strong> rastrojos. En la lejanía, envueltos en el humazo,<br />

partidas <strong>de</strong> campesinos pastoreaban un fuego débil e inquieto, peligrosamente<br />

arengado por el tnaambit, el viento <strong>de</strong>l Mediterráneo.<br />

En los lin<strong>de</strong>ros, altas, oscuras y brillantes pirámi<strong>de</strong>s <strong>de</strong> basalto recordaban a<br />

propios y extraños el titánico esfuerzo <strong>de</strong> los galileos en la doma <strong>de</strong> aquellos<br />

cabezos. Ni una sola <strong>de</strong> las planicies había quedado libre <strong>de</strong> la minuciosa labor<br />

<strong>de</strong> limpieza <strong>de</strong> los guijarros y rocas volcánicos que asolaban la región.<br />

En algunas <strong>de</strong> las «islas», rezagados, los felah cargaban en gran<strong>de</strong>s carretas<br />

las últimas gavillas <strong>de</strong> una paja aburrida y tostada por el sol.<br />

Más allá, encorvados, severos y vestidos <strong>de</strong> arrugas, los zayit, los olivos,<br />

avisando <strong>de</strong>l nuevo territorio y marcando sin discusión la frontera entre la<br />

humil<strong>de</strong> verticalidad <strong>de</strong>l cereal y la altivez <strong>de</strong>l bosque. Fiel al profeta Oseas, el<br />

olivar se engalanaba discreto y distante...<br />

Escrupulosos y sabios, sabedores <strong>de</strong> la permanente y legendaria «sed» <strong>de</strong><br />

esta especie -la Olea europea-, los campesinos procuraban plantarlos tal y<br />

como recomendaba la Ley: a once metros uno <strong>de</strong> otro. Algunos <strong>de</strong> los zayit,<br />

vencedores, lucían unos troncos ahuecados <strong>de</strong> hasta cuatro y cinco metros <strong>de</strong><br />

diámetro. Probablemente eran mudos testigos <strong>de</strong> mil años en la historia <strong>de</strong><br />

Israel.<br />

Y por <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> esta «milicia», <strong>de</strong> nuevo el bosque, colonizando el norte y el<br />

oriente hasta los 800 o 900 metros <strong>de</strong> altitud.<br />

Era asombroso.<br />

La masa forestal tomaba el relevo. Se disfrazaba <strong>de</strong> horizonte verdiazul y<br />

confundía a los cielos. Verda<strong>de</strong>ramente, la Palestina <strong>de</strong> Jesús <strong>de</strong> Nazaret poco<br />

132


o nada tenía que ver con lo hoy conocido. Por lo que fuimos <strong>de</strong>scubriendo, una<br />

ardilla <strong>de</strong>l Hermón hubiera podido <strong>de</strong>scen<strong>de</strong>r hasta el mar Muerto sin tocar el<br />

suelo...<br />

En primera línea, respetuosos con el anciano olivar, se apretaban los dulces<br />

algarrobos -los haruv <strong>de</strong>l Talmud y <strong>de</strong> la Misná-, con sus copas anchas,<br />

abiertas y hospitalarias a todas las aves. Por <strong>de</strong>trás, <strong>de</strong>safiantes y engreídos,<br />

los egoz, los gigantescos nogales persas <strong>de</strong> treinta metros <strong>de</strong> altura, listos<br />

para dar fruto. Y entre el <strong>de</strong>nso y aromático ramaje, sus «primos», los nogales<br />

negros, unos intrusos y ladrones <strong>de</strong> luz <strong>de</strong> hasta cincuenta metros.<br />

Pru<strong>de</strong>ntes, los galileos habían trazado numerosos cortafuegos que se a<strong>de</strong>ntraban<br />

y perdían en la floresta. Semanas más tar<strong>de</strong>, en una inolvidable incursión<br />

en aquellos bosques, siguiendo, naturalmente, al Hijo <strong>de</strong>l Hombre, mi<br />

hermano y yo disfrutaríamos <strong>de</strong> una excelente ocasión para explorarlos y<br />

conocer <strong>de</strong> cerca la vida <strong>de</strong> otro gremio apasionante: los leñadores. Ni qué<br />

<strong>de</strong>cir tiene que uno <strong>de</strong> esos «leñadores» era, justamente, el entrañable y<br />

siempre sorpren<strong>de</strong>nte rabí.<br />

Allí, en alguna parte, ocultas entre nogales y algarrobos, se alzaban tres<br />

al<strong>de</strong>as -Dardara, Batra y Gamala-, básicamente afanadas en la recolección <strong>de</strong><br />

la keraíia (la dulce vaina <strong>de</strong>l haruv), <strong>de</strong> la nuez y en la tala <strong>de</strong>l egoz negro, <strong>de</strong><br />

ma<strong>de</strong>ra dura y homogénea, muy apreciada por carpinteros y ebanistas <strong>de</strong><br />

interiores.<br />

El avance, en fin, fue un espectáculo...<br />

Cubrimos en solitario y sin problemas los siguientes dos kilómetros y medio y,<br />

al llegar a la altura <strong>de</strong>l miliario que anunciaba la población <strong>de</strong> Jaraba (a dos<br />

millas romanas: 2 364 metros), «algo» nos <strong>de</strong>tuvo.<br />

Inspeccionamos los alre<strong>de</strong>dores pero, a simple vista, no <strong>de</strong>tectamos el origen<br />

<strong>de</strong>l prolongado y sordo «martilleo» que eclipsaba el familiar y monótono<br />

«chirriar» <strong>de</strong> las incansables cigarras.<br />

Eliseo señaló el cielo.<br />

A pesar <strong>de</strong>l fortísimo calor -quizá rondase los 35° Celsius-, inquietas bandadas<br />

<strong>de</strong> pájaros flotaban y <strong>de</strong>scendían sobre los barbechos, atacando a<br />

«algo» que, en la distancia, fuimos incapaces <strong>de</strong> distinguir.<br />

Proseguimos <strong>de</strong>spacio, con cautela, imaginando -no sé por qué- una plaga <strong>de</strong><br />

serpientes. Quizá víboras, tan abundantes en el estío y, sobre todo, en las<br />

zonas rocosas.<br />

Un centenar <strong>de</strong> pasos más a<strong>de</strong>lante obtuvimos puntual respuesta.<br />

Mi hermano, <strong>de</strong>sconcertado, se echó atrás.<br />

Los había a millares...<br />

El camino, las plantaciones <strong>de</strong> la izquierda y los campos y bloques basálticos<br />

<strong>de</strong> la <strong>de</strong>recha eran un hervi<strong>de</strong>ro.<br />

¿Qué hacíamos?<br />

133


«Aquello» nos cortaba literalmente el paso. No parecían agresivos, pero...<br />

Eliseo, <strong>de</strong>cidido, tocó uno <strong>de</strong> los increíbles ejemplares con la punta <strong>de</strong> la<br />

sandalia. Al momento, el «individuo» escapó con un ágil y vertiginoso salto,<br />

con tan mala fortuna que fue a topar y a engancharse en el pecho <strong>de</strong>l sorprendido<br />

ingeniero. Se lo quitó <strong>de</strong> encima a palmetazos y, lívido, me interrogó<br />

con la mirada.<br />

Poco faltó para que me echara a reír. Pero el susto <strong>de</strong> mí amigo recomendó<br />

pru<strong>de</strong>ncia...<br />

Pensé en <strong>de</strong>spejar la senda con el láser <strong>de</strong> gas. La «carnicería», sin embargo,<br />

se me antojó <strong>de</strong>sproporcionada.<br />

Sólo quedaba una alternativa: cruzar la plaga lo más rápidamente posible. La<br />

«piel <strong>de</strong> serpiente» nos protegería...<br />

Y dicho y hecho.<br />

Embozados en los mantos y a la carrera, los exploradores se lanzaron por la<br />

pista, triturando a cada zancada varias <strong>de</strong> aquellas «máquinas <strong>de</strong>voradoras».<br />

Al <strong>de</strong>jar atrás el «infierno ver<strong>de</strong>», ja<strong>de</strong>antes y sudorosos, no pudimos ocultar<br />

una punzante sensación <strong>de</strong> ridículo y rompimos a reír como pobres e impotentes<br />

tontos. Cuando se presentó la ocasión, «Santa Claus» dio cumplida<br />

cuenta <strong>de</strong> la naturaleza y «activida<strong>de</strong>s» <strong>de</strong> semejantes insectos. Porque <strong>de</strong><br />

eso se trataba, <strong>de</strong> otra <strong>de</strong> las plagas habituales <strong>de</strong>l verano en la Palestina que<br />

conoció Jesús. Según el or<strong>de</strong>nador, estos gigantescos ortópteros -<strong>de</strong> diez y<br />

doce centímetros <strong>de</strong> longitud- recibían el nombre <strong>de</strong> Saga ephippigera,<br />

aunque los judíos los bautizaron como «<strong>de</strong>voradores ver<strong>de</strong>s»..., y con razón.<br />

Los enormes saltamontes, con alas rudimentarias, presentaban una tonalidad<br />

ver<strong>de</strong> botella con franjas blancas o marrones en el vientre. Y allí don<strong>de</strong> se<br />

trasladaban teñían el lugar <strong>de</strong> ver<strong>de</strong> muerte. Nada se resistía a su voracidad:<br />

plantas, otros insectos, ranas, lagartos, serpientes y hasta pájaros <strong>de</strong>l tamaño<br />

<strong>de</strong> una golondrina. Se <strong>de</strong>sarrollaban con la primavera y en el verano -al<br />

igual que las langostas- migraban por todo Israel, asolando cuanto surgía a su<br />

paso. En varias oportunida<strong>de</strong>s, a lo largo <strong>de</strong> aquel tercer «salto», tendríamos<br />

la mala fortuna <strong>de</strong> tropezar con los saga. Y la experiencia fue siempre <strong>de</strong>sagradable.<br />

Los órganos bucales, enormes, hacían presa en la piel, cortándola<br />

como una navaja. Durante la noche se mostraban especialmente activos. Si<br />

uno dormía al raso, <strong>de</strong> pronto, sin previo aviso, podía verse materialmente<br />

«enterrado» por los «<strong>de</strong>voradores», que no distinguían plantas, animales o<br />

seres humanos. Los felah los combatían a duras penas con el auxilio <strong>de</strong>l fuego<br />

y, por supuesto, con la inestimable ayuda <strong>de</strong> las aves, que se precipitaban<br />

sobre ellos en gran<strong>de</strong>s bandadas. Si alguno <strong>de</strong> los pájaros, sin embargo, era<br />

atacado simultáneamente por los saga difícilmente llegaba a remontar el<br />

vuelo. En segundos, otros «<strong>de</strong>voradores» caían sobre él, <strong>de</strong>jándolo en los<br />

huesos.<br />

En este caso, los penetrantes silbidos <strong>de</strong> los multicolores abejarucos alertaron<br />

134


a otros «inquilinos» <strong>de</strong> la zona, que se apresuraron a compartir el festín.<br />

Hasta el «guardarríos» (martín pescador <strong>de</strong> pecho blanco) abandonó su<br />

plácido territorio en el Jordán, aventurándose en la tórrida atmósfera <strong>de</strong><br />

aquellas elevaciones. Y con él, otras entusiasmadas familias <strong>de</strong> alondras,<br />

aviones y calandrias <strong>de</strong> cabeza negra. La «caza», en ocasiones, se prolongaba<br />

dos o tres días, convirtiendo el paraje en un maremágnum <strong>de</strong> saltos, chillidos,<br />

«martilleo» e incesantes planeos y picados.<br />

Pero las sorpresas no habían terminado...<br />

Repuestos <strong>de</strong>l susto, tras limpiar los ropones <strong>de</strong> los pegadizos y recalcitrantes<br />

«<strong>de</strong>voradores», optamos por conce<strong>de</strong>rnos un nuevo respiro. Elegimos varias<br />

<strong>de</strong> las moles <strong>de</strong> basalto que escoltaban <strong>de</strong> cerca la senda y, a la sombra <strong>de</strong><br />

uno <strong>de</strong> los bloques, nos dispusimos a matar el hambre, echando mano <strong>de</strong> las<br />

provisiones suministradas por Camar: huevos crudos, granos <strong>de</strong> trigo tostado,<br />

zanahorias, nueces, higos secos y dátiles. Una dieta obligada, rica en vitaminas<br />

E y C.<br />

Y en ello estábamos cuando, encima <strong>de</strong>l monocor<strong>de</strong> canto <strong>de</strong> las chicharras<br />

negras, creímos escuchar «algo»...<br />

Sonó cercano.<br />

Nos incorporamos e intentamos localizar el lugar <strong>de</strong> proce<strong>de</strong>ncia.<br />

Se repitió por segunda vez.<br />

Intercambiamos una mirada. Parecía un gruñido.<br />

¿Un animal?<br />

En aquel tiempo, y en aquellos bosques, no eran infrecuentes el oso pardo, el<br />

jabalí arocho, <strong>de</strong> gran cabeza y colmillos curvos y temibles como dagas o, lo<br />

que era peor, las manadas <strong>de</strong> perros salvajes, generalmente famélicos y<br />

<strong>de</strong>spiadados.<br />

Deslicé los <strong>de</strong>dos hacia el extremo superior <strong>de</strong> la «vara <strong>de</strong> Moisés», preparándome.<br />

Mi hermano caminó unos metros, ro<strong>de</strong>ando parte <strong>de</strong>l negro circo <strong>de</strong> basalto.<br />

Tercer gruñido...<br />

Imité a Eliseo e, inquieto, avancé <strong>de</strong>spacio a dos o tres pasos <strong>de</strong> las piedras,<br />

siguiendo el flanco opuesto. El extraño sonido, claramente gutural, partía <strong>de</strong><br />

algún punto <strong>de</strong>l roquedal.<br />

No sé cómo explicarlo pero, al oír <strong>de</strong> nuevo el singular «lamento» (?), una<br />

imagen me vino súbitamente a la memoria. La <strong>de</strong>seché. Eso no era posible...<br />

De pronto, Eliseo me alertó.<br />

-¡Jasón!... ¡Aquí!... ¡Rápido!...<br />

Volé hacia el lugar y seguí la dirección apuntada por mi compañero.<br />

-No pue<strong>de</strong> ser... Mi hermano, intuitivo, exclamó:<br />

-Lo sabía... Algo me <strong>de</strong>cía que esto iba a ocurrir...<br />

También yo acerté. El presentimiento fue atinado.<br />

-Bien -terció Eliseo, a<strong>de</strong>lantándose a mis pensamientos-. Y ahora, ¿qué?<br />

135


No supe qué <strong>de</strong>cir. -Esto no es casual... Estuve <strong>de</strong> acuerdo.<br />

En lo alto <strong>de</strong> uno <strong>de</strong> los peñascos, acurrucado, nos observaba un «personaje»<br />

recientemente conocido: ¡el pelirrojo!<br />

Pero, ¿cómo no lo vimos? ¿Cómo no nos percatamos <strong>de</strong> su presencia en la<br />

larga marcha?<br />

En el fondo daba igual. La cuestión es que estaba allí y, evi<strong>de</strong>ntemente, nos<br />

seguía por alguna razón. .<br />

Receloso, haciendo caso omiso a las peticiones para que bajara, el niño<br />

continuó en su escondite. De vez en vez, por toda respuesta, negaba con la<br />

cabeza.<br />

Eliseo hizo a<strong>de</strong>mán <strong>de</strong> trepar por las peñas. Al punto, emitiendo uno <strong>de</strong><br />

aquellos animalescos sonidos guturales, saltó más arriba, manteniendo la<br />

distancia. Mi hermano <strong>de</strong>sistió.<br />

Aunque nos había seguido, estaba claro que no tenía intención <strong>de</strong> relacionarse.<br />

Le mostramos algunas viandas, invitándole a <strong>de</strong>scen<strong>de</strong>r. Negativo.<br />

Una y otra vez negó con manos y cabeza, acompañando los movimientos con<br />

sendos y agudos chillidos. Unos chillidos <strong>de</strong> protesta y rechazo. ¡Torpe <strong>de</strong> mí!<br />

Entonces comprendí. Pero, confuso, no tuve valor para <strong>de</strong>círselo a mi compañero.<br />

Y a la vista <strong>de</strong> aquel infeliz me vi nuevamente asaltado por la tristeza...<br />

¿Qué podía hacer? Nada. Absolutamente nada...<br />

Enterré el «hallazgo» en lo más hondo y, cargando los petates, tras lanzar una<br />

última ojeada al adusto y refractario ladronzuelo, retornamos a la senda,<br />

apretando el paso.<br />

Un centenar <strong>de</strong> metros más a<strong>de</strong>lante, al volvernos, la criatura había <strong>de</strong>saparecido.<br />

¿Cómo era posible? ¿Dón<strong>de</strong> se escondía?<br />

Oteamos campos y vaguadas. Inútil. Era como si se lo hubiera tragado la<br />

tierra.<br />

Y, preocupados, nos dispusimos a rematar aquel tramo <strong>de</strong>l viaje. En breve<br />

divisaríamos el cruce <strong>de</strong> Jaraba.<br />

¿Volveríamos a encontrarlo? En ese supuesto, ¿qué hacíamos?<br />

Y sin querer nos enzarzamos en una difícil y esquinada polémica.<br />

Admitiendo la remota posibilidad <strong>de</strong> que se uniera a nosotros, ¿qué papel nos<br />

reservaba el Destino?<br />

Aquello no estaba previsto...<br />

Eliseo, compasivo, no puso reparos.<br />

-¿Qué mal pue<strong>de</strong> haber en que nos acompañe? Quizá sea positivo para todos...<br />

Me opuse.<br />

La misión nos obligaba a permanecer libres y sin compromiso alguno. Y<br />

136


tentado estuve <strong>de</strong> confesar mis sospechas. Si la apreciación era correcta,<br />

acoger al niño complicaría los planes...<br />

No hubo forma. Tozudo, se mantuvo en sus trece. E intuí que empezaba a<br />

encariñarse con el pelirrojo. Algo absolutamente prohibido por <strong>Caballo</strong> <strong>de</strong><br />

<strong>Troya</strong>. Según las normas, sólo éramos meros observadores y, por nada <strong>de</strong>l<br />

mundo, <strong>de</strong>bíamos enredarnos en sentimientos o amoríos con los naturales <strong>de</strong><br />

aquel «ahora» histórico. Por supuesto, esto era lo i<strong>de</strong>al. Pura teoría. En la<br />

práctica -tal y como nos ocurría con el Maestro-, las cosas eran muy diferentes...<br />

Pero, tan obstinado como mi compañero, me atrincheré en la<br />

normativa, rechazando las sugerencias <strong>de</strong>l bien intencionado Eliseo. El Destino,<br />

afortunadamente, <strong>de</strong>jaría el asunto en el lugar que correspondía.<br />

-Lo llamaremos «Denario»...<br />

Protesté. Seguramente tendría su propia gracia.<br />

Creo que ni me escuchó. Y siguió haciendo planes.<br />

-Es listo... Podríamos enseñarle un oficio... Quizá buscarle una buena familia...<br />

Y feliz, <strong>de</strong>seoso <strong>de</strong> volver a verlo, fue <strong>de</strong>teniéndose <strong>de</strong> vez en cuando, buscando<br />

inútilmente entre campos y colinas.<br />

Al recordarle la terminante prohibición <strong>de</strong> intervenir en sucesos que pudieran<br />

alterar el natural <strong>de</strong>venir <strong>de</strong> los acontecimientos, se echó a reír. Y con su<br />

habitual y cristalina espontaneidad afirmó:<br />

-Teorías... Puras teorías... Sabes bien que nuestra sola presencia constituye<br />

ya una <strong>de</strong>scarada violación <strong>de</strong> este «ahora».<br />

Me atrapó.<br />

-A<strong>de</strong>más -añadió, hundiendo el <strong>de</strong>do en la <strong>de</strong>licada llaga-, ¿quién te dice que<br />

nosotros, pobres diablos, sentimentales, somos capaces <strong>de</strong> modificar el<br />

Destino? Si así fuera, ¿crees que esta operación habría tenido lugar?<br />

Y remató convencido.<br />

-No, querido mayor... Ese Destino, al que tú, ahora, quizá con razón, distingues<br />

con una merecida mayúscula, no lo hubiera autorizado...<br />

Las sensatas y justas palabras me <strong>de</strong>sarmaron. Y pensé en ellas durante<br />

mucho tiempo. En aquella operación, en efecto, palpitaba «algo» mágico.<br />

«Algo» misterioso y sublime que, por fortuna, escapó a nuestra percepción.<br />

Pero ésta es otra historia...<br />

Al doblar un recodo, la conversación voló. Y regresamos a la realidad. Frente<br />

a nosotros, lenta y cansina, apareció una caravana.<br />

Frenamos la marcha. Aunque no tenía por qué surgir problema alguno,<br />

montamos la guardia.<br />

Se trataba <strong>de</strong> una docena <strong>de</strong> redas, enormes y pesados carros <strong>de</strong> cuatro<br />

ruedas, tirados por muías agotadas y resoplantes.<br />

Nos echamos a un lado.<br />

137


Los caravaneros, semi<strong>de</strong>snudos, tocados con blancos turbantes y armados <strong>de</strong><br />

palos y largos látigos <strong>de</strong> cuero, castigaban sin piedad a las bestias, forzándolas<br />

a avivar el paso. Por los gritos y juramentos <strong>de</strong>duje que estábamos ante<br />

una cuadrilla <strong>de</strong> tirios. Hablaban una jerga in<strong>de</strong>scifrable para quien esto escribe.<br />

A cada golpe, las caballerías respondían con un nuevo esfuerzo. Pero las<br />

pesadas cargas, el piso suelto y granulado y, sobre todo, la violencia <strong>de</strong>l sol,<br />

las sofocaban a los pocos minutos, haciéndoles temblar y tambalearse. Y los<br />

cinco o seis fenicios, más brutos si cabe que las propias muias, arreciaban en<br />

sus blasfemias y latigazos, colocando a los exhaustos animales al bor<strong>de</strong> <strong>de</strong> la<br />

muerte.<br />

Eliseo, indignado, miró hacia otro lado.<br />

Intenté averiguar el contenido <strong>de</strong> los carros pero, a simple vista, era imposible.<br />

Aparecían cuidadosamente tapados por <strong>de</strong>nsas ramas <strong>de</strong> helecho.<br />

De pronto, uno <strong>de</strong> los caravaneros se <strong>de</strong>tuvo ante nosotros. Y, sudoroso,<br />

señalando en dirección al yam, preguntó en arameo si el camino se hallaba<br />

<strong>de</strong>spejado. Aquélla, como ya expliqué, era otra costumbre habitual en las<br />

siempre peligrosas e imprevisibles rutas <strong>de</strong> Palestina. Viajeros, burreros y<br />

jefes <strong>de</strong> convoyes intercambiaban información cuando acertaban a cruzarse.<br />

Aclaré que todo estaba tranquilo, excepción hecha <strong>de</strong>l tramo infectado por los<br />

«<strong>de</strong>voradores ver<strong>de</strong>s». Al oírlo masculló algo en su lengua, escupiendo sobre<br />

la escoria. Dudó unos instantes y, acto seguido, avanzando hacia la cabeza <strong>de</strong><br />

los redas, gritó algo. Las muías se <strong>de</strong>tuvieron, cabeceando nerviosas. Los<br />

tirios se agruparon y, tras escuchar al que nos había interrogado, discutieron,<br />

golpeando el sen<strong>de</strong>ro con los látigos. Parecían furiosos y contrariados. Pru<strong>de</strong>ntemente<br />

dimos media vuelta, reemprendiendo la marcha. A los pocos<br />

pasos, sin embargo, nuestro interlocutor nos reclamó a gritos. Quería cerciorarse.<br />

Describí la escena y, convencido, arrugó el ceño, maldiciendo su<br />

alma, la <strong>de</strong> su patrón, a sus difuntos, al «injusto dios Baal» y la maldita hora<br />

en la que se le ocurrió aceptar el transporte <strong>de</strong> aquella agua mineral...<br />

¿Agua mineral?<br />

Eliseo se interesó por la curiosa carga y el tirio, a regañadientes, con el<br />

pensamiento hipotecado por los «<strong>de</strong>voradores», explicó que procedía <strong>de</strong> las<br />

fuentes <strong>de</strong>l Jordán, en las cercanías <strong>de</strong> Paneas (Cesárea <strong>de</strong> Filipo), al norte.<br />

Más a<strong>de</strong>lante lo verificaríamos. Se trataba, efectivamente, <strong>de</strong> una saludable<br />

agua hipotermal (fría), <strong>de</strong> baja mineralización y <strong>de</strong> notables propieda<strong>de</strong>s<br />

diuréticas.<br />

Aproveché la ocasión y formulé la misma pregunta planteada por el fenicio en<br />

el primer encuentro.<br />

-Sin problemas...<br />

Me tranquilicé. Eso significaba que el resto <strong>de</strong> la ruta se hallaba <strong>de</strong>spejado y<br />

138


sin conflictos.<br />

Pero el rudo caravanero, sonriendo ladinamente, fue más allá, aclarando un<br />

extremo que siempre inquietaba a los caminantes. En especial, a los muy<br />

patriotas y a los judíos más ortodoxos.<br />

-Ni rastro <strong>de</strong> los kittim..., hasta el cruce <strong>de</strong> Dabra.<br />

El tipo regresó con los suyos y dio un par <strong>de</strong> ór<strong>de</strong>nes. Al momento, las cabezas<br />

<strong>de</strong> las muías fueron tapadas con sendos y generosos sacos <strong>de</strong> arpillera. Dos<br />

<strong>de</strong> los arreadores se situaron al frente <strong>de</strong>l convoy y animaron a las in<strong>de</strong>cisas<br />

caballerías, reemprendiendo el camino. Esta vez en silencio, sin golpes, al<br />

paso y con el miedo como nuevo «caravanero».<br />

Hice algunos cálculos.<br />

La referida encrucijada <strong>de</strong> Dabra se hallaba casi al sur <strong>de</strong>l lago Hule. Al<br />

atar<strong>de</strong>cer, por tanto, tropezaríamos con los kittim (los romanos). Pero no<br />

teníamos por qué preocuparnos. Al contrario. En nuestro caso, las tropas<br />

auxiliares, <strong>de</strong>stacadas en la apartada región <strong>de</strong> la Gaulanitis, siempre constituían<br />

una cierta seguridad. ¿O no?<br />

Avanzamos <strong>de</strong> nuevo y Eliseo, tras otear por enésima vez los alre<strong>de</strong>dores, a la<br />

búsqueda <strong>de</strong>l <strong>de</strong>saparecido «Denario», refiriéndose a la caravana, se congratuló<br />

<strong>de</strong> haber elegido el sábado para iniciar la búsqueda <strong>de</strong>l Maestro.<br />

Compartí la satisfacción. Tuvimos suerte. En cualquier otro día, la estrecha y<br />

<strong>de</strong>scuidada «arteria» por la que transitábamos hubiera sido un suplicio y una<br />

fuente inagotable <strong>de</strong> conflictos.<br />

Sí, quizá sea el momento <strong>de</strong> hacer un paréntesis y hablar <strong>de</strong> ello. Cuanto voy<br />

a referir formaba parte, a<strong>de</strong>más, <strong>de</strong>l cotidiano marco en el que se movía Jesús.<br />

Y propició infinidad <strong>de</strong> anécdotas y hechos más o menos importantes. Unos<br />

sucesos, como veremos, silenciados por los textos sagrados (?).<br />

Esta senda, por la que ahora caminábamos, era uno <strong>de</strong> los ejes comerciales<br />

<strong>de</strong> mayor intensidad y trascen<strong>de</strong>ncia en la vida <strong>de</strong> Palestina. Día y noche,<br />

<strong>de</strong>cenas <strong>de</strong> caravanas lo cruzaban en una y otra dirección. El tráfico resultaba<br />

agobiante. En el fondo era lógico. Más al norte, en la mencionada ciudad <strong>de</strong><br />

Paneas, la ruta se unía a otra igualmente vital: la que se dirigía a Damasco,<br />

por el este, y a la bulliciosa Tiro, en la costa mediterránea. Proce<strong>de</strong>ntes, pues,<br />

<strong>de</strong> los cuatro puntos cardinales, confluían en esta carretera todas las mercancías<br />

imaginables..., y algunas más.<br />

Esta floreciente realidad no era algo nuevo. Aunque la paz <strong>de</strong>l emperador<br />

Augusto multiplicó la seguridad general, el intensísimo comercio aparecía<br />

reflejado ya en las palabras <strong>de</strong>l profeta Ezequiel, 600 años antes <strong>de</strong> Cristo.<br />

Refiriéndose a la vecina Fenicia -más concretamente a Tiro y Biblos-, hace un<br />

minucioso y exhaustivo «inventario» <strong>de</strong> cuanto entraba en dichas ciuda<strong>de</strong>s<br />

costeras. Pues bien, tanto entonces, como en aquel año 25, buena parte <strong>de</strong><br />

esas innumerables y exóticas merca<strong>de</strong>rías pasaba obligatoriamente por la<br />

«arteria» a la que me refiero, siempre paralela al alto Jordán.<br />

139


Como es fácil imaginar, el próspero comercio arrastraba consigo gentes,<br />

lenguas, costumbres, religiones y problemas <strong>de</strong> mil orígenes y naturalezas,<br />

convirtiendo la Gaulanitis en un foro tan internacional como atractivo. Esa<br />

riada humana -no conviene olvidarlo- fue testigo, en numerosas oportunida<strong>de</strong>s,<br />

<strong>de</strong> las palabras y prodigios <strong>de</strong>l Galileo.<br />

Si tuviera que sintetizar tan rico tránsito <strong>de</strong> razas, culturas y mercancías lo<br />

haría en cuatro gran<strong>de</strong>s grupos, según los puntos <strong>de</strong> partida. A saber:<br />

Los que procedían <strong>de</strong>l norte y <strong>de</strong>l oeste.<br />

En las prolongadas estancias en la región asistimos a un continuo, casi diario,<br />

transporte, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> los espesos bosques <strong>de</strong> la Fenicia (hoy Líbano), <strong>de</strong> las más<br />

nobles y codiciadas ma<strong>de</strong>ras. Por esta senda, rumbo a Israel, la Nabatea, etc.,<br />

circulaba el «rey» <strong>de</strong> los árboles, el cedro, en interminables y lentos convoyes.<br />

Junto a los troncos, o a la ma<strong>de</strong>ra ya cortada, los fenicios exportaban también<br />

el costoso aceite balsámico que se extraía <strong>de</strong> dichos cedros y que los egipcios<br />

precisaban para los rituales <strong>de</strong> momificación <strong>de</strong> sus príncipes y faraones. Era<br />

Egipto, igualmente, el principal consumidor <strong>de</strong> coniferas, mer (un árbol <strong>de</strong><br />

ma<strong>de</strong>ra roja) y enebro, utilizados en la fabricación <strong>de</strong> navíos, mástiles,<br />

muebles y ataú<strong>de</strong>s. El mer, sobre todo, era talado en la región <strong>de</strong> Nega,<br />

famosa por sus bosques impenetrables.<br />

También <strong>de</strong>l norte, en toda suerte <strong>de</strong> carros y animales <strong>de</strong> carga, vimos<br />

<strong>de</strong>sfilar a tirios y sidonios, orgullosos con uno <strong>de</strong> sus gran<strong>de</strong>s «inventos»: el<br />

vidrio. Aquélla era una <strong>de</strong> las mercancías más habituales en esta senda. El<br />

inimitable vidrio fenicio, cuyo secreto <strong>de</strong> fabricación fue robado, casi con<br />

seguridad, a los egipcios, llegaba a todas partes. El bajo costo logrado por Tiro<br />

y Sidón repercutía en las ventas, haciendo que espléndidos jarrones, copas,<br />

botellas, vasijas, platos, perlas y tejas vidriadas pudieran entrar hasta en los<br />

hogares más humil<strong>de</strong>s. Y poco a poco, estas piezas transparentes reemplazaron<br />

a los enseres <strong>de</strong> barro y ma<strong>de</strong>ra.<br />

Y junto a la «especialidad» <strong>de</strong> Fenicia -el <strong>de</strong>licado y barato vidrio-, otra no<br />

menos próspera fuente <strong>de</strong> ingresos para la vecina costa norteña: la púrpura,<br />

el emblema <strong>de</strong> los fenicios. Los hábiles comerciantes, siempre en carros cerrados<br />

y permanentemente vigilados, enviaban las telas ya teñidas a todo el<br />

mundo conocido. En ocasiones, no <strong>de</strong>masiadas, aceptaban ven<strong>de</strong>r los pequeños<br />

gasterópodos <strong>de</strong> los que extraían el precioso y preciado tinte. En este<br />

caso, las panzudas cántaras o los cestos <strong>de</strong> mimbre que los transportaban<br />

viajaban siempre <strong>de</strong> noche y, como digo, fuertemente escoltados por mercenarios<br />

a sueldo. A diferencia <strong>de</strong>l vidrio, la púrpura era un artículo <strong>de</strong> lujo, al<br />

que sólo tenían acceso los más po<strong>de</strong>rosos. El color en sí, en aquella época, era<br />

símbolo <strong>de</strong> realeza y <strong>de</strong> máximo po<strong>de</strong>r. Algo que nació, justamente, <strong>de</strong>l<br />

humil<strong>de</strong> Murex.<br />

En clara competencia con los fenicios, otros países -incluido Israel- se procuraban<br />

una púrpura, <strong>de</strong> menor calidad y brillantez, que obtenían <strong>de</strong> un<br />

140


parásito <strong>de</strong> la encina, un insecto <strong>de</strong>nominado precisamente «púrpura». Pero<br />

la escasez <strong>de</strong>l mismo, y lo laborioso <strong>de</strong>l proceso, convertían dicha púrpura<br />

«<strong>de</strong>scafeinada» en un producto más caro, incluso, que la genuina.<br />

De los puertos <strong>de</strong> Tiro, Biblos, etc., llegaban también a esta «arteria» infinidad<br />

<strong>de</strong> convoyes o comerciantes solitarios, cargando un producto que nos<br />

maravilló: toda clase <strong>de</strong> esculturas -ídolos, animales y bellísimas representaciones<br />

<strong>de</strong> ciuda<strong>de</strong>s en miniatura- talladas en marfil, previamente<br />

adquirido en Asia, África y en las remotas costas <strong>de</strong> la Europa septentrional.<br />

Los había <strong>de</strong> elefante y <strong>de</strong> morsa.<br />

De estos talleres fenicios partía igualmente la más nutrida y artística colección<br />

<strong>de</strong> vasijas <strong>de</strong> oro, plata y bronce que se pueda imaginar. Con una <strong>de</strong>lica<strong>de</strong>za<br />

exquisita, los laboriosos alfareros <strong>de</strong> Sidón consiguieron vidriar la arcilla,<br />

obteniendo jarrones, platos y diminutos frascos <strong>de</strong> perfume que nada tenían<br />

que envidiar al vidrio auténtico.<br />

También la lejana Cartago formaba parte <strong>de</strong> esta intrincada red comercial,<br />

ofreciendo, sobre todo, «algo» que se puso <strong>de</strong> moda entre las amas <strong>de</strong> casa<br />

<strong>de</strong> la región: huevos <strong>de</strong> avestruz, previamente vaciados, y <strong>de</strong>corados con<br />

vivos colores. Algunos alcanzaban precios exorbitantes. Los judíos ortodoxos,<br />

sin embargo, los rechazaban, calificando a los compradores <strong>de</strong> idólatras. Y no<br />

fueron pocas las peleas y disputas que se suscitaron a raíz <strong>de</strong> esta «novedad».<br />

(Como se recordará, Yavé prohibía la representación <strong>de</strong> imágenes.)<br />

Por esta concurrida vía entraban, asimismo, los más sorpren<strong>de</strong>ntes productos:<br />

alcachofas, garum y pescado en salmuera <strong>de</strong> Iberia; armas, brazaletes y<br />

collares <strong>de</strong> Cirene; carne en adobo <strong>de</strong> la Galia; miel y queso <strong>de</strong> Sicilia; gansos<br />

<strong>de</strong> Bélgica; minerales <strong>de</strong> Germania, Gran Bretaña, Italia y África; lino y trigo<br />

<strong>de</strong> Egipto; vino <strong>de</strong> las campiñas griegas, chipriotas e italianas; marisco <strong>de</strong><br />

Córcega; cítricos <strong>de</strong> Numidia y, naturalmente, la producción <strong>de</strong> la propia<br />

Gaulanitis (papiro, cañas y aves <strong>de</strong> las lagunas <strong>de</strong>l Hule, la apreciada carne <strong>de</strong><br />

vacuno <strong>de</strong> sus siempre ver<strong>de</strong>s pastos norteños, trigo, cebada, miel, flores y<br />

pescado, entre otras especialida<strong>de</strong>s). Mercados <strong>de</strong>l este y <strong>de</strong>l sur.<br />

Si lo ya mencionado resultaba a todas luces abrumador, lo que viajaba <strong>de</strong> las<br />

misteriosas China e India y <strong>de</strong>s<strong>de</strong> Arabia, mar Rojo, Nubia, etc., no le iba a la<br />

zaga.<br />

Cuando las vistosas caravanas <strong>de</strong>sembocaban al fin en el alto Jordán, bien por<br />

la ruta <strong>de</strong> Damasco o por el sur <strong>de</strong>l yam, la congestión provocaba innumerables<br />

y endiablados atascos, ora divertidos, ora trágicos, con los consiguientes<br />

altercados, confusiones, peleas y abusos <strong>de</strong> todo tipo. Éste, insisto,<br />

era el paisaje habitual que contempló el Maestro y cuantos le acompañamos<br />

en sus frecuentes idas y venidas por la Gaulanitis.<br />

Proce<strong>de</strong>ntes <strong>de</strong> la anciana y mítica senda <strong>de</strong> la seda, hindúes y orientales, <strong>de</strong><br />

mil pelajes y condición, atravesaban Israel ofreciendo primorosas alfombras,<br />

pimienta, nardo, algodón, caballos, finísimos instrumentos musicales, rosas<br />

141


secas, ja<strong>de</strong>, la inevitable y preciada seda y hasta juegos malabares.<br />

Era una <strong>de</strong>licia...<br />

Des<strong>de</strong> el principio, estos exploradores disfrutaron con aquel maremágnum <strong>de</strong><br />

gentes, en general abiertas, respetuosas y <strong>de</strong>seosas <strong>de</strong> complacer. Y no<br />

digamos el Hijo <strong>de</strong>l Hombre...<br />

Pero <strong>de</strong>bo contenerme. Todo a su <strong>de</strong>bido tiempo.<br />

Quizá los más espectaculares eran los traficantes árabes, originarios, en su<br />

mayoría, <strong>de</strong> los reinos <strong>de</strong> Saba, la Nabatea y los austeros <strong>de</strong>siertos <strong>de</strong>l Nafud,<br />

al norte <strong>de</strong> Arabia. La gente menuda, sobre todo, los recibía con especial<br />

entusiasmo.<br />

Los altos «barcos <strong>de</strong>l <strong>de</strong>sierto» (los camellos), siempre malhumorados y<br />

respondones, los blancos y generosos abba <strong>de</strong> algodón <strong>de</strong> los hombres, los<br />

alegres y multicolores ropajes <strong>de</strong> las beduinas -con los rostros tatuados-, las<br />

tiendas <strong>de</strong> pieles, los halcones encapuchados que habitualmente los acompañaban<br />

y las cálidas danzas y gritos rituales hacían <strong>de</strong> este pueblo todo un<br />

espectáculo. Y a su paso, chicos y gran<strong>de</strong>s quedaban hipnotizados.<br />

Con ellos llegaba la mirra (vital para la elaboración <strong>de</strong> perfumes y cosméticos),<br />

el costoso bálsamo (en dura competencia con el cultivado en Jericó y en el<br />

oasis <strong>de</strong> En Gedi, en la costa occi<strong>de</strong>ntal <strong>de</strong>l mar Muerto), los voluminosos<br />

cestos <strong>de</strong> incienso (consumido a toneladas en el Templo <strong>de</strong> la Ciudad Santa),<br />

el alquitrán (imprescindible para calafatear embarcaciones y embalsamar<br />

cadáveres), otras finas ma<strong>de</strong>ras como el boj y el cidro, pájaros exóticos <strong>de</strong> las<br />

costas e islas <strong>de</strong>l mar Rojo y <strong>de</strong>l golfo Pérsico y el no menos buscado índigo<br />

(un colorante natural que embellecía los tejidos y que hacía furor entre las<br />

clases adineradas).<br />

Eliseo, efectivamente, llevaba razón. Tuvimos suerte. El Destino, una vez más,<br />

fue compasivo.<br />

Aquel sábado fue una excepción. El tráfico, <strong>de</strong>bido, quizá, a lo caluroso <strong>de</strong>l<br />

mes <strong>de</strong> elul (agosto), era casi nulo.<br />

Y al fin alcanzamos el miliario que anunciaba el <strong>de</strong>svío hacia la vecina población<br />

<strong>de</strong> Jaraba.<br />

Impacientes, aceleramos...<br />

Allí -cómo no- nos aguardaban el Destino..., y «alguien» más.<br />

¿Cómo íbamos a imaginar algo así?<br />

Pero allí estaba...<br />

A escasa distancia <strong>de</strong> la encrucijada, en uno <strong>de</strong> los puntos más alejados <strong>de</strong>l<br />

Jordán (alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> dos kilómetros), divisamos un notable tumulto.<br />

Instintivamente aliviamos la marcha.<br />

El camino se hallaba materialmente tomado por una reata <strong>de</strong> bestias. Y<br />

empezamos a distinguir gritos y las inevitables maldiciones.<br />

Mi hermano torció el gesto, intuyendo problemas. Esta vez tampoco se<br />

142


equivocó...<br />

Y al alcanzar la cola <strong>de</strong> la caravana, proce<strong>de</strong>nte sin eluda <strong>de</strong>l yam o <strong>de</strong> otras<br />

latitu<strong>de</strong>s más meridionales, no supimos qué hacer. Ro<strong>de</strong>arla hubiera sido una<br />

pérdida <strong>de</strong> tiempo. Por otro lado, la gran excitación <strong>de</strong> los arrieros -negros en<br />

su casi totalidad-, corriendo <strong>de</strong> un lado para otro y propinando una lluvia <strong>de</strong><br />

palos a uno <strong>de</strong> los enormes asnos, nos intrigó, forzándonos a sortear la<br />

veintena <strong>de</strong> caballerías.<br />

Nunca, hasta ese momento, había visto burros tan vistosos y espectaculares.<br />

Disfrutaban <strong>de</strong> una alzada consi<strong>de</strong>rable (casi metro y medio), con orejas<br />

largas y altaneras sobre cabezas anchas en las que <strong>de</strong>stacaban hocicos<br />

blancos como la nieve. Pero lo más llamativo era el pelaje, casi rosado, con<br />

una cruz <strong>de</strong> san Andrés en la espalda y un mechón <strong>de</strong> crines grises rojizas<br />

rematando las colas. Alertados ante los rebuznos <strong>de</strong>l que estaba siendo tan<br />

cruelmente apaleado, los animales se agitaban inquietos, tropezando entre<br />

ellos y poniendo en peligro las voluminosas ánforas que cargaban a los<br />

costados. El caos, lógicamente, fue espesándose. Los negros, ataviados con<br />

túnicas rojas que casi rozaban el suelo, trataban <strong>de</strong> calmar a la reata, empleando<br />

estri<strong>de</strong>ntes chillidos y, lo que era peor, contun<strong>de</strong>ntes varazos sobre<br />

patas y vientres. Más <strong>de</strong> uno tuvo que saltar precipitadamente ante las<br />

certeras, violentas y más que justificadas coces <strong>de</strong> los aturdidos jumentos.<br />

Nosotros, entre unos y otros, nos las vimos y nos las <strong>de</strong>seamos...<br />

Finalmente, al superar aquel manicomio, fuimos a topar con una muralla<br />

humana.<br />

¿Por qué no obe<strong>de</strong>cí al instinto? ¿Por qué no evitamos el tumulto? ¿Qué<br />

hubiera importado una pérdida <strong>de</strong> diez o quince minutos? Bastaba con ingresar<br />

en los barbechos que ceñían la ruta para sortear el <strong>de</strong>sastre...<br />

Pero no. El Destino se hallaba muy atento y, como <strong>de</strong>cía, nos puso frente a<br />

otro singular aprieto.<br />

Al principio no distinguimos nada. El grupo <strong>de</strong> hombres, fundamentalmente<br />

ven<strong>de</strong>dores en aquel cruce <strong>de</strong> caminos, formaba un apretado círculo gritando<br />

y gesticulando sin or<strong>de</strong>n ni concierto.<br />

Eliseo, cada vez más intrigado, trató <strong>de</strong> abrirse paso, en un intento <strong>de</strong> averiguar<br />

qué era lo que provocaba semejante excitación. Le <strong>de</strong>jé hacer.<br />

¡Torpe <strong>de</strong> mí!<br />

Tendría que haber tirado <strong>de</strong> él, alejándonos <strong>de</strong>l lugar y <strong>de</strong> lo que nos<br />

aguardaba...<br />

Algunos <strong>de</strong> los galileos, indignados, levantaban las voces sobre el resto <strong>de</strong> los<br />

paisanos, pidiendo justicia y reclamando a los kittini. Otros, igualmente<br />

enar<strong>de</strong>cidos, tachaban a alguien <strong>de</strong> «sucio gentil» y «asesino».<br />

Temí lo peor. Nosotros también éramos extranjeros e, inconscientemente,<br />

nos habíamos situado en el ojo <strong>de</strong>l misterioso huracán.<br />

No hubo tiempo ni posibilidad <strong>de</strong> reaccionar. Varios <strong>de</strong> aquellos energúmenos,<br />

143


al percatarse <strong>de</strong> la presencia y <strong>de</strong> la insistencia <strong>de</strong> mi hermano por llegar al<br />

interior <strong>de</strong>l círculo, se revolvieron contra él y, confundiéndole con uno <strong>de</strong> los<br />

integrantes <strong>de</strong> la caravana, la emprendieron a golpes, empellones y patadas,<br />

<strong>de</strong>rribándolo.<br />

El cielo quiso que la «piel <strong>de</strong> serpiente» lo protegiera, que este explorador,<br />

rápido como el rayo, pulsara los ultrasonidos, <strong>de</strong>jando a tres <strong>de</strong> ellos fuera <strong>de</strong><br />

combate en cuestión <strong>de</strong> segundos.<br />

Atónito, sin saber qué hacer ni a dón<strong>de</strong> mirar, el resto retrocedió, incapaz <strong>de</strong><br />

articular palabra. Gritos, improperios y amenazas cesaron al punto, quedando<br />

en el aire la zarabanda <strong>de</strong> negros y asnos y, por supuesto, un «protagonista»:<br />

un miedo colectivo e insuperable.<br />

Ayudé a mi compañero y crucé con él una significativa mirada. Asintió con la<br />

cabeza. Se encontraba bien y convenía alejarse <strong>de</strong>l lugar lo antes posible. No<br />

<strong>de</strong>bíamos tentar la suerte.<br />

Pero las sorpresas acababan <strong>de</strong> empezar...<br />

Eliseo, al <strong>de</strong>scubrirlo, olvidó la consigna. Y se precipitó sobre él. Yo, tan<br />

<strong>de</strong>sconcertado como el ingeniero, no supe reaccionar.<br />

¡Dios bendito!<br />

Aquello era lo último que hubiera imaginado...<br />

Lancé una mirada a los pasmados y silenciosos ven<strong>de</strong>dores. Parecían estatuas.<br />

Pero no podía fiarme. En cuestión <strong>de</strong> minutos, los exánimes compañeros<br />

volverían en sí y Dios sabe qué ocurriría...<br />

Retrocedí <strong>de</strong>spacio, sin per<strong>de</strong>rles la cara, y fui a incorporarme al trío que<br />

integraban Eliseo, un altísimo individuo <strong>de</strong> casi dos metros, igualmente<br />

arrodillado en mitad <strong>de</strong> la negra senda, y la «causa» <strong>de</strong> aquel <strong>de</strong>sbarajuste.<br />

El gigante, vivamente compungido, sin po<strong>de</strong>r contener el llanto, movía el<br />

cuerpo sin cesar hacia a<strong>de</strong>lante y hacia atrás, alternando las lágrimas con<br />

cortos y agudos gemidos.<br />

Mi hermano, suplicante, hizo un gesto para que interviniera. Y lentamente,<br />

sosteniendo el extremo superior <strong>de</strong>l cayado, sin <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> controlar a los galileos,<br />

me incliné sobre la «víctima».<br />

-¿Está muerto?<br />

El espigado y lloriqueante hombre, entendiendo el arameo <strong>de</strong> mi compañero,<br />

arreció en sus lamentos.<br />

Busqué el pulso. Algo lento, pero normal. E inspeccionando la cabeza traté <strong>de</strong><br />

hallar algún signo <strong>de</strong> posible fractura.<br />

Negativo. Sólo la espalda presentaba algunas equimosis, provocadas por la<br />

extravasación <strong>de</strong> la sangre bajo la piel. Aparentemente, unos e<strong>de</strong>mas locales<br />

<strong>de</strong> escasa relevancia.<br />

Interrogué al <strong>de</strong>sconsolado individuo y, entre gimoteos e incontenibles hipos,<br />

creí enten<strong>de</strong>r que uno <strong>de</strong> sus asnos lo había arrollado y pisoteado. Al parecer,<br />

no vio llegar la reata y el niño cayó bajo las pezuñas <strong>de</strong>l animal que ahora<br />

144


estaba siendo apaleado.<br />

En efecto, sólo Dios sabe por qué, estos exploradores fueron a tropezar <strong>de</strong><br />

nuevo con el inevitable «Denario»...<br />

Palpé los pequeños hinchazones <strong>de</strong> líquido seroalbuminoso y, como suponía,<br />

el dolor reactivó al inconsciente ladronzuelo, <strong>de</strong>spabilándolo.<br />

Abrió los atractivos ojos ver<strong>de</strong>s y, confuso, nos miró <strong>de</strong> hito en hito.<br />

Imaginé que, una vez más, trataría <strong>de</strong> escapar. Me equivoqué.<br />

Al reparar en Eliseo, súbitamente, sin mediar palabra, se lanzó hacia él,<br />

abrazándose con fuerza al pecho <strong>de</strong>l explorador. Y ante la sorpresa general se<br />

<strong>de</strong>shizo en un amargo y ruidoso llanto.<br />

Mi hermano me miró. Le sonreí y me encogí <strong>de</strong> hombros. Y tierno, gratamente<br />

sorprendido, muy <strong>de</strong>spacio, dudando, fue a ro<strong>de</strong>arlo con sus po<strong>de</strong>rosos<br />

brazos, correspondiendo al entrañable gesto <strong>de</strong> la criatura.<br />

Por lo que pu<strong>de</strong> apreciar, el jovencito sólo presentaba contusiones <strong>de</strong> primer<br />

grado. Nada <strong>de</strong> importancia.<br />

Al observar la recuperación <strong>de</strong>l atropellado, los inmóviles ven<strong>de</strong>dores se<br />

agitaron nerviosos.<br />

Me alcé y, dispuesto a actuar <strong>de</strong> inmediato, me interpuse entre los dos bandos.<br />

No fue necesario. Los galileos, temerosos, retrocedieron hasta los ten<strong>de</strong>retes.<br />

Y a una señal, sin pérdida <strong>de</strong> tiempo, mi compañero cargó sobre los hombros<br />

a «Denario». De momento convenía poner tierra <strong>de</strong> por medio...<br />

Y así fue.<br />

El gigante, reconfortado ante el insospechado final, reaccionó con idéntica<br />

diligencia, restableciendo el or<strong>de</strong>n en la caravana y reemprendiendo la<br />

marcha sin <strong>de</strong>mora.<br />

Al per<strong>de</strong>r <strong>de</strong> vista el cruce nos <strong>de</strong>tuvimos. El niño había cesado en su llanto y,<br />

dócil y complacido, continuó sobre los hombros <strong>de</strong> mi amigo.<br />

Por pru<strong>de</strong>ncia preferí esperar la reata, uniéndonos a los negros <strong>de</strong> las túnicas<br />

granates. El viaje, en compañía, resultaba más agradable y seguro.<br />

El conductor y jefe, más calmado, nos acogió con los brazos abiertos, bendiciendo<br />

la hora en la que aquellos griegos se cruzaron en su camino.<br />

Y el individuo amenizó la marcha, contándonos su azarosa existencia. Así<br />

supimos que se llamaba Azzam, que en árabe significa «buen hombre». Era,<br />

en efecto, un beduino, nacido en el <strong>de</strong>sierto <strong>de</strong>l Neguev, al sur <strong>de</strong> Israel.<br />

Durante los años <strong>de</strong> su juventud fue un gazou, un bravo guerrero, siempre<br />

empeñado en razzias o refriegas con otras tribus. Un día lo <strong>de</strong>jó todo y se<br />

<strong>de</strong>dicó al tráfico <strong>de</strong> esclavos. Vivió en Egipto y Nubia. Finalmente formó una<br />

compañía, especializándose en la elaboración y venta <strong>de</strong>l «vino <strong>de</strong> enebro».<br />

Éste, justamente, era el cargamento que transportaba a lomos <strong>de</strong> los singulares<br />

jumentos nubios, una especie hoy <strong>de</strong>saparecida.<br />

Su intención era llegar a Damasco y ven<strong>de</strong>r allí la preciada carga.<br />

Dos horas más tar<strong>de</strong>, frente a la piedra miliar que advertía <strong>de</strong> la siguiente<br />

145


encrucijada, optamos por <strong>de</strong>spedirnos, separándonos <strong>de</strong>l lento convoy.<br />

Azzam, que hacía honor a su nombre, nos bendijo, pidiendo a la brillante<br />

estrella matutina que guiara nuestros pasos. Nos abrazamos, y, antes <strong>de</strong><br />

partir, el «buen hombre» nos obsequió con una calabaza vinatera, repleta <strong>de</strong><br />

aquel brebaje recio y transparente, relativamente parecido a nuestra ginebra.<br />

No pudimos rechazarla. Le habríamos insultado.<br />

Curioso Destino...<br />

Algún tiempo <strong>de</strong>spués -en plena vida pública <strong>de</strong> Jesús <strong>de</strong> Nazaret- volveríamos<br />

a encontrarlo. ¡Y en qué circunstancias!<br />

Verda<strong>de</strong>ramente, el mundo ha sido -y es- un insignificante pañuelo...<br />

El sol, tan agotado como estos exploradores, se rugaba por el oeste, concediendo<br />

perdón y <strong>de</strong>jando libres a las criaturas.<br />

Aceleramos. Apenas restaban dos horas <strong>de</strong> luz y el lago Hule, si no erraba,<br />

distaba aún cinco piedras miliares (cada seis kilómetros).<br />

Al contemplar a mi hermano, feliz y confiado, con el silencioso pelirrojo sobre<br />

los hombros, regresaron las viejas dudas y recelos.<br />

Se había salido con la suya. Muy bien. Y ahora, ¿qué?<br />

¿Se lo <strong>de</strong>cía? ¿Le ponía en antece<strong>de</strong>ntes <strong>de</strong>l mal que, con toda seguridad,<br />

pa<strong>de</strong>cía el muchachito?<br />

No me atreví. Lo <strong>de</strong>jaría para mejor ocasión. Quizá terminara por <strong>de</strong>scubrirlo.<br />

Era irremediable.<br />

Sí, una vez más me abandoné en manos <strong>de</strong>l Destino. Él «sabía»...<br />

Inmerso en estas reflexiones necesité un tiempo para darme cuenta que olvidaba<br />

algo vital: las referencias geográficas. Y procuré espantar las inquietu<strong>de</strong>s,<br />

centrándome en lo que tenía a la vista.<br />

Des<strong>de</strong> el cruce <strong>de</strong> Taraba, el paisaje cambió. El Jordán, cada vez más alejado<br />

<strong>de</strong> la senda, <strong>de</strong>sapareció por <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> una nueva oleada <strong>de</strong> olivos. Huertos y<br />

plantaciones quedaron allá abajo, a la izquierda, ahora resucitados por un sol<br />

oblicuo y en retirada.<br />

El camino, voluntarioso, siguió conquistando repechos y vaguadas. Calculé<br />

que el abrupto perfil alcanzaba ya los 800 o 900 metros.<br />

A la <strong>de</strong>recha, los nogales y algarrobos <strong>de</strong> los kilómetros prece<strong>de</strong>ntes fueron<br />

reemplazados por otro inmenso, tupido y verdinegro horizonte en el que<br />

gobernaban el tortuoso ramaje <strong>de</strong> los robles <strong>de</strong>l Tabor (los sagrados allon) y<br />

las suaves y <strong>de</strong>speinadas copas <strong>de</strong> los pinos carrascos (los etz shemen),<br />

veteranos conquistadores <strong>de</strong> aquella agreste y bellísima Palestina <strong>de</strong> Jesús <strong>de</strong><br />

Nazaret. Y <strong>de</strong> vez en cuando, asomándose tímidos a la senda, huyendo <strong>de</strong>l<br />

escandaloso cónclave <strong>de</strong> las aves y <strong>de</strong> los amarillos cañones <strong>de</strong> luz <strong>de</strong> la<br />

espesura, los ar, los espartanos y sufridos laureles, metidos, incomprensiblemente,<br />

a aprendices <strong>de</strong> árboles.<br />

Aquél, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> entonces, fue el «tramo <strong>de</strong> los ar».<br />

146


Al coronar una <strong>de</strong> las rebel<strong>de</strong>s pendientes, exhaustos, divisamos al fin la<br />

encrucijada <strong>de</strong> Qazrin.<br />

¡Un edificio!<br />

Sorpresa.<br />

Era el primero en los 17 kilómetros recorridos <strong>de</strong>s<strong>de</strong> Nahum. Se alzaba negro<br />

y <strong>de</strong>scuidado, a la diestra <strong>de</strong> la ruta y a corta distancia <strong>de</strong> la bifurcación. Quizá<br />

a diez o quince pasos más allá.<br />

A juzgar por el emplazamiento y la inconfundible lámina <strong>de</strong>duje que se trataba<br />

<strong>de</strong> una mutation, un hospedaje y estación <strong>de</strong>stinada al relevo <strong>de</strong> caballerías.<br />

Como las posadas que ya habíamos visitado, ésta constaba <strong>de</strong> dos<br />

plantas con un «<strong>de</strong>talle» que la distinguía <strong>de</strong> las anteriores: una engordada y<br />

alta muralla <strong>de</strong> casi tres metros que la abrazaba y protegía en su totalidad,<br />

formando un rectángulo <strong>de</strong> unos 50 metros <strong>de</strong> lado. Estábamos en la Gaulanitis,<br />

tierra <strong>de</strong> bandidos, proscritos e in<strong>de</strong>seables. Esta lamentable realidad<br />

justificaba el oscuro y aparatoso murallón. Los viajeros, así, se sentían más<br />

seguros.<br />

Observamos atentamente. Otro inci<strong>de</strong>nte hubiera sido excesivo...<br />

Todo parecía tranquilo. Dormido.<br />

Al pie <strong>de</strong>l parapeto, a ambos lados <strong>de</strong>l camino y en los bor<strong>de</strong>s <strong>de</strong> la encrucijada,<br />

dormitaban y conversaban los inevitables ven<strong>de</strong>dores. En esta ocasión<br />

más <strong>de</strong> cincuenta. Era lógico. Aquel ramal conducía a la mencionada Qazrin,<br />

una industriosa localidad <strong>de</strong> algo más <strong>de</strong> tres mil almas, ubicada a seis kilómetros,<br />

ro<strong>de</strong>ada <strong>de</strong> bosques y montada en un peñasco, a 900 metros <strong>de</strong> altitud.<br />

Una plácida al<strong>de</strong>a <strong>de</strong> leñadores y felah que recorreríamos, en su momento,<br />

a la sombra <strong>de</strong>l Galileo.<br />

Los robles y pinos <strong>de</strong> Alepo, obligados por los campesinos, habían retrocedido.<br />

En su lugar, alguien, paciente y <strong>de</strong>licadamente, pintó una marcial formación<br />

<strong>de</strong> olivos. Eran centenares, trazados a tiralíneas y anestesiados por el furioso<br />

sisear <strong>de</strong> las cigarras. Agrietados y epilépticos se perdían hacia el norte, civilizando,<br />

a su manera, el primitivo paisaje.<br />

Al fondo, a un tiro <strong>de</strong> piedra <strong>de</strong>l albergue, un puentecillo <strong>de</strong> troncos brincaba<br />

alegre y ágil sobre un wadi por el que huía, cristalino y con prisas, un riachuelo<br />

<strong>de</strong> menguado porte. A la pesada carga <strong>de</strong>l caluroso estío, el mo<strong>de</strong>sto<br />

tributario <strong>de</strong>l Jordán veía añadida ahora la no menos molesta presencia <strong>de</strong><br />

una chiquillería <strong>de</strong>snuda, alborotadora y feliz.<br />

Al <strong>de</strong>scubrir a los niños, «Denario» lanzó un ronco chillido. Y <strong>de</strong>slizándose por<br />

las espaldas <strong>de</strong> Eliseo corrió pendiente abajo, reuniéndose con el festivo<br />

grupo. No lo dudó. De un salto se zambulló en las refrescantes aguas, mezclándose<br />

con los muchachos.<br />

Mi hermano, sorprendido, no supo qué hacer. Lo tranquilicé, explicando que el<br />

baño, amén <strong>de</strong> arrastrar parte <strong>de</strong> la mugre, calmaría el dolor <strong>de</strong> la espalda,<br />

provocando una vasoconstricción y la consiguiente y benéfica reducción <strong>de</strong> los<br />

147


e<strong>de</strong>mas.<br />

Avanzamos en silencio.<br />

Observé a Eliseo <strong>de</strong> reojo, pero no percibí señal alguna <strong>de</strong> que hubiera <strong>de</strong>tectado<br />

la dolencia <strong>de</strong>l ladronzuelo.<br />

¿Es que estaba ciego? ¿Cómo era posible? El último grito, gutural, casi estrangulado,<br />

era un síntoma inequívoco...<br />

Al llegar a la encrucijada, como era <strong>de</strong> prever, los felah se movilizaron.<br />

Hicieron gestos para que nos acercáramos. Pero no era ésa la intención. Y al<br />

comprobar que pasábamos <strong>de</strong> largo, algunos, los más <strong>de</strong>cididos, nos salieron<br />

al encuentro, mostrando el género entre interminables parloteos y reverencias<br />

más que fingidas.<br />

Mi hermano, siempre afable y con<strong>de</strong>scendiente, se <strong>de</strong>tuvo, examinando las<br />

mercancías. Me resigné.<br />

La zona, como dije, rica en bosques, ofrecía a los naturales un buen puñado<br />

<strong>de</strong> productos <strong>de</strong>rivados <strong>de</strong> los algarrobos, robles, carrascos y laureles.<br />

El más abundante, dispuesto en cestas y sacos, lo constituía la semilla <strong>de</strong>l<br />

haruv (el algarrobo). Unas vainas marrones, <strong>de</strong> pulpa azucarada y generosa<br />

en calcio, consumidas, a partes iguales, por el pueblo y el ganado (en especial,<br />

por las gran<strong>de</strong>s piaras <strong>de</strong> cerdos existentes en la orilla oriental <strong>de</strong>l yam). Las<br />

vendían frescas, <strong>de</strong>secadas o molidas. Con esta harina confeccionaban unas<br />

sabrosas tortas, muy apreciadas por los hombres y mujeres que <strong>de</strong>seaban<br />

conservar la línea. En Qazrin, cuando la visitamos, <strong>de</strong>scubrimos con asombro<br />

toda una «industria», basada precisamente en esta semilla, la keratia. Los<br />

campesinos procedían a su molienda, obteniendo un polvo ocre con el que<br />

endulzaban bebidas y postres. El ingenio <strong>de</strong> los felah iba, incluso, más allá.<br />

Dicho polvo era mezclado con huevos, leche y miel, y el resultado -convertido<br />

en tabletas- exportado como una suerte <strong>de</strong> «chocolate». De la keratia, en fin,<br />

a<strong>de</strong>más <strong>de</strong> ser utilizada como medida <strong>de</strong> peso para el oro, extraían una<br />

ambarina goma que perfumaba los cosméticos.<br />

Eliseo, perplejo, me reclamó. Acudí intrigado y, al verificar el contenido,<br />

asentí. Al pie <strong>de</strong>l murallón, en efecto, otro <strong>de</strong> los ten<strong>de</strong>retes ofrecía al sediento<br />

caminante un líquido rubio, <strong>de</strong> gran consumo entre judíos y gentiles.<br />

Quien esto escribe ya lo había observado en anteriores exploraciones. En<br />

gran<strong>de</strong>s jarras <strong>de</strong> vidrio o cerámica, materialmente enterradas en la nieve<br />

proce<strong>de</strong>nte <strong>de</strong>l Hermón, aquel galileo vendía cerveza... Una cerveza ligera y<br />

medianamente bebible, fruto <strong>de</strong> la fermentación <strong>de</strong> la cebada. En el proceso,<br />

el almidón se transformaba en azúcar y, posteriormente, en un alcohol <strong>de</strong><br />

tímida graduación y en dióxido <strong>de</strong> carbono. Los recipientes, provistos <strong>de</strong><br />

coladores (algo similar a los <strong>de</strong> las mo<strong>de</strong>rnas teteras), suministraban el líquido<br />

limpio, sin rastro <strong>de</strong> la cáscara <strong>de</strong> cebada.<br />

Poco faltó para que solicitáramos un par <strong>de</strong> medidas. Más a<strong>de</strong>lante, superados<br />

los lógicos escrúpulos, estos exploradores disfrutarían en más <strong>de</strong> una ocasión<br />

148


<strong>de</strong> los oportunos y benéficos puestos <strong>de</strong> cerveza.<br />

En aquella estratégica zona <strong>de</strong>l «mercadillo», a lo largo <strong>de</strong> la tapia frontal <strong>de</strong>l<br />

albergue, los ven<strong>de</strong>dores eran mujeres. Hebreas, beduinas y fenicias, tan<br />

parlanchinas, discutidoras y <strong>de</strong>scaradas como los hombres..., o más.<br />

Al cruzar a su altura, el apuesto Eliseo tuvo que soportar toda suerte <strong>de</strong><br />

«lin<strong>de</strong>zas», <strong>de</strong>stinadas, naturalmente, a atraer la atención <strong>de</strong>l viajero sobre<br />

las mercancías. Pero el tímido ingeniero, sofocado y rojo como la grana, no<br />

captó la intencionalidad. Y apretó el paso. Pero todo estaba previsto entre las<br />

astutas y veteranas matronas. De inmediato, a una or<strong>de</strong>n colectiva, varios <strong>de</strong><br />

los pequeñuelos que las acompañaban cortaron el nervioso caminar <strong>de</strong> mi<br />

compañero. Y, como un tonto, lo arrastraron hasta los cuencos y canastas. Ya<br />

apren<strong>de</strong>ría...<br />

Supongo que mi amplia sonrisa lo tranquilizó. En el fondo, como en todas las<br />

épocas, sólo pretendían ven<strong>de</strong>r.<br />

El género lo integraban también los frutos habituales <strong>de</strong> la región: semillas y<br />

cortezas <strong>de</strong> pino <strong>de</strong> Alepo y laurel.<br />

Las primeras, sueltas o enquistadas en miel. Según las maliciosas mujeres,<br />

«muy a<strong>de</strong>cuadas para los que sufrían impotencia sexual».<br />

Eliseo, medio recuperado, replicó que no era ése su caso. Y las ven<strong>de</strong>doras,<br />

cáusticas, ulularon a coro, enrojeciendo <strong>de</strong> nuevo al inocente explorador. Se<br />

<strong>de</strong>fendió como pudo y, obviamente, fui yo la «víctima»...<br />

-¿Has pensado en tu «novio»? Quizá te lo agra<strong>de</strong>zca.<br />

Negué nervioso. Demasiado tar<strong>de</strong>. La parroquia, divertida, se ensañó con<br />

quien esto escribe. Y tuve que soportar las más mordaces insinuaciones. Lo di<br />

por bueno. Mi compañero, muerto <strong>de</strong> risa, equilibró el ánimo.<br />

En otras vasijas aparecían los granos previamente tostados. De aquello<br />

tampoco sabíamos gran cosa. Pues bien, ante nuestra sorpresa, resultó ser la<br />

base para una infusión negra, suave y aromatizada, muy cercana al «café».<br />

Los montañeses la consumían día y noche.<br />

Pero la más próspera «industria» <strong>de</strong> la región, <strong>de</strong>rivada <strong>de</strong> los pinos carrascos,<br />

se fundamentaba en el aprovechamiento <strong>de</strong> su resina. Los habitantes <strong>de</strong><br />

Qazrin la recogían y envasaban, exportándola a numerosos países. Sobre<br />

todo a Grecia y a otros pueblos productores <strong>de</strong> vino blanco. Con ella, embadurnando<br />

el interior <strong>de</strong> cubas y toneles, evitaban que se agriara el vino. El<br />

licor, así tratado, recibía el nombre <strong>de</strong> retsina y era igualmente cotizado entre<br />

los más exigentes y exquisitos.<br />

En gran<strong>de</strong>s montones, apilada en mantas o directamente sobre la ceniza<br />

volcánica <strong>de</strong>l terreno, se ofrecía también la corteza <strong>de</strong>l Alepo.<br />

Intrigado, pregunté.<br />

La verdad es que el ingenio y la picaresca <strong>de</strong> los felah no conocían fronteras.<br />

Una vez pulverizada servía como emplasto, favoreciendo la cicatrización <strong>de</strong><br />

las heridas. Algunos gremios, especialmente barberos y «auxiliadores»<br />

149


(médicos), se la disputaban. Si la molienda era <strong>de</strong>stilada, la «brea» resultante<br />

actuaba, a<strong>de</strong>más, como antiséptico y -según las mujeres- «milagroso remedio<br />

contra las arrugas». A juzgar por sus rostros, consumidos por una<br />

vejez prematura, puse en duda tales afirmaciones. Pero, como en todas las<br />

épocas, siempre había incautos que lo creían a pie juntillas...<br />

Por último, en el instructivo paseo frente a la posada, fuimos a dar con las no<br />

menos hábiles ven<strong>de</strong>doras <strong>de</strong> laurel. Por un lado vendían las hojas, imprescindibles<br />

en la cocina. Por otro, los frutos, <strong>de</strong> un negro brillante, empleados<br />

como tónicos estomacales y, lo más asombroso, como «favorecedores <strong>de</strong> la<br />

menstruación». Al retornar al Ravid y consultar a mi «novio», «Santa Claus»<br />

confirmó lo dicho por las expertas mujeres. El ar, al igual que la ruda, sabina<br />

o ápio, disfrutaba <strong>de</strong> unas excelentes propieda<strong>de</strong>s emenagogas, excitando<br />

directamente los órganos genitales. Para ello lo trituraban, mezclando el<br />

espeso jugo con vino tinto o licor <strong>de</strong> enebro. Lo tomaban las que presentaban<br />

irregularida<strong>de</strong>s en el ciclo menstrual y las niñas retrasadas respecto a la<br />

pubertad. Naturalmente, en este último caso, siempre se escondían torcidas<br />

intenciones económicas. Según la Ley, las hebreas eran <strong>de</strong>sposadas a partir<br />

<strong>de</strong> los doce años y medio. Es <strong>de</strong>cir, con la primera regla. Si la familia tenía la<br />

ocasión <strong>de</strong> casar a la hija con un buen partido, pero la pequeña no era todavía<br />

mujer, le administraban la referida pócima, provocando así una prematura<br />

menstruación. Y el documento <strong>de</strong> esponsales era firmado y ben<strong>de</strong>cido.<br />

En otras zonas <strong>de</strong> Palestina, el fruto <strong>de</strong>l laurel se aprovechaba también para la<br />

obtención <strong>de</strong> un aceite ver<strong>de</strong> oscuro, muy aromático, que añadían en la fabricación<br />

<strong>de</strong> jabones <strong>de</strong> lujo.<br />

Al llegar al portalón <strong>de</strong> la muralla, abierto <strong>de</strong> par en par, consciente <strong>de</strong> que las<br />

incombustibles ven<strong>de</strong>doras podían enredarnos hasta el infinito, me las ingenié<br />

para rescatar a Eliseo, escapando vergonzosamente -lo sé- hacia el<br />

interior <strong>de</strong> la posada. A nuestras espaldas, inevitables, sonaron silbidos <strong>de</strong><br />

protesta y más <strong>de</strong> una maldición.<br />

En principio no teníamos intención <strong>de</strong> pernoctar en el lúgubre y poco recomendable<br />

albergue. Pero, ya que estábamos allí, bueno sería echar una<br />

ojeada. Con el Destino nunca se sabe...<br />

El amplio patio se hallaba <strong>de</strong>sierto. Como en la mayoría <strong>de</strong> las edificaciones <strong>de</strong><br />

la comarca, el basalto era el principal, casi único, material empleado en la<br />

construcción. Gran<strong>de</strong>s losas oscuras, heridas, polvorientas y achacosas pavimentaban<br />

la <strong>de</strong>sahogada explanada.<br />

A la izquierda (tomando como referencia el portalón), al pie <strong>de</strong> la tapia, se<br />

alzaban un pozo cuadrado y dos estrechos y altos abreva<strong>de</strong>ros, adosados al<br />

brocal y paralelos a la muralla. Una pareja <strong>de</strong> onagros, suelta y aburrida,<br />

bebía con <strong>de</strong>sgana, peleando sin éxito contra una pertinaz y zumbante<br />

mancha <strong>de</strong> tábanos. Los jumentos nos miraron huraños.<br />

150


A la <strong>de</strong>recha y al frente, en forma <strong>de</strong> «L», se levantaba el negro y hostil<br />

edificio <strong>de</strong> la posada. Una viejísima y estirada casona <strong>de</strong> dos plantas, tan<br />

aburrida y mal encarada como los burros. En la parte baja, a través <strong>de</strong> siete<br />

oscuros y corpulentos arcos, se adivinaban los establos, probablemente vacíos.<br />

Y en la zona superior, la típica y tradicional galería, proporcionando<br />

cobijo a una treintena <strong>de</strong> menguadas y <strong>de</strong>slucidas puertas <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra. Casi<br />

con seguridad, las habitaciones <strong>de</strong> los clientes. En los extremos <strong>de</strong> la «L»,<br />

sendas escaleras <strong>de</strong> piedra, empotradas en los muros, permitían el acceso al<br />

corredor y a las celdas. En lo alto <strong>de</strong> los peldaños, colgadas <strong>de</strong> los dinteles,<br />

aparecían otras tantas cortinas rojas. Aquello, en todas las posadas, anunciaba<br />

que aún quedaba sitio para posibles y rezagados caminantes.<br />

Ante lo avanzado <strong>de</strong>l caluroso agosto, y la coinci<strong>de</strong>ncia <strong>de</strong>l sábado, era<br />

presumible que el lugar se hallara casi vacío. No nos equivocamos.<br />

Eliseo reparó en «algo» que <strong>de</strong>stacaba en la muralla <strong>de</strong> la izquierda, a escasa<br />

altura por encima <strong>de</strong>l pozo. Curioso, como siempre, se aproximó. Y le seguí,<br />

un tanto <strong>de</strong>sconcertado por el absoluto silencio.<br />

Se trataba <strong>de</strong> un cartel, con una leyenda en koiné y arameo, grabada a fuego<br />

en una plancha <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra.<br />

«No arrojes piedras a la fuente <strong>de</strong> la que has bebido.»<br />

El aviso era bastante común en pozos y «alas <strong>de</strong>l pájaro» (fuentes).<br />

En la parte inferior, el responsable <strong>de</strong>l albergue, harto <strong>de</strong> la pésima educación<br />

<strong>de</strong> muchos <strong>de</strong> los visitantes, había añadido:<br />

«Y no orines en los abreva<strong>de</strong>ros.»<br />

Los asnos, displicentes, mantuvieron la distancia, jugueteando con el agua y<br />

rebuscando entre las milagrosas hierbas que coloreaban las juntas <strong>de</strong> las<br />

losas.<br />

De pronto, un súbito repiqueteo nos sacó <strong>de</strong> la atenta lectura. Al volvernos<br />

<strong>de</strong>scubrimos frente a uno <strong>de</strong> los arcos a una mujer que, danzando, se<br />

aproximaba hacia nosotros.<br />

Nos miramos <strong>de</strong>sconcertados.<br />

Solicité calma. Aquélla era otra <strong>de</strong> las costumbres entre los posa<strong>de</strong>ros. Sobre<br />

todo, cuando los clientes escaseaban. En muchos albergues, patrones o<br />

empleados salían al encuentro <strong>de</strong> los viajeros y, bailando, prometían toda<br />

suerte <strong>de</strong> placeres si aceptaban entrar y alojarse en sus dominios.<br />

Sensual, contoneándose y sin <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> golpear unas blancas castañuelas <strong>de</strong><br />

ma<strong>de</strong>ra, terminó por llegar a nuestra altura.<br />

Eliseo, <strong>de</strong>scompuesto, hizo ímprobos esfuerzos para no soltar una más que<br />

justificada carcajada. Lo fulminé con la mirada aunque, verda<strong>de</strong>ramente, la<br />

estampa resultaba tragicómica.<br />

Sonriente, envuelta en una vaporosa túnica <strong>de</strong> seda ver<strong>de</strong>, la esquelética<br />

«aparición» prosiguió el baile, girando sobre sí misma y brincando <strong>de</strong> vez en<br />

cuando con un más que dudoso donaire.<br />

151


Los pies, <strong>de</strong>scalzos y sucios, me parecieron raros. Enormes para una mujer.<br />

Largos como tumbas <strong>de</strong> filisteos...<br />

Pero, torpe y lento <strong>de</strong> reflejos, no caí en la cuenta.<br />

La grotesca danza, al son <strong>de</strong>l insufrible toque <strong>de</strong> castañuelas, concluyó al fin<br />

con una violenta reverencia. Aquél, sin embargo, no era su día...<br />

Al inclinarse, rozando el suelo con los ensortijados y largos cabellos rubios, la<br />

«melena» se <strong>de</strong>spegó, precipitándose contra el pavimento.<br />

Mi compañero no lo resistió. Y las carcajadas retumbaron en el patio, siendo<br />

puntualmente correspondidas por unos no menos inoportunos rebuznos. Los<br />

asnos, en efecto, eran más inteligentes <strong>de</strong> lo que suponíamos.<br />

La anfitriona, aturdida, rescató la peluca, encasquetándosela en un cráneo<br />

mondo y lirondo.<br />

Nos miró <strong>de</strong>safiante. Con dureza.<br />

Pero Eliseo, rápido, rectificó, replicando con otra ceremoniosa inclinación <strong>de</strong><br />

cabeza.<br />

Sudorosa y rendida, aceptó el cumplido. Sonrió <strong>de</strong> nuevo y, guiñando un ojo,<br />

nos felicitó por haber escogido su casa. La voz, cuadrada y profunda como el<br />

pozo, me <strong>de</strong>scolocó. Pero seguí en las nubes...<br />

Los goterones <strong>de</strong> sudor, <strong>de</strong>scolgándose por el estrecho y huesudo rostro,<br />

terminaron <strong>de</strong> aguarle la fiesta. Inmisericor<strong>de</strong>s, se llevaron por <strong>de</strong>lante el azul<br />

que sombreaba los ojos y el rojo cinabrio que explotaba en los labios.<br />

Dio media vuelta y, dando por hecho que aceptábamos la invitación, provocadora,<br />

recreándose en unos bien estudiados movimientos <strong>de</strong> ca<strong>de</strong>ras, se<br />

alejó hacia el edificio.<br />

El ingeniero preguntó.<br />

¿Qué hacíamos?<br />

Me sentí atrapado.<br />

Dormir en aquel lugar no figuraba en los planes. Sin embargo, el lógico<br />

cansancio y los kilómetros que nos separaban <strong>de</strong>l lago Hule me hicieron<br />

dudar.<br />

Parlamentamos.<br />

A mi amigo, la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> suspen<strong>de</strong>r la marcha le pareció positiva. Al día siguiente,<br />

con el frescor <strong>de</strong>l amanecer, recuperaríamos el tiempo perdido.<br />

¿Tiempo perdido?<br />

El Destino sonrió burlonamente. Por supuesto, nos esperaba en el interior...<br />

Acepté. Me hice cargo <strong>de</strong>l petate <strong>de</strong> mi compañero y, resignado, dirigí los<br />

pasos hacia el arco por el que acababa <strong>de</strong> <strong>de</strong>saparecer la «danzarina». Eliseo<br />

regresó al exterior, a la búsqueda <strong>de</strong>l pelirrojo.<br />

¡Dios bendito!<br />

En cuestión <strong>de</strong> posadas no lo había visto todo...<br />

Aquélla superaba la suciedad y la miseria <strong>de</strong> cuantas figuraban en nuestro<br />

152


haber.<br />

Al término <strong>de</strong> la oscura y fétida arcada tuve que taparme el rostro. Un humazo<br />

blanco llenaba casi por completo la amplia estancia que hacía las veces <strong>de</strong><br />

cocina, comedor y «salón social». Una sala rectangular <strong>de</strong> ocho por cinco<br />

metros, pésimamente aireada por un par <strong>de</strong> angostas troneras y humillada<br />

por una penumbra crónica.<br />

Escuché gritos y maldiciones. Era la voz <strong>de</strong> esparto <strong>de</strong> la «aparición». Después,<br />

el siseo <strong>de</strong>l agua al ser arrojada sobre el fuego. Y la humareda, poco a<br />

poco, se extinguió. Pero la patrona continuó vociferando, arremetiendo contra<br />

dos jovencitos, responsables, al parecer, <strong>de</strong>l <strong>de</strong>saguisado. Los sirvientes,<br />

acobardados, se retiraron a un extremo <strong>de</strong> la «cocina». Y la mujer, al percatarse<br />

<strong>de</strong> mi presencia, se apresuró a reunirse con este explorador, <strong>de</strong>shaciéndose<br />

en mil excusas y tachando a la servidumbre <strong>de</strong> inútil y bastarda.<br />

Rogó que tomara posesión <strong>de</strong> su casa y, retornando al simulacro <strong>de</strong> cocina, la<br />

vi llenar una jarra.<br />

¡Dios mío! ¿Dón<strong>de</strong> estábamos?<br />

Un largo «mostrador» dividía la sala en dos «ambientes», por llamarlo <strong>de</strong> una<br />

forma caritativa. Era el típico tablero <strong>de</strong> las tabernas y albergues públicos:<br />

una plancha <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra <strong>de</strong> unos seis metros, abierta por cinco puntos y en los<br />

que fueron encajadas otras tantas y panzudas tinajas, ancladas, a su vez, al<br />

pavimento <strong>de</strong> piedra. Al otro lado, al pie <strong>de</strong>l muro que se levantaba frente al<br />

arco <strong>de</strong> entrada, iluminada (?) por las voluntariosas troneras, se distinguía<br />

una caótica sucesión <strong>de</strong> pucheros, fogones <strong>de</strong> hierro, sacos y cestas, jaulas <strong>de</strong><br />

ma<strong>de</strong>ra con pollos y gallinas medio asfixiados, platos, cuencos <strong>de</strong> barro y un<br />

par <strong>de</strong> mesas atestadas <strong>de</strong> hortalizas, hogazas <strong>de</strong> pan moreno y una temible<br />

familia <strong>de</strong> cuchillos, clavada en una superficie húmeda y grasienta.<br />

En lo alto, colgando <strong>de</strong> la <strong>de</strong>scascarillada techumbre, mortificados por insectos<br />

y moscas, goteaban grasa y sangre <strong>de</strong> varios costillares, algunos<br />

cor<strong>de</strong>ros <strong>de</strong>sollados y numerosas ristras <strong>de</strong> un embutido negro y rezumante.<br />

El resto <strong>de</strong>l «ajuar» lo integraban tres larguiruchas mesas <strong>de</strong> pino carrasco,<br />

tan cojas como gastadas por el tiempo y la roña, estratégicamente or<strong>de</strong>nadas<br />

en paralelo en el centro <strong>de</strong>l salón-comedor. Tres lucernas <strong>de</strong> aceite, más<br />

voluntariosas, si cabe, que las troneras, combatían con un amarillo oscilante<br />

la <strong>de</strong>nsa y pesada penumbra.<br />

La mujer insistió. Tomé asiento y, <strong>de</strong> un trago, apuré el vaso <strong>de</strong> tinto caliente<br />

que acababa <strong>de</strong> escanciar. La verdad es que lo necesitaba.<br />

Sonrió complacida, sirviendo una segunda ronda. Traté <strong>de</strong> rechazarla, pero,<br />

sagaz e intuitiva, advirtiendo que se hallaba frente a un extranjero, <strong>de</strong>jó a un<br />

lado el arameo galalaico y, expresándose en una koiné impecable, anunció sin<br />

ro<strong>de</strong>os:<br />

-El vino es gratis...<br />

Y, curiosa, sin el menor pudor, inició un bombar<strong>de</strong>o <strong>de</strong> preguntas, intere-<br />

153


sándose por nuestros orígenes, motivo <strong>de</strong>l viaje, <strong>de</strong>stino, profesión y, sobre<br />

todo, por la «salud» <strong>de</strong> la bolsa que colgaba <strong>de</strong>l ceñidor.<br />

Escapé como pu<strong>de</strong>, improvisando. Sólo éramos unos griegos, <strong>de</strong> paso hacia el<br />

norte, y empeñados en ver mundo...<br />

Supongo que me creyó. En este tipo <strong>de</strong> locales era peligroso hablar más <strong>de</strong> la<br />

cuenta. Los espías <strong>de</strong> Roma, y también los numerosos confi<strong>de</strong>ntes <strong>de</strong> los<br />

tetrarcas, menu<strong>de</strong>aban por albergues y estaciones <strong>de</strong> cambio <strong>de</strong> caballerías,<br />

compartiendo mesa y mantel con lugareños y viajeros. En el discurrir <strong>de</strong> la<br />

vida pública <strong>de</strong>l Maestro tendríamos la oportunidad <strong>de</strong> comprobarlo: algunos<br />

<strong>de</strong> estos «infiltrados» se dieron prisa en seguir los pasos <strong>de</strong>l rabí, informando<br />

puntualmente al gobernador, a Filipo, a su hermanastro Antipas y a la crema<br />

<strong>de</strong> las castas sacerdotales <strong>de</strong> cuanto hacía y <strong>de</strong>cía. Lógicamente, ante una<br />

situación así, todos <strong>de</strong>sconfiaban <strong>de</strong> todos. (Flavio Josefo lo apunta en varias<br />

ocasiones. Jerusalén, en concreto, sobre todo bajo el reinado <strong>de</strong> Here<strong>de</strong>s el<br />

Gran<strong>de</strong>, se convirtió en una ciudad en la que sus habitantes procuraban<br />

hablar en voz baja y lo menos posible. Hasta el propio «criado edomita»<br />

-Hero<strong>de</strong>s- se disfrazaba, mezclándose con sus súbditos y escuchando los<br />

comentarios que se hacían sobre él o sobre Roma.)<br />

En este caso, sin embargo, me equivoqué. Por lo que averiguaríamos más<br />

a<strong>de</strong>lante, la jefa <strong>de</strong> la posada <strong>de</strong>l cruce <strong>de</strong> Qazrin no era muy simpatizante,<br />

que digamos, <strong>de</strong> los kittim y, mucho menos, <strong>de</strong> los hijos y here<strong>de</strong>ros <strong>de</strong><br />

Hero<strong>de</strong>s al Gran<strong>de</strong>...<br />

Pero <strong>de</strong> esto me ocuparé a su <strong>de</strong>bido tiempo.<br />

No tuve que interrogarla. Ella misma se presentó. Dijo llamarse Sitio y ser<br />

oriunda <strong>de</strong> Pompeya. Allí, en la hermosa ciudad italiana, regentó un próspero<br />

oshpisa, un hospitium u hospedaje muy popular y reconocido -según sus<br />

palabras- por la fina cerveza <strong>de</strong> Media y las langostas encurtidas en vinagre.<br />

¿Sitio?<br />

El nombre, si no recordaba mal, era <strong>de</strong> varón.<br />

Qué extraño...<br />

Y al fin, este ciego explorador cayó <strong>de</strong>l olivo. Todo encajaba. Los gran<strong>de</strong>s pies,<br />

la voz <strong>de</strong> minero y, naturalmente, la puntiaguda nuez, subiendo y bajando sin<br />

<strong>de</strong>scanso en la laringe...<br />

Pero, discreto, incapaz <strong>de</strong> «lastimarla», me abstuve <strong>de</strong> formular comentario<br />

alguno sobre su sexo.<br />

Animada y agra<strong>de</strong>cida ante la esmerada atención prestada por aquel <strong>de</strong>sconocido<br />

continuó la perorata, haciéndome saber que, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la subida al<br />

po<strong>de</strong>r <strong>de</strong>l maldito «viejecito» (el emperador Tiberio), todo se volvió contra<br />

ella. Los impuestos la ahogaron y los acreedores, finalmente, la forzaron a<br />

huir con lo puesto. Tras una turbulenta estancia en Tiro, don<strong>de</strong> trabajó como<br />

«burrita», intérprete y mesonera, optó por probar fortuna en la Gaulanitis. Y<br />

154


allí estaba, al frente <strong>de</strong> una posada <strong>de</strong> mala muerte, «entre bastardos e incultos<br />

galileos».<br />

Hizo una pausa. Mojó los <strong>de</strong>scompuestos y churretosos labios rojos en el vino<br />

y, <strong>de</strong> pronto, los ojos chispearon. Y, solemne, proclamó:<br />

-Pero esto no durará mucho... Pronto hallaré la fortuna.<br />

¿Quién lo hubiera imaginado? Acertó, sí, pero no como suponía. La fortuna, en<br />

efecto, la visitaría. Una «fortuna» con nombre propio: Jesús <strong>de</strong> Nazaret...<br />

Apuró la bebida y, excusándose, retornó a la «cocina». La cena -aseguróestaría<br />

lista antes <strong>de</strong>l anochecer.<br />

Tentado estuve <strong>de</strong> volver al camino. La tardanza <strong>de</strong> Eliseo empezaba a inquietarme.<br />

Sin embargo, esperé.<br />

Me alcé y, tomando una <strong>de</strong> las lámparas <strong>de</strong> aceite, fui a inspeccionar «algo»<br />

que me tenía intrigado. La totalidad <strong>de</strong> los muros, incluyendo el <strong>de</strong> las troneras,<br />

aparecía cubierta con una excitante «<strong>de</strong>coración».<br />

Aproximé la flama.<br />

Curioso...<br />

«Aquello» no era lo habitual en las toscas y primitivas posadas <strong>de</strong> Palestina.<br />

Me paseé ante la pared <strong>de</strong> la entrada y mi asombro fue en aumento.<br />

De vez en cuando, expectante, la patrona lanzaba algunas miradas. Mi curiosidad,<br />

seguramente, la complació. No <strong>de</strong>bía <strong>de</strong> ser muy normal que los<br />

rudos visitantes se interesasen por aquella muestra <strong>de</strong> su innegable sensibilidad.<br />

No sé cuántos acerté a leer. Quizá veinte o treinta. Lo cierto es que, tras la<br />

lectura <strong>de</strong> los «cuadros», mi confusa opinión sobre Sitio fue <strong>de</strong>spejándose.<br />

Como <strong>de</strong>cía, aquel ser era más inteligente e inquieto <strong>de</strong> lo que aparentaba.<br />

Con paciencia y sabiduría, la dueña había ido colgando <strong>de</strong> las gastadas y<br />

<strong>de</strong>sabridas piedras <strong>de</strong>cenas <strong>de</strong> pequeñas y gran<strong>de</strong>s planchas <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra,<br />

pintadas o grabadas con sutiles, acertados e insinuantes dichos y adagios. La<br />

mayoría en arameo. Otros en el griego «internacional» (la koiné) y algunos en<br />

latín.<br />

Esa noche, al retirarnos, me apresuré a tomar buena nota <strong>de</strong> los más significativos.<br />

«Comer sin beber -rezaba uno <strong>de</strong> ellos- es como <strong>de</strong>vorar la propia sangre.»<br />

«Mercurio os anuncia aquí ganancia -<strong>de</strong>cía otro-. Apolo, salud y Sitio, albergue,<br />

buena cocina, grata conversación o silencio (según gustes).»<br />

«Quien entre en la posada <strong>de</strong> Sitio saldrá satisfecho. Si no fuera así es que<br />

sólo ha soñado que entraba.»<br />

Más allá, la <strong>de</strong>sconcertante «mujer» advertía:<br />

«Si un caminante acu<strong>de</strong> a esta casa, su Dios -Baal, Júpiter o el Santo, bendito<br />

sea su nombre- se sentará con él.»<br />

Y añadía mordaz:<br />

155


«Siempre paga el caminante... A Dios hay que <strong>de</strong>jarle en paz.»<br />

Francamente, me divertí, olvidando, incluso, la extraña y prolongada ausencia<br />

<strong>de</strong> mi hermano.<br />

«Que los pobres no pasen <strong>de</strong> largo -escribía en koiné-. Si no hay dinero, no<br />

importa... La servidumbre escasea.»<br />

«No te fíes <strong>de</strong> las apariencias -aseguraba con tino en otra <strong>de</strong> las planchas-.<br />

Las mujeres también son seres humanos.»<br />

Sencillamente inaudito. Las atrevidas sentencias hacían <strong>de</strong> Sitio una excepción<br />

en el <strong>de</strong>sprestigiado ramo <strong>de</strong> la hostelería <strong>de</strong> aquel tiempo. La casi totalidad<br />

<strong>de</strong> las posadas, <strong>de</strong>ntro y fuera <strong>de</strong> Israel, tenían una bien ganada fama<br />

<strong>de</strong> lugares <strong>de</strong> latrocinio, prostitución y abuso <strong>de</strong>smedido. Raro era el posa<strong>de</strong>ro<br />

honrado. Como afirma Petronio en su Trimalquio, «estos estafadores<br />

tienen más <strong>de</strong> aguadores que <strong>de</strong> taberneros». Cuando un viajero entraba por<br />

la puerta, siempre lo hacía en guardia y a la <strong>de</strong>fensiva. En cualquier momento<br />

podía surgir la mentira, el robo o la calamidad.<br />

En el muro <strong>de</strong> la <strong>de</strong>recha (siempre tomaré el arco <strong>de</strong> entrada como referencia),<br />

<strong>de</strong>stacando sobre los restantes «avisos», aparecía un «menú <strong>de</strong>l día», los<br />

precios y diversos «servicios extras»...<br />

«Sopa <strong>de</strong> verduras... Verduras "nuevas" -aclaraba-. Res guisada con tomillo y<br />

pimienta negra (no recomendable para célibes y virtuosos) -volvía a puntualizar<br />

con sorna-... y "pirámi<strong>de</strong> <strong>de</strong> jengibre"... Sin límite... [Supuse que<br />

hacía alusión a que el cliente podía repetir cuanto gustase.]<br />

»Pan, vino y charla, regalo <strong>de</strong> la casa. Total: cuatro ases...<br />

»Por la cama, dos ases...»<br />

Y anunciaba con letras más <strong>de</strong>stacadas:<br />

«...Con "burrita" (prostituta), ocho ases... Baño gratis (en el río).»<br />

Por <strong>de</strong>bajo, en rojo, una advertencia obligada en los establecimientos regentados<br />

por gentiles:<br />

«Comida kosher a petición. Idéntico precio. La misma amabilidad.»<br />

Este tipo <strong>de</strong> «menú» -kosher o «limpio»- era habitualmente solicitado por los<br />

hebreos. En especial, por los más religiosos.<br />

Las carnes, sobre todo, eran celosamente vigiladas. Para ser kosher, según la<br />

rígida Ley <strong>de</strong> Moisés, tenían que haber sido seleccionadas y <strong>de</strong>spiezadas por<br />

carniceros expertos. Como mínimo, antes <strong>de</strong> ser cocinadas, <strong>de</strong>bían pasar por<br />

un baño purificador, a base <strong>de</strong> agua con sal. Cualquier rastro <strong>de</strong> sangre las<br />

invalidaba. La tradición <strong>de</strong>dicaba interminables y farragosas especificaciones<br />

al tipo <strong>de</strong> animales a sacrificar, herramientas <strong>de</strong> los matarifes, modo <strong>de</strong><br />

<strong>de</strong>güello, fórmulas para el <strong>de</strong>sangrado, prohibición <strong>de</strong> inmolación en el mismo<br />

día <strong>de</strong> madre y cría, tendón femoral (terminantemente prohibido) y artículos<br />

«puros o impuros». Toda una pesadilla, en efecto, que el pueblo liso y llano<br />

soportaba con las lógicas dificulta<strong>de</strong>s y que, en ocasiones, era motivo <strong>de</strong><br />

agrias polémicas. Para los rabiosos «vigilantes <strong>de</strong> la Tora» no había duda ni<br />

156


posibilidad <strong>de</strong> discusión. «Aquello» era la voluntad <strong>de</strong> Dios. Para otros, más<br />

sensatos, mezclar los «<strong>de</strong>seos divinos» con el hecho <strong>de</strong> disfrutar <strong>de</strong> un buen<br />

jamón o <strong>de</strong> una sabrosa centolla era algo absurdo. El propio Jesús <strong>de</strong> Nazaret,<br />

para regocijo <strong>de</strong> muchos, se vio envuelto en más <strong>de</strong> una discusión con los<br />

intransigentes doctores <strong>de</strong> la Ley. Y, naturalmente, los confundió. Unos encuentros<br />

dialécticos, por cierto, jamás mencionados por los evangelistas...<br />

Pero, sin duda, los que más me sorprendieron fueron los «carteles» que<br />

adornaban la pared <strong>de</strong> la izquierda.<br />

«Ama y busca la paz... Ama a los otros hombres y acércalos a la Ley.»<br />

«Si uno es agredido, serán dos a <strong>de</strong>fen<strong>de</strong>rse.»<br />

«Mejor no prometer que <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> cumplir lo prometido.»<br />

Los repasé varias veces y llegué a la misma conclusión: los dichos, en su<br />

mayoría, pertenecían a un venerado y ya <strong>de</strong>saparecido rabino <strong>de</strong> Jerusalén.<br />

En cierto modo, un precursor <strong>de</strong> la filosofía <strong>de</strong>l Galileo. Me refiero, claro está,<br />

a Hillel, muerto hacia el año 10 <strong>de</strong> nuestra era.<br />

«Quien extien<strong>de</strong> su fama -seguí leyendo- la hace perecer. Quien no aumenta,<br />

disminuye. Quien no apren<strong>de</strong> se hace reo <strong>de</strong> muerte. Quien se sirve <strong>de</strong> la<br />

corona (la Tora), <strong>de</strong>saparece.»<br />

«Más vale una sola mano llena <strong>de</strong> reposo que las dos llenas <strong>de</strong> trabajo y <strong>de</strong><br />

vanos afanes.»<br />

«Con lo mejor <strong>de</strong> tu riqueza adquiere la sabiduría. Con lo que poseas, compra<br />

la inteligencia.»<br />

Las sabias palabras, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> luego, me recordaron otras no menos certeras y<br />

sublimes.<br />

«Si no estoy para mí, ¿quién estará? Y si estoy para mí, ¿qué soy yo? Y si<br />

ahora no, ¿cuándo?»<br />

«¿Quién es rico?... El que se regocija con lo que tiene.»<br />

«La envidia, la codicia y la ambición abrevian la vida humana.»<br />

Poco a poco, como digo, mi admiración por Sitio fue creciendo.<br />

¿Quién era realmente aquella «mujer»? ¿Qué hacía en un lugar tan remoto y<br />

oscuro?<br />

Las siguientes frases me <strong>de</strong>jaron igualmente perplejo...<br />

«Habla poco y haz mucho. Y recibe a todo hombre con la cara sonriente.»<br />

«Cumple la voluntad <strong>de</strong> Dios como si fuera la tuya, para que haga Él la tuya<br />

como si fuera suya.»<br />

«No juzgues a tu prójimo hasta que no estés en sus mismas circunstancias.»<br />

Algún tiempo <strong>de</strong>spués, el Maestro hablaría <strong>de</strong> lo mismo. La voluntad <strong>de</strong>l Padre.<br />

Su gran mensaje. Su gran <strong>de</strong>seo...<br />

«Los ríos van todos al mar y la mar no se llena.»<br />

«Que el honor <strong>de</strong> tu amigo te sea tan querido como el tuyo propio.»<br />

«No te fíes <strong>de</strong> ti mismo hasta el día <strong>de</strong> tu muerte.»<br />

Un apetitoso tufillo a carne guisada casi me <strong>de</strong>svió <strong>de</strong> la lectura. Estaba<br />

157


hambriento.<br />

¿Y Eliseo? ¿Por qué no regresaba?<br />

«¿Quién es honrado?... Aquel que honra a otros.»<br />

«Anillo <strong>de</strong> oro en jeta <strong>de</strong> puerco es la bella mujer sin seso.»<br />

«Ve con los sabios y te harás sabio. Al que a necios se acerca le llega la<br />

<strong>de</strong>sdicha.»<br />

Sitio procedió a preparar la mesa. Me observó <strong>de</strong> reojo, pero no dijo nada.<br />

Ambos, creo, estábamos <strong>de</strong> acuerdo: la lectura era más importante.<br />

«Don<strong>de</strong> no hay hombres, esfuérzate por serlo.»<br />

«Cuanta más carne, más gusanos. Cuanta más riqueza, más preocupaciones.<br />

Cuantas más mujeres, más sortilegios. Cuantas más criadas, más incontinencia.<br />

Cuantos más esclavos, más robo. Cuanto más estudio <strong>de</strong> la Ley, más<br />

vida. Cuanta más escuela, más sabiduría. Cuanto más consejo, más inteligencia.<br />

Cuanta más justicia, más paz.»<br />

La patrona había subrayado «mujeres» y «sortilegios». Normal en su «caso»...<br />

«El contenido es más importante que el recipiente.»<br />

«Todo te ha sido dado como préstamo y una red se extien<strong>de</strong> sobre ti.»<br />

«No juzgues en solitario. Como mucho, júzgate a ti mismo.»<br />

Creí reconocer en algunas <strong>de</strong> las sentencias los ecos <strong>de</strong>l libro <strong>de</strong> los Proverbios<br />

y <strong>de</strong>l Eclesiastés. Pero, ¿cómo podía ser? Sitio, supuestamente, era pagana.<br />

«Es mejor el pacífico que el fuerte. El que domina su espíritu que el que<br />

conquista una ciudad.»<br />

«No <strong>de</strong>sprecies a nadie, ni rechaces ninguna cosa como imposible, porque no<br />

hay hombre que no tenga su honra, ni cosa que no tenga su lugar.»<br />

«Sé humildísimo, ya que lo que te espera es la muerte.»<br />

En la inminente y provi<strong>de</strong>ncial cena, la «mujer» nos aclararía el porqué <strong>de</strong> la<br />

singular «<strong>de</strong>coración». Y reconozco que, tanto mi compañero como yo, tuvimos<br />

que inclinarnos ante su poco común y, al mismo tiempo, ardiente <strong>de</strong>seo.<br />

Y surgiría otra interesante «sorpresa». Mejor dicho, varias «sorpresas»...<br />

«Todo aquel que profana en secreto el nombre <strong>de</strong> Dios será públicamente<br />

castigado.»<br />

«Que tu amor no <strong>de</strong>penda <strong>de</strong> las cosas, ni <strong>de</strong> lo que tienes, sino <strong>de</strong> lo que<br />

eres.»<br />

No hubo tiempo para más. De pronto, por el arco, irrumpió Eliseo. Le salí al<br />

encuentro. Y, furioso, exclamó:<br />

-¡Lo ha hecho otra vez!<br />

Intenté calmarlo. Su rostro aparecía sudoroso.<br />

-¿Lo ha hecho? Pero, ¿qué?..., ¿quién?<br />

Sitio, al <strong>de</strong>positar en la mesa una humeante olla <strong>de</strong> barro, nos miró intrigada.<br />

Mi hermano, visiblemente agotado, fue a tomar asiento y, moviendo la cabeza<br />

negativamente, repitió una y otra vez:<br />

158


-¡Lo ha hecho!... ¡Lo ha hecho!<br />

Sin querer, la posa<strong>de</strong>ra y quien esto escribe cruzamos una mirada. Y, <strong>de</strong>cidida,<br />

se inmiscuyó, preguntando la razón <strong>de</strong> semejante alarma.<br />

Tuvo más suerte que yo. Al punto, Eliseo, <strong>de</strong>rrotado, le manifestó que el niño<br />

que nos acompañaba había <strong>de</strong>saparecido.<br />

¿Otra vez?<br />

Mi hermano <strong>de</strong>talló la estéril búsqueda en el exterior. Consultó, incluso, a los<br />

pequeños que se bañaban en el río. Negativo. Ninguno le dio razón. Tampoco<br />

pudo localizarlo entre los ven<strong>de</strong>dores. Recorrió parte <strong>de</strong> la senda que llevaba<br />

al norte, pero resultó igualmente infructuoso. Y asustado y perplejo optó por<br />

regresar.<br />

Sitio, fría y racional, se interesó por las características <strong>de</strong>l <strong>de</strong>saparecido.<br />

Me a<strong>de</strong>lanté, dibujando el perfil y agregando «algo» que mantenía en secreto.<br />

Y el Destino, atento, intervino...<br />

La alusión a la posible dolencia <strong>de</strong>l ladronzuelo fue <strong>de</strong>terminante.<br />

-Pelirrojo..., mudo...<br />

La anfitriona meditó unos segundos. Y, segura, exclamó:<br />

-Ése sólo pue<strong>de</strong> ser el hijo <strong>de</strong> Assi...<br />

Eliseo, confuso, no daba crédito a lo que escuchaba. Ni a las palabras <strong>de</strong> Sitio,<br />

ni a las mías.<br />

-¿Mudo?... ¿«Denario» es mudo?<br />

-Sordo -maticé-. Casi con seguridad, sordo... Y ya ves que tiene familia. No<br />

<strong>de</strong>bemos preocuparnos. Es lógico que haya vuelto con los suyos.<br />

El ingeniero, verda<strong>de</strong>ramente, le había tomado cariño.<br />

Tuvo que esforzarse para aceptar la realidad. Finalmente, más sosegado, al<br />

amor <strong>de</strong> la suculenta sopa <strong>de</strong> verduras, prosiguió el interrogatorio. Sitio,<br />

solícita, comprendiendo la <strong>de</strong>sazón <strong>de</strong> mi compañero, le dio toda clase <strong>de</strong><br />

<strong>de</strong>talles. Al parecer, conocía bien a los naturales <strong>de</strong> la zona.<br />

Así fue como nos enteramos <strong>de</strong>l oscuro origen <strong>de</strong>l niño, <strong>de</strong> su lugar <strong>de</strong> resi<strong>de</strong>ncia<br />

y <strong>de</strong> la persona que lo cuidaba.<br />

Según la posa<strong>de</strong>ra, «Denario», cuyo nombre era «Examinado», cargaba con<br />

una doble <strong>de</strong>sgracia. A<strong>de</strong>más <strong>de</strong> sordomudo era mamzer (bastardo). La<br />

madre, una fenicia <strong>de</strong> Sidón <strong>de</strong>dicada a la prostitución, lo parió en la ciudad <strong>de</strong><br />

Paneas, don<strong>de</strong> trabajaba. Días más tar<strong>de</strong> lo entregó en un kan existente al sur<br />

<strong>de</strong>l lago Hule. (El kan era una antiquísima institución que se ocupaba <strong>de</strong><br />

acoger a todos aquellos -judíos o gentiles- que carecían <strong>de</strong> medios para sobrevivir.<br />

En ocasiones eran utilizados también como albergues <strong>de</strong> paso.<br />

Generalmente consistían en casonas o chozas, estratégicamente ubicadas,<br />

siempre abiertas, y a cargo <strong>de</strong> no judíos que se responsabilizaban <strong>de</strong>l alojamiento,<br />

comida y cuidado <strong>de</strong> resi<strong>de</strong>ntes o transeúntes. El sostenimiento<br />

corría por cuenta <strong>de</strong> los tetrarcas, <strong>de</strong> ricos saduceos o <strong>de</strong> almas caritativas. En<br />

ocasiones, los «clientes» aportaban lo que buenamente podían. Eran lugares<br />

159


<strong>de</strong>startalados, más lúgubres, si cabe, que las posadas públicas, sin muebles y<br />

con unas condiciones higiénicas prácticamente nulas. En los kanes terminaban<br />

refugiándose, amén <strong>de</strong> lisiados, enfermos crónicos, ancianos o niños<br />

<strong>de</strong>samparados, la flor y nata <strong>de</strong> la picaresca, <strong>de</strong> los huidos <strong>de</strong> la justicia y <strong>de</strong>l<br />

bandolerismo. Unos lugares, en efecto, muy poco recomendables. El Génesis<br />

[42, 27] los menciona y también Jeremías [41, 17].)<br />

Allí, en <strong>de</strong>finitiva, creció «Denario», al amparo <strong>de</strong>l gobernante <strong>de</strong>l kan, un tal<br />

Assi, «auxiliador» <strong>de</strong> gran bondad y notable reputación como médico o sanador.<br />

Al escuchar a Sitio, la memoria se agitó.<br />

¿Assi?<br />

Indagué y, efectivamente, surgió limpio y transparente el recuerdo <strong>de</strong> otro<br />

viejo conocido. Alguien con quien coincidiría en el año 30, en la casa <strong>de</strong> los<br />

Zebe<strong>de</strong>o, en Saidan.<br />

¡Increíble Destino!<br />

Assi, con seguridad, era el esenio que cuidaba al patriarca <strong>de</strong> los Zebe<strong>de</strong>o<br />

cuando este explorador alivió al anciano <strong>de</strong> un pequeño problema en uno <strong>de</strong><br />

los oídos.<br />

No podía creerlo...<br />

El egipcio, <strong>de</strong>stacado, al parecer, por la comunidad <strong>de</strong> Qumran a la lejana<br />

Gaulanitis, se hallaba, justamente, muy cerca <strong>de</strong>l camino que nos conduciría<br />

en las siguientes jornadas hasta la base <strong>de</strong>l Hermón.<br />

¿Casualidad?<br />

Lo certero <strong>de</strong> mis insinuaciones pusieron en guardia a la intuitiva «mujer». No<br />

le faltaba razón. ¿Cómo era posible que aquel griego, supuestamente <strong>de</strong> paso,<br />

conociera al «auxiliador» <strong>de</strong>l lago Hule?<br />

Esquivé el asunto, centrándome <strong>de</strong> nuevo en el pelirrojo.<br />

El niño, tal y como suponía, era sordo <strong>de</strong> nacimiento y, en consecuencia,<br />

mudo. Nadie, obviamente, sabía la causa. Sencillamente, nació así. Y gracias<br />

a los cuidados <strong>de</strong> Assi pudo salir a<strong>de</strong>lante, librándose, en parte, <strong>de</strong> la maldición<br />

que suponía en aquel tiempo una patología <strong>de</strong> esta naturaleza.<br />

«Denario» -así lo llamaríamos entre nosotros-, a juzgar por las informaciones<br />

proporcionadas por Sitio, era un muchacho «especial». A pesar <strong>de</strong> su terrible<br />

limitación disfrutaba <strong>de</strong> una inteligencia sobresaliente. Se le veía con frecuencia<br />

por la ruta, robando a caravanas y caminantes y entregando el fruto<br />

<strong>de</strong> las rapiñas a su padre adoptivo. Éste, por lo visto, no se hallaba al tanto <strong>de</strong><br />

las andanzas <strong>de</strong>l jovencito.<br />

Naturalmente, me hice el firme propósito <strong>de</strong> ingresar en el kan e intentar<br />

ubicar a ambos. A la mañana siguiente, si todo discurría con normalidad,<br />

pasaríamos muy cerca <strong>de</strong>l lugar. Lo que no imaginé en esos instantes fue la<br />

trascen<strong>de</strong>ncia <strong>de</strong> dicha visita...<br />

160


Sitio retiró la sopa, alejándose hacia la «cocina». En esos momentos, Eliseo<br />

hizo un comentario que confirmó mis tardías sospechas. La «mujer», efectivamente,<br />

era un hombre... Uno <strong>de</strong> los muchos homosexuales que proliferaban<br />

en aquella Palestina. Pero, pru<strong>de</strong>ntemente, <strong>de</strong> mutuo acuerdo, preferimos<br />

«ignorarlo» y <strong>de</strong>jar las cosas como estaban.<br />

No me cansaré <strong>de</strong> repetirlo. Aquel encuentro en el albergue próximo a Qazrin<br />

tampoco sería «casual». El Destino, previsor, sabía lo que nacía. Pero <strong>de</strong>bo<br />

ser fiel a los acontecimientos, tal y como se registraron. Ojalá ese Padre<br />

maravilloso siga regalándome luz y fuerza para continuar...<br />

Carne <strong>de</strong> ternera «al vino».<br />

Eliseo, entusiasmado, elogió la buena mano <strong>de</strong> la posa<strong>de</strong>ra. Y Sitio, hinchada<br />

con los cumplidos, le obsequió una doble ración.<br />

La tertulia se animó.<br />

Creo que la corriente <strong>de</strong> simpatía fue mutua y sincera. Y aproveché la circunstancia<br />

para intercalar un par <strong>de</strong> temas que me interesaban. Por un lado,<br />

la segunda y no menos dramática maldición que pesaba sobre el pelirrojo: su<br />

condición <strong>de</strong> mamzer. ¿Cómo era posible que un esenio, extremos y radicales<br />

en lo concerniente a la pureza religiosa, hubiera adoptado a un bastardo?<br />

La «mujer» suspiró. Señaló hacia uno <strong>de</strong> los «carteles» que yo había tenido la<br />

oportunidad <strong>de</strong> leer y, certera, casi sin palabras, reprochó mi, aparentemente,<br />

poco caritativo interrogante:<br />

-No juzgues...<br />

No era ésa mi intención, pero encajé el varapalo. Acto seguido, en tono<br />

conciliador, explicó:<br />

-Assi, aunque nacido en Egipto, es <strong>de</strong> origen judío. Pero su noble corazón no<br />

tiene raíces, ni entien<strong>de</strong> esas malditas discriminaciones <strong>de</strong> los que se dicen<br />

«santos y separados». Tú eres extranjero y no sabes que en esta tierra son<br />

más los que buscan y ansían la verdad que los que adoran a esa injusta Tora...<br />

-¿La verdad?<br />

Y salté al segundo asunto. ¿A qué obe<strong>de</strong>cía la singular colección <strong>de</strong> sentencias<br />

que adornaba las pare<strong>de</strong>s?<br />

-¿Te interesa la verdad? -insistí, simulando cierto escepticismo-. ¿Y qué es?<br />

¿Está quizá en esos «carteles»?<br />

No respondió <strong>de</strong> inmediato. Me observó con gravedad y, convencida, supongo,<br />

<strong>de</strong> la sinceridad <strong>de</strong> mis planteamientos, abrió el corazón, vaciándose. Y durante<br />

un rato, rememorando la estancia en Tiro, relató su encuentro con unos<br />

«misioneros» cínicos. La filosofía <strong>de</strong> aquellos griegos, al parecer, le impresionó,<br />

e intentó vivir conforme a lo que predicaban: abandonó la prostitución,<br />

entregó a los pobres cuanto tenía, luchó por liberarse <strong>de</strong> los <strong>de</strong>seos mundanos<br />

y procuró pensar en la muerte como un mal irremediable. Sin embargo no fue<br />

suficiente. «Algo» fallaba. Su espíritu siguió huérfano. El cinismo no era la<br />

161


verdad. Y continuó la búsqueda.<br />

Probó con los estoicos. Su «Dios-Razón» la conmovió. Estuvo <strong>de</strong> acuerdo en el<br />

posible origen divino <strong>de</strong>l alma y en la hermandad <strong>de</strong> los hombres, cantado por<br />

los seguidores <strong>de</strong> Zenón <strong>de</strong> Citio. Aprendió a vivir en armonía con la Naturaleza<br />

y, lo que era más importante, consigo mismo. Pero las brillantes i<strong>de</strong>as<br />

<strong>de</strong>l estoicismo la <strong>de</strong>jaron igualmente insatisfecha. Necesitaba la esperanza y<br />

ésta, lamentablemente, no aparecía en aquella filosofía. El «Dios-Razón»,<br />

como el resto <strong>de</strong> los dioses <strong>de</strong> los gentiles, era «alguien» lejano e inalcanzable.<br />

Tampoco epicúreos y escépticos aportaron noveda<strong>de</strong>s a su inquieto y anhelante<br />

espíritu. Los primeros, <strong>de</strong>fendiendo la pru<strong>de</strong>ncia como máximo exponente<br />

<strong>de</strong> la felicidad, no le convencieron. No era lo que precisaba. No era<br />

eso...<br />

En cuanto a la doctrina <strong>de</strong> los escépticos -el conocimiento y la sabiduría son<br />

engañosos-, sinceramente, no la tuvo en cuenta. Apren<strong>de</strong>r, conocer, crecer,<br />

no podía ser dañino o <strong>de</strong>testable...<br />

Finalmente, en este arduo peregrinaje, tropezó con el Dios <strong>de</strong> los judíos. Pero<br />

el <strong>de</strong>sencanto fue idéntico. Aquel Yavé, lejos <strong>de</strong> infundir algo que justificase y<br />

diese sentido a su vida, sólo provocó miedo e incomprensión. El instinto la<br />

obligó a renunciar. Yavé no era la esperanza...<br />

De todas formas, el «viaje» a la religión <strong>de</strong>l colérico Dios <strong>de</strong>l Sinaí no fue en<br />

vano. Algo le impactó. Mejor dicho, alguien. Y el espíritu <strong>de</strong> ese alguien<br />

-profundamente humano y universalista- fue a presidir su alma y las pare<strong>de</strong>s<br />

<strong>de</strong> la casa. Ese alguien, como suponía, no era otro que Hillel. Sus dichos y<br />

sentencias sí la equilibraron en parte. Pero no la llenaron. Tampoco era eso lo<br />

que buscaba...<br />

El postre puso fin a las disquisiciones <strong>de</strong> la atormentada Sitio.<br />

Exquisito.<br />

La «mujer», a <strong>de</strong>cir verdad, se había esmerado.<br />

Pirámi<strong>de</strong> <strong>de</strong> jengibre blanco, comprado a las caravanas <strong>de</strong> la India. Un exótico<br />

y dulcísimo «bizcocho», hábilmente emborrachado con un «chocolate» líquido<br />

extraído <strong>de</strong> la ya referida keratia. Y en lo alto, una reluciente bola <strong>de</strong> miel y<br />

nueces.<br />

Eliseo y yo lo <strong>de</strong>voramos en silencio. Nos miramos y, creo, compartimos el<br />

mismo sentimiento. Le hice una señal. No <strong>de</strong>bíamos precipitarnos. No era el<br />

momento...<br />

Sin embargo, impulsivo, <strong>de</strong>seoso <strong>de</strong> proporcionar un rayo <strong>de</strong> luz a la solícita<br />

mesonera, el ingeniero abrió las compuertas <strong>de</strong> aquel sentimiento mutuo,<br />

planteándole una pregunta:<br />

-¿Conoces a un tal Jesús, carpintero <strong>de</strong> Nazaret?<br />

Buscó en la memoria. Aquél fue ya un signo inequívoco...<br />

Negó con la cabeza.<br />

162


Mi hermano, tenaz, insistió.<br />

-Hijo <strong>de</strong> María y José...<br />

Negativo. Era lógico. Estábamos en el año 25. Aún faltaba mucho para que el<br />

Maestro fuera conocido...<br />

Y, curiosa e intuitiva, preguntó a su vez:<br />

-¿Por qué?... ¿Es quizá como Hillel?<br />

Sonreímos, aguijoneando su intriga.<br />

Nos miró <strong>de</strong> hito en hito, esperando una aclaración. Esta vez tomé la palabra:<br />

-Algún día, si el Destino lo tiene previsto, volveremos a encontrarnos. Entonces,<br />

si lo recuerdas, haznos <strong>de</strong> nuevo esa pregunta. Mejor aún: hacédsela<br />

a Él...<br />

Asintió confusa.<br />

-Lo recordaré... Jesús <strong>de</strong> Nazaret...<br />

Y retomando la cuestión clave -la que este explorador <strong>de</strong>jó en el aire- musitó<br />

casi para sí:<br />

-La verdad... ¿Conoce ese Jesús, el carpintero <strong>de</strong> Nazaret, cuál es la verdad?<br />

No respondimos. Ella misma, en su momento, lo <strong>de</strong>scubriría. Y se convertiría,<br />

curiosamente, en uno <strong>de</strong> sus más apasionados y fíeles <strong>de</strong>fensores. Un «seguidor»<br />

<strong>de</strong>l Galileo que, como otros, jamás figuraría en los textos sagrados<br />

(?)...<br />

El canto <strong>de</strong> las rapaces nocturnas nos advirtió. Debíamos retirarnos.<br />

Sitio lo lamentó. Hacía mucho que no disfrutaba <strong>de</strong> una tertulia tan amena y<br />

constructiva. Pero, comprendiendo, se hizo con un par <strong>de</strong> lucernas, acompañándonos.<br />

La temperatura, todavía cálida, nos abrazó. Y el firmamento nos retuvo en el<br />

patio durante unos minutos, cortándonos el paso.<br />

La «mujer» levantó igualmente el rostro y <strong>de</strong>finió aquella maravilla mejor que<br />

nosotros...<br />

-Ésa sí es la verdad...<br />

Una estrella fugaz, oportunísima, bendijo sus palabras, emborronando en<br />

blanco y ver<strong>de</strong> una hilera <strong>de</strong> asustadas y disciplinadas estrellas.<br />

¿Dón<strong>de</strong> estaría?<br />

Y mi pensamiento, como otro Jasón, zigzagueó entre las vigilantes constelaciones,<br />

<strong>de</strong>jando atrás a las sorprendidas Castor y Capella y planeando sobre<br />

el Hermón.<br />

Sí, allí estaba...<br />

Lo presentí. Lo vi. Nos esperaba.<br />

No lo ocultaré. En esos intensos momentos, la po<strong>de</strong>rosa «fuerza» que nos<br />

escoltaba susurró en el corazón:<br />

«¡Ánimo!... Ha llegado la hora...»<br />

Poco importó la mugre, las familias <strong>de</strong> chinches o la estrechez <strong>de</strong> la celda. Lo<br />

di por bien empleado. Estábamos a un paso <strong>de</strong>l Hijo <strong>de</strong>l Hombre. Podía sen-<br />

163


tirlo...<br />

La siguiente jornada sería <strong>de</strong>cisiva. Si el Destino nos protegía, al anochecer<br />

<strong>de</strong>l domingo, o lo más tardar el lunes, 20, nos encontraríamos frente a las<br />

estribaciones <strong>de</strong>l Hermón.<br />

Arropado por el recuerdo <strong>de</strong>l añorado Maestro y por la perpleja y humil<strong>de</strong><br />

flama amarillenta <strong>de</strong> la lucerna traté <strong>de</strong> conciliar el sueño. Pero me costó.<br />

De pronto, no sé por qué, surgió en la penumbra la casi olvidada imagen <strong>de</strong><br />

«Denario».<br />

Me resistí. Tenía que <strong>de</strong>scansar. Sin embargo, los guturales y animalescos<br />

gritos <strong>de</strong>l pelirrojo inundaron la memoria, atormentándome.<br />

Fue extraño. Parecía como si «alguien» se empeñara en que no olvidara su<br />

sor<strong>de</strong>ra.<br />

¿Extraño? ¿Es que había algo normal o racional en semejante aventura?<br />

¡Pobre y torpe Jasón! ¿Cuándo apren<strong>de</strong>ré?<br />

«Aquello», en efecto, fue un «aviso». Más a<strong>de</strong>lante compren<strong>de</strong>ría por qué...<br />

El caso es que, a pesar <strong>de</strong> mi resistencia, el problema <strong>de</strong>l pequeño mamzer se<br />

instaló en mí. Y durante un tiempo le di vueltas, en un vano intento <strong>de</strong> averiguar<br />

cuál pudo ser la causa <strong>de</strong> dicha dolencia.<br />

Obviamente, para intentar llegar a un diagnóstico tenía que explorar los oídos.<br />

Y aun así, el resultado era dudoso. Aparentemente, y según las noticias <strong>de</strong><br />

Sitio, la sor<strong>de</strong>ra era prelingüística. (Aparecida antes <strong>de</strong> hablar.) Si, como me<br />

temía, se trataba <strong>de</strong> una sor<strong>de</strong>ra profunda, originada, quizá, por un problema<br />

durante la gestación o en el parto, las posibilida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> recuperación eran<br />

escasas o nulas. La verdad es que estas lesiones, como en la actualidad, eran<br />

muy frecuentes en aquel tiempo.<br />

Enfermeda<strong>de</strong>s como la rubéola (pa<strong>de</strong>cida por la madre en el periodo <strong>de</strong><br />

gestación), toxoplasmosis, citomegalovirus congénito y otras infecciones intrauterinas<br />

hacían auténticos estragos en la población. También era posible<br />

que la cófosis (sor<strong>de</strong>ra profunda) estuviera <strong>de</strong>terminada por un factor genético<br />

o por un acci<strong>de</strong>nte perinatal (no eran infrecuentes los traumatismos en el<br />

parto, la hipoxia [oxigenación insuficiente], el exceso <strong>de</strong> bilirrubina, etc.). Por<br />

supuesto, si el mal se presentó <strong>de</strong>spués <strong>de</strong>l nacimiento, las causas podían ser<br />

también incontables.<br />

Lo importante, sin embargo, no eran esas hipotéticas causas, sino el alcance<br />

<strong>de</strong> las mismas. ¿Hasta dón<strong>de</strong> le habían afectado? ¿Era un sordo irrecuperable?<br />

El instinto <strong>de</strong> médico me <strong>de</strong>cía que sí.<br />

Y en aquella pelea, intentando <strong>de</strong>sterrar la imagen <strong>de</strong> «Denario» y buscando<br />

<strong>de</strong>sesperadamente el necesario <strong>de</strong>scanso, volví a reprocharme la absurda<br />

obsesión.<br />

¿En qué me afectaba todo aquello? Este explorador, poco o nada podía hacer.<br />

Y aunque hubiera estado en mi mano ayudar al infeliz, las normas <strong>de</strong> <strong>Caballo</strong><br />

164


<strong>de</strong> <strong>Troya</strong> lo prohibían terminantemente.<br />

Entonces...<br />

En esos instantes, como <strong>de</strong>cía, no comprendí. El «aviso» (?) no iba en esa<br />

dirección. No se trataba <strong>de</strong> auxiliar al pelirrojo. La «advertencia» (?) apuntaba<br />

«más allá»...<br />

El niño, en efecto, sería una pieza clave a la hora <strong>de</strong> analizar y constatar uno<br />

<strong>de</strong> los gran<strong>de</strong>s prodigios <strong>de</strong>l rabí <strong>de</strong> Galilea. Pero <strong>de</strong>mos tiempo al tiempo...<br />

Finalmente, rendido y confuso, caí en un profundo y reparador sueño. Y «viví»<br />

una extraña ensoñación. Otra más.<br />

Por supuesto, jamás la olvidaré...<br />

19 DE AGOSTO, DOMINGO<br />

Ahora, tan lejos y tan cerca <strong>de</strong> aquella inolvidable aventura, me estremezco.<br />

Estoy seguro. Y me gustaría gritárselo al mundo: nada es casual. El azar no<br />

existe. La ensoñación que me visitó en la posada <strong>de</strong>l cruce <strong>de</strong> Qazrin es una<br />

prueba más...<br />

Ahora lo sé. Me fue ofrecida «en su momento» para que supiera, y pudiera dar<br />

fe, que todo, en la vida, se halla atado y bien atado. Otra cuestión es que no<br />

comprendamos esos <strong>de</strong>signios.<br />

Y al verificar lo que verificamos llegamos a la misma conclusión: nuestra<br />

misión era «mágica». Nuestro trabajo, sí, fue minuciosa y magistralmente<br />

diseñado por la USAF..., y por Alguien infinitamente más po<strong>de</strong>roso y sublime.<br />

No, no estábamos allí por casualidad...<br />

Pero vayamos al extraño y premonitorio «sueño». Lo recuerdo con una niti<strong>de</strong>z<br />

escalofriante.<br />

Nos encontrábamos a orillas <strong>de</strong>l yam. Era una al<strong>de</strong>a. Quizá Saidan. En la<br />

ensoñación no aparecía con claridad. Ahora, sin embargo, sé que se trataba<br />

<strong>de</strong>l pequeño pueblo <strong>de</strong> pescadores.<br />

Era invierno. Todos nos cubríamos con los pesados ropones.<br />

El sol estaba a punto <strong>de</strong> caer por <strong>de</strong>trás <strong>de</strong>l Ravid.<br />

De pronto, uno <strong>de</strong> los íntimos llamó la atención <strong>de</strong>l Maestro. Por el camino <strong>de</strong><br />

Nahum se acercaba una multitud.<br />

Salimos a la calle.<br />

El gentío, al ver a Jesús, se <strong>de</strong>tuvo. Eran cientos. La mayoría, enfermos y<br />

lisiados. Cojos, ciegos, mancos, paralíticos...<br />

Y por <strong>de</strong>lante, un querido amigo: «Denario».<br />

Gritaban. Imploraban. Rogaban al rabí que hiciera un milagro, que tuviera<br />

piedad <strong>de</strong> ellos...<br />

El pelirrojo había crecido.<br />

Uno <strong>de</strong> los discípulos se acercó al Galileo y le susurró al oído. En el sueño supe<br />

lo que <strong>de</strong>cía:<br />

165


-Olvídalos, Señor... Sólo son mamzer, locos <strong>de</strong> atar y basura.<br />

El Maestro continuó mudo, observándolos con ternura y compasión.<br />

Y los gritos arreciaron.<br />

«Denario», entonces, se separó <strong>de</strong> la muchedumbre y fue a arrodillarse a los<br />

pies <strong>de</strong>l Maestro. Y, por señas, con lágrimas en los ojos, le indicó que no oía...<br />

Me aproximé al rabí y le dije:<br />

-Imposible, Señor... Es sordo <strong>de</strong> nacimiento.<br />

Jesús se volvió y preguntó algo absurdo:<br />

-¿Hipoacusia <strong>de</strong> transmisión o <strong>de</strong> percepción?<br />

-De percepción -repliqué como lo más natural-. El oído interno está <strong>de</strong>sintegrado.<br />

Curarlo sería un sueño...<br />

El Maestro me miró y, en un tono <strong>de</strong> cariñoso reproche, exclamó:<br />

-Tú, mejor que nadie, <strong>de</strong>berías saberlo: los sueños se hacen realidad.<br />

Pero, obtuso, insistí:<br />

-¡Nadie pue<strong>de</strong>! El órgano <strong>de</strong> Corti y las vías neurales están <strong>de</strong>strozadas... No<br />

te esfuerces. Sólo Dios podría...<br />

Jesús soltó una carcajada. Y todos le imitaron.<br />

-Es que yo soy Dios -aclaró el rabí-. Yo puedo... Basta con <strong>de</strong>searlo. Y ahora<br />

lo <strong>de</strong>seo...<br />

Y al punto, el gentío estalló en un alarido, eclipsando las palabras <strong>de</strong>l Hijo <strong>de</strong>l<br />

Hombre. Él continuó hablando, ajeno al alboroto, dándome mil explicaciones<br />

sobre la misericordia divina.<br />

Quise advertirle. «Algo» increíble acababa <strong>de</strong> suce<strong>de</strong>r. Los paralíticos caminaban.<br />

Los ciegos veían...<br />

Y «Denario», pálido, miraba a todos lados, tapándose los oídos.<br />

¡«Denario» oía!<br />

Pero el Maestro, sin reparar en el prodigio, seguía hablando y hablando...<br />

-¡Dios mío! -grité-. ¡Esto es un sueño! ¡Estoy soñando!<br />

Jesús, entonces, alzó los brazos, pidiendo silencio. La multitud enmu<strong>de</strong>ció.<br />

Sonrió y, colocando sus manos sobre los hombros <strong>de</strong> este perplejo explorador,<br />

comentó:<br />

-No es un sueño, Jasón.<br />

Acto seguido, tomando las hojas <strong>de</strong> papiro, escribí:<br />

«Ha curado a cientos... Hora: las cinco A.M.».<br />

El Maestro señaló el «cua<strong>de</strong>rno <strong>de</strong> campo» y puntualizó:<br />

-P.M., Jasón... Las cinco P.M. El «sueño» se ha cumplido a las cinco P.M.<br />

Rectifiqué el error.<br />

-Tienes razón. A.M. es el alba, señor...<br />

En ese instante <strong>de</strong>sperté.<br />

Alguien, aporreando la puerta <strong>de</strong> la celda, clamaba a voz en grito:<br />

-¡Es el alba, señor...!<br />

166


Comprendí. Había tenido un sueño. Un extraño y absurdo sueño...<br />

¿Absurdo?<br />

Cuando retornamos al Ravid y consulté el or<strong>de</strong>nador quedé perplejo. El orto<br />

solar, en aquel domingo, 19 <strong>de</strong> agosto <strong>de</strong>l año 25, se registró a las 4 horas, 55<br />

minutos y 44 segundos...<br />

Increíble. Casi las cinco... A.M., claro está.<br />

Y durante un tiempo no supe qué pensar.<br />

¿Fue una coinci<strong>de</strong>ncia? ¿Fue una casualidad que este explorador escribiera en<br />

el sueño las «cinco A.M.» y la salida <strong>de</strong>l sol, en esos instantes, cuando finalizaba<br />

la ensoñación, se produjera también a la misma hora?<br />

Evi<strong>de</strong>ntemente fue un sueño. De eso no hay duda. Pero ¿qué clase <strong>de</strong> ensoñación?<br />

¿Por qué el Maestro aseguró que no era un sueño?<br />

¿Absurdo?<br />

Más a<strong>de</strong>lante, recién estrenada la vida <strong>de</strong> predicación, comprobaría que, a<br />

veces, lo supuestamente «absurdo» es lo más real...<br />

Y llegarían las «explicaciones». Unas «explicaciones» sobrecogedoras.<br />

Jamás vimos cosa igual...<br />

Definitivamente, nada es azar.<br />

Verda<strong>de</strong>ramente, <strong>Caballo</strong> <strong>de</strong> <strong>Troya</strong> fue algo «mágico»...<br />

Sitio, silenciosa, sirvió el <strong>de</strong>sayuno. Parecía contrariada por nuestra partida.<br />

Leche caliente, tortas <strong>de</strong> flor <strong>de</strong> harina recién horneadas, requesón y dátiles.<br />

Pagamos y, en el portalón, triste y agra<strong>de</strong>cida, rogó que no la olvidáramos.<br />

Asentimos.<br />

Entonces, nerviosa, suplicó que aceptáramos un humil<strong>de</strong> presente. Tomó mis<br />

manos y <strong>de</strong>positó en ellas una <strong>de</strong> las pequeñas planchas <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra que<br />

<strong>de</strong>coraban la posada. La leyenda me conmovió:<br />

«Creí no tener nada, pero, al <strong>de</strong>scubrir la esperanza, comprendí que lo tenía<br />

todo.»<br />

La abracé, agra<strong>de</strong>ciendo la gentileza.<br />

Después le tocó el turno a Eliseo. Le entregó una bolsita <strong>de</strong> arpillera y, sonriente,<br />

aclaró:<br />

-Son «sueños»...<br />

La abrió con curiosidad y extrajo otra <strong>de</strong> las especialida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> la cocinera:<br />

buñuelos rellenos <strong>de</strong> coco, almendras, mantequilla, canela, miel y especias.<br />

Un dulce similar a la baklavá. Una receta aprendida -aseguró- <strong>de</strong> los «misioneros»<br />

griegos que conoció en Tiro.<br />

Mi hermano enrojeció. No supo qué <strong>de</strong>cir.<br />

«Sueños»... ¡Qué casualidad!<br />

Y poco amantes <strong>de</strong> las <strong>de</strong>spedidas nos alejamos <strong>de</strong>l lugar. Algún tiempo<br />

<strong>de</strong>spués, como <strong>de</strong>cía, el Destino nos conduciría <strong>de</strong> nuevo ante la presencia <strong>de</strong><br />

aquel entrañable ser humano. En esa oportunidad, sin embargo, acom-<br />

167


pañados. Muy bien acompañados...<br />

Aprovechamos la tibieza <strong>de</strong>l amanecer y, <strong>de</strong>scansados, <strong>de</strong>cididos y, sobre<br />

todo, pictóricos, nos encaminamos hacia el siguiente objetivo: el lago Hule.<br />

Mi hermano parecía haber olvidado al pelirrojo. Así que guardé silencio sobre<br />

la reciente ensoñación. ¿Para qué remover sentimientos?<br />

El panorama cambió.<br />

La relativa paz <strong>de</strong> la jornada anterior se esfumó. Y la senda se presentó tal y<br />

como era: bulliciosa, plena <strong>de</strong> gritos, <strong>de</strong> burreros siempre con las varas en<br />

alto, <strong>de</strong> sudor y <strong>de</strong> invisibles cantos y trinos en las profundida<strong>de</strong>s <strong>de</strong>l bosque.<br />

Nada más cruzar el puentecillo <strong>de</strong> troncos nos vimos <strong>de</strong>sbordados por un<br />

febril ir y venir <strong>de</strong> hombres y reatas.<br />

Aquél sí era el auténtico y cotidiano rostro <strong>de</strong> la ruta.<br />

Proce<strong>de</strong>ntes <strong>de</strong>l norte, <strong>de</strong>l Hermón, marchaban nerviosas las últimas y rezagadas<br />

hileras <strong>de</strong> onagros, cargados hasta los topes con la preciada y preciosa<br />

nieve <strong>de</strong> las cumbres. Los arreadores, conscientes <strong>de</strong>l retraso, fustigaban<br />

a los animales, obligándolos a trotar. Más <strong>de</strong> una vez estuvimos a<br />

punto <strong>de</strong> ser arrollados.<br />

En dirección contraria, hacia el Hule, nos vimos igualmente rebasados por<br />

otras no menos inquietas y castigadas reatas <strong>de</strong> asnos y muías. Las prisas<br />

eran lógicas. En cuestión <strong>de</strong> horas, el sol <strong>de</strong> agosto apretaría, poniendo en<br />

apuros las <strong>de</strong>licadas cargas <strong>de</strong> pescado <strong>de</strong>l vara. A pesar <strong>de</strong> la sal y <strong>de</strong> las<br />

<strong>de</strong>nsas ramas <strong>de</strong> helecho, las tórridas temperaturas lo hacían peligrar.<br />

Media hora <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la partida, el terreno, benévolo, se inclinó. E inició un<br />

suave y gratificante <strong>de</strong>scenso.<br />

Salimos <strong>de</strong> una curva y, <strong>de</strong> pronto, los cielos nos obsequiaron con un espectáculo<br />

difícil <strong>de</strong> olvidar.<br />

El miliario <strong>de</strong> turno, puntual y en blanco y negro, anunció la distancia al Hule:<br />

tres millas romanas (casi cuatro kilómetros).<br />

Majestuoso. Sencillamente, majestuoso...<br />

Nos <strong>de</strong>tuvimos y, felices, nos bebimos el paisaje. Los relojes <strong>de</strong>l módulo<br />

<strong>de</strong>bían <strong>de</strong> marcar las seis.<br />

Al fondo, a cosa <strong>de</strong> treinta kilómetros, tumbada a lo largo <strong>de</strong>l frente norte,<br />

presidiendo y mandando, nos saludó la ca<strong>de</strong>na <strong>de</strong>l Hermón.<br />

La nieve, refugiada en lo alto, <strong>de</strong>spertaba inmaculada y naranja, obediente a<br />

los suaves toques <strong>de</strong> la luz rasante.<br />

¡Allí estaba nuestro Hombre!<br />

Des<strong>de</strong> sus 2814 metros <strong>de</strong> altitud, el macizo resbalaba ver<strong>de</strong>, azul y negro en<br />

todas direcciones. Eran las «raíces» los «pies» <strong>de</strong> un gigante <strong>de</strong> 60 kilómetros<br />

<strong>de</strong> longitud. Decenas <strong>de</strong> colinas compartiendo silencio y el mullido abrigo <strong>de</strong><br />

pinares, encinares, robledales y el soberano <strong>de</strong>l lugar, el altivo cedro.<br />

¡Magnífico!<br />

Jesús <strong>de</strong> Nazaret había elegido acertadamente.<br />

168


Y entre el Gebel-esh-Sheikh (la «montaña <strong>de</strong> cabellos blancos» <strong>de</strong> árabes y<br />

beduinos o el «Sirión» <strong>de</strong> los sidonios, cantado en el Deuteronomio) y estos<br />

perplejos exploradores, otro «milagro» <strong>de</strong> los laboriosos felah <strong>de</strong> la Gaulanitis:<br />

la olla <strong>de</strong>l Hule, un inmenso «cuenco» ovalado <strong>de</strong> 29 kilómetros <strong>de</strong> diámetro<br />

mayor por 10 <strong>de</strong> diámetro menor. Un vergel, todavía en sombra, aguardando<br />

respetuoso el <strong>de</strong>spertar <strong>de</strong> su otro dueño y señor: el manso y ver<strong>de</strong> «corazón».<br />

El lago Hule, el antiguo Merón <strong>de</strong> la Biblia. Un pantano <strong>de</strong> 9 por 7 kilómetros,<br />

casi en el centro geométrico <strong>de</strong>l jardín y, justamente, con forma <strong>de</strong><br />

corazón. Y enganchada al Hermón, <strong>de</strong>scendiendo hacia el «corazón», una<br />

ma<strong>de</strong>ja <strong>de</strong> vitales «arterias»: cuatro ríos con la correspondiente prole <strong>de</strong><br />

afluentes. Y a diestro y siniestro, por el este, por el norte y por el oeste, orbitando<br />

el Hule, una constelación <strong>de</strong> lagunas <strong>de</strong> todos los tamaños, agazapada<br />

entre una «jungla» <strong>de</strong> cañas, juncos y papiros. Una «selva» dominante<br />

en los pantanos, difícilmente mantenida a raya por los campesinos. Una espesura<br />

alta, cimbreante y peligrosa por la que macheteaban violentos y<br />

rumorosos los tributarios <strong>de</strong>l Jordán.<br />

Creí distinguir el más nervioso: el nahal Hermón, el río más oriental, saltando<br />

por las estribaciones, a casi 200 metros <strong>de</strong> altitud. Se <strong>de</strong>speñaba suicida por<br />

cañones y cascadas hasta que, agotado, iba a reunirse, a nueve kilómetros<br />

<strong>de</strong>l Hule, con su hermano, el nahal Dan. Allí, sereno y patriarcal, nacía<br />

realmente el padre Jordán.<br />

Más al oeste, también salvajes e indomables, <strong>de</strong>scendían el Senir y el lyyon.<br />

El primero se sometía al Jordán, <strong>de</strong>sembocando en el bíblico cauce a tres o<br />

cuatro kilómetros al norte <strong>de</strong>l «corazón». El lyyon, en cambio, arisco, pagano<br />

a fin <strong>de</strong> cuentas, evitaba a los anteriores, vaciándose en la margen occi<strong>de</strong>ntal<br />

<strong>de</strong>l Hule.<br />

Aquella bendición, nacida fundamentalmente en las nieves perpetuas <strong>de</strong>l<br />

Hermón, hacía fructificar toda la Gaulanitis, proporcionando al mar <strong>de</strong> Tibería<strong>de</strong>s<br />

un caudal aproximado <strong>de</strong> 150 millones <strong>de</strong> metros cúbicos anuales.<br />

Y al socaire <strong>de</strong> este tesoro, los felah, como digo, ganaron la batalla, transformando<br />

la olla que se abría ante nosotros en floreciente y envidiado vergel.<br />

Allí don<strong>de</strong> la «jungla» se quedaba quieta aparecían <strong>de</strong> inmediato disciplinadas<br />

legiones <strong>de</strong> olivos, huertos inclinados o en terrazas y un rizado oleaje <strong>de</strong><br />

frutales, entre los que sobresalían <strong>de</strong>cididos y dominantes manzanos <strong>de</strong> Siria.<br />

Aquí y allá, tímidas y adormiladas, se distinguía una veintena <strong>de</strong> al<strong>de</strong>as.<br />

Todas con sus finas y blancas columnas <strong>de</strong> humo recién pintadas.<br />

Des<strong>de</strong> aquella posición, la senda, feliz como el caminante, olvidaba alturas y<br />

promontorios, precipitándose rectilínea hacia el Hule. Una vez allí, tras lamer<br />

el lago por la cara este, renunciaba <strong>de</strong> nuevo a la comodidad <strong>de</strong> la llanura,<br />

trepando en zigzag y sin prisas hacia el norte. Finalmente se reunía con la<br />

capital <strong>de</strong> la región: Paneas (Cesárea <strong>de</strong> Filipo).<br />

Por el oriente, apareciendo y <strong>de</strong>sapareciendo entre las masas forestales, se<br />

169


veía venir la también concurrida ruta proce<strong>de</strong>nte <strong>de</strong> Damasco. Hacía un alto<br />

en Paneas y, acto seguido, tenaz y voluntariosa, burlaba el nahal Dan, el Senir<br />

y el lyyon, perdiéndose entre colinas y bosques, en dirección a la marítima<br />

Tiro.<br />

El joven sol, sin querer, alertó a la fauna <strong>de</strong> los pantanos. Y varias nubes <strong>de</strong><br />

aves acuáticas, blancas y escandalosas, escaparon <strong>de</strong> la «jungla», <strong>de</strong>sconcertando<br />

al paisaje. Era el primer cambio <strong>de</strong> guardia en las lagunas.<br />

Mi hermano señaló el Hermón e, intranquilo, planteó la gran pregunta:<br />

-Eso es inmenso... ¿Cómo lo encontraremos?<br />

No era mucho lo que teníamos, pero intenté calmarle.<br />

-Confía, muchacho... Daremos con Él.<br />

En realidad sólo disponíamos <strong>de</strong> dos pistas: una al<strong>de</strong>a ubicada, al parecer, en<br />

los pies <strong>de</strong>l gigante y el nombre <strong>de</strong> uno <strong>de</strong> sus vecinos.<br />

Supongo que fue inevitable...<br />

Al inspeccionar <strong>de</strong> nuevo el silencioso Gebel-esh-Sheikh, una vieja duda me<br />

salió al paso.<br />

El Hermón no era únicamente la cima plateada por la nieve. En esos sesenta<br />

kilómetros se apretaban otras cumbres: Kahal, Ram, Kramim, Varda y<br />

Hermonit, entre otras.<br />

¿A cuál <strong>de</strong> ellas se refería mi confi<strong>de</strong>nte?<br />

En principio, si no recordaba mal, el jefe <strong>de</strong> los Zebe<strong>de</strong>o fue muy preciso: el<br />

Maestro, en aquel verano <strong>de</strong>l año 25, fue a refugiarse en la «montaña <strong>de</strong><br />

cabellos blancos». Eso, probablemente, significaba el gran Hermón.<br />

Pero también podía estar equivocado...<br />

Atormentarse no tenía sentido. Al menos allí, a una o dos jornadas <strong>de</strong>l gigante.<br />

Primero convenía localizar Bet Jenn, la pequeña población en la que, según mi<br />

informante, Jesús <strong>de</strong> Nazaret contrató los servicios <strong>de</strong> uno <strong>de</strong> sus habitantes.<br />

Después, ya veríamos...<br />

Descendimos y procuré espantar los temores, refugiándome en la obligada<br />

toma <strong>de</strong> referencias geográficas, vitales, como ya he mencionado, para futuras<br />

incursiones por la zona.<br />

Por el oeste, como un faro blanco, aupada en riscos <strong>de</strong> caliza, perseguida muy<br />

<strong>de</strong> cerca por el bosque, creía i<strong>de</strong>ntificar la religiosa y ortodoxa Safed.<br />

Más al norte, a una hora <strong>de</strong> camino <strong>de</strong> la célebre ciudad <strong>de</strong> los rabinos,<br />

<strong>de</strong>spuntaba negro y afilado el Meroth, un pico <strong>de</strong> 1 208 metros, enlutado <strong>de</strong><br />

pies a cabeza por el olivar. En algún punto <strong>de</strong> aquella montaña se escondían<br />

las tumbas <strong>de</strong>l insigne Hillel, <strong>de</strong> sus treinta y seis alumnos, <strong>de</strong>l contrincante<br />

<strong>de</strong>l «Babilonio», Sammay, y <strong>de</strong> la esposa <strong>de</strong> éste.<br />

Quién sabe -me dije a mí mismo-. Quizá algún día pueda visitarlas y rendir un<br />

particular homenaje el ídolo <strong>de</strong> Sitio...<br />

Y, tal y como imaginaba, mis <strong>de</strong>seos se verían satisfechos..., «en su mo-<br />

170


mento».<br />

Por encima <strong>de</strong>l Meroth, a unas diez millas <strong>de</strong> Safed y a poco más <strong>de</strong> cuatro <strong>de</strong>l<br />

flanco occi<strong>de</strong>ntal <strong>de</strong>l Hule, brillaba rosa y <strong>de</strong>slumbrante otra misteriosa población:<br />

Ca<strong>de</strong>s o Cadasa, lugar santo para los judíos. Allí, según la tradición,<br />

se veneraba la tumba <strong>de</strong> Josué.<br />

También aquella ciudad me interesaba. Por lo que sabía, Ca<strong>de</strong>s disfrutaba <strong>de</strong><br />

una curiosa singularidad: era una <strong>de</strong> las seis antiguas y míticas «ciuda<strong>de</strong>s<br />

refugio» citadas en la Biblia. Un «asilo» inviolable en el que podía guarecerse<br />

todo aquel -judío o gentil- que hubiera cometido un homicidio involuntario.<br />

Así lo establecían Éxodo (21, 12-14) y Números (25, 9-29). Fue precisamente<br />

a Josué, al cruzar el Jordán, a quien Yavé or<strong>de</strong>nó que seleccionase dichas<br />

«ciuda<strong>de</strong>s asilo». De esta forma se garantizaba al presunto inocente un juicio<br />

justo y, sobre todo, que no cayera en manos <strong>de</strong> parientes y amigos <strong>de</strong>l muerto<br />

(vengadores <strong>de</strong> sangre).<br />

Según una antiquísima tradición, estos «refugios» <strong>de</strong>bían hallarse a distancias<br />

equidistantes entre sí. Tres a cada lado <strong>de</strong>l Jordán. Y se obligaba, incluso,<br />

a gobernantes y ciudadanos a que cuidaran el trazado y pavimento <strong>de</strong> los<br />

caminos, construyendo puentes, señalizando las ciuda<strong>de</strong>s convenientemente<br />

y <strong>de</strong>spejando las sendas <strong>de</strong> cualquier obstáculo que entorpeciera o confundiera<br />

al huido.<br />

A la muerte <strong>de</strong>l sumo sacerdote, si el juicio no se había celebrado, el supuesto<br />

homicida estaba autorizado a regresar a su lugar <strong>de</strong> origen. Y se daba un<br />

hecho interesante: la madre <strong>de</strong>l sumo sacerdote fallecido procuraba alimentar<br />

y vestir a estos fugados, conjurando así la posibilidad <strong>de</strong> que maldijeran al<br />

hijo.<br />

Si, por el contrario, el fugitivo moría antes que el sumo sacerdote, los restos<br />

eran trasladados junto a los suyos.<br />

Ensimismado con estos asuntos me vi <strong>de</strong> pronto junto al Jordán. Faltando dos<br />

kilómetros para el Hule, el todavía cristalino cauce se asomó a la senda y,<br />

rumoroso, le puso música.<br />

Al poco, otro miliario nos obligó a reducir el paso. El lago se hallaba a una milla<br />

romana.<br />

Muy cerca, en algún rincón <strong>de</strong>l extremo sur <strong>de</strong>l «corazón», según las informaciones<br />

<strong>de</strong> Sitio, <strong>de</strong>bía <strong>de</strong> encontrarse el kan <strong>de</strong> Assi, el auxiliador. Y nos<br />

preparamos para visitarlo.<br />

Lo que no imaginábamos es que el Destino, tomando la <strong>de</strong>lantera, nos<br />

aguardaba «impaciente»...<br />

No fue difícil. Assi, el esenio, era sobradamente conocido en los pantanos. El<br />

kan se levantaba en un ángulo estratégico, entre el Jordán, por el oeste, y el<br />

lago, por el norte.<br />

Y siguiendo las indicaciones <strong>de</strong> los felah abandonamos la ruta, tomando un<br />

171


estrecho y humil<strong>de</strong> sen<strong>de</strong>rillo que zigzagueaba hacia poniente. Calculé que, al<br />

<strong>de</strong>jar la vía principal y torcer a la izquierda, podíamos estar a unos seis kilómetros<br />

<strong>de</strong>l cruce <strong>de</strong> Qazrin y a diecisiete, más o menos, <strong>de</strong>l calvero <strong>de</strong>l<br />

«pelirrojo», en las cercanías <strong>de</strong> Beth Saida Julias.<br />

Al avanzar hacia el Jordán, el paisaje dio un vuelco. Y el caminillo, <strong>de</strong> apenas<br />

metro y medio, valiente, se enfrentó a la temida y sofocante «jungla» <strong>de</strong><br />

cañas, a<strong>de</strong>lfas y espadañas. A ambos lados, macizas, casi impenetrables, se<br />

alzaban sendas murallas <strong>de</strong> Anmdo donax, las cañas gigantes <strong>de</strong> cinco metros,<br />

rematadas por aburridos penachos <strong>de</strong> plumas. Más allá, encarceladas entre<br />

las gruesas y nudosas qanes, disputando cada palmo <strong>de</strong> tierra, pedían clemencia<br />

las rojas, blancas y naranjas ardaf, las a<strong>de</strong>lfas impregnadas en veneno.<br />

Y al final, lindando con las invisible aguas <strong>de</strong>l Hule, otra resignada y<br />

compacta población <strong>de</strong> espadañas, el mítico suf que sirvió para trenzar la<br />

canasta que salvó a Moisés, con sus esbeltos tallos <strong>de</strong> tres y cuatro metros<br />

buscando la luz <strong>de</strong>sesperadamente. Y entre las erectas hojas, finas como<br />

cintas, una errática, oscura y zumbante amenaza: la malaria...<br />

Al fondo, quizá a medio kilómetro, sobre el pantano, se escuchaba, confuso y<br />

<strong>de</strong>safinado, el concierto <strong>de</strong> las aves acuáticas.<br />

Conté setecientos pasos. Allí, al fin, el pasillo <strong>de</strong> cañas se rindió. Y ante estos<br />

exploradores se presentó una <strong>de</strong>sahogada explanada, casi circular, <strong>de</strong> unos<br />

cien metros <strong>de</strong> diámetro, férreamente cercada por otro verdiamarillento<br />

bosque <strong>de</strong> Arundos. Por <strong>de</strong>trás, hacia el oeste, a escasa distancia, murmuraba<br />

ronco e inconfundible el padre Jordán, recién liberado <strong>de</strong>l Hule.<br />

En el centro, plantadas en círculo, siete chozas. Todas montadas con las<br />

huecas y recias cañas gigantes. Los techos, a poco más <strong>de</strong> tres metros <strong>de</strong>l<br />

negro y polvoriento suelo, habían sido confeccionados con ramas y hojas <strong>de</strong><br />

palma.<br />

Nos miramos intrigados.<br />

A primera vista, el kan parecía abandonado.<br />

¿Qué extraño? Ninguno <strong>de</strong> los felah nos advirtió...<br />

Las chozas se hallaban cerradas, con las estrechas puertecillas <strong>de</strong> cañas<br />

firmemente bloqueadas con sendos y pesados ma<strong>de</strong>ros. Cada viga, <strong>de</strong> un<br />

metro, era sostenida por un par <strong>de</strong> lazadas <strong>de</strong> cuerdas, sólidamente amarradas<br />

al cañizo.<br />

El cierre, no sé por qué, se me antojó raro. Retirar los travesaños no hubiera<br />

sido difícil...<br />

Por puro instinto, conversando en voz baja, optamos por echar un segundo y<br />

minucioso vistazo.<br />

Negativo.<br />

La espesura que abrazaba el lugar, al margen <strong>de</strong> las alborotadoras aves y los<br />

oscuros nubarrones <strong>de</strong> insectos, aparecía tan solitaria como el minúsculo<br />

poblado.<br />

172


¿Qué hacíamos?<br />

Mi hermano, inquieto, presagiando algo, recomendó dar media vuelta, retornando<br />

a la senda principal.<br />

Tentado estuve <strong>de</strong> obe<strong>de</strong>cer, prosiguiendo el viaje hacia el Hermón, pero<br />

«algo» -no sé cómo <strong>de</strong>finirlo- me retuvo. «Algo» me atraía. «Algo» me llamaba<br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong> las silenciosas cabañas.<br />

Y el Destino -cómo no- entró en acción...<br />

De pronto, <strong>de</strong> algún punto <strong>de</strong>l calvero escapó un chillido. Después otro y<br />

otro...<br />

Eliseo, pálido, me interrogó con la mirada.<br />

Ni i<strong>de</strong>a.<br />

Súbitamente cesaron. Entonces, por nuestra <strong>de</strong>recha, por <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> una <strong>de</strong><br />

las chozas más próximas, creímos escuchar un ruido metálico. Algo similar al<br />

arrastre <strong>de</strong> ca<strong>de</strong>nas.<br />

¿Ca<strong>de</strong>nas?<br />

No lo pensé. Y ante las protestas <strong>de</strong>l ingeniero avancé <strong>de</strong>cidido hacia el centro<br />

<strong>de</strong>l círculo formado por las cabañas.<br />

¿Qué ocurría? ¿Qué pasaba en aquel remoto y perdido lugar?<br />

No tuvimos que esperar mucho para <strong>de</strong>scubrirlo.<br />

Al rebasar el primer chozo <strong>de</strong> la <strong>de</strong>recha quedamos inmóviles y perplejos. Allí<br />

estaba el «responsable» <strong>de</strong>l sonido metálico...<br />

Al vernos, tan sorprendido como nosotros, se puso en pie. Nos observó unos<br />

instantes y, sin previo aviso, furioso como una pantera, se lanzó hacia estos<br />

exploradores, berreando y agitando los brazos.<br />

Eliseo, instintivamente, retrocedió.<br />

Y quien esto escribe, en un movimiento reflejo, <strong>de</strong>slizó los <strong>de</strong>dos hasta el<br />

extremo superior <strong>de</strong> la «vara <strong>de</strong> Moisés». Y, atento, acarició el clavo <strong>de</strong> los<br />

ultrasonidos.<br />

No hubo necesidad <strong>de</strong> intervenir. La ca<strong>de</strong>na que lo sujetaba a la base <strong>de</strong> la<br />

cabaña, con eslabones gruesos como puños, se tensó, <strong>de</strong>rribándolo.<br />

Pero el joven negro se incorporó <strong>de</strong> nuevo y, aullando y retorciéndose <strong>de</strong> dolor,<br />

intentó avanzar. Y por segunda vez, el grillete <strong>de</strong> hierro que aprisionaba el<br />

tobillo izquierdo lo frenó en seco, lanzándolo <strong>de</strong> bruces contra el polvo.<br />

Impotente, sin <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> bramar, empezó entonces a golpearse el rostro con la<br />

ceniza volcánica que cubría el calvero.<br />

Y, lívidos, igualmente impotentes, asistimos al progresivo e inevitable <strong>de</strong>strozo<br />

<strong>de</strong> nariz, frente, cejas, labios y mentón.<br />

Y así continuó durante unos largos -eternos- minutos...<br />

La criatura, quizá <strong>de</strong> unos veinte años, alta y fuerte, totalmente <strong>de</strong>snuda,<br />

presentaba el cuerpo «tatuado» con <strong>de</strong>cenas <strong>de</strong> pequeños círculos que corrían<br />

paralelos <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el ensangrentado rostro hasta los pies. Parecían cicatrices,<br />

evi<strong>de</strong>ntemente provocadas. Una suerte <strong>de</strong> escarificación o incisiones<br />

173


en la piel, brutales e intencionadamente resaltadas, que hacían las veces <strong>de</strong><br />

los tradicionales tatuajes pintados. Tal y como averiguaríamos más a<strong>de</strong>lante,<br />

algo bastante habitual entre las razas africanas.<br />

Superada en parte la crisis, el negro volvió a sentarse y, sin <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> gesticular<br />

rompió a reír. Y las carcajadas, sonoras e interminables, atronaron el<br />

kan, poniendo en ruga a las aves <strong>de</strong>l cañaveral.<br />

Nos encontrábamos, en efecto, ante un <strong>de</strong>sequilibrado. Un pobre infeliz que<br />

permanecía enca<strong>de</strong>nado día y noche.<br />

Semanas más tar<strong>de</strong>, en una segunda visita al triste lugar, esta vez en la<br />

compañía <strong>de</strong>l Maestro, Assi, el auxiliador, me proporcionó algunos datos<br />

complementarios que dieron una pista sobre el mal que aquejaba al muchacho<br />

negro. El esclavo, recogido en el kan <strong>de</strong>s<strong>de</strong> hacía años, era víctima <strong>de</strong><br />

un síndrome poco común, ligado a la locura. Una dolencia que en nuestro<br />

tiempo recibe el nombre <strong>de</strong> amok. Un mal, <strong>de</strong> origen oscuro, que le hacía<br />

estallar en frecuentes y repentinos ataques <strong>de</strong> ira, golpeando e hiriendo a<br />

cuantos se cruzasen en su camino. La peligrosidad <strong>de</strong>l sujeto obligó a enca<strong>de</strong>narlo<br />

y aislarlo. Verda<strong>de</strong>ramente, en aquella época y con los rudimentarios<br />

medios al alcance <strong>de</strong>l paciente esenio, no había <strong>de</strong>masiadas alternativas...<br />

Una <strong>de</strong>sgarradora secuencia <strong>de</strong> chillidos nos sacó <strong>de</strong> la atenta observación <strong>de</strong>l<br />

enca<strong>de</strong>nado.<br />

Mi hermano, nervioso, suplicó que lo <strong>de</strong>jara. Ya era suficiente...<br />

Pero la curiosidad tiró <strong>de</strong> mí. Allí, efectivamente, sucedía algo extraño. El kan<br />

no estaba vacío ni abandonado.<br />

Eliseo, intuitivo, pronosticó nuevos sobresaltos.<br />

No repliqué. Intenté localizar el lugar <strong>de</strong>l que partían los gritos y, a gran<strong>de</strong>s<br />

zancadas, me dirigí a él.<br />

El ingeniero, maldiciendo su estampa, no tuvo más remedio que seguirme.<br />

Nunca imaginé lo que encerraban aquellas chozas...<br />

Afortunadamente, todas disponían <strong>de</strong> dos o tres ventanucos, altos y estrechos,<br />

<strong>de</strong> apenas una cuarta, por los que tan sólo penetraban la luz y las inevitables<br />

nubes <strong>de</strong> insectos.<br />

Al principio, al asomarme, la penumbra me confundió. Creí que se trataba <strong>de</strong><br />

animales. Y, en cierto modo, así era...<br />

De pie y tumbados distinguí bultos. Diez o quince.<br />

¡Dios bendito!<br />

A los pocos segundos, acostumbrado a la cuasi oscuridad, comprendí. Retrocedí<br />

incrédulo. Pero los afilados chillidos me empujaron <strong>de</strong> nuevo hasta la<br />

«tronera».<br />

A la izquierda <strong>de</strong>l habitáculo, sentado y con la espalda pegada a la pared <strong>de</strong><br />

cañas, se hallaba el autor <strong>de</strong>l griterío. No tendría más <strong>de</strong> diez o doce años.<br />

Aparecía igualmente enca<strong>de</strong>nado. Tres pesados grilletes lo inmovilizaban.<br />

174


Uno, alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong>l cuello, lo fijaba al muro. Los otros, en las muñecas, anclados<br />

a sendas y cortas ca<strong>de</strong>nas, impedían que pudiera levantar los brazos<br />

más allá <strong>de</strong> treinta o cuarenta centímetros <strong>de</strong>l suelo.<br />

Al verme (?) giró la cabeza e intensificó los chillidos, pataleando e iniciando un<br />

violento y sistemático golpeteo <strong>de</strong> las cañas con el cráneo.<br />

En el extremo opuesto, a cuatro o cinco metros, otro individuo, también<br />

sentado, jugaba en silencio con sus manos. Las hacía aletear ante los ojos.<br />

Parecía absorto y divertido con los movimientos <strong>de</strong> los <strong>de</strong>dos.<br />

¡Dios mío!<br />

Empecé a enten<strong>de</strong>r...<br />

Un tercer autista, cubierto con un taparrabo, también joven y esquelético,<br />

marchaba <strong>de</strong> un lado a otro, rígido como un árbol y esquivando con habilidad<br />

los «bultos»<br />

que ocupaban el centro <strong>de</strong> la choza. Sostenía una sandalia. De pronto,<br />

siempre en los mismos lugares, se <strong>de</strong>tenía. Palpaba el calzado. Lo acercaba a<br />

la nariz y, tras olfatearlo, reanudaba el monótono y repetitivo paseo.<br />

¿Qué clase <strong>de</strong> kan era aquél?<br />

Mi compañero, intrigado, se unió a este <strong>de</strong>smoralizado explorador.<br />

En esos instantes, una <strong>de</strong> las «sombras» se levantó, aproximándose al<br />

ventanuco.<br />

Al entrar en el cañón <strong>de</strong> luz y <strong>de</strong>scubrir su aspecto, Eliseo, <strong>de</strong>scompuesto, se<br />

echó atrás.<br />

El «hombre», sin embargo, continuó avanzando. Llegó hasta quien esto escribe<br />

y, esbozando una difícil sonrisa, preguntó:<br />

-¿Sois nuevos?<br />

Tuve que hacer un esfuerzo. La garganta, seca ante aquel espanto, se negó a<br />

respon<strong>de</strong>r.<br />

El infeliz, haciéndose cargo, bajó los ojos y, humillado, hizo a<strong>de</strong>mán <strong>de</strong> volver<br />

a la penumbra.<br />

-Sí -balbuceé como pu<strong>de</strong>-. Somos nuevos...<br />

La sonrisa regresó y me estudió <strong>de</strong>tenidamente.<br />

El individuo, entrado en años, sufría un mal «repugnante». Una dolencia <strong>de</strong> la<br />

que no tenía culpa alguna y que, no obstante, provocaba un absoluto rechazo<br />

social. La casi totalidad <strong>de</strong>l rostro aparecía cubierta por una <strong>de</strong>nsa mata <strong>de</strong><br />

pelo negro. Unos pelos largos, <strong>de</strong> hasta diez centímetros, que, unidos al<br />

enrojecimiento <strong>de</strong> la conjuntiva y a la masiva caída <strong>de</strong> dientes, le daban un<br />

aire feroz. Si no recordaba mal, el «hombre» pa<strong>de</strong>cía lo que la Medicina<br />

<strong>de</strong>nomina «hipertricosis lanuginosa congénita». Un hirsutismo o abundancia<br />

<strong>de</strong> pelo duro y recio que, generalmente, prolifera por todo el cuerpo, salvo las<br />

palmas <strong>de</strong> las manos y las plantas <strong>de</strong> los pies. Un problema no muy común,<br />

probablemente <strong>de</strong> carácter hereditario (autosómico dominante), que convertía<br />

a estos infortunados en «sanguinarios hombres lobo», «cara <strong>de</strong> perro»<br />

175


o «skye terrier humano».<br />

Correspondí a la franca sonrisa y, animado, se acercó <strong>de</strong>finitivamente. Sus<br />

ojos, a pesar <strong>de</strong> todo, irradiaban una lejana paz.<br />

-Buscamos a Assi -a<strong>de</strong>lanté-. Éste es su kan, creo...<br />

Asintió con la cabeza y, señalando hacia el Hule, aclaró:<br />

-Está pescando en el agam [el lago] con los otros... No regresará hasta la<br />

puesta <strong>de</strong> sol.<br />

Mala suerte...<br />

Me <strong>de</strong>spedí <strong>de</strong>l buen «hombre» y, reuniéndome con el todavía nervioso Eliseo,<br />

resumí la situación. Mi hermano, aliviado, apremió. Deseaba salir <strong>de</strong>l calvero<br />

<strong>de</strong> inmediato. Sin embargo, aunque empezaba a tener muy clara la naturaleza<br />

<strong>de</strong>l «albergue», le pedí unos minutos. Lo justo para inspeccionar otra<br />

choza. Sólo una.<br />

Aceptó a regañadientes.<br />

Elegí la más alejada y caminamos hacia ella.<br />

El «espectáculo» tampoco fue muy gratificante, que digamos...<br />

Definitivamente, el kan parecía un refugio <strong>de</strong> «monstruos», locos irrecuperables<br />

y lisiados «vergonzantes».<br />

Al asomarnos, una peste fétida y sólida nos obligó a taparnos el rostro.<br />

En esta ocasión, el lugar se hallaba casi vacío. Distinguí dos hombres y otras<br />

tantas mujeres.<br />

Al pie <strong>de</strong>l ventanuco, tumbado en un lecho <strong>de</strong> paja, <strong>de</strong>snudo y con los ojos<br />

muy abiertos, miraba sin mirar un larguirucho muchacho.<br />

¡Dios!<br />

Eliseo, atormentado por el hedor y la visión <strong>de</strong>l personaje, se retiró. Y mi<br />

estómago, retorciéndose, amenazó con un par <strong>de</strong> violentas arcadas.<br />

¿Cómo era posible?<br />

Aquel infeliz era el causante <strong>de</strong> la insoportable atmósfera que gobernaba la<br />

cabaña. Se hallaba materialmente rebozado en sus propios excrementos. Con<br />

una mano hacía acopio <strong>de</strong> ellos, llevándoselos a la boca. Con la otra se<br />

masturbaba sin cesar. Obsesivamente. Gimiendo con un hilo <strong>de</strong> voz...<br />

A juzgar por el aspecto y la conducta se trataba, sin duda, <strong>de</strong> un oligofrénico,<br />

un <strong>de</strong>ficiente mental profundo, cuyo coeficiente intelectual no creo que llegase<br />

siquiera a 20. En otras palabras: un total y absoluto irresponsable, con<br />

una «edad mental» inferior a la <strong>de</strong> un niño <strong>de</strong> dos o tres años.<br />

Sinceramente, me vine abajo.<br />

Al <strong>de</strong>tectarnos, las mujeres se alzaron, acercándose cautelosas. Se <strong>de</strong>tuvieron<br />

a un metro y una <strong>de</strong> ellas, con voz ronca y varonil, me increpó, exigiendo<br />

comida. La hebrea podía pesar cien o ciento veinte kilos.<br />

Desafiante, esperó una respuesta.<br />

Me encogí <strong>de</strong> hombros, insinuando que no era el momento.<br />

El rostro, redondo como una luna llena, rojizo y rubicundo, se endureció.<br />

176


Aprecié claros síntomas <strong>de</strong> calvicie. Una alopecia frontal, <strong>de</strong> tipo masculino.<br />

Supongo que insatisfecha con mis palabras terminó dándome la espalda.<br />

Entonces, bajo la mugrienta túnica, muy próximo a la nuca, <strong>de</strong>scubrí un bulto<br />

sospechoso. Probablemente, otra acumulación <strong>de</strong> grasa. La típica «giba <strong>de</strong><br />

búfalo» que presentan los afectados por el llamado síndrome <strong>de</strong> Cushing. Un<br />

cuadro clínico provocado por el <strong>de</strong>fectuoso funcionamiento <strong>de</strong> la corteza<br />

suprarrenal. En suma, una excesiva secreción <strong>de</strong> cortisol, una hormona<br />

adrenocortical . Si era lo que sospechaba, la notable obesidad tenía que estar<br />

propiciada por dicho mal.<br />

Y ante mi sorpresa, impúdica, la mujer fue a levantar los bajos <strong>de</strong> la túnica,<br />

mostrando un enorme trasero.<br />

El <strong>de</strong>svergonzado gesto revelaría algo que confirmó el diagnóstico.<br />

La piel, en efecto, aparecía frágil, atrófica y <strong>de</strong>jando transparentar las vénulas.<br />

Los flancos y raíces <strong>de</strong> los muslos se hallaban arrasados por las características<br />

estrías rojovinosas. En cuanto a las piernas, flacas como palillos, contrastando<br />

con el pronunciado vientre en péndulo, remataban el <strong>de</strong>sastre con un<br />

racimo <strong>de</strong> equimosis y otras manchas rojas (púrpura).<br />

No había duda. La mujer era víctima <strong>de</strong>l síndrome <strong>de</strong> Cushing. Una patología<br />

que, a<strong>de</strong>más <strong>de</strong> lo ya <strong>de</strong>scrito, coloca al paciente en una no menos <strong>de</strong>licada<br />

inferioridad psíquica.<br />

La segunda, envuelta en un grueso manto <strong>de</strong> lana, tiritando <strong>de</strong> pies a cabeza,<br />

se llevó el <strong>de</strong>do índice izquierdo a la sien y me dio a enten<strong>de</strong>r que su compañera<br />

no estaba muy cuerda. Después, confiada, se acercó. Cabello, cejas y<br />

pestañas casi habían <strong>de</strong>saparecido.<br />

Tomó mis manos. La piel <strong>de</strong> la anciana, helada, seca, dura, amarillenta y<br />

escamosa, me alarmó.<br />

¿Cuál era su mal?<br />

Y con voz lenta y áspera preguntó:<br />

-¿Buscas a Assi?<br />

Asentí <strong>de</strong>sconcertado.<br />

-Él es muy bueno -añadió <strong>de</strong>spacio. Muy <strong>de</strong>spacio-. Cuida <strong>de</strong> nosotros...<br />

Ahora está procurando cena...<br />

Segunda confirmación. El responsable <strong>de</strong>l kan se hallaba ausente.<br />

Acto seguido, apretando mis manos, formuló algo absurdo:<br />

-Hace frío... No consigo acostumbrarme... Hace mucho frío...<br />

Perplejo, no acerté a respon<strong>de</strong>r.<br />

¿Frío? ¿En pleno agosto? En aquellos momentos, y en aquella «jungla», no<br />

creo que la temperatura bajase <strong>de</strong> 20 o 25 grados...<br />

Y alzando la voz <strong>de</strong> arriero exclamó:<br />

-¿Qué dices? No te oigo...<br />

Negué con la cabeza. No había dicho nada. Probablemente era sorda. Pensé<br />

en un hipotiroidismo, otro ¡ déficit en la secreción <strong>de</strong> las hormonas tiroi<strong>de</strong>as.<br />

177


La caída <strong>de</strong>l pelo, tumefacción y tonalidad amarillenta <strong>de</strong> la piel, tiritona y la<br />

voz lenta y aguar<strong>de</strong>ntosa parecían indicarlo. Si era así, la <strong>de</strong>sagradable voz<br />

tenía que estar producida por la infiltración mucoi<strong>de</strong> <strong>de</strong> la lengua y <strong>de</strong> la<br />

laringe. Sin embargo, sin un examen más riguroso, sólo cabía especular.<br />

Me dispuse a retirarme. Ya había visto suficiente...<br />

Intenté zafarme <strong>de</strong> las manos <strong>de</strong> la mujer. Pero, supongo que necesitada <strong>de</strong><br />

compañía, se resistió, apretando con fuerza. En esos instantes, <strong>de</strong> improviso,<br />

el segundo y silencioso hombre se incorporó, Lo vi gesticular. Y, <strong>de</strong> un salto,<br />

se colocó a espaldas <strong>de</strong> la anciana.<br />

No, no lo había visto todo...<br />

De pronto, el renegrido y arrugado rostro se convulsionó. Y cejas, párpados,<br />

nariz, mejillas y boca se enzarzaron en un espectacular baile <strong>de</strong> tics.<br />

Desconcertado, incapaz <strong>de</strong> precisar el alcance y la intencionalidad <strong>de</strong> las<br />

violentas muecas, solté al fin mis manos, echándome atrás.<br />

La mujer repitió la señal, colocando el <strong>de</strong>do en la sien.<br />

También acertó.<br />

Sin control, dominado por los tics motores, el pobre infeliz inició entonces una<br />

nerviosa y compulsiva sarta <strong>de</strong> blasfemias, juramentos y obscenida<strong>de</strong>s <strong>de</strong><br />

todo tipo.<br />

El ataque se endureció y, junto a las aparatosas muecas y tics musculares,<br />

surgió otra incontrolable serie <strong>de</strong> movimientos espasmódicos en la mitad<br />

superior <strong>de</strong>l cuerpo. La mujer, golpeada sin querer por manos, brazos y tórax,<br />

se retiró atemorizada. ¡Dios! Aquello era <strong>de</strong>masiado... La coprolalia (repetición<br />

<strong>de</strong> frases obscenas) se centró en el otro <strong>de</strong>sgraciado -el oligofrénico-,<br />

sacando a relucir, a voz en grito, todas y cada una <strong>de</strong> las miserias <strong>de</strong>l <strong>de</strong>ficiente<br />

mental.<br />

Y a cada mención a los excrementos, el enfermo acompañaba su locura con<br />

toses, salivazos y cavernosos ruidos bucales.<br />

Eliseo, harto, me enganchó por la espalda, obligándome a <strong>de</strong>saparecer <strong>de</strong><br />

aquel «infierno».<br />

No creo equivocarme. El último sujeto era víctima <strong>de</strong> un trastorno mental<br />

llamado «síndrome De la Turette», una enfermedad <strong>de</strong> muy mal pronóstico.<br />

¡Dios bendito! ¿Dón<strong>de</strong> estábamos? ¿A qué clase <strong>de</strong> kan habíamos ido a parar?<br />

«Aquello» nada tenía que ver con lo que conocía. «Aquello» no era el típico<br />

albergue <strong>de</strong> paso...<br />

Y, <strong>de</strong>smoralizado, siguiendo <strong>de</strong> cerca los presurosos pasos <strong>de</strong> mi compañero<br />

por el pasillo <strong>de</strong> cañas, me pregunté qué otras calamida<strong>de</strong>s y <strong>de</strong>spojos<br />

humanos escondía el resto <strong>de</strong> las chozas.<br />

¡Dios <strong>de</strong> los cielos! Sólo nos asomamos a dos... ¿Qué encerraban las otras<br />

cinco? Semanas <strong>de</strong>spués, como ya he mencionado, al <strong>de</strong>scen<strong>de</strong>r <strong>de</strong>l Hermón<br />

y entrar <strong>de</strong> nuevo en el lugar, quedaríamos sobrecogidos.<br />

Al igual que la oscura y tenebrosa «ciudad <strong>de</strong> los niamzer, ubicada, como se<br />

178


ecordará, en las cercanías <strong>de</strong> liberta<strong>de</strong>s, este rincón junto al lago Hule era<br />

también una «pesadilla». Otra <strong>de</strong>moledora realidad <strong>de</strong> la Palestina en la que<br />

se movió el Maestro. Una especie <strong>de</strong> tristísimo «almacén» <strong>de</strong> locos, enfermos<br />

y lisiados -sumamos más <strong>de</strong> sesenta-, perfecta y rigurosamente «controlados<br />

y marginados». Un gueto al que muy pocos se atrevían a llegar. Una humillante<br />

y humillada «al<strong>de</strong>a» que, sin embargo, no pasó <strong>de</strong>sapercibida para el<br />

tierno y magnánimo Hijo <strong>de</strong>l Hombre.<br />

En esos momentos no podíamos imaginar el <strong>de</strong>stacado protagonismo que<br />

alcanzarían los olvidados pupilos <strong>de</strong> Assi durante la vida <strong>de</strong> predicación <strong>de</strong><br />

Jesús <strong>de</strong> Nazaret. Un protagonismo, por cierto, <strong>de</strong>l que nadie habla en los<br />

textos sagrados (?)...<br />

Pero ésa, como habrá intuido el paciente lector <strong>de</strong> estas memorias, es otra<br />

historia. Una bellísima historia que -Dios lo quiera- espero relatar en su<br />

momento...<br />

Quizá fuera la hora «tercia» (alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> las nueve) <strong>de</strong> aquella luminosa<br />

mañana cuando, al fin, <strong>de</strong>sembocamos en la senda principal.<br />

No alcanzamos a ver a Assi, ni tampoco al pelirrojo, pero dimos por buena la<br />

experiencia.<br />

El tránsito <strong>de</strong> hombres y animales continuaba en auge.<br />

Me fijé en las caras. Muchas, risueñas. Otras, congestionadas por el calor y la<br />

marcha. Todas, en <strong>de</strong>finitiva, ajenas a lo que acontecía algo más allá, a setecientos<br />

pasos <strong>de</strong> don<strong>de</strong> nos encontrábamos...<br />

Me sentí impotente. Derrotado.<br />

Aquellos infelices no existían. No contaban. Peor aún: eran la vergüenza y el<br />

<strong>de</strong>scrédito <strong>de</strong> una nación.<br />

Proseguimos hacia el norte e, incapaz <strong>de</strong> sofocar tanta amargura, comencé a<br />

hablar solo, lamentando cuanto había visto.<br />

Mi hermano se hizo cargo e, intentando aliviar y repartir la «carga», me interrogó<br />

sobre el porqué <strong>de</strong> semejante situación.<br />

¿Quién era el culpable?<br />

Agra<strong>de</strong>cí el salvavidas. Fue muy oportuno.<br />

Ante nosotros, haciendo guiños <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la cumbre, se alzaba el gigante <strong>de</strong> los<br />

«cabellos nevados». Debía sosegarme. Era preciso que arrojara por la borda<br />

el lastre <strong>de</strong> aquel sufrimiento. El encuentro con el rabí <strong>de</strong> Galilea nos obligaba<br />

a permanecer atentos y con el ánimo limpio y estable. No podíamos distraernos.<br />

Era mucho lo que estaba en juego. Demasiado...<br />

Y aferrándome a la pregunta intenté simplificar.<br />

Para compren<strong>de</strong>r medianamente lo que representaba el kan <strong>de</strong>l esenio era<br />

necesario regresar a un viejo y ya comentado concepto judío: pecado =<br />

castigo divino = enfermedad.<br />

En el fondo -fui explicando a mi compañero- era tan simple como dramático.<br />

179


Yavé era la clave. No exageraba. El Dios <strong>de</strong>l Sinaí, en buena medida, era el<br />

responsable <strong>de</strong> tanta miseria, marginación y error. Naturalmente, con el paso<br />

<strong>de</strong> los siglos, «otros» contribuyeron también a endurecer la ya lamentable<br />

situación.<br />

Éste fue el arranque <strong>de</strong> la esclarecedora conversación que sostuvimos<br />

mientras ganábamos terreno.<br />

-¿Yavé?... ¿Y por qué Yavé? Se supone que es Dios...<br />

-Sí -argumenté-, un Dios extraño. Negativo.<br />

Y me centré en los hechos.<br />

-Recuerda algunos pasajes <strong>de</strong>l Pentateuco. ¿Qué dice el Levítico?<br />

«... Pero, si no me escuchareis, ni cumpliereis todos mis mandamientos, si<br />

<strong>de</strong>spreciareis mis leyes y no hiciereis caso <strong>de</strong> mis juicios, <strong>de</strong>jando <strong>de</strong> hacer lo<br />

que tengo establecido, e invalidando mi pacto, ved aquí la manera con que yo<br />

también me portaré con vosotros: Os castigaré prontamente con hambre, y<br />

con un ardor que os abrasará los ojos, y consumirá vuestras vidas...» (Levítico<br />

XXVI, 14-16).<br />

Eliseo guardó silencio. Extraño Dios, sí...<br />

-... ¿Y qué sucedió cuando Aarón y María murmuraron contra Moisés por<br />

haber tomado por esposa a una kusita [etíope]? La cólera <strong>de</strong> Yavé se encendió<br />

contra ellos y María terminó leprosa, «blanca como la nieve». Aarón lo tuvo<br />

claro. Aquel ataque <strong>de</strong> zaráat (¿lepra?) era cosa <strong>de</strong> Dios. Y pidió a su hermano<br />

Moisés que intercediera (Números 12, 1-15).<br />

»En el Deuteronomio (28, 21-27) -continué- Yavé insiste: «Si no escuchas la<br />

voz <strong>de</strong>l Señor..., entonces, el Señor traerá sobre ti mortandad... Te herirá <strong>de</strong><br />

tisis y fiebre..., y con la úlcera <strong>de</strong> Egipto, con tumores, con sarna, y con<br />

comezón...»<br />

»Y más a<strong>de</strong>lante (Deuteronomio 32-39), el <strong>de</strong>spiadado Dios (?) aclara: «Yo<br />

he herido y yo sano... Si obras con rectitud, ninguna <strong>de</strong> estas enfermeda<strong>de</strong>s<br />

caerá sobre ti.»<br />

-Menos mal... -murmuró mi compañero, perplejo.<br />

-El Deuteronomio, como sabes, está plagado <strong>de</strong> avisos similares.<br />

«... Yavé te castigará con la locura, con la ceguera y con el frenesí, <strong>de</strong> suerte<br />

que andarás a tientas en medio <strong>de</strong>l día, como suele andar un ciego ro<strong>de</strong>ado <strong>de</strong><br />

tinieblas... Te herirá el Señor con úlceras malignísimas en las rodillas y en las<br />

pantorrillas, y <strong>de</strong> un mal incurable <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la planta <strong>de</strong>l pie hasta la coronilla...<br />

el Señor acrecentará tus plagas y las <strong>de</strong> tu <strong>de</strong>scen<strong>de</strong>ncia, plagas gran<strong>de</strong>s y<br />

permanentes, enfermeda<strong>de</strong>s malignas e incurables; y arrojará sobre ti todas<br />

las plagas <strong>de</strong> Egipto, que tanto te horrorizaron, las cuales se apegarán a ti<br />

estrechamente. A<strong>de</strong>más <strong>de</strong> esto enviará el Señor sobre ti todas las dolencias<br />

y llagas, que no están escritas en el libro <strong>de</strong> esta Ley, hasta aniquilarte.»<br />

Guardamos silencio. Y creo que pensamientos y corazones volaron al unísono<br />

hasta el Hermón.<br />

180


¡Qué hermosa y difícil «revolución» la <strong>de</strong> aquel Hombre! ¡Qué distintos el Yavé<br />

<strong>de</strong> los judíos y el Ab-bá <strong>de</strong> Jesús <strong>de</strong> Nazaret!<br />

Y continuamos...<br />

-Está claro -sentencié-. La salud ha sido, y sigue siendo, un patrimonio exclusivo<br />

<strong>de</strong> Yavé. La Biblia lo repite hasta la saciedad: «Yavé curó a Abimélej»<br />

(Génesis 20, 17). «Yo soy Yavé, tu sanador» (Éxodo 15, 26). «¡Ruégote, oh<br />

Dios, que los sanes ahora!» (Números 12, 13). Y así podríamos seguir hasta el<br />

infinito...<br />

»De hecho, como también sabes, los judíos no aceptan el título <strong>de</strong> médico.<br />

Sólo Dios es rofé. Ellos se contentan con una <strong>de</strong>signación que no ofenda a ese<br />

«Señor». Se autoproclaman «auxiliadores» o «sanadores». Assi, cuando lo<br />

conozcas, es uno <strong>de</strong> ellos. Los otros médicos, los gentiles, son <strong>de</strong>spreciables<br />

usurpadores. Habrás notado que, en muchas ocasiones, me miran con repugnancia...<br />

»En resumen, <strong>de</strong> acuerdo a lo promulgado por Yavé, la enfermedad es un<br />

castigo divino, consecuencia, ¡siempre!, <strong>de</strong> los pecados humanos. Si un judío<br />

se equivoca, si infringe la Ley, ese Dios vigilante y vengativo no perdona...<br />

-¡Dios mío! se lamentó Eliseo con razón-. ¿Y qué suce<strong>de</strong> con las enfermeda<strong>de</strong>s<br />

genéticas? ¿Qué pecado pue<strong>de</strong> haber cometido el oligofrénico que<br />

acabamos <strong>de</strong> ver?<br />

-Todo está previsto y contemplado en esa retorcida y sibilina Ley, querido<br />

amigo. Todo...<br />

«Evi<strong>de</strong>ntemente, es muy difícil culpar <strong>de</strong> pecado a alguien que haya nacido<br />

con ese o con cualquier otro <strong>de</strong>fecto. No importa. Los intérpretes <strong>de</strong> la Ley<br />

invocan entonces la culpabilidad <strong>de</strong> los padres. Y si éstos son sanos, retroce<strong>de</strong>n<br />

en los ancestros...<br />

»Alguien, en <strong>de</strong>finitiva, cometió un error. Y Dios, implacable, hiere y humilla.<br />

-No, eso no es un Dios...<br />

Sonreí para mis a<strong>de</strong>ntros. Eliseo, efectivamente, estaba poniendo el <strong>de</strong>do en<br />

la llaga. Estaba aproximándose a otro <strong>de</strong> los «frentes <strong>de</strong> batalla» que <strong>de</strong>bería<br />

sostener el Hijo <strong>de</strong>l Hombre. Un «frente» que multiplicaría el número <strong>de</strong><br />

enemigos y que contribuiría <strong>de</strong>cisivamente a su arresto y ejecución. No<br />

conviene olvidarlo.<br />

-En otras palabras -maticé-: la salud, para este pueblo, <strong>de</strong>pen<strong>de</strong> directa y<br />

proporcionalmente <strong>de</strong>l cumplimiento <strong>de</strong> la Ley. El problema, el gran problema,<br />

es que esa Ley es una diabólica tela <strong>de</strong> araña, imposible <strong>de</strong> memorizar. En<br />

consecuencia, según los rigoristas, siempre hay algo que se incumple. Esta<br />

<strong>de</strong>mencial situación, como comprobarás en su momento, provoca dos realida<strong>de</strong>s,<br />

a cual más absurda. Un hombre sano, para los judíos, es alguien puro,<br />

fiel cumplidor <strong>de</strong> los preceptos divinos. Esta suposición, en multitud <strong>de</strong> ocasiones,<br />

arrastra a rabinos, doctores <strong>de</strong> la Ley y <strong>de</strong>más castas principales a una<br />

181


presunción y engreimiento más que notables. Ahí tienes, sin ir más lejos, a los<br />

llamados «santos y separados», los fariseos... Dios, sencillamente, está con<br />

ellos.<br />

«Con los enfermos, lisiados o locos, en cambio, ocurre lo contrario. Sus males<br />

son la <strong>de</strong>mostración palpable <strong>de</strong> que Yavé los ha abandonado. Y así seguirán<br />

hasta que no reconozcan sus faltas y se purifiquen.<br />

-Absurdo...<br />

-Sí, pero real. Y el concepto en cuestión, querido Eliseo, se halla tan arraigado<br />

en sus corazones que muy pocas <strong>de</strong> las enfermeda<strong>de</strong>s psiquiátricas o mentales<br />

disfrutan <strong>de</strong> nombre propio. Para el judío, sobre todo para el extremista,<br />

la <strong>de</strong>mencia no es una patología. Esa i<strong>de</strong>a es extraña. No la concibe.<br />

-Entonces...<br />

-Con los <strong>de</strong>sequilibrados, el problema empeora. No solamente son pecadores.<br />

Para colmo <strong>de</strong> <strong>de</strong>sgracias, Yavé los castiga enviándoles un espíritu maligno,<br />

un ruah. Los locos, sencillamente, son poseídos. Es <strong>de</strong>cir, doblemente infortunados.<br />

Por eso encien<strong>de</strong>n una lámpara durante el sábado: para que los<br />

ruah no se acerquen. Opinan que estos <strong>de</strong>monios son invisibles y que están<br />

en todas partes, siempre al servicio <strong>de</strong> Yavé. Algunos, incluso, aseguran<br />

haber visto sus huellas, similares a las <strong>de</strong> gallos gigantes...<br />

-Entiendo. Según esto, el negro enca<strong>de</strong>nado en el kan <strong>de</strong> Assi es un poseso...<br />

-El negro, los epilépticos, los autistas, los esquizofrénicos y, prácticamente,<br />

todos los que pa<strong>de</strong>cen trastornos mentales, <strong>de</strong> lenguaje, <strong>de</strong> audición, etc.<br />

»Estos pobres infelices, a<strong>de</strong>más, como habrás intuido, no tienen <strong>de</strong>rechos.<br />

Son impuros y contaminan, incluso, «a distancia».<br />

-¿A distancia?<br />

-Yavé lo <strong>de</strong>jó claro en el Levítico (5, 3): «Si alguno, sin darse cuenta, toca a<br />

una persona impura, manchada con cualquier clase <strong>de</strong> impureza, cuando se<br />

entere se hace culpable.»<br />

Mi hermano rompió a reír.<br />

-¡Dios!... ¡Vaya Dios!<br />

-Y no queda ahí la cosa. Para Yavé (Levítico 21, 17-22), cualquier impedido o<br />

inválido está <strong>de</strong>sautorizado para hacerse sacerdote. Escucha lo que dice ese<br />

«Dios»: «Ninguno <strong>de</strong> tus <strong>de</strong>scendientes en cualquiera <strong>de</strong> sus generaciones<br />

que tenga un <strong>de</strong>fecto corporal podrá acercarse a ofrecer la comida <strong>de</strong> su Dios:<br />

sea ciego, cojo, con una pierna o un brazo fracturados, jorobado, raquítico,<br />

enfermo <strong>de</strong> los ojos, con sarna o tina, o eunuco. Nadie con alguno <strong>de</strong> estos<br />

<strong>de</strong>fectos pue<strong>de</strong> ofrecer la comida <strong>de</strong> su Dios. Ninguno <strong>de</strong> los <strong>de</strong>scendientes<br />

<strong>de</strong>l sacerdote Aarón que tenga un <strong>de</strong>fecto corporal se acercará a ofrecer la<br />

oblación en honor <strong>de</strong> Yavé. Tiene un <strong>de</strong>fecto corporal: no pue<strong>de</strong> acercarse a<br />

ofrecer la comida <strong>de</strong> su Dios.»<br />

-¡Dios!... ¡Qué Dios!...<br />

-Sí -comenté con <strong>de</strong>saliento-, en nuestro tiempo, Yavé sería calificado <strong>de</strong><br />

182


«nazi»...<br />

»Hasta el rey David se vio contagiado por la intransigencia <strong>de</strong> ese «Dios»<br />

brutal y selectivo. Así lo confirma el segundo libro <strong>de</strong> Samuel (5, 8): «Y dijo<br />

David aquel día: "Todo el que quiera atacar a los jebuseos que suba por el<br />

canal..., en cuanto a los ciegos y a los cojos, David los aborrece."» Por eso se<br />

dice: «Ni cojo ni ciego entrarán en la Casa (Templo).»<br />

»Más aún: según la tradición, estos <strong>de</strong>sheredados <strong>de</strong> la fortuna no tienen<br />

<strong>de</strong>recho a participar en los rituales <strong>de</strong> las gran<strong>de</strong>s fiestas, en las ofrendas e,<br />

incluso, en <strong>de</strong>terminados matrimonios.<br />

«Tres veces al año, como sabes, los israelitas varones <strong>de</strong>ben peregrinar al<br />

Templo y ofrecer varios sacrificios a Yavé. Pues bien, esto no cuenta para los<br />

niños, hermafroditas, mujeres, esclavos, sordomudos, imbéciles, individuos <strong>de</strong><br />

sexo incierto, enfermos, ciegos, ancianos y, en suma, para todos aquellos que no<br />

estén capacitados para llegar a pie.<br />

-¿Individuos <strong>de</strong> sexo incierto?<br />

-Sí, aquellos cuyos órganos genitales aparecen ocultos o no <strong>de</strong>sarrollados.<br />

-Entonces, Sitio...<br />

-Si fuera judío, tampoco podría presentarse en el Templo. Entraría en la<br />

difusa categoría <strong>de</strong> los hermafroditas. Es <strong>de</strong>cir, los que reúnen los dos sexos.<br />

-¿Y qué entien<strong>de</strong>n por «imbéciles»?<br />

-No lo que tú crees... No se trata <strong>de</strong> gente con escasa inteligencia, sino <strong>de</strong><br />

personas como las que has visto en el kan: <strong>de</strong>ficientes mentales y <strong>de</strong>sequilibrados.<br />

-¿Sordomudos?... ¿Por qué Yavé les prohíbe acercarse al Templo?<br />

-En este caso, en honor a la verdad, la culpa no es <strong>de</strong> Yavé, sino <strong>de</strong> los retorcidos<br />

intérpretes <strong>de</strong> sus palabras. Todo proce<strong>de</strong> <strong>de</strong> un texto <strong>de</strong>l Deuteronomio<br />

(31, 10-14). Escucha y <strong>de</strong>duce:<br />

«...Y Moisés les dio esta or<strong>de</strong>n: "Cada siete años, tiempo fijado para el año <strong>de</strong><br />

la Remisión, en la fiesta <strong>de</strong> las Tiendas (Tabernáculos), cuando todo Israel<br />

acuda, para ver el rostro <strong>de</strong> Yavé tu Dios, al lugar elegido por él, leerás esta Ley a<br />

oídos <strong>de</strong> todo Israel. Congrega al pueblo, hombres, mujeres y niños, y al forastero<br />

que vive en tus ciuda<strong>de</strong>s, para que oigan, aprendan a temer a Yavé<br />

nuestro Dios, y cui<strong>de</strong>n <strong>de</strong> poner en práctica todas las palabras <strong>de</strong> esta Ley. Y sus<br />

hijos, que todavía no la conocen, la oirán y apren<strong>de</strong>rán a temer a Yavé vuestro<br />

Dios todos los días que viváis en el suelo que vais a tomar en posesión al pasar el<br />

Jordán."»<br />

-Increíble...<br />

-Sí, esas expresiones: «Leerás esta Ley a oídos <strong>de</strong>...», «para que oigan» y<br />

«la oirán», han <strong>de</strong>jado fuera a los sordos. Para los doctores <strong>de</strong> la Ley, y <strong>de</strong>más<br />

rigoristas, está claro que, al no po<strong>de</strong>r escuchar, no tienen <strong>de</strong>recho.<br />

»Y otro tanto suce<strong>de</strong> con la ofrenda y el famoso diezmo. Ninguno <strong>de</strong> los infelices<br />

<strong>de</strong>l kan <strong>de</strong> Assi está autorizado a dichas prácticas. A ésos, a<strong>de</strong>más, se unen los<br />

mudos, ciegos, borrachos, <strong>de</strong>snudos y, asómbrate, los que han tenido una polu-<br />

183


ción nocturna (emisión involuntaria <strong>de</strong> semen durante el sueño).<br />

-Pero...<br />

-Así lo dice Yavé en el Levítico (15, 16-17): «El hombre que tenga <strong>de</strong>rrame seminal<br />

lavará con agua todo su cuerpo y quedará impuro hasta la tar<strong>de</strong>. Toda<br />

ropa y todo cuero sobre los cuales se haya <strong>de</strong>rramado el semen serán lavados con<br />

agua y quedarán impuros hasta la tar<strong>de</strong>. »<br />

-¿Y qué mal hacen un ciego o un borracho? ¿Por qué no pue<strong>de</strong>n presentar el<br />

diezmo?<br />

-La <strong>de</strong>cisión, una vez más, fue tomada por los «sabios» <strong>de</strong> Israel. Basándose<br />

en Números (18, 29), don<strong>de</strong> Yavé fija la obligación <strong>de</strong>l diezmo, estos «intérpretes»<br />

<strong>de</strong>dujeron que ciegos y borrachos no están capacitados para «ver»<br />

y seleccionar «lo mejor <strong>de</strong> lo mejor», tal y como or<strong>de</strong>na su Dios.<br />

Mi hermano, <strong>de</strong>sconcertado, hizo entonces un comentario. Un acertado comentario...<br />

-Empiezo a enten<strong>de</strong>r a qué clase <strong>de</strong> pueblo tuvo que enfrentarse el Maestro...<br />

-Apenas has visto nada, querido amigo. Nada...<br />

-¿Y qué suce<strong>de</strong> con los matrimonios?<br />

-Esa es otra larga y prolija historia. Poco a poco irás <strong>de</strong>scubriéndola. Te<br />

pondré un ejemplo. En la extensa normativa <strong>de</strong>dicada a las cuñadas (yernabot)<br />

se especifica que si un hombre se casa con una mujer sana y, al cabo<br />

<strong>de</strong> un tiempo, se vuelve sordomuda, el marido está legitimado para repudiarla.<br />

-¿Y si ocurre lo contrario?<br />

-Eso, que yo sepa, no lo contempla la Ley.<br />

-Machistas, cretinos e ignorantes...<br />

-Querido Eliseo -puntualicé-, en el fondo no son culpables. Simplemente, han<br />

heredado una situación creada por Yavé. A<strong>de</strong>más, no olvi<strong>de</strong>s que el concepto<br />

«pecado = castigo divino = enfermedad» ha terminado convirtiéndose en un<br />

excelente negocio...<br />

Y procuré resumir.<br />

-Tal y como señala la Ley, la curación está en manos <strong>de</strong> los sacerdotes. Yavé<br />

sana a través <strong>de</strong> ellos. Yavé perdona los pecados por mediación <strong>de</strong> esas<br />

castas. ¿Qué significa esto? Beneficios.<br />

Eliseo sonrió malicioso.<br />

-Entiendo...<br />

-Cada vez que alguien se cura, o consi<strong>de</strong>ra que ha pecado, está obligado a<br />

pagar en dinero o en especie. ¿Imaginas lo que esto supone para las arcas <strong>de</strong>l<br />

Templo y para los bolsillos <strong>de</strong> los astutos representantes <strong>de</strong> Yavé?<br />

Y le proporcioné un simple y elocuente ejemplo.<br />

-Según la Ley, el número <strong>de</strong> preceptos negativos que «Dios» encomendó a<br />

Israel ascien<strong>de</strong> a trescientos sesenta y cinco. ¿Quién es capaz <strong>de</strong> controlar<br />

semejante pesadilla? ¿Quién pue<strong>de</strong> recordarlos en su totalidad? Los «peca-<br />

184


dos», por tanto, están en todas partes y se cometen, según Yavé, por los<br />

asuntos más nimios e inconcebibles.<br />

Tiré <strong>de</strong> la memoria y recordé algunos...<br />

«El judío no <strong>de</strong>be vestir con tejidos don<strong>de</strong> la lana y el algodón aparezcan<br />

mezclados.» Eso, para Yavé, es «pecado»...<br />

«El judío no <strong>de</strong>be dañar su barba» (!).<br />

«El judío no <strong>de</strong>be apiadarse <strong>de</strong> los idólatras.»<br />

«El judío no <strong>de</strong>be volver a morar en Egipto.»<br />

«El judío no <strong>de</strong>be permitir que se le echen a per<strong>de</strong>r los frutales.»<br />

«El judío no <strong>de</strong>be consentir que la noche sorprenda al ahorcado.»<br />

«El judío no <strong>de</strong>be <strong>de</strong>jar que el inmundo se acerque al Templo.»<br />

«El judío no <strong>de</strong>be comer espigas ni trigo tostado.»<br />

«El judío no <strong>de</strong>be arar con buey y asno juntos.»<br />

«El judío no <strong>de</strong>be chismorrear...»<br />

-Todo un negocio, sí...<br />

-Una «sociedad limitada, «Yavé y compañía», que, como compren<strong>de</strong>rás, no<br />

vio con buenos ojos la «competencia» <strong>de</strong>l Galileo...<br />

Y procedí a sintetizar otro capítulo clave en la vida pública <strong>de</strong>l Maestro.<br />

-Espero que lo veamos con nuestros propios ojos, pero lo a<strong>de</strong>lantaré. Cuando<br />

Jesús inicie las espectaculares curaciones masivas, ¿cómo crees que reaccionarán<br />

esos «legítimos y autorizados sanadores oficiales»?<br />

-Nunca reparé en ello...<br />

-Se revolverán como víboras. Como te dije, sólo ellos tienen capacidad para<br />

sanar. Sólo ellos disfrutan <strong>de</strong> las prerrogativa <strong>de</strong> perdonar los pecados. Así lo<br />

dice Yavé. -Y aparece Jesús y rompe con lo establecido... -Más que romper,<br />

<strong>de</strong>sintegra. No olvi<strong>de</strong>s que el Galileo no es sacerdote. Legalmente no tiene<br />

<strong>de</strong>recho. Y, sin embargo, <strong>de</strong>vuelve la salud y, lo que es más importante e<br />

insufrible para esas castas, ¡perdona las culpas! La perplejidad, indignación y<br />

odio <strong>de</strong> los «santos y separados» no conocerá límites.<br />

El Maestro, al inmiscuirse en el «territorio» <strong>de</strong> los sacerdotes, violará la<br />

normativa y, <strong>de</strong> paso, hará peligrar el saneado «negocio» <strong>de</strong>l Templo.<br />

-Conclusión...<br />

-La ya sabida: muerte al impostor. Pero observa algo interesante. Los dirigentes<br />

judíos caerán en su propia trampa. Si Yavé es el único rofé, el único<br />

«médico» y «sanador», y el único con potestad para redimir al hombre <strong>de</strong> sus<br />

pecados, ¿quién es este humil<strong>de</strong> carpintero <strong>de</strong> Nazaret que hace lo mismo? Si<br />

aceptaban sus ] prodigios tenían que admitir igualmente que Jesús se hallaba<br />

capacitado para perdonar los pecados. En otras palabras: el Hijo <strong>de</strong>l Hombre<br />

era <strong>de</strong> origen divino.<br />

-O lo que es lo mismo: Yavé y tradición..., pulverizados.<br />

185


-Afirmativo.<br />

A partir <strong>de</strong> esos momentos, la conversación discurrió por otro rumbo, aunque<br />

íntimamente ligado a estos planteamientos.<br />

No toda la culpa <strong>de</strong> este caos e intransigencia era <strong>de</strong> Yavé y <strong>de</strong> los celosos<br />

custodios <strong>de</strong> la Ley. Durante siglos, como ya insinué, otras culturas penetraron<br />

el espíritu judío, multiplicando la confusión y fortaleciendo el referido<br />

concepto: «pecado = castigo divino = enfermedad». La babilónica, sin duda,<br />

fue una <strong>de</strong> las más importantes.<br />

Des<strong>de</strong> la <strong>de</strong>rrota <strong>de</strong> Judá en el 587 a. <strong>de</strong> C., y el consiguiente <strong>de</strong>stierro a<br />

Babilonia, la normativa <strong>de</strong> Yavé se vio alterada por las creencias y costumbres<br />

<strong>de</strong> los vencedores. Cincuenta años más tar<strong>de</strong>, cuando Ciro permitió la vuelta<br />

<strong>de</strong> los judíos a Yehud (así se conocía entonces a la provincia persa <strong>de</strong> Judá),<br />

la élite político-religiosa <strong>de</strong> Israel se hallaba contaminada por la filosofía<br />

babilónica. Aquel pueblo, al igual que Moisés y sus <strong>de</strong>scendientes, pensaba<br />

que la enfermedad era consecuencia <strong>de</strong> la cólera <strong>de</strong> los dioses. Esta actitud,<br />

en <strong>de</strong>finitiva, reafirmó y redon<strong>de</strong>ó el pensamiento judío sobre dicho particular.<br />

Los textos cuneiformes, anteriores al éxodo <strong>de</strong> Egipto, son muy claros: «Al<br />

que no tiene dioses, cuando anda por la calle, el dolor <strong>de</strong> cabeza le cubre<br />

como una vestidura.»<br />

Para los babilónicos, cuando alguien caía enfermo, lo primero consistía en<br />

<strong>de</strong>terminar la falta cometida y, a continuación, averiguar la i<strong>de</strong>ntidad <strong>de</strong>l dios<br />

injuriado. Si esto era posible, se procedía a la «penitencia». Los sacerdotes,<br />

entonces, recitaban salmos y el «pecador» <strong>de</strong>bía «congraciarse» <strong>de</strong> nuevo<br />

con la <strong>de</strong>idad, confesando sus errores. Por último, como obligado tributo, se<br />

efectuaban las correspondientes ofrendas. Un «sistema», en suma, muy<br />

similar al establecido por el Dios <strong>de</strong>l Sinaí.<br />

Hasta los «pecados» eran idénticos o muy parecidos. Veamos algunos<br />

ejemplos: violar las leyes religiosas, mal<strong>de</strong>cir a los padres, robar, pisar una<br />

libación, tocar unas manos sucias, mentir, adular, incumplir las promesas,<br />

cometer adulterio, <strong>de</strong>struir los mojones que señalizaban las propieda<strong>de</strong>s,<br />

practicar la hechicería, adulterar pesos y medidas, asesinar, sembrar la<br />

discordia y <strong>de</strong>sunir a las familias, <strong>de</strong>spreciar a los dioses y a sus legítimos<br />

representantes, no cumplir con los sacrificios y ofrendas, tomar la comida <strong>de</strong><br />

los dioses o poseer un corazón falso, entre otros.<br />

Y <strong>de</strong> esta antigua cultura, los judíos tomaron también las creencias en los<br />

ángeles y en los espíritus diabólicos. Babilonia, en <strong>de</strong>finitiva, era la gran<br />

«exportadora» en <strong>de</strong>monología. Fueron los primeros, incluso, que representaron<br />

a los ángeles con alas...<br />

Cuando las casi 5 000 familias hebreas exiliadas a Babilonia <strong>de</strong>scubrieron que<br />

la i<strong>de</strong>a «pecado = castigo divino = enfermedad» era algo tan viejo como<br />

arraigado entre sus conquistadores no tuvieron reparo alguno en hacerla suya.<br />

Y <strong>de</strong> ahí, muy probablemente, nació el segundo concepto: «diablo = pose-<br />

186


sión». Para los pueblos <strong>de</strong>l Eufrates, locos y <strong>de</strong>sequilibrados no eran otra cosa<br />

que individuos «tocados» por ziqa, el viento o soplo <strong>de</strong> los dioses. Aunque<br />

modificado, éste sería el panorama que encontraría Jesús <strong>de</strong> Nazaret respecto<br />

a los «posesos» y perturbados mentales con los que convivió y a quienes<br />

curó.<br />

A la nítida y rotunda influencia babilónica se sumó igualmente la casi gemela<br />

creencia <strong>de</strong> los egipcios. Muchos <strong>de</strong> los conjuros, amuletos y actos mágicos<br />

que ro<strong>de</strong>aban las «sanaciones» (?) <strong>de</strong> los judíos procedían <strong>de</strong> Egipto. Los<br />

exorcistas hebreos -a quienes tendríamos oportunidad <strong>de</strong> conocer a lo largo<br />

<strong>de</strong> aquella nueva y apasionante aventura- bebieron, sin duda, en las no<br />

menos antiguas tradiciones <strong>de</strong>l Nilo. Recuerdo, por ejemplo, las «recomendaciones»<br />

<strong>de</strong> uno <strong>de</strong> estos «expulsadores <strong>de</strong> <strong>de</strong>monios» a la familia <strong>de</strong> un<br />

pobre epiléptico. Para que el «poseído» recobrara la salud, amén <strong>de</strong> reconocer<br />

sus pecados, padre y madre <strong>de</strong>bían raparse las cabezas. El peso <strong>de</strong> los<br />

cabellos se convertía entonces en oro. Sólo así -predicaba el astuto exorcistapodía<br />

ahuyentarse al espíritu inmundo. Pero la entrega <strong>de</strong> los dineros, claro<br />

está, no provocaba otra cosa que la ruina <strong>de</strong> los progenitores...<br />

La «terapia», como otras muchas, procedía <strong>de</strong> Egipto.<br />

También Roma <strong>de</strong>jaría su sello en las creencias judías sobre la enfermedad y,<br />

más concretamente, sobre la locura. A pesar <strong>de</strong>l visceral odio hacia los invasores,<br />

los «auxiliadores» hebreos -así lo constatamos, por ejemplo, con<br />

Assi, el esenio- terminarían aceptando las i<strong>de</strong>as y «remedios» <strong>de</strong> los kittim.<br />

Uno <strong>de</strong> los que más influyó, sin duda, fue Celso, médico y enciclopedista,<br />

nacido en el 25 a. <strong>de</strong> C. y que ejerció entre el 14 y el 37 <strong>de</strong> nuestra era. Para<br />

él, como para el resto <strong>de</strong> la ciudadanía romana, enfermeda<strong>de</strong>s y <strong>de</strong>sgracias<br />

eran lógicos castigos por <strong>de</strong>sobe<strong>de</strong>cer a los dioses o, simplemente, por no<br />

saber interpretar su voluntad. Personajes tan ilustrados como Plutarco o<br />

Cicerón lo manifiestan claramente en sus obras. Tanto en Nwna como en<br />

Leyes y sobre la naturaleza <strong>de</strong> los dioses, ambos expresan su convencimiento<br />

<strong>de</strong> que las fuerzas <strong>de</strong> la Naturaleza son removidas por el po<strong>de</strong>r divino. La<br />

enfermedad, naturalmente, formaba parte <strong>de</strong> las caprichosas volunta<strong>de</strong>s <strong>de</strong><br />

los 30 000 dioses que los gobernaban. La filosofía, en el fondo, a pesar <strong>de</strong>l<br />

monoteísmo <strong>de</strong> Israel, era la misma. El pobre mortal se equivocaba y los<br />

dioses o Yavé respondían puntual y fulminantemente, castigándolo con la<br />

enfermedad.<br />

Fue una lástima que, entre tanta influencia extranjera, los griegos, en cambio,<br />

no consiguieran «ven<strong>de</strong>r» sus acertados pronósticos al recalcitrante «pueblo<br />

elegido». A pesar <strong>de</strong> sus errores y primitivismo, hombres como Platón,<br />

Aristóteles, Frasístrato o Asclepiado, entre otros, supieron darle la vuelta al<br />

viejo concepto «pecado = castigo divino = enfermedad», re<strong>de</strong>finiéndolo con<br />

una i<strong>de</strong>a más ajustada a la verdad: «la enfermedad era una pérdida <strong>de</strong>l<br />

equilibrio natural». Sólo eso.<br />

187


Platón, cinco siglos antes <strong>de</strong> Cristo, al igual que el eminente Hipócrates,<br />

propiciaron un giro <strong>de</strong> 180" en las ancestrales creencias sobre el espíritu y,<br />

consecuentemente, sobre la enfermedad y la <strong>de</strong>mencia. Ambos plantearon<br />

algo revolucionario: el alma existía. Era racional e inmortal y residía en el<br />

cerebro. A partir <strong>de</strong> ahí, la interpretación <strong>de</strong> la locura, por ejemplo, fue más<br />

coherente. Los <strong>de</strong>sequilibrios mentales fueron atribuidos a <strong>de</strong>sajustes orgánicos,<br />

rechazándose <strong>de</strong> plano las pretendidas posesiones diabólicas y el<br />

«ajuste <strong>de</strong> cuentas» por parte <strong>de</strong> los iracundos dioses.<br />

Aristóteles, discípulo <strong>de</strong> Platón, compartía la esencia <strong>de</strong> estos planteamientos,<br />

aunque difería en el «territorio» don<strong>de</strong> se asentaba la inteligencia. Para «el<br />

estagirita», muerto en el 322 a. <strong>de</strong> C., el alma <strong>de</strong>scansaba en el corazón (el<br />

sensorium commune, don<strong>de</strong> memoria e imágenes se transforman en pensamientos).<br />

Poco <strong>de</strong>spués, un nieto <strong>de</strong> Aristóteles -Frasístrato- da un paso más. Examina<br />

las circunvoluciones <strong>de</strong>l cerebro humano y <strong>de</strong>duce que la inteligencia <strong>de</strong>pen<strong>de</strong><br />

<strong>de</strong> esos misteriosos y sinuosos recorridos.<br />

«Ahí -asegura- tiene que estar el secreto <strong>de</strong> algunas enfermeda<strong>de</strong>s.»<br />

Asclepiado, por su parte, va más allá. Y se atreve a distinguir entre «locura<br />

febril» y «locura fría». Para el griego, ambas, como el resto <strong>de</strong> las dolencias,<br />

<strong>de</strong>pendían <strong>de</strong>l tamaño y movimiento <strong>de</strong> los átomos, auténticos integradores<br />

<strong>de</strong> la materia humana. Dichos átomos «anidaban» en unos vacíos que <strong>de</strong>nominaba<br />

poros. El cierre o alteración <strong>de</strong> tales poros provocaba, en <strong>de</strong>finitiva,<br />

el quebranto <strong>de</strong> la salud, sólo recuperable con el restablecimiento <strong>de</strong>l or<strong>de</strong>n<br />

atómico.<br />

Estas sugerentes proposiciones, sin embargo, repugnaron a la teología judía.<br />

Si Yavé no era el justiciero administrador <strong>de</strong> las enfermeda<strong>de</strong>s» y si todo<br />

<strong>de</strong>pendía <strong>de</strong> «átomo» o «<strong>de</strong>sajustes orgánicos», ¿qué hacían con las categóricas<br />

afirmaciones contenidas en la Biblia?<br />

El «negocio» <strong>de</strong> los sacerdotes, a<strong>de</strong>más, según las hipótesis griegas, era<br />

fraudulento.<br />

Y rabinos y doctores <strong>de</strong> la Ley se rasgaron las vestiduras.<br />

¿Desplazar a Yavé en beneficio <strong>de</strong>l raciocinio?<br />

Ni pensarlo...<br />

¿Revisar la próspera secuencia «pecado = castigo divino - enfermedad»?<br />

Ni soñarlo...<br />

¿Renunciar a la prestigiosa prerrogativa <strong>de</strong> perdonar las culpas a los míseros<br />

mortales?<br />

Nada <strong>de</strong> eso...<br />

Y la saludable filosofía griega fue con<strong>de</strong>nada por sacrílega..., e inoportuna.<br />

«Yavé y cía.» era intocable. Y continuó alimentándose <strong>de</strong> citas bíblicas,<br />

conjuros, posesiones <strong>de</strong>moníacas y con el fructífero monopolio <strong>de</strong> la curación<br />

«previo pago».<br />

188


Un «monopolio» que sería duramente cuestionado por un nuevo y magnífico<br />

«Yavé»: el Hijo <strong>de</strong>l Hombre.<br />

¡El puente «7»!<br />

Absortos en la animada charla, no tuvimos conciencia <strong>de</strong> lo avanzado. Según<br />

mis cálculos, al cruzar dicho puente podíamos encontrarnos a unos diez kilómetros<br />

<strong>de</strong>l kan.<br />

Observamos el sol. Corría hacia el cénit. Quizá rondase la hora «quinta»<br />

(alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> las once).<br />

Según el último miliario, la ciudad <strong>de</strong> Paneas se hallaba a cosa <strong>de</strong> doce kilómetros.<br />

Eso representaba unas tres horas <strong>de</strong> marcha. Después, Bet Jenn.<br />

En otras palabras: si no surgían inconvenientes, hacia la «décima» (las cuatro<br />

<strong>de</strong> la tar<strong>de</strong>), estos exploradores estarían a las puertas <strong>de</strong> la al<strong>de</strong>a clave.<br />

De pronto caímos en la cuenta...<br />

¿Dón<strong>de</strong> estaban los «kittim»?<br />

Ni en la encrucijada <strong>de</strong> Dabra ni en lo que llevábamos recorrido habían hecho<br />

acto <strong>de</strong> presencia.<br />

¡Qué extraño! Los burreros no solían equivocarse...<br />

Y, confiados, proseguimos a buen ritmo,, fijando referencias y disfrutando <strong>de</strong>l<br />

exuberante paisaje.<br />

Una <strong>de</strong> las provi<strong>de</strong>nciales referencias -<strong>de</strong> especial ayuda en futuras incursiones-<br />

corrió a cargo <strong>de</strong> los ríos que escapaban <strong>de</strong>l este. Antes <strong>de</strong> alcanzar la<br />

orilla sur <strong>de</strong>l Hule, a unos cinco kilómetros, se presentó el primero <strong>de</strong> los<br />

tributarios, <strong>de</strong> cierto porte, <strong>de</strong>l padre Jordán. Des<strong>de</strong> allí, hasta Paneas o<br />

Cesárea <strong>de</strong> Filipo, contamos catorce. Todo un festival acuático. En 28 kilómetros...,<br />

¡14 ríos!<br />

Pues bien, algunos <strong>de</strong> estos afluentes, próximos a cruces <strong>de</strong> caminos o lamiendo<br />

al<strong>de</strong>as <strong>de</strong> cañas, fueron memorizados con un número. Así, por<br />

ejemplo, el «7» nos recordó Dera, otra minúscula población. Y el puente que<br />

lo burlaba recibió la misma referencia. El «14», por su parte, marcaba la<br />

inminente Paneas, a una milla romana. Y así sucesivamente...<br />

A partir <strong>de</strong>l «7», justamente, el intenso trasiego <strong>de</strong> caravanas se vio notablemente<br />

incrementado con el transporte <strong>de</strong> dos productos típicos <strong>de</strong> la zona<br />

por la que circulábamos: el junco y el papiro.<br />

Abultados haces ver<strong>de</strong>s y rosas cimbreaban a lomos <strong>de</strong> muías y asnos, rumbo<br />

al norte y al sur. Los primeros, los humil<strong>de</strong>s agrnon o juncos <strong>de</strong> laguna, así<br />

como los rosas (Butomus utnbeüatus), crecían a millones en el Hule y en las<br />

<strong>de</strong>cenas <strong>de</strong> charcas y pantanos que lo abrazaban por doquier. Tanto en Palestina,<br />

como en los países limítrofes, eran fundamentalmente empleados en<br />

la confección <strong>de</strong> alfombras y esteras.<br />

En cuanto a su «hermano», el papiro, los largos y triangulares tallos -<strong>de</strong> hasta<br />

cuatro metros <strong>de</strong> altura- constituían otro próspero negocio. Con ellos, a<strong>de</strong>más<br />

189


<strong>de</strong>l «papel», judíos y gentiles fabricaban <strong>de</strong>cenas <strong>de</strong> artículos: barriles, ropa<br />

para los más pobres, cuerdas, sandalias, cestos, chozas, embarcaciones y un<br />

largo etcétera. En caso <strong>de</strong> hambruna, incluso los rizomas eran cocinados o<br />

consumidos crudos. Una costumbre igualmente exportada <strong>de</strong> Egipto, «inventor»<br />

<strong>de</strong>l gomeh o papiro. Aunque no llegamos a probarlos, imaginé que el<br />

alto contenido en almidón <strong>de</strong> los citados Cyperus los hacía muy nutritivos.<br />

La prosperidad <strong>de</strong> aquella parte <strong>de</strong> la Gaulanitis, en <strong>de</strong>finitiva, estaba asegurada.<br />

Por un lado, gracias a la inmensa «selva» que bullía a expensas <strong>de</strong><br />

ríos y pantanos. A la izquierda <strong>de</strong> la ruta, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el kan <strong>de</strong> Assi hasta las<br />

proximida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> Daphne, una población cercana a Dan, en el norte, juncos,<br />

papiros, cañas, a<strong>de</strong>lfas y espadañas formaban un todo compacto e ininterrumpido.<br />

Una «jungla» <strong>de</strong> unos 23 kilómetros <strong>de</strong> longitud, <strong>de</strong> sur a norte, por<br />

otros 5 <strong>de</strong> este a oeste. Un intrincado laberinto <strong>de</strong> ríos y lagunas, infestado <strong>de</strong><br />

mosquitos, aves y alimañas, en el que sólo se aventuraban los más diestros o<br />

necesitados. Una masa ver<strong>de</strong>, trepidante y traicionera que no permitía el<br />

crecimiento <strong>de</strong> otras plantas y a la que los esforzados felah se veían obligados<br />

a hacer retroce<strong>de</strong>r casi a diario.<br />

De vez en cuando, sobre las mansas y brillantes láminas <strong>de</strong> agua <strong>de</strong>l Hule y <strong>de</strong><br />

las lagunas mayores se distinguían pequeñas canoas <strong>de</strong> papiro, ya mencionadas<br />

por Job e Isaías. Avanzaban lentas, con las proas y popas afiladas y el<br />

«casco» panzudo e igualmente trenzado con cientos <strong>de</strong> tallos dorados. Probablemente<br />

pescaban. Y a cada grito o maniobra <strong>de</strong> los tripulantes, <strong>de</strong> la<br />

espesura -blancos, chillones y atolondrados- escapaban nutridos pelotones <strong>de</strong><br />

aves acuáticas. Sería imposible <strong>de</strong>scribir la variedad y belleza <strong>de</strong> aquella<br />

fauna. Sólo en aves menores llegué a contabilizar más <strong>de</strong> cien especies. Pero<br />

lo más llamativo <strong>de</strong>l Hule y <strong>de</strong> sus pantanos eran las innumerables cigüeñas y<br />

pelícanos. Por esas fechas, mediado agosto, llegaban las primeras oleadas<br />

migratorias proce<strong>de</strong>ntes <strong>de</strong>l Bosforo. En varias oportunida<strong>de</strong>s, entre agosto y<br />

octubre, calculé en más <strong>de</strong> trescientas mil las cigüeñas blancas y negras que<br />

hicieron un alto en la «olla» <strong>de</strong>l Hule, antes <strong>de</strong> proseguir hacia el sur. La<br />

aparición <strong>de</strong> la Ciconia ciconia (cigüeña blanca), enorme, majestuosa e insaciable,<br />

era muy celebrada entre los felah. La presencia <strong>de</strong> miles <strong>de</strong> ejemplares,<br />

con sus picos y patas pintados en rojo, constituía un alivio para la<br />

campiña. Des<strong>de</strong> el alba hasta la puesta <strong>de</strong>l sol caían inexorables sobre insectos,<br />

langostas, grillos y saltamontes, «limpiando» prácticamente huertos,<br />

frutales y plantaciones. En la «jungla» hacían igualmente estragos, <strong>de</strong>vorando<br />

toda clase <strong>de</strong> anfibios y serpientes.<br />

Los pelícanos, en cambio, no eran bien recibidos. Para los pescadores <strong>de</strong> la<br />

<strong>de</strong>sembocadura <strong>de</strong>l Hule y <strong>de</strong> las gran<strong>de</strong>s lagunas, los blancos y <strong>de</strong>formes<br />

Pelecanus onocrotalus eran una maldición. Des<strong>de</strong> finales <strong>de</strong> agosto o principios<br />

<strong>de</strong> septiembre, con los primeros migrado-res, las capturas disminuían<br />

sensiblemente. En ocasiones <strong>de</strong>scendían sobre las aguas hasta diez mil <strong>de</strong><br />

190


estas voraces aves, engullendo a diestro y siniestro con sus afilados y amarillentos<br />

picos-saco. Formaban auténticos tumultos, imposibilitando las faenas<br />

<strong>de</strong> los irritados vecinos. Cada uno <strong>de</strong> estos ejemplares era capaz <strong>de</strong><br />

engullir uno y dos kilos <strong>de</strong> pescado por día. Y los frenéticos pescadores los<br />

combatían con todos los medios a su alcance: fuego, re<strong>de</strong>s lanzadas sobre las<br />

apretadas familias, piedras, palos y pescados previamente envenenados con<br />

tallos y hojas <strong>de</strong> a<strong>de</strong>lfas. Era inútil. Cuando remataban a un centenar, otro<br />

millar ocupaba su puesto. Sólo en octubre, cuando remontaban el ruidoso<br />

vuelo hacia el yam, en dirección a la costa y al norte <strong>de</strong>l Sinaí, volvían la paz<br />

y las buenas capturas.<br />

A estas corrientes migratorias se unían, naturalmente, las <strong>de</strong> flamencos,<br />

garzas, garcetas, espátulas, grullas y miles <strong>de</strong> ána<strong>de</strong>s y patos que, a su vez,<br />

propiciaban otra floreciente «industria»: carne para las mesas <strong>de</strong> los más<br />

exigentes (en especial <strong>de</strong>l ána<strong>de</strong> rabudo y <strong>de</strong>l silbón), hígados triturados (una<br />

especie <strong>de</strong> paté) y plumas para adornos, almohadas, edredones y colchones.<br />

Por otro lado, como <strong>de</strong>cía, a la <strong>de</strong>recha <strong>de</strong> la ruta por la que avanzábamos, la<br />

Gaulanitis disponía <strong>de</strong> una no menos próspera y envidiada fuente <strong>de</strong> riqueza.<br />

Sólo en algunos puntos <strong>de</strong>l bajo Jordán, en Jericó, vimos algo semejante.<br />

Nunca alcanzamos a recorrerla en su totalidad. Era poco menos que imposible.<br />

La «olla» <strong>de</strong>l Hule, con sus casi 28 kilómetros <strong>de</strong> norte a sur, por otros 10 <strong>de</strong><br />

este a oeste, aparecía como uno <strong>de</strong> los vergeles más extensos e intensos <strong>de</strong><br />

Palestina. Hasta la frontera marcada por los bosques, en el oriente, el inmenso<br />

«rectángulo» <strong>de</strong> 280 kilómetros cuadrados no presentaba un solo<br />

metro sin cultivar.<br />

Aquí y allá, al bor<strong>de</strong> <strong>de</strong>l camino o perdidas en la frondosidad <strong>de</strong> los minifundios,<br />

se alzaban <strong>de</strong>cenas <strong>de</strong> al<strong>de</strong>as o minial<strong>de</strong>as, siempre fabricadas con<br />

cañas, juncos o papiros. Muchas <strong>de</strong> ellas, asentadas junto a los tumultuosos<br />

afluentes, eran literalmente barridas por las súbitas crecidas invernales. No<br />

importaba. Días <strong>de</strong>spués, los felah la reconstruían en los mismos lugares.<br />

Peor era el fuego. En más <strong>de</strong> una oportunidad fuimos testigos <strong>de</strong> rápidos e<br />

implacables incendios, que reducían los primitivos asentamientos a negras y<br />

humeantes manchas. Este tipo <strong>de</strong> cabañas, sin embargo, ofrecía notables<br />

ventajas. Una <strong>de</strong> ellas -la que más nos llamó la atención- era su movilidad.<br />

Hoy pasabas junto a un corro <strong>de</strong> chozos y, al día siguiente, la al<strong>de</strong>a se había<br />

evaporado. La explicación, sencilla y racional, estaba en los trabajos temporales.<br />

Cuando los felah eran reclamados para recolectar frutos y cosechas,<br />

si las plantaciones se hallaban retiradas, <strong>de</strong>smontaban las cañas gigantes,<br />

papiros o juncos, trasladándose al punto requerido con las «casas bajo el<br />

brazo o sobre los hombros».<br />

En mitad <strong>de</strong> semejante magnificencia, el «rey» <strong>de</strong>l gan o jardín era, sin duda,<br />

el manzano. Meticulosamente alineados en el negro y volcánico nir (tierra<br />

arable), los imponentes árboles, <strong>de</strong> hasta doce metros <strong>de</strong> altura, dominaban<br />

191


la práctica totalidad <strong>de</strong> la «olla». No creo que bajasen <strong>de</strong> cincuenta mil. Las<br />

afamadas tappuah sirias -blancas y rojas- eran exportadas a toneladas hasta<br />

los más recónditos mercados.<br />

Y junto a los fragantes manzanos, igualmente interminables, casi infinitos,<br />

otros curiosos y exóticos frutales. Dos <strong>de</strong> ellos, inéditos para nosotros: unos<br />

«albaricoques» (?) <strong>de</strong> pequeñas dimensiones, sedosos y ligeramente teñidos<br />

<strong>de</strong> rojo, importados, al parecer, <strong>de</strong> la remota China. Los romanos se los<br />

disputaban, comprando las dulcísimas cosechas <strong>de</strong> «armeniaca» mucho antes<br />

<strong>de</strong> que el árbol floreciese. Y entre manzanos y albaricoques, otra «perla» <strong>de</strong> la<br />

Gaulanitis: una «cereza» <strong>de</strong> color oro, enorme, <strong>de</strong> hasta cinco centímetros,<br />

reservada casi exclusivamente a ricos, sacerdotes y patricios. Un singular<br />

híbrido, nacido probablemente <strong>de</strong> la Prunus ursina, trasplantado también <strong>de</strong><br />

la cercana Siria. Un fruto que, quizá, sirvió <strong>de</strong> inspiración a Salomón cuando,<br />

en el libro <strong>de</strong> los Proverbios (25, 11), escribe que «la palabra dicha a tiempo<br />

es como manzana <strong>de</strong> oro en ban<strong>de</strong>ja cincelada en plata». Ni qué <strong>de</strong>cir tiene<br />

que el paso por aquel vergel era una borrachera <strong>de</strong> perfumes, incrementada<br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong> los cientos <strong>de</strong> «mata» (huertos) por la menta, el comino y el eneldo.<br />

A lo largo <strong>de</strong> toda la nata, al pie <strong>de</strong> los caminillos y pistas que se a<strong>de</strong>ntraban<br />

en las plantaciones y «matas», <strong>de</strong>cenas <strong>de</strong> felah ofrecían al caminante<br />

montañas <strong>de</strong> hortalizas, hierbas aromáticas, ver<strong>de</strong>s y apepinados mik-shak<br />

(melones), voluptuosas sandías <strong>de</strong> carne roja o amarilla, ácidos ethrog (unos<br />

refrescantes cidros <strong>de</strong> piel pálida y aromática llegados siglos antes <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la<br />

India) y, por supuesto, toda clase <strong>de</strong> potajes y la bendita y fría cerveza <strong>de</strong><br />

cebada.<br />

Por esos mismos sen<strong>de</strong>rillos, una y otra vez, sin <strong>de</strong>scanso, amanecían reatas<br />

<strong>de</strong> onagros, cargadas con cajas <strong>de</strong> cañas y juncos, rebosantes <strong>de</strong> frutas y<br />

verduras. Unas tomaban nuestra misma dirección, hacia Paneas o la carretera<br />

<strong>de</strong>l este, y otras, presurosas, emprendían la marcha en dirección al yam y,<br />

supongo, hacia la Ciudad Santa.<br />

En el puente «13», próxima la «nona» (las tres <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong>), optamos por<br />

hacer una pausa y comer algo. Poco antes, en el «11», el terreno inició un<br />

suave ascenso, alcanzando la cota <strong>de</strong> los 100 metros sobre el nivel <strong>de</strong>l Mediterráneo<br />

(el Hule, como fue dicho, se hallaba a 68). A partir <strong>de</strong> allí, la ruta se<br />

empinaba, marcando 330 metros en las cercanías <strong>de</strong> Paneas. Debíamos reparar<br />

fuerzas y prepararnos para la penúltima etapa: la localización <strong>de</strong> Bet<br />

Jenn.<br />

A la sombra <strong>de</strong> una <strong>de</strong> las cabañas, ro<strong>de</strong>ados <strong>de</strong> niños curiosos y preguntones,<br />

dimos buena cuenta <strong>de</strong> las ya escasas viandas: carne <strong>de</strong> res ahumada,<br />

huevos crudos y los apetitosos «buñuelos», obsequio <strong>de</strong> Sitio. Naturalmente,<br />

la mitad <strong>de</strong>l postre fue a parar a manos <strong>de</strong> los revoltosos hijos <strong>de</strong> los felah.<br />

Frente a nosotros, hacia el noroeste, se <strong>de</strong>stacaban en la lejanía las populosas<br />

ciuda<strong>de</strong>s <strong>de</strong> Dan y Daphne, casi asfixiadas por los pantanos. Algo más cerca,<br />

192


también al otro lado <strong>de</strong>l nahal Hermón, una pequeña e igualmente <strong>de</strong>sconocida<br />

al<strong>de</strong>a: Huda.<br />

Pasaría un tiempo antes <strong>de</strong> que pudiéramos visitar la mítica Dan o «tierra<br />

gran<strong>de</strong>», conocida <strong>de</strong>s<strong>de</strong> antiguo como Lais. También aquella rica y pacífica<br />

población sería escenario <strong>de</strong> la vida pública <strong>de</strong> Jesús. En realidad, como creo<br />

haber mencionado, todo aquel paisaje, salvaje y floreciente, lo recorrería en<br />

su momento el inquieto e infatigable Hijo <strong>de</strong>l Hombre. Unos viajes difíciles <strong>de</strong><br />

olvidar...<br />

¡El Hijo <strong>de</strong>l Hombre!<br />

Y mis ojos buscaron el Hermón, ahora blanco, azul y ver<strong>de</strong>.<br />

Ya estábamos cerca. Muy cerca...<br />

Consultamos el sol. En cuestión <strong>de</strong> tres horas -hacia las seis- oscurecería.<br />

Convenía proce<strong>de</strong>r con rapi<strong>de</strong>z. Lo previsto en el plan era intentar pernoctar<br />

en Bet Jenn. Pero antes, obviamente, temamos que localizarla.<br />

Y arrancamos.<br />

Puente «13». La ruta saltó sobre el nabal «Sion», un rebel<strong>de</strong> y escandaloso<br />

afluente <strong>de</strong>l río Hermón, Cota «197» y subiendo.<br />

Tres kilómetros y medio más allá avistamos el puente y el nabal «14», otro<br />

tributario <strong>de</strong>l Hermón -el «Saar»-, tan impetuoso e impaciente como el anterior.<br />

Cota 300 y subiendo.<br />

El miliario <strong>de</strong> turno avisó: Paneas a una milla romana.<br />

Nueva consulta al implacable sol. Hora «décima» (alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> las cuatro).<br />

El vergel, <strong>de</strong> pronto, flaqueó. Las continuas ondulaciones <strong>de</strong>l terreno lo hacían<br />

inviable.<br />

Decidimos preguntar. Según los mapas <strong>de</strong> «Santa Claus», la mo<strong>de</strong>sta Bet<br />

Jenn se escondía en algún punto al oriente <strong>de</strong> Paneas. Quizá a dos o tres<br />

kilómetros. No más. Penetrar en Cesárea <strong>de</strong> Filipo no entraba en nuestros<br />

cálculos. No en aquellos momentos. No lo veíamos necesario. Probablemente<br />

existía algún atajo que, ro<strong>de</strong>ando la ciudad, nos llevase al objetivo primordial.<br />

Los felah, solícitos, confirmaron la información <strong>de</strong>l or<strong>de</strong>nador central. Poco<br />

más a<strong>de</strong>lante, por la <strong>de</strong>recha, arrancaba un nathiv, un sen<strong>de</strong>ro «pisado o<br />

batido».<br />

Siguiendo dicho camino, a cosa <strong>de</strong> seis estadios (unos 1 200 metros),<br />

<strong>de</strong>sembocaríamos en la importante calcada <strong>de</strong> Damasco, la que llegaba <strong>de</strong>l<br />

este. Pues bien, según nuestros informantes, todo era cuestión <strong>de</strong> cruzar la<br />

calzada. Allí mismo, al parecer, el mencionado nathiv proseguía en soledad<br />

hacia la mismísima Bet Jenn. ¿Distancia <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el cruce con la carretera <strong>de</strong><br />

Damasco hasta la al<strong>de</strong>a?, unas cuatro millas romanas (casi cinco kilómetros).<br />

Algo más <strong>de</strong> lo previsto.<br />

Y una advertencia. Mejor dicho, dos: en el referido nacimiento <strong>de</strong>l sen<strong>de</strong>rillo<br />

<strong>de</strong> cabras encontraríamos una patrulla romana. La senda que ahora se-<br />

193


guíamos aparecía cortada «por obras».<br />

Pero fue el segundo «aviso» el que nos inquietó. El nathiv que conducía a Bet<br />

Jenn era un continuo ir y venir <strong>de</strong> bandidos y maleantes...<br />

Tomamos nota.<br />

Algunos metros más allá, en efecto, en terreno abierto y <strong>de</strong>spejado, divisamos<br />

una cierta aglomeración <strong>de</strong> gentes.<br />

Nos aproximamos <strong>de</strong>spacio.<br />

La ruta, efectivamente, se hallaba interrumpida. Reatas y caminantes eran<br />

<strong>de</strong>sviados por nuestra <strong>de</strong>recha. Un nathiv estrecho, negro y polvoriento<br />

trepaba hacia el este, absorbiendo con dificultad los hombres y caballerías<br />

que iban y venían.<br />

Al alcanzar el final <strong>de</strong> la carretera comprendimos. La vital y <strong>de</strong>scuidada arteria<br />

por la que circulábamos estaba siendo rehabilitada. Partiendo <strong>de</strong> Paneas, una<br />

nutrida cuadrilla <strong>de</strong> obreros y técnicos procedía a la construcción <strong>de</strong> una<br />

calzada.<br />

Eliseo, fascinado, solicitó tiempo. Y fuimos a mezclarnos entre los curiosos y<br />

<strong>de</strong>socupados que contemplaban la febril labor <strong>de</strong> topógrafos, canteros, carpinteros,<br />

herreros y <strong>de</strong>más especialistas.<br />

A un centenar <strong>de</strong> pasos, protegidos <strong>de</strong>l sol por un cobertizo <strong>de</strong> ramas y hojas<br />

<strong>de</strong> palma, <strong>de</strong>scubrimos a los siempre temidos y temibles kittim. Mi hermano<br />

me interrogó. Los observé minuciosamente y <strong>de</strong>duje que estábamos ante un<br />

conlubernium, una patrulla o grupo <strong>de</strong> ocho infantes, pertenecientes a las<br />

tropas auxiliares. En <strong>de</strong>finitiva, soldados rasos, más que hartos y aburridos. A<br />

juzgar por los arcos, cortos y fabricados con acero y cuerno, supuse que eran<br />

sirios. Los hábiles y belicosos guerreros asentados habitualmente en Rafan<br />

(Siria). En lugar <strong>de</strong> la típica coraza metálica -la lonca segméntala- vestían una<br />

armadura anatómica, <strong>de</strong> cuero leonado, que protegía el tórax. También las<br />

largas espadas, <strong>de</strong> un metro y <strong>de</strong> bor<strong>de</strong>s afiladísimos, les distinguían <strong>de</strong> los<br />

legionarios.<br />

Tres o cuatro parecían jugar a los dados. El resto dormitaba o miraba <strong>de</strong> vez<br />

en cuando hacia la obra, más pendientes <strong>de</strong>l sol y <strong>de</strong> la caída <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong> que<br />

<strong>de</strong>l tráfico y <strong>de</strong> los que vigilábamos los trabajos.<br />

Por <strong>de</strong>lante, en cabeza, distinguimos media docena <strong>de</strong> operarios, a las ór<strong>de</strong>nes<br />

<strong>de</strong> los topógrafos y <strong>de</strong> sus ayudantes. Su labor consistía en la limpieza<br />

<strong>de</strong>l terreno por el que <strong>de</strong>bía discurrir la calzada. Y con ellos, los admirables<br />

«técnicos» encargados <strong>de</strong>l trazado propiamente dicho. Sencillamente, quedamos<br />

perplejos. La minuciosidad y buen hacer <strong>de</strong> los romanos en este tipo<br />

<strong>de</strong> construcciones eran sobresalientes.<br />

Los topógrafos, armados <strong>de</strong> los instrumentos <strong>de</strong> nivelación -dioptras, bastones<br />

y gromas- medían una y otra vez, apuntando los cálculos en pequeñas<br />

tablillas <strong>de</strong> cera que colgaban <strong>de</strong> los ceñidores. Los ayudantes sostenían los<br />

bastones, pendientes <strong>de</strong> los gritos <strong>de</strong> sus «jefes». Ora subían los discos. Ora<br />

194


los bajaban hasta que, finalmente, el punto <strong>de</strong> mira <strong>de</strong> la dioptra quedaba<br />

alineado con el disco <strong>de</strong>slizante <strong>de</strong>l bastón. Aquélla, probablemente, era la<br />

tarea más difícil y engorrosa. La dioptra, obviamente, no servía para medir<br />

gran<strong>de</strong>s distancias. Ello obligaba a repetir las mediciones hasta un centenar<br />

<strong>de</strong> veces. Teniendo en cuenta que la casi totalidad <strong>de</strong> los 90 000 kilómetros <strong>de</strong><br />

calzadas <strong>de</strong> que disponía el imperio era prácticamente en línea recta, es fácil<br />

imaginar la paciencia, tesón y habilidad <strong>de</strong> dichos topógrafos.<br />

Inmediatamente <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> los responsables <strong>de</strong>l trazado aparecían los «excavadores».<br />

Grupos <strong>de</strong> obreros provistos <strong>de</strong> picos y palas que, siguiendo<br />

líneas marcadas por cuerdas, abrían el terreno, practicando dos canalillos<br />

paralelos <strong>de</strong> un metro <strong>de</strong> profundidad y separados entre sí por otros 13. Cada<br />

uno <strong>de</strong> los surcos era entonces rellenado con altos bloques rectangulares <strong>de</strong><br />

basalto, perpendiculares a la ruta. De inmediato, una segunda cuadrilla excavaba<br />

la tierra comprendida entre las hileras <strong>de</strong> piedra, preparando así un<br />

lecho hondo y espacioso, a metro y medio por <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong>l nivel <strong>de</strong>l terreno. Y<br />

una nueva oleada <strong>de</strong> operarios atacaba la siguiente fase: la cimentación o<br />

statumen propiamente dicha, consistente en gran<strong>de</strong>s piedras. Por encima se<br />

disponía el «rudo» (grava <strong>de</strong> menor consistencia y tamaño) y, por último, el<br />

«núcleo», una tercera capa, generalmente <strong>de</strong> creta. Acto seguido entraban en<br />

acción pesados rodillos <strong>de</strong> más <strong>de</strong> mil kilos, tirados por seis obreros cada uno,<br />

y otra partida <strong>de</strong> trabajadores, provista <strong>de</strong> mazas con las que concluían el<br />

apisonado. El pavimento o stitnma crusta llegaba <strong>de</strong>spués. Dependiendo <strong>de</strong> la<br />

importancia estratégica <strong>de</strong>l summum dorsum (calzada) y <strong>de</strong>l dinero y materiales<br />

disponibles, la nueva ruta era rematada con losas perfecta o medianamente<br />

labradas. En este caso, el pulido no era tan exquisito como el <strong>de</strong> la<br />

célebre Vía Apia. Las lajas <strong>de</strong> basalto negro, sin embargo, presentaban<br />

sendos espolones en las caras inferiores, facilitando el anclaje en la creta.<br />

Pacientes y concienzudos canteros iban encajándolas <strong>de</strong> forma que la flamante<br />

plataforma, a un metro por encima <strong>de</strong>l primitivo suelo, quedara ligeramente<br />

combada en el centro. El agua, así, discurría hacia los laterales,<br />

favoreciendo la marcha y preservando la obra.<br />

Lenta y minuciosamente, los artesanos rellenaban los intersticios, «soldando»<br />

las placas con argamasa (la utilísima pozzolana) y limaduras <strong>de</strong> hierro.<br />

Finalmente, al pie <strong>de</strong> las cantoneras que encorsetaban la calzada, otros<br />

operarios daban el toque <strong>de</strong>finitivo, roturando el terreno y preparando -a<br />

ambos lados- una especie <strong>de</strong> pasillos o caminos paralelos, a base <strong>de</strong> la grava,<br />

por los que, en principio, <strong>de</strong>berían transitar los caminantes y aquellos animales<br />

no acostumbrados a la dureza <strong>de</strong>l summun dorsum.<br />

Todo este «aparato» aparecía susténtalo y abastecido por diferentes talleres<br />

móviles en los que se afanaban cortadores <strong>de</strong> piedra, carpinteros, herreros y<br />

los obligados servicios sanitarios, inten<strong>de</strong>ncia y aguadores. En uno <strong>de</strong> los<br />

cobertizos, alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> una mesa <strong>de</strong> campaña repleta <strong>de</strong> planos y dibujos,<br />

195


creí distinguir a los <strong>de</strong>legados o representantes <strong>de</strong> los curatores viarum<br />

(cuidadores <strong>de</strong> caminos), los funcionarios responsables <strong>de</strong> la construcción y<br />

mantenimiento <strong>de</strong> estas notables obras. Los curatores, a su vez, se hallaban<br />

a las ór<strong>de</strong>nes directas <strong>de</strong> los gobernadores <strong>de</strong> cada provincia. La eficaz empresa<br />

gubernamental había nacido dos siglos antes, <strong>de</strong> la mano <strong>de</strong> Cayo<br />

Graco, un político que perfiló la legislación sobre calzadas y sobre los indispensable<br />

miliarios que orientaban al viajero. Al contrario <strong>de</strong> lo que suce<strong>de</strong> hoy<br />

en día, estas vías eran costeadas por el tesoro público, autorida<strong>de</strong>s locales y<br />

propietarios <strong>de</strong> las tierras por las que pasaban.<br />

Satisfecha la curiosidad, Eliseo y quien esto escribe reanudamos la marcha,<br />

<strong>de</strong>sembocando, efectivamente, en la no menos trepidante ruta <strong>de</strong>l este. Una<br />

calzada, a diferencia <strong>de</strong> la vía <strong>de</strong>l Hule, más ancha y <strong>de</strong>sahogada y tan meticulosamente<br />

pavimentada como la que estaban construyendo un kilómetro<br />

más abajo.<br />

Si las indicaciones eran correctas, el nathiv hacia Bet Jenn <strong>de</strong>bía arrancar allí<br />

mismo, al otro lado <strong>de</strong> la carretera. Pero nuestra atención se vio súbitamente<br />

<strong>de</strong>sviada...<br />

A una veintena <strong>de</strong> pasos, por la <strong>de</strong>recha, en el «pasillo» <strong>de</strong> grava en el que<br />

nos hallábamos <strong>de</strong>tenidos y que corría paralelo a la congestionada senda,<br />

cientos <strong>de</strong> aves se atropellaban, peleaban y graznaban furiosamente.<br />

Algunos burreros, al pasar, las espantaban, golpeándolas con varas y látigos.<br />

Otros se tapaban el rostro y volvían la cabeza en dirección contraria. Muchos<br />

<strong>de</strong> los jumentos y muías, al llegar a la altura <strong>de</strong>l <strong>de</strong>squiciado averío, cabeceaban<br />

inquietos o se negaban a avanzar. Y los arrieros, tan encabritados<br />

como las bestias, la emprendían a palos con las asustadas caballerías y, <strong>de</strong><br />

paso, con las enloquecidas aves.<br />

Al acercarnos <strong>de</strong>scubrimos con espanto el motivo <strong>de</strong> semejante estrépito.<br />

Eliseo, pru<strong>de</strong>nte, sugirió que no continuáramos avanzando. Tenía razón. Las<br />

aves, friera <strong>de</strong> sí, podían suponer una amenaza. Los corpulentos buitres<br />

leonados, <strong>de</strong> cabezas y cuellos blancos y pelados, nos observaron nerviosos y<br />

<strong>de</strong>safiantes. A su alre<strong>de</strong>dor, sobrevolándolos o intentando aproximarse con<br />

cortas y bien estudiadas carreras, se disputaban la «pitanza» todo un ejército<br />

<strong>de</strong> correosas y manchadas gaviotas reidoras, cornejas cenicientas y funerarios<br />

cuervos <strong>de</strong> hasta un metro <strong>de</strong> envergadura. La pelea, sin embargo, era<br />

<strong>de</strong>sigual. A pesar <strong>de</strong> la evi<strong>de</strong>nte superioridad <strong>de</strong> los diez o quince «leonados»,<br />

los cientos <strong>de</strong> implacables competidores, atacando por todos los ángulos,<br />

terminaban invadiendo el «territorio» <strong>de</strong> los buitres, sacando tajada <strong>de</strong> las<br />

mutiladas «víctimas».<br />

De pronto, empujado por el incesante aleteo <strong>de</strong> los carroñeros, nos vimos<br />

asaltados por una peste pútrida. Y retrocedimos. Ya habíamos visto y comprendido...<br />

Al filo <strong>de</strong>l camino, como una advertencia, las autorida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> la Galaunitis<br />

196


-pue<strong>de</strong> que los kittim- habían abandonado los cuerpos <strong>de</strong> tres posibles maleantes<br />

o bandoleros. Aparecían sentados, espalda con espalda, y firmemente<br />

sujetos con una ca<strong>de</strong>na. No <strong>de</strong>bían llevar muertos mucho tiempo. Las aves,<br />

voraces y <strong>de</strong>spiadadas, medio los ocultaban con sus alas, <strong>de</strong>sgarrándolos y<br />

vaciándoles las entrañas. Los rostros, irreconocibles, eran una masa informe,<br />

sanguinolenta y con las cuencas oculares negras y vacías.<br />

Colgando <strong>de</strong> la ca<strong>de</strong>na, agitada por los continuos picotazos, se distinguía una<br />

tabla en la que, en griego y arameo, se leía la siguiente inscripción:<br />

«Tres "bucoles" menos. Los <strong>de</strong>udos <strong>de</strong> sus víctimas se felicitan.»<br />

No cabía duda. La palabra «bucoles» había referencia a los facinerosos que<br />

habitaban los pantanos y la «jungla» <strong>de</strong>l Hule. El término, sin duda, fue<br />

tomado <strong>de</strong> otros bandoleros, tan tristemente famosos como éstos, que<br />

asolaron en su día la comarca <strong>de</strong> Damiete, en el Nilo. De ellos habla Eratóstenes,<br />

cuando recorrió Egipto invitado por Tolomeo III. Estas partidas <strong>de</strong><br />

sanguinarios eran el peor problema <strong>de</strong> Palestina y países limítrofes en la<br />

época <strong>de</strong> Jesús <strong>de</strong> Nazaret. A pesar <strong>de</strong> los esfuerzos <strong>de</strong> Roma y <strong>de</strong> los tetrarcas,<br />

las bandas organizadas sembraban la muerte y el horror en la alta<br />

Galilea, al este <strong>de</strong>l Jordán y en los <strong>de</strong>siertos <strong>de</strong> Judá y <strong>de</strong>l Neguev. Pronto,<br />

muy pronto, estos exploradores vivirían una amarga experiencia con uno <strong>de</strong><br />

estos escurridizos y violentos grupos...<br />

Naturalmente, tanto los vecinos <strong>de</strong> la Gaulanitis, como los <strong>de</strong> otras regiones<br />

en las que imperaban estos <strong>de</strong>salmados, aplaudían este tipo <strong>de</strong> «exhibiciones».<br />

Y los esqueletos permanecían en caminos, o a las puertas <strong>de</strong> las ciuda<strong>de</strong>s,<br />

antes el regocijo <strong>de</strong> propios y extraños.<br />

Casi escapamos <strong>de</strong>l lugar. Y al cruzar al otro lado <strong>de</strong> la ruta, en efecto, distinguimos<br />

al punto el angosto y maltrecho sen<strong>de</strong>rillo <strong>de</strong> cabras que ascendían<br />

hacia el este, materialmente encajonado entre las estribaciones <strong>de</strong>l Hermón,<br />

por la izquierda, y los cerros sobre los que se asentaba el lago Phiale, a<br />

nuestra <strong>de</strong>recha.<br />

Intentamos divisar la al<strong>de</strong>a. Fue inútil. A cosa <strong>de</strong> medio kilómetro, el nathiv<br />

<strong>de</strong>saparecía, engullido primero por los bosques <strong>de</strong> olivos y, posteriormente,<br />

conforme trepaba, por otra oscura, apretada y puntiaguda masa <strong>de</strong> cipreses.<br />

Una vez más quedamos maravillados ante los cientos, quizá miles, <strong>de</strong> olivos,<br />

sabia y pacientemente plantados a ambos lados <strong>de</strong>l <strong>de</strong>sfila<strong>de</strong>ro, en interminables<br />

y eficaces terrazas. Tenían razón los rabinos cuando, refiriéndose al<br />

río <strong>de</strong> aceite que mana <strong>de</strong> la Gaulanitis, aseguraban que era más fácil «criar<br />

una plantación <strong>de</strong> olivos en la Galilea que un niño en Ju<strong>de</strong>a».<br />

Eliseo, inquieto, señaló la peligrosa posición <strong>de</strong>l sol. En cuestión <strong>de</strong> hora y<br />

media, como mucho, <strong>de</strong>saparecería por <strong>de</strong>trás <strong>de</strong>l Meroth. La verdad es que<br />

nos habíamos <strong>de</strong>scuidado...<br />

Lanzamos una última ojeada al silencioso paisaje y, preocupados, iniciamos el<br />

ascenso. Si nuestros cálculos y las indicaciones <strong>de</strong> los felah no erraban, Bet<br />

197


Jenn tenía que aparecer al final <strong>de</strong>l solitario sen<strong>de</strong>ro, a cosa <strong>de</strong> cuatro kilómetros<br />

y a unos 1 200 metros <strong>de</strong> altitud. En otras palabras: teniendo en<br />

cuenta que partíamos <strong>de</strong> la cota «330», si los cuerpos resistían y el Destino<br />

era benévolo, quizá coronásemos los riscos en hora y media. Es I <strong>de</strong>cir, justo<br />

al anochecer.<br />

Pero el hombre propone...<br />

A medio camino, como era previsible, las fuerzas fallaron. El cansancio<br />

acumulado pasó factura y la mar- I cha se ralentizó. Hasta los livianos sacos<br />

<strong>de</strong> viaje pesaban como el plomo...<br />

Sugerí una pausa, pero Eliseo, impaciente y receloso, tiró <strong>de</strong> mí, no concediendo<br />

tregua ni cuartel.<br />

Reconozco que llevaba razón. La soledad <strong>de</strong>l nathiv no era normal. Des<strong>de</strong> que<br />

<strong>de</strong>járamos atrás la calzada <strong>de</strong> , Damasco no habíamos tropezado con un solo<br />

lugareño.<br />

Extraño, sí. Muy extraño...<br />

Y las insistentes advertencias <strong>de</strong> los campesinos me abordaron sin previo<br />

aviso, sumando inquietud a la ya agotada mente.<br />

«¡Atención!... Bet Jenn y sus alre<strong>de</strong>dores son un nido <strong>de</strong> maleantes.»<br />

Luché por sacudir los negros presagios. La senda, culebreando entre olivares,<br />

parecía tranquila e inofensiva. De vez en cuando, a nuestro paso, alguna<br />

madrugadora rapaz nocturna huía sigilosa y molesta, cambiando <strong>de</strong> observatorio<br />

entre las verdiazules copas <strong>de</strong> los árboles. Todo, en efecto, respiraba<br />

calma.<br />

Sin embargo, el instinto continuó en guardia. Y poco faltó para que me<br />

ajustara las «crótalos», las lentes <strong>de</strong> visión infrarroja. Pero no quise alarmar<br />

a mi hermano.<br />

Y la luz, inexorable, se apagó, obligando a <strong>de</strong>tenernos y a recapacitar. Para<br />

colmo, los espaciados olivos se rindieron, siendo reemplazados <strong>de</strong> inmediato<br />

por el bosque <strong>de</strong> berosh, los cipreses siempre ver<strong>de</strong>s, mirando hostiles <strong>de</strong>s<strong>de</strong><br />

sus 25 y 30 metros <strong>de</strong> altura.<br />

Eliseo buscó <strong>de</strong>scanso al pie <strong>de</strong> uno <strong>de</strong> los piramidales cipreses. Yo hice otro<br />

tanto e intentamos calcular la distancia que nos separaba <strong>de</strong> la hipotética<br />

al<strong>de</strong>a. No nos pusimos <strong>de</strong> acuerdo. Él estimó que nos encontrábamos muy<br />

cerca. Quizá a un kilómetro. Yo, basándome en la altitud a la que había<br />

<strong>de</strong>saparecido el olivar -alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> mil metros-, <strong>de</strong>duje que aún restaba el<br />

doble: unos dos kilómetros.<br />

Y en ello estábamos cuando, <strong>de</strong> pronto, en la negrura sonaron unos silbidos.<br />

Nos alzamos como impulsados por un resorte. En el fondo, no era el único<br />

preocupado por los bandidos...<br />

Inspeccionamos el laberinto <strong>de</strong> troncos. Imposible. Las tinieblas <strong>de</strong> la luna<br />

nueva eran casi impenetrables.<br />

Nuevos silbidos. Largos. Con una clara intencionalidad...<br />

198


Mi hermano preguntó, pero no supe aclarar el origen <strong>de</strong> los repetitivos y, cada<br />

vez, más cercanos sonidos.<br />

-¡Allí!...<br />

Eliseo marcó un punto entre el confuso y rectilíneo ramaje.<br />

-¡Veo unos ojos!... ¡Allí!<br />

Me aproximé unos pasos y, efectivamente, en la parte baja <strong>de</strong> uno <strong>de</strong> los<br />

berosh, medio ocultos, se distinguían dos pares <strong>de</strong> ojos redondos, gran<strong>de</strong>s,<br />

amarillos y perfectamente alineados.<br />

Los silbidos, ahora monótonos, se repitieron. Pero no parecían proce<strong>de</strong>r <strong>de</strong>l<br />

árbol <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el que éramos observados.<br />

Avancé algunos metros más y, súbitamente, los ojos <strong>de</strong>saparecieron. Al<br />

<strong>de</strong>tenerme, a los pocos segundos, surgieron <strong>de</strong> nuevo, en el mismo lugar.<br />

Respiré aliviado. Y creyendo conocer la i<strong>de</strong>ntidad <strong>de</strong> los «propietarios» <strong>de</strong> los<br />

espectaculares y pertinaces ojos regresé junto a mi compañero.<br />

Eliseo, impaciente, me acosó a preguntas. Pero, divertido, guardé silencio,<br />

mortificándolo.<br />

Extraje las lentes <strong>de</strong> contacto y, ajustándolas, le invité a que me acompañara.<br />

Lo hizo receloso.<br />

A una distancia pru<strong>de</strong>ncial me <strong>de</strong>tuve. Y alimentando la farsa, conteniendo la<br />

risa como pu<strong>de</strong>, indiqué con el <strong>de</strong>do que guardara silencio.<br />

Los cuatro ojos, ante la proximidad <strong>de</strong> los intrusos, se «apagaron» por segunda<br />

vez.<br />

Eliseo, <strong>de</strong>scompuesto, señaló el extremo superior <strong>de</strong> la «vara <strong>de</strong> Moisés».<br />

Asentí. Y, <strong>de</strong>slizando los <strong>de</strong>dos hacia el clavo <strong>de</strong> los ultrasonidos, hice como si<br />

me preparara para un inminente ataque.<br />

Una oportuna tanda <strong>de</strong> silbidos multiplicó la tensión...<br />

Y los ojos, calculadores, aparecieron <strong>de</strong> nuevo ante el perplejo ingeniero.<br />

La visión infrarroja, efectivamente, ratificó las sospechas iniciales. Dos<br />

cuerpos calientes, ahora rojos, <strong>de</strong> unos treinta centímetros <strong>de</strong> altura, surgieron<br />

nítidos entre las ramas.<br />

No lo dudé. Pulsé el clavo y el finísimo «cilindro» <strong>de</strong> luz coherente fue a<br />

impactar en el centro <strong>de</strong> la «plateada» cara <strong>de</strong> uno <strong>de</strong> los ejemplares. El leve<br />

choque fue suficiente para <strong>de</strong>scontrolarlo. Y saltando <strong>de</strong>l árbol, emitiendo un<br />

agudo chillido, voló directo hacia Eliseo. El segundo, presintiendo el peligro,<br />

siguió al compañero. Y ambos nos rebasaron como una exhalación, peinando<br />

nuestras cabezas.<br />

Las risas <strong>de</strong> quien esto escribe, incontenibles, pusieron al tanto a mi hermano.<br />

Y durante un buen rato tuve que sufrir -merecidamente, lo reconozco- toda<br />

clase <strong>de</strong> improperios y maldiciones (esta vez en inglés, por supuesto).<br />

La pequeña broma, sin embargo, nos alivió. El bosque, como iríamos comprobando,<br />

era un hervi<strong>de</strong>ro <strong>de</strong> rapaces nocturnas, murciélagos y cigüeñas<br />

blancas. Estas últimas -como reza el libro <strong>de</strong> los Salmos-, asentadas en lo más<br />

199


alto <strong>de</strong> los berosh. Los misteriosos e hipnotizadores ojos amarillo-limón, así<br />

como los casi humanos silbidos, formaban parte también <strong>de</strong> la agitada colonia<br />

<strong>de</strong> lechuzas, mochuelos, autillos y otros inofensivos y vigilantes policías <strong>de</strong> la<br />

espesura. Las singulares apariciones y <strong>de</strong>sapariciones <strong>de</strong> los dos pares <strong>de</strong><br />

ojos se hallaban igualmente justificadas. En realidad no tenían nada <strong>de</strong> extraño.<br />

Como se sabe, la lechuza común, la Tyto alba, a diferencia <strong>de</strong>l resto <strong>de</strong><br />

las aves, tiene los ojos en la zona frontal <strong>de</strong> la cabeza. Esta «anormalidad» le<br />

proporciona una visión binocular, relativamente semejante a la <strong>de</strong>l hombre,<br />

con la posibilidad <strong>de</strong> un cálculo casi exacto <strong>de</strong> las distancias. El campo <strong>de</strong><br />

visión, sin embargo, queda restringido a 110 grados. Para corregir el «<strong>de</strong>fecto»,<br />

la óah (lechuza), como otras especies, ha sido dotada por la sabia<br />

Naturaleza <strong>de</strong> un sistema que le permite girar la cabeza 270 grados. Ésta, ni<br />

más ni menos, era la explicación a la referida y supuesta «aniquilación» <strong>de</strong> los<br />

penetrantes ojos.<br />

Y algo más relajados nos pusimos nuevamente en camino.<br />

El instinto, previsor, me impulsó a mantener las «crótalos». No se equivocó...<br />

Al poco, en la distancia, frente a nosotros, escuchamos algo. Prestamos<br />

atención. ¿Bandidos?<br />

Era extraño. Muy raro... -¿Estás oyendo lo mismo que yo? Esperé unos segundos<br />

y asentí, confirmando la impresión <strong>de</strong> Eliseo. -Pero...<br />

En efecto, el sonido que llegaba por la espesura era absurdo. Imposible en<br />

aquel «ahora»...<br />

-Sí -me a<strong>de</strong>lanté-, son carcajadas..., y «tirolesas». ¿Tirolesas? ¿El típico y<br />

tradicional canto <strong>de</strong> los campesinos suizos y austriacos? ¿Aquí, en la alta<br />

Galilea y en el año 25?<br />

-¡Dios santo! -clamó mi compañero <strong>de</strong>smoralizado-. ¡Estamos perdiendo el<br />

juicio!<br />

No supe qué <strong>de</strong>cir. Las carcajadas y el famoso jo<strong>de</strong>l tirolés seguían acercándose.<br />

¿Qué nos ocurría?<br />

Y por un instante tomé muy en serio las exclamaciones <strong>de</strong>l asustado ingeniero.<br />

¿Alucinábamos? ¿Éramos víctimas <strong>de</strong>l mal provocado por la inversión <strong>de</strong><br />

masa?<br />

Pero no. «Aquello» no era una alucinación audititva. «Aquello» era real.<br />

Instintivamente nos hicimos a un lado <strong>de</strong>l sen<strong>de</strong>rillo, ocultándonos entre los<br />

cipreses. ¡Increíble!<br />

Aunque sin <strong>de</strong>masiado acierto, los entrecortados «cánticos» pasaban <strong>de</strong> los<br />

sonidos <strong>de</strong> pecho a los agudos, y al revés. Y entre uno y otro, colmando la<br />

confusión, unas discretas carcajadas...<br />

-Jasón, ¿ves algo?<br />

Segundos <strong>de</strong>spués llegaría la respuesta.<br />

-¡No pue<strong>de</strong> ser...!<br />

200


-¿Qué pasa? ¿Qué has visto?<br />

Y transmití lo que ofrecía la visión IR. El espectro infrarrojo no alucinaba.<br />

A medio centenar <strong>de</strong> metros, al fondo <strong>de</strong> la pista, surgieron en la oscuridad<br />

seis figuras rojas y azules verdosas.<br />

-Veo un individuo y...<br />

Hice una pausa, asegurándome.<br />

-Un individuo y qué más...<br />

-Las «crótalos» presentan otras cinco imágenes. Parecen perros... El hombre<br />

va armado. En el cinto se distingue una daga...<br />

-Pero -añadí estupefacto-, eso es imposible...<br />

-¿Imposible? ¿Qué es imposible? ¿La daga?<br />

Dudé. Y <strong>de</strong>jé que el grupo se aproximara un poco más.<br />

-¡Jasón!...<br />

Finalmente, consciente <strong>de</strong> la locura que iba a pronunciar, aclaré:<br />

-El individuo no canta... Se limita a sujetar los animales con sendas cuerdas.<br />

Eliseo, mirándome con terror, subrayó:<br />

-¡Locos!... ¡Estamos locos!<br />

Acto seguido, remachó, hundiéndome:<br />

-Entonces, los que cantan son los perros... ¿Perros que entonan «tirolesas»?<br />

¿Que ríen a carcajadas?<br />

Sí, <strong>de</strong> locos, pero eso era lo que tenía ante mí.<br />

Y sucedió lo inevitable.<br />

El caminante, <strong>de</strong> pronto, se <strong>de</strong>tuvo, reteniendo con dificultad a los cada vez<br />

más inquietos canes.<br />

Los animales nos <strong>de</strong>tectaron. Y la «música», <strong>de</strong>scompuesta, emborronada<br />

con las no menos increíbles «risas», creció y creció, consecuencia, supongo,<br />

<strong>de</strong>l fino olfato <strong>de</strong> los compañeros <strong>de</strong>l alto y sudoroso paisano. Rostro y manos,<br />

en efecto, ahora en un color plata fulgurante, <strong>de</strong>notaban el esfuerzo <strong>de</strong> la<br />

marcha.<br />

-¡Quién va!<br />

La voz, autoritaria y amenazante, <strong>de</strong>jó las cosas claras.<br />

¿Qué hacíamos?<br />

En décimas <strong>de</strong> segundo, ante la posibilidad <strong>de</strong> que soltara los perros, preparé<br />

la «vara». Con suerte, si atacaban, uno o dos caerían fulminados antes <strong>de</strong> que<br />

se nos echaran encima. Después, ya veríamos...<br />

Afortunadamente, mi hermano reaccionó. Saltó al centro <strong>de</strong>l camino y, alzando<br />

la voz, replicó con un claro y contun<strong>de</strong>nte Shalom, oheb! («Paz,<br />

amigo»).<br />

Sin dudarlo me sumé al temerario gesto, saludando en los mismos términos y<br />

sin <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> apuntar a los cráneos <strong>de</strong> los excitados animales. El rojo encendido<br />

y pulsante <strong>de</strong> los cuerpos, con las fauces blancas y babeantes, me sobrecogió.<br />

A pesar <strong>de</strong> la protección <strong>de</strong> la «piel <strong>de</strong> serpiente», aquellas bestias podían<br />

201


hacernos pasar un mal rato...<br />

El individuo vaciló. En el fondo, supongo, se hallaba tan sorprendido y <strong>de</strong>sconcertado<br />

como estos exploradores.<br />

Pero Eliseo, valiente, intentó segar las suspicacias. Se a<strong>de</strong>lantó unos pasos,<br />

i<strong>de</strong>ntificándose e i<strong>de</strong>ntificándome.<br />

-... Somos griegos. Hombres <strong>de</strong> paz. Nos hemos perdido... Buscamos una<br />

al<strong>de</strong>a llamada Bet Jenn...<br />

Los perros, ante el corto avance <strong>de</strong> mi hermano, tensaron las cuerdas,<br />

«riendo» y «cantando» amenazadores. Sé que resulta paradójico, pero, en<br />

esos momentos, «carcajadas y tirolesas» no sonaban, precisamente, como<br />

una hospitalaria bienvenida.<br />

Y, toscamente, parapetado en la <strong>de</strong>sconfianza, preguntó a su vez:<br />

-¿Bet Jenn?... ¿Por qué? ¿A quién buscáis?<br />

Intervine conciliador.<br />

-A Tiglat...<br />

El nombre -la segunda pista proporcionada por el anciano Zebe<strong>de</strong>o- suavizó<br />

en parte la lógica brusquedad <strong>de</strong>l interlocutor. Se retiró a un lado <strong>de</strong> la senda<br />

y, tras acariciar y calmar a los perros, procedió a amarrarlos a uno <strong>de</strong> los<br />

troncos.<br />

Me felicité. El peligro, en principio, se alejaba.<br />

Se acercó <strong>de</strong>spacio y, lacónico, respondió: -Yo soy Tiglat.<br />

La inesperada aclaración nos confundió. Según nuestro confi<strong>de</strong>nte, el personaje<br />

que buscábamos y que, al parecer, ayudó a Jesús <strong>de</strong> Nazaret, era un<br />

muchacho. Quizá un niño...<br />

Sin entrar en profundida<strong>de</strong>s le explicamos que, probablemente, se trataba <strong>de</strong><br />

un error. Escuchó en silencio y, comprendiendo que aquella pareja <strong>de</strong> inconscientes<br />

extranjeros nada tenían que ver con bandoleros o mero<strong>de</strong>adores<br />

<strong>de</strong> caminos, se abrió <strong>de</strong>finitivamente y, sin disimular la sorpresa, comentó:<br />

-El señor Baal os protege. No hay duda... Ese joven al que buscáis es mi hijo...<br />

Eliseo y yo cruzados una mirada, atónitos.<br />

¿Casualidad?<br />

Ahora sé que aquello no fue consecuencia <strong>de</strong>l azar. «Alguien», no me cansaré<br />

<strong>de</strong> repetirlo, parecía guiar nuestros pasos.<br />

-... Tiglat se encuentra en la al<strong>de</strong>a -redon<strong>de</strong>ó el cada vez más amable y<br />

provi<strong>de</strong>ncial fenicio-, No marcháis <strong>de</strong>scaminados... Bet Jenn está cerca, a<br />

unos cinco estadios... Si lo <strong>de</strong>seáis puedo acompañaros. Si el señor Baal os ha<br />

puesto en mi camino, seréis bien recibidos en mi humil<strong>de</strong> casa.<br />

Cinco estadios. Eso representaba un kilómetro escaso.<br />

La verdad es que, sorprendidos, gratamente sorprendidos, no fuimos capaces<br />

<strong>de</strong> replicar. El Destino, magnífico y eficaz, seguía protegiéndonos.<br />

Y dicho y hecho.<br />

El alto y fornido padre <strong>de</strong> Tiglat se reunió con los apaciguados perros y,<br />

202


haciéndose con las cuerdas, nos invitó a seguirle.<br />

Esa noche, al amor <strong>de</strong>l fuego, al contemplar a nuestro alre<strong>de</strong>dor a los pacíficos,<br />

bien plantados y «musicales» canes, mi hermano no pudo contenerse y<br />

preguntó por el origen <strong>de</strong> los singulares animales.<br />

Tiglat no supo dar muchas explicaciones. Vivían en la al<strong>de</strong>a <strong>de</strong>s<strong>de</strong> siempre.<br />

Eran buenos cazadores, excelentes guías y mejores compañeros. Casi todos<br />

los vecinos disponían <strong>de</strong> dos o tres. Su hijo, Tiglat, también disfrutaba <strong>de</strong> la<br />

compañía <strong>de</strong> uno <strong>de</strong> ellos. Al día siguiente, en la azarosa e inolvidable jornada<br />

<strong>de</strong>l lunes, 20, mientras ascendíamos hacia el Hermón, el muchacho contaría<br />

la curiosa historia <strong>de</strong> Oí, su perro.<br />

No, no estábamos locos. Aquellos ejemplares, casi con seguridad, eran los<br />

únicos <strong>de</strong>l mundo que no ladraban. En su lugar emitían los ya mencionados y<br />

rarísimos sonidos, mitad «risa», mitad «tirolesas».<br />

Naturalmente, al retornar a «base-madre-tres», al ingeniero le faltó tiempo<br />

para consultar a mi «novio». «Santa Claus», millonario en información,<br />

ofreció imágenes y una interesante documentación. Más o menos, esto es lo<br />

que recuerdo:<br />

La particular raza procedía <strong>de</strong>l antiguo Egipto. Hoy es conocida como basenji.<br />

Su imagen aparece en estelas funerarias cuya antigüedad se remonta a 2 300<br />

años antes <strong>de</strong> Cristo. En dos <strong>de</strong> ellas resulta perfectamente reconocible: en la<br />

<strong>de</strong> User, hijo <strong>de</strong> Meshta y en la <strong>de</strong> un tal Sebehaa, inspector <strong>de</strong> transportes.<br />

Los arqueólogos, que los han localizados en pinturas y grabados <strong>de</strong> la IV<br />

Dinastía, los bautizaron como «perros <strong>de</strong> Keops». El parecido, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> luego,<br />

con los <strong>de</strong> Bet Jenn era asombroso.<br />

Más tar<strong>de</strong>, hacia 1870, los exploradores blancos que penetraron en Sudán y<br />

en el Congo los <strong>de</strong>scubrieron entre las tribus.<br />

La estampa, como <strong>de</strong>cía, era agradable y bien proporcionada. Pesaban poco.<br />

Entre nueve y diez kilos. Presentaban un cráneo plano, con el hocico afilado<br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong> los ojos a la trufa. Al alzar las orejas arrugaban sistemáticamente la<br />

«frente», avisando a los dueños. Algo no iba bien...<br />

Aunque la mayoría tenía los ojos color avellana, otros, como el fiel y valiente<br />

Ot, se distinguían por unos atractivos y vivísimos ojos azules, siempre almendrados<br />

y hundidos entre los párpados. Algunos, incluso, lucían unos<br />

espectaculares ojos amarillos.<br />

Los cuellos eran largos. Sólidos como troncos. Po<strong>de</strong>rosos. El pecho bajo,<br />

breve y recto. Manos y patas musculosas, como cinceladas en piedra, con los<br />

jarretes aplomados. Las colas, enroscadas en uno o dos anillos, jamás se<br />

movían, permaneciendo apoyadas sobre uno <strong>de</strong> los lados <strong>de</strong> la grupa. En<br />

cuanto al pelo, realmente llamativo, la casi totalidad <strong>de</strong> los que vimos aparecía<br />

pintada en alazán (rojo amarillento), con manchas blancas en el hocico,<br />

cuello, manos, patas y en el remate <strong>de</strong> la cola. Ot, en cambio, era una excepción.<br />

El pelaje, corto y sedoso, era <strong>de</strong> un brillante negro azabache, <strong>de</strong>li-<br />

203


cadamente nevado en hocico, cuello, remos y en el final <strong>de</strong> la cola.<br />

¡Pobre Oí! Fue leal y bravo hasta la muerte...<br />

Y al fin, guiados por el solícito Tiglat, divisamos la al<strong>de</strong>a.<br />

¡Bet Jenn!<br />

El final <strong>de</strong>l laborioso viaje parecía cercano...<br />

Todo, como siempre, <strong>de</strong>pendía <strong>de</strong>l imprevisible Destino.<br />

Poco puedo contar sobre Bet Jenn. Media docena <strong>de</strong> casas, todas negras,<br />

todas en basalto, todas roídas por los años y las frecuentes lluvias y nieves <strong>de</strong><br />

aquellas latitu<strong>de</strong>s. Todas pobres, casi míseras. Una al<strong>de</strong>a perdida, habitada<br />

por los Tiglat. Un clan fenicio, casi puro, amable, orgulloso <strong>de</strong> su origen,<br />

discreto y, sobre todo, hospitalario. Maravillosamente hospitalario. Nunca lo<br />

olvidaríamos...<br />

Al penetrar en el hogar <strong>de</strong> nuestro guía y anfitrión nos salieron al paso una<br />

prolífica familia, integrada por los ancianos padres, la esposa y quince hijos, y<br />

un reconfortante fuego.<br />

A la mo<strong>de</strong>sta luz <strong>de</strong> las llamas y <strong>de</strong> las lámparas <strong>de</strong> aceite distinguimos, al fin,<br />

el aspecto <strong>de</strong> Tiglat. Al igual que la numerosa prole, presentaba la típica<br />

lámina <strong>de</strong> los habitantes <strong>de</strong> Tiro: nariz ganchuda, ojos oblicuos, negros y<br />

profundos, piel achicharrada, cabellos largos, oscuros, ensortijados y con un<br />

nacimiento muy bajo y barba espesa, <strong>de</strong>scuidada y ligeramente blanqueada<br />

por sus cuarenta o cuarenta y cinco años.<br />

Se dirigió a los suyos en fenicio y, al punto, excusándose, rectificó, prosiguiendo<br />

en un rudimentario arameo galaico.<br />

Nos presentó a su hijo, el segundo Tiglat, haciéndole ver que estos ger (forasteros)<br />

venían <strong>de</strong> muy lejos para conocerle. El muchacho que, en efecto, no<br />

pasaría <strong>de</strong> los catorce o quince años, asintió en silencio. Se a<strong>de</strong>lantó y, sonriente,<br />

se puso a nuestra disposición.<br />

Pero, cuando nos disponíamos a interrogarlo, la madre, regañando al cabeza<br />

<strong>de</strong> familia, le reprochó su falta <strong>de</strong> atención para con aquellos ilustres invitados.<br />

Y antes <strong>de</strong> que acertáramos a replicar nos vimos obligados a tomar asiento<br />

sobre una enorme y mullida piel <strong>de</strong> oso negro. Tiglat pidió perdón por su<br />

<strong>de</strong>sconsi<strong>de</strong>ración y nos ofreció unas pequeñas tazas <strong>de</strong> barro, animándonos a<br />

brindar. -Lehaim!<br />

-¡Por la vida! -repetimos agra<strong>de</strong>cidos. Y, <strong>de</strong> acuerdo a la costumbre, apuramos<br />

<strong>de</strong> un trago el transparente y furioso licor, una especie <strong>de</strong> aguardiente<br />

o ame, fabricado con arroz.<br />

Eliseo, poco hecho a estos brebajes montañeses, carraspeó, provocando las<br />

risas.<br />

Fue entonces, mientras mujeres y niños se afanaban en la preparación <strong>de</strong> la<br />

cena, cuando el complacido Tiglat sugirió que preguntásemos a su hijo. Lógicamente<br />

extrañado, no acertaba a enten<strong>de</strong>r el por qué <strong>de</strong> nuestro interés<br />

por aquel jovencito.<br />

204


Tomé la iniciativa y, midiendo las palabras, expliqué que andábamos <strong>de</strong>trás<br />

<strong>de</strong> un viejo amigo.<br />

En parte fui fiel a la verdad. En el yam, otro antiguo conocido nos había<br />

proporcionado un par <strong>de</strong> importantes pistas: Bet Jenn y el nombre <strong>de</strong>l muchacho.<br />

Padre, abuelo e hijo siguieron las aclaraciones con interés.<br />

Y sin hacer mención <strong>de</strong> la i<strong>de</strong>ntidad <strong>de</strong>l «amigo» al que pretendíamos encontrar<br />

añadí que, probablemente, en esos días, podía hallarse en algún lugar<br />

<strong>de</strong>l «Genel-esh-Sheikh». Según esas mismas noticias, Tiglat hijo fue su<br />

ayudante, auxiliándole en el transporte <strong>de</strong> la impedimenta. Los tres, al unísono,<br />

asintieron en silencio. Y mi hermano y quien esto escribe, cruzando una<br />

triunfante mirada, respiramos aliviados.<br />

¡Al fin!<br />

La información <strong>de</strong>l anciano Zebe<strong>de</strong>o era correcta... El anfitrión tomó entonces<br />

la palabra y vino a ratificar cuanto acababa <strong>de</strong> exponer, añadiendo algunos<br />

preciosos datos.<br />

El «extraño galileo» llegó a la al<strong>de</strong>a a mediados <strong>de</strong> ese mes <strong>de</strong> agosto. Caminaba<br />

solo, con la única compañía <strong>de</strong> un onagro. Habló con el yoseb <strong>de</strong>l clan<br />

(en este caso, el «jefe» era el propio Tiglat) y solicitó los servicios <strong>de</strong> alguien<br />

que pudiera abastecerlo <strong>de</strong> comida un par <strong>de</strong> veces por semana. Pagó por<br />

a<strong>de</strong>lantado. En total, doce <strong>de</strong>narios <strong>de</strong> plata. Y Tiglat, aunque receloso,<br />

aceptó la oferta, encomendando el trabajo a su hijo. Cada lunes y jueves, <strong>de</strong><br />

acuerdo con lo pactado, el joven cargaba el jumento y ascendía hasta un<br />

punto previamente convenido, muy próximo a un paraje que <strong>de</strong>nominaban<br />

las «cascadas», casi a 2000 metros <strong>de</strong> altitud. -¿Lunes y jueves?<br />

Tiglat sonrió, comprendiendo el sentido <strong>de</strong> mi pregunta.<br />

-Así es. Como os dije, el señor Baal, nuestro dios, está con vosotros... Mañana,<br />

al alba, si lo <strong>de</strong>seáis, podéis acompañar al muchacho.<br />

¿Otra vez la casualidad?<br />

Nada <strong>de</strong> eso...<br />

Aceptamos, siempre y cuando nos permitieran pagar por el servicio. Tiglat<br />

cuchicheó en fenicio al oído <strong>de</strong>l abuelo. El anciano nos observó brevemente y,<br />

por último, aceptó la propuesta <strong>de</strong>l yoseb.<br />

-Eso -intervino entonces Tiglat- lo <strong>de</strong>jamos a vuestra voluntad. Tampoco<br />

conviene tentar a Baal...<br />

Cerramos el trato y, previsor, los interrogué sobre la posibilidad <strong>de</strong> adquirir<br />

una tienda y viandas extras.<br />

Ningún problema. Antes <strong>de</strong> la partida, todo estaría dispuesto.<br />

Y Eliseo, atento y perspicaz, volvió sobre las recientes explicaciones <strong>de</strong>l anfitrión.<br />

-¿«Extraño galileo»?... ¿Por qué extraño? Tiglat, rápido y ágil, no <strong>de</strong>seando<br />

empañar la sagrada hospitalidad, rectificó:<br />

205


-No he pretendido ofen<strong>de</strong>r a vuestro amigo. Simplemente, me pareció raro<br />

que <strong>de</strong>seara vivir en soledad en un lugar tan aislado y... peligroso. Esta vez fui<br />

yo quien intervino.<br />

-¿Peligroso?<br />

-Estas montañas, estimados ger...<br />

-Yewani -corregí, intentando eliminar el <strong>de</strong>spreciativo carácter <strong>de</strong>l término<br />

«forastero»-, somos yewani [griegos]...<br />

Tiglat, indulgente, prosiguió con una media sonrisa.<br />

-... Estas montañas, estimados yewani, son una vergüenza. Aquí, en cualquier<br />

rincón, en cualquier cueva, se refugia lo peor <strong>de</strong>l bandidaje. Últimamente,<br />

hasta los «bucoles» <strong>de</strong>l Hule le han tomado gusto a nuestros bosques.<br />

Y raro es el día en que no tenemos noticia <strong>de</strong> algún asalto...<br />

El resto <strong>de</strong> los Tiglat asintió con la cabeza.<br />

-¿Comprendéis ahora?<br />

-Si es así -terció el ingeniero con evi<strong>de</strong>nte preocupación-, ¿por qué consientes<br />

que tu hijo cruces esas montañas dos veces por semana?<br />

-En eso, como en todo, estamos en las manos <strong>de</strong> Baal, nuestro señor...<br />

Tenemos que ganarnos la vida. No po<strong>de</strong>mos escon<strong>de</strong>rnos como viejas<br />

asustadas... Y mañana, os lo aseguro, todo el kapar [la al<strong>de</strong>a] invocará al hijo<br />

<strong>de</strong> Aserá y <strong>de</strong> Él para que nada os ocurra.<br />

Agra<strong>de</strong>cimos los buenos <strong>de</strong>seos. Lamentablemente, como espero tener ocasión<br />

<strong>de</strong> relatar, el sordo Baal no <strong>de</strong>bió escuchar las plegarias <strong>de</strong> sus fieles y<br />

confiados hijos...<br />

-Padre -arrancó al fin el adolescente, sumando una nueva y negra nota al ya<br />

<strong>de</strong>licado panorama <strong>de</strong> los bandoleros-... y no olvi<strong>de</strong>s a dob. Algunos dicen que<br />

los han visto por las «cascadas»...<br />

Tiglat confirmó el anuncio <strong>de</strong>l hijo, erizando los pelos <strong>de</strong> Eliseo y también los<br />

míos. En los parajes don<strong>de</strong> se hallaba el Maestro, según los lugareños, habían<br />

sido observadas algunas parejas <strong>de</strong> los temibles y poco sociables dob, los<br />

osos sirios, negros, <strong>de</strong> más <strong>de</strong> 200 kilos <strong>de</strong> peso y hasta dos metros <strong>de</strong> altura<br />

cuando se alzan sobre los cuartos traseros. Algunos judíos, y también gentiles,<br />

solían <strong>de</strong>dicarse a la captura <strong>de</strong> los oseznos, adiestrándolos para el trabajo en<br />

los circos o como atracciones ambulantes. Estos robos, obviamente, provocaban<br />

las iras <strong>de</strong> los montañeses. Como asegura el profeta Samuel muy<br />

acertadamente (II, 17-8), «no hay nada más peligroso que una osa a la que le<br />

hayan arrebatado la cría».<br />

Excelente perspectiva...<br />

Los sangrientos «bucoles» por doquier y, para colmo, los dob, mero<strong>de</strong>ando en<br />

las proximida<strong>de</strong>s <strong>de</strong>l Maestro.<br />

La familia, sin embargo, no consintió que nos perdiéramos en tan oscuros<br />

presagios. Y tras reiteradas excusas, rogando perdón por lo improvisado y<br />

«parco» <strong>de</strong> la cena, fueron a colocar antes estos <strong>de</strong>sfallecidos exploradores<br />

206


dos reconfortantes y apetitosos platos.<br />

¿Parca cena?<br />

Menos mal que la visita fue inesperada...<br />

Para <strong>de</strong>spabilar el apetito -aunque el nuestro se hallaba más que <strong>de</strong>spierto-,<br />

lo que llamaban jolo<strong>de</strong>tz. un caldo espeso y aguerrido en el que flotaba una<br />

gelatina preparada con patas <strong>de</strong> vaca. Una receta típica <strong>de</strong> la alta Galilea.<br />

Tras lavar y limpiar las piezas, las mujeres las braceaban, procediendo<br />

<strong>de</strong>spués al escalpado <strong>de</strong> la piel. Una vez saneadas eran introducidas en agua<br />

y escoltadas en la gran marmita por sucesivas oleadas <strong>de</strong> cebolla, laurel, sal,<br />

pimienta, ajos, zanahorias y un generoso chorro <strong>de</strong> ame o vino blanco.<br />

El caldo se servía muy caliente.<br />

A continuación, el segundo y no menos nutritivo plato: carne y médula,<br />

minuciosamente molidas y mezcladas con huevo duro. Y para terminar <strong>de</strong><br />

ponerlo en pie, un suspiro <strong>de</strong> mostaza y unas cucharadas <strong>de</strong> miel que humillaban<br />

el po<strong>de</strong>río <strong>de</strong>l condumio.<br />

Delicioso.<br />

Eliseo, naturalmente, repitió.<br />

Y en el transcurso <strong>de</strong> la plácida cena supimos algo más <strong>de</strong> aquel remoto y<br />

caritativo clan. Una familia que, a su manera, mo<strong>de</strong>stamente, contribuyó<br />

también al <strong>de</strong>sarrollo <strong>de</strong>l gran «plan» <strong>de</strong>l Hijo <strong>de</strong>l Hombre. Un grupo humano<br />

que, sin embargo, no consta en los escritos evangélicos...<br />

Tiglat explicó que los suyos, como el resto <strong>de</strong> las menguadas al<strong>de</strong>as que<br />

sobrevivían en el Hermón, se <strong>de</strong>dicaban <strong>de</strong>s<strong>de</strong> siempre a tres activida<strong>de</strong>s<br />

principales: tala <strong>de</strong> árboles, caza y soplado <strong>de</strong> vidrio.<br />

Sobre la primera, como creo haber referido, tendríamos cumplida información<br />

pocos meses <strong>de</strong>spués, cuando el Destino nos permitió acompañar al Maestro.<br />

Allí, como dije, entre los bosques <strong>de</strong> la Gaulanitis, <strong>de</strong>scubriríamos a un Jesús<br />

leñador. Algo nuevo para estos exploradores.<br />

Respecto a la caza, el cabeza <strong>de</strong> familia atendió gustoso y divertido todas las<br />

preguntas -a veces ingenuas y aparentemente infantiles- <strong>de</strong> aquellos curiosos<br />

yewani. Así supimos que eran expertos en la captura <strong>de</strong>l jabalí, ciervo rojo,<br />

gamo, liebre, zorro y, en ocasiones, <strong>de</strong>l lobo y <strong>de</strong>l no menos peligroso dob.<br />

Carne y pieles constituían un buen negocio, así como los «remedios» <strong>de</strong>rivados<br />

<strong>de</strong> las piezas, habitualmente elaborados por las mujeres.<br />

El jabalí o chazir era casi una plaga. Cada año, al final <strong>de</strong>l verano, invadía los<br />

viñedos <strong>de</strong> la «olla» <strong>de</strong>l Hule y <strong>de</strong>l resto <strong>de</strong> la Gaulanitis, arrasando las cosechas.<br />

La carne, inmunda para los judíos, era muy apreciada entre los<br />

gentiles, siendo utilizada, incluso, como «arma di-suasoria» contra las partidas<br />

<strong>de</strong> «bucoles» hebreos. Las cabezas eran colgadas en cancelas y puertas,<br />

advirtiendo así a los posibles asaltantes. Tal y como prescribía la Ley <strong>de</strong><br />

Moisés, el simple hecho <strong>de</strong> aproximarse al chazir o cerdo salvaje significaba<br />

contaminación y pecado.<br />

207


Ciervo y gamo, en cambio, gozaban <strong>de</strong> una excelente reputación en la Palestina<br />

<strong>de</strong> Jesús. El primero, abundantísimo en aquellas montañas, era plato<br />

obligado en las mesas <strong>de</strong> los po<strong>de</strong>rosos, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que Salomón lo pusiera <strong>de</strong><br />

moda (Reyes 1, 4-23). Para darle caza, los montañeses empleaban un curioso<br />

y efectivo sistema: a la caída <strong>de</strong>l sol se ocultaban junto a ríos y fuentes y<br />

esperaban pacientemente la llegada <strong>de</strong>l tsebi (término hebreo más próximo a<br />

«gacela» que a «ciervo»). Cuando el animal comenzaba a beber entonaban<br />

una dulce melodía con la ayuda <strong>de</strong> flautas y cítaras. El tsébi, entonces, lejos<br />

<strong>de</strong> huir, quedaba como hipnotizado, aproximándose y cayendo en manos <strong>de</strong><br />

los astutos cazadores.<br />

Los cuernos eran «comercializados» como amuletos <strong>de</strong> «especial fuerza»,<br />

capacitados -según los Tiglat- para contrarrestar cualquier veneno y, sobre<br />

todo, muy útiles para evitar broncas y peleas con esposas y suegras.<br />

La ingenuidad <strong>de</strong> estas gentes era conmovedora...<br />

Con el shual o zorro sucedía algo parecido a lo mencionado sobre el jabalí. Su<br />

afición a las uvas, arruinando las prósperas vi<strong>de</strong>s, lo había convertido en otro<br />

enemigo público. Y dueños y capataces pagaban entre uno y tres <strong>de</strong>narios-plata<br />

por cabeza presentada. En realidad, según nuestras observaciones,<br />

no se trataba <strong>de</strong>l zorro rojo europeo, sino <strong>de</strong>l Vulpes vulpes niloticus, un hermano<br />

<strong>de</strong> menos talla, <strong>de</strong> pelaje pardo-amarillento, con el lomo y vientre<br />

grisáceos y el dorso <strong>de</strong> las orejas en un negro profundo.<br />

En el fondo, judíos y gentiles lo admiraban por su sagacidad. Y coman <strong>de</strong>cenas<br />

<strong>de</strong> leyendas. Una, en especial, hacía las <strong>de</strong>licias <strong>de</strong> gran<strong>de</strong>s y chicos. Decía,<br />

más o menos, así:<br />

«Tras el pecado <strong>de</strong> Adán, Yavé entregó al mundo al "ángel <strong>de</strong> la muerte". Y<br />

todas las especies animales, incluida la serpiente, fueron arrojadas al agua<br />

por parejas. Cuando le tocó el turno a shual, la astuta raposa, señalando su<br />

imagen reflejada en las aguas, comenzó a gemir y a lloriquear. El ángel,<br />

entonces, preguntó el por qué <strong>de</strong> tanto lamento. Y el zorro explicó que se<br />

hallaba apenado por la triste suerte <strong>de</strong> su "compañero". Al reparar en el sutil<br />

engaño, Dios or<strong>de</strong>nó que fuera indultado.»<br />

Esto aclaraba por qué los judíos se negaban a darle caza, quedando el asunto<br />

en las casi exclusivas manos <strong>de</strong> los paganos.<br />

Al interesarnos por la amabet (liebre), Tiglat, entusiasmado, reconoció que<br />

era la pieza <strong>de</strong> la que obtenían mayores y más regulares beneficios. Y no por<br />

la carne o piel, estimadas únicamente por los gentiles, sino por sus estómagos<br />

y cerebros. Des<strong>de</strong> antiguo, la creencia popular aseguraba que los primeros<br />

eran un certero e infalible remedio contra la esterilidad. (Entendiendo siempre<br />

la femenina. La masculina era impensable.) Todo procedía, al parecer, <strong>de</strong> una<br />

información contenida en la Biblia. Según el libro <strong>de</strong> los Jueces (13, 4), la<br />

madre <strong>de</strong> Sansón fue estéril. Pues bien, según los judíos, cuando el ángel <strong>de</strong><br />

Yavé se presentó ante ella, anunciando el nacimiento <strong>de</strong>l mítico héroe, le<br />

208


or<strong>de</strong>nó que consumiera el citado estómago <strong>de</strong> liebre. En el pasaje en cuestión<br />

no se menciona nada semejante. El ángel habla <strong>de</strong> la esterilidad <strong>de</strong> la esposa<br />

<strong>de</strong> Manóaj y, simplemente, le prohíbe beber vino y comer alimentos impuros.<br />

La cuestión es que, con el paso <strong>de</strong>l tiempo, el texto resultaría <strong>de</strong>formado,<br />

montándose un floreciente negocio a cuenta <strong>de</strong> las pobres amabet.<br />

Los cerebros, por su parte, eran igualmente valorados. En especial por las<br />

madres. Estas supersticiosas gentes estaban convencidas <strong>de</strong> que el simple<br />

roce sobre las encías <strong>de</strong> los bebés conjuraba los dolores provocados por los<br />

primeros dientes.<br />

La liebre palestina, <strong>de</strong>finitivamente, no tenía suerte. En el colmo <strong>de</strong> la ignorancia<br />

y <strong>de</strong>l retorcimiento, rabinos y «auxiliadores» recomendaban, incluso,<br />

que no se la mirase fijamente y, mucho menos, que fuera <strong>de</strong>seada sexualmente.<br />

Si esto ocurría, Yavé fulminaba al «pecador» con el <strong>de</strong>fecto conocido<br />

como «labio leporino».<br />

Pero nuestra sorpresa llegó al límite cuando Tiglat aseguró convencido que<br />

todas las liebres eran <strong>de</strong> sexo femenino. Aquella era otra creencia, firmemente<br />

arraigada, nacida quizá <strong>de</strong>l propio término (amabet es una palabra<br />

femenina). Como mucho, tras una encendida discusión, el fenicio aceptó que<br />

«un año podían ser machos y al siguiente, irremediablemente, hembras».<br />

Insistir era inútil. Y ahí lo <strong>de</strong>jamos.<br />

Cuando le llegó el turno al lobo, el temido y respetado zeeb, también<br />

aprendimos algo.<br />

Durante los inviernos, sobre todo en los más crudos, <strong>de</strong>scendían en manadas<br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong> el Hermón, llegando hasta los pantanos <strong>de</strong>l Hule. Algunos <strong>de</strong> los vecinos<br />

habían sido ferozmente atacados. Y Tiglat añadió otro dato preocupante:<br />

la zona <strong>de</strong> las «cascadas», muy próxima al campamento <strong>de</strong> Jesús <strong>de</strong> Nazaret,<br />

era uno <strong>de</strong> los parajes habitualmente frecuentado por los zeeb. Allí, en <strong>de</strong>finitiva,<br />

acudían a abrevar la mayor parte <strong>de</strong> los animales <strong>de</strong>l bosque...<br />

Para capturarlos, los montañeses se valían <strong>de</strong> lazos y trampas. Y todo en él<br />

era aprovechado.<br />

Con la piel cubrían el calzado, aliviando la marcha <strong>de</strong>l caminante. También la<br />

vendían en pequeñas porciones, previamente empapadas en vino o vinagre.<br />

Al comerla -aseguraban-, los sueños eran benéficos..., y eróticos.<br />

Los dientes, como los cerebros <strong>de</strong> las liebres, se utilizaban para restregar las<br />

encías <strong>de</strong> los niños, eliminando (?) el dolor <strong>de</strong> las incipientes <strong>de</strong>ntaduras.<br />

En cuanto al corazón -siguiendo otra vieja creencia-, la familia lo secaba,<br />

vendiéndolo como un mágico talismán contra los propios lobos. La mejor<br />

«arma», sin embargo, era la manteca que <strong>de</strong>stilaban los riñones <strong>de</strong> león. Si el<br />

viajero se embadurnaba con ella, ningún lobo osaba acercarse. Así nos lo juró<br />

Tiglat. El problema, claro, era cómo conseguir semejante «ungüento»...<br />

Para unos y otros -judíos y gentiles-, este <strong>de</strong>predador era el símbolo vivo <strong>de</strong><br />

la traición. Su cuello corto -<strong>de</strong>cían- era la prueba irrefutable. Y aseguraban<br />

209


también que la inteligencia <strong>de</strong>l zeeb crecía a la par que la luna. Por ello,<br />

durante la fase <strong>de</strong> creciente -y no digamos con la luna llena-, nadie, en su<br />

sano juicio, se aventuraba <strong>de</strong> noche por aquellas montañas.<br />

La tertulia, acosada por el sueño y el cansancio, <strong>de</strong>clinó. Y la tercera actividad<br />

<strong>de</strong> los Tiglat -el soplado <strong>de</strong>l vidrio- quedó pospuesta para mejor ocasión.<br />

El anfitrión lo percibió y, haciéndose cargo, se puso en pie, recomendando que<br />

nos retiráramos. Lo agra<strong>de</strong>cimos.<br />

Y en ello estábamos cuando, <strong>de</strong> pronto, irrumpió en la estancia un nuevo<br />

«personaje». El joven Tiglat lo reclamó y, al instante, obediente y cariñoso,<br />

fue a saltar sobre el pecho <strong>de</strong> su dueño, lamiendo manos y rostro. Era Oí, el<br />

basenji negro que nos acompañaría al día siguiente.<br />

Mi hermano, intrigado, se dirigió entonces al muchacho, preguntando el por<br />

qué <strong>de</strong> tan original nombre. (Oí, en hebreo, significaba «milagro», «señal», o<br />

«prodigio»).<br />

Y Tiglat, orgulloso, le puso en antece<strong>de</strong>ntes.<br />

-Fue en pleno invierno. Mi padre, mis hermanos y yo volvíamos <strong>de</strong> la sierra...<br />

Dudó. E interrogando al complacido cabeza <strong>de</strong> familia trató <strong>de</strong> confirmar la<br />

fecha. Tiglat padre le recordó que, efectivamente, fue el 14 <strong>de</strong> adar (febrero),<br />

en pleno Purim, hacía ya cuatro años...<br />

-Eso... -prosiguió el adolescente-. Para mí fue el mejor regalo...<br />

(En dicha fiesta, como espero narrar más a<strong>de</strong>lante, era típico hacer regalos.<br />

Sobre todo a los niños.)<br />

-... Caminábamos por la meseta don<strong>de</strong> ahora se encuentra vuestro «amigo»<br />

y, <strong>de</strong> repente, vimos algo en la nieve. Era una bola negra, muy pequeña. Nos<br />

aproximamos y allí estaba...<br />

Oí, captando que su joven dueño hablaba <strong>de</strong> él, arreció en sus lametones,<br />

emitiendo aquellas increíbles «risas».<br />

-Era Oí... Apenas tenía un mes. Nunca supimos cómo llegó hasta allí, ni cómo<br />

sobrevivió... Fue un milagro. Un prodigio. Un regalo <strong>de</strong>l señor Baal.<br />

Y Tiglat lo bautizó con el citado nombre.<br />

Curioso Destino. Como ya apunté, el valiente animal iría a perecer muy cerca<br />

<strong>de</strong> don<strong>de</strong> fue rescatado y salvado...<br />

Pero no a<strong>de</strong>lantemos acontecimientos.<br />

Algo, sin embargo, no cuadraba en la historia. Y Eliseo, que nunca atrancaba,<br />

lo planteó abiertamente:<br />

-¿Por qué Oí? Tú eres fenicio...<br />

El muchacho enrojeció. Miró a su padre y éste, esbozando una picara sonrisa,<br />

replicó con la misma sinceridad:<br />

-Una tonta e infantil venganza... Vosotros sois griegos y puedo explicároslo.<br />

Los judíos nos <strong>de</strong>sprecian y, como seguramente sabéis, odian a los perros.<br />

Pues bien, ojo por ojo... ¿Qué mejor gracia para un «perro fenicio» que un<br />

nombre hebreo?<br />

210


La familia, ingenua y feliz, rió el juego <strong>de</strong> palabras.<br />

Estaba claro. Y aprovecharé la circunstancia para hacer un breve inciso y<br />

apuntar algo que también tuvo que ver con el Hijo <strong>de</strong>l Hombre. «Algo» que<br />

tampoco figura en los Evangelios y que, sin embargo, aportaría un dato más<br />

sobre la ternura <strong>de</strong>l Galileo, provocando, a su vez, más <strong>de</strong> uno y más <strong>de</strong> dos<br />

enfrentamientos con los puristas <strong>de</strong> la Ley mosaica.<br />

Me refiero, claro está, a Zal, el magnífico perro propiedad <strong>de</strong> Jesús <strong>de</strong> Nazaret.<br />

Pero, para compren<strong>de</strong>r mejor cuanto digo y cuanto señalaba Tiglat, es preciso<br />

contemplar primero la actitud <strong>de</strong>l pueblo judío hacia estos no menos infelices<br />

y <strong>de</strong>sprestigiados canes. El origen <strong>de</strong> la ancestral repulsión <strong>de</strong> los hebreos<br />

hacia el perro, tan alejada <strong>de</strong>l actual concepto, se hallaba, cómo no, en el<br />

mismísimo Yavé. Lisa y llanamente era con<strong>de</strong>nado y vilipendiado en todos los<br />

textos sagrados (?) en los que aparece. Sus cometidos, básicamente, se<br />

reducían a tres: carroñeros, guardianes <strong>de</strong> rebaños y «excusa» para el insulto.<br />

Isaías, Reyes y los Salmos lo <strong>de</strong>jan muy claro. En el último (22, 17-20), el<br />

término «perro» alcanza su auténtico significado: «malvado». Y a éste, poco<br />

a poco, se sumarían otros: sucio, cobar<strong>de</strong>, traidor, perezoso y <strong>de</strong>spreciable.<br />

Si a esta lamentable situación uníamos las alusiones <strong>de</strong> Yavé, por ejemplo en<br />

el Éxodo, es fácil captar la intencionalidad <strong>de</strong> Tiglat y, muy especialmente, la<br />

<strong>de</strong> los rigoristas judíos hacia el Maestro por el hecho <strong>de</strong> <strong>de</strong>mostrar cariño<br />

hacia un perro. Para colmo <strong>de</strong> males, otras ridículas y fantásticas leyendas<br />

terminaron por arruinar el escaso prestigio <strong>de</strong>l perro, rebajándolo, como digo,<br />

a la categoría <strong>de</strong> alimaña y criatura inmunda. Una <strong>de</strong> las más extendidas se<br />

remontaba al supuesto diluvio. Según esta creencia, el perro fue tachado por<br />

Dios <strong>de</strong> «inmoral» por no haber sabido contener sus instintos sexuales durante<br />

su permanencia en el arca <strong>de</strong> Noé.<br />

Sí, verda<strong>de</strong>ramente <strong>de</strong> locos...<br />

Al margen <strong>de</strong> esta realidad cotidiana, muchos judíos, bajo cuerda, se aprovechaban,<br />

sin embargo, <strong>de</strong> los «sarnosos perros», convirtiendo su caza y<br />

captura en un interesante «negocio». Así, lenguas, ojos y dientes eran extirpados,<br />

siendo vendidos como amuletos. La lengua, colocada bajo el <strong>de</strong>do<br />

gordo <strong>de</strong>l pie -<strong>de</strong>cían-, evita que otros perros ladren al propietario <strong>de</strong> tan<br />

estimado talismán. Lo mismo sucedía con los ojos <strong>de</strong> los perros negros,<br />

siempre que se tuviera la precaución <strong>de</strong> colgarlos <strong>de</strong>l cuello antes <strong>de</strong> iniciar un<br />

viaje. Pero la «eficacia suprema» contra los ataques <strong>de</strong> otros canes se hallaba<br />

en los dientes <strong>de</strong> un perro rabioso. Eso sí: antes <strong>de</strong> atarlos al hombro, el can<br />

en cuestión tenía que haber mordido a un hombre. Si la víctima era una mujer,<br />

miel sobre hojuelas...<br />

Tiglat nos condujo hasta la sala contigua y, excusándose <strong>de</strong> nuevo, nos hizo<br />

ver que no disponía <strong>de</strong> nada mejor. El lugar, amplio y espacioso como la<br />

«vivienda», era en realidad el taller en el que la familia fabricaba toda suerte<br />

211


<strong>de</strong> utensilios <strong>de</strong> vidrio.<br />

Agra<strong>de</strong>cimos la hospitalidad. Para aquellos agotados caminantes, cualquier<br />

rincón era bueno. Preparamos los ropones al pie <strong>de</strong> uno <strong>de</strong> los apagados<br />

hornos y, tras <strong>de</strong>searnos paz, Tiglat <strong>de</strong>positó una lucerna <strong>de</strong> aceite en una <strong>de</strong><br />

las estanterías, arrancando guiños ver<strong>de</strong>s y dorados a los abombados y<br />

transparentes vasos, jarrones y botellas. Nos observó un instante y, feliz,<br />

cerró la puerta, <strong>de</strong>sapareciendo.<br />

La Provi<strong>de</strong>ncia, en efecto, seguía velando y protegiéndonos. Aquella familia<br />

fue una bendición y un chorro <strong>de</strong> oxígeno en nuestro camino.<br />

Al poco, el bueno <strong>de</strong> Eliseo dormía profundamente. Yo, en cambio, me agité<br />

inquieto. No hubo forma <strong>de</strong> llamar al sueño. Y lo atribuí al cansancio. ¿O fue la<br />

inquietud?<br />

La verdad es que, una y otra vez, obsesivamente, la imagen <strong>de</strong>l Maestro se<br />

presentaba en la memoria.<br />

Estábamos muy cerca, sí, casi a un paso...<br />

Pero, ¿por qué me preocupaba? Y me vi asaltado por una jauría <strong>de</strong> furiosas e<br />

irritantes incógnitas.<br />

¿Nos reconocería? ¿Nos admitiría en su compañía? ¿Qué podíamos <strong>de</strong>cirle?<br />

¿Cómo explicarle?<br />

Y la seguridad que me había acompañado hasta esos momentos huyó <strong>de</strong><br />

quien esto escribe. Me sentí <strong>de</strong>solado. Quizá estábamos equivocados...<br />

¿Qué suce<strong>de</strong>ría si Jesús <strong>de</strong> Nazaret no nos aceptaba junto a Él?<br />

¡Dios!<br />

En eso no habíamos pensado...<br />

Y la figura <strong>de</strong>l Galileo, ora distante, ora seria y ajena, seguía visitándome en<br />

la penumbra <strong>de</strong>l taller.<br />

Me resistí.<br />

Ése no era el afable y entrañable «amigo» que conocía. El agotamiento, sin<br />

duda, jugaba conmigo.<br />

Finalmente, incapaz <strong>de</strong> soportar aquel suplicio, me alcé. Tomé la débil y<br />

amarillenta flama e intenté distraerme. Repasé hornos, fuelles, cañas <strong>de</strong><br />

soplado, materia prima y la nutrida batería <strong>de</strong> objetos que se apretaba fría e<br />

indiferente en pare<strong>de</strong>s y suelo.<br />

Imposible. El sueño, rebel<strong>de</strong>, se mantuvo a distancia.<br />

Y opté por asomarme al exterior. Allí, seguramente, me relajaría.<br />

Pero todo, aquella noche, parecía huraño y contrario a mi voluntad. Al empujar<br />

la achacosa portezuela que comunicaba con el resto <strong>de</strong> la al<strong>de</strong>a, los<br />

goznes, irritados, protestaron. Me volví hacia el lugar don<strong>de</strong> <strong>de</strong>scansaba mi<br />

hermano. ¡Bendito ingeniero! Ni un terremoto lo hubiera <strong>de</strong>spertado...<br />

Las casuchas, oscuras y silenciosas, ni se inmutaron.<br />

Busqué refugio al pie <strong>de</strong> uno <strong>de</strong> los muros <strong>de</strong>l taller. Inspiré profundamente y<br />

me bebí las estrellas.<br />

212


Casi podía tocarlas con las manos.<br />

¡Dios! ¡Qué hermosa y blanca negrura!<br />

De pronto, en la lejanía, en ninguna parte, sonó limpio y prolongado un aullido.<br />

Sentí un escalofrío.<br />

¿Lobos? ¿Chacales?<br />

Y Venus y Júpiter, en conjunción, me hicieron una señal. Después otra y<br />

otra...<br />

Nuevos aullidos. Nuevo estremecimiento.<br />

Y como huida <strong>de</strong> aquella luminosa ciudad flotante vi entrar en mi agitada<br />

mente una inconfundible figura. Vestía <strong>de</strong> negro y sujetaba una reluciente y<br />

afilada guadaña. ..<br />

La rechacé.<br />

¿Qué ocurría?<br />

Pero la imagen, <strong>de</strong>cidida, alzó la cuchilla, avisando. Y, súbitamente, se extinguió.<br />

Y dos, tres, cuatro nuevos aullidos, más cercanos, me erizaron los cabellos.<br />

¿Qué era aquello? ¿Un presentimiento? ¿Una advertencia? ¿Una locura? ¿Por<br />

qué la muerte? ¿Y por qué en esos instantes y en ese lugar?<br />

Horas más tar<strong>de</strong>, por <strong>de</strong>sgracia, comprobaría que la «visión» (?) no fue fruto<br />

<strong>de</strong> mi cansada y casi nula imaginación. El Destino, supongo, a su manera, me<br />

advertía...<br />

Y poco a poco, consumada la extraña «aparición», la inquietud fue anestesiada<br />

y caí en el pozo <strong>de</strong> los sueños. Sí, otra vez las ensoñaciones...<br />

En esta ocasión me vi caminando entre bosques. Era el Hermón. Aparecía<br />

muy cerca, con la cumbre nevada.<br />

En cabeza marchaba el joven Tiglat, a lomos <strong>de</strong> un jumento. A su lado, Oí, el<br />

basenji negro. Detrás, alegre, cargando el saco <strong>de</strong> viaje, Eliseo y cerrando la<br />

expedición, este explorador.<br />

Pero no. Quien esto escribe no era el último caminante...<br />

A mis espaldas, a cuatro o cinco metros, con paso igualmente presuroso,<br />

avanzaba una vieja «conocida».<br />

¡La muerte!<br />

Se cubría con la misma y larga túnica funeraria, cargando sobre el hombro<br />

una temible y larguísima guadaña.<br />

Intenté avisar, pero la voz no salía <strong>de</strong> mi garganta.<br />

Nadie parecía verla. Ni siquiera Ot.<br />

Volví la cabeza y la muerte, con una helada sonrisa, asintió.<br />

De pronto, en las cercanías <strong>de</strong> un corpulento árbol, comenzó a llover. Era una<br />

lluvia torrencial.<br />

El peito «habló» y aconsejó que nos refugiáramos bajo la gran copa. Así lo<br />

hicimos.<br />

213


Y la osamenta, impasible, sin <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> sonreír, se plantó frente al grupo.<br />

Entonces alzó los <strong>de</strong>scarnados <strong>de</strong>dos y señaló hacia lo alto.<br />

¡Dios mío!<br />

De las ramas colgaban nuestras propias cabezas...<br />

Estaban vivas.<br />

La <strong>de</strong> Ot, en cambio, sangrante y suspendida por los ojos, carecía <strong>de</strong> vida.<br />

Intenté reaccionar. Pulsé el láser <strong>de</strong> alta energía, graduándolo a la máxima<br />

potencia.<br />

¡Dios santo!<br />

No funcionó...<br />

Y la muerte replicó con unas sonoras y cavernosas carcajadas.<br />

Entonces, por <strong>de</strong>trás, entre los árboles, surgieron unos hombres. Portaban<br />

hachas, mazas y espadas.<br />

¡Eran americanos!<br />

Vestían uniformes <strong>de</strong> campaña. Y avanzaron amenazantes...<br />

¡Oh, Dios!<br />

Todos tenían el mismo rostro. ¡El <strong>de</strong>l general Curtiss!<br />

Zaran<strong>de</strong>é a Eliseo, advirtiéndole. No hizo caso. Y continuó hablando con Tiglat<br />

sobre la inoportuna cortina <strong>de</strong> agua. Ot aseguró que pasaría pronto...<br />

Uno <strong>de</strong> los militares se <strong>de</strong>tuvo junto a la muerte. Se abrazaron. Aquel «Curtiss»<br />

era el único que no iba armado. Mejor dicho, era el mejor armado...<br />

¡En la mano izquierda sostenía otra «vara <strong>de</strong> Moisés»!<br />

Cuchichearon.<br />

De vez en cuando me miraban y seguían hablando en voz baja.<br />

Finalmente, el chorreante «Curtiss» indicó que me acercara.<br />

Obe<strong>de</strong>cí.<br />

Y al separarme <strong>de</strong>l árbol, la intensa lluvia me empapó.<br />

-¡Los informes!... ¡Queremos los informes <strong>de</strong> ADN! ¡Tú los tienes!<br />

Negué con <strong>de</strong>sesperación.<br />

El individuo, entonces, se quitó el gorro que lucía unas estrellas <strong>de</strong> general y<br />

lo arrojó al suelo, pisoteándolo con rabia.<br />

Volví a negar.<br />

-¡Entrégamelos!... ¡Eso es propiedad <strong>de</strong> la USAF!<br />

E irritado, soltando el cayado, se abalanzó sobre mí. Hizo presa en mis brazos<br />

y gritó:<br />

-¡Jasón!... ¡Obe<strong>de</strong>ce!... ¡Jasón!<br />

En ese instante, alguien me <strong>de</strong>spertó.<br />

-¡Jasón!...<br />

Eliseo, tan empapado como yo, me zaran<strong>de</strong>aba sin miramiento.<br />

-¿Qué?... Mi general..., yo no sé nada...<br />

Mi hermano, al escuchar las inconexas frases -¡y en inglés!- se alarmó <strong>de</strong>finitivamente.<br />

214


-¿Qué te ocurre?... ¡Despierta!<br />

Los fríos y <strong>de</strong>nsos goterones terminaron <strong>de</strong>volviéndome a la realidad. Me<br />

puse en pie y, aturdido, me excusé.<br />

-¿Otra pesadilla?<br />

Asentí en silencio.<br />

-Te lo dije... Anoche abusamos <strong>de</strong>l jolo<strong>de</strong>tz y <strong>de</strong>l maldito arac. Pero, ¿qué<br />

diablos haces aquí afuera?<br />

Respondí como pu<strong>de</strong>, improvisando. Tampoco <strong>de</strong>seaba abrumarlo con mis<br />

extrañas inquietu<strong>de</strong>s y las no menos locas ensoñaciones.<br />

¿Locas?<br />

Hoy sé que algunos sueños no son tan <strong>de</strong>menciales ni absurdos como parecen<br />

a simple vista...<br />

20 DE AGOSTO, LUNES<br />

Regresamos al taller. La familia se afanaba ya en el <strong>de</strong>sayuno y en los preparativos<br />

para la partida.<br />

El reciente sueño, sin embargo, me tenía perplejo. Seguía viendo la cara <strong>de</strong><br />

aquel «Curtiss» y la calavera <strong>de</strong> la muerte.<br />

¡Qué extraño!<br />

Me aproximé a la portezuela e inspeccioné el cielo. El brillante firmamento<br />

había sido borrado <strong>de</strong> un plumazo. Durante la noche, un inesperado frente<br />

borrascoso escapó <strong>de</strong>l Mediterráneo, cubriendo parte <strong>de</strong> la Gaulanitis. Y la<br />

lluvia, benéfica, <strong>de</strong>scargó sobre valles y colinas.<br />

¡Qué extraño! También en el sueño llovía torrencial-mente...<br />

E intenté espantar la absurda coinci<strong>de</strong>ncia. Estábamos don<strong>de</strong> estábamos. El<br />

alba llegaba puntual, encendiendo montañas. Sólo <strong>de</strong>bía preocuparme <strong>de</strong>l<br />

inminente viaje. Con un poco <strong>de</strong> suerte, hoy estaríamos con Él...<br />

¡Al fin!<br />

El cabeza <strong>de</strong> familia terminó uniéndose a este <strong>de</strong>sconcertado explorador. Me<br />

vio observar las negras y veloces masas nubosas y, captando una supuesta<br />

inquietud por el cambio atmosférico, quiso tranquilizarme.<br />

-Pasará pronto...<br />

En parte tenía razón. Estas borrascas eran bastante comunes en los veranos<br />

<strong>de</strong> la alta Galilea. Y <strong>de</strong> la misma y súbita forma en que se presentaban, así se<br />

alejaban. En esta oportunidad, sin embargo, el espectáculo <strong>de</strong> los «yunques»,<br />

inmensos como torres, castigándose mutuamente con fulgurantes culebrinas,<br />

me <strong>de</strong>jó inquieto. ¿Pasarían? Con esto no habíamos contado. Si la lluvia no<br />

cesaba, el viaje peligraría.<br />

Compartimos el <strong>de</strong>sayuno y hacia la hora «tercia» (las nueve), tal y como<br />

pronosticara Tiglat, escampó. Los cumulonimbos, no obstante, continuaron<br />

<strong>de</strong>sembarcando por el oeste, sombreando el paisaje y obligando al sol a<br />

215


<strong>de</strong>rramarse en estrechas y clan<strong>de</strong>stinas cascadas blancas, azules y doradas.<br />

Aquello no me gustó. La lluvia seguía allí, amenazante.<br />

Y el «sueño», <strong>de</strong> nuevo, tocó en mi hombro...<br />

Tiglat revisó la carga. El onagro propiedad <strong>de</strong>l Maestro aguantó sin problemas.<br />

El animal, alto, joven, y fuerte, recibió dos gran<strong>de</strong>s alforjas <strong>de</strong> junco, repletas<br />

<strong>de</strong> viandas. Y entre ambas, meticulosamente enrollada, la tienda <strong>de</strong> pieles <strong>de</strong><br />

cabra solicitada la noche anterior.<br />

Y ante nuestra sorpresa, el anfitrión solicitó que inspeccionáramos el cargamento.<br />

Me negué.<br />

El jefe <strong>de</strong>l clan, entonces, con voz autoritaria, or<strong>de</strong>nó al hijo que retornara a<br />

la casa.<br />

Comprendimos. Si no accedíamos, no había viaje...<br />

Legumbres, carne salada, pescado ahumado, huevos, aceite, dos log <strong>de</strong> sal<br />

(alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> un kilo), dos bats <strong>de</strong> vino (cinco litros), especias, harina, fruta<br />

en abundancia, un par <strong>de</strong> ána<strong>de</strong>s, seis gran<strong>de</strong>s y redondas hogazas <strong>de</strong> pan <strong>de</strong><br />

trigo, miel, dos botellas <strong>de</strong> ame y un obsequio <strong>de</strong> la casa: un cuarto <strong>de</strong> seah<br />

(unos cuatro kilos) <strong>de</strong> un excelente lomo <strong>de</strong> ciervo curado. El resto, la verdad,<br />

no lo recuerdo.<br />

Satisfecho el inventario -más que suficiente para una o dos semanas-, Eliseo<br />

echó mano <strong>de</strong> la bolsa, preguntando el importe.<br />

Tiglat, <strong>de</strong> nuevo, nos sorprendió.<br />

-Eso -proclamó con la misma contun<strong>de</strong>ncia-, a la llegada...<br />

-Pero...<br />

No hubo forma. Y tras agra<strong>de</strong>cer la confianza y hospitalidad <strong>de</strong> aquellas<br />

sencillas y entrañables gentes nos pusimos en camino.<br />

El joven Tiglat, en cabeza, tiró <strong>de</strong>l asno, tomando un sen<strong>de</strong>rillo que, <strong>de</strong> inmediato,<br />

se coló en el bosque <strong>de</strong> cipreses. A su lado, correteando arriba y<br />

abajo, Ot, el dócil basenji. Detrás, alegre, aliviado por el frescor <strong>de</strong> los «Cb»<br />

(cumulonimbos), mi hermano, cargando al hombro el saco <strong>de</strong> viaje. Por último,<br />

como siempre, este explorador ahora relativamente feliz y confiado. El<br />

nevado Hermón, apenas molestado por la base <strong>de</strong> los «Cb», estaba a la vista.<br />

¡Al fin!, me dije.<br />

Si los cálculos <strong>de</strong> Tiglat eran correctos, los cinco kilómetros que separaban<br />

Bet Jenn <strong>de</strong>l mahaneh, el campamento en el que permanecía Jesús <strong>de</strong> Nazaret,<br />

<strong>de</strong>berían ser cubiertos en dos o tres horas. Todo <strong>de</strong>pendía <strong>de</strong> la ruta<br />

elegida por el pequeño guía y, naturalmente, <strong>de</strong>l voluble Destino...<br />

Al principio <strong>de</strong>scendimos. Después, la estrechísima pista se en<strong>de</strong>rezó, escalando<br />

nuevas colinas.<br />

Cota «1500».<br />

Al mirar atrás, entre la arboleda, distinguí la media docena <strong>de</strong> casitas negras<br />

<strong>de</strong> Bet Jenn. Por <strong>de</strong>bajo, en la cota «1 198», el verdinegro lago Phiale, un<br />

216


antiguo volcán anegado por las corrientes subterráneas que huían <strong>de</strong>l Hermón.<br />

Los lugareños aseguraban que la menguada y circular laguna, <strong>de</strong> unos trescientos<br />

metros <strong>de</strong> diámetro, se hallaba comunicada con la ciudad <strong>de</strong> Paneas e,<br />

incluso, con el padre Jordán.<br />

Y, <strong>de</strong> pronto, al cruzar un olivar, Tiglat, <strong>de</strong> un salto, fue a montar sobre el<br />

onagro.<br />

¿Cómo no me había dado cuenta?<br />

Me estremecí.<br />

La reducida expedición presentaba el mismo or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> marcha que el sueño...<br />

Y como un idiota llegué a volver la cabeza. Allí, a mis espaldas, obviamente,<br />

sólo encontré olivos.<br />

El breve trayecto entre los corpulentos zayit fue un suplicio. Y la ensoñación<br />

se creció. Sin querer estaba olvidando a los «bucoles», los sanguinarios rufianes<br />

<strong>de</strong>l Hule.<br />

Entonces -no sé cómo-, lo vi claro...<br />

Los «hombres» <strong>de</strong>l sueño podían ser bandidos. Estábamos en sus dominios. El<br />

jefe <strong>de</strong>l clan ratificó las advertencias <strong>de</strong> los felah. Aquellas alturas eran un<br />

nido <strong>de</strong> maleantes.<br />

No, los militares armados no eran un «residuo» <strong>de</strong>l subconsciente. Allí latía<br />

«algo» más...<br />

Pero, ¿y las cabezas colgadas <strong>de</strong> las ramas? ¿Por qué la <strong>de</strong> Ot era la única sin<br />

vida?<br />

Y el negro presentimiento tomó posesión, <strong>de</strong>finitivamente, <strong>de</strong> este angustiado<br />

explorador.<br />

Por fortuna, el fragante olor a tierra mojada y la aparente paz <strong>de</strong> los riscos<br />

fueron relajándome. Y el susto se diluyó.<br />

Cerca <strong>de</strong> la cota «1 700» el paisaje cambió <strong>de</strong> rostro. Cipreses y olivos se<br />

rezagaron y, en su lugar, las estribaciones <strong>de</strong>l Hermón presentaron una cara<br />

más adusta y cerrada. Al frente y a la <strong>de</strong>recha, picudos y vigilantes, aparecieron<br />

los har Nida y Kahal, con las la<strong>de</strong>ras vestidas <strong>de</strong> enebros griegos, pinos<br />

<strong>de</strong> Calabria, abetos cilíceos y los perfumados mirtos, dulcificando con sus<br />

coronas <strong>de</strong> flores blancas los graves, enmarañados y azules perfiles <strong>de</strong>l espeso<br />

aar, el bosque anunciador, siempre súbdito, <strong>de</strong>l «rey» <strong>de</strong>l Hermón, el<br />

monumental y mítico cedro.<br />

La senda, como pudo, torció a la izquierda y atacó los nuevos promontorios.<br />

En lo alto, montada en el viento, patrullaba en círculo una familia <strong>de</strong> buitres<br />

negros y leonados. De vez en cuando, bregando con la fuerza <strong>de</strong> los «Cb», se<br />

<strong>de</strong>jaban caer, señalizando algo. No presté mayor atención. Probablemente<br />

vigilaban alguna carroña.<br />

Tiglat también miró a los cielos y, sin previo aviso, azuzó al jumento, avivando<br />

la marcha.<br />

¿Qué ocurría?<br />

217


Pronto lo sabríamos...<br />

Al cabo <strong>de</strong> unos minutos, el bosque se abrió momentáneamente. Y el sen<strong>de</strong>ro<br />

se dividió en dos.<br />

El muchacho <strong>de</strong>scendió e inmovilizó al onagro. Al reunimos, señalando hacia<br />

nuestra <strong>de</strong>recha, fue a <strong>de</strong>scubrir un minúsculo grupo <strong>de</strong> chozas, medio oculto<br />

por el pinar. Era Quinea, un poblado <strong>de</strong> leñadores. Pidió que esperásemos.<br />

Deseaba entrar y consultar la situación <strong>de</strong> la zona. La presencia <strong>de</strong> los buitres<br />

no le agradó. No era buena señal.<br />

-Esos -manifestó- llegan siempre <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> los «bucoles»...<br />

Y dicho y hecho.<br />

Tiglat corrió hacia los árboles, seguido <strong>de</strong>l bullicioso basenji.<br />

Eliseo observó las evoluciones <strong>de</strong> los buitres y me interrogó con la mirada.<br />

Poco pu<strong>de</strong> <strong>de</strong>cirle. Mi experiencia con los bandidos -al margen <strong>de</strong> la vivida en<br />

la pasada operación «Salomón»- era casi nula.<br />

E inquietos nos entretuvimos inspeccionando el calvero.<br />

El sen<strong>de</strong>rillo, en efecto, se bifurcaba a escasa distancia. El nuevo ramal partía<br />

hacia la izquierda, tragado prácticamente por la espesura. En la encrucijada,<br />

un grueso poste clavado en la escoria volcánica advertía: «Paneas. Siete<br />

millas.»<br />

Tomamos nota <strong>de</strong> la referencia. La senda, al parecer, <strong>de</strong>scendiendo hacia el<br />

suroeste, moría en la ruta <strong>de</strong> Damasco, muy cerca <strong>de</strong> Cesárea <strong>de</strong> Filipo.<br />

Regresamos al centro <strong>de</strong>l claro. Tiglat se <strong>de</strong>moraba. Todo, a nuestro alre<strong>de</strong>dor,<br />

parecía tranquilo. El silencio, sin embargo, se me antojó raro. Podía<br />

oírse. Y lo atribuí a lo alejado y remoto <strong>de</strong>l lugar.<br />

De pronto, Oí surgió entre los pinos. Y <strong>de</strong>trás, su dueño, acompañado por dos<br />

individuos.<br />

-Malas noticias -gritó Tiglat mientras se aproximaba-. Esos malditos mero<strong>de</strong>an<br />

por los alre<strong>de</strong>dores...<br />

-¿Esos malditos?<br />

La pregunta <strong>de</strong> Eliseo era innecesaria. Pero el guía aclaró:<br />

-Los «bucoles».<br />

Y refiriéndose a los fornidos y renegridos leñadores, añadió:<br />

-Acaban <strong>de</strong> confirmarlo. Esta mañana, al alba, han visitado la al<strong>de</strong>a. Se han<br />

llevado vino y provisiones...<br />

El muchacho se dirigió entonces a uno <strong>de</strong> los paisanos y, en fenicio, volvió a<br />

interrogarlo.<br />

El hoteb, un leñador curtido y con cara <strong>de</strong> pocos amigos, se extendió en un<br />

largo parlamento, marcando el norte con la mano <strong>de</strong>recha.<br />

-Dice -tradujo el guía- que los vieron alejarse hacia las «cascadas»... Eran<br />

seis. Los manda un viejo «conocido»; Kedab, también llamado «Al».<br />

El nombre, en arameo, significaba «mentiroso». En cuanto al apodo -«Al»-,<br />

218


me <strong>de</strong>jó confuso. E, inseguro, pregunté:<br />

-¿«Al»?<br />

Tiglat asintió.<br />

No había entendido mal. «Al», en efecto, quería <strong>de</strong>cir «no».<br />

Y moviendo la cabeza negativamente, el preocupado jovencito resumió el<br />

resto <strong>de</strong> las explicaciones <strong>de</strong>l hoteb.<br />

-Dice también que van armados hasta los dientes... Seguramente, a estas<br />

horas, estarán borrachos...<br />

-¿Y qué aconsejan tus amigos?<br />

Tiglat transmitió la cuestión planteada por mi compañero al tipo <strong>de</strong> las malas<br />

pulgas.<br />

La respuesta fue inmediata.<br />

-Dice que lo mejor es dar media vuelta y regresar a Bet Jenn. Esos malnacidos<br />

matan por un log <strong>de</strong> arac...<br />

(Un log equivalía a unos seiscientos gramos y nosotros, para colmo, cargábamos<br />

más <strong>de</strong> dos litros.)<br />

Tiglat, silencioso, acarició al basenji. Comprendí sus dudas. Pero, por puro<br />

instinto, permanecí mudo. Finalmente, tras una larga pausa, hizo una recomendación:<br />

-Si lo <strong>de</strong>seáis podéis permanecer en Quinea. La menguante <strong>de</strong> agosto ya ha<br />

terminado y ellos- se dirigió entonces a los leñadores- no reempren<strong>de</strong>rán la<br />

tala hasta la próxima luna llena. Aquí estaréis bien y a salvo... Son hombres<br />

honrados.<br />

-¿Y tú?<br />

Tiglat sonrió sin ganas. -Yo cumpliré lo pactado con el «extraño galileo».<br />

-Pero...<br />

No atendió las razones <strong>de</strong> Eliseo.<br />

-Confío en mi señor, Baal. Él me protegerá.<br />

Estaba claro.<br />

Tomé a mi hermano por el brazo y, retirándonos unos pasos, cambié impresiones.<br />

Ambos estuvimos <strong>de</strong> acuerdo. Proseguiríamos. No habíamos llegado hasta allí<br />

para echarnos atrás por causa <strong>de</strong> los «bucoles»...<br />

Así se lo hicimos saber.<br />

Y el muchacho, complacido, aceptó.<br />

Doscientos o trescientos metros más allá el bosque volvió a abrirse. Y nos<br />

encontramos frente a un adolescente y parlanchón río Hermón. Al cruzar el<br />

<strong>de</strong>crépito puentecillo <strong>de</strong> troncos que lo burlaba, Tiglat, señalando las ver<strong>de</strong>s<br />

aguas, proclamó orgulloso:<br />

-Alevín, el que cabalga las nubes...<br />

Éste era el nombre <strong>de</strong>l tributario <strong>de</strong>l Jordán entre los montañeses. Aleyin, uno<br />

<strong>de</strong> los hijos <strong>de</strong>l dios Baal, favorecedor <strong>de</strong> las plantas. Por regla general, los<br />

219


fenicios gustaban bautizar a los ríos con los nombres <strong>de</strong> sus divinida<strong>de</strong>s. El<br />

menguado cauce, como tendríamos ocasión <strong>de</strong> verificar días más tar<strong>de</strong>, nacía<br />

en los ventisqueros <strong>de</strong>l Hermón. De ahí también su atributo: «cabalgador <strong>de</strong><br />

las nubes».<br />

El puente sobre el nabal era otra excelente referencia. Y calculé el tiempo<br />

invertido <strong>de</strong>s<strong>de</strong> Bet Jenn. Si no me equivocaba, hacía unas dos horas que<br />

caminábamos. Distancia recorrida: unos tres kilómetros. Restaban, pues,<br />

otros dos, con un tiempo estimado <strong>de</strong> una hora, aproximadamente.<br />

Y me sentí feliz.<br />

Si todo discurría con normalidad, hacia el mediodía (hora «quinta») estaríamos<br />

en presencia <strong>de</strong>l Maestro...<br />

¿Con normalidad? ¡Pobre ingenuo!<br />

El Destino, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> alguna parte, <strong>de</strong>bió sonreír con benevolencia...<br />

Al otro lado <strong>de</strong>l nahal Hermón, al filo <strong>de</strong>l bosque, entre un atrevido y oloroso<br />

maquis formado por arbustos <strong>de</strong> menta, cisto, salvia amarilla y tomillo, se<br />

alzaba una novedad: cinco piedras cónicas, toscamente labradas, <strong>de</strong> metro y<br />

medio <strong>de</strong> altura, y perfectamente alineadas <strong>de</strong> este a oeste.<br />

Tiglat <strong>de</strong>smontó. Se aproximó reverencioso a la hilera <strong>de</strong> basalto negro y,<br />

durante unos minutos, permaneció en silencio, con la cabeza baja. Después,<br />

volviéndose, nos invitó a <strong>de</strong>scansar. A partir <strong>de</strong> allí, según sus palabras,<br />

empezaba lo más duro. El sen<strong>de</strong>rillo, paralelo a la margen <strong>de</strong>recha <strong>de</strong>l río,<br />

trepaba arduo y <strong>de</strong>sequilibrado, saltando <strong>de</strong> la cota «1 700» a la «2000» en<br />

cuestión <strong>de</strong> 1 500 metros. Poco antes <strong>de</strong> dicha cota «2000», a unos tres estadios<br />

(algo más <strong>de</strong> medio kilómetro), finalizaba el viaje. Para ser exactos, el <strong>de</strong><br />

Tiglat. Allí -explicó-, <strong>de</strong> acuerdo a lo convenido con el «extraño galileo»,<br />

<strong>de</strong>positaría las provisiones. Acto seguido regresaría.<br />

El muchacho <strong>de</strong>jó libre al onagro y, sentándose al pie <strong>de</strong> una <strong>de</strong> las rocas,<br />

abrió el zurrón que colgaba en bandolera. Extrajo pan y una oscura porción <strong>de</strong><br />

cecina <strong>de</strong> jabalí y se dispuso a dar buena cuenta <strong>de</strong>l refrigerio. Oí, atento, se<br />

plantó frente al dueño, aguardando su parte.<br />

Mi hermano, imitando al guía, buscó apoyo en la piedra contigua. Yo, por mi<br />

parte, intrigado, <strong>de</strong>diqué unos minutos a la exploración <strong>de</strong>l monumento sagrado.<br />

Porque ésa, en <strong>de</strong>finitiva, era la intencionalidad <strong>de</strong> las puntiagudas<br />

rocas. Tiglat, más tar<strong>de</strong>, lo confirmaría.<br />

Estábamos, efectivamente ante un asherat, una formación megalítica, muy<br />

frecuente en Fenicia y, sobre todo, en las montañas. Aunque nos encontrábamos<br />

en territorio <strong>de</strong> la Gaulanitis -es <strong>de</strong>cir, en Palestina-, estos centros <strong>de</strong><br />

culto pagano eran relativamente habituales. A veces, en lugar <strong>de</strong> piedra, los<br />

montañeses utilizaban altos y robustos troncos <strong>de</strong> cedro, bien en círculo o<br />

también en línea recta. Los judíos, en especial los amantes <strong>de</strong> la paz, hacían<br />

la vista gorda, ignorando tales construcciones. Yavé, en el Deuteronomio (16,<br />

21), era especialmente rígido con estos símbolos idolátricos.<br />

220


Finalmente me uní a Eliseo y, curioso, interrogué al muchacho sobre la naturaleza<br />

<strong>de</strong>l conjunto.<br />

Los erectos peñascos, en efecto, recibían el nombre <strong>de</strong> asherat, en honor a la<br />

diosa y madre <strong>de</strong> Baal, aunque, en este caso, habían sido <strong>de</strong>dicados a dos <strong>de</strong><br />

los hijos <strong>de</strong> Baal-Ros, señor <strong>de</strong> los promontorios: Resef y el mencionado<br />

Aleyin. El primero -según el ceremonioso Tiglat- gobernaba el rayo y el trueno.<br />

El segundo, como fue dicho, cuidaba <strong>de</strong> fuentes, ríos y aguas subterráneas.<br />

Cada fenicio, siempre que acertaba a pasar junto a uno <strong>de</strong> estos «templos»,<br />

tenía la obligación <strong>de</strong> <strong>de</strong>tenerse y orar ante los dioses representados por las<br />

piedras o leños.<br />

Concluidas las explicaciones, el ingeniero intervino, planteando un asunto tan<br />

oportuno como interesante. Un asunto <strong>de</strong>l que, forzados por las circunstancias,<br />

casi no hablamos en Bet Jenn.<br />

-¿Qué aspecto tiene tu amigo, el «extraño galileo»?<br />

El adolescente, sorprendido por la súbita pregunta, contestó con una hábil y<br />

lógica interrogante:<br />

-Pero, ¿no dices que lo conoces?<br />

Mi hermano, atrapado, escapó como pudo.<br />

-Sí, bueno..., pero hace mucho que no lo vemos...<br />

-No sé -balbuceó Tiglat, dirigiendo el rostro hacia la cumbre <strong>de</strong>l Hermón-, no<br />

hemos cruzado ni diez palabras...<br />

Y añadió pensativo:<br />

-Parece serio..., y preocupado. Algo grave <strong>de</strong>be su-ce<strong>de</strong>rle para que se haya<br />

refugiado en ese lugar...<br />

Eliseo, <strong>de</strong> i<strong>de</strong>as fijas, insistió.<br />

-Me refiero al aspecto físico...<br />

El guía, <strong>de</strong>sconcertado, encogiéndose <strong>de</strong> hombros, repitió la cuestión.<br />

-¿Aspecto físico? No te entiendo...<br />

Intenté hacérselo más fácil.<br />

-¿Tiene buena salud?<br />

-¡Ya lo creo!<br />

Y aportó un dato interesante.<br />

-Es un hombre muy fuerte. Es unsallit...<br />

(Así <strong>de</strong>nominaban a los individuos po<strong>de</strong>rosos, con especial fuerza física.)<br />

-...Él solo ha levantado un refugio <strong>de</strong> piedra...<br />

Pero, poco amante <strong>de</strong> las medias verda<strong>de</strong>s, corrigió:<br />

-Bueno, yo también colaboré. Pronto lo alcanzaremos. Allí <strong>de</strong>jo siempre la<br />

comida.<br />

-¿Allí?<br />

Tiglat asintió.<br />

-Entonces -redon<strong>de</strong>ó Eliseo-, ¿no permite que llegues al mahaneh, al cam-<br />

221


pamento?<br />

-Eso fue lo establecido. Él paga y yo obe<strong>de</strong>zco...<br />

Mi hermano y yo cruzamos una inquieta mirada. ¿Por qué Jesús no consentía<br />

que el jovencito pasara <strong>de</strong>l refugio <strong>de</strong> piedra? ¿Qué ocurría en el lugar don<strong>de</strong><br />

acampaba? Y lo más importante: ¿seríamos una excepción? ¿Nos autorizaría<br />

a permanecer junto a Él? Pero, lógicamente, ninguna <strong>de</strong> las irritantes cuestiones<br />

le fue formulada. Eso <strong>de</strong>beríamos averiguarlo por nosotros mismos.<br />

-¿Y qué supones que hace allá arriba?<br />

Los negros y <strong>de</strong>spiertos ojos <strong>de</strong>l adolescente, intuyendo una segunda intención,<br />

se clavaron en los <strong>de</strong> Eliseo. El ingeniero, sin embargo, frío como las<br />

piedras <strong>de</strong>l ashe-rat, aguantó impertérrito. Finalmente, tras una tensa pausa,<br />

Tiglat esgrimió con audacia:<br />

-¿Quiénes sois?... ¿Quién es en verdad ese «extraño galileo»?<br />

-No has respondido a mi pregunta.<br />

-Vosotros tampoco...<br />

-Te lo dijimos -tercié conciliador-. Somos griegos. Viejos amigos <strong>de</strong> tu amigo...<br />

Necesitamos hablar con Él.<br />

No pareció muy convencido, pero se resignó.<br />

-En primer lugar, no es mi amigo... Un oheb [amigo] es otra cosa. Es alguien<br />

querido... A un oheb no se le cobra. Y os diré más. Nunca espío...<br />

Eliseo acusó el golpe.<br />

-... Los dioses no lo permiten y mi padre tampoco. Nunca he pasado <strong>de</strong>l<br />

refugio. A<strong>de</strong>más, como sabéis, ese paraje, el <strong>de</strong> las «cascadas», no es muy<br />

recomendable...<br />

-¿Él lo sabe?<br />

-Fue lo primero que le dijimos cuando se interesó por nuestros servicios.<br />

Nadie, en su sano juicio, acampa en ese lugar. Y menos ahora, con «Al» y su<br />

gente mero<strong>de</strong>ando por los alre<strong>de</strong>dores...<br />

-¿Comentó algo? ¿Os dio alguna explicación?<br />

-Sí, se refirió a que no estaba solo... Pero, francamente, no le entendimos.<br />

Que yo sepa, allá arriba no hay nadie más..., salvo esos malnacidos.<br />

Hizo un silencio y, cayendo en la cuenta <strong>de</strong> algo, añadió convencido:<br />

-Claro... Ahora lo entiendo. Él os espera... Por eso dijo que no estaba solo.<br />

No le sacamos <strong>de</strong>l error. ¿O no fue un error? ¿Es que el Maestro sabía...? No,<br />

eso era imposible.<br />

Y Eliseo, <strong>de</strong>sviando la conversación, retornó al tema inicial.<br />

-¿Y por qué dices que parece preocupado?<br />

-No sé... Quizá porque habla poco. A<strong>de</strong>más, en sus ojos se nota cierta tristeza...<br />

-¿Sabes cómo se llama?<br />

Negó con la cabeza. Y, nuevamente sorprendido, admitió:<br />

-Es curioso... Ahora que lo mencionas, nadie se lo preguntó y él tampoco lo<br />

222


dijo. Mi padre y yo nos referimos a él como el «extraño galileo».<br />

Y, curioso, se a<strong>de</strong>lantó a nuestros pensamientos.<br />

-¿Cuál es su gracia? -Yesua...<br />

-Jesús...<br />

-Jesús <strong>de</strong> Nazaret -precisé sin disimular un cierto orgullo-. Un «ah», un<br />

hermano...<br />

-Pero vosotros sois extranjeros. ¿Cómo podéis llamar hermano a un yehuday<br />

[judío]?<br />

-Este yehuday no es como los <strong>de</strong>más...<br />

-¿Es rico?<br />

El ingeniero, encantado ante la sinceridad <strong>de</strong>l joven fenicio, rió con ganas. Y<br />

replicó con la verdad.<br />

-Su corazón es inmensamente rico...<br />

-Comprendo... Es un judío que no teme a ese <strong>de</strong>spiadado Yavé.<br />

-Es un ser humano.<br />

-¿Humano y judío? Imposible... -Ya veo que no te agradan -sentenció Eliseo.<br />

-No me gusta su Dios. Los vuelve locos. Discrimina. Se consi<strong>de</strong>ran en posesión<br />

<strong>de</strong> la verdad. Nos <strong>de</strong>sprecian.<br />

-¿La verdad? -intervine-. ¿Qué es para ti la verdad?<br />

No lo dudó. Señaló las piedras cónicas y, seguro <strong>de</strong> sí mismo, afirmó:<br />

-Mi padre dice que la verdad, si existe, no está en los dioses, ni tampoco en las<br />

leyes. La verdad está por llegar.<br />

-Y si algún día llega, ¿sabrás reconocerla?<br />

Asintió tímidamente.<br />

-Creo que sí. Según mi padre, la verdad va directa al corazón. Lo sabré porque<br />

me hará temblar. Pero no <strong>de</strong> miedo, sino <strong>de</strong> emoción...<br />

-Tu padre es un hombre sabio.<br />

-Mi padre -corrigió a Eliseo- es bueno. Él se <strong>de</strong>ja guiar por el instinto. Os<br />

contaré algo...<br />

Pero la confesión quedó en suspenso. Unos gruesos y aislados goterones nos<br />

pusieron en guardia.<br />

Tiglat inspeccionó la cumbre <strong>de</strong>l Hermón. Negros nubarrones empezaban a<br />

peinarla. Se alzó y, autoritario, nos metió prisa.<br />

-Prosigamos. Eso tiene mal aspecto...<br />

No le faltaba razón. Los «Cb», animados por fortísimas corrientes ascen<strong>de</strong>ntes,<br />

se habían vuelto montañosos, con alturas superiores a los diez kilómetros.<br />

La base <strong>de</strong> los cumulonimbos <strong>de</strong>scendió y los jirones, veloces,<br />

ocultaron las nieves. Las culebrinas, escapando <strong>de</strong> yunque en yunque y<br />

precipitándose rabiosas sobre los cada vez más oscuros bosques, dieron el<br />

primer aviso. Una espectacular tormenta estaba a punto <strong>de</strong> sorpren<strong>de</strong>rnos. Y<br />

los truenos, secos, todavía distantes, terminaron avivando la marcha.<br />

Fue instantáneo. El contacto con la lluvia resucitó la vieja y, aparentemente,<br />

223


absurda ensoñación.<br />

«En las cercanías <strong>de</strong> un corpulento árbol, <strong>de</strong> pronto, comenzó a llover. Era<br />

una lluvia torrencial...»<br />

No pu<strong>de</strong> evitarlo. Me estremecí.<br />

¿Se cumpliría el sueño?<br />

Y en un postrer gesto <strong>de</strong> raciocinio traté <strong>de</strong> echar fuera la negra premonición.<br />

Imaginaciones...<br />

¿Dón<strong>de</strong> está el «corpulento árbol»? Esto es un pinar...<br />

Pero la «visión» no retrocedió.<br />

Al abandonar el asherat, el sen<strong>de</strong>rillo, encajonado entre la cerrada arboleda<br />

por la izquierda y el cada vez más impetuoso torrente y el resto <strong>de</strong> la maraña<br />

<strong>de</strong> pinos albares por la <strong>de</strong>recha, hizo lo que pudo. Y fue subiendo, metro a<br />

metro, sacrificándose y quedando reducido a una huella <strong>de</strong> apenas cincuenta<br />

centímetros. Obviamente, tuvimos que marchar <strong>de</strong> uno en uno.<br />

Tiglat sujetó en corto las riendas <strong>de</strong>l asno, tirando <strong>de</strong> él sin contemplaciones.<br />

Y la carga, más <strong>de</strong> una vez, fue a tropezar con las bajas e impertinentes ramas<br />

<strong>de</strong> los pinos. Un paso en falso <strong>de</strong>l onagro hubiera hecho peligrar las provisiones.<br />

Al filo mismo <strong>de</strong> la pista, por nuestra <strong>de</strong>recha, como <strong>de</strong>cía, el joven<br />

nahal Hermón saltaba inconsciente entre peñascos, provocando innumerables<br />

y nada recomendables rápidos.<br />

La lluvia arreció. Y las <strong>de</strong>scargas eléctricas <strong>de</strong>stellaron al frente, iluminando<br />

durante décimas <strong>de</strong> segundo un macizo negro y <strong>de</strong>sdibujado por los torreones<br />

borrascosos. Varias <strong>de</strong> las <strong>de</strong>tonaciones, muy cercanas, asustaron al voluntarioso<br />

jumento. Alzó la gran cabeza y se resistió a los tirones <strong>de</strong>l guía.<br />

El muchacho, experto, reclamó al perro y, en fenicio, le dio una or<strong>de</strong>n. Oí,<br />

introduciéndose entre las patas <strong>de</strong>l asno, le mordió los testículos. El onagro,<br />

dolorido, respondió con una violenta coz. Mano <strong>de</strong> santo. Al instante caminaba<br />

<strong>de</strong> nuevo.<br />

La temperatura bajó. Y conforme ganábamos la siguiente cota, la oscuridad<br />

se fue espesando.<br />

Nueva parada. Tiglat indicó el fondo <strong>de</strong>l sen<strong>de</strong>ro. Y entre la cortina <strong>de</strong> agua,<br />

alumbrado por las chispas, distinguimos otro ya familiar alboroto. El camino<br />

aparecía cortado por cuatro o cinco gran<strong>de</strong>s buitres. Y <strong>de</strong>duje que estábamos<br />

ante los mismos carroñeros que habíamos divisado en las cercanías <strong>de</strong><br />

Quinea.<br />

Como en el caso <strong>de</strong> las aves que <strong>de</strong>voraban a los «buco-les» en la ruta <strong>de</strong><br />

Damasco, éstas, igualmente nerviosas y agitadas, saltaban unas sobre otras,<br />

disputándose la presa.<br />

El guía volvió a gritar al basenji. Y el can, emprendiendo una veloz carrera, se<br />

lanzó hacia los ciegos buitres negros y leonados. Dos <strong>de</strong> ellos, sorprendidos,<br />

tuvieron el tiempo justo <strong>de</strong> abrir las enormes alas grises, <strong>de</strong>spegando con<br />

apuros. Un tercero no tuvo tanta suerte. Oí cayó sobre el largo, blanco y<br />

224


<strong>de</strong>snudo cuello, <strong>de</strong>strozándolo. E, incomprensiblemente, los dos últimos<br />

continuaron con las cabezas enterradas en el vientre <strong>de</strong> la víctima...<br />

El perro, implacable, hizo presa en uno <strong>de</strong> los tarsos. Y al punto, una cabeza<br />

ensangrentada y otro cuello <strong>de</strong>forme y azulado hicieron frente al valiente Oí.<br />

El afilado y ganchudo pico <strong>de</strong>l buitre negro lo hizo retroce<strong>de</strong>r. Pero siguió<br />

atacando. Tiglat, entonces, aproximándose, la emprendió a pedradas con los<br />

recalcitrantes carroñeros. Nos unimos al guía y, finalmente, acosados, remontaron<br />

el vuelo, cayendo pesadamente sobre las copas <strong>de</strong> los albares.<br />

Mi hermano y yo, atónitos, <strong>de</strong>scubrimos a la «víctima».<br />

Me precipité sobre el cuerpo. Se hallaba prácticamente <strong>de</strong>snudo, cubierto tan<br />

sólo con un saq o taparrabo <strong>de</strong> piel <strong>de</strong> oso. El rostro carecía <strong>de</strong> ojos. En cuanto<br />

al vientre, negros y leonados lo habían abierto casi en canal.<br />

Tiglat, a pesar <strong>de</strong>l lamentable aspecto, creyó reconocerlo.<br />

-Es uno <strong>de</strong> ellos... Le llamaban Anas [«castigo»]... Siempre estaba ebrio.<br />

-Un bandido...<br />

Asintió en silencio. Se inclinó y, <strong>de</strong> un golpe, arrancó el largo clavo que<br />

colgaba sobre el pecho. -Tú ya no lo necesitas, maldito yehuday...<br />

(Estos enormes clavos, <strong>de</strong> sección cuadrangular y <strong>de</strong> veinte o treinta centímetros<br />

<strong>de</strong> longitud, eran muy codiciados por judíos y gentiles. Generalmente<br />

eran utilizados en las crucifixiones y -según <strong>de</strong>cían- constituían un<br />

excelente amuleto.)<br />

Lo amarró al cuello <strong>de</strong>l onagro y permaneció unos instantes con la vista fija en<br />

el casi borrado y trepador sen<strong>de</strong>rillo.<br />

No era difícil penetrar sus pensamientos...<br />

Allí, en alguna parte <strong>de</strong>l bosque, <strong>de</strong>bía encontrarse el resto <strong>de</strong> la partida.<br />

¿Qué podíamos hacer?<br />

Francamente, muy poco. A estas alturas, lo más probable es que estuvieran al<br />

tanto <strong>de</strong> nuestra presencia. Pero, ¿por qué no atacaban? E imaginé que, quizá,<br />

esperaban a que amainase la tormenta. Una vez más me equivoqué...<br />

El <strong>de</strong>cidido y valeroso jovencito no dijo nada. Tiró <strong>de</strong>l burro y continuó ascendiendo<br />

por la resbaladiza y brillante huella <strong>de</strong> ceniza volcánica.<br />

Eliseo, pru<strong>de</strong>nte, hizo un gesto, recomendando que me ajustara las «crótalos».<br />

Si los «bucoles» hacían acto <strong>de</strong> presencia... habría jaleo.<br />

En ello estaba cuando, como era <strong>de</strong> prever, las tronadas se nos echaron<br />

materialmente encima. Y las chispas golpearon el pinar.<br />

El asno se agitó <strong>de</strong> nuevo, pero Tiglat, sin concesiones, lo arrastró.<br />

Acabábamos <strong>de</strong> entrar en uno <strong>de</strong> los ojos <strong>de</strong> la borrasca. Y la lluvia, <strong>de</strong>nsa<br />

como una pared, nos frenó. Casi no veíamos...<br />

-¡Esto es un diluvio! -grité-. ¡Deberíamos <strong>de</strong>tenernos!<br />

El guía se volvió y, señalando el fondo <strong>de</strong> la senda, vociferó entre los estampidos:<br />

-¡Un poco más!... ¡Allí arriba tenemos un claro!<br />

225


No tuvo ocasión <strong>de</strong> en<strong>de</strong>rezar la cabeza. Uno <strong>de</strong> los rayos partió <strong>de</strong> la revuelta<br />

«panza» <strong>de</strong> los «Cb», cegándonos. Y se cebó en el mástil <strong>de</strong> un chorreante<br />

pino, a diez metros escasos por <strong>de</strong>lante <strong>de</strong>l grupo. El resto fue un <strong>de</strong>sastre...<br />

En una milésima <strong>de</strong> segundo -quizá menos-, el «canal» por el que <strong>de</strong>scendió<br />

la chispa se calentó a más <strong>de</strong> 30 000° C, provocando dos fenómenos simultáneos.<br />

De un lado, el aire caliente <strong>de</strong>l milimétrico «túnel» por el que viajó<br />

el rayo se expandió, dando lugar a un espantoso trueno que nos <strong>de</strong>jó temporalmente<br />

sordos. Por otro, al impactar en el húmedo árbol, la súbita y<br />

violenta evaporización creó una onda <strong>de</strong> choque. Y la expedición, incluyendo<br />

perro y onagro, rodó por los suelos. .<br />

Fueron instantes <strong>de</strong> gran confusión. Nadie gritó. Nadie se lamentó. No hubo<br />

tiempo material...<br />

Y, aturdidos, mi hermano y yo nos incorporamos como pudimos. El torrencial<br />

aguacero terminaría <strong>de</strong>spejándonos. Y lo que vimos nos llenó <strong>de</strong> espanto...<br />

Tiglat yacía en tierra. Permanecía inmóvil. Parecía muerto. Me asusté.<br />

Ot, a su lado, emitía aquellos extraños sonidos, lamiendo sin cesar la cara <strong>de</strong><br />

su dueño.<br />

En cuanto al jumento, <strong>de</strong>spavorido, galopaba colina arriba.<br />

¿Galopaba?<br />

Yo juraría que volaba...<br />

Y culebrina y estampidos siguieron acorralándonos.<br />

Nos lanzamos sobre el muchacho. Verifiqué el pulso.<br />

¡Estaba vivo!<br />

Exploré la cabeza. Un fino reguero <strong>de</strong> sangre brotaba por la nariz. Se hallaba<br />

inconsciente. Y <strong>de</strong>duje que pudo golpearse en la caída.<br />

Medio sordo, con aquel zumbido instalado en el cerebro, a gritos, por señas,<br />

<strong>de</strong>slumbrado por los rayos y con el corazón <strong>de</strong>smayado por los continuos<br />

mazazos <strong>de</strong> los truenos, le hice ver a Eliseo que teníamos que salir <strong>de</strong> aquel<br />

infierno.<br />

Y recordando las últimas palabras <strong>de</strong> Tiglat lo tomé en brazos, corriendo entre<br />

las chispas y la muralla <strong>de</strong> agua hacia el extremo <strong>de</strong>l camino.<br />

Al final <strong>de</strong>l sen<strong>de</strong>rillo, en efecto, distinguimos un claro. El bosque se había<br />

retirado, formando un mediano círculo, cruzado únicamente por la pista y el<br />

feroz torrente. En el centro geométrico, dueño y señor <strong>de</strong>l calvero, se alzaba<br />

un corpulento árbol. Una sabina enorme, <strong>de</strong> casi treinta metros, con una copa<br />

piramidal, abierta y generosa que, <strong>de</strong> momento, nos alivió.<br />

Llegué exhausto. Ja<strong>de</strong>ante...<br />

Deposité al joven al pie <strong>de</strong>l grueso y ceniciento tronco e intenté reanimarlo.<br />

El cielo fue compasivo. No tuve que esforzarme. Al poco volvía en sí. Y<br />

<strong>de</strong>scompuesto, trató <strong>de</strong> incorporarse.<br />

Lo retuve. Quise tranquilizarlo. Imposible.<br />

Al final se alzó e hizo a<strong>de</strong>mán <strong>de</strong> saltar al caminillo. Pero Eliseo, oportuno, se<br />

226


interpuso, sujetándolo. Y <strong>de</strong>spacio, poco a poco, fuimos calmándolo.<br />

-Yo lo buscaré...<br />

Y así fue.<br />

Minutos <strong>de</strong>spués, <strong>de</strong>jando el petate junto al árbol, el ingeniero, a la carrera,<br />

salía en persecución <strong>de</strong>l jumento. Y lo vi <strong>de</strong>saparecer bajo el diluvio.<br />

Tiglat obe<strong>de</strong>ció. Y accedió a sentarse bajo la corpulenta sabina. Ahora sólo<br />

podíamos esperar. Aguardar pacientemente a que escampase.<br />

¿«Corpulento árbol»?<br />

Un nuevo estampido subrayó el súbito recuerdo. Y el sueño regresó.<br />

Levanté el rostro y quedé petrificado.<br />

Y el Destino, en forma <strong>de</strong> rayo, iluminó el calvero, confirmando la visión...<br />

¡No es posible!<br />

Colgando <strong>de</strong> las ramas, a corta distancia <strong>de</strong> este perplejo explorador, golpeadas<br />

por la tormenta, me miraban seis o siete osamentas, ahora plateadas<br />

por la visión IR. A su lado se balanceaban otras tantas y secas tripas...<br />

A qué negarlo. Las examiné con miedo.<br />

Eran cráneos y vísceras <strong>de</strong> cabras.<br />

Comprendí.<br />

Nos encontrábamos bajo un árbol sagrado. Otro símbolo <strong>de</strong> los gentiles <strong>de</strong> la<br />

Gaulanitis. Allí colgaban sus ofrendas a los dioses. La peculiar naturaleza <strong>de</strong> la<br />

ma<strong>de</strong>ra <strong>de</strong> la sabina albar -inatacable por los insectos y resistente a la putrefacción-<br />

la convertía en una excepción, asociada por los lugareños al<br />

«po<strong>de</strong>r <strong>de</strong> los cielos».<br />

Tiglat, advirtiendo mi sorpresa, ratificó las sospechas. Se alzó <strong>de</strong> nuevo y fue<br />

a buscar entre los boquetes y las onduladas estrías <strong>de</strong> la corteza. Al encontrar<br />

lo que perseguía fue a mostrármelo. Eran, efectivamente, unas pequeñas<br />

puntas <strong>de</strong> flecha <strong>de</strong> basalto y pe<strong>de</strong>rnal. Las llamaban «piedras <strong>de</strong> rayo», unas<br />

piezas neolíticas que -según los supersticiosos montañeses- tenían la virtud<br />

<strong>de</strong> conjurar los efectos <strong>de</strong> las chispas eléctricas. Algún tiempo <strong>de</strong>spués las<br />

<strong>de</strong>scubriríamos también en las oqueda<strong>de</strong>s <strong>de</strong> los robles. En realidad se trataba<br />

<strong>de</strong> una creencia errónea y peligrosa. La sabina, como el roble, encina,<br />

sauce, abeto o tilo, se caracteriza, justamente, por todo lo contrario. Es <strong>de</strong>cir,<br />

por su capacidad para atraer los rayos.<br />

De pronto, la enconada borrasca cedió. La lluvia se amansó y las <strong>de</strong>scargas se<br />

esparcieron.<br />

Respiré aliviado. Los «Cb» se rendían.<br />

Pero la tímida alegría duró poco.<br />

Oí, inquieto, nos abandonó, plantándose en mitad <strong>de</strong> la senda.<br />

Tiglat y yo nos miramos.<br />

El basenji, con la musculatura tensa como una tabla y las orejas rígidas, había<br />

<strong>de</strong>tectado algo.<br />

Pensé en mi compañero. Seguramente acababa <strong>de</strong> localizar el jumento y<br />

227


egresaba...<br />

Sí y no.<br />

La duda se <strong>de</strong>spejó en segundos.<br />

Al poco, en el claro, vimos aparecer a Eliseo..., y a cinco individuos más.<br />

El corazón dio un vuelco y avisó. E, instintivamente, eché mano <strong>de</strong>l cayado.<br />

Las voces <strong>de</strong> Tiglat, aterrado, confirmaron la intuición.<br />

-¡Son ellos!... ¡Los «bucoles»!...<br />

Salí bajo la lluvia y or<strong>de</strong>né al muchacho que se mantuviera a mis espaldas.<br />

Pero, <strong>de</strong>scompuesto, argumentó con razón:<br />

-¡Oh, señor Baal!... ¡Protégenos!... ¡Ellos van armados!... ¡Tú, en cambio,<br />

sólo tienes una vara!<br />

Insistí.<br />

-¡No temas!... ¡Ahora verás la fuerza <strong>de</strong> la razón!<br />

-¿La razón? -se burló el guía-. ¡Ésos no entien<strong>de</strong>n <strong>de</strong> razones!<br />

Caminaban <strong>de</strong>spacio. Al vernos se <strong>de</strong>tuvieron. En cabeza marchaba un sujeto<br />

<strong>de</strong> corta estatura, huesudo y cubierto únicamente, al igual que el resto <strong>de</strong> sus<br />

compinches, con un oscuro y empapado saq <strong>de</strong> piel <strong>de</strong> oso, similar al <strong>de</strong>l<br />

cadáver que habíamos <strong>de</strong>jado atrás. En la mano izquierda portaba una pesada<br />

maza, erizada <strong>de</strong> clavos. Le faltaba la mitad <strong>de</strong> la pierna <strong>de</strong>recha. Una<br />

pata <strong>de</strong> palo negra y chorreante abrazaba el muñón a la altura <strong>de</strong> la rodilla.<br />

Tiglat lo i<strong>de</strong>ntificó.<br />

-Ése es «Al», el jefe...<br />

Detrás, pálido e impotente, mi hermano. Y a sus espaldas, amenazándole con<br />

los afilados hierros <strong>de</strong> tres gladius, otros tantos hetep o bandidos, igualmente<br />

silenciosos y mal encarados. Por último, cerrando el cortejo, un quinto rufián,<br />

más alto que los <strong>de</strong>más, tocado con un turbante rojo y tirando <strong>de</strong> las riendas<br />

<strong>de</strong>l onagro.<br />

Los cuerpos se iluminaron al paso <strong>de</strong> uno <strong>de</strong> los relámpagos, brillando en un<br />

azul verdoso.<br />

Me preparé. Y no sé por qué, elegí el clavo <strong>de</strong>l láser <strong>de</strong> gas. Mi intención,<br />

naturalmente, era asustarlos y ponerlos en fuga. Pero, en esta oportunidad,<br />

sólo acertaría a medias...<br />

El cojo se volvió. Cuchicheó con los que vigilaban a Eliseo y, acto seguido,<br />

avanzó <strong>de</strong> nuevo y en solitario hacia la sabina.<br />

El adolescente, parapetado <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> este explorador, anunció:<br />

-No hay salida... Dale cuanto pida...<br />

No repliqué. Y acaricié el clavo, ajustando la potencia.<br />

Mi hermano, entonces, hizo una señal. Se llevó la mano <strong>de</strong>recha al cuello y la<br />

<strong>de</strong>slizó como un cuchillo.<br />

Mensaje recibido.<br />

Ésa, por lo visto, era la síntesis <strong>de</strong> la breve charla sostenida por los ladrones.<br />

Muy bien. A<strong>de</strong>lante...<br />

228


Ot, envarado, no se movió.<br />

E imaginando el inminente <strong>de</strong>senlace sugerí a Tiglat que llamara al perro. El<br />

muchacho, sin embargo, no obe<strong>de</strong>ció.<br />

-¡Dehab! -gritó el jefe al llegar a cinco metros <strong>de</strong>l árbol.<br />

Y repitió con insolencia.<br />

-¡Oro!... ¡Queremos todo el oro!<br />

Intenté calcular. Primero el <strong>de</strong> la pata <strong>de</strong> palo. A continuación, aprovechando<br />

la sorpresa, las tres espadas. En cuanto al <strong>de</strong>l turbante rojo, ya veríamos...<br />

-Somos unos pobres caminantes -contesté en tono sumiso-. No llevamos<br />

oro...<br />

-¡No!<br />

-Pue<strong>de</strong>s registrarnos.<br />

-¡No!<br />

-Si lo <strong>de</strong>seas -insistí- quédate con las provisiones...<br />

-¡No!<br />

Tiglat, apretado a mi cintura, susurró:<br />

-Es la única palabra que conoce... Por eso le llaman «Al»... ¡Por el señor<br />

Baal!... ¡Dale el oro!<br />

-¡Mientes! -prosiguió el energúmeno, cada vez más violento y enfurecido-.<br />

¡Kesap!... ¡Plata!<br />

El basenji, pendiente <strong>de</strong> la voz <strong>de</strong> su amo, abrió las fauces, dispuesto a saltar<br />

sobre el cojo.<br />

No lo pensé más. Aquella comedia tenía que concluir. ..<br />

Levanté ligeramente la «vara <strong>de</strong> Moisés» y Eliseo, comprendiendo, se arrojó<br />

al suelo.<br />

Al punto, una invisible <strong>de</strong>scarga <strong>de</strong> ocho mil vatios hizo blanco en la semi<br />

podrida prótesis <strong>de</strong>l bandido, incendiándola.<br />

El <strong>de</strong>sconcierto, como era <strong>de</strong> esperar, fue general. Tiglat retrocedió espantado.<br />

Y «Al», aullando, soltó la maza.<br />

Dos segundos <strong>de</strong>spués, uno <strong>de</strong> los «gladius», consumido por el láser, se<br />

quebraba y caía a tierra. Y los «bucoles», al unísono, levantaron las cabezas<br />

hacia la negra tormenta.<br />

Eliseo, gateando, trató <strong>de</strong> alejarse <strong>de</strong>l grupo.<br />

El guía reaccionó y, en fenicio, or<strong>de</strong>nó a Ot que atacase. Y el perro, como un<br />

ariete, cayó sobre el jefe, <strong>de</strong>rribándolo.<br />

Uno se los sujetos, sin embargo, al <strong>de</strong>scubrir la huida <strong>de</strong> Eliseo, se arrojó<br />

sobre él, <strong>de</strong>scargando un fuerte mandoble a la altura <strong>de</strong> los riñones. Y la<br />

espada se partió en dos...<br />

Preso <strong>de</strong> rabia, lancé una <strong>de</strong>scarga contra el saq <strong>de</strong>l atónito agresor. Esta vez,<br />

el láser, a<strong>de</strong>más <strong>de</strong> consumir el taparrabo, alcanzó el bajo vientre, achicharrándolo.<br />

Y el fulano cayó <strong>de</strong>smayado.<br />

Busqué al que continuaba armado. Miedo y sorpresa lo mantenían inmóvil,<br />

229


pálido como la cera. Y en la precipitación cometí un error...<br />

En lugar <strong>de</strong> quemar el gladius, apunté hacia uno <strong>de</strong> los extremos <strong>de</strong> la piel <strong>de</strong><br />

oro. Y al instante, a pesar <strong>de</strong> la humedad, unas llamas aparecieron en el saq,<br />

<strong>de</strong>senca<strong>de</strong>nando el pánico <strong>de</strong> su propietario. Y el sujeto, <strong>de</strong>scompuesto, soltó<br />

la espada, corriendo hacia el torrente. Poco <strong>de</strong>spués, arrollado por las turbulentas<br />

aguas, se perdía río abajo.<br />

Y digo que me equivoqué porque, contra todo pronóstico, el que sostenía las<br />

riendas <strong>de</strong>l asno supo reaccionar con presteza, apo<strong>de</strong>rándose <strong>de</strong>l único gladius<br />

que no había sido inutilizado.<br />

Y, aullando, corrió hacia el maltrecho «Al».<br />

Apunté <strong>de</strong> nuevo y pulsé el clavo... -¡Mierda!<br />

El láser no respondió.<br />

Lo intenté una segunda y una tercera vez...<br />

Negativo.<br />

Algo falló en el dispositivo <strong>de</strong> <strong>de</strong>fensa. Esos segundos fueron <strong>de</strong>cisivos. Ot,<br />

ciego, encelado con el berreante e incendiado cojo, seguía buscando el cuello<br />

<strong>de</strong>l rufián. No se percató <strong>de</strong> la llegada <strong>de</strong>l tipo <strong>de</strong>l turbante rojo. Y antes <strong>de</strong><br />

que este perplejo explorador acertara a pulsar el clavo <strong>de</strong> los ultrasonidos, el<br />

esbirro, levantando la espada con ambas manos, la abatió sobre el can,<br />

<strong>de</strong>capitándolo. El tajo me <strong>de</strong>jó helado. De pronto, a mis espaldas, escuché un<br />

grito <strong>de</strong>sgarrador. Fue cuestión <strong>de</strong> segundos.<br />

Un Tiglat fuera <strong>de</strong> sí cruzó como un bólido, lanzándose <strong>de</strong> cabeza contra el<br />

estómago <strong>de</strong>l bandido. Y ambos rodaron por tierra. No pu<strong>de</strong> evitarlo.<br />

El muchacho se rehizo. Se apo<strong>de</strong>ró <strong>de</strong>l «gladius» y lo enterró en el corazón <strong>de</strong>l<br />

<strong>de</strong>rribado y dolorido individuo. Acto seguido, arrancando el enrojecido hierro,<br />

se dirigió hacia el que quedaba en pie. Pero el hetep, comprendiendo, huyó<br />

<strong>de</strong>l claro, saltando limpiamente al nahal. Instantes <strong>de</strong>spués, como sucediera<br />

con su compinche, los rápidos lo engullían, <strong>de</strong>sapareciendo.<br />

Tiglat terminó arrojando la espada a las embravecidas aguas. Después, ignorándonos,<br />

regresó junto al <strong>de</strong>strozado cuerpo <strong>de</strong>l basenji. Tomó la negra y<br />

blanca cabeza entre las manos y, besándola, rompió a llorar amargamente.<br />

Eliseo, dolorido por el mandoble, se reunió con este <strong>de</strong>solado y hundido explorador.<br />

Me sentí culpable. De haber utilizado los ultrasonidos <strong>de</strong>s<strong>de</strong> un<br />

primer momento, quizá Ot hubiera seguido vivo...<br />

Pero lamentarse no servía <strong>de</strong> nada. La «vara», por primera vez, falló.<br />

En cuanto al jefe, cuando quisimos darnos cuenta, escapaba a trompicones en<br />

dirección al asherat. Inteligentemente optó por la huida. Y en el claro, bajo la<br />

lluvia, quedó la humeante pata <strong>de</strong> palo...<br />

Curioso Destino. Algún tiempo más tar<strong>de</strong> volveríamos a encontrarlo. Y en esa<br />

ocasión solicitaría <strong>de</strong>l Maestro «algo» mucho más importante que la plata y el<br />

oro...<br />

Impotentes, no supimos qué hacer ni qué <strong>de</strong>cir.<br />

230


El jovencito fue a sentarse bajo el árbol sagrado y allí permaneció largo rato,<br />

con el ensangrentado <strong>de</strong>spojo <strong>de</strong> Ot entre las piernas y llorando <strong>de</strong>sconsoladamente.<br />

Mi hermano, conmovido, incapaz <strong>de</strong> soportar la triste escena, le dio la espalda.<br />

La borrasca, más afortunada, fue retirándose hacia el este, buscando la lejana<br />

Siria.<br />

La lluvia cesó y, muy a mi pesar, la vieja ensoñación continuó a mi lado,<br />

recordándome que no había sido un simple y absurdo sueño.<br />

Pero el enigmático y, a veces, cruel Destino tenía algo más que <strong>de</strong>cir...<br />

Tiglat se secó las lágrimas y, amurallado en aquel impenetrable mutismo,<br />

trepó hasta las ramas más bajas.<br />

Eliseo y yo, intrigados, le vimos rasgar la túnica y manipular la cabeza <strong>de</strong>l<br />

basenji. Después, con <strong>de</strong>lica<strong>de</strong>za, amarró el lienzo a la sabina y Ot quedó<br />

colgado por las cuencas oculares.<br />

¡Dios!<br />

Aquella cabeza, goteando sangre y oscilando, también formaba parte <strong>de</strong>l<br />

sueño...<br />

Acto seguido, al <strong>de</strong>scen<strong>de</strong>r, se abrazó al tronco. Cerró los ojos y, con un hilo<br />

<strong>de</strong> voz, entre suspiros, entonó un cántico.<br />

No supimos lo que <strong>de</strong>cía. El ritual -porque <strong>de</strong> eso se trataba- se <strong>de</strong>sarrolló en<br />

fenicio. Días <strong>de</strong>spués, cuando las relaciones con el muchacho se normalizaron,<br />

explicó que, sencillamente, intentó congraciarse <strong>de</strong> nuevo con los dioses,<br />

suplicando que le dieran fuerzas para vivir sin su amigo.<br />

Y he dicho bien. Cuando nuestras relaciones se normalizaron...<br />

La cuestión es que, concluida la ceremonia, Tiglat nos observó brevemente.<br />

Noté algo raro en la mirada. Quizá odio...<br />

-Mi amigo ha muerto por tu causa... Si hubieras entregado el oro, ahora<br />

seguiría conmigo...<br />

Empecé a compren<strong>de</strong>r.<br />

Eliseo, al corriente <strong>de</strong>l fallo <strong>de</strong> la «vara», replicó indignado:<br />

-No eres justo...<br />

Pero Tiglat, con el odio crecido, no escuchó.<br />

-Te lo advertí... Te dije: dales el oro...<br />

-¿Sabes lo que habría ocurrido <strong>de</strong> haberles entregado lo que pedían?<br />

Los incendiados ojos <strong>de</strong>l guía se <strong>de</strong>sviaron hacia mi hermano. Pero no supo o<br />

no quiso respon<strong>de</strong>r a su pregunta. Y Eliseo resumió el breve parlamento<br />

sostenido entre «Al» y los «bucoles» poco antes <strong>de</strong> la refriega.<br />

-Yo te lo diré... Recuerda que estaba allí y pu<strong>de</strong> oírles.<br />

El jovencito dudó.<br />

-... Primero el oro y la plata, or<strong>de</strong>nó ese salvaje, <strong>de</strong>spués, al cuello y sin<br />

misericordia...<br />

231


Esperamos una respuesta. No la hubo. Tiglat, en el fondo, sabía que mi<br />

compañero <strong>de</strong>cía la verdad. Esos miserables no perdonaban.<br />

Pero, enroscado en la <strong>de</strong>solación, no cedió. Y haciendo un esfuerzo proclamó:<br />

-Cumpliré lo pactado... Lo haré, únicamente, por mi padre. Os llevaré hasta el<br />

refugio <strong>de</strong> piedras... Después rogaré a mi señor Baal para que os maldiga...<br />

Fueron sus últimas palabras. Tomó las riendas <strong>de</strong>l onagro y, sin mirar atrás,<br />

caminó con prisas hacia el siguiente promontorio.<br />

Eliseo y quien esto escribe, resignados, le seguimos.<br />

Minutos <strong>de</strong>spués, cercana ya la cota <strong>de</strong> los dos mil metros, aparecieron sobre<br />

el calvero <strong>de</strong> la sabina las inconfundibles y oscuras siluetas <strong>de</strong> los carroñeros.<br />

Y en mi corazón, a pesar <strong>de</strong> las sensatas reflexiones <strong>de</strong> Eliseo, asomó una<br />

penosa duda:<br />

«¿Tenía razón el fenicio? ¿Qué habría sucedido si hubiéramos entregado las<br />

bolsas <strong>de</strong> hule con los diamantes y <strong>de</strong>narios <strong>de</strong> plata?»<br />

Quiero creer que fue la mejor respuesta...<br />

Mientras ascendíamos, por el oeste, amarrado a los bosques, se presentó <strong>de</strong><br />

pronto un brillante y hermoso arco iris.<br />

E hizo el milagro.<br />

Consiguió que olvidara, en parte, los recientes y dramáticos sucesos. Y me<br />

<strong>de</strong>volvió a la realidad, a la feliz y esperanzadora realidad.<br />

Casi lo habíamos logrado...<br />

El Maestro se hallaba al alcance <strong>de</strong> la mano.<br />

¡Al fin!<br />

El tramo entre el árbol sagrado -referencia difícil <strong>de</strong> olvidar- y el refugio <strong>de</strong><br />

piedra, en el que Tiglat <strong>de</strong>bía <strong>de</strong>positar las provisiones, fue breve, aunque<br />

arduo. La montaña se puso en pie y la senda, cada vez más humillada, tuvo<br />

que serpentear, disputando cada metro con tesón.<br />

Finalmente, vencidos por la altitud, en la cota «1 900», los frondosos pinares,<br />

abetos, mirtos y <strong>de</strong>más cohorte claudicaron, cediendo la<strong>de</strong>ras y cañadas al<br />

señor <strong>de</strong>l Hermón: el cedro.<br />

También el basalto se quedó atrás. Y fue sustituido por las femeninas calizas<br />

y margas jurásicas, más a tono con la <strong>de</strong>licada y silenciosa belleza <strong>de</strong> aquellas<br />

cumbres.<br />

Sí, ésas serían las palabras a<strong>de</strong>cuadas: silencio y majestad. Nunca, mientras<br />

duró nuestra aventura en la Palestina <strong>de</strong> Jesús <strong>de</strong> Nazaret, alcanzamos a vivir<br />

un silencio tan sonoro y continuado como aquél.<br />

En cuanto al nuevo paisaje, ¿cómo <strong>de</strong>scribirlo?<br />

Hoy, el Hermón es una pobre caricatura <strong>de</strong> lo que llegamos a contemplar. El<br />

llamado Cedrus libani podía contarse por millones. Ni una sola <strong>de</strong> las estribaciones,<br />

y menos aún la propia cumbre <strong>de</strong>l monte santo, aparecía abierta o<br />

mutilada. Todo, en realidad, era una masa ver<strong>de</strong> oscura, en dura competencia<br />

con las nieves perpetuas y el azul cristalino, casi milagroso, <strong>de</strong> los cielos.<br />

232


Lástima que el profesor Beals, <strong>de</strong> la Universidad <strong>de</strong> Beirut, no tuviera oportunidad<br />

<strong>de</strong> verificar semejante <strong>de</strong>rroche. Seguramente habría modificado sus<br />

conclusiones. No pongo en duda los argumentos <strong>de</strong> los expertos: la tala indiscriminada<br />

<strong>de</strong> la codiciada riqueza <strong>de</strong>l Hermón -el cedro- pudo hacer peligrar<br />

la supervivencia <strong>de</strong> los venerados erez. Testimonios como el <strong>de</strong>l primer<br />

libro <strong>de</strong> los Reyes (5, 20) y el <strong>de</strong> Esdras (2, 7) así lo atestiguan. Pero <strong>de</strong> eso<br />

hacía ya mucho tiempo. La montaña, evi<strong>de</strong>ntemente, se recuperó, convirtiendo<br />

el norte <strong>de</strong> la Gaulanitis en el más gran<strong>de</strong> e intrincado bosque <strong>de</strong> toda<br />

Palestina.<br />

Recuerdo bien los primeros pasos entre los altos erez-la «gloria <strong>de</strong>l Líbano»,<br />

según Isaías-, la mayoría <strong>de</strong> 20 y 30 metros, con el ramaje en can<strong>de</strong>labro,<br />

filtrando con cuentagotas los audaces rayos <strong>de</strong>l sol. Mi hermano, sonriente, se<br />

volvió, <strong>de</strong>stacando la fortísima y dulce fragancia <strong>de</strong> la espesura. Un aroma<br />

casi sofocante que terminaría impregnando ropas y enseres.<br />

Y en lo más alto, entre el ramaje y los ondulados troncos gris plomo, la inevitable<br />

y <strong>de</strong>senfada tropa alada, <strong>de</strong>scendiendo en ocasiones hasta un nahal<br />

Hermón igualmente <strong>de</strong>spreocupado, rápido y prematuramente encanecido<br />

por rocas, <strong>de</strong>sniveles y pequeñas cascadas.<br />

No soy capaz <strong>de</strong> explicarlo, pero, al ingresar en aquellas alturas, conforme<br />

ascendíamos, «algo» en mi interior <strong>de</strong>splegó las alas, convirtiéndome en otra<br />

persona. No voy a <strong>de</strong>cir que mejor, pero sí más feliz. ¿O fue quizá la seguridad<br />

<strong>de</strong>l inminente encuentro con el rabí <strong>de</strong> Galilea?<br />

Y rondando la «nona» (las tres <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong>), Tiglat se <strong>de</strong>tuvo.<br />

En mitad <strong>de</strong>l bosque, a escasa distancia <strong>de</strong>l escandaloso aprendiz <strong>de</strong> río, se<br />

alzaba el famoso «refugio» <strong>de</strong> piedra. Toda una <strong>de</strong>silusión...<br />

Pero, ¿qué habíamos imaginado? ¿Una casa robusta y espaciosa? Nada <strong>de</strong><br />

eso.<br />

El mo<strong>de</strong>sto habitáculo -por llamarlo <strong>de</strong> alguna manera- consistía en un<br />

montón <strong>de</strong> pequeñas y medianas rocas, apiladas en semicírculo, <strong>de</strong> un metro<br />

<strong>de</strong> diámetro por otro <strong>de</strong> altura y techado con ramas <strong>de</strong> cedro. En suma: una<br />

especie <strong>de</strong> «<strong>de</strong>spensa» o «almacén», habilitado únicamente para las provisiones.<br />

El guía, adusto y en silencio, procedió a la <strong>de</strong>scarga <strong>de</strong>l asno, introduciendo<br />

las viandas en el «refugio». No permitió que le ayudásemos.<br />

El corazón aceleró.<br />

¿Dón<strong>de</strong> estaba el Maestro?<br />

Por un momento, siendo lunes, uno <strong>de</strong> los días acordado para el suministro <strong>de</strong><br />

comida, imaginé que estaría allí, aguardando...<br />

Nueva <strong>de</strong>silusión.<br />

El bosque aparecía <strong>de</strong>sierto. Y me consolé: «No pue<strong>de</strong> tardar...»<br />

Y durante algunos minutos me entretuve en una minuciosa inspección <strong>de</strong> la<br />

falda a la que fuimos a parar. La rampa apuntaba directamente al norte. El<br />

233


sen<strong>de</strong>rillo, mal dibujado, continuaba entre los árboles, tentándome...<br />

Según mis estimaciones, la cota «2 000», en la que se hallaba el mahaneh o<br />

campamento <strong>de</strong> Jesús <strong>de</strong> Nazaret, <strong>de</strong>bía encontrarse cerca. Muy cerca. Quizá<br />

a quince o veinte minutos.<br />

Pero me contuve. El instinto, fuerte y claro, aconsejaba calma. Esperaríamos.<br />

Concluida la <strong>de</strong>scarga, el jovencito, dirigiéndose a Eliseo, exigió la paga.<br />

-Son cinco <strong>de</strong>narios...<br />

Mi hermano me miró. Asentí con la cabeza. Entonces, echando mano <strong>de</strong> la<br />

bolsa, contó las monedas. Pero, en lugar <strong>de</strong> entregárselas, las introdujo <strong>de</strong><br />

nuevo en el saquete <strong>de</strong> hule. Lo <strong>de</strong>sató <strong>de</strong>l ceñidor y volvió a interrogarme con<br />

la mirada. Comprendí. Y repetí el ligero movimiento <strong>de</strong> cabeza, aprobando el<br />

generoso gesto <strong>de</strong>l ingeniero. Era lo menos que podíamos hacer por el <strong>de</strong>cepcionado<br />

Tiglat.<br />

Mi compañero le ofreció la bolsa y, sonriente, en un vano intento por suavizar<br />

la tensa situación, preguntó:<br />

-¿Por qué no te quedas? Pronto oscurecerá... Tu padre lo aprobaría...<br />

No replicó. Contó las piezas <strong>de</strong> plata y, sorprendido, exigió una explicación.<br />

-¿Qué es esto?... Aquí hay diez <strong>de</strong>narios...<br />

Eliseo, con su mejor voluntad, trató <strong>de</strong> justificar la retribución extra. Pero el<br />

orgulloso adolescente, reteniendo la mitad <strong>de</strong> las monedas, le <strong>de</strong>volvió la<br />

bolsa, hiriéndonos:<br />

-Guardaos el dinero... No pienso lavar vuestra culpa con cinco <strong>de</strong>narios... Oí<br />

valía más que eso y más que vosotros...<br />

Acto seguido tiró <strong>de</strong> la caballería, alejándose con rapi<strong>de</strong>z entre los cedros.<br />

Y allí quedamos los «tres»: Eliseo, quien esto escribe... y una profunda<br />

tristeza.<br />

No hubo comentarios. ¡Qué podíamos <strong>de</strong>cir!<br />

Y Eliseo, regresando a la realidad, solicitó mi parecer.<br />

-Y ahora, qué...<br />

Le hice ver que convenía esperar. Las provisiones se hallaban en el refugio. El<br />

Maestro lo sabía.<br />

-No creo que tar<strong>de</strong>...<br />

Y añadí, movido por una repentina alarma:<br />

-¿Recuerdas las palabras <strong>de</strong> Tiglat?... El «extraño galileo» parece serio y<br />

preocupado...<br />

-No te comprendo.<br />

Dudé. Quizá exageraba. Quizá aquel inesperado sentimiento no tenía sentido.<br />

Pero <strong>de</strong>cidí compartirlo.<br />

-No sé... El muchacho dijo también que algo grave <strong>de</strong>bía suce<strong>de</strong>rle para que<br />

se hubiera retirado a este lugar...<br />

Mi hermano, con su intuición, adivinó la extraña e inoportuna inquietud.<br />

-¿Estás insinuando que quizá <strong>de</strong>sea estar solo?<br />

234


Asentí.<br />

-¿Crees que nos hemos precipitado?<br />

No supe respon<strong>de</strong>r.<br />

Y el silencio <strong>de</strong> aquellos exploradores se unió al <strong>de</strong> las cumbres.<br />

El ingeniero se <strong>de</strong>jó caer junto al semicírculo <strong>de</strong> piedra y, tras una larga pausa,<br />

sentenció con tino:<br />

-Muy bien, querido mayor... Aceptemos que tienes razón, que no es el<br />

momento, ni el lugar a<strong>de</strong>cuados. Incluso que el Galileo, al vernos, manifiesta<br />

su <strong>de</strong>seo <strong>de</strong> continuar en soledad... Todo eso pue<strong>de</strong> ser correcto, pero, utilizando<br />

tu propio lenguaje, ¿por qué no <strong>de</strong>jas que el Destino <strong>de</strong>cida?<br />

Y, burlón, matizó:<br />

-Destino, como tú dices y escribes, con mayúscula...<br />

Agra<strong>de</strong>cí la sugerencia. Como casi siempre, hablaba con tanta oportunidad<br />

como sentido común. La verdad es que no disponíamos <strong>de</strong> la menor información<br />

respecto al porqué <strong>de</strong> la estancia <strong>de</strong>l Maestro en aquel remoto paraje.<br />

Los textos evangélicos no lo mencionan. Tampoco el anciano Zebe<strong>de</strong>o sabía<br />

gran cosa. Se limitó a relatar lo que el propio Jesús le confesó: «permaneció<br />

en el Hermón unas cinco semanas, <strong>de</strong>scendiendo a mediados <strong>de</strong>l mes <strong>de</strong> elul<br />

(septiembre). Cuando llegó al yam era otro hombre. Lo notamos cambiado.<br />

Pictórico».<br />

Allí, evi<strong>de</strong>ntemente, había una contradicción. Tiglat aseguró que «parecía<br />

serio y preocupado, con cierta tristeza en sus ojos». El jefe <strong>de</strong> los Zebe<strong>de</strong>o, en<br />

cambio, afirmó que aquel Jesús «era otro», feliz y seguro <strong>de</strong> sí mismo...<br />

¿Qué <strong>de</strong>monios sucedió allí arriba? ¿A qué obe<strong>de</strong>cía tan dilatado aislamiento?<br />

¿Y por qué en esos momentos? Estábamos en el año 25. Faltaba mucho para<br />

el arranque <strong>de</strong> la vida pública...<br />

Obviamente, en esos críticos instantes, ni Eliseo ni yo podíamos imaginar<br />

siquiera la extraordinaria «razón» que impulsó a Jesús <strong>de</strong> Nazaret a refugiarse<br />

a dos mil metros <strong>de</strong> altitud. Una «razón» que, por supuesto, justificaba<br />

plenamente las certeras palabras <strong>de</strong>l Zebe<strong>de</strong>o...<br />

Y los cielos quisieron que estos esforzados exploradores fueran testigos <strong>de</strong><br />

excepción <strong>de</strong> ese increíble «milagro».<br />

Pero, una vez más, <strong>de</strong>bo contener los impulsos. Es preciso que me ajuste a los<br />

hechos, tal y como sucedieron.<br />

La cuestión es que, enredado en estos análisis y suavemente arropado por el<br />

susurro y la fragancia <strong>de</strong> los cedros, quien esto escribe, como Eliseo, terminó<br />

cayendo en un plácido sueño. Supongo que el cansancio acumulado y lo agrio<br />

<strong>de</strong> la última experiencia con los «buco-les» contribuyó igualmente a que<br />

ambos, sin querer, nos viéramos sumidos en aquel profundo y relajante<br />

<strong>de</strong>scanso.<br />

Hoy, sin embargo, con la ventaja <strong>de</strong>l conocimiento y la distancia, tengo dudas.<br />

Serias dudas. ¿Fue un sueño lógico y natural? ¿Y por qué los dos a la vez?<br />

235


¿Fue provocado?<br />

Sólo Él lo sabe...<br />

¿Cómo <strong>de</strong>scribir aquel momento? ¿Cómo <strong>de</strong>finirlo?<br />

¿Absurdo? ¿Entrañable? ¿Muy al estilo <strong>de</strong> Jesús <strong>de</strong> Nazaret y <strong>de</strong> estos patosos<br />

exploradores?<br />

Veamos si soy capaz <strong>de</strong> pintarlo, aunque sólo sea a gran<strong>de</strong>s trazos.<br />

Primero vi a Eliseo. Se hallaba a mi lado, zaran<strong>de</strong>ándome nervioso. Estaba<br />

pálido. Con la mano <strong>de</strong>recha señaló al frente.<br />

-¡Jasón, <strong>de</strong>spierta!... ¡Mira!<br />

Necesité unos segundos para ubicarme.<br />

El bosque, sí... Los cedros... Tiglat, enfadado, alejándose... La cota «2 000»...<br />

El refulgió con las provisiones... La espera... El Maestro no podía tardar...<br />

¡El Maestro!<br />

E intenté ponerme en pie a tal velocidad, y con tal aturdimiento, que -torpe <strong>de</strong><br />

mí- fui a pisar los bajos <strong>de</strong> la túnica, precipitándome <strong>de</strong> bruces sobre el<br />

empinado terreno.<br />

Y al punto surgió una risa. Una cálida, familiar y contagiosa risa...<br />

Mi hermano, solícito, se apresuró a auxiliar a este <strong>de</strong>solado y confuso piloto.<br />

Pero aquel, evi<strong>de</strong>ntemente, no era nuestro mejor día...<br />

Al levantarme, sin proponérmelo, golpeé con el cráneo la frente <strong>de</strong>l ingeniero,<br />

<strong>de</strong>rribándolo cuan largo era y perdiendo <strong>de</strong> nuevo el equilibrio. Y ambos,<br />

como dos perfectos inútiles, rodamos por tierra...<br />

Las risas, incontenibles, arreciaron.<br />

Entonces, aquellos estúpidos, a gatas, lo observaron atónitos y con las bocas<br />

abiertas...<br />

Nos miramos y, al comprobar la embarazosa situación, ocurrió lo inevitable:<br />

rompimos a reír con la misma fuerza, asustando al bosque con un sonoro<br />

concierto <strong>de</strong> carcajadas.<br />

Eliseo, con las lágrimas saltadas, me señaló con el <strong>de</strong>do, burlándose. Y yo,<br />

contemplando su no menos ridícula estampa, le imité, doblándome <strong>de</strong> risa.<br />

Pero el ataque me traicionó. Y me atraganté.<br />

Entonces, el Hombre se incorporó. Y, aproximándose, fue a golpear la espalda<br />

<strong>de</strong> este caído y cada vez más <strong>de</strong>sconcertado explorador.<br />

Instantes <strong>de</strong>spués, en pie, disipadas las risas, sumidos en la sorpresa y antes<br />

<strong>de</strong> que acertáramos a pronunciar una sola palabra, Jesús <strong>de</strong> Nazaret abrió los<br />

brazos y, estrechándome, SUSUITÓ:<br />

-Oheb!<br />

Y repitió:<br />

-Yaqqiroheb!... ¡Querido amigo!<br />

No soy capaz <strong>de</strong> explicarlo. No hay forma <strong>de</strong> articular y poner en pie el torbellino<br />

<strong>de</strong> sentimientos y sensaciones que provocó aquel abrazo.<br />

¿Gratitud? ¿Alegría? ¿Emoción? ¿Desconcierto?<br />

236


Sólo recuerdo que, sin po<strong>de</strong>r contenerme, rompí a llorar. Y me abracé a Él,<br />

con más fuerza si cabe...<br />

¡Al fin!<br />

-¡Querido amigo!... ¡Querido amigo!<br />

A continuación, al estrechar a Eliseo entre los musculosos brazos, siguió<br />

pronunciando la misma frase.<br />

-Yaqqir oheb!...<br />

¡Dios bendito!<br />

De un plumazo, <strong>de</strong> la forma más simple y natural, todos mis temores y recelos<br />

se extinguieron.<br />

¡Nos reconoció! ¿Nos reconoció?... No, fue mucho más que eso. Pero, ¿cómo<br />

pudo?, ¿cómo sabía?, ¿cómo era posible?...<br />

¡Pobre idiota! Nunca apren<strong>de</strong>ré...<br />

Nos contempló unos segundos y, acogiéndonos con una radiante e interminable<br />

sonrisa, exclamó:<br />

-¡Gracias!... ¡Gracias por vuestra <strong>de</strong>cisión y sacrificios!...<br />

Aquella sonrisa... ¡Era la misma!...<br />

-Sé que estáis aquí por la voluntad <strong>de</strong> mi Padre...<br />

Eliseo y yo, mudos, perplejos, con un nudo en el estómago, flotábamos en<br />

una nube. Aquello no era real. ¿Estaba soñando <strong>de</strong> nuevo? ¿Gracias por<br />

nuestra <strong>de</strong>cisión? Pero, ¿cómo podía saber?<br />

La respuesta aparecería «en un momento». Y lo haría <strong>de</strong>licadamente. Sin<br />

brusqueda<strong>de</strong>s. «Como lo más natural <strong>de</strong>l mundo» (!).<br />

-Como habrás visto, querido Jasón, el «hasta muy pronto» se ha cumplido...<br />

Y guiñando un ojo me electrizó.<br />

Claro que recordaba aquellas palabras. Pero, ¡Dios santo!, las pronunció en la<br />

mañana <strong>de</strong>l jueves, 18 <strong>de</strong> mayo... ¡<strong>de</strong>l año 30! Fue su <strong>de</strong>spedida en el monte<br />

<strong>de</strong> los Olivos...<br />

-Bien -concluyó, <strong>de</strong>spabilándonos-, prosigamos. Hay mucho por hacer...<br />

Creo que le seguimos como autómatas. Ni el ingeniero ni quien esto escribe<br />

fuimos capaces <strong>de</strong> pronunciar un «sí» o un «no». Sencillamente, parecíamos<br />

hipnotizados.<br />

Cargamos las provisiones y la tienda y marchamos tras Él...<br />

Y, <strong>de</strong> pronto, mal que bien, rememoré la reciente escena.<br />

¡Él estaba allí, frente a estos dormidos exploradores! Lo vi plácidamente,<br />

sentado, observándonos...<br />

¡Dios!<br />

¿Cuánto tiempo estuvo pendiente <strong>de</strong> nosotros?<br />

A los pocos pasos, mi hermano, emparejándose con este explorador, habló al<br />

fin. Y repitió mis propios pensamientos:<br />

-¿Cómo es posible?... ¡Nos ha reconocido!...<br />

Entonces, pillándonos <strong>de</strong> nuevo por sorpresa, el Maestro fue a <strong>de</strong>tenerse. Giró<br />

237


sobre los talones y, esbozando una picara sonrisa, fijó su irresistible mirada<br />

sobre quien esto escribe, pronunciando unas palabras que me remataron:<br />

-¿Recuerdas?... «Y en el aire <strong>de</strong> los corazones quedó aquel pañuelo blanco...,<br />

flotando como un <strong>de</strong>finitivo adiós»...<br />

Supongo que pali<strong>de</strong>cí.<br />

¡Increíble! Esas frases, surgidas a raíz <strong>de</strong> su «ascensión», habían sido escritas<br />

en mi diario poco <strong>de</strong>spués <strong>de</strong>l histórico y ya mencionado 18 <strong>de</strong> mayo <strong>de</strong>l año<br />

30..., al retornar al Ravid. Nadie las conocía...<br />

Pero, divertido, no concedió cuartel. Y añadió:<br />

-Pues no... Ahí te equivocaste... Los que conocen al Padre nunca se <strong>de</strong>spi<strong>de</strong>n.<br />

Nunca dicen «adiós»... Sólo «hasta luego».<br />

Nuevo guiño <strong>de</strong> complicidad. La sonrisa se abrió al máximo y, dándonos la<br />

espalda, continuó ascendiendo por la trocha con aquellas -casi olvidadasgran<strong>de</strong>s<br />

zancadas.<br />

Eliseo, sin compren<strong>de</strong>r el alcance <strong>de</strong> la pequeña-gran revelación, me interrogó<br />

impaciente, solicitando una aclaración. No hubo respuesta. Mi mente,<br />

confusa, se hallaba muy lejos.<br />

¿Estaba soñando? No podía ser... Él tampoco conocía esas frases. Unas frases<br />

escritas... ¡en el futuro! Sin embargo, acababa <strong>de</strong> pronunciarlas... ¡Las conocía!<br />

El enigma -lo reconozco- me obsesionó. Después, conforme pasaron los días<br />

en aquel inolvidable campamento, creí enten<strong>de</strong>r.<br />

Era Él, sí, un ser humano. Pero también un Dios...<br />

No fue fácil asimilar la i<strong>de</strong>a. Nada fácil. Y menos para unas mentes racionales<br />

y científicas... Pero los hechos, día tras día, se impusieron.<br />

Y <strong>de</strong>cía que era Él. En efecto, aparentemente, poco había cambiado en su<br />

figura física. Era cinco años más joven, pero la estampa seguía siendo casi la<br />

misma.<br />

Así lo vimos:<br />

Alto, muy alto para la media <strong>de</strong> los judíos: alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> 1,81 metros. Todo un<br />

atleta...<br />

Hombros anchos. Po<strong>de</strong>rosos. Tórax olímpico. Musculatura elástica. Envidiable.<br />

Ni un gramo <strong>de</strong> grasa. Piernas fibrosas. Duras como piedras.<br />

Manos estilizadas. Velludas. Pausadas. Asomadas al trabajo. Uñas sanas.<br />

Siempre cortas y limpias.<br />

El rostro, alto y bien proporcionado, fue quizá lo que más me sorprendió.<br />

Aparecía intensamente bronceado y más dulce y risueño que el <strong>de</strong>l otro<br />

«ahora». No creo equivocarme si afirmo que, en ese tiempo, aquel Jesús era<br />

más extravertido y confiado. No era <strong>de</strong> extrañar. Se hallaba en los comienzos...<br />

La barba, partida en dos, se presentaba ahora más crecida, aunque igualmente<br />

cuidada. El cabello, lacio, color caramelo, menos encanecido, fue otra<br />

238


novedad: en esos momentos, mucho más largo, lo recogía con una cola.<br />

Mentón valiente.<br />

La nariz, prominente, típicamente judía, era el único rasgo ligeramente en<br />

discordia.<br />

Labios finos. El superior apuntando levemente bajo el bigote.<br />

Dentadura impecable. Blanca y alineada, reforzando aquella peculiar y<br />

abrasadora sonrisa.<br />

Frente audaz. Alta y con las cejas rectas y bien marcadas. Pestañas largas,<br />

tupidas, perfilando unos ojos rasgados...<br />

¡Los ojos! ¿Cómo <strong>de</strong>scribirlos?<br />

Eran y no eran humanos.<br />

De tonalidad miel clara. Líquida. Vivos. Furiosamente vivos. Penetrantes<br />

como dagas. A veces insostenibles. Dulces. Compasivos. Atentos. Veloces.<br />

Socarrones. Amigos. Sin necesidad <strong>de</strong> palabras...<br />

Los ojos <strong>de</strong> un Hombre-Dios.<br />

Un Hombre irresistible. Magnético. Imprevisible. Cercano. Sabio. Humil<strong>de</strong>. Y,<br />

sobre todo, en esos momentos, feliz.<br />

Tampoco el atuendo nos sorprendió. Vestía su querida túnica <strong>de</strong> lana, sin<br />

costuras, <strong>de</strong> un blanco inmaculado, flotando hasta los tobillos, <strong>de</strong> anchas<br />

mangas y sujeta a la cintura, sin aprietos, por una doble y sencilla cuerda<br />

trenzada con fibra <strong>de</strong> lino. Las sandalias, en cuero <strong>de</strong> vaca empecinado, similares<br />

a las nuestras, aparecían notablemente <strong>de</strong>sgastadas.<br />

Sí, así lo vimos...<br />

Un Hombre ilusionado. Un Hombre que, como veremos, acababa <strong>de</strong> hacer su<br />

gran «<strong>de</strong>scubrimiento». Un Hombre -lo a<strong>de</strong>lanto sin la menor sombra <strong>de</strong><br />

duda- que acababa <strong>de</strong> «estrenarse» como Dios. Y ese «hallazgo», esa seguridad,<br />

durante un tiempo, lo catapultó hasta las estrellas, hasta su Padre<br />

Celestial... Y todo cuanto lo ro<strong>de</strong>ó quedó contagiado, incluyendo a estos exploradores.<br />

Jamás vivimos una experiencia tan gratificante como aquélla, al<br />

pie <strong>de</strong> las nieves perpetuas <strong>de</strong>l Hermón. Lástima que los evangelistas no<br />

hicieran mención <strong>de</strong> unos sucesos tan memorables...<br />

Pero <strong>de</strong>bo serenarme. Me estoy precipitando, una vez más. Todo en su<br />

momento. Todo paso a paso...<br />

Ahora, vencida la «nona» (las tres <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong>), sólo contaba el presente. Sólo<br />

contaba Él.<br />

Y comenzaron a suce<strong>de</strong>r cosas extrañas...<br />

¿Extrañas?<br />

No, con Él, nada era extraño. Éramos nosotros los que no lo conocíamos suficientemente.<br />

Éramos nosotros los que habíamos forjado una imagen falsa,<br />

distante, erróneamente solemne <strong>de</strong> aquel cariñoso, espontáneo, cercanísimo<br />

y casi infantil Jesús <strong>de</strong> Nazaret.<br />

Y, como digo, <strong>de</strong> improviso, el Maestro se <strong>de</strong>stapó tal cual era.<br />

239


Se <strong>de</strong>tuvo <strong>de</strong> nuevo. Señaló a lo alto y, con el rostro grave, anunció:<br />

-¡El último friega los cacharros!...<br />

Soltó una carcajada y, dando media vuelta, se lanzó cuesta arriba, a la carrera.<br />

Eliseo y yo, atónitos, necesitamos unos segundos para reaccionar.<br />

Y el ingeniero, finalmente, comprendiendo, salió tras Él, <strong>de</strong>jando a este explorador<br />

con dos palmos <strong>de</strong> narices.<br />

Instantes <strong>de</strong>spués, picado en el amor propio, feliz, impulsado por aquella<br />

«fuerza» que seguía habitándome, tiré <strong>de</strong> la agotada musculatura, en un vano<br />

intento <strong>de</strong> alcanzarlos.<br />

Éste era el Maestro. El auténtico Hijo <strong>de</strong>l Hombre...<br />

Minutos más tar<strong>de</strong>, ja<strong>de</strong>ando, casi a rastras, fui a parar a un gran claro. Allí,<br />

cómodamente sentados, muertos <strong>de</strong> risa, aguardaban aquellos «locos».<br />

Aparecían como nuevos, sin el menor signo <strong>de</strong> agotamiento.<br />

Los miré <strong>de</strong>sconcertado y, rendido, me <strong>de</strong>jé caer, tratando <strong>de</strong> llenar los<br />

pulmones y <strong>de</strong> recomponer la catastrófica lámina.<br />

-¡Te ha tocado! -se burló mi hermano-. ¡Servicio <strong>de</strong> cocina! ¡Los quiero impecables!<br />

Me resigné.<br />

Jesús, entonces, tomando mi petate y las provisiones que me habían tocado<br />

en suerte, cargó con todo, haciendo causa común con el ingeniero:<br />

-¡Impecables!...<br />

Y se dirigió hacia la muralla <strong>de</strong> cedros que se levantaba frente a nosotros, a<br />

escasos cincuenta metros.<br />

En realidad se trataba <strong>de</strong> una menguada arboleda, formada por tres o cuatro<br />

filas <strong>de</strong> erez. Y al otro lado, una nueva sorpresa: el mahaneh, el campamento...<br />

Eliseo también se <strong>de</strong>tuvo. Y durante unos instantes, fascinados, recorrimos<br />

con la vista el increíble y bellísimo lugar.<br />

Me resultó familiar. Yo conocía aquel paraje...<br />

Pero, al punto, rechacé la ridícula i<strong>de</strong>a. Jamás estuve allí.<br />

Materialmente cercada por los cedros se abría ante nosotros una meseta <strong>de</strong><br />

regulares dimensiones, ovalada, <strong>de</strong> unos cien metros <strong>de</strong> diámetro mayor y<br />

cubierta por una tímida alfombra <strong>de</strong> hierba. A nuestra izquierda, al fondo,<br />

lindando casi con la pared <strong>de</strong>l bosque, una pequeña tienda <strong>de</strong> dos aguas,<br />

armada, como la nuestra, con negras y embreadas pieles <strong>de</strong> cabra. Y en el<br />

centro <strong>de</strong> la planicie, un gigantesco cedro <strong>de</strong> unos cuarenta metros <strong>de</strong> altura,<br />

con un milenario, ajado y ceniciento tronco <strong>de</strong> cuatro metros <strong>de</strong> circunferencia.<br />

La copa, ver<strong>de</strong> oscura, aplastada, sobresalía por encima <strong>de</strong> sus<br />

hermanos, acogiendo una ruidosa y, <strong>de</strong> momento, invisible colonia <strong>de</strong> aves. Y<br />

al pie <strong>de</strong>l gigante, la «guinda», el toque exótico: ¡un dolmen! Un remoto<br />

monumento megalítico integrado por cinco rocas blancas, verticales, sólida-<br />

240


mente enterradas, <strong>de</strong> casi tres metros, sosteniendo, en forma <strong>de</strong> techumbre,<br />

otra enorme laja plana. En este caso, la colosal estructura carecía <strong>de</strong> las<br />

habituales cámaras funerarias.<br />

Pasé mucho tiempo a la sombra <strong>de</strong> aquella impresionante construcción. Y<br />

siempre me pregunté lo mismo: ¿cómo la levantaron? O mucho me equivocaba<br />

o la roca superior pesaba más <strong>de</strong> dos toneladas...<br />

Y al norte, a poco más <strong>de</strong> 800 metros por encima <strong>de</strong> la mesetas, el pico<br />

nevado, refulgente, <strong>de</strong>l Hermón, amado <strong>de</strong> cerca por el verdiazul <strong>de</strong> los<br />

bosques.<br />

Quedamos extasiados. Pero no..., no lo habíamos visto todo.<br />

Acto seguido, auxiliados por el Maestro, nos centramos en el montaje <strong>de</strong> la<br />

tienda y en la organización <strong>de</strong> la mo<strong>de</strong>sta impedimenta. El rústico refugio,<br />

muy próximo al <strong>de</strong>l Galileo, quedó listo en cuestión <strong>de</strong> minutos.<br />

Y en ello estábamos cuando, <strong>de</strong> pronto, en el silencio <strong>de</strong> los dos mil metros,<br />

sonó algo.<br />

Mi hermano y yo, soltando los petates, nos miramos atónitos.<br />

El pensamiento fue el mismo. Pero, discreta y pru<strong>de</strong>ntemente, no hicimos<br />

comentario alguno.<br />

Al poco, el increíble «ruido» se repitió. Esta vez más nítido.<br />

No había duda...<br />

Jesús, atareado en el anclaje <strong>de</strong> uno <strong>de</strong> los vientos, captó nuestra inquietud.<br />

Nos miró y, divertido, esbozó una media sonrisa. Pero siguió a lo suyo.<br />

La tercera tanda fue, incluso, más espectacular. Procedía, al parecer, <strong>de</strong>l<br />

flanco oriental <strong>de</strong> la meseta. Pero allí sólo se distinguían los árboles.<br />

De improviso, sobre los cedros, apareció la silueta <strong>de</strong> una rapaz. No estoy<br />

seguro, pero juraría que se trataba <strong>de</strong> una «perdicera» <strong>de</strong> gran tamaño,<br />

dotada con la fuerza <strong>de</strong>l águila y la agilidad <strong>de</strong>l halcón.<br />

Planeó lenta y majestuosa, trazando círculos al otro lado <strong>de</strong> la arboleda.<br />

Súbitamente se <strong>de</strong>jó caer en un rápido e impecable picado, <strong>de</strong>sapareciendo<br />

por <strong>de</strong>trás <strong>de</strong>l bosque. Y al instante, el <strong>de</strong>sconcertante e «imposible» sonido...<br />

¡Eran disparos!... ¡Ráfagas!<br />

Creí que alucinaba.<br />

¿Disparos? ¿En el año 25?<br />

Medio minuto <strong>de</strong>spués el águila reapareció, alejándose hacia el Hermón. Y las<br />

«ráfagas <strong>de</strong> ametralladora» cesaron.<br />

Esperamos un nuevo tableteo. Nada. Silencio. No volveríamos a escucharlo.<br />

A la mañana siguiente llegaría la explicación...<br />

Concluida la faena, el Maestro buscó el sol. Podía ser la «décima» (las cuatro<br />

<strong>de</strong> la tar<strong>de</strong>). Faltaban, pues, algo más <strong>de</strong> dos horas para el ocaso.<br />

Y, atento y servicial, preguntó:<br />

-¿Qué tal un baño antes <strong>de</strong> la cena?<br />

¿Un baño? ¿A dos mil metros <strong>de</strong> altitud?<br />

241


Mi hermano, entusiasmado, accedió al instante.<br />

Y con un gesto <strong>de</strong> su mano izquierda nos invitó a seguirle. Como <strong>de</strong>cía, no lo<br />

habíamos visto todo...<br />

El Galileo cruzó la explanada, a<strong>de</strong>ntrándose en la breve arboleda <strong>de</strong>l referido<br />

flanco este. Al otro lado nos aguardaba una no menos reconfortante sorpresa.<br />

¡Las cascadas!<br />

Creo que fue normal. Eran <strong>de</strong>masiadas emociones como para recordar algo<br />

tan insustancial como las repetidas alusiones <strong>de</strong> los montañeses a aquel<br />

«poco recomendable lugar». Espero volver sobre ello, pero, francamente, la<br />

presencia <strong>de</strong>l Hijo <strong>de</strong>l Hombre me tenía -nos tenía- medio hipnotizados...<br />

Al filo mismo <strong>de</strong> los cedros apareció el olvidado nahal Hermón. Bajaba <strong>de</strong> los<br />

ventisqueros. Y lo hacía espumoso, enfadado y protestón. A la altura <strong>de</strong> la<br />

meseta, a cosa <strong>de</strong> cinco o seis metros por <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> nuestros pies, el terreno<br />

se escalonaba, forzando a saltar al torrente. Resultado: dos blancas y rumorosas<br />

cascadas <strong>de</strong> más <strong>de</strong> dos metros <strong>de</strong> altura cada una. Y entre ambas,<br />

una espaciosa y mansa «piscina», <strong>de</strong> aguas frías y transparentes. Un amarillento<br />

circo rocoso <strong>de</strong> yeso cenozoico, magistral-mente diseñado por la<br />

Naturaleza, ocupaba parte <strong>de</strong> la «piscina», frenando el ímpetu <strong>de</strong>l nahal. El<br />

roqueo acompañaba a la corriente, formando un segundo islote al pie <strong>de</strong> la<br />

última cascada.<br />

Des<strong>de</strong> ese instante, para Eliseo y para quien esto escribe, el remanso en<br />

cuestión sería bautizado como la «piscina <strong>de</strong> yeso».<br />

Frente a nosotros, asomándose a dicha «piscina», <strong>de</strong>safiando a los cedros,<br />

vigilaba una solitaria patrulla <strong>de</strong> robles. Y entre la miniarboleda, algunos<br />

sauces y los inevitables corros <strong>de</strong> a<strong>de</strong>lfas.<br />

Y dicho y hecho.<br />

El Maestro, alborozado, se <strong>de</strong>spojó <strong>de</strong> túnica y sandalias y, <strong>de</strong> un salto, se<br />

lanzó <strong>de</strong> cabeza a las aguas, provocando la precipitada huida <strong>de</strong> <strong>de</strong>cenas <strong>de</strong><br />

inquilinos <strong>de</strong>l robledal: nectarinas <strong>de</strong> cabezas y pechos violetas, trigueros <strong>de</strong><br />

oreja negra y cola blanca y tímidos carpinteros sirios, entre otros.<br />

Eliseo, nervioso, se <strong>de</strong>snudó como pudo y, sin dudarlo, siguió el ejemplo <strong>de</strong><br />

Jesús <strong>de</strong> Nazaret.<br />

Y yo, sin po<strong>de</strong>r creer lo que estaba viendo, fui a sentarme al filo <strong>de</strong> la «piscina»,<br />

contemplándolos.<br />

¡El Maestro nadando!<br />

Quizá suene a infantilismo. No lo sé... Tampoco importa. Para mí, aquel Jesús<br />

era nuevo. Distinto. Tan cercano y natural...<br />

Braceaba ágil, con fuerza. Se <strong>de</strong>tenía. Tomaba aire y <strong>de</strong>saparecía bajo las<br />

aguas. Buscaba al ingeniero. Hacía presa en sus piernas y, como si fuera una<br />

pluma, lo levantaba sobre la superficie, <strong>de</strong>jándolo caer. Risas. Eliseo, <strong>de</strong>sconcertado,<br />

se recuperaba y, ni corto ni perezoso, perseguía al Maestro. Se<br />

apoyaba en los brillantes y musculosos hombros e intentaba hundirlo. Im-<br />

242


posible. El Hijo <strong>de</strong>l Hombre era una roca. Se revolvía. Chapoteaba. Y, entre<br />

carcajadas, terminaba hundiendo <strong>de</strong> nuevo al pobre Eliseo...<br />

No sé cuánto tiempo permanecí allí arriba, atónito..., y feliz. Sí, esa es la<br />

palabra exacta: feliz.<br />

Pero, <strong>de</strong> pronto, les vi cuchichear. Y, en silencio, se <strong>de</strong>splazaron hacia quien<br />

esto escribe. Ambos lucían una sospechosa sonrisa <strong>de</strong> complicidad.<br />

Me puse en pie y, comprendiendo las malévolas intenciones, supliqué calma.<br />

Me <strong>de</strong>svestí a toda velocidad y, antes <strong>de</strong> que fuera presa <strong>de</strong> aquellos maravillosos<br />

«locos», salté a la «piscina». Cuando acerté a resollar, cuatro po<strong>de</strong>rosas<br />

manos cayeron sobre mí, hundiéndome.<br />

Y como tres niños, sin <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> reír persiguiéndonos una y otra vez, así se<br />

prolongó aquel primer e inolvidable baño a los pies <strong>de</strong>l Hermón.<br />

Nunca, nunca podré olvidarlo...<br />

Una hora <strong>de</strong>spués, agotados, nos reuníamos al pie <strong>de</strong> los cedros.<br />

El Maestro soltó sus cabellos y fue a sentarse frente a estos ja<strong>de</strong>antes exploradores.<br />

El sol, <strong>de</strong>spidiéndose, rozando el horizonte azul y ondulado <strong>de</strong> los bosques,<br />

empezó a vestir y a preparar para la noche las nevadas cumbres. Y lo hizo<br />

<strong>de</strong>spacio, respetuoso, con <strong>de</strong>dos naranjas.<br />

Jesús inspiró profundamente y echó la cabeza atrás. Después, cerrando los<br />

ojos, permaneció en un largo y majestuoso silencio. Algunas gotas, irreverentes,<br />

resbalaron por las sienes, cayendo sobre el bronceado, ancho y relajado<br />

tórax.<br />

Quedé nuevamente sorprendido. Mientras mi hermano y yo soportábamos el<br />

agitado bombeo <strong>de</strong> los corazones. Él, impasible, apenas alzaba la caja torácica.<br />

Su capacidad <strong>de</strong> recuperación era asombrosa.<br />

Y, <strong>de</strong> pronto, sin previo aviso, el siempre sincero y espontáneo ingeniero<br />

formuló una pregunta. Una cuestión que nos rondaba y atormentaba <strong>de</strong>s<strong>de</strong><br />

mucho antes <strong>de</strong> llegar a su presencia.<br />

Eliseo, como <strong>de</strong> costumbre, fue más valiente que quien esto escribe...<br />

-Señor, ¿qué haces aquí?<br />

De momento, el Galileo no replicó. Continuó con los ojos cerrados, ajeno a<br />

todo y a todos. Pensé que no <strong>de</strong>seaba hablar. Y fulminé a mi compañero con<br />

la mirada. Eliseo, <strong>de</strong>solado, bajó la cabeza.<br />

-No, Jasón -intervino el Maestro, pillándome por sorpresa-, no reprendas a tu<br />

hermano porque, como tú, ansia la verdad...<br />

Era imposible. No lograba acostumbrarme. ¿Cómo lo hacía? ¿Cómo podía<br />

«ver» o «leer» en los corazones? Si tenía los ojos cerrados, ¿cómo pudo...?<br />

En<strong>de</strong>rezó el rostro y, atravesándome con aquella mirada, me salió <strong>de</strong> nuevo al<br />

paso:<br />

-Porque ahora, querido Jasón, finalmente, he recuperado lo que es mío...<br />

Y volviéndose hacia el aturdido Eliseo, regalándole su mejor sonrisa, añadió:<br />

243


-Amigo..., haces bien en preguntar. Para eso estáis aquí. Para contar y dar fe<br />

<strong>de</strong> lo que soy y <strong>de</strong> lo que <strong>de</strong>sea ni i Padre... Vuestro Padre...<br />

Solicité disculpas a mi compañero y, olvidado el leve inci<strong>de</strong>nte, Eliseo, vibrante,<br />

cayó sobre el rabí, matizando a cuestión inicial.<br />

-¿Has venido al Hermón para buscar algo que habías perdido?<br />

El Maestro, encantado ante la transparencia <strong>de</strong> aquel hombre, lo miró unos<br />

segundos. Sus ojos brillaron y una sonrisa casi imperceptible se <strong>de</strong>rramó por<br />

el rostro, alcanzándonos.<br />

Y volvió a <strong>de</strong>sconcertarnos.<br />

-Excelente pregunta... Recuérdamela <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la cena...<br />

Le guiñó un ojo y, <strong>de</strong> un salto, como un atleta, se puso en pie. Recogió sus<br />

cosas y, <strong>de</strong>cidido, canturreando, regresó al mahaneh.<br />

Y estos exploradores, y un Hermón <strong>de</strong>finitivamente naranja, quedaron en<br />

suspenso.<br />

Así era aquel Hombre...<br />

Supongo que es inevitable. Suplico perdón. Espero que el paciente e hipotético<br />

lector <strong>de</strong> estas atropelladas memorias sepa compren<strong>de</strong>r y disculpar.<br />

Escribo con el corazón, con todas mis ya escasas fuerzas, pero, aun así, las<br />

vivencias escapan. Son tantas las cosas que <strong>de</strong>bo contar que, en ocasiones,<br />

no sé por dón<strong>de</strong> tirar y, lo que es peor, pue<strong>de</strong> que olvi<strong>de</strong> <strong>de</strong>talles e impresiones.<br />

Ahora mismo acaba <strong>de</strong> suce<strong>de</strong>r. Estaba olvidando otra <strong>de</strong> las <strong>de</strong>sconocidas<br />

facetas <strong>de</strong>l Hijo <strong>de</strong>l Hombre.<br />

¿Quién ha imaginado alguna vez a Jesús <strong>de</strong> Nazaret «cocinero»?<br />

La verdad es que, en el transcurso <strong>de</strong> las anteriores experiencias junto al<br />

Maestro, jamás reparé en ello. Sin embargo, así era. Así lo <strong>de</strong>scubrimos en el<br />

Hermón. Y nos rendimos a la evi<strong>de</strong>ncia.<br />

¿Jesús cocinero?<br />

Sí..., y muy bueno.<br />

El sol caía. En cuestión <strong>de</strong> una hora oscurecería.<br />

Y Jesús puso manos a la obra. Eliseo, más hábil para los menesteres domésticos<br />

que este limitado explorador, se brindó como «pinche». Y reconozco<br />

que, en el tiempo que duró la estancia en las cumbres <strong>de</strong> la Gaulanitis, el<br />

Maestro y mi hermano formaron una excelente y bien compenetrada pareja<br />

culinaria.<br />

Quien esto escribe, como era <strong>de</strong> prever, fue relegado a «pinche <strong>de</strong>l pinche».<br />

En otras palabras: a mero fregaplatos. Pero no me arrepiento. También<br />

aprendí lo mío con el natrón, ollas, vasos y <strong>de</strong>más utensilios <strong>de</strong> cocina.<br />

El Maestro dio las ór<strong>de</strong>nes oportunas y estos «ayudantes», sumisos y felices,<br />

se dispusieron a levantar un buen fuego.<br />

Frente a la tienda <strong>de</strong>l Galileo se hallaba preparado un mo<strong>de</strong>sto hogar: seis<br />

gran<strong>de</strong>s piedras en círculo y, al lado, una buena reserva <strong>de</strong> ramas <strong>de</strong> cedro.<br />

244


Pero surgió el primer problema...<br />

«Denario» y yo nos interrogamos mutuamente. Ninguno cayó en la cuenta.<br />

Entre las provisiones adquiridas a los Tiglat no figuraba el imprescindible<br />

manojo <strong>de</strong> «cerillas». Aquellas largas astillas previamente embadurnadas en<br />

azufre y que eran activadas al choque <strong>de</strong>l pe<strong>de</strong>rnal.<br />

Discutimos. Busqué entre los sacos. Negativo. Ni rastro <strong>de</strong> las dichosas «cerillas».<br />

El Maestro escuchó y, advirtiendo la naturaleza <strong>de</strong>l conflicto, fue a su tienda.<br />

Al poco, <strong>de</strong>positando en mis pecadoras manos un puñado <strong>de</strong> «fósforos»,<br />

sentenció burlón:<br />

-¡Vaya par <strong>de</strong> ángeles!<br />

Instantes <strong>de</strong>spués, gracias a mi hermano, claro está, un aromático fuego<br />

danzaba rojo, alto y con ganas, llamando la atención <strong>de</strong> un madrugador y<br />

curioso Venus.<br />

A partir <strong>de</strong> ese momento -dada mi preclara inutilidad- me limité a vigilar y<br />

sostener las llamas, asistiendo, entre incrédulo y divertido, al ir y venir <strong>de</strong> los<br />

esforzados y muy serios «cocineros».<br />

¡Quién lo hubiera dicho! ¡Jesús <strong>de</strong> Nazaret cocinando...!<br />

Primero extendió una amplia estera <strong>de</strong> hoja <strong>de</strong> palma sobre la hierba. Después<br />

organizó los cacharros y dispuso ingredientes y viandas.<br />

Eliseo, atentísimo, cumplió las instrucciones <strong>de</strong>l chef. Tomó media docena <strong>de</strong><br />

blancas y hermosas manzanas sirias y comenzó el rallado.<br />

Sonreí para mis a<strong>de</strong>ntros. No lo había visto tan concentrado ni en las operaciones<br />

<strong>de</strong> vuelo <strong>de</strong> la «cuna»...<br />

De pronto, al llegar al corazón <strong>de</strong> la primera fruta, se <strong>de</strong>tuvo. E, in<strong>de</strong>ciso,<br />

preguntó:<br />

-Señor, ¿qué hago con el lebab?<br />

(En arameo, la palabra lebab tenía un doble sentido: corazón y mente.)<br />

Jesús, absorto en el batido <strong>de</strong> una salsa, replicó sin levantar la vista <strong>de</strong>l<br />

cuenco <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra:<br />

-¿Qué le ocurre?... ¿Está inquieta?<br />

Comprendí. El Maestro, distraído, interpretó el término como «mente».<br />

-¿Inquieta? No, Señor... Es que no sé qué hacer con él.<br />

-Olvida las preocupaciones. Disfruta <strong>de</strong>l momento...<br />

-Pero...<br />

-Comprendo... -se resignó Jesús, agitando con fuerza la mezcla-. La echas <strong>de</strong><br />

menos... ¿Es guapa?<br />

El ingeniero, perplejo, miró el corazón que sostenía entre los <strong>de</strong>dos.<br />

-¿Guapa?... No, Señor...<br />

-¿No es guapa? -prosiguió sin <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> golpear la salsa-. ¡Qué raro!... ¿Y cuál<br />

es el problema? ¿Por qué te inquietas?<br />

-Señor -intentó aclarar el cada vez más confuso «pinche»-, es una tappuah...<br />

245


Nuevo enredo. Tappuah (manzana) era utilizado también como piropo.<br />

Equivalía a «dulce», «sabrosa», «<strong>de</strong>seable» (referido, naturalmente, a una<br />

mujer bella).<br />

-¿En qué quedamos? ¿Es o no tappuah?<br />

-Sí, pero...<br />

No pu<strong>de</strong> contenerme y rompí a reír, alertando al ensimismado «cocinero<br />

jefe».<br />

Jesús alzó la vista y Eliseo, mostrándole el corazón <strong>de</strong> la tappuah, insistió rojo<br />

como una amapola:<br />

-Yo no tengo novia, Señor... Hablaba <strong>de</strong>l corazón. ¿Lo rallo o no?<br />

Naturalmente, al <strong>de</strong>scubrir el equívoco, las carcajadas regresaron al mahaneh,<br />

contagiando a las primeras estrellas. Y las vi parpa<strong>de</strong>ar, <strong>de</strong>sconcertadas.<br />

Así era aquel maravilloso Hombre...<br />

La cena no se <strong>de</strong>moró.<br />

Ensalada «ma<strong>de</strong> in María», la <strong>de</strong> la «palomas». Una receta aprendida <strong>de</strong> su<br />

madre. Disfrutamos y repetimos:<br />

manzanas ralladas, palitos <strong>de</strong> una legumbre parecida al apio, nueces, pasas<br />

<strong>de</strong> Corinto (sin grano) y una suave y disgestiva salsa integrada por aceite, sal,<br />

miel, vinagre y un chorreón <strong>de</strong> vino.<br />

Después, tocino magro a la brasa y queso en abundancia.<br />

No pu<strong>de</strong> por menos <strong>de</strong> felicitarles. Y mi hermano, satisfecho y mordaz, tendió<br />

la mano, obligándome a besarla. Pero el <strong>de</strong> Nazaret, que no le iba a la zaga en<br />

el sentido <strong>de</strong>l humor, hizo otro tanto. Ese beso, sin embargo, fue distinto. Y<br />

me estremecí...<br />

La noche nos sorprendió. La temperatura <strong>de</strong>scendió ligeramente y el firmamento,<br />

atento, con una luz <strong>de</strong> lujo, se arremolinó sobre el Hermón, sabedor<br />

<strong>de</strong> a «quién» iluminaba y protegía. Hasta el cometa Halley, oportunísimo,<br />

asomó una breve cabellera por el oeste <strong>de</strong> la pulsante Procyon...<br />

No, las estrellas no se equivocaban. Aquélla, efectivamente, sería una noche<br />

histórica. Inolvidable. Al menos para nosotros...<br />

Allí, concluida la cena, al amor <strong>de</strong>l fuego, con el rítmico e incansable croar <strong>de</strong><br />

las ranas junto al nahal Hermón, tendría lugar la primera <strong>de</strong> una serie <strong>de</strong><br />

conversaciones con el Hijo <strong>de</strong>l Hombre. Unas conversaciones íntimas. Sinceras.<br />

Reveladoras...<br />

Prácticamente, excepción hecha <strong>de</strong> la última semana, cada jornada, a la<br />

misma hora, como algo minuciosamente «programado», el Maestro habló,<br />

abriendo mentes y corazones. Y así, suavemente, nos fue preparando...<br />

No ha sido fácil. A pesar <strong>de</strong> los muchos apuntes y notas, tomados siempre tras<br />

las animadas tertulias y en el silencio <strong>de</strong> la tienda, algunas <strong>de</strong> sus i<strong>de</strong>as y<br />

palabras, muy probablemente, se perdieron. Pero ha quedado lo fundamental.<br />

Las claves...<br />

Y entiendo que <strong>de</strong>bo ser honesto. No todo lo que dijo pue<strong>de</strong> ser recogido aquí<br />

246


y ahora. El mundo no lo enten<strong>de</strong>ría. «Eso» ha sido guardado en lo más<br />

profundo <strong>de</strong> mi corazón. Quizá, antes <strong>de</strong> mi ya cercana muerte, me <strong>de</strong>cida a<br />

escribirlo con la esperanza <strong>de</strong> que sea leído por las generaciones futuras. El<br />

«sabe»...<br />

Y otra advertencia. Aunque he procurado reunir por capítulos los asuntos <strong>de</strong><br />

mayor calado, las intensas charlas no siempre fueron monográficas. Como es<br />

lógico y natural, <strong>de</strong>pendiendo <strong>de</strong> las circunstancias, saltábamos <strong>de</strong> un tema a<br />

otro. No obstante, para una mayor claridad, he buscado un cierto or<strong>de</strong>n, un<br />

hilo conductor...<br />

Dicho esto, prosigamos.<br />

El primero en hablar fue Él. Serio, pausadamente, se interesó por nuestro<br />

viaje. Nunca supimos con certeza a cuál se refería. Estaba claro que conocía<br />

nuestro verda<strong>de</strong>ro «origen», pero siempre -y mucho más en presencia <strong>de</strong><br />

otros- se mantuvo en una discreta «nebulosa». En el fondo lo agra<strong>de</strong>cimos.<br />

Finalmente, como colofón, llenándonos una vez más <strong>de</strong> optimismo y sorpresa,<br />

repitió lo apuntado en las «cascadas»:<br />

-Mis queridos «ángeles»... No os rindáis... ¡Ánimo!... Ni vosotros mismos sois<br />

conscientes <strong>de</strong> la trascen<strong>de</strong>ncia <strong>de</strong> vuestro trabajo...<br />

Alzó la vista hacia los luceros y, suspirando, añadió:<br />

-Mi Padre sabe... Llegará el día, gracias a vosotros y a otro «mensajero», en<br />

que mis palabras y mi obra refrescarán la memoria <strong>de</strong>l mundo. Gracias por<br />

a<strong>de</strong>lantado...<br />

-¿Otro «mensajero»?<br />

Eliseo y yo nos pisamos la pregunta.<br />

El Maestro, sonriente, asintió con la cabeza. Pero nos <strong>de</strong>jó en el aire. Hoy, casi<br />

con seguridad, sé a qué se refería. Mejor dicho, a quién. Él, a su manera,<br />

también estaba allí..., en la suave noche <strong>de</strong>l Hermón.<br />

-Señor -terció el ingeniero, que jamás olvidaba-; contéstanos ahora. Lo<br />

prometiste. ¿Qué es lo que has perdido en estas montañas? ¿Por qué dices<br />

que has venido a recuperar lo que es tuyo?<br />

El Hijo <strong>de</strong>l Hombre, consciente <strong>de</strong> lo que se disponía a revelar, meditó las<br />

palabras. Echó mano <strong>de</strong> una <strong>de</strong> las ramas y jugueteó con el pacífico fuego.<br />

Después, grave, en un tono que no admitía duda alguna, se expresó así:<br />

-Hijo mío, lo que voy a comunicarte no es <strong>de</strong> fácil comprensión para la limitada<br />

y torpe naturaleza humana. Sois los más pequeños <strong>de</strong> mi reino y<br />

entiendo que tu mente se resista. Pero, en breve, cuando llegue mi hora, lo<br />

compren<strong>de</strong>rás...<br />

Y <strong>de</strong>sviando la mirada hacia este atento explorador insistió:<br />

-Entonces, sólo entonces, estaréis en condición <strong>de</strong> enten<strong>de</strong>rlo. Ahora, por el<br />

momento, escuchad y confiad...<br />

Eliseo, impulsivo, le interrumpió:<br />

-¡Confiamos, Señor!... ¡Tú lo sabes!<br />

247


Jesús lo agra<strong>de</strong>ció. Le sonrió y prosiguió:<br />

-De acuerdo a la voluntad <strong>de</strong> mi Padre, ha llegado el momento <strong>de</strong> restablecer<br />

en mí mismo la auténtica i<strong>de</strong>ntidad <strong>de</strong>l Hijo <strong>de</strong>l Hombre. Mi verda<strong>de</strong>ra memoria,<br />

voluntariamente eclipsada durante esta encarnación, ha vuelto a mí...<br />

Y con ella, mi «otro espíritu»...<br />

Quedamos perplejos y confusos. Y, <strong>de</strong> pronto, una luz me iluminó. Creí enten<strong>de</strong>r<br />

lo que <strong>de</strong>cía. En el fondo estaba confirmando lo que ya explicó en el<br />

otro «ahora» y que fue <strong>de</strong>tallado en páginas prece<strong>de</strong>ntes.<br />

Sonrió <strong>de</strong> nuevo y, mirándome fijamente, asintió <strong>de</strong>spacio, convirtiéndose en<br />

cómplice <strong>de</strong> los súbitos recuerdos.<br />

-Así es, querido amigo, así es...<br />

Y durante un largo rato <strong>de</strong>scendió a los <strong>de</strong>talles, informando <strong>de</strong>l porqué <strong>de</strong> su<br />

presencia en este mundo.<br />

Al parecer -según dijo-, ésa era la voluntad <strong>de</strong> su querido Ab-bá, su Padre<br />

Celestial. Él, como Hijo <strong>de</strong> Dios, <strong>de</strong>bía vivir, conocer y experimentar <strong>de</strong> cerca<br />

la existencia terrenal <strong>de</strong> sus propias criaturas. Eso era lo establecido. Ese<br />

requisito resultaba vital e imprescindible para alcanzar la absoluta y <strong>de</strong>finitiva<br />

soberanía como Creador <strong>de</strong> su universo... Ése, en suma, era el precio para<br />

lograr la <strong>de</strong>finitiva entronización como rey <strong>de</strong> su propia creación.<br />

Y advirtiendo nuestra perplejidad recalcó:<br />

-No os atormentéis... Estáis en el principio <strong>de</strong> una larga travesía hacia el<br />

Padre. Ahora <strong>de</strong>be bastaros con mi palabra.<br />

-Entonces, si no he comprendido mal -terció el ingeniero-, tú eres un Dios...<br />

«camuflado»,<br />

El Maestro, <strong>de</strong>scabalgado, rió con ganas. No había duda. Las ingenuas y,<br />

aparentemente, infantiles cuestiones <strong>de</strong> Eliseo le fascinaban.<br />

-¿Un Dios escondido?... Sí, <strong>de</strong> momento...<br />

Le guiñó un ojo y añadió:<br />

-Y os diré más. Aunque tampoco es fácil <strong>de</strong> asimilar, <strong>de</strong> acuerdo con los <strong>de</strong>signios<br />

<strong>de</strong> Ab-ba, otro <strong>de</strong> los objetivos <strong>de</strong> esta experiencia humana consiste<br />

en «vivir» la fe y la confianza que yo mismo, como Creador, solicito <strong>de</strong> mis<br />

hijos respecto a ese magnífico Padre.<br />

Y subrayó con énfasis:<br />

-Vivir la fe y la confianza...<br />

-Pero, no comprendo..., ¿es que tú no tienes fe?<br />

La risa lo dobló <strong>de</strong> nuevo y, cuando acertó a recuperarse, aclaró:<br />

-Mi querido ángel..., yo soy la fe. Pero, aun así, conviene que sea probado.<br />

-Una experiencia... -musitó casi para sí el cada vez más <strong>de</strong>sconcertado Eliseo-.<br />

Tu encarnación en este planeta obe<strong>de</strong>ce a eso, a la necesidad <strong>de</strong> experimentar…<br />

-Es el plan divino. Sólo así puedo llegar a ser íntima y realmente misericordioso.<br />

248


Mi hermano buscó mi parecer.<br />

-Y tú, «pinche» <strong>de</strong> ángel, ¿qué dices? Esto es nuevo para mí. Esto nada tiene<br />

que ver con lo que han dicho...<br />

Jesús, sonriendo pícaramente, aguardó mi respuesta.<br />

-A juzgar por lo visto y oído -resumí-, muy poco <strong>de</strong> lo dicho y escrito tiene que<br />

ver con la verdad...<br />

Y me atreví a profundizar en lo que ya sabía.<br />

-...Si no he comprendido mal, tú, Señor, no estás aquí para redimir a nadie...<br />

Sencillamente, negó con la cabeza. Y afirmó:<br />

-En su momento lo escuchaste <strong>de</strong>l propio Hijo glorificado: el Padre no es un<br />

juez. El Padre no lleva esa clase <strong>de</strong> cuentas. ¿Por qué exigir responsabilida<strong>de</strong>s<br />

a unas criaturas que no tienen culpa? Cada uno respon<strong>de</strong> <strong>de</strong> sus propios<br />

errores...<br />

Eliseo se mostró <strong>de</strong> acuerdo.<br />

-Eso sí tiene sentido.<br />

Y Jesús, señalándonos entonces con el <strong>de</strong>do, remachó:<br />

-Estad, pues, atentos y cumplid vuestra misión: <strong>de</strong>béis ser fieles mensajeros<br />

<strong>de</strong> cuanto digo. Que el mundo, vuestro mundo, no se confunda.<br />

Mensaje recibido.<br />

-Conocer <strong>de</strong> cerca a tus criaturas. Vivir y experimentar en la carne. Pero,<br />

Maestro, ¿qué pue<strong>de</strong>s apren<strong>de</strong>r <strong>de</strong> nosotros?<br />

Mi compañero, perplejo, siguió preguntando y preguntándose.<br />

-... ¿Qué hay <strong>de</strong> bueno en unos seres tan mezquinos, brutales, necios, primitivos...?<br />

El Galileo le interrumpió.<br />

-¡Dios!<br />

-¿Dios?<br />

-Así es -explicó Jesús acariciando cada palabra-. Ésa es otra <strong>de</strong> las razones, la<br />

gran razón, por la que he <strong>de</strong>scendido hasta vosotros. Revelar a Ab-ba. Recordar<br />

a éstas, y a todas las criaturas <strong>de</strong> mi reino, que el Padre resi<strong>de</strong>,<br />

per-so-nal-men-te, en cada espíritu.<br />

Eliseo, en esos momentos, no se percató <strong>de</strong> la importancia <strong>de</strong> la revolucionaria<br />

afirmación <strong>de</strong>l Galileo. Y se <strong>de</strong>svió:<br />

-¿Otras criaturas?<br />

Jesús, comprendiendo, se resignó. Sonrió con benevolencia y asintió <strong>de</strong><br />

nuevo con la cabeza en un significativo silencio.<br />

-Pero, ¿cómo otras criaturas? ¿Dón<strong>de</strong>?<br />

-Querido e impulsivo niño... Acabo <strong>de</strong> <strong>de</strong>círtelo: estás en los comienzos <strong>de</strong><br />

una venturosa carrera hacia el Padre. Algún día lo verás con tus propios ojos.<br />

La creación es vida. No reduzcas al Padre a las cortas fronteras <strong>de</strong> tu percepción;<br />

y te diré más: la generosidad <strong>de</strong> Ab-ba es tan inconmensurable que<br />

nunca, ¡nunca!, alcanzarás a conocer sus límites.<br />

249


-¿Estás diciendo -manifestó el ingeniero con incredulidad- que ahí fuera hay<br />

vida inteligente?<br />

-Mírame... ¿Me consi<strong>de</strong>ras inteligente?<br />

Eliseo, aturdido, balbuceó un «sí».<br />

-Pues yo, hijo mío, procedo <strong>de</strong> «ahí fuera», como tú dices...<br />

Eliseo, <strong>de</strong>scolocado, cayó en un profundo mutismo. Él, como yo, amaba a<br />

Jesús <strong>de</strong> Nazaret. Habíamos visto lo suficiente como para no poner en duda<br />

sus palabras. El tiempo, por supuesto, seguiría ratificando este convencimiento.<br />

Aproveché el silencio <strong>de</strong> mi compañero y me centré en otra <strong>de</strong> las insinuaciones<br />

<strong>de</strong>l Maestro.<br />

-Tu reino... ¿Dón<strong>de</strong> está? ¿En qué consiste?<br />

Jesús extendió los brazos. Abrió las palmas <strong>de</strong> las manos y me miró feliz.<br />

-Aquí mismo...<br />

Después, levantando el rostro hacia la apretada e insultante «Vía Láctea»,<br />

añadió:<br />

-Ahí mismo...<br />

-¿El universo es tu reino?<br />

-No, querido Jasón -matizó con aquella infinita paciencia-, los universos<br />

tienen sus propios creadores. El mío es uno <strong>de</strong> ellos...<br />

-Eso tiene gracia -reaccionó el ingeniero-. Tú, Señor, no eres el único Dios...<br />

-Te lo repito una vez más: la pequeña llama <strong>de</strong> tu entendimiento acaba <strong>de</strong> ser<br />

encendida. No pretendas iluminar con ella la totalidad <strong>de</strong> lo creado. Date<br />

tiempo, querido ángel...<br />

Pero Eliseo, <strong>de</strong> i<strong>de</strong>as fijas, comentó casi para sí:<br />

-¡Muchos Dioses!... Y tú, ¿eres gran<strong>de</strong> o pequeñito?<br />

El Maestro y yo cruzamos una mirada. Y, sin po<strong>de</strong>r remediarlo, terminamos<br />

riendo.<br />

-En los reinos <strong>de</strong> mi Padre, querido «pinche», no hay gran<strong>de</strong>s ni pequeñitos...<br />

El amor no distingue. No mi<strong>de</strong>.<br />

-Señor, hay algo que no sé...<br />

-¡Por fin! -me interrumpió socarrón-. ¡Por fin alguien reconoce que no sabe!<br />

-... Esas criaturas, las que dices que también forman tu reino, ¿son como<br />

nosotros? ¿Necesitan igualmente que les recuer<strong>de</strong>s quién es el Padre?<br />

-Toda la creación vive para alcanzar y conocer a Ab-bá. Ésa es la única, la<br />

sublime, la gran meta... Algunos, como vosotros, están aún en el principio <strong>de</strong>l<br />

principio. Ellos, no lo dudéis, están pendientes <strong>de</strong> este pequeño y perdido<br />

mundo. Lo que aquí está a punto <strong>de</strong> suce<strong>de</strong>r los llenará <strong>de</strong> orgullo y <strong>de</strong> esperanza...<br />

Extrañas y misteriosas palabras.<br />

-¿Y por qué nosotros? -atacó <strong>de</strong> nuevo el incansable ingeniero-. ¿Por qué has<br />

elegido este remoto planeta?<br />

250


-Eso obe<strong>de</strong>ce a los <strong>de</strong>signios <strong>de</strong>l Padre..., y a los míos, como Creador. En su<br />

momento te hablaré <strong>de</strong> las <strong>de</strong>sdichas <strong>de</strong> este agitado y confundido mundo.<br />

Nada, en la creación, es fruto <strong>de</strong>l azar o <strong>de</strong> la improvisación!.<br />

Lamentablemente, mi hermano volvió a interrumpirlo, cortando lo que, sin<br />

duda, podía hacer sido una revelación. Pero quien esto escribe no lo olvidó.<br />

-Entonces, Señor, tú vas por tu reino, por tu universo, revelando al Padre...<br />

¿Ése es tu trabajo?<br />

La capacidad <strong>de</strong> asombro <strong>de</strong> aquel Hombre no parecía tener límite. Abrió los<br />

luminosos ojos y, conmovido, replicó:<br />

-Sí y no... Entrar a formar parte <strong>de</strong> la vida <strong>de</strong> mis criaturas, como te dije, es<br />

una exigencia para todo Hijo Creador. Antes <strong>de</strong> esta encarnación, por ejemplo,<br />

yo he sido ángel... Y también me he sometido voluntariamente a la naturaleza<br />

<strong>de</strong> otros seres a mi servicio. Otros seres que tú, ahora, ni siquiera imaginas...<br />

-¿Tú has sido un ángel?... Pero, ¿cómo?<br />

-Hijo mío, ¿pue<strong>de</strong>s explicar a los hombres <strong>de</strong> este tiempo <strong>de</strong> dón<strong>de</strong> vienes y<br />

cómo lo haces?<br />

Eliseo negó con la cabeza.<br />

-Pues bien, <strong>de</strong>ja que el conocimiento y la revelación lleguen a su <strong>de</strong>bido<br />

tiempo. Disfruta <strong>de</strong> la maravillosa aventura <strong>de</strong> la ascensión hacia el Padre.<br />

Nada quedará oculto..., pero ten fe. Aguarda confiado.<br />

Y Jesús puso el <strong>de</strong>do en la llaga.<br />

-Dime: ¿crees en lo que digo?<br />

Esta vez me uní a la rotunda afirmación <strong>de</strong> Eliseo.<br />

-Absolutamente, Señor...<br />

-Entonces, <strong>de</strong>jadme hacer. Mi Padre «sabe». No lo olvidéis..<br />

-Ahora lo entiendo -susurró el «pinche»-, ahora lo entiendo... 11<br />

Señaló las <strong>de</strong>sdibujadas nieves <strong>de</strong>l Hermón y proclamó triunfante:<br />

-Ha llegado tu hora... El Creador ha recuperado lo que es suyo. Ahora sabe<br />

quién es. Aquí y ahora se ha hecho el milagro. Jesús <strong>de</strong> Nazaret, el hombre, es<br />

consciente, al fin, <strong>de</strong> su verda<strong>de</strong>ra naturaleza divina..<br />

-Hijo mío, eres afortunado... Es mi Padre quien habla por ti.<br />

Las llamas oscilaron, tan electrizadas como nuestros corazones. Mi hermano<br />

-no sé cómo- lo resumió a la perfección. Y nosotros, por la generosidad <strong>de</strong> los<br />

cielos, fuimos testigos. Testigos <strong>de</strong> excepción <strong>de</strong>l «gran cambio»...<br />

Aunque creo haberlo mencionado, bueno será recordarlo.<br />

En esas fechas, justamente, agosto <strong>de</strong>l año 25, en la montaña santa, el Hijo<br />

<strong>de</strong>l Hombre, arrastrado por el Destino, «<strong>de</strong>spertó». Mis sospechas se vieron<br />

así confirmadas. Jesús <strong>de</strong> Nazaret nació y vivió como un ser humano normal<br />

y corriente. Durante años -tal y como reconocería en aquellas conversaciones<br />

nocturnas- no supo quién era en realidad. Él mismo, antes <strong>de</strong> su encarnación,<br />

se impuso esta condición. Sólo así, con esa generosa renuncia, fue posible<br />

vivir, sufrir y experimentar, en <strong>de</strong>finitiva, la naturaleza humana. Fueron años<br />

251


turbulentos. «Algo» férreo e invisible lo impulsaba hacia el gran Padre Azul.<br />

Pero, ¿quién era Él? ¿A qué obe<strong>de</strong>cía este irrefrenable «tirón»? ¿Por qué su<br />

corazón se empeñaba en hablar a las gentes <strong>de</strong> su Padre Celestial? Y la lucha<br />

-una batalla ignorada igualmente por los escritores sagrados (?)- se prolongó,<br />

feroz, hasta ese mes <strong>de</strong> elul, cuando el Maestro estaba a punto <strong>de</strong> cumplir 31<br />

años...<br />

¡Dios santo!<br />

Este «hallazgo», revalidado <strong>de</strong>spués por los innumerables prodigios, me<br />

mantuvo en vela durante muchas noches.<br />

¿Estábamos en la presencia <strong>de</strong> un Dios! Sin embargo, por más que lo observaba<br />

y estudiaba, no era capaz <strong>de</strong> distinguir la frontera entre lo puramente<br />

humano y lo divino. Lo a<strong>de</strong>lanto y lo confieso humil<strong>de</strong>mente: fue un misterio.<br />

Científicamente carezco <strong>de</strong> explicación. Pero así fue.<br />

¡Un Dios hombre!<br />

Mejor dicho, un Dios a la búsqueda <strong>de</strong>l hombre...<br />

¡Un Dios niño!<br />

Mejor dicho, un Dios anulado. Inmolado durante años en la espesa y torpe<br />

naturaleza humana. La más baja <strong>de</strong> la creación...<br />

¡Un Dios in<strong>de</strong>fenso!<br />

Mejor dicho, un Dios <strong>de</strong>samparado..., voluntariamente.<br />

Demasiados enigmas para este pobre e inútil explorador. ..<br />

Y otro dato más, escuchado <strong>de</strong> sus propios labios: justo en esos días, durante<br />

la estancia en el Hermón, una vez asumida la genuina naturaleza divina, el<br />

Maestro pudo haber abandonado el mundo <strong>de</strong> su encarnación.<br />

Al plantear la insólita y <strong>de</strong>sconocida posibilidad, Eliseo, pasmado, preguntó:<br />

-¿Qué dices? ¿Hablas en serio?<br />

Naturalmente. A pesar <strong>de</strong> sus continuas bromas, el Maestro siempre hablaba<br />

en serio.<br />

-Mi trabajo -manifestó- ha sido culminado. He cumplido la voluntad <strong>de</strong>l Padre.<br />

Ahora conozco al hombre. De haber regresado a mi lugar habría recibido la<br />

soberanía que me pertenece. Pero...<br />

Hizo una pausa. Nos miró con ternura y añadió:<br />

-Pero me he sometido al Padre...<br />

Eliseo, impaciente, le cortó.<br />

-¿Y qué ha dicho el «Jefe»?<br />

El Galileo, <strong>de</strong>sarmado, interrumpió lo que iba a <strong>de</strong>cir. Y, entre risas, preguntó<br />

a su vez:<br />

-¿El Jefe?<br />

-Sí -apremió el ingeniero señalando al no menos atónito firmamento-, el<br />

«Barbas»...»<br />

-¿El «Barbas»?<br />

-El Padre... Tú me entien<strong>de</strong>s, Señor... Yo, al Padre, me lo imagino así..., con<br />

252


arbas. »<br />

-¿Y por qué con barbas?<br />

-Si es lo que dices, Señor, tiene que ser muy viejo...<br />

Jesús, maravillosamente <strong>de</strong>sconcertado, sonrió levemente. Fue una sonrisa<br />

fugaz, pero plena <strong>de</strong> amor y satisfacción.<br />

-Te diré algo. Poco importa si estás o no acertado. A mi Padre le encantan<br />

esos retratos...<br />

-Y bien... ¿Qué ha dicho?<br />

-Que mañana será otro día..., querido «pinche».<br />

-Pero…<br />

Ahí finalizó la charla. Jesús, guiñándole un ojo, se puso en pie.<br />

-El «Barbas» dice que es hora <strong>de</strong> <strong>de</strong>scansar. Para hablar <strong>de</strong> Él necesitamos<br />

tiempo. Mucho tiempo...<br />

PRIMERA SEMANA EN EL HERMÓN<br />

¿Desilusión?<br />

Sí, en parte...<br />

A la mañana siguiente, al <strong>de</strong>spertar, el Maestro no se hallaba en el mahaneh.<br />

Frente a la tienda había situado una <strong>de</strong> las escudillas <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra. En el interior,<br />

garrapateado con un tizón, se leía:<br />

«Estoy con el "Barbas". Regresaré al atar<strong>de</strong>cer.»<br />

Pronto nos acostumbraríamos. Mejor dicho, nos resignaríamos. La verdad es<br />

que, una vez conocido, era difícil vivir sin su compañía. Pero, como digo, no<br />

tuvimos opción. Debíamos respetarlo y respetar sus ausencias. Y así ocurrió a<br />

lo largo <strong>de</strong> aquellas cuatro inolvidables semanas en el Hermón. La mayor<br />

parte <strong>de</strong> las veces <strong>de</strong>saparecía <strong>de</strong>l campamento con el amanecer. Desayunaba<br />

algo y, feliz, tomaba el sen<strong>de</strong>rillo que atravesaba los bosques <strong>de</strong> cedros,<br />

rumbo a los ventisqueros. Poco antes <strong>de</strong>l ocaso le veíamos retornar y,<br />

siempre, siempre aparecía alegre, renovado, casi transfigurado... ¿Explicación?:<br />

Ab-bá. Según Él, ese tiempo en íntima comunión con el Padre era<br />

esencial. En varias oportunida<strong>de</strong>s, obe<strong>de</strong>ciendo sus <strong>de</strong>seos, tuvimos ocasión<br />

<strong>de</strong> acompañarlo. Y, como iré relatando, <strong>de</strong>scubrimos algunas nuevas facetas<br />

<strong>de</strong> aquel increíble Hombre...<br />

El prolongado <strong>de</strong>scanso -a qué negarlo- fue provi<strong>de</strong>ncial. No sólo nos llenó <strong>de</strong><br />

fuerza y optimismo -vitales para los intensos días que aguardaban- sino que,<br />

por encima <strong>de</strong> todo, nos permitió profundizar en el pensamiento y en los<br />

objetivos <strong>de</strong>l Hijo <strong>de</strong>l Hombre. Y, por añadidura, nuestros ojos se abrieron,<br />

disipando dudas y oscurida<strong>de</strong>s.<br />

Hoy, en la distancia, agra<strong>de</strong>cido y maravillado, doy gracias. Aquella aventura<br />

modificó nuestras vidas, dándole sentido. ¡Cuánto aprendimos!<br />

No puedo pensar otra cosa: todo estuvo <strong>de</strong>licada y magistralmente «pro-<br />

253


gramado».<br />

En cuanto al día a día <strong>de</strong> estos pictóricos exploradores, fue simple y espartano.<br />

Quien esto escribe se ocupaba en el repaso <strong>de</strong> las notas. Atendía junto a mi<br />

hermano los mo<strong>de</strong>stos quehaceres domésticos, nos relajábamos en la «piscina»<br />

o caminábamos por los alre<strong>de</strong>dores, siempre sorprendidos por la<br />

magnífica naturaleza. Y cada jornada, con el ocaso, el instante culminante: el<br />

retorno <strong>de</strong> Jesús <strong>de</strong> Nazaret. Después, tras la cena, las ansiadas tertulias...<br />

Aquel martes, sin embargo, 21 <strong>de</strong> agosto, sería diferente. Veamos por qué...<br />

Recuerdo que, tras asearnos y fregotear los cacharros en la «piscina <strong>de</strong> yeso»,<br />

al penetrar <strong>de</strong> nuevo en la tienda y disponerme a escribir, «algo» me llamó la<br />

atención. Revisé apuntes y memoria y, efectivamente, caí en la cuenta...<br />

Busqué a Eliseo y, entre aturdido y alborozado, anuncié:<br />

-¿Sabes qué día es hoy?<br />

El ingeniero, burlón, replicó:<br />

-¿De qué tiempo? ¿Del nuestro o <strong>de</strong>l actual?<br />

Le mostré uno <strong>de</strong> los pergaminos y leyó:<br />

-«Veintiuno <strong>de</strong> agosto»... ¿Y qué?<br />

-¿No lo recuerdas?... Hoy es su cumpleaños.<br />

-¿Hoy?<br />

El rostro <strong>de</strong>l amigo se iluminó.<br />

-Su cumpleaños... Y hace...»<br />

-Creo que treinta y uno... ¿Se te ocurre algo? «Permaneció pensativo. Después,<br />

prosiguiendo con la limpieza <strong>de</strong>l hogar, soltó un lacónico «pue<strong>de</strong> ser...»<br />

No le saqué una sola palabra más. Y, encogiéndose <strong>de</strong> hombros, regresé a lo<br />

mío. A <strong>de</strong>cir verdad, no me quedé tranquilo. Conocía a Eliseo y sabía que su<br />

calenturienta imaginación <strong>de</strong>scansaría...<br />

Al poco, sin embargo, estas reflexiones se vieron súbitamente interrumpidas.<br />

Allí estaba otra vez...<br />

Salí intrigado. Mi hermano, en pie, con las manos sobre los ojos y a manera <strong>de</strong><br />

visera, oteaba el flanco oriental <strong>de</strong> la meseta. Pero el sol, frontal y rasante, no<br />

nos permitió ver con claridad.<br />

-¿Estás oyendo? -preguntó el ingeniero a media voz-. Esto es <strong>de</strong> locos...<br />

Asentí.<br />

¡Eran «disparos»!... ¡Auténticas ráfagas!<br />

Y el eco jugueteó en las cumbres, asustando a los inquilinos <strong>de</strong>l cedro gigante.<br />

No había duda. «Aquello» era real.<br />

Tomé la «vara <strong>de</strong> Moisés» y, <strong>de</strong>cidido a <strong>de</strong>spejar la irritante incógnita, me<br />

encaminé hacia las «cascadas». Eliseo, <strong>de</strong>trás, siguió con la cantinela.<br />

-Jasón, estamos alucinando...<br />

En la última fila <strong>de</strong> cedros nos <strong>de</strong>tuvimos. Y, ocultos, fuimos a <strong>de</strong>scubrir el<br />

origen <strong>de</strong>l increíble «tableteo».<br />

254


¿«Tableteo»?<br />

Sí y, a<strong>de</strong>más, toses, silbidos, ronquidos y un agudo y no menos <strong>de</strong>sconcertante<br />

ruido. Algo así como un «je-je-je-je»...<br />

Eliseo y yo nos miramos. Y poco faltó para que le diera con la vara en la<br />

cabeza...<br />

-¿Alucinados...? ¡Tú sí que estás loco!<br />

-Pero, ¿qué son?<br />

No supe respon<strong>de</strong>r. La verdad es que nunca los había visto. Más tar<strong>de</strong>, al<br />

retornar al Ravid y consultar a «Santa Claus», recibimos puntual información.<br />

Los responsables <strong>de</strong> los «disparos», silbidos, etc., eran en realidad una pacífica<br />

«tribu» <strong>de</strong> damanes <strong>de</strong> las rocas, asentada en los peñascos que<br />

emergían en la «piscina» y entre los saltos <strong>de</strong> agua. Unos simpáticos y muy<br />

sociables animalitos, relativamente similares a las liebres y conejos, con un<br />

rostro «casi humano», en continuo ejercicio sobre las piedras. Algo así como<br />

bolas <strong>de</strong> pelo, marrones, negras y naranjas, agilísimas, casi al margen <strong>de</strong> la<br />

ley <strong>de</strong> la gravedad. En otras oportunida<strong>de</strong>s, al cruzar las montañas <strong>de</strong> Neftalí,<br />

al oeste <strong>de</strong>l Hule, volvimos a encontrarlos en las orillas <strong>de</strong>l nahal Ke<strong>de</strong>sh,<br />

entre las peñas <strong>de</strong> yeso cenozoico. Los judíos los llamaban tafna, en arameo,<br />

o safan, en hebreo, por su costumbre <strong>de</strong> vivir casi ocultos (safan: estar escondidos).<br />

A <strong>de</strong>cir verdad pasamos muy buenos raros observándolos. Jesús el<br />

primero. Y allí, frente a los cuarenta o cincuenta damanes, fuimos a <strong>de</strong>scubrir<br />

otra peculiar costumbre <strong>de</strong>l Maestro. Llevado <strong>de</strong> su inagotable sentido <strong>de</strong>l<br />

humor terminaba siempre por colgar un apodo a cosas, animales o personas.<br />

Así, por ejemplo, <strong>de</strong>pendiendo <strong>de</strong> los rasgos o actitu<strong>de</strong>s, algunos <strong>de</strong> los tafna<br />

fueron «bautizados» por Jesús como malku (rey), behilu (prisa), hasok<br />

(oscuridad) o gemir (perfecto), entre otros.<br />

En cuanto a la explicación <strong>de</strong> los intensos «tiroteos», al mirar a lo alto<br />

comprendimos. Una rapaz -posiblemente la misma águila perdicera <strong>de</strong>l día<br />

anterior -planeaba <strong>de</strong> nuevo sobre la familia. Se hallaba alta, a unos quinientos<br />

metros, y, sin embargo, fue rápidamente <strong>de</strong>tectada por los damanes<br />

«vigías». La vista <strong>de</strong> nuestros «vecinos» era portentosa. Y al instante sonó la<br />

alarma, en forma <strong>de</strong> gritos cortos, secos y estri<strong>de</strong>ntes, idénticos a disparos.<br />

Algunos <strong>de</strong> los machos se unieron presurosos a los «centinelas» e, incorporándose<br />

sobre las patas traseras, buscaron la silueta <strong>de</strong>l águila, acompañando<br />

las «ráfagas» con silbidos, ronquidos y aquel inconfundible y <strong>de</strong>sconcertante<br />

«je-je-je-je». Las hembras, con la numerosa prole, <strong>de</strong>saparecieron <strong>de</strong> inmediato<br />

entre las fisuras <strong>de</strong>l roqueo. Y allí quedaron los inquietos y <strong>de</strong>sconfiados<br />

tafna, pendientes <strong>de</strong> las evoluciones <strong>de</strong> la perdicera. Minutos <strong>de</strong>spués,<br />

al <strong>de</strong>scen<strong>de</strong>r y sobrevolar la «piscina», el «tiroteo» se intensificó. Y, al punto,<br />

la colonia entera se esfumó. La rapaz, burlona, se dirigió entonces hacia el<br />

bosquecillo <strong>de</strong> robles, buscando un almuerzo menos esquivo. La enorme y<br />

silenciosa sombra «peinó» el ramaje y una <strong>de</strong>scompuesta escuadrilla <strong>de</strong> ce-<br />

255


ojillos <strong>de</strong> Orfeo, <strong>de</strong> Upcher, torcecuellos con traje <strong>de</strong> camuflaje, alondras <strong>de</strong><br />

pecho negro, collalbas rubias, gorriones chillones <strong>de</strong> cola blanca, roqueros <strong>de</strong><br />

cuellos azules y carpinteros sirios uniformados en blanco y negro emprendió<br />

una escandalosa y <strong>de</strong>sor<strong>de</strong>nada fuga hacia el cedro gigante y bosques<br />

próximos. La perdicera no perdió un segundo. Y en un quiebro impecable<br />

atrapó en el aire a una <strong>de</strong> las alondras «laponas», atravesándola con las<br />

afiladas garras. La víctima sólo tuvo tiempo <strong>de</strong> emitir un chillido, similar al<br />

tañido <strong>de</strong> una campana. Segundos <strong>de</strong>spués, al alejarse, el lugar recobró su<br />

habitual aspecto. Y los damanes, tímidamente, ocuparon posiciones, disfrutando<br />

<strong>de</strong>l sol y <strong>de</strong> sus continuos juegos.<br />

La jornada, lenta y apaciblemente, fue extinguiéndose.<br />

Y ojos y corazones continuaron fijos en la muralla <strong>de</strong> cedros que nos aislaba y<br />

protegía. El Maestro no podía tardar...<br />

Hacia la «décima» (las cuatro), puntual, Jesús <strong>de</strong> Nazaret irrumpió en el<br />

campamento. Lo escuchamos en mitad <strong>de</strong> la espesura, cuando cruzaba las<br />

últimas hileras <strong>de</strong> cedros. Venía cantando. Y lo hacía a voz en grito.<br />

«Te dos gracias, Padre mío, <strong>de</strong> todo corazón... Cantaré tus maravillas...»<br />

Al principio no estuve seguro. Parecía un salmo.<br />

Al reunirse con estos boquiabiertos exploradores soltó el cal<strong>de</strong>ro que portaba<br />

y, sonriendo, alzó brazos y rostro hacia el azul <strong>de</strong>l cielo, rematando el canto<br />

con voz grave y templada:<br />

«Escucha mi ley, pueblo mío, tien<strong>de</strong> tu oído a las palabras <strong>de</strong> mi boca...Voy a<br />

abrirla en parábolas...»<br />

Esta vez lo i<strong>de</strong>ntifiqué. Salmo 78.<br />

Eliseo, curioso, se asomó al recipiente <strong>de</strong> hierro.<br />

-¡Nieve!<br />

El Maestro, en efecto, aprovechó la visita a la cumbre para hacer acopio <strong>de</strong>l<br />

inmaculado y siempre gratificante cargamento. Esa noche, sobre todo, resultaría<br />

especialmente útil.<br />

-Regalo <strong>de</strong>l Jefe -intervino el Galileo, refiriéndose a la nieve-. Hoy, queridos<br />

ángeles, es un día señalado...<br />

Mi hermano y yo nos miramos. Y creímos captar el sentido <strong>de</strong> las enigmáticas<br />

palabras. Entonces, <strong>de</strong>solado, hice una señal al ingeniero. Y éste, comprendiendo,<br />

respondió con una rápida sonrisa y un guiño.<br />

Debí suponerlo. Eliseo maquinaba algo. Naturalmente, no había olvidado el<br />

aniversario <strong>de</strong>l rabí.<br />

-¿Qué tramáis?<br />

Mi compañero, pillado in fraganti, se escurrió como pudo.<br />

-Nada, Señor..., cosas <strong>de</strong> ángeles...<br />

El Maestro, divertido, indicó la dirección <strong>de</strong> las «cascadas», animándonos a<br />

seguirlo. Era el momento <strong>de</strong>l baño.<br />

256


Una hora <strong>de</strong>spués, el imprevisible Jesús volvió a sorpren<strong>de</strong>rnos. En esta<br />

ocasión, sin embargo, el suceso nos llenó <strong>de</strong> sonrojo...<br />

Fue un fallo, sí. Pero aprendimos la lección.<br />

Al vestirnos, cuando nos disponíamos a retornar al mahaneh, el Galileo,<br />

siempre discreto y <strong>de</strong>licado, rogó que me a<strong>de</strong>lantara. Entendí. Por alguna<br />

razón <strong>de</strong>seaba hablar a solas con mi compañero.<br />

Minutos <strong>de</strong>spués, mientras avivaba el fuego, los vi aparecer en la explanada.<br />

Caminaban <strong>de</strong>spacio. Al llegar a la altura <strong>de</strong>l dolmen se <strong>de</strong>tuvieron. El Maestro<br />

era el único que hablaba. Eliseo, con la cabeza baja, se limitaba a escuchar,<br />

asintiendo una y otra vez.<br />

Intuí algo. La actitud <strong>de</strong> mi hermano no era normal. ¿Qué sucedía?<br />

Por último, Jesús lo abrazó.<br />

Avanzaron y, al reunirse con este intrigado explorador, cada uno tiró hacia<br />

sus respectivas tiendas. Eliseo ni se miró. Estaba pálido. Poco faltó para que<br />

saliera tras él, pero me contuve. El asunto, evi<strong>de</strong>ntemente, no era <strong>de</strong> mi<br />

incumbencia. ¿O sí?<br />

-¿Qué <strong>de</strong>monios pasaba?<br />

Al poco, Eliseo regresó. Traía una escudilla en las manos. La reconocí al<br />

instante. Era el cuenco <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra en el que el rabí había escrito el breve<br />

mensaje:<br />

«Estoy con el "Barbas". Regresaré al atar<strong>de</strong>cer.»<br />

Y seguí hecho un lío...<br />

La verdad es que, tras la lectura <strong>de</strong>l «aviso», no presté mayor atención a la<br />

dichosa escudilla. Sencillamente, la perdí <strong>de</strong> vista. Y un súbito pensamiento<br />

me <strong>de</strong>sconcertó todavía más: ¿Por qué Eliseo la guardó en nuestra tienda? El<br />

ingeniero continuó mudo, esquivando mi mirada. Lo noté hundido. Desmoralizado.<br />

Y me asusté.<br />

Algo grave, sin duda, acababa <strong>de</strong> ocurrir...<br />

Jesús se situó frente al hogar. Presentaba un rostro sereno y relajado, como<br />

si nada hubiera sucedido. Aquella actitud, francamente, terminó confundiéndome<br />

<strong>de</strong>l todo. No entendía nada <strong>de</strong> nada...<br />

Y al punto, entregándole el pequeño cuenco <strong>de</strong> sopa, Eliseo, con la voz<br />

quebrada, se excusó:<br />

-Te pido perdón, Señor... No volverá a repetirse...<br />

El Maestro tomó la escudilla y, aludiendo a lo escrito en el interior, quitó hierro<br />

al asunto, tratando <strong>de</strong> animar al <strong>de</strong>caído ingeniero:<br />

-Comprén<strong>de</strong>lo, mi queridísimo hijo... Vosotros tenéis unas normas. Mi Padre y<br />

yo, otras...<br />

Entonces, aproximándose al muchacho, fue a posar las manos sobre sus<br />

hombros y, agitándolo cariñosamente, gritó:<br />

-¡Despierta!... ¡Tampoco es para tanto!<br />

Eliseo, remontando con dificultad, movió la cabeza afirmativamente y replicó<br />

257


con un amago <strong>de</strong> sonrisa.<br />

-Eso está mejor... Y ahora, escucha. Escuchad los dos...<br />

Tomó los ána<strong>de</strong>s. Se sentó frente a la fogata y, entregando uno <strong>de</strong> los patos<br />

a mi compañero, le sugirió que lo <strong>de</strong>splumase. Él, con el suyo, hizo otro tanto.<br />

Y, mientras limpiaba el cebado «silbón», fue a <strong>de</strong>svelarnos algo <strong>de</strong> especial<br />

interés, que aclaró la mente <strong>de</strong> este confuso y confundido explorador. Algo<br />

que tampoco figura en los evangelios y que, no obstante, como digo, <strong>de</strong>spejaba<br />

varias e importantes incógnitas relacionadas con la encarnación <strong>de</strong>l<br />

Hijo <strong>de</strong>l Hombre. Unas incógnitas que, <strong>de</strong> haber sido resueltas por los escritores<br />

sagrados (?), habrían evitado mucha confusión e infinitos ríos <strong>de</strong><br />

tinta...<br />

Según sus palabras, <strong>de</strong> acuerdo a los planes divinos, el hecho físico <strong>de</strong> su<br />

experiencia humana se hallaba «limitado» por una serie <strong>de</strong> «condiciones»,<br />

absolutamente inviolables. Esas «prohibiciones» -autoimpuestas por el propio<br />

Jesús <strong>de</strong> Nazaret durante su estancia en el Hermón- resultaban casi <strong>de</strong> sentido<br />

común...<br />

En primer lugar, el Hombre-Dios no <strong>de</strong>bería <strong>de</strong>jar escrito alguno. Escritos<br />

-entendimos- <strong>de</strong> su puño y letra. De ningún tipo. Llevaba razón. Si el Maestro<br />

hubiera puesto por escrito su doctrina y filosofía, los seguidores, muy probablemente,<br />

habrían convertido semejante tesoro en un «artículo» <strong>de</strong> veneración<br />

y, lo que podía ser más lamentable, en un motivo <strong>de</strong> permanentes<br />

disputas e interpretaciones <strong>de</strong> todo tipo.<br />

En ese instante se hizo la luz. Miré a mi hermano y, avergonzado, bajó los ojos.<br />

Comprendí y, en cierto modo, lo justifiqué. Fue una travesura. Un impulso<br />

infantil. Eliseo, saltándose las rígidas normas <strong>de</strong> <strong>Caballo</strong> <strong>de</strong> <strong>Troya</strong>, escondió la<br />

escudilla <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra, <strong>de</strong>seoso <strong>de</strong> conservar el pequeño-gran «mensaje», con<br />

la letra <strong>de</strong>l Maestro. Después <strong>de</strong> todo, él era el «inventor» <strong>de</strong>l calificativo (el<br />

«Barbas») que tanta gracia había hecho al Maestro. En cuanto a cómo lo<br />

averiguó, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> lo que llevaba visto, ni me lo planteé.<br />

Y tomé buena nota. Eliseo no era el único tentado por algo así...<br />

En segundo lugar -movido por ese mismo sentido común-, el Hijo <strong>de</strong>l Hombre<br />

tomaría otra no menos importante <strong>de</strong>cisión: su imagen, su figura, no podría<br />

ser dibujada por manos humanas. Es curioso. Cuando algunos, a lo largo <strong>de</strong><br />

su vida pública, intentaron «retratarlo», Él siempre se opuso, provocando el<br />

<strong>de</strong>sconcierto <strong>de</strong> propios y extraños. En mi opinión, era igualmente lógico.<br />

Esas pinturas, en el fondo, sólo habrían causado problemas. En especial, <strong>de</strong><br />

índole idolátrico.<br />

«... No podría ser dibujada por manos humanas.»<br />

Al pronunciar esta frase, Jesús <strong>de</strong> Nazaret interrumpió la limpieza <strong>de</strong>l ána<strong>de</strong>.<br />

Me traspasó con aquellos ojos rasgados, incisivos y limpios como la atmósfera<br />

<strong>de</strong>l Hermón y, haciéndome un guiño <strong>de</strong> complicidad, prosiguió.<br />

El corazón aceleró. Entendí perfectamente.<br />

258


Su imagen sí quedaría en este mundo, pero «confeccionada» por otras manos...<br />

Como <strong>de</strong>cía con regularidad, «quien tenga oídos...».<br />

La tercera autolimitación -<strong>de</strong> mayor calado si cabe- nos <strong>de</strong>jó perplejos. Alguna<br />

vez lo pensé, pero, francamente, no imaginé a qué obe<strong>de</strong>cía su firme y<br />

<strong>de</strong>cidido celibato. Pues bien -<strong>de</strong> acuerdo con sus palabras-, la <strong>de</strong>cisión <strong>de</strong> no<br />

contraer matrimonio y no <strong>de</strong>jar <strong>de</strong>scen<strong>de</strong>ncia formaba parte también <strong>de</strong> la<br />

rígida «normativa» (?) divina. Eso -dijo- era lo aconsejado por su Padre. Y<br />

como Creador no podía infringir la ley. Una ley, obviamente, que escapaba a<br />

nuestra comprensión. Pero lo aceptamos. No había, pues, «razones» oscuras,<br />

ni tampoco religiosas, en dicha actitud. Sencillamente, eso era lo dispuesto,<br />

antes, incluso, <strong>de</strong> su encarnación. Ése era el «or<strong>de</strong>n» establecido por lo Alto.<br />

Y no le faltaba razón. Si un escrito <strong>de</strong> su puño y letra, o bien un dibujo <strong>de</strong><br />

aquel hermoso rostro, hubieran originado auténticas conmociones en el futuro,<br />

¿qué se supone que habría ocurrido con unos hijos, nietos, etc., <strong>de</strong>l Hijo<br />

<strong>de</strong> Dios?<br />

Por supuesto, no <strong>de</strong>jé pasar la excelente ocasión y pregunté:<br />

-Señor, ¿significa esto que prefieres el celibato al matrimonio?<br />

Jesús, leyendo en mi corazón, se apresuró a corregirme.<br />

-Sabes que no he dicho eso. Y sé igualmente por qué lo planteas. Pues toma<br />

buena nota: el matrimonio es tan digno como la <strong>de</strong>cisión <strong>de</strong> permanecer célibe.<br />

En el reino <strong>de</strong> mi Padre no hay matrimonios, tal y como vosotros lo<br />

entendéis. Pero eso no importa ahora. Aquí, en la fraternidad humana, tanto<br />

uno como otro tiene su papel y su justificación. Pero, ¡ojo, mi querido<br />

«mensajero»!, transmite bien mis palabras... Ningún célibe <strong>de</strong>berá consi<strong>de</strong>rarse<br />

superior, ni más capacitado, a la hora <strong>de</strong> pregonar o practicar mi<br />

mensaje...<br />

Y añadió rotundo y sin contemplaciones.<br />

-... Buscar al «Barbas», y hacer su voluntad, no <strong>de</strong>pen<strong>de</strong> <strong>de</strong> la categoría social,<br />

<strong>de</strong> las riquezas y, mucho menos, <strong>de</strong>l estado civil. Y te diré más: ni siquiera<br />

está sujeto a la inteligencia... El gran secreto <strong>de</strong> la existencia humana,<br />

<strong>de</strong>scubrir al «Jefe», sólo pue<strong>de</strong> ser <strong>de</strong>svelado con la voluntad. Si lo <strong>de</strong>seas,<br />

sólo si lo <strong>de</strong>seas, hallarás al Padre y habrás triunfado en la vida...<br />

El Maestro, entonces, atravesando el ána<strong>de</strong> con un largo palo, lo sometió al<br />

fuego, flameándolo y purificándolo. Y así permaneció unos instantes, con la<br />

vista fija en las llamas. Después, como si <strong>de</strong>spertara, proclamó solemne:<br />

-Queridos hijos... ¿Veis las lenguas <strong>de</strong> fuego?... Pues ése, en cierto modo, es<br />

el trabajo que le aguarda al Hijo <strong>de</strong>l Hombre...<br />

Eliseo, recompuesto, le interrumpió, alegrando el corazón <strong>de</strong>l Maestro y no<br />

digamos el <strong>de</strong> este explorador. Ambos, creo, echábamos <strong>de</strong> menos sus<br />

bromas...<br />

-¡Bombero!... ¿Piensas ejercer como la militia vi.-gilum?<br />

259


Jesús, atónito, rompió a reír. Y casi chamuscó el pato. Mi hermano, echando<br />

mano <strong>de</strong> la expresión latina, se refería al cuerpo <strong>de</strong> bomberos <strong>de</strong> Roma,<br />

fundado por Augusto en el año 22 antes <strong>de</strong> Cristo, <strong>de</strong>pendiente <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el 6 d.<br />

J.C. <strong>de</strong> un praefectus vigilum, y que alcanzaría gran fama en todo el imperio.<br />

Al unirme a las carcajadas <strong>de</strong>l Galileo, mi compañero nos observó perplejo.<br />

Finalmente, feliz, intuyendo que las risas eran mucho más que una consecuencia<br />

<strong>de</strong> sus palabras, espontáneo como siempre, soltó el «silbón» y fue a<br />

arrodillarse frente al divertido Maestro. Le sonrió y, sin previo aviso, se abrazó<br />

a Él. Y así permaneció varios minutos.<br />

Jesús <strong>de</strong> Nazaret, conmovido, hizo un esfuerzo. Muy leve, la verdad. Y un par<br />

<strong>de</strong> lágrimas terminaron traicionándolo. Y rodaron solitarias por las mejillas.<br />

-¡El pato, Señor!<br />

Mi grito puso en guardia al Maestro. El sufrido ána<strong>de</strong>, en efecto, ardía por los<br />

cuatro costados...<br />

-¿Será posible?...<br />

El Galileo, <strong>de</strong>sconcertado, intentó apagar las llamas. Y lo logró, claro. Pero el<br />

pobre pato, negro y humeante, estaba en las últimas...<br />

-¿Será posible? -repitió Jesús contemplando la carbonizada cena-. ¡Vaya Dios<br />

más torpe!<br />

Eliseo, <strong>de</strong>sconsolado, pidió disculpas.<br />

-¡Perdón, Señor!... ¡Perdón!<br />

Y el Maestro, atrapado en otro ataque <strong>de</strong> risa, le exigió:<br />

-¡No, por favor!... ¡No más perdón!... ¡Sólo nos queda un pato!<br />

Así era aquel maravilloso Hombre...<br />

Cuando !os ánimos se calmaron, el rabí, absolutamente perdido, preguntó:<br />

-¿Por dón<strong>de</strong> iba?<br />

Quise respon<strong>de</strong>r, pero la risa, incontenible, me zancadilleó. Eliseo, entonces,<br />

muy serio, trató <strong>de</strong> socorrer a Jesús, aclarando:<br />

-Por los bomberos...<br />

Imposible. Las carcajadas, <strong>de</strong> nuevo, se hicieron dueñas y señoras <strong>de</strong>l mahaneh,<br />

llegando claras hasta un Hermón igualmente enrojecido.<br />

-Queridos hijos -respiró al fin el Maestro-, ¿sabéis qué es lo más hermoso y<br />

reconfortante <strong>de</strong> la risa?<br />

Eliseo contempló el malogrado ána<strong>de</strong>, pero, pru<strong>de</strong>ntemente, guardó silencio.<br />

-...Lo más atractivo <strong>de</strong>l sentido <strong>de</strong>l humor -prosiguió el Maestro- es que sólo<br />

es practicado por gente segura y confiada.<br />

Y dirigiéndose al ingeniero remachó:<br />

-No cambies nunca, mi querido ángel..., «<strong>de</strong>stroza-patos»..<br />

Era inútil. El Hijo <strong>de</strong>l Hombre, cuando se lo proponía, era peor que Eliseo...<br />

No rué fácil sujetar el nuevo ataque <strong>de</strong> risa. Y <strong>de</strong>s<strong>de</strong> esa tar<strong>de</strong>, mi hermano<br />

recibiría el sobrenombre <strong>de</strong> «<strong>de</strong>strozapatos». Naturalmente, supo encajar la<br />

broma <strong>de</strong>l Galileo y aceptó el apodo con <strong>de</strong>portividad.<br />

260


-... ¿Sabéis que el humor -reveló Jesús- es un invento <strong>de</strong>l Padre?<br />

-Entonces -proclamó Eliseo con los ojos muy abiertos-, el Jefe se ríe...<br />

-Sobre todo cuando el hombre piensa...<br />

-Señor -intervine reconduciendo la conversación-, ¿por qué <strong>de</strong>cías que tu<br />

trabajo es similar al <strong>de</strong> las lenguas <strong>de</strong> fuego? El Maestro agra<strong>de</strong>ció el cable. Se<br />

puso nuevamente serio y matizó:<br />

-El Hijo <strong>de</strong>l Hombre ha venido también para sanear la memoria humana.<br />

Ahora, no por vuestra culpa, se halla enferma. Dominada por la oscuridad.<br />

Sujeta al error y a la <strong>de</strong>sesperación. Yo soy el fuego que purifica. Yo os traigo<br />

la esperanza. Yo os anuncio que, a pesar <strong>de</strong> las apariencias, todo está por<br />

estrenar. Dios, el Padre, está por «estrenar»...<br />

Hizo una pausa y, señalando el perfil grana <strong>de</strong> los bosques, nos <strong>de</strong>jó nuevamente<br />

en suspenso:<br />

-Y hablando <strong>de</strong> estrenar..., ¿qué hay <strong>de</strong> la cena? Hoy, queridos ángeles, como<br />

os dije, es un día especial... - Ataquemos... ¡El pato es nuestro! Después<br />

seguiremos con el «Barbas»..<br />

Pato asado. El Maestro se esmeró.<br />

Con el socorro <strong>de</strong>l resucitado «pinche» puso a punto una jugosa salsa a base<br />

<strong>de</strong> cebolla rallada, ajo machacado, dos o tres buenos pellizcos <strong>de</strong> jengibre,<br />

pimienta en abundancia, sal y aceite. Y sin <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> canturrear pinceló el<br />

ána<strong>de</strong> por <strong>de</strong>ntro y por fuera, dorándolo <strong>de</strong>spacio.<br />

Nos supo a gloria.<br />

Después, fruta picada, ligeramente emborrachada con arac y vino helado,<br />

cuidadosamente enterrado en la nieve <strong>de</strong>l Hermón.<br />

Al final, un brindis. El Maestro alzó la humil<strong>de</strong> copa <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra. Repasó las<br />

estrellas y, <strong>de</strong>scendiendo feliz a nuestros corazones, pronunció una <strong>de</strong> sus<br />

palabras favoritas:<br />

-Lehaim!<br />

-Lehaim! -replicamos al unísono.<br />

-¡Por la vida!, repitió con voz imperativa.<br />

Supongo que era el momento esperado por Eliseo. Se levantó y, en silencio,<br />

se perdió en el interior <strong>de</strong> la tienda. Jesús, impasible, continuó con la vista<br />

anclada en el tumultuoso firmamento. Venus, Marte y Regulus, casi en línea,<br />

<strong>de</strong>stellaron con más fuerza. Parecían cómplices. El Halley, ahora más al norte<br />

y al oeste, también fue testigo <strong>de</strong> la siguiente, emotiva... y absurda escena.<br />

Eliseo reapareció. Se plantó frente al rabí y le miró sonriente. Tenía las manos<br />

a la espalda. Después, buscándome con la mirada, intensificó la sonrisa. Creí<br />

enten<strong>de</strong>r. Pero, ¿qué ocultaba?<br />

Jesús le observó curioso. Desvió la vista hacia quien esto escribe y me interrogó<br />

sin palabras. Me encogí <strong>de</strong> hombros.<br />

La verdad es que me hallaba al margen.<br />

Finalmente, ceremonioso, el ingeniero fue a mostrarle lo que había ido a<br />

261


uscar. Y, al entregárselo, exclamó <strong>de</strong>spacio y solemne:<br />

-¡Felicida<strong>de</strong>s!... Un regalo <strong>de</strong> otro mundo para el «gordo» <strong>de</strong> todos los<br />

mundos...<br />

El Maestro, perplejo, no supo qué <strong>de</strong>cir.<br />

Mi hermano, sin querer, equivocó una <strong>de</strong> las palabras. En lugar <strong>de</strong> utilizar el<br />

arameo mare (Señor) pronunció merí, que en hebreo significa «cebado» o<br />

«gordo». Y arruinó la bien estudiada frase.<br />

-Mare, le corregí aturdido.<br />

Pero el voluntarioso ingeniero que, al parecer, ensayó el momento una y otra<br />

vez, no se percató <strong>de</strong>l lapsus y siguió en sus trece.<br />

-Sí, eso, merí... Un regalo <strong>de</strong> otro mundo para el «gordo» <strong>de</strong> todos los<br />

mundos... El Maestro, comprendiendo el baile <strong>de</strong> letras, sonrió benevolente,<br />

tomando el vástago <strong>de</strong> olivo. Pero, incapaz <strong>de</strong> resistir la tentación, volvió a<br />

echar mano <strong>de</strong> aquel incombustible sentido <strong>de</strong>l humor, replicando:<br />

-¡Gracias!... ¡Gracias, mi querida «reina»!<br />

No pu<strong>de</strong> contenerme y solté una carcajada.<br />

Siguiendo el involuntario juego <strong>de</strong> Eliseo, el rabí alteró el término nialak<br />

(ángel), cambiándolo por mal...kah (reina).<br />

Mi hermano, sin embargo, feliz con el obsequio, no percibió el doble lenguaje.<br />

Jesús terminó alzándose y, tras observar el retoño tan celosamente conservado,<br />

colocó su mano <strong>de</strong>recha sobre el hombro <strong>de</strong> mi amigo, exclamando:<br />

-Un regalo <strong>de</strong> otro mundo para el Señor <strong>de</strong> todos los mundos... No podías<br />

<strong>de</strong>finirlo mejor...<br />

-...Lo plantaremos como símbolo <strong>de</strong> la paz... La paz interior: la más ardua...<br />

Acto seguido se retiró a la tienda, guardando el vástago que nos entregara el<br />

general Curtiss. Al quedarnos solos le felicité. Fue una i<strong>de</strong>a excelente. En el<br />

fondo, el mejor <strong>de</strong> los <strong>de</strong>stinos para el humil<strong>de</strong> olivo... Algún tiempo <strong>de</strong>spués,<br />

aprovechando una «especialísima circunstancia», el rabí cumpliría su palabra,<br />

plantando el vástago en otro no menos «entrañable lugar». Y allí creció. Y allí<br />

se encuentra, aunque muy pocos conocen su mágica y verda<strong>de</strong>ra historia...<br />

Pero <strong>de</strong> eso hablaré en su momento.<br />

Aquella noche, verda<strong>de</strong>ramente, sería histórica e inolvidable. También el Hijo<br />

<strong>de</strong>l Hombre se reservaba una sorpresa. Algo insinuó a su llegada al campamento,<br />

pero, sinceramente, tras el inci<strong>de</strong>nte <strong>de</strong> la escudilla, la ruina <strong>de</strong>l<br />

ána<strong>de</strong> y la entrega <strong>de</strong>l obsequio, lo olvidamos por completo.<br />

El Maestro se aproximó a las llamas. Nunca olvidaré su expresión. Nos miró en<br />

silencio. Se hallaba serio, pero los ojos, <strong>de</strong> nuevo, hablaron. Fue un «discurso»<br />

breve y elocuente. Pocas veces, hasta ese instante, había percibido en<br />

su mirada tanto amor y comprensión. Fue como una marea. Intensa. Arrolladora.<br />

Y nos invadió, erizándonos el cabello.<br />

No movimos un músculo. Algo estaba a punto <strong>de</strong> suce<strong>de</strong>r. Lo sabía. Podía<br />

palparlo...<br />

262


Jesús parpa<strong>de</strong>ó. Relajó los corazones con una amplia y sostenida sonrisa y,<br />

dulcemente, fue levantándonos hasta las estrellas.<br />

-Hoy, en mi treinta y un cumpleaños en esta forma humana, voy a pedir al<br />

Padre que os convierta en mis primeros discípulos... Y quiero hacerlo solemnemente...<br />

Como correspon<strong>de</strong> a unos auténticos embajadores y mensajeros...<br />

Levantó los brazos y fue a <strong>de</strong>positar sus manos sobre nuestras cabezas. Fue<br />

instantáneo. No sé cómo <strong>de</strong>scribirlo...<br />

Una especie <strong>de</strong> fuego frío, una llamarada helada, me recorrió en décimas <strong>de</strong><br />

segundo. Aquella mano era y no era humana...<br />

Guardó silencio. Después, con gran voz, prosiguió:<br />

-¡Padre!... Ellos son los primeros!... ¡Protégelos!... ¡Guíalos!... ¡Dales tu<br />

bendición!...<br />

Entonces, intensificando la presión <strong>de</strong> las manos, añadió solemne y vibrante:<br />

-¡Ellos, al buscarme, ya te han encontrado! ¡Bendito seas, Ab-bá, mi querido<br />

«papá»...!<br />

Nuevo silencio.<br />

Y el Maestro, retirando las manos, nos atravesó <strong>de</strong> parte a parte. Aquellos<br />

ojos eran y no eran humanos...<br />

-Mis queridos ángeles... ¡Bienvenidos!... Bienvenidos a la vida!... ¡Bienvenidos<br />

al reino!... Y recordarlo siempre: este «viaje» hacia el Padre no tiene<br />

retorno...<br />

Acto seguido, uno por uno, nos abrazó. Fue un abrazo sólido. Incuestionable.<br />

Prolongado. Un abrazo que ratificó la inesperada y cálida «consagración».<br />

¡Sus primeros embajadores!<br />

¿Y por qué no?<br />

Éramos observadores, sí, pero observadores «atrapados» por un Dios. ¿Qué<br />

podíamos hacer?<br />

Yo, personalmente, me sentí feliz y agra<strong>de</strong>cido. Mi trabajo fue el mismo.<br />

Continué analizando y valorando.<br />

Me mantuve siempre en la sombra, a cierta distancia, pero, en lo más íntimo,<br />

compartiendo y aprendiendo.<br />

¿Las normas <strong>de</strong> la operación?<br />

Fueron respetadas, sí. Palabras y sucesos figuran en este diario con escrupulosa<br />

objetividad. En cuanto a los sentimientos -igualmente prohibidos por<br />

<strong>Caballo</strong> <strong>de</strong> <strong>Troya</strong>-, siguieron su inevitable curso: sencillamente le amamos. Y<br />

jamás me sentí culpable.<br />

Como apuntó el ingeniero, ¡a la mierda Curtiss y su gente!<br />

Jesús <strong>de</strong> Nazaret llenó <strong>de</strong> nuevo las copas y, entusiasmado, gritó:<br />

-¡Por el «Barbas»!<br />

Arrojó una carga <strong>de</strong> leña al fuego y, frotándose las manos, se sentó frente a<br />

las sorprendidas llamas. Las vio danzar. Chisporrotear. Después entró en<br />

263


materia. En su materia favorita: el Padre.<br />

Y aquellos perplejos exploradores siguieron aprendiendo.<br />

-¿Dón<strong>de</strong> estábamos?<br />

Eliseo, a<strong>de</strong>lantándose, le refrescó la memoria.<br />

-Decías que tu trabajo ha sido culminado. Decías que ahora conoces al<br />

hombre, que podrías regresar, si lo <strong>de</strong>searas, y asumir la soberanía <strong>de</strong> tu<br />

universo... Jesús fue asintiendo con la cabeza.<br />

-... Decías también que, sin embargo, habías optado por someterte a la voluntad<br />

<strong>de</strong>l Jefe... Y yo te pregunté: ¿y qué ha dicho?<br />

-En palabras simples: que siga con vosotros, que cumpla el segundo gran<br />

objetivo <strong>de</strong> esta experiencia humana... ¡Que os hable <strong>de</strong> El!... ¡Que encienda<br />

la luz <strong>de</strong> la verdad!<br />

Este explorador, más pragmático y prosaico que el ingeniero, intervino <strong>de</strong><br />

inmediato.<br />

-Señor, si vas a hablarnos <strong>de</strong>l Padre, bueno será que lo <strong>de</strong>finas, que nos digas<br />

qué o quién es...<br />

E intentando justificarme añadí:<br />

-... No olvi<strong>de</strong>s que, en el fondo, somos hombres escépticos...<br />

Jesús sonrió malévolo. Y preguntó:<br />

-¿Escépticos?<br />

Me atrapó. Después <strong>de</strong> lo visto en la anterior experiencia, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haber<br />

sido testigos <strong>de</strong> su resurrección, la <strong>de</strong>finición, por supuesto, no era correcta.<br />

Y rectifiqué.<br />

-Ignorantes...-Eso sí, querido Jasón... Pero no te alarmes. Ignorancia y escepticismo<br />

tienen arreglo. Recuerda: para dar sentido a tu vida, para saber<br />

quién eres, qué haces aquí y qué te aguarda tras la muerte, sólo precisas <strong>de</strong><br />

la voluntad. Si quieres, pue<strong>de</strong>s «saber»... Y ahora vayamos con tu pregunta.<br />

Meditó unos instantes. Supuse que no era fácil. Me equivoqué. La <strong>de</strong>finición<br />

<strong>de</strong>l Padre era casi imposible. Imposible para las bajísimas posibilida<strong>de</strong>s <strong>de</strong><br />

percepción humana.<br />

-Recordad siempre -arrancó con un preámbulo <strong>de</strong>cisivo- que, en el futuro,<br />

cuando llegue mi hora, hablaré como un educador. Ése será mi papel. En<br />

consecuencia, tomad mis palabras como una aproximación a la realidad...<br />

Buscó nuestra comprensión y prosiguió.<br />

-... ¿Por qué digo esto? Sencillamente, porque lo finito, vosotros, no pue<strong>de</strong><br />

enten<strong>de</strong>r, abarcar o hacer suyo lo infinito. Y eso es Ab-bá: una luz, una<br />

presencia espiritual, una realidad infinita que, <strong>de</strong> momento, no está al alcance<br />

<strong>de</strong> las criaturas materiales.<br />

Sonrió y, optimista, redon<strong>de</strong>ó:<br />

... Pero lo estará.<br />

-¡Una luz! -comentó mi compañero intrigado-. ¡Una energía que, obviamente,<br />

piensa!<br />

264


-Obviamente...<br />

-¡Lástima! -lamentó el ingeniero-... Lo <strong>de</strong> «Barbas» me gustaba... El Maestro<br />

negó con la cabeza. Y corrigió a Eliseo.<br />

-No, mi querido ángel. Eso está bien. ¿Por qué crees que utilizo la palabra<br />

«Padre»?<br />

No esperó respuesta.<br />

-Porque lo es. El Jefe, como tú lo llamas, y muy acertadamente, por cierto, no<br />

tiene un cuerpo físico y material... Pero es una persona. Es un Ab-bá, en el<br />

sentido literal <strong>de</strong> la expresión. Él es el principio, el generador, la fuente, el que<br />

sostiene la Creación... Podéis imaginarlo como queráis. Podéis <strong>de</strong>finirlo como<br />

gustéis. Y yo os digo que siempre os quedaréis cortos...<br />

-¿Una persona? -intervine-. No entiendo... Una persona sin cuerpo... El<br />

Maestro parecía estar esperando aquella duda.<br />

-Es lógico que te lo preguntes. Mis pequeñas y humil<strong>de</strong>s criaturas <strong>de</strong>l tiempo<br />

y <strong>de</strong>l espacio, las más limitadas, tienen dificultad para imaginar una personalidad<br />

que carezca <strong>de</strong> soporte físico visible. Pero yo te digo que la personalidad,<br />

incluso en vuestro caso, es in<strong>de</strong>pendiente <strong>de</strong> la materia don<strong>de</strong> habita.<br />

Más a<strong>de</strong>lante, cuando sigáis ascendiendo hacia el Padre, tu personalidad,<br />

Jasón, continuará viva. Más viva que nunca, a pesar <strong>de</strong> haber perdido el<br />

cuerpo que ahora tienes. Serán tu mente y espíritu quienes forjarán y sujetarán<br />

esa personalidad. Así, <strong>de</strong> hecho, ocurre ahora mismo.<br />

Sonrió levemente y nos hizo otra revelación.<br />

-Es pronto para que lo entendáis con plenitud, pero en verdad os digo que la<br />

personalidad humana no es otra cosa que la sombra <strong>de</strong>l Padre, proyectada en<br />

los universos. El problema, insisto, está en vuestra finitud. Estudiando esa<br />

«sombra» jamás llegaréis a <strong>de</strong>scubrir al «propietario» y causante <strong>de</strong> la<br />

misma.<br />

Quedamos en silencio, pensativos. Tenía razón. Si alguien pretendiera estudiar<br />

a un ser humano a través <strong>de</strong> su sombra, sencillamente, per<strong>de</strong>ría el<br />

tiempo...<br />

-Pero no os <strong>de</strong>saniméis. Todo en su momento. Llegará el día en que estaréis<br />

en la presencia <strong>de</strong> Ab-bá. Entonces, sólo entonces, empezaréis a compren<strong>de</strong>r<br />

y a compren<strong>de</strong>rle. Si Él careciese <strong>de</strong> esa personalidad, el gran objetivo <strong>de</strong><br />

todos los seres vivientes sería estéril. Es su personalidad, a pesar <strong>de</strong> la infinitud,<br />

lo que hace el «milagro»...<br />

Y recalcó, <strong>de</strong>seoso <strong>de</strong> que entendiéramos.<br />

-Al igual que un padre y un hijo se aman y compren<strong>de</strong>n, así suce<strong>de</strong> con el gran<br />

Padre y todos sus hijos... Él es persona. Vosotros sois personas. Pero, como<br />

os digo, <strong>de</strong>jad que se cumplan los <strong>de</strong>signios <strong>de</strong> Ab-bá...<br />

-¿Sus <strong>de</strong>signios? -clamó Eliseo contrariado-. ¿Y por qué no habla con más<br />

claridad? ¿Qué quiere? "<br />

-En primer lugar -replicó el Maestro al instante-, que sepas que existe. Para<br />

265


eso estoy aquí. Para revelar al mundo que Ab-bá no es un bello sueño <strong>de</strong> la<br />

filosofía. ¡Existe!<br />

Hizo una pausa y la palabra «existe» quedó flotando, rotunda, sólida, incuestionable.<br />

Alzó la voz y repitió, haciendo retroce<strong>de</strong>r cualquier vestigio <strong>de</strong><br />

escepticismo:<br />

-¡Existe!<br />

A estas alturas, algo estaba muy claro para estos exploradores. Jesús <strong>de</strong><br />

Nazaret jamás mentía o inventaba. Y aunque resultaba difícil <strong>de</strong> enten<strong>de</strong>r, lo<br />

aceptamos.<br />

-En segundo lugar, el Padre, tu Padre, <strong>de</strong>sea que lo busques, que lo encuentres...<br />

-¿Cómo, Señor? Tú mismo acabas <strong>de</strong> reconocerlo... Somos finitos, limitados,<br />

lo último <strong>de</strong> lo último... Parece que el Jefe se <strong>de</strong>scuidó al pensar en nosotros...<br />

El Maestro acogió la broma con dulzura.<br />

-No, querido «pinche»... En el reino <strong>de</strong> Ab-bá no hay <strong>de</strong>scuidos. Todo se halla<br />

minuciosamente planificado. Y, aunque no lo creas, vosotros, los «<strong>de</strong>strozapatos»,<br />

sois y seguiréis siendo la admiración <strong>de</strong> los universos.<br />

-¿Nosotros?<br />

-¿Imagina por qué?<br />

-Ni i<strong>de</strong>a... -Vosotros, lo más <strong>de</strong>nso y limitado, poseéis algo <strong>de</strong> lo que no<br />

disfrutan otras criaturas, creadas en perfección: tenéis la maravillosa virtud<br />

<strong>de</strong> ascen<strong>de</strong>r y progresar..., sin saber, sin haber visto. Tenéis la envidiable capacidad<br />

<strong>de</strong> creer, <strong>de</strong> confiar..., sin pruebas.<br />

-Exageras...<br />

El Galileo negó con la cabeza.<br />

-No exagero. Y ése es el «cómo». Ésa es la respuesta a tu pregunta. Al Padre,<br />

<strong>de</strong> momento, sólo pue<strong>de</strong>s buscarlo con la ayuda <strong>de</strong> la confianza. Ése es el plan.<br />

Eso es lo establecido. Progresar. Progresar. Progresar...<br />

-¿Aquí? ¿En este basurero? "<br />

.. -Aquí, en este atormentado mundo -le corrigió-, en los que te reservo<br />

<strong>de</strong>spués y siempre... Ya me has oído. Para llegar a la presencia <strong>de</strong> Ab-bá,<br />

primero <strong>de</strong>bes recorrer un largo, muy largo, camino. Ése es el objetivo. Ésa es<br />

la única razón <strong>de</strong> tu existencia: una aventura fascinante...<br />

-Un largo camino... Muchos, en nuestro mundo, piensan que el «Barbas» los<br />

estará esperando al otro lado <strong>de</strong> la muerte...<br />

Jesús, divertido, escuchó los razonamientos <strong>de</strong> mi amigo.<br />

-... Dicen y creen que los justos serán recibidos <strong>de</strong> inmediato en su presencia.<br />

Tú, en cambio, hablas <strong>de</strong> un largo recorrido...<br />

En esos instantes -¿casualidad?-, una enorme y hermosa mariposa cuadriculada<br />

en blanco y negro, una Euprepia oertzeni, atraída por la luz <strong>de</strong> la<br />

fogata, fue a posarse en el extremo <strong>de</strong> la rama con la que jugueteaba el<br />

Maestro. Y Jesús, aludiendo al bello ejemplar, respondió así:<br />

266


Dime, querido ángel, ¿crees que esa criatura está en condiciones <strong>de</strong> compren<strong>de</strong>r<br />

que un Dios, su Dios, la está sosteniendo?<br />

-No, Señor. Hay <strong>de</strong>masiada distancia...<br />

Entonces, agitando el palo, la obligó a volar. Tú lo has dicho. Hay <strong>de</strong>masiada<br />

distancia... Pues bien, la que ahora te separa <strong>de</strong> Ab-bá. es infinitamente<br />

mayor... Si un mortal fuera transportado, tras la muerte, ante la presencia <strong>de</strong>l<br />

Padre, en verdad te digo que reaccionaría como esa mariposa. No sabría, no<br />

tendría conciencia <strong>de</strong> dón<strong>de</strong> está ni <strong>de</strong> quién lo sostiene...<br />

Y añadió feliz.<br />

-Afortunadamente, vosotros sois mucho más que una mariposa. Y podéis<br />

estar seguros <strong>de</strong> lo que afirmo: llegará el día, cuando hayáis crecido espiritualmente,<br />

cuando hayáis progresado, que veréis al Jefe y compren<strong>de</strong>réis.<br />

Mi hermano, espontáneo, clamó:<br />

-Pero, ¿tan gran<strong>de</strong> es? Jesús se vació.<br />

-No hay palabras, querido «pinche». Sostiene y contempla los universos en el<br />

hueco <strong>de</strong> su mano. Es todo presente, pero está en el futuro. Es el único santo,<br />

porque es perfecto. Es indivisible y, no obstante, se multiplica sin cesar. Él te<br />

imagina y apareces...<br />

Eliseo negó con la cabeza. Y comentó casi para sí:<br />

-Hermoso, muy hermoso, pero la ciencia...<br />

El Maestro, percibiendo la dirección <strong>de</strong> Eliseo, le salió al paso con contun<strong>de</strong>ncia:<br />

- No te equivoques... Ni la ciencia, ni la razón, ni tampoco la filosofía podrán<br />

<strong>de</strong>mostrar jamás la existencia <strong>de</strong>l Padre.<br />

El ingeniero le miró perplejo.<br />

Y el rabí, penetrando sin piedad en sus pensamientos, sentenció:<br />

-Tu Jefe es más listo, imaginativo y amoroso <strong>de</strong> lo que supones. Él no está a<br />

merced <strong>de</strong> hipótesis o postulados. Él sólo está a merced <strong>de</strong>l corazón...<br />

Entonces, señalando el revoloteo <strong>de</strong> la Euprepia, afirmó:<br />

-En eso le lleváis ventaja... Vosotros sí podéis experimentar a Dios.<br />

Nos miró intensamente y remachó:<br />

-He dicho experimentar, no <strong>de</strong>mostrar... En esa búsqueda, cuando el hombre<br />

persigue y ansia a Dios, su alma, al encontrarlo, nota, percibe, experimenta<br />

su presencia. Eso es suficiente..., por ahora.<br />

-¿Experimentar al Padre? Y eso, ¿cómo se hace?, ¿cómo se sabe?<br />

-No has escuchado mis palabras, querido «<strong>de</strong>strozapatos». Cuando un ser<br />

humano «toca» al Padre, cuando Él te «toca», el alma se pone en pie. Es una<br />

sensación única. Clamorosa. Y una magnífica seguridad te acompaña <strong>de</strong> por<br />

vida... Pero ese benéfico sentimiento es personal e intransferible. Es difícil <strong>de</strong><br />

explicar, pero tan real como la visita <strong>de</strong> la ternura, <strong>de</strong> la compasión o <strong>de</strong> la<br />

alegría.<br />

267


Y <strong>de</strong>sviando la mirada hacia este absorto explorador me previno:<br />

-Por eso, Jasón, porque se trata siempre <strong>de</strong> una experiencia, <strong>de</strong> un sentimiento<br />

personal, no escribas para convencer. Hazlo para insinuar. Para<br />

ayudar. Para iluminar...<br />

Mensaje recibido.<br />

... No «vendas», querido ángel. No grites el nombre <strong>de</strong>l Padre. No obligues.<br />

No discutas. Cada cual, según lo establecido, recibirá el «toque» a su <strong>de</strong>bido<br />

tiempo. No hay prisa. Ab-bá sabe. Ab-bá reparte.<br />

-Un Dios sin prisas -terció el «<strong>de</strong>strozapatos»-. Eso me gusta...<br />

-Un Dios amor que ya está en ti...<br />

Y el Maestro, dirigiendo la vara hacia Eliseo, fue a tocar su pecho. El ingeniero,<br />

sorprendido, bajó la cabeza, observando el punto señalado por el Galileo.<br />

Después, nunca supe si en broma o en serio, exclamó:<br />

-¿El Jefazo está aquí?... ¡Y yo con estos pelos...! ¿No me crees?<br />

Eliseo, incapacitado para la mentira o el disimulo, negó con la cabeza y<br />

puntualizó:<br />

-Tú lo has dicho, Maestro. Somos materia finita... El Padre, si quisiera entrar<br />

en mí, se sentiría muy incómodo. Jesús lo acarició con la mirada. Mi amigo era<br />

como un niño.<br />

-Escucha atentamente. Escuchad los dos... Lo que ahora os anuncio formará<br />

parte <strong>de</strong>l mensaje cuando llegue mi hora.<br />

El rostro, iluminado por la fogata, cobró una especial gravedad. E intuí que se<br />

disponía a confesar algo trascen<strong>de</strong>ntal. No me equivoqué.<br />

-Decidme: ¿os he mentido alguna vez?<br />

Él «no» fue instantáneo.<br />

-Pues bien, yo os digo que el Padre ya está en vosotros...<br />

-Sí -concedí-, hace un momento lo has invocado. Has sido muy generoso al<br />

convertirnos en tus embajadores. -No -se apresuró a corregirme-, eso ha sido<br />

una consagración formal. Pero Ab-bá ya estaba en vuestras mentes.<br />

-Claro -terció Eliseo-, muchas veces hemos pensado en Él...<br />

El Maestro volvió a negar con la cabeza.<br />

-No comprendéis. Os estoy hablando <strong>de</strong> uno <strong>de</strong> los gran<strong>de</strong>s misterios <strong>de</strong> la<br />

Creación. El Padre, en su infinita misericordia, en su in<strong>de</strong>scriptible amor, hace<br />

tiempo que se instaló en vosotros...<br />

Notó nuestra confusión y profundizó.<br />

-Cada criatura <strong>de</strong>l tiempo y <strong>de</strong>l espacio recibe una diminuta fracción <strong>de</strong> la<br />

esencia divina. El Padre, como os dije, aunque único e indivisible, se fracciona<br />

y os busca. Se instala en cada uno <strong>de</strong> vosotros, los más pequeños <strong>de</strong>l reino.<br />

-¿Se trata <strong>de</strong> una parábola?<br />

; -No, Jasón, esto es real. Y no me preguntes cómo lo hace porque nadie lo<br />

sabe. Es una <strong>de</strong> sus gran<strong>de</strong>s prerrogativas. Él, así, «sabe». Él, así, «está». Él,<br />

así, se comunica con la creación y se hace uno con cada mortal inteligente.<br />

268


-Pero, ¿cómo es eso?, ¿cómo un Dios pue<strong>de</strong> habitar en mi interior? El Maestro<br />

no respondió a las lógicas cuestiones formuladas por mi hermano. Se limitó a<br />

remover las brasas, levantando un fugaz chisporroteo. Después, llamando<br />

nuestra atención, prosiguió:<br />

-¿Veis las chispas?... Pues en verdad os digo que algo similar suce<strong>de</strong> con el<br />

Padre. Una «chispa» divina, una parte <strong>de</strong> Él mismo, vuela hasta cada criatura<br />

y la hace inmortal.<br />

Supongo que captó la perplejidad <strong>de</strong> aquellos exploradores. Sonrió amorosamente<br />

y exclamó:<br />

-A esto, justamente, he venido. A revelar al mundo que sois hijos <strong>de</strong> un Dios...<br />

Y lo sois por <strong>de</strong>recho propio.<br />

-Pero, Señor, yo no percibo nada raro... Si el Jefazo estuviera en mi interior<br />

tendría que notarlo. -Lo percibes, querido «pinche», lo percibes... El problema<br />

es que, hasta ahora, no lo sabías. Podías intuirlo, pero nadie te lo había<br />

confirmado.<br />

-¿Lo percibo? ¿Tú crees? diré algo. ¿Qué opinas <strong>de</strong> esa bella mariposa? ¿Por<br />

qué se siente atraída por la luz?<br />

-Eso es algo instintivo...<br />

-Correcto. Ella no es consciente, pero «algo» la empuja...<br />

Asentimos en silencio.<br />

-Pues bien, con vosotros, los humanos, ocurre lo mismo. «Algo» que no<br />

podéis, que no sabéis <strong>de</strong>finir, os impulsa a pensar en Dios. «Algo» <strong>de</strong>sconocido<br />

os proporciona la capacidad intelectual suficiente como para plantearos<br />

el problema <strong>de</strong> la divinidad. «Algo» sutil os arrastra hacia el misterio <strong>de</strong> Dios.<br />

Nadie se ve libre <strong>de</strong> esas inquietu<strong>de</strong>s. Tar<strong>de</strong> o temprano, en mayor o menor<br />

medida, todos se hacen las mismas preguntas: «¿quién soy yo?, ¿existe Dios?,<br />

¿qué quiere <strong>de</strong> mí?, ¿por qué estoy aquí?».<br />

Volvió a introducir el palo entre las llamas y una nueva columna <strong>de</strong> chispas se<br />

agitó brevemente en el increíble y solemne silencio <strong>de</strong> la noche y <strong>de</strong> nuestros<br />

corazones. Finalmente, dirigiéndose al ingeniero, preguntó:<br />

-¿Nunca has percibido esa inquietud?<br />

Eliseo reconoció que sí. Muchas veces...<br />

-Ahora lo sabes. Ese impulso, esa necesidad <strong>de</strong> conocer, <strong>de</strong> saber <strong>de</strong> Dios,<br />

está animado por la «chispa» que te habita. Esa «presencia» <strong>de</strong>l Jefe en tu<br />

interior es la que verda<strong>de</strong>ramente te hace distinto. La que te inquieta. La que<br />

perfecciona y corrige tus pensamientos. La que, a veces, escuchas en voz<br />

baja. La que siempre tiene razón. La que, en <strong>de</strong>finitiva, «tira» <strong>de</strong> ti hacia El.<br />

-Y la mariposa, Señor, ¿también es habitada por el «Barbas»?<br />

Jesús, soltando una carcajada, negó con la cabeza. Mi compañero, sin embargo,<br />

hablaba en serio.<br />

"-No, querido niño... Te lo he dicho: vosotros sois mucho más que una mariposa.<br />

Los animales se mueven por instinto. En ocasiones pue<strong>de</strong>n <strong>de</strong>mostrar<br />

269


sentimientos, pero ninguno, jamás, se plantea la necesidad <strong>de</strong> buscar a Dios.<br />

Ni siquiera tienen conciencia <strong>de</strong> sí mismos. La «chispa» <strong>de</strong>l Padre, como te<br />

dije, es un regalo exclusivo a los humanos…<br />

Eliseo, inquieto, lo interrumpió.<br />

-¿Y tus ángeles? ¿Reciben también la «chispa» <strong>de</strong>l Jefe? -No, querido... No me<br />

escuchas cuando hablo. Esa magnífica y divina presencia <strong>de</strong>l Creador os alcanza<br />

únicamente a vosotros, las criaturas <strong>de</strong>l tiempo y <strong>de</strong>l espacio. Las más<br />

humil<strong>de</strong>s...<br />

-¡Qué lujo! ¿Y por qué a nosotros? -Eso lo irás comprendiendo poco a poco,<br />

conforme asciendas... El Padre es así: un padrazo...<br />

Entonces, dirigiéndose a este explorador, comentó: x-Estás muy callado...<br />

-Es <strong>de</strong>masiado para mi torpe y corto conocimiento, Señor... Pero, ya que lo<br />

planteas, dime: ¿tiene esa «chispa» algo que ver con la famosa frase...? No<br />

me <strong>de</strong>jó concluir.<br />

-Sí, Jasón... «Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza.-Ahora lo<br />

entiendo -clamó Eliseo-, ahora lo entiendo...<br />

El rabí sonrió satisfecho. Y manifestó:<br />

-Tú, mi querido «pinche», eres igual a Dios porque lo llevas en lo más profundo.<br />

Y no son meras palabras... Tú eres su imagen. Más aún: ¡tú eres Dios!<br />

-Yo, Señor -escapó como pudo el ingeniero-, sólo soy un pobre «<strong>de</strong>strozapatos»...<br />

-¡Tú eres Dios!<br />

-Y yo te digo que no. -¡Y yo te digo que sí!<br />

-¡Que no! -¡Que sí!<br />

Tercié conciliador:<br />

-¡Haya paz!...<br />

-Bueno -admitió Eliseo-, si tú lo dices... -Lo digo y lo mantengo. Y te diré más:<br />

algún día «trabajarás» a su lado, creando y sosteniendo..., como Él.<br />

-¿Yo, un Jefazo? -¿Por qué crees que Ab-bá ha pensado en ti?<br />

-Buena pregunta -intervine-, ¿por qué, Señor?<br />

-Porque el amor no es posesivo. El amor <strong>de</strong>l Padre, como la luz, sólo se mueve<br />

en una dirección: hacia a<strong>de</strong>lante. Él, aunque ahora no podáis compren<strong>de</strong>rlo,<br />

os necesita. Él será Él cuando toda su creación sea Él.<br />

-Veamos si te he comprendido. ¿Estás insinuando que el ser humano es<br />

inmortal?<br />

Esta vez sonrió pícaro. Dejó correr una bien estudiada pausa y, cuando la<br />

tensión rozó las estrellas, exclamó rotundo. Sin contemplaciones. Con una<br />

seguridad que nos convirtió en estatuas:<br />

-No insinúo... ¡Afirmo!... ¡Sois inmortales! Así lo ha querido el Padre.<br />

Yo, incapaz <strong>de</strong> reaccionar, permanecí mudo. El ingeniero, en cambio, estalló:<br />

-Señor, con el <strong>de</strong>bido respeto, ¡no te burles! "<br />

El semblante cambió. Fue una <strong>de</strong> las pocas veces que lo vi serio. Muy serio.<br />

Casi enojado...<br />

270


-¿Crees que he venido a este mundo para burlarme?<br />

Mi hermano, asustado, echó marcha atrás.<br />

-No, Señor, pero... -Estoy aquí para revelar al Padre. Para <strong>de</strong>cirle al confuso y<br />

confundido hombre que la esperanza existe... ¡Que sois hijos <strong>de</strong> un Dios! ¡Que<br />

habéis sido elegidos por el infinito amor <strong>de</strong> Ab-bá. ¡Qué estáis, simplemente,<br />

en el principio!<br />

Tembló la voz y, más sereno, añadió:<br />

-...Si Él no os hubiera hecho inmortales..., todo esto sí sería una burla. Una<br />

trágica burla...<br />

-Entonces -intervine tímidamente-, eso <strong>de</strong> ganar o merecer el cielo...<br />

El Maestro recuperó su habitual sonrisa, pero, <strong>de</strong> momento, no dijo nada. Me<br />

miró sin pestañear. Y la fuerza <strong>de</strong> aquella mirada me sofocó. A continuación,<br />

solemne, pronunció una sola palabra:<br />

-Mattenah.<br />

¡Un «regalo»! Eso significaba mattenah.<br />

Y simulando que no había comprendido repetí:<br />

-¿Un regalo? ¿La inmortalidad es un regalo?<br />

-Sí, Jasón. Y recuerda bien el término que he utilizado. Recuérdalo y escríbelo.<br />

El hombre <strong>de</strong>be saber que es inmortal por expreso <strong>de</strong>seo <strong>de</strong> mi Padre. Haga lo<br />

que haga o diga lo que diga...<br />

Supongo que volvió a adivinar nuestros pensamientos. -De eso no os preocupéis.<br />

Ésa es otra historia. Para los que hacen daño o, sencillamente, se<br />

equivocan, hay otros pro<strong>de</strong>cimientos... En verdad os digo que nadie escapa al<br />

amor <strong>de</strong> Ab-bá. Tar<strong>de</strong> o temprano, hasta los más inicuos son «tocados»...<br />

-Pero, Señor -se <strong>de</strong>sbordó Eliseo-, ¡eso que dices es magnífico! -No, muchacho,<br />

¡el Padre es magnífico! ¡Es tu Padre el verda<strong>de</strong>ramente gran<strong>de</strong> y<br />

generoso!<br />

-¿De verdad es tan gran<strong>de</strong>? Jesús abrió los brazos y gritó a las estrellas:<br />

-¡Tan inmenso que se pone en pie en lo más pequeño!<br />

Eliseo, entonces, exaltado, alzándose, exclamó:<br />

-¡Pues viva la madre que lo parió! Y feliz añadió:<br />

-¿Sabes una cosa? Aunque fuera más pequeño, también me caería bien...<br />

Y antes <strong>de</strong> que el Maestro saliera <strong>de</strong> su asombro se aferró a sus mangas y,<br />

tirando <strong>de</strong> Él, le apremió:<br />

-¡Vamos, Señor!... ¡Salgamos <strong>de</strong> aquí!... ¡Todo el mundo <strong>de</strong>be saberlo!...<br />

¡Vamos! Necesitamos unos minutos para calmarlo y sentarlo. Por último, el<br />

Galileo, echando mano <strong>de</strong> una familiar frase, aclaró:<br />

-Deja que el Padre señale mi hora... De todas formas, gracias. Ya veo que has<br />

comprendido...<br />

Y redon<strong>de</strong>ó burlón:<br />

-¿Percibes o no percibes la «chispa»?<br />

No pu<strong>de</strong> contenerme y solté algo que pujaba por salir.<br />

271


-Señor, ese nuevo Dios, ese magnífico Padre..., no va a gustar a tu pueblo.<br />

-No he venido a imponer. Sólo a revelar. A recordar cuál es el verda<strong>de</strong>ro<br />

rostro <strong>de</strong> Dios y cuál la auténtica condición humana. Mi mensaje es claro y<br />

fácil <strong>de</strong> enten<strong>de</strong>r: Ab-bá es un Padre entrañable, amoroso, que no precisa <strong>de</strong><br />

leyes escritas, ni tampoco <strong>de</strong> prohibiciones. El que lo <strong>de</strong>scubre sabe qué<br />

hacer... Sabe que todo consiste en amar y servir, empezando por el prójimo.<br />

¿Sabéis por qué? ¿Sabéis por qué se <strong>de</strong>be auxiliar y querer a vuestros semejantes?<br />

-¿Por ética? -replicó Eliseo.<br />

-No.<br />

-¿Por solidaridad? -me aventuré.<br />

-No.<br />

-¿Por lógica? -apuntó el ingeniero sin <strong>de</strong>masiada seguridad.<br />

-¡Caliente, caliente!<br />

Nos rendimos. A <strong>de</strong>cir verdad, nunca me había planteado la, aparentemente,<br />

tonta cuestión.<br />

-Por sentido común -manifestó el Galileo con naturalidad.<br />

-¿Por sentido común?<br />

-¿Recordáis la «chispa» divina? Pensad... Si Ab-bá es el Padre <strong>de</strong> todos los<br />

humanos, si Él resi<strong>de</strong> en cada hombre, si él os imagina y aparecéis, ¿qué sois<br />

en realidad?<br />

-Hermanos... en la fe -replicó el ingeniero.<br />

-No.<br />

-¿No?<br />

Jesús subrayó el «no» con un lento y negativo movimiento <strong>de</strong> cabeza.<br />

-No sois hermanos en la fe. ¡Sois hermanos... físicamente! ¡Sois iguales!<br />

Entonces aclaró:<br />

-Segunda parte <strong>de</strong>l mensaje <strong>de</strong>l Hijo <strong>de</strong>l Hombre: si Ab-bá es vuestro Padre,<br />

el mundo es una familia. Por eso <strong>de</strong>béis amaros y ayudaros. Por sentido<br />

común. Todos tenéis el mismo <strong>de</strong>stino: llegar a Él.<br />

-Lo dicho, Señor -intervine con <strong>de</strong>saliento-, eso no va a gustar. Ricos y pobres...<br />

¿iguales? ¿Esclavos y dueños? ¿Necios y sabios? ¿Judíos y gentiles?<br />

Mi hermano se unió a quien esto escribe, añadiendo:<br />

-¿Y qué dices, Señor, <strong>de</strong> ese nuevo rostro <strong>de</strong>l Padre? ¿Un Dios amoroso? A las<br />

castas sacerdotales no les gustará...<br />

-Acabo <strong>de</strong> manifestarlo. El Hijo <strong>de</strong>l Hombre no viene a imponer. Sólo a inspirar.<br />

Mi trabajo no consiste en <strong>de</strong>moler, sino en insinuar. Yo soy la verdad y todo<br />

aquel que escuche mi palabra será tocado y removido. Dejad que la «chispa»<br />

interior haga el resto...<br />

-Pero Yavé no es Ab-bá. Yavé castiga, persigue...<br />

-Os lo repito. Dejad que se cumplan los planes <strong>de</strong>l Padre. Tienes razón, mi<br />

querido «pinche». Yavé no es Ab-bá, pero ha cumplido con lo dispuesto: el<br />

272


hombre respeta la Ley. Ahora es el turno <strong>de</strong> la revelación. Por encima <strong>de</strong> la<br />

Ley está siempre la verdad. Y la verdad es sólo una: sois hijos <strong>de</strong> un<br />

Dios-Amor.<br />

Empecé a intuir y a compren<strong>de</strong>r. Cambiar el rostro <strong>de</strong> Yavé. Modificar sus<br />

procedimientos y normativas. Dulcificar al severo juez. Casi humanizarlo.<br />

Inyectar la esperanza en un pueblo resignado y adormecido. Levantarlo hasta<br />

las estrellas. Decirle que es inmortal por la generosidad <strong>de</strong> un Dios. Gritarle<br />

que esa «chispa» no es una utopía. Hacerle ver que el mundo es una familia...<br />

Y <strong>de</strong>s<strong>de</strong> esos instantes supe también el porqué <strong>de</strong>l trágico final <strong>de</strong> aquel<br />

extraordinario Hombre. Su filosofía, su mensaje, eran revolucionarios. Peligrosamente<br />

revolucionarios.<br />

Eliseo, una vez más, rebajó la tensión. Se aferró a una <strong>de</strong> las últimas frases <strong>de</strong><br />

Jesús y solicitó <strong>de</strong>talles.<br />

-¿Dejad que la «chispa» interior haga el resto? No sabía que el Jefazo trabajase...<br />

El Maestro se doblegó encantado.<br />

-¿Qué pensabas? ¿Creías que esa presencia divina era un adorno?<br />

-¿Y qué hace?<br />

-Te lo dije: «tira» <strong>de</strong> ti... Esa misteriosa criatura se ocupa, entre otras cosas,<br />

<strong>de</strong> preparar tu alma para la vida futura, para la verda<strong>de</strong>ra vida. En cierto<br />

modo, te entrena...<br />

-Pues yo no me entero. -Es lógico. El Jefazo es muy silencioso. Tampoco le<br />

gustan los gritos. Se limita a pulir y rectificar tus pensamientos. Pero lo hace<br />

en la sombra <strong>de</strong> tu mente. Escondido. Casi prisionero.<br />

-¿Y cómo puedo ayudarle?<br />

Jesús sonrió complacido.<br />

-Ahora lo haces. Basta con tu buena voluntad. Basta con el <strong>de</strong>seo <strong>de</strong> querer,<br />

<strong>de</strong> prosperar en conocimientos, <strong>de</strong> aceptar que Ab-bá es tu Padre. Él, poco a<br />

poco, estrechará esa comunicación. Y llegará el día en que no precise <strong>de</strong><br />

símbolos para <strong>de</strong>cirte: «Ánimo! Estoy aquí. Escucha mi voz. Sube. Búscame...-Pero,<br />

Señor, no entiendo... El Jefazo <strong>de</strong>bería ser más claro. ¿Por qué no<br />

habla un poco más alto?<br />

¡Dios santo! ¡Cómo disfrutaba el Galileo con aquellas preguntas <strong>de</strong> mi hermano!<br />

-No quiere y no <strong>de</strong>be. A<strong>de</strong>más, tú mandas...<br />

-¿Yo?, ¿un «<strong>de</strong>strozapatos»? -Así es. Eso es lo establecido. Te pondré un<br />

ejemplo: tu mente es un navío, Ab-bá, la «chispa» interior, el piloto y tu<br />

voluntad, el capitán. Tú mandas...<br />

-¿Un navegante? -¡El mejor! ¡Lástima que no os <strong>de</strong>jéis guiar por Él! Con<br />

frecuencia, su rumbo es alterado por vuestra torpe naturaleza humana y,<br />

sobre todo, por los miedos, i<strong>de</strong>as preconcebidas y el qué dirán...<br />

-¡Los miedos! -exclamó Eliseo convencido-. ¡Cuánta razón tienes! ¿Por qué el<br />

273


hombre siente tanto miedo?<br />

-Muy simple. Porque no sabe, no es consciente <strong>de</strong> cuanto os estoy revelando.<br />

El día que <strong>de</strong>spierte, y no os quepa duda <strong>de</strong> que lo hará, y comprenda que es<br />

hijo <strong>de</strong> un Dios, que es inmortal y que está con<strong>de</strong>nado a ser feliz, ese día, mis<br />

queridos ángeles, el mundo será diferente. El ser humano sólo tendrá un<br />

temor: a no parecerse a Él...<br />

Y al instante matizó:<br />

-...Pero ese «miedo» también <strong>de</strong>saparecerá. La «chispa» lo sofocará.<br />

-Veamos -intervine sin <strong>de</strong>masiada seguridad-, si no he comprendido mal, el<br />

buen gobierno <strong>de</strong> esa «chispa» interior no <strong>de</strong>pen<strong>de</strong> <strong>de</strong> lo que uno crea o <strong>de</strong>je<br />

<strong>de</strong> creer, sino <strong>de</strong> la voluntad, <strong>de</strong>l <strong>de</strong>seo <strong>de</strong> hallar al Padre. ¿Me equivoco? -No,<br />

Jasón. Has hablado acertadamente. El éxito <strong>de</strong> mi Padre está íntimamente<br />

asociado a tu po<strong>de</strong>r <strong>de</strong> <strong>de</strong>cisión. Si tú confías, Él gana. Poco importa lo que<br />

creas. Si lo buscas, si lo persigues, la «chispa» controla el rumbo. Y tú, poco<br />

a poco, te vas haciendo uno con «ella».<br />

Guardó silencio. Creo que entendió. Sus palabras eran hermosas, esperanzadoras,<br />

pero, a veces, <strong>de</strong> difícil comprensión.<br />

-Os diré un secreto...<br />

Agitó <strong>de</strong> nuevo las llamas y, en tono reposado, con una elocuencia estremecedora,<br />

afirmó:<br />

-Observad la ma<strong>de</strong>ra. Se hace uno con el fuego y ambos, sin remedio, ascien<strong>de</strong>n.<br />

Al fin son verda<strong>de</strong>ramente libres... ¡Mirad!<br />

Y señaló la temblorosa espiral <strong>de</strong> humo, escapando hacia la noche.<br />

-¡Mirad bien! Ahora, fuego y ma<strong>de</strong>ra son uno... ¿Me habéis comprendido?<br />

-Por supuesto... -Pues bien, éste es el secreto. El hombre, la ma<strong>de</strong>ra, que<br />

consigue i<strong>de</strong>ntificarse, hacerse uno con Ab-bá, el fuego... ¡no morirá! Su<br />

envoltura mortal será consumida por la «chispa», por el Amor, y no necesitará<br />

ser resucitado... " Quise intervenir, pero Eliseo me atropello con una cuestión<br />

que, en efecto, había quedado rezagada.<br />

-¿Por qué, al mencionar la «chispa», la has llamado «misteriosa criatura»?<br />

-Porque lo es...<br />

El Maestro suspiró. Evi<strong>de</strong>ntemente, como a nosotros, las palabras también lo<br />

limitaban. E intentó simplificar.<br />

-Recordad la mariposa... Por mucho empeño que pongáis no os enten<strong>de</strong>rá. Si<br />

le dices quién eres, ni siquiera te escuchará. Tu pregunta, querido «Elisa»<br />

[Eliseo], me coloca en la misma situación. Aunque te revelara la verda<strong>de</strong>ra<br />

naturaleza <strong>de</strong> esa «chispa»... no compren<strong>de</strong>rías. Admite, pues, mi palabra.<br />

El ingeniero, asintiendo con la cabeza, lo animó.<br />

-La presencia divina que te habita es una luz, un <strong>de</strong>stello <strong>de</strong>l Padre... con su<br />

propia personalidad. Es, por tanto, una criatura, aunque <strong>de</strong>sgajada <strong>de</strong>l<br />

Creador. Y no preguntes más... Te lo dije: también Ab-bá tiene sus secretos...<br />

-¿Y cuándo se instala en el ser humano?<br />

274


Jesús <strong>de</strong> Nazaret, complacido con la insaciable curiosidad <strong>de</strong> mi compañero,<br />

sonrió con<strong>de</strong>scendiente.<br />

-Eso <strong>de</strong>pen<strong>de</strong> <strong>de</strong> Él... Pero, generalmente, cuando el niño es capaz <strong>de</strong> tomar<br />

su primera <strong>de</strong>cisión moral.<br />

-¿Y le acompaña hasta la muerte? - -Y más allá <strong>de</strong> la muerte. Recuerda: sois<br />

inmortales. El Padre, cuando da, no lo hace a medias...<br />

Eliseo quedó pensativo. Jesús le observó y, sorprendiéndonos, exclamó:<br />

«M-Dilo... Ésa es una buena pregunta...<br />

Mi hermano, <strong>de</strong>scompuesto, balbuceó:<br />

-Pero, ¿cómo lo haces? ¿Cómo sabes lo que estoy pensando?<br />

El Maestro señaló el blanco y dormido rostro <strong>de</strong>l Hermón y recordó algo que<br />

olvidábamos con frecuencia.<br />

-Ha llegado mi hora. Tú lo sabes. Aquí y ahora he recuperado lo que es mío...<br />

Pregunta. ¿Qué suce<strong>de</strong> con la «chispa» cuando alguien mata a su hermano o<br />

se suicida? El ingeniero, nervioso, esbozó una sonrisa.<br />

-Eso... ¿Qué pasa con la «criatura» si termino con una vida?<br />

-Lo más triste y lamentable, querido ángel, no es únicamente que atentes<br />

contra la vida, patrimonio exclusivo <strong>de</strong> la divinidad, sino que, súbitamente,<br />

sin previo aviso, suspendas la labor <strong>de</strong> la «chispa». Literalmente: la <strong>de</strong>jas<br />

huérfana...<br />

-En otras palabras: una patada en el trasero <strong>de</strong>l Jefe...<br />

-Correcto -rió Jesús-... admitiendo que el «Barbas» tenga trasero.<br />

Y matizó:<br />

-Con una acción así se <strong>de</strong>mora, no se suspen<strong>de</strong>, la escalada hacia el Padre.<br />

Dejadme que insista: sois inmortales. Nadie pue<strong>de</strong> privaros <strong>de</strong> esa herencia.<br />

Ab-bá os la ha entregado por a<strong>de</strong>lantado.<br />

-¡Inmortales! -Sí, Jasón... como suena. Ése es mi mensaje. A eso vengo...<br />

¿Te parece importante?<br />

Y le abrí el corazón:<br />

-Para gente como yo, perdida y sin horizonte, lo más importante.<br />

Pero necesitado <strong>de</strong> concreción, <strong>de</strong> objetivos físicos y palpables, pregunté:<br />

-Está bien, Señor. Te hemos entendido. Todo consiste en <strong>de</strong>scubrir, en buscar<br />

al Jefe. Pero, ¿qué más?, ¿cómo lo materializo?<br />

El Maestro -lo sé- esperaba ansioso esta cuestión. Y pronunció la frase clave:<br />

-Abandónate en sus manos.<br />

Le miré atónito.<br />

-¿Nada más?<br />

-Nada más. Eso es todo.<br />

-Pero... El Maestro tenía esa virtud. Hacía fácil lo difícil. Y se apresuró a<br />

vaciar las dudas.<br />

-Él se ha sometido a tu voluntad. Él está en tu interior, humil<strong>de</strong>, silencioso y<br />

pendiente <strong>de</strong> tus <strong>de</strong>seos <strong>de</strong> prosperar mental y espiritualmente. Haz tú lo<br />

275


mismo. Entrégate a él. No seas tonto y aprovecha: abandónate en sus manos.<br />

Deja que se haga su voluntad.<br />

No fui capaz <strong>de</strong> reaccionar. ¿Cómo era posible? ¿Eso era todo?<br />

Jesús entró <strong>de</strong> nuevo en mis atropelladas i<strong>de</strong>as e intentó apaciguarlas.<br />

-Os haré otra revelación...<br />

Alimentó el suspense con unas gotas <strong>de</strong> silencio y, finalmente, cuando nos<br />

tuvo en la palma <strong>de</strong> la mano, anunció:<br />

-Yo conozco al Padre. Vosotros, todavía no... Os hablo, pues, con la verdad.<br />

¿Sabéis cuál es el mejor regalo que podéis hacerle?<br />

Eliseo y yo nos miramos. Ni i<strong>de</strong>a... -El más exquisito, el más singular y<br />

acertado obsequio que la criatura humana pue<strong>de</strong> presentar al Jefe es hacer su<br />

voluntad. Nada le conmueve más. Nada resulta más rentable...<br />

Mi hermano, tan perplejo como yo, confundió el sentido <strong>de</strong> estas palabras.<br />

-¿Quieres <strong>de</strong>cir que <strong>de</strong>bemos negarnos a nosotros mismos? Jesús <strong>de</strong> Nazaret,<br />

comprendiendo, se apresuró a enmendar el error <strong>de</strong> Eliseo.<br />

-No, yo no he dicho eso. Hacer la voluntad <strong>de</strong>l Padre no significa esclavitud ni<br />

renuncia. Tus i<strong>de</strong>as son tuyas. También tus iniciativas y <strong>de</strong>cisiones. Hacer la<br />

voluntad <strong>de</strong> Ab-ba es confiar. ¡Es un estilo <strong>de</strong> vida. Es saber y aceptar que<br />

estás en sus manos. Que Él dispone. Que Él dirige. Que Él cuida.<br />

-Entiendo. Estás diciendo: «es mi voluntad que se haga su voluntad». -Exacto,<br />

Jasón. Tú lo has dicho. Cuando un hijo adopta esa suprema y sublime <strong>de</strong>cisión,<br />

el salto hacia la fusión con la «chispa» interior es gigantesco. Ésa es la clave.<br />

A partir <strong>de</strong> ahí, nada es igual. La vida cambia. Todo cambia. Y el Jefe respon<strong>de</strong>...<br />

Nueva pausa. Inspiró profundamente. Con ansiedad. Y dijo algo que jamás<br />

olvidaríamos. Algo que, poco a poco, iríamos verificando.<br />

-El Padre respon<strong>de</strong> y una fuerza benéfica, arrolla-dora, se pone al servicio <strong>de</strong><br />

esa criatura. Cuando el hombre dice «estoy en tus manos» lo da todo. Y Ab-ba<br />

convierte a ese hijo en un gigante. Ni él mismo llega a reconocerse. Es mucho<br />

más <strong>de</strong> lo que aparentemente es.<br />

-¿Una fuerza arrolladora?<br />

De pronto recordé. ¿Qué ocurrió en lo alto <strong>de</strong>l Ravid? Un día, sin previo aviso,<br />

sin razón aparente, nos sentimos llenos, inundados, <strong>de</strong> una extraña y singular<br />

«fuerza». ¿Era esto a lo que se refería el Galileo?<br />

El Maestro me miró y volvió a negar con la cabeza.<br />

-No, mi perplejo ángel, esa «fuerza» tiene otro origen y otro nombre...<br />

Lo había hecho <strong>de</strong> nuevo. Acababa <strong>de</strong> colarse en mi mente...<br />

Sonrió burlón y continuó:<br />

-Esa «fuerza» que tanto os intriga <strong>de</strong>scendió sobre los hombres por expreso<br />

<strong>de</strong>seo <strong>de</strong>l Creador <strong>de</strong> este universo. Se llama Espíritu <strong>de</strong> la Verdad. Pero <strong>de</strong><br />

ello, si os parece, hablaremos en su momento.<br />

Eliseo no aceptó.<br />

276


-¿Tú enviaste a ese Espíritu?<br />

-Así lo prometí. Y creo que lo sabéis <strong>de</strong> sobra: siempre cumplo.<br />

No permití que mi amigo <strong>de</strong>sviara al Maestro <strong>de</strong>l tema inicial. Y repetí la<br />

pregunta:<br />

-¿Una fuerza arrolladora?<br />

-Sí, Jasón... Ese hombre, el que <strong>de</strong>ci<strong>de</strong> hacer la voluntad <strong>de</strong>l Padre, se llena.<br />

Hasta sus más pequeños <strong>de</strong>seos se ven cumplidos. Sencillamente, como os he<br />

dicho, <strong>de</strong>spierta a la gloria y al Amor <strong>de</strong> Ab-ba. Es el gran hallazgo. Su vida, a<br />

partir <strong>de</strong> ahí, es una continua y gratificante sorpresa. Es el principio <strong>de</strong> la más<br />

fascinante <strong>de</strong> las aventuras...<br />

Y remachó con aquella inquietante seguridad:<br />

-Ponerse en sus manos, hacer la voluntad <strong>de</strong> Ab-ba significa, a<strong>de</strong>más, saber...<br />

-¿Saber? -.<br />

-Sí, saber. Obtener respuestas...<br />

Por ejemplo, ¿quién soy?<br />

En ese momento es fácil. Eres un hijo <strong>de</strong>l Amor. Un «regalo» <strong>de</strong>l Jefe. Un ser<br />

inmortal. Una criatura nacida en lo más bajo... <strong>de</strong>stinada a lo más alto. Un<br />

hombre que empieza a correr. A correr hacia Él.<br />

Por ejemplo: ¿qué hago aquí?<br />

Al <strong>de</strong>scubrir al Padre también es fácil...<br />

Estás en este mundo para VIVIR.<br />

El ingeniero no pudo contenerse.<br />

-Claro, Señor. Obvio...<br />

-No...<br />

Jesús me señaló y prosiguió:<br />

\-Escríbelo con mayúsculas... VIVIR... No he dicho vivir, tal y como vosotros<br />

lo entendéis. Si el Padre os ha puesto aquí es por algo realmente interesante...<br />

Interesante para vosotros. Escuchadme: ¡sois inmortales! Ahora os encontráis<br />

sujetos en esa envoltura carnal pero, en breve, cuando entréis en los<br />

mundos que os tengo reservados, este cuerpo sólo será un recuerdo. Un<br />

recuerdo cada vez más difuso... ¡VIVID, pues, la presente experiencia! ¡VIVID<br />

con intensidad! ¡VIVID con amor! ¡Con sentido común! ¡Con alegría! Y recordad<br />

que sólo tenéis esta oportunidad. Después, tras la muerte, VIVIRÉIS<br />

<strong>de</strong> otra forma...<br />

Mi hermano y yo, impulsados por mil preguntas, nos pisamos las palabras.<br />

Pero Jesús, haciendo caso omiso, siguió a lo suyo.<br />

-Por ejemplo: ¿cuál es mi futuro? Supongo que ya lo habéis adivinado. Lo sé,<br />

comentó, riéndose <strong>de</strong> sí mismo, me repito mucho... Insisto: vuestro <strong>de</strong>stino<br />

es Él. No hay otra dirección. Vuestro futuro es llegar a Él. Ser como Él. Ser<br />

perfectos. Conocerle. Trabajar hombro con hombro...<br />

-¿Seremos socios?<br />

277


-Querido «<strong>de</strong>strozapatos», si <strong>de</strong>ci<strong>de</strong>s ponerte en sus manos, si optas por<br />

hacer su voluntad... ¡ya eres su socio! Él hará en ti maravillas. Él te cubrirá<br />

con un Amor que te levantará <strong>de</strong>l suelo. Y tus miedos, escucha bien, <strong>de</strong>saparecerán...<br />

La noche, como nosotros, se quedó quieta. Absorta. Entusiasmada. Más aún:<br />

yo diría que esperanzada...<br />

Sencillamente, nos tenía atrapados. Él lo sabía y cerró el círculo.<br />

-... Si tu corazón se abre y se hace aliado <strong>de</strong> la vida, si te abandonas a su<br />

voluntad, nada, <strong>de</strong>ntro o fuera <strong>de</strong> ti, te hará temblar. Como un prodigio, tu<br />

alma caminará segura. Nada, querido ángel, ¡nada te hará retroce<strong>de</strong>r! Y esa<br />

sensación, ese sentimiento <strong>de</strong> seguridad te escoltará hasta el fin <strong>de</strong> tus días.<br />

-«Pero no os equivoquéis. Al mismo tiempo que ese afortunado hombre crece,<br />

así <strong>de</strong>saparece...<br />

-No entiendo.<br />

-Es fácil, querido «pinche». El Amor que se <strong>de</strong>rrama <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el Padre es turbulento.<br />

No sabe <strong>de</strong>l reposo. Y <strong>de</strong>berás irradiarlo. Compartirlo. Catapultarlo.<br />

No es <strong>de</strong> tu propiedad. Pues bien, un día, sin previo aviso, caerás en la cuenta<br />

<strong>de</strong> algo igualmente maravilloso: ¡no existe!, ¡has <strong>de</strong>saparecido para ti mismo!<br />

¡No cuentas! ¡No exiges! ¡No precisas! ¡No reclamas!<br />

Y rubricó la revelación con la mejor <strong>de</strong> sus sonrisas.<br />

-¡Habrás triunfado! En ese momento, al fin, habrás comprendido, querido<br />

«socio»...<br />

-¿Y qué pasa si me guardo ese Amor para mí mismo?<br />

-Escurriría, sin remedio, por la sentina <strong>de</strong>l buque. Sería una lástima. Tendrías<br />

que empezar <strong>de</strong> nuevo... Aquel que intenta encarcelar la verdad..., la pier<strong>de</strong>.<br />

Sois hermanos. Y te diré más: eso que propones no suce<strong>de</strong> jamás en un<br />

auténtico «socio». Te lo dije: se trata <strong>de</strong> un viaje sin retorno. Si Él te «toca»...<br />

nada es igual.<br />

-¡Socios <strong>de</strong> un Dios!<br />

-En efecto, Jasón. Y todo <strong>de</strong>pen<strong>de</strong> <strong>de</strong> tu voluntad... Si dices «sí», si te<br />

abandonas en sus manos, si te <strong>de</strong>jas gobernar por ese «piloto» interior,<br />

romperás las barreras que te limitan. Y tu capacidad <strong>de</strong> asombro será <strong>de</strong>sbordada<br />

una y otra vez. Todo, a tu alre<strong>de</strong>dor, estará a tu servicio. Tú «sí» es el<br />

«sí» <strong>de</strong> Ab-bá. En palabras sencillas: habrás encontrado una mina <strong>de</strong> oro...<br />

El ingeniero, eufórico, le interrumpió.<br />

-¡Aunque sea <strong>de</strong> carbón, Maestro!<br />

Jesús rió con ganas. Después, terminando la inconclusa frase, nos <strong>de</strong>jó boquiabiertos.<br />

-... Habréis encontrado una mina <strong>de</strong> oro... ¡que funciona sola!<br />

Y preguntó:<br />

-¿Os animáis?... ¡Es gratis!<br />

Entonces, señalando la casi extinguida fogata, se apresuró a comentar:<br />

278


-Pensadlo. Ya me diréis... Mejor dicho, se lo diréis a Él... Y ahora... <strong>de</strong>scansad.<br />

Y añadió socarrón:<br />

-Si podéis...<br />

SEGUNDA SEMANA EN EL HERMÓN<br />

En realidad, toda nuestra estancia en las cumbres <strong>de</strong>l Hermón fue un continuo<br />

hablar sobre Ab-ba. Era el tema y la palabra favoritos <strong>de</strong>l Hijo <strong>de</strong>l Hombre.<br />

Para nosotros fue un <strong>de</strong>scubrimiento. Un hallazgo que nos marcaría para<br />

siempre. En mi diario lo <strong>de</strong>finí como el «espíritu <strong>de</strong>l Hermón».<br />

Por supuesto, lo pensamos. Meditamos mucho sobre la insólita «invitación»<br />

<strong>de</strong>l Maestro. Eliseo, más audaz e inteligente que quien esto escribe, se <strong>de</strong>cidió<br />

rápido. Una mañana, antes <strong>de</strong> la habitual partida <strong>de</strong> Jesús hacia los ventisqueros,<br />

le salió al paso. Se plantó ante Él y, solemne, le comunicó:<br />

-Señor, lo tengo claro. No comprendo bien algunas <strong>de</strong> las cosas que dices,<br />

pero acepto. A partir <strong>de</strong> ahora me pongo en sus manos. Es mi voluntad que se<br />

haga la voluntad <strong>de</strong>l Jefe... El rabí reaccionó con uno <strong>de</strong> sus familiares gestos.<br />

Colocó las manos sobre los hombros <strong>de</strong>l ingeniero y, feliz, sentenció:<br />

-Que así sea... ¡Bienvenido al reino!<br />

Yo, más torpe, <strong>de</strong>jé pasar el tiempo. Ahora lo sé. Cometí un error. Quise<br />

analizar y filtrar. Traté <strong>de</strong> someter las revelaciones <strong>de</strong> Jesús <strong>de</strong> Nazaret a la<br />

lógica y el raciocinio. En otras palabras: olvidé las advertencias <strong>de</strong>l Galileo. No<br />

tuve en consi<strong>de</strong>ración «que la ciencia jamé podrá <strong>de</strong>mostrar la existencia <strong>de</strong><br />

Dios». No caí en la cuenta <strong>de</strong>l sabio aviso: «El encuentro con el Padre es una<br />

experiencia personal.» Y fue preciso que asistiera al primer e «involuntario»<br />

prodigio <strong>de</strong>l Maestro en la al<strong>de</strong>a Caná para que, al fin, me rindiera a la evi<strong>de</strong>ncia.<br />

Como Él afirmó, cada cual es «tocado» en su momento.<br />

Pero sigamos por or<strong>de</strong>n.<br />

Aquella segunda semana en el mahaneh fue igualmente tranquila y benéfica.<br />

El Maestro, siguiendo su costumbre, <strong>de</strong>saparecía al amanecer, regresando<br />

poco antes <strong>de</strong>l ocaso. Y cada noche, en las animadas tertulias, hablaba <strong>de</strong><br />

esos intensos «contactos» con Ab-bá. Lo hacía con una naturalidad que daba<br />

miedo. Por lo que acerté a enten<strong>de</strong>r, esos «diálogos» (?) con el Jefe eran<br />

directos. Algo así como <strong>de</strong>scolgar un teléfono y marcar el número <strong>de</strong> Dios... Ni<br />

qué <strong>de</strong>cir tiene que jamás pusimos en duda sus explicaciones, aunque, en<br />

ocasiones, resultaban inconcebibles. Y a<strong>de</strong>lantaré algo que entiendo <strong>de</strong> especial<br />

gravedad. Fue justamente esa actitud, esa especie <strong>de</strong> «hilo directo»<br />

con el Padre <strong>de</strong> los cielos, lo que, poco <strong>de</strong>spués, en su vida pública, le enfrentaría<br />

a propios y extraños. ¿Hablar directamente con Dios? ¿Conversar<br />

con Él <strong>de</strong> igual a igual? La ortodoxia judía, lógicamente, lo consi<strong>de</strong>ró una<br />

blasfemia. En cuanto a su familia, y al resto <strong>de</strong> los ciudadanos <strong>de</strong> a pie, esa<br />

revolucionaria forma <strong>de</strong> «tratar» al Todopo<strong>de</strong>roso, a Yavé, provocó <strong>de</strong> in-<br />

279


mediato un abismo. Y el Maestro, naturalmente, fue tachado <strong>de</strong> loco.<br />

Después, conforme pasaron los días, fui dándome cuenta. Aquel voluntario<br />

retiro en el macizo <strong>de</strong>l Hermón constituyó una etapa clave en la vida <strong>de</strong>l Hijo<br />

<strong>de</strong>l Hombre. En primer lugar, como ya mencioné, «recuperó lo que era legítimamente<br />

suyo». Fue, sin duda, un momento histórico. Jesús <strong>de</strong> Nazaret, el<br />

hombre, «<strong>de</strong>spertó» a la divinidad. Por último, en esas semanas, «ató cabos».<br />

Se preparó. Digamos que puso en or<strong>de</strong>n las i<strong>de</strong>as. Su mente y naturaleza<br />

humanas (las palabras no me ayudan) «aprendieron» a convivir (?) con la<br />

otra «naturaleza». Y sospecho que se hicieron una, aunque ambas, físicamente,<br />

eran in<strong>de</strong>pendientes. No he podido profundizar en ello. Mi cerebro no<br />

da para tanto. Pero así fue.<br />

¡Lástima que nadie mencionara este <strong>de</strong>cisivo aislamiento al norte <strong>de</strong> la<br />

Gaulanitis!<br />

¿Aislamiento? No <strong>de</strong>l todo...<br />

A lo largo <strong>de</strong> aquella semana recibimos una visita. Una inesperada visita...<br />

Recuerdo que fue el jueves, 30 <strong>de</strong> agosto. Poco más o menos hacia la hora<br />

«décima» (las cuatro <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong>) vimos aparecer en la meseta a dos casi<br />

olvidados personajes.<br />

El Maestro se hallaba ausente.<br />

En un primer momento, Eliseo y yo no supimos qué hacer. Y, recelosos, los<br />

<strong>de</strong>jamos avanzar.<br />

Pero todo fue más fácil <strong>de</strong> lo que suponíamos...<br />

Los Tiglat, padre e hijo, tirando <strong>de</strong>l onagro, saludaron cordiales. La verdad es<br />

que me extrañó. Nuestra <strong>de</strong>spedida junto al refugio <strong>de</strong> piedra no fue muy<br />

cálida...<br />

Tampoco entendí por qué se <strong>de</strong>cidieron a incumplir lo pactado con el «extraño<br />

galileo». El joven fenicio, como dije, <strong>de</strong>bía <strong>de</strong>positar las provisiones en el<br />

lugar ya mencionado, sin pisar el campamento. Eso era lo acordado con el<br />

Maestro.<br />

La explicación llegó <strong>de</strong> inmediato. Tiglat padre, sin <strong>de</strong>mora ni ro<strong>de</strong>os, mi miró<br />

directamente a los ojos y, con una sombra <strong>de</strong> tristeza, solicitó disculpas «por<br />

el torpe comportamiento <strong>de</strong> su joven e irreflexivo hijo»:<br />

-Te ruego aceptes mis excusas. Esa reacción no es propia <strong>de</strong> mi gente...<br />

Sinceramente, había olvidado lo acaecido con Oí. Resté importancia al suceso<br />

y, en el mismo tono, afable y sincero, les pedí que lo olvidaran. El cabeza <strong>de</strong><br />

familia, sin embargo, hizo una señal al jovencito y éste, a<strong>de</strong>lantándose, bajando<br />

los ojos, repitió la petición <strong>de</strong> perdón.<br />

Revolví los negros cabellos <strong>de</strong>l muchacho y, sonriente, le recordé una <strong>de</strong> sus<br />

frases:<br />

-Tenías razón... Tu padre no es un buen hombre. Es el mejor...<br />

Acto seguido, en silencio, procedieron a la <strong>de</strong>scarga <strong>de</strong> las viandas. Y al<br />

concluir, tras un escueto «que Baal os bendiga», hicieron a<strong>de</strong>mán <strong>de</strong> retirarse.<br />

280


Eliseo y quien esto escribe, casi mudos, no supimos reaccionar.<br />

¿Los <strong>de</strong>jábamos ir? ¿Qué hacíamos? ¿Los invitábamos a quedarse?<br />

Esa <strong>de</strong>cisión -supusimos- no era <strong>de</strong> nuestra competencia. Tanto mi hermano<br />

como yo, lo sé, <strong>de</strong>seábamos en esos instantes que permanecieran en el<br />

mahaneh. Pero, respetuosos con el Maestro, doblegamos el impulso. Sólo Él<br />

podía...<br />

Curioso. Muy curioso. Esa misma noche, Eliseo me lo confesó. Al verlos<br />

alejarse -fiel a los consejos <strong>de</strong>l rabí-, pidió al Padre que «hiciera algo», que los<br />

<strong>de</strong>tuviera...<br />

Y ocurrió.<br />

De pronto, cuando marchaban cerca <strong>de</strong>l dolmen, alguien gritó <strong>de</strong>s<strong>de</strong> los cedros,<br />

reclamándolos.<br />

¡El Galileo!<br />

El ingeniero, entusiasmado, reconocería que lo revelado por Jesús <strong>de</strong> Nazaret<br />

«funcionaba». La mágica y arrolladora «fuerza» <strong>de</strong> la que habló el Maestro<br />

hizo realidad nuestros <strong>de</strong>seos. Los Tiglat se <strong>de</strong>tuvieron, dieron media vuelta y<br />

pernoctaron con nosotros. Yo, aunque <strong>de</strong>sconcertado, me aferré a lo único<br />

que explicaba la súbita y provi<strong>de</strong>ncial aparición <strong>de</strong> Jesús: la casualidad...<br />

¡Pobre necio!<br />

Jesús no consintió que los Tiglat colaborasen en la cena. Eran sus invitados.<br />

Tomó las truchas recién <strong>de</strong>scargadas -regalo <strong>de</strong> los fenicios- y las cocinó al<br />

estilo <strong>de</strong>l yam. Una receta que provocó encendidos elogios entre los comensales.<br />

Tras limpiar media docena <strong>de</strong> «arco iris», empujó las columnas<br />

vertebrales con los <strong>de</strong>dos medio y pulgar, <strong>de</strong>sprendiendo la carne. De la<br />

marinada -siguiendo las indicaciones <strong>de</strong>l «cocinero-jefe»- se responsabilizó el<br />

«pinche»: aceite, sal, miel <strong>de</strong> dátiles, pimienta negra bien molida y vinagre.<br />

Concluida la fritura, Jesús puso el toque personal: almendras calientes y una<br />

cucharada <strong>de</strong> mantequilla sobre cada pescado. Y escoltando el apetitoso<br />

condumio una ensalada-postre, troceada por Él mismo, a base <strong>de</strong>l dulce<br />

mikshak, el melón <strong>de</strong>l Hule, salpicado con otra <strong>de</strong> sus <strong>de</strong>bilida<strong>de</strong>s: las pasas<br />

<strong>de</strong> Corinto.<br />

Mientras <strong>de</strong>vorábamos las <strong>de</strong>liciosas truchas, el joven Tiglat sacó a relucir el<br />

inci<strong>de</strong>nte con «Al» y sus compinches, explicando al Maestro cómo su buen<br />

dios Baal nos había protegido, «<strong>de</strong>scargando sus rayos sobre los bandidos».<br />

Eliseo y yo nos miramos. La versión <strong>de</strong>l pequeño guía nos tranquilizó. Jesús<br />

escuchó atentamente, pero no hizo comentario alguno. Al finalizar la <strong>de</strong>tallada<br />

exposición, el Galileo me buscó con la mirada. Sonrió y me hizo un guiño<br />

<strong>de</strong> complicidad.<br />

Entonces, dirigiéndose al «extraño galileo» Tiglat padre, curioso, preguntó:<br />

-Dice mi hijo que eres un hombre rico. ¿Es eso cierto?<br />

El Maestro, sorprendido, no pudo contener la risa y se atragantó.<br />

281


Instantes <strong>de</strong>spués, recuperado, replicó:<br />

-¿Y para qué necesita la riqueza aquel que posee la verdad?<br />

Mi hermano, <strong>de</strong>seoso <strong>de</strong> corregir la equivocada interpretación <strong>de</strong>l fenicio,<br />

puntualizó:<br />

-No fue eso lo que le dije a tu hijo. Cuando le hablé <strong>de</strong> nuestro amigo me referí<br />

a su corazón... «Un corazón inmensamente rico». Ésas fueron mis palabras.<br />

El jefe <strong>de</strong> Bet Jenn comprendió. Pero, <strong>de</strong>sconcertado por la respuesta <strong>de</strong> Jesús,<br />

se agarró a la i<strong>de</strong>a expresada por el Maestro.<br />

-¿La verdad? ¿Conoces tú la verdad? A partir <strong>de</strong> esos momentos asistiríamos<br />

a un parca, pero reveladora conversación con el Hijo <strong>de</strong>l Hombre. Una tertulia<br />

<strong>de</strong> la que todos saldríamos confundidos...<br />

El Maestro, silencioso, nos observó uno por uno. Tuve la sensación <strong>de</strong> que<br />

dudaba. Mejor dicho, <strong>de</strong> que no <strong>de</strong>seaba hablar <strong>de</strong>l espinoso asunto. Ahora,<br />

en la distancia, le entiendo...<br />

El adolescente intentó forzar al Galileo. Y lo consiguió a medias.<br />

-Mi padre dice que la verdad, si es que existe, está por llegar. Tiglat, complacido,<br />

asintió. -Y dice también que, cuando llegue, me hará temblar <strong>de</strong><br />

emoción porque es algo que toca directamente el corazón...<br />

El Maestro, vencido, le sonrió con ternura. Volvió a mirarme y, haciéndome un<br />

guiño, exclamó: -Tu padre es un hombre sabio...<br />

Debería estar acostumbrado, pero no... Esta frase, justamente, fue pronunciada<br />

por este explorador al pie <strong>de</strong>l asherat, como respuesta a los comentarios<br />

hechos por el guía. ¡Los mismos comentarios expuestos ahora por el<br />

joven Tiglat!<br />

¿Cómo lo hacía? ¿Cómo podía conocer y manejar los pensamientos ajenos con<br />

semejante soltura? La explicación -también lo sé- era obvia. Pero, terco como<br />

una muía, me resistía a aceptarlo...<br />

-Vosotros -prosiguió Jesús dirigiéndose a los Tiglay- no me conocéis. Éstos,<br />

en cambio, mis queridos griegos, saben quién soy. Conocen mi palabra y<br />

pue<strong>de</strong>n dar fe <strong>de</strong> que nunca miento.<br />

Dudó. Estaba claro que lo que se disponía a revelar no era sencillo. Suspiró y,<br />

supongo, se resignó.<br />

-Sí, amigo mío... Yo conozco la verdad. Tu hijo habla con razón. La verdad<br />

existe, pero, <strong>de</strong> momento, no está al alcance <strong>de</strong> los seres humanos.<br />

Señaló la luna, casi llena, y matizó:<br />

-Vosotros tenéis una i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> la realidad. Pero es un concepto limitado, propio<br />

<strong>de</strong> una mente finita que apenas acaba <strong>de</strong> <strong>de</strong>spertar. Para éstos -continuó<br />

refiriéndose a Eliseo y a quien esto escribe-, educados en otro lugar, la realidad<br />

<strong>de</strong>l universo es distinta a la vuestra...<br />

La sutileza, lógicamente, no fue captada por los Tiglat en su auténtica dimensión.<br />

Pero la comparación era válida. Y supimos leer entre líneas...<br />

-... Ellos entien<strong>de</strong>n la luna y las estrellas <strong>de</strong> una forma. Vosotros <strong>de</strong> otra. En<br />

282


<strong>de</strong>finitiva, tenéis diferentes conceptos <strong>de</strong> una misma realidad. Y yo os digo:<br />

los cuatro os quedáis cortos. La realidad total, final y completa, es mucho más<br />

que todo eso.<br />

Nadie respiraba.<br />

-... Más allá <strong>de</strong> lo que veis existen otras realida<strong>de</strong>s, tan físicas y concretas<br />

como esa luna, que pertenecen al mundo <strong>de</strong> lo no material. Ese mundo invisible<br />

e inconcebible para vosotros constituye en verdad la auténtica «realidad».<br />

Y terminó <strong>de</strong>sembarcando en lo anunciado inicial-mente.<br />

-... Pero, como os <strong>de</strong>cía, para alcanzar esa realidad última, la gran verdad,<br />

necesitáis tiempo. Mucho tiempo. La verdad, por tanto, existe, pero es <strong>de</strong>l<br />

todo imposible que pueda ser abarcada por la mente y la inteligencia <strong>de</strong> una<br />

criatura mortal.<br />

El muchacho, ágil y listo, le abordó sin contemplaciones.<br />

-Tú no hablas como un judío... ¿Quién eres realmente?<br />

Jesús tampoco se parapetó.<br />

-Yo, hijo mío, he venido a tocar tu corazón. Estoy aquí para hacerte temblar<br />

<strong>de</strong> emoción. Para que du<strong>de</strong>s, para enseñarte un camino que nadie te ha<br />

mostrado...<br />

-¿Un camino? ¿Hacia dón<strong>de</strong>?<br />

-Hacia esa verdad <strong>de</strong> la que habla tu padre. Pero no te impacientes. Cuando<br />

llegue mi hora volverás a verme y tus ojos se abrirán. Entonces te mostraré a<br />

Ab-bá y compren<strong>de</strong>rás que la verdad <strong>de</strong> la que te hablo es como un perfume.<br />

Sencillamente, la i<strong>de</strong>ntificarás por su fragancia.<br />

El joven Tiglat, hecho un lío, siguió preguntando.<br />

-¿Ab-bá? ¿Quién es ese padre?<br />

-Para ti -anunció el Hijo <strong>de</strong>l Hombre categórico-, un Dios nuevo. Para tu<br />

padre... un viejo sueño.<br />

-Y tú, ¿cómo sabes eso? -intervino perplejo el padre <strong>de</strong>l joven-. ¿Cómo sabes<br />

que dudo <strong>de</strong> todos los dioses, incluido el tuyo?<br />

No hubo respuesta. Mi hermano y yo comprendimos. No era el momento.<br />

Como Él acababa <strong>de</strong> afirmar, no había llegado su hora. Jesús <strong>de</strong> Nazaret eligió<br />

el silencio.<br />

-¡Un Dios nuevo! -exclamó el jovencito, no menos <strong>de</strong>sconcertado-. ¿Y tú eres<br />

judío? ¿Qué pasará con Yavé?<br />

-Te lo he dicho: <strong>de</strong>ja que llegue mi hora... Entonces te hablaré <strong>de</strong> ese nuevo<br />

Padre.<br />

-¡No! -bramó el impetuoso adolescente-. ¡Háblame ahora! El jefe <strong>de</strong> los Tiglat<br />

reprendió al muchacho. Pero Jesús, solicitando calma, accedió.<br />

-Está bien, mi querido e impulsivo amigo... Lo haré porque es tu corazón el<br />

que lo reclama.<br />

»Yavé está bien don<strong>de</strong> está. Y ahí quedará para los que no comprendan la<br />

283


nueva revelación. Porque <strong>de</strong> eso se trata: <strong>de</strong> entregar al hombre un concepto<br />

más exacto <strong>de</strong> Dios... Sí, hijo mío, un Dios nuevo y viejo al mismo tiempo. Un<br />

Dios Padre. Un Dios que no precisa nombre. Un Dios sin leyes escritas. Un<br />

Dios que no castiga, que no lleva las cuentas <strong>de</strong> tus obras. Un Dios que no<br />

necesita perdonar..., porque no hay nada que perdonar. Un Dios al que<br />

pue<strong>de</strong>s y <strong>de</strong>bes hablar <strong>de</strong> tú a tú. Un Dios que te ha creado inmortal. Que te<br />

llevará <strong>de</strong> la mano cuando mueras. Que te invita a conocerlo, a poseerlo y,<br />

sobre todo, a amarlo. Un Dios, como tú haces con tu padre, en el que confiar.<br />

Un Dios que te cuida sin tú saberlo. Que te da antes <strong>de</strong> que aciertes a abrir los<br />

labios. Un Dios tan inmenso que es capaz <strong>de</strong> instalarse en lo más pequeño:<br />

¡tú!<br />

La mágica voz <strong>de</strong> aquel Hombre, sonora, segura, armada <strong>de</strong> esperanza, nos<br />

rindió a todos.<br />

Tiglat padre sostuvo la penetrante y cálida mirada <strong>de</strong>l «extraño galileo». No<br />

había duda. Sus palabras lo hechizaron. Y balbuceó:<br />

-¿Dón<strong>de</strong> está ese Dios? ¿Dón<strong>de</strong> po<strong>de</strong>mos encontrarlo?<br />

Jesús tocó su propio pecho con el índice izquierdo y aclaró: -Te lo he dicho:<br />

aquí mismo... <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> ti.<br />

-Pero, ¿cómo es eso? -se a<strong>de</strong>lantó el hijo-. Todos los dioses están fuera.<br />

-Exacto, pequeño. Sólo la verdad está <strong>de</strong>ntro. Por eso, como dice tu padre,<br />

cuando la encuentres, cuando <strong>de</strong>scubras a Ab-bá, te hará temblar <strong>de</strong> emoción...<br />

Y añadió, levantando <strong>de</strong> nuevo los corazones:<br />

-... Ese Dios se escon<strong>de</strong> en la experiencia. Y la experiencia es personal. Cada<br />

uno vive a Ab-bá a su manera. No hay normas ni leyes. Os lo he dicho. Ese<br />

Dios trabaja <strong>de</strong>ntro y lo hace a medida <strong>de</strong> cada inteligencia y <strong>de</strong> cada voluntad.<br />

No perdáis el tiempo buscando en el exterior. No escuchéis siquiera a los que<br />

dicen poseer la i verdad. Yo os digo que nadie pue<strong>de</strong> domesticarla y hacerla<br />

suya. La verdad, la pequeña parte que ahora podéis distinguir, es libre,<br />

dinámica y bella. Si alguien la enca<strong>de</strong>na, si alguien comercia con ella, se aleja.<br />

-Pero tú dices conocer la verdad. Tú también la estas vendiendo y pregonando...<br />

El Maestro volvió a dudar. Nos miró y creí distinguir en sus ojos la sombra <strong>de</strong><br />

la impotencia. En esta ocasión, sin embargo, no respondió al duro planteamiento<br />

<strong>de</strong>l joven Tiglat. Se alzó y, lacónico, exclamó a manera <strong>de</strong> <strong>de</strong>s- -<br />

pedida:<br />

-No ha llegado mi hora...<br />

Acto seguido <strong>de</strong>sapareció en su tienda.<br />

Al día siguiente, viernes, cuando los Tiglat regresaron a Bet Jenn, Eliseo y yo<br />

nos enzarzamos en una fuerte polémica. Mi hermano <strong>de</strong>fendía la postura <strong>de</strong>l<br />

Maestro. Estaba <strong>de</strong> acuerdo con su extraña y, en cierto modo, cortante actitud.<br />

No era el momento. Nos hallábamos en el final <strong>de</strong> agosto <strong>de</strong>l año 25. Jesús <strong>de</strong><br />

284


Nazaret <strong>de</strong>bía esperar. Yo, en cambio, estimé que los honestos fenicios tenían<br />

<strong>de</strong>recho a saber. Y así nos sorprendió el Galileo a su vuelta <strong>de</strong> la cumbre <strong>de</strong>l<br />

Hermón: atrincherados en posturas radicalmente contrarias.<br />

Fue inevitable. Tras la cena, yo mismo planteé el problema. Y Jesús, más<br />

relajado, le dio la razón a mi compañero.<br />

-Jasón, al igual que tu hermano, yo también me he puesto en las manos <strong>de</strong>l<br />

Padre. Me limito a hacer su voluntad.<br />

Y, cariñoso, <strong>de</strong>rribando mis presuntuosos postulados, afirmó:<br />

-¿Cómo pue<strong>de</strong>s pensar una cosa así? ¿Crees que mi corazón no ar<strong>de</strong> en<br />

<strong>de</strong>seos <strong>de</strong> pregonar la nueva nueva?<br />

-Pero, entonces, Señor, ¿por qué estás con nosotros? ¿Por qué nos hablas <strong>de</strong><br />

Ab-bá?<br />

-Os lo dije en su momento. Vosotros estáis aquí por expresa voluntad <strong>de</strong>l Jefe.<br />

Vosotros sois una excepción. Vosotros no contáis para este tiempo. Sois los<br />

mensajeros <strong>de</strong> otros hombres y mis propios embajadores. Sois una <strong>de</strong> las<br />

muchas realida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> mi reino. Él os ha ben<strong>de</strong>cido y yo hago lo mismo.<br />

Eliseo no <strong>de</strong>jó pasar la oportunidad.<br />

-Ahora estamos solos. Quizá <strong>de</strong>sees hablar con más claridad. ¿Qué es eso <strong>de</strong><br />

«otras realida<strong>de</strong>s»?<br />

Jesús pareció sorprendido por el abordaje.<br />

-Creí que lo habíais entendido...<br />

El ingeniero, transparente, habló también por mí.<br />

-Sí y no... Por ejemplo: nos <strong>de</strong>jaste perplejos al asegurar que la verdad no<br />

está al alcance <strong>de</strong> la mente humana.<br />

El Maestro levantó el rostro hacia las estrellas y preguntó:<br />

-¿Veis esa luz?<br />

-Sí, Maestro... Es la luz <strong>de</strong>l universo.<br />

-Decidme: ¿creéis que es la única luz?<br />

Aquellos exploradores, intuyendo una secreta intención, se miraron sin saber<br />

qué <strong>de</strong>cir.<br />

-Bueno -expresé celoso-, eso parece...<br />

-Dices bien, Jasón. Eso parece, pero no lo es... Ésa es vuestra realidad. El<br />

problema es: ¿se trata <strong>de</strong> la única realidad?<br />

-¿Estás insinuando que hay otro tipo <strong>de</strong> luz? - y-No, querido «pinche», no<br />

insisto. Afirmo. En el reino <strong>de</strong> Ab-bá hay tres clases <strong>de</strong> luces: la que ahora veis,<br />

la física, la material; la luz <strong>de</strong> la mente y la genuina, la luz <strong>de</strong>l espíritu.<br />

-Pero, ¿ésas son físicas?<br />

-Mucho más que la <strong>de</strong> las estrellas...<br />

Eliseo, insatisfecho, remachó:<br />

-Cuando digo «físicas» estoy diciendo «físicas»...<br />

Jesús sonrió. E hizo suyas las palabras <strong>de</strong> mi amigo.<br />

-Cuando digo «físicas», yo también estoy diciendo «físicas»...<br />

285


-No pue<strong>de</strong> ser. Yo no veo la luz mental <strong>de</strong> mi hermano...<br />

Me miró y añadió malévolo:<br />

-He buscado un mal ejemplo... Éste carece <strong>de</strong> inteligencia.<br />

-Pues yo tampoco veo la tuya, «<strong>de</strong>strozapatos»...<br />

-¡Calma! -suplicó el Maestro. Y fue <strong>de</strong>recho al grano-. Ambos tenéis razón.<br />

Esas «otras realida<strong>de</strong>s», las luces <strong>de</strong>l intelecto y <strong>de</strong>l espíritu, no son visibles<br />

ahora, mientras permanezcáis en esta forma humana. ¿Es que no lo comprendéis?<br />

Estáis en el principio. Sois como un bebé. Ni siquiera os habéis<br />

puesto en pie...<br />

Entonces, señalando hacia las «cascadas», recordó a nuestros «vecinos», los<br />

damanes <strong>de</strong> las rocas. Y prosiguió:<br />

-Estamos ante el mismo caso <strong>de</strong> la mariposa. Si lograseis atrapar a una <strong>de</strong><br />

esas criaturas, ¿cómo la convenceríais <strong>de</strong> que el mundo se extien<strong>de</strong> mucho<br />

más allá <strong>de</strong>l nahal?<br />

-Imposible, Señor...<br />

-Pues en verdad os digo que ése, ni más ni menos, es vuestro caso. Acabáis<br />

<strong>de</strong> nacer a la vida y lo ignoráis todo sobre las realida<strong>de</strong>s que sostiene el Padre.<br />

Y os diré más: aunque por razones diferentes a las vuestras, las criaturas<br />

espirituales también consi<strong>de</strong>ran la materia como algo irreal.<br />

Supongo que percibió nuestro <strong>de</strong>sconcierto. Y se apresuró a concretar:<br />

SÉ-Queridos ángeles, conforme vayáis alejándoos <strong>de</strong> este soporte material,<br />

conforme ganéis en perfección y luz espiritual, tanto más difuso aparecerá el<br />

recuerdo <strong>de</strong> esta etapa. De hecho, esas criaturas <strong>de</strong> luz atraviesan la materia<br />

física como si no existiese.<br />

-Entiendo, Señor. Por eso <strong>de</strong>cías que la verdad final no está a nuestro alcance...<br />

%<br />

-Por el momento, Jasón. Sólo por el momento... Poco a poco, más a<strong>de</strong>lante,<br />

irás captando y comprendiendo.<br />

-¿Y seré sabio? .<br />

...-Más que ahora, sí... Pero no te confundas, mi querido «<strong>de</strong>strozapatos». Ni<br />

siquiera cuando llegues a la presencia <strong>de</strong>l Jefazo estarás en posesión <strong>de</strong> la<br />

verdad absoluta.<br />

-No importa, Señor. Me contento con atravesar pare<strong>de</strong>s... No pu<strong>de</strong> ni quise<br />

silenciar mis pensamientos.<br />

-¡Qué equivocados estamos! En nuestro mundo hay muchos que se consi<strong>de</strong>ran<br />

en posesión <strong>de</strong> esa verdad..., empezando por la ciencia. El Maestro<br />

asintió con la cabeza. Y fue a repetir lo expuesto la noche anterior:<br />

-Es gente confundida. ¡Ay <strong>de</strong> aquellos que intenten monopolizarla! Su fanatismo<br />

los volverá ciegos.<br />

En cuanto a la ciencia, querido Jasón, no <strong>de</strong>sesperes. Algún día <strong>de</strong>scubrirás<br />

que sólo es una valiosa compañera <strong>de</strong> viaje...<br />

-¿De viaje? ¿De quién?<br />

286


-De la fe.<br />

-Eso tiene gracia -terció el ingeniero-. Siempre creí que la fe era ciega.<br />

-No, son los hombres los que la hacen ciega. La confianza en el Padre, en esas<br />

otras realida<strong>de</strong>s que os aguardan, <strong>de</strong>be ser razonable y científica... hasta<br />

don<strong>de</strong> sea posible. La ciencia, poco a poco, controlará y compren<strong>de</strong>rá el<br />

universo en el que ahora os movéis. Y confirmará el tesoro <strong>de</strong> vuestra experiencia<br />

personal, ganada a pulso y en solitario. Y llegará el día en que la<br />

revelación, esta revelación, le dará la mano a ambas: a la fe y a la ciencia.<br />

-Un momento, Señor, ¿es que fe y revelación no son la misma cosa?<br />

-No, Jasón, no son lo mismo. La fe... a mí me gusta más la palabra confianza,<br />

es un acto que <strong>de</strong>pen<strong>de</strong> <strong>de</strong> la voluntad. La revelación es un regalo <strong>de</strong>l Padre.<br />

Y llega siempre en el instante oportuno.<br />

-No lo entiendo. Siempre he escuchado y leído que la fe, perdón, la confianza,<br />

es un don <strong>de</strong> Dios...<br />

El Maestro sonrió con benevolencia.<br />

-Lo sé, Jasón, lo sé... En el futuro, muchas <strong>de</strong> mis palabras y actos serán mal<br />

interpretados y, lo que es peor, manipulados. Si fuera como dices, si la confianza<br />

en Ab-bá fuera el resultado <strong>de</strong> una gracia divina, algo fallaría en los<br />

cielos. ¿Por qué a unos sí y a otros no? Eso no es justo. Ése no es el estilo <strong>de</strong>l<br />

«Barbas». Os lo repito: <strong>de</strong>scubrir al Padre, confiar en Él, ponerse en sus<br />

manos y aceptar su voluntad <strong>de</strong>pen<strong>de</strong> únicamente, ¡únicamente!, <strong>de</strong>l hombre.<br />

-Pero antes, Señor, hay que caer en la cuenta...-Exacto, querido «pinche».<br />

Por eso estoy aquí.<br />

El ingeniero musitó casi para sí:<br />

-En el fondo es fácil... Todo consiste en <strong>de</strong>cir: «sí, quiero».<br />

-No... Di mejor «sí, acepto». Entonces, al <strong>de</strong>spertar a la nueva, a la verda<strong>de</strong>ra<br />

vida, esa confianza te hará razonable. Después, tras la muerte, tu propia<br />

experiencia te hará sabio. Por último, cuando entres en «otras realida<strong>de</strong>s»,<br />

cuando seas un «hombre-luz», cuando te presentes ante tu querido «Barbas»,<br />

entonces, querido amigo, sentirás cómo la verdad te roza y te besa...<br />

-Entonces... -Sí -murmuró el Hijo <strong>de</strong>l Hombre, acariciando las palabras-, sólo<br />

entonces...<br />

TERCERA SEMANA EN EL HERMÓN<br />

Del domingo, 2 <strong>de</strong> septiembre, al sábado, 8, la estancia en las cumbres <strong>de</strong>l<br />

Hermón experimentó un interesante cambio. Interesante para estos exploradores,<br />

claro está...<br />

Jesús continuó con sus habituales retiros, pero, en tres <strong>de</strong> aquellas jornadas,<br />

tuvimos la fortuna <strong>de</strong> acompañarlo. Ocurrió el lunes, 3 <strong>de</strong> septiembre, y los<br />

dos últimos días <strong>de</strong> la referida semana: el viernes y el sábado.<br />

287


El Hijo <strong>de</strong>l Hombre, sencillamente, nos pidió que le siguiéramos.<br />

En esos momentos -lo confieso- no reparé en la sutileza <strong>de</strong> semejante ruego.<br />

Ahora creo enten<strong>de</strong>r el porqué...<br />

Pero vayamos por or<strong>de</strong>n.<br />

Un día antes <strong>de</strong> la primera excursión, el domingo, 2 <strong>de</strong> septiembre, a la hora<br />

<strong>de</strong>l cotidiano y relajante baño en las «cascadas», sucedió algo aparentemente<br />

sin mayor trascen<strong>de</strong>ncia. El pequeño inci<strong>de</strong>nte, sin embargo, me <strong>de</strong>jó pensativo.<br />

Días <strong>de</strong>spués, un suceso algo más grave y, en cierto modo <strong>de</strong> naturaleza<br />

similar, me animaría a romper el silencio y a plantear al Maestro otro no<br />

menos intrigante asunto: ¿qué ocurriría con la seguridad física <strong>de</strong> aquel<br />

Hombre-Dios? ¿Se hallaba in<strong>de</strong>fenso, al igual que el resto <strong>de</strong> los mortales?<br />

¿Podía ser herido? ¿Corno influía su naturaleza divina frente al normal <strong>de</strong>venir<br />

<strong>de</strong> enfermeda<strong>de</strong>s, acci<strong>de</strong>ntes, etc.?<br />

Esa tar<strong>de</strong> <strong>de</strong>l domingo, como digo, mientras Jesús <strong>de</strong> Nazaret nadaba y se<br />

divertía, surgió algo imprevisto.<br />

De pronto le oímos gemir. Se aferró a una <strong>de</strong> las rocas e intentó alcanzar la<br />

espalda con la mano izquierda. Eliseo y yo acudimos veloces. El rabí, con el<br />

rostro tenso, acusaba un intenso dolor. Sus <strong>de</strong>dos buscaban afanosamente el<br />

centro <strong>de</strong> la columna vertebral. Y al instante comprendí...<br />

Sobre las aguas, zumbando, se alejaba una mosca enorme, <strong>de</strong> unos 20 milímetros,<br />

<strong>de</strong> color amarillento arenoso, relativamente similar a las avispas.<br />

Era una mosca <strong>de</strong>predadora, las más gran<strong>de</strong>s <strong>de</strong> Palestina y que, <strong>de</strong>bido a su<br />

tamaño y ferocidad, eran conocidas como «Satanás» (las actuales Satanás<br />

gigas). Supongo que por casualidad (?) fue a topar con el cuerpo <strong>de</strong>l Galileo,<br />

anclándose a la piel con sus uñas curvas, po<strong>de</strong>rosas como garfios. Y con la<br />

pequeña y gruesa trompa le inyectó el veneno.<br />

Examiné el incipiente e<strong>de</strong>ma y entendí que, aunque dolorosa, la picadura no<br />

tenía por qué ser grave. En cuestión <strong>de</strong> horas, probablemente, <strong>de</strong>saparecería<br />

la hinchazón. Y así fue.<br />

El Maestro contuvo el dolor y, antes <strong>de</strong> zambullirse <strong>de</strong> nuevo en la «piscina»,<br />

exclamó con su incorregible sentido <strong>de</strong>l humor: y- ¡Vaya Dios más torpe!<br />

El percance, sin embargo, no fue olvidado por quien esto escribe. Pero ninguno<br />

<strong>de</strong> los tres volvimos a comentarlo... <strong>de</strong> momento.<br />

A la mañana siguiente, lunes, como venía diciendo, con las primeras clarida<strong>de</strong>s,<br />

el Galileo, feliz y sonriente, nos sacó prácticamente <strong>de</strong> la tienda. Y<br />

señalando las nieves <strong>de</strong>l Hermón anunció eufórico:<br />

-¡Acompañadme!... Los <strong>de</strong>talles también son importantes.<br />

Tomamos unas provisiones y, medio dormidos, nos dispusimos a seguirlo.<br />

Entonces, al hacerme con la «vara <strong>de</strong> Moisés», el rabí, autoritario, or<strong>de</strong>nó:<br />

-No, Jasón... No temas. Ab-bá vela.<br />

El ingeniero y yo, perplejos, nos miramos sin saber qué hacer. Sabíamos que<br />

sabía, pero, a veces, nos <strong>de</strong>sconcertaba..<br />

288


Obe<strong>de</strong>cí, naturalmente. Y el cayado -muy a mi pesar- continuó en el fondo <strong>de</strong><br />

la tienda.<br />

¿Detalles? ¿A qué se refería con la insólita afirmación?<br />

Pronto caeríamos en la cuenta...<br />

A <strong>de</strong>cir verdad, en multitud <strong>de</strong> ocasiones durante aquel tercer «salto» en el<br />

tiempo, fue Él quien condujo nuestra misión. Fue Él quien nos alertó, abriendo<br />

nuestros torpes y asombrados ojos a infinidad <strong>de</strong> pequeños-gran<strong>de</strong>s <strong>de</strong>talles.<br />

Detalles que también formaban parte -¡y <strong>de</strong> qué manera!- <strong>de</strong> la vida <strong>de</strong>l Hijo<br />

<strong>de</strong>l Hombre.<br />

Jesús conocía bien la trocha. Atravesamos los espesos bosques <strong>de</strong> cedros y,<br />

tras saltar en varias oportunida<strong>de</strong>s sobre el bravo nahal Aleyin («el que cabalga<br />

las nubes»), alcanzamos al fin los primeros ventisqueros.<br />

Cota «2 800». Casi en la cumbre.<br />

Una brisa fresca, limpia y mo<strong>de</strong>rada nos recibió complacida. Entre rocas<br />

azules, la nieve, escalando la montaña santa, dulcificaba pare<strong>de</strong>s y farallones.<br />

Y el sol, todavía rasante, empezó sus juegos <strong>de</strong> luces, apostando por el blanco<br />

y el naranja.<br />

El Maestro, canturreando uno <strong>de</strong> los salmos, recogió los cabellos, amarrándolos<br />

en su acostumbrada cola. Después, sonriendo, rebosante <strong>de</strong> una paz y<br />

felicidad difíciles <strong>de</strong> explicar, comentó:<br />

-¡Permaneced tranquilos!... ¡Es el turno <strong>de</strong> mi Padre!<br />

Nos guiñó un ojo y, <strong>de</strong>spacio, se alejó hacia una <strong>de</strong> las cercanas y chorreantes<br />

lenguas <strong>de</strong> nieve.<br />

Aquella estampa, <strong>de</strong> nuevo, me maravilló.<br />

¡Jesús <strong>de</strong> Nazaret caminando sobre la blanca y crujiente nieve!<br />

Al poco se <strong>de</strong>tuvo. Alzó los brazos y levantó el rostro hacia el azul purísimo <strong>de</strong><br />

los cielos. Y así permaneció largo rato.<br />

Entonces creí enten<strong>de</strong>r el porqué <strong>de</strong> sus enigmáticas palabras...<br />

-«¡Acompañadme!... Los <strong>de</strong>talles también son importantes.»<br />

Por supuesto que lo eran. A <strong>de</strong>cir verdad, nunca, hasta ese momento, le<br />

vimos en comunicación con Ab-bá.<br />

Nunca, que yo recuer<strong>de</strong>, habíamos asistido a la majestuosa y, al mismo<br />

tiempo, sencilla escena <strong>de</strong> un Jesús en oración. Miento. Este explorador sí fue<br />

testigo <strong>de</strong> excepción <strong>de</strong> uno <strong>de</strong> esos momentos. Pero las circunstancias, poco<br />

antes <strong>de</strong>l prendimiento en el huerto <strong>de</strong> Getsemaní, fueron muy diferentes.<br />

Éste no era un Jesús <strong>de</strong> Nazaret atormentado y humillado. Éste era un<br />

Hombre-Dios pictórico. Lleno <strong>de</strong> vida. Entusiasmado. Feliz y dispuesto.<br />

Y durante horas me bebí aquella imagen.<br />

¡Hasta en eso era distinto y original!<br />

El Maestro no rezaba como el resto <strong>de</strong> los judíos. Al menos, en privado...<br />

En ningún instante se ajustaba a las estrictas normas <strong>de</strong> la Ley mosaica. No<br />

juntaba los pies. No arreglaba sus vestiduras. No se encorvaba hasta que<br />

289


«cada una <strong>de</strong> las vértebras <strong>de</strong> la espalda quedara separada». No seguía el<br />

consejo <strong>de</strong> la tradición: «que la piel, sobre el corazón, se doble hasta formar<br />

pliegues» (Así reza Ber. 28 b). Tampoco le vimos imitar jamás las pomposas<br />

prácticas <strong>de</strong> los fariseos. Nunca, al entrar o abandonar un pueblo, recitaba las<br />

obligadas bendiciones. Y mucho menos al pasar frente a una fortificación o al<br />

encontrarse con algo nuevo, hermoso o extraño, como pretendían los rigoristas<br />

<strong>de</strong> la Tora. En más <strong>de</strong> una ocasión -como espero narrar más a<strong>de</strong>lantetuvo<br />

el coraje <strong>de</strong> enfrentarse a estos puristas <strong>de</strong> Yavé, echándoles en cara sus<br />

hipócritas y vacías recitaciones. (Para las castas sacerdotales y doctores <strong>de</strong> la<br />

Ley, el número <strong>de</strong> plegarias multiplicaba el mérito ante Dios. Así, por ejemplo,<br />

un centenar <strong>de</strong> bendiciones era consi<strong>de</strong>rado una «alta muestra <strong>de</strong> piedad».)<br />

Jesús rezaba como el que conversa con un amigo muy querido. Y lo hacía<br />

sobre la marcha: en pie, sentado, tumbado, mientras cocinaba, en pleno baño<br />

o en mitad <strong>de</strong>l trabajo...<br />

Recuerdo que ese día, cuando interrumpió (?) la «conversación» con el Jefe<br />

para dar buena cuenta <strong>de</strong> las provisiones, quien esto escribe, sin po<strong>de</strong>r sujetar<br />

la curiosidad, le interrogó sobre aquella extraña forma <strong>de</strong> orar.<br />

-¿Extraña? -preguntó a su vez el Hijo <strong>de</strong>l Hombre-. ¿Y por qué extraña?<br />

-Digamos que no es muy normal...<br />

El Galileo a<strong>de</strong>lantó parte <strong>de</strong> la respuesta con un negativo movimiento <strong>de</strong><br />

cabeza. Y volvió a interrogarnos.<br />

-Decidme: ¿qué entendéis vosotros por rezar?<br />

Ahí nos pilló. Y ambos, humil<strong>de</strong>mente, confesamos que jamás rezábamos. El<br />

Maestro, entonces, sonriendo, afirmó rotundo:<br />

? -¡Pues ya va siendo hora...! Es muy fácil... La oración, en realidad, no es<br />

otra cosa que una charla con la «chispa» que os habita. Vosotros habláis.<br />

Conversáis con Él. Exponéis vuestros problemas y, sobre todo, vuestras<br />

dudas. Y Él, sencillamente, respon<strong>de</strong>.<br />

-Y tú, Señor, ¿qué problemas tienes?... Te hemos observado y no has parado<br />

<strong>de</strong> hablar con Él durante toda la mañana... ;<br />

-Bien -replicó complacido-, <strong>de</strong> eso se trataba: <strong>de</strong> que captéis también los<br />

«<strong>de</strong>talles»...<br />

-En cuanto a tu pregunta, mi querido e indiscreto «pinche», yo no tengo<br />

problemas. Durante estos retiros, lisa y llanamente, cambio impresiones con<br />

Él. Repasamos la situación y, digámoslo así, me preparo para lo que está por<br />

venir.<br />

-¡Genial! -clamó el ingeniero-. ¡Una reunión en la «cumbre»!<br />

-Algo así...<br />

-Entonces -intervine <strong>de</strong>sconcertado-, si no he entendido mal, cuando rezas,<br />

cuando hablas con el Jefe, no pi<strong>de</strong>s nada...<br />

-¿Pedir? No, Jasón, con Él, eso es una solemne pérdida <strong>de</strong> tiempo. Lo habéis<br />

oído y lo repetiré muchas veces. Ab-bá es AMOR. Recuerda: con mayúsculas.<br />

290


Él te sostiene y te da... antes <strong>de</strong> que tú abras los labios. Todo cuanto te ro<strong>de</strong>a,<br />

cuanto tienes y puedas tener, es consecuencia <strong>de</strong> su AMOR. ¿Recuerdas?...<br />

-Sí, con mayúsculas.<br />

-Muy bien -rió satisfecho-. Veo que apren<strong>de</strong>s rápido.<br />

Y añadió feliz:<br />

-¡No seáis tontos! Cuando habléis con Él... ¡exprimidlo! ¡Sacadle el jugo!<br />

¡Pedidle únicamente información y respuestas!... En eso no falla.<br />

Nos hizo un guiño y, alzándose, se excusó:<br />

-Y ahora, perdonad... Voy a seguir «exprimiéndolo».<br />

La segunda excursión, en la jornada <strong>de</strong>l viernes, 7 <strong>de</strong> septiembre, fue -¿cómo<br />

lo diría?-... «especial». Sí, especial e intensa como pocas...<br />

Al principio, todo fue bien. Normal.<br />

Poco más o menos hacia la hora «tercia» (las nueve <strong>de</strong> la montaña), el<br />

Maestro y estos exploradores nos reuníamos con el ventisquero habitual, en la<br />

cota «2 800». El día se presentaba espléndido, aunque algo más frío que los<br />

prece<strong>de</strong>ntes. La brisa mañanera, inexplicablemente enojada, silbaba entre las<br />

rocas, agitando las túnicas.<br />

Depositamos el saco con las viandas muy cerca <strong>de</strong> una <strong>de</strong> las láminas <strong>de</strong> nieve<br />

y, <strong>de</strong> pronto, mi hermano reparó en algo. Nos aproximamos y, curiosos,<br />

echamos un vistazo al reguero <strong>de</strong> huellas.<br />

Jesús se inclinó sobre el inmaculado manto <strong>de</strong> nieve y, tras un breve examen,<br />

comentó:<br />

-Undob...<br />

Las huellas, nítidas y profundas, pertenecían, en efecto, a un oso. Eran<br />

gran<strong>de</strong>s. De casi 30 centímetros <strong>de</strong> longitud por 20 <strong>de</strong> anchura. Las uñas<br />

aparecían igualmente claras y temibles. Eliseo, mejor entrenado en esta clase<br />

<strong>de</strong> rastros, llamó nuestra atención sobre las almohadillas digitales. Se<br />

hallaban muy juntas una <strong>de</strong> otra. Aquello, y el dibujo <strong>de</strong>l pie posterior, con el<br />

primer <strong>de</strong>do más corto, reafirmó la sospecha <strong>de</strong>l rabí. Pero había algo más.<br />

Casi paralelas a estas pisadas, y a corta distancia, distinguimos otras huellas<br />

gemelas más pequeñas.<br />

-Un dob y su cría...<br />

El ingeniero y quien esto escribe nos miramos con preocupación. El Maestro,<br />

en cambio, no se inmutó. Nos <strong>de</strong>jó junto a las huellas y, siguiendo la costumbre,<br />

se alejó unos pasos, entregándose a la comunicación con Ab-bá. En<br />

esos momentos, la verdad sea dicha, lamenté no tener conmigo la «vara <strong>de</strong><br />

Moisés»...<br />

Eliseo prosiguió la exploración y, al poco, volvió a reclamarme. El nuevo<br />

hallazgo confirmaría <strong>de</strong>finitivamente nuestra i<strong>de</strong>a. Sobre la nieve, formando<br />

un gran montón, se hallaban unas heces todavía calientes y típicamente cilíndricas,<br />

<strong>de</strong> unos seis centímetros <strong>de</strong> diámetro. Las integraban trozos <strong>de</strong><br />

huesos, pelos, vegetales y algunos insectos. Me alarmé. El animal -casi con<br />

291


seguridad una osa- acababa <strong>de</strong> cruzar por el ventisquero. Se dirigía <strong>de</strong> este a<br />

oeste.<br />

Verifiqué el viento y, en cierto modo, me tranquilicé. La brisa procedía <strong>de</strong>l<br />

poniente, jugando a nuestro favor. Quizá no nos había <strong>de</strong>tectado...<br />

El resto <strong>de</strong> la mañana discurrió sin problemas. Jesús <strong>de</strong> Nazaret se movió<br />

resuelto y silencioso por el ventisquero, <strong>de</strong>teniéndose aquí y allá, siempre<br />

absorto y con el rostro levantado hacia los cielos.<br />

Alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> la hora «sexta» (mediodía) compartimos el frugal almuerzo:<br />

miel, queso y fruta.<br />

El Maestro, <strong>de</strong> un humor excelente, siguió hablándonos <strong>de</strong>l Padre y <strong>de</strong> su<br />

intensa comunicación con Él. Repitió una generosa ración <strong>de</strong> miel y se retiró<br />

<strong>de</strong> nuevo a cosa <strong>de</strong> cincuenta o sesenta metros. Nosotros continuamos observándolo.<br />

Pero, al poco, el viento arreció. Eliseo se alzó y, señalando la<br />

cercana lin<strong>de</strong> <strong>de</strong>l bosque, me animó a cambiar <strong>de</strong> lugar, buscando así una<br />

mejor protección contra el cada vez más <strong>de</strong>sagradable maa-rabit.<br />

Ahora, al rememorar el oportuno y provi<strong>de</strong>ncial gesto <strong>de</strong> mi compañero, me<br />

estremezco. ¿Qué habría sucedido si llegamos a permanecer junto a la lengua<br />

<strong>de</strong> nieve?<br />

El Destino, verda<strong>de</strong>ramente, es inexplicable...<br />

Unas dos horas más tar<strong>de</strong>, cercana ya la «nona», escuchamos un gruñido. Al<br />

principio apagado, lejano...<br />

Eliseo y yo, movidos por el mismo pensamiento, nos pusimos en pie, observando<br />

inquietos la línea <strong>de</strong> árboles que cerraba el ventisquero por el flanco<br />

oeste. Instintivamente busqué al rabí. Se había <strong>de</strong>splazado unos pasos. Ahora<br />

se encontraba a nuestra <strong>de</strong>recha, en pie sobre una laja <strong>de</strong> piedra <strong>de</strong> unos 40<br />

centímetros <strong>de</strong> altura, y a cosa <strong>de</strong> un centenar <strong>de</strong> metros <strong>de</strong>l saco <strong>de</strong> las<br />

provisiones. Presentaba las palmas <strong>de</strong> las manos abiertas hacia el cielo, y el<br />

rostro, como siempre, directamente encarado a lo alto. El viento, pertinaz,<br />

hacía on<strong>de</strong>ar la túnica como una ban<strong>de</strong>ra.<br />

¡Las provisiones!<br />

De pronto recordé. El petate, en un <strong>de</strong>scuido, quedó abierto. Y en el interior,<br />

los restos <strong>de</strong>l refrigerio: algunas manzanas, parte <strong>de</strong>l queso y el frasco <strong>de</strong><br />

vidrio con una buena ración <strong>de</strong> miel líquida. Y dudé. ¿Fue cerrado por Eliseo al<br />

terminar el almuerzo?<br />

No hubo tiempo para nuevas disquisiciones...<br />

Eliseo y yo, aterrados, vimos aparecer entre los cedros un formidable ejemplar<br />

<strong>de</strong> oso sirio, una subespecie <strong>de</strong>l Ursus atetas, el célebre y temido oso<br />

pardo. Podía tener dos metros <strong>de</strong> longitud, con un peso no inferior a los<br />

doscientos kilos.<br />

En un primer momento se <strong>de</strong>tuvo. Levantó la enorme cabeza y olfateó. El<br />

maarábit, el viento <strong>de</strong>l oeste, por fortuna, no le proporcionó pista alguna<br />

sobre los humanos que se hallaban frente a él. Sin embargo, receloso, per-<br />

292


maneció atento a cualquier sonido.<br />

Miré al Maestro. Seguía inmóvil. Ajeno. Absorto.<br />

Mi compañero, pálido, me hizo una señal.<br />

¿Avisábamos al rabí?<br />

Traté <strong>de</strong> pensar a gran velocidad. ¿Qué hacíamos? Podíamos salir al encuentro<br />

<strong>de</strong> la bestia y obligarla a huir con gritos y piedras. El método, sin<br />

embargo, no me convenció. Estos animales son imprevisibles. En caso <strong>de</strong><br />

ataque corríamos el riesgo <strong>de</strong> caer bajo sus garras. Unas garras negras y<br />

afiladas <strong>de</strong> casi quince centímetros <strong>de</strong> longitud. Pero no fue ese hipotético<br />

peligro lo que me <strong>de</strong>cidió a continuar mudo e inmóvil como una estatua.<br />

Nosotros, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> todo, estábamos protegidos por la «piel <strong>de</strong> serpiente».<br />

Fue la posibilidad <strong>de</strong> que el ursus alcanzara a Jesús <strong>de</strong> Nazaret lo que, <strong>de</strong>finitivamente,<br />

me <strong>de</strong>jó clavado al suelo.<br />

Solicité calma y, por señas, le hice ver a mi amigo que lo mejor era no actuar.<br />

Me miró atónito. Y volvió a dirigir su <strong>de</strong>do hacia el Maestro.<br />

Negué con la cabeza y, en previsión <strong>de</strong> una súbita y más que probable reacción<br />

<strong>de</strong> Eliseo, lo sujeté por el ceñidor, reteniéndolo.<br />

En esos críticos instantes, por <strong>de</strong>trás <strong>de</strong>l vigilante plantígrado, entró en escena<br />

un segundo personaje: un osezno <strong>de</strong> unos seis meses, <strong>de</strong> pelaje<br />

igualmente espeso y rojizo, juguetón, inquieto y, sobre todo, curioso.<br />

Al verlo, la verdad, me alegré <strong>de</strong> no haber salido al paso <strong>de</strong> la osa. En esas<br />

circunstancias, con una cría bajo su custodia, la reacción <strong>de</strong> la madre podría<br />

haber sido mucho más violenta y temible, Finalmente, convencida <strong>de</strong> que el<br />

lugar se hallaba <strong>de</strong>spejado, avanzó lenta y vacilante, con el típico paso<br />

portante. El osezno, confiado, la rebasó y, a la carrera, tomó la dirección en la<br />

que se hallaba el Maestro. Pero un súbito y oportuno gruñido <strong>de</strong> la osa lo frenó<br />

en seco. Miró a la madre y, saltando y revolcándose sobre la nieve, la esperó.<br />

Mi corazón, casi <strong>de</strong>speñado, avisó. Si el oso sirio no cambiaba <strong>de</strong> rumbo iría a<br />

pasar junto a la laja en la que continuaba Jesús.<br />

Pero, ¿cómo era posible?<br />

El Galileo seguía ajeno a todo. ¿Cómo no escuchaba los gruñidos?<br />

De pronto, helándonos la poca sangre que aún circulaba, la osa se <strong>de</strong>tuvo <strong>de</strong><br />

nuevo. Levantó el hocico y olfateó. Y el viento revolvió el largo pelaje <strong>de</strong>l<br />

cuello y <strong>de</strong>l vientre.<br />

¿Qué había <strong>de</strong>tectado?<br />

El paraje no respiraba. Sólo el maarábit silbaba entre los farallones, tan<br />

aterrado como estos exploradores. El olor corporal <strong>de</strong> Jesús no llegaba hasta<br />

la osa. El viento, provi<strong>de</strong>ncialmente, lo impedía. Entonces...<br />

Eliseo, <strong>de</strong>sarmado, pegó un tirón, tratando <strong>de</strong> entrar en escena. Aguanté<br />

como pu<strong>de</strong> y, autoritario, clamé en voz baja:<br />

-¡Quieto!... ¡No <strong>de</strong>bemos intervenir!... ¡Es una or<strong>de</strong>n! Le vi apretar los puños<br />

y mor<strong>de</strong>rse los labios con rabia. Pero obe<strong>de</strong>ció.<br />

293


El ursus, entonces, cambió <strong>de</strong> dirección y se aproximó al saco <strong>de</strong> viaje.<br />

¡Las provisiones! ¡Acababa <strong>de</strong> olfatearlas!<br />

En efecto, tras inspeccionar el contenido, introdujo las fauces en el petate,<br />

dando buena cuenta <strong>de</strong> la comida.<br />

La cría, aburrida, siguió mero<strong>de</strong>ando. Y en una <strong>de</strong> aquellas cortas carreras fue<br />

a topar casi con la piedra sobre la que oraba el Hijo <strong>de</strong>l Hombre.<br />

Me estremecí.<br />

El osezno, a pesar <strong>de</strong> la absoluta inmovilidad <strong>de</strong> Jesús, captó algo y, curioso,<br />

fue ro<strong>de</strong>ando la laja. Al situarse contra el viento, la presencia humana le dio<br />

<strong>de</strong> lleno. Permaneció quieto. Intrigado. Miró a la madre, pero ésta, encantada<br />

con la ración <strong>de</strong> miel, no le prestó la menor atención. Entonces, <strong>de</strong>cidido,<br />

levantó las manos, apoyándolas sobre el filo <strong>de</strong> la roca.<br />

Eliseo y quien esto escribe temblamos.<br />

Las sandalias <strong>de</strong>l Maestro se hallaban a escasos treinta o cuarenta centímetros<br />

<strong>de</strong> las garras <strong>de</strong>l cachorro. Si lo tocaba, lo más probable es que el Galileo<br />

reaccionase. En ese caso, ¿qué suce<strong>de</strong>ría?<br />

El osezno aproximó el hocico, olfateando a la extraña y alta criatura. Y en ello<br />

estaba cuando, <strong>de</strong> improviso, los bajos <strong>de</strong> la túnica, agitados por el maambit,<br />

fueron a golpearlo en plena cara, asustándolo. No lo dudó. Saltó hacia atrás y,<br />

aterrorizado, corrió hacia la osa.<br />

Instantes <strong>de</strong>spués, concluido el festín, el ursus se alejó por don<strong>de</strong> había<br />

llegado, seguido <strong>de</strong> cerca por la incansable cría. Y los vimos <strong>de</strong>saparecer en el<br />

intrincado bosque <strong>de</strong> cedros.<br />

Respiramos.<br />

Una hora más tar<strong>de</strong> -rondando la «décima» (las cuatro)-, Jesús abandonó su<br />

asilamiento, reuniéndose con estos maltrechos exploradores. Algo notó en<br />

nuestros rostros y, al punto, intrigado, preguntó qué sucedía. Al explicarle,<br />

sonriendo burlón, exclamó:<br />

-¡Una osa!... ¿Aquí?... ¡Y yo con estos pelos!...<br />

Así era aquel Hombre. Aquel magnífico Hombre.<br />

Definitivamente, el Galileo no se percató <strong>de</strong> la presencia <strong>de</strong>l ursus. Su po<strong>de</strong>r<br />

<strong>de</strong> concentración, su «hilo directo» con Ab-bá -no sé cómo llamarlo-, era<br />

asombroso. Y a la vista <strong>de</strong> lo ocurrido en la «piscina <strong>de</strong> yeso» y en el ventisquero<br />

volví a plantearme la inquietante cuestión: ¿era vulnerable? ¿Se<br />

hallaba sujeto, como el resto <strong>de</strong> los mortales, a los riesgos <strong>de</strong> la existencia? Yo<br />

conocía su final y, evi<strong>de</strong>ntemente, sí era un Hombre sometido al dolor y a la<br />

muerte. Pero eso fue al final <strong>de</strong> su vida en la carne. ¿Y qué sucedía con las<br />

etapas anteriores? La verdad es que, reflexionando sobre ello, no hallé un solo<br />

dato, excepción hecha <strong>de</strong> la infancia, que permitiera imaginar o suponer a un<br />

Jesús enfermo o en grave riesgo <strong>de</strong> per<strong>de</strong>r la vida. La curiosa circunstancia -a<br />

qué negarlo- me <strong>de</strong>jó perplejo. No era normal. «Algo» invisible parecía<br />

preservarlo.<br />

294


Esa misma noche, tras la cena, no pu<strong>de</strong> resistir la tentación y lo expuse<br />

abiertamente.<br />

-No temas, Jasón -replicó el Galileo, ratificando mis sospechas-, nada suce<strong>de</strong>,<br />

ni suce<strong>de</strong>rá, sin el consentimiento <strong>de</strong>l Padre.<br />

Y añadió con aquella seguridad <strong>de</strong> hierro:<br />

-¡Estoy en las mejores manos!<br />

Entonces, recordando un viejo acci<strong>de</strong>nte -su caída por las escaleras exteriores<br />

en la casa <strong>de</strong> Nazaret cuando tan sólo contaba siete años-, pregunté:<br />

-¿Y qué me dices <strong>de</strong> la tormenta <strong>de</strong> arena que provocó aquel peligroso tropiezo?<br />

Podías haberte matado...<br />

La alusión a su ya lejana infancia <strong>de</strong>bió traerle gratos recuerdos. Se aisló unos<br />

segundos y, finalmente, sonriendo, exclamó:<br />

A -Has hecho un buen trabajo, mi querido embajador, pero recuerda mis<br />

palabras: la vida es para VIVIRLA. Con mayúsculas... Y yo he venido también<br />

para experimentar la existencia humana. Todo ha sido minuciosa y escrupulosamente<br />

medido.<br />

Estaba claro.<br />

Eliseo intervino, interpretando las afirmaciones <strong>de</strong>l Maestro «a su manera»,<br />

como siempre...<br />

-¿Quieres <strong>de</strong>cir que un ángel te protegió? - A-Es más complejo, pero vale...<br />

Mi hermano no <strong>de</strong>jó pasar la excelente oportunidad y atacó. Aquella, si no<br />

recuerdo mal, era una <strong>de</strong> las casi cien preguntas que tenía preparadas.<br />

-Entonces reconoces que los ángeles existen...<br />

Jesús le contempló asombrado.<br />

-Muchacho..., ¿estás sordo?<br />

-Todavía no, Señor... -¿Cuántas veces tendré que repetirlo? El reino <strong>de</strong><br />

Ab-bá es un hervi<strong>de</strong>ro <strong>de</strong> vida.<br />

-O sea..., ¡existen!<br />

-Y en tal cantidad -replicó el Maestro resignado ante la impetuosidad <strong>de</strong>l<br />

ingeniero- que no hay medida en la Tierra para sumarlos.<br />

-¿Y cómo son?<br />

-¿Por qué no esperas a comprobarlo por ti mismo?<br />

-¡Ah!, entonces lo veré cuando pase el «otro lado»... ¿Al «otro lado»?<br />

-Ya me entien<strong>de</strong>s, Señor... Cuando muera.<br />

-Claro, mi querido «pinche». Eso es lo establecido.<br />

-¿Tienen alas? Eliseo, cuando se lo proponía, era un terremoto.<br />

-¿Alas? ¿Como los pájaros?<br />

-Como los pájaros...<br />

Jesús me miró y, suspirando, comentó <strong>de</strong>rrotado:<br />

-¿De dón<strong>de</strong> lo has sacado? ¿Es siempre así?<br />

Asentí sonriente.<br />

-Si quieres imaginarlos con alas... muy bien. Cuando pases al «otro lado»,<br />

295


como tú dices, te llevarás una sorpresa.<br />

Dudó y, sin per<strong>de</strong>r la sonrisa, rectificó:<br />

-Mejor dicho, un susto...<br />

-¿Son feos?<br />

-Menos que tú, querido «<strong>de</strong>strozapatos»...<br />

-Entonces son guapos...<br />

El Maestro volvió a mirarme y musitó:<br />

-¡Incorregible!... ¡Maravillosamente incorregible!<br />

Y, tan resignado como Él, asentí <strong>de</strong> nuevo.<br />

-¿Guapos? -terció mi amigo, cayendo en la cuenta <strong>de</strong> algo que <strong>de</strong>senca<strong>de</strong>naría<br />

las risas <strong>de</strong>l rabí-. ¿Es que no hay guapas?<br />

-Los ángeles son criaturas <strong>de</strong> luz. Pertenecen a esas «otras realida<strong>de</strong>s» <strong>de</strong> las<br />

que ya te hablé. No disponen <strong>de</strong> cuerpos físicos. Han sido creados en perfección<br />

y no saben <strong>de</strong> sexos. Son una «realidad» muy parecida a la que os<br />

aguarda en el «otro lado»...<br />

Interrumpió la explicación y, asintiendo con la cabeza, esgrimió casi para sí:<br />

-El «otro lado»... Me gusta la <strong>de</strong>finición.<br />

-Y si no hay sexo, ¿cómo se divierten?<br />

-¡No seas bruto! -le reproché.<br />

-No importa -terció Jesús-. Me gusta su naturalidad... Hijo mío, ahora no<br />

estás capacitado para enten<strong>de</strong>rlo, pero hay otros placeres inmensamente<br />

más intensos y gratificantes que el sexo. Te garantizo que, en el «otro lado»,<br />

no te aburrirás...<br />

Intenté reconstruir la conversación y pregunté:<br />

-Y esos seres <strong>de</strong> luz, ¿cuidan <strong>de</strong> los humanos?<br />

-Algunos sí. No todos.<br />

-¡El famoso ángel guardián!<br />

-Los famosos ángeles, Jasón, en plural...<br />

La matización, lógicamente, nos <strong>de</strong>jó confusos. Y Eliseo lo abordó:<br />

-¿En plural? ¿Cuántos tenemos?<br />

-Esas <strong>de</strong>liciosas criaturas son creadas siempre por parejas. Son dos en uno.<br />

Cada mortal que lo merece, por tanto, recibe un custodio doble.<br />

-¿Y por qué dos?<br />

-Cosas <strong>de</strong> Ab-bá. Ya sabes que es muy imaginativo...<br />

Una <strong>de</strong> las afirmaciones no pasó inadvertida para estos exploradores. Y Eliseo<br />

y yo nos pisamos <strong>de</strong> nuevo la pregunta:<br />

-¿Cada mortal que lo merece? ¿Qué has querido <strong>de</strong>cir?<br />

-Observad atentamente: siempre regresamos al principio. Siempre se vuelve<br />

al mensaje clave: ponerse en sus manos, hacer su voluntad, <strong>de</strong>senca<strong>de</strong>na<br />

una fuerza arrolladora y magnífica. Pues bien, cuando el hombre toma esa<br />

suprema <strong>de</strong>cisión, una pareja <strong>de</strong> serafines es <strong>de</strong>stinada <strong>de</strong> inmediato a la<br />

custodia <strong>de</strong>l pequeño Dios. Y lo acompañará hasta la presencia <strong>de</strong>l Jefe... y<br />

296


más allá.<br />

-Un momento -clamó el ingeniero <strong>de</strong>sconcertado-. ¿Y qué pasa con los que<br />

nunca han querido... o, incluso, no han podido hacer suya esa gran <strong>de</strong>cisión?<br />

-Mi Padre, también te lo dije, tiene otros métodos y caminos. El Amor no<br />

distingue. Vosotros habéis planteado algo concreto y yo he respondido.<br />

-Veamos -intervine, intentando seguir siendo lo más puntual y certero posible-,<br />

¿quiere eso <strong>de</strong>cir que una mente subnormal, por ejemplo, se halla in<strong>de</strong>fensa?<br />

El Maestro, leyendo en mi corazón, se apresuró a negar con la cabeza. Adoptó<br />

un tono más grave y aclaró:<br />

-No, hijo mío. Esas criaturas son especialmente cuidadas por los ángeles al<br />

servicio <strong>de</strong> Ab-bá.<br />

Y subrayó con énfasis:<br />

-¡Especialmente!<br />

-En otras palabras -aventuré-: nadie queda sin protección. -Querido Jasón, el<br />

día que <strong>de</strong>scubras hasta dón<strong>de</strong> llega el Amor <strong>de</strong>l Padre, esa reflexión te llenará<br />

<strong>de</strong> sonrojo.<br />

-Pero, Señor, no entiendo. Si toda criatura humana es guardada y vigilada,<br />

¿qué significado tiene esa pareja <strong>de</strong> ángeles que aparece cuando se toma la<br />

<strong>de</strong>cisión <strong>de</strong> hacer la voluntad <strong>de</strong> Ab-bá?<br />

-Muy sencillo. Te dije que el Amor es dinámico. Si tú prosperas, el Amor<br />

prospera...<br />

-Entiendo -resumió Eliseo-. Esa pareja «extra» es un lujo.<br />

-Dios es un lujo. Un continuo e inagotable lujo...<br />

-Y tú, Señor, como ser humano, ¿cuántos ángeles tienes a tu lado? El Galileo,<br />

divertido, miró a su alre<strong>de</strong>dor. "-Sólo veo dos…<br />

Eliseo, ingenuo, no captó la broma.<br />

-¿Dos? ¿Y cómo son?<br />

Primero, señalándole a él, exclamó entre risas:<br />

-Uno... un «<strong>de</strong>strozapatos».<br />

A continuación, dirigiéndose hacia quien esto escribe, remachó:<br />

-El otro... un «fregaplatos».<br />

No insistimos. Poco a poco fuimos aprendiendo. Esta clase <strong>de</strong> «respuestas»<br />

marcaba casi siempre un punto final en el asunto que manejábamos. Por<br />

razones <strong>de</strong>sconocidas para nosotros, algunos <strong>de</strong> los temas que salían a la luz<br />

no eran satisfechos por el Maestro como hubiéramos <strong>de</strong>seado. Recuerdo que<br />

una vez, en plena vida <strong>de</strong> predicación, me atreví a interrogarlo sobre el particular.<br />

Y Él, afectuoso, colocando las manos sobre mis hombros, sentenció:<br />

-Mi querido ángel, la revelación es como la lluvia. En exceso sólo trae problemas.<br />

Dejadme hacer...<br />

Intuyo que lo que me dispongo a relatar a continuación, muy probablemente,<br />

es uno <strong>de</strong> los capítulos más sugestivo y trascen<strong>de</strong>ntal <strong>de</strong> cuanto llevo narrado<br />

297


en este pobre y apresurado diario.<br />

¡Cómo me gustaría dominar la pluma! Daría lo poco que me resta <strong>de</strong> vida por<br />

saber trasladar aquellas hermosas y esperanzadoras palabras tal y como Él<br />

las pronunció. Pero soy humano (todavía). No sé si acertaré.<br />

Fue mágico. Ni mi hermano ni yo lo buscamos. Brotó en su momento. Él,<br />

seguramente, lo sabía...<br />

Recuerdo que me hallaba en la tienda. Fue al atar<strong>de</strong>cer <strong>de</strong>l día siguiente,<br />

sábado, 8 <strong>de</strong> septiembre. Acabábamos <strong>de</strong> regresar <strong>de</strong> la tercera y última<br />

excursión a la cumbre <strong>de</strong> la montaña santa. El Maestro y mi compañero se<br />

afanaban en la preparación <strong>de</strong> la cena. Yo aproveché aquellos minutos y<br />

repasé las notas <strong>de</strong> la jornada anterior. De pronto -no sé por qué- me <strong>de</strong>tuve<br />

en una <strong>de</strong> las frases <strong>de</strong> Jesús. Curioso. Este explorador la había subrayado. El<br />

Maestro, refiriéndose a los ángeles, se expresó así:<br />

Y «Son una "realidad" muy parecida a la que os aguarda en el cielo.»<br />

Quedé pensativo.<br />

Por aquel entonces, el tema <strong>de</strong> la muerte era algo que no me agradaba. Sin<br />

embargo, obe<strong>de</strong>ciendo quizá un impulso <strong>de</strong>l subconsciente, lo resalté.<br />

Y en ello estaba, contemplando la frase con perplejidad, cuando, sin previo<br />

aviso, vi aparecer al Galileo en el interior <strong>de</strong>l refugio.<br />

Parecía distraído. Me miró. Sonrió y se excusó:<br />

-¡Vaya!... Me he equivocado <strong>de</strong> tienda... Perdón... Busco la sal...<br />

Dio media vuelta y se dirigió al exterior. Pero, <strong>de</strong> pronto, se <strong>de</strong>tuvo. Giró la<br />

cabeza y, señalando mis escritos, exclamó:<br />

-Yo no dije semáyin...<br />

Cuando reaccioné había <strong>de</strong>saparecido.<br />

Semáyin ?<br />

Caí sobre el diario y, atónito, <strong>de</strong>scubrí que, en efecto, la referida frase <strong>de</strong> los<br />

ángeles se hallaba equivocada. Jesús <strong>de</strong> Nazaret nunca habló <strong>de</strong> «cielo»<br />

(Semáyin), sino <strong>de</strong>l «otro lado» (ohoran atar).<br />

Por supuesto, terminé riendo solo, como un tonto.<br />

¿Se equivocó <strong>de</strong> tienda? Nunca lo creí.<br />

¿Preguntar cómo lo hacía? Ni hablar. Sencillamente, lo hacía...<br />

Minutos <strong>de</strong>spués, reunidos alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> la lumbre, el rabí, guiñándome un ojo,<br />

preguntó:<br />

-¿Tenía o no tenía razón?<br />

Y servidor, como un idiota, replicó:<br />

-Sí, pero, en el fondo, viene a ser lo mismo... -No, Jasón. El cielo, tal y como<br />

vosotros lo interpretáis, tiene poco que ver con el «otro lado».<br />

Y así, mágicamente, fue a hablarnos <strong>de</strong> «algo» a lo que nunca quise enfrentarme.<br />

Una realidad, sin embargo, a la que nadie escapa.<br />

Mi hermano, captando parte <strong>de</strong> lo sucedido, le puso el tema en ban<strong>de</strong>ja.<br />

-Ya que hablas <strong>de</strong> la muerte. Señor, dime: ¿no te asusta? La respuesta fue<br />

298


categórica. Fulminante.<br />

-Respon<strong>de</strong> primero a otra pregunta: ¿te asusta dormir?<br />

-No, pero no veo la relación... - Es lo mismo.<br />

-¿Morir es dormir?<br />

-Así es, querido «pinche». Sólo eso.<br />

-¿Y <strong>de</strong>spués? -Después... ¡la vida!<br />

La palabra utilizada por el Galileo -hay- no <strong>de</strong>jaba lugar a dudas. Hay vida.<br />

-Un momento -se <strong>de</strong>spachó Eliseo, muy consciente <strong>de</strong> la gravedad <strong>de</strong> lo que<br />

se estaba planteando-, ¿hablas en serio o en parábola?<br />

Jesús contuvo la risa.<br />

-Muy en serio...<br />

-¿Seguro?<br />

-¡Segurísimo!<br />

-Repítelo otra vez. ¿Es eso cierto? El Maestro aguardó unos instantes. Borró<br />

todo rastro <strong>de</strong> sonrisa y con la faz grave, muy grave, exclamó:<br />

-Yassib!<br />

Para ese término arameo, que yo sepa, sólo hay dos traducciones: «cierto» y<br />

«verda<strong>de</strong>ro».<br />

-¡Cierto! -repitió el rabí-, eliminando toda suspicacia.<br />

Silencio sepulcral... Y nunca mejor dicho.<br />

Eliseo y yo nos miramos. Ante semejante y categórica afirmación sólo cabía<br />

creer o no creer. El problema era que aquel Hombre jamás mentía. Si Él<br />

aseguraba que tras la muerte hay vida... no teníamos alternativa. ¡Hay vida!<br />

El ingeniero, sincero, suspiró:<br />

-¡Cómo nos gustaría creerte!<br />

Jesús, entonces, le salió -nos salió- al paso sin titubeos:<br />

-Vosotros, precisamente, lo sabéis mejor que nadie... ¿A qué vienen ahora<br />

esas dudas?<br />

-Es que es muy fuerte, Señor...<br />

-Sí, lo sé. Ésa es otra <strong>de</strong> las razones <strong>de</strong> mi presencia entre los humanos.<br />

Cuando llegue el momento... ya sabéis a qué me refiero, lo verán con sus<br />

propios ojos. Verán al Hijo <strong>de</strong>l Hombre resucitado <strong>de</strong> entre los muertos. Y lo<br />

verán con una forma idéntica a la que todos disfrutaréis tras el sueño <strong>de</strong> la<br />

muerte.<br />

-Pero, Señor, tú eres Dios. Tú sí pue<strong>de</strong>s hacerlo. Nosotros, en cambio...<br />

-No, hijo mío. Mi resurrección pondrá <strong>de</strong> manifiesto la gloria <strong>de</strong>l Padre, pero<br />

también tendrá una segunda y no menos importante justificación: la esperanza.<br />

Te lo dije: sois inmortales. Seréis resucitados.<br />

-¿Seremos? ¿Por quién?<br />

-Justamente por mis ángeles.<br />

-¿Por los pájaros?<br />

-¿Pájaros? ¿Qué pájaros?<br />

299


Tercié en la charla, amonestando a mi compañero. No era momento para<br />

bromas. Jesús, sin embargo, me lo reprochó.<br />

-Querido amigo, <strong>de</strong>ja a tu hermano que se exprese. Cuanto más arriba estés<br />

en la carrera hacia el Jefe, más gustarás <strong>de</strong>l buen humor. Cuanto más importante<br />

y serio es un asunto, más humor necesita... El sentido <strong>de</strong>l humor, no<br />

lo olvi<strong>de</strong>s, no fue inventado por el hombre. Es cosa <strong>de</strong> los cielos.<br />

Eliseo, crecido, fue a los <strong>de</strong>talles. Y yo, sinceramente, lo agra<strong>de</strong>cí.<br />

-Pero, ¿dón<strong>de</strong>?, ¿cómo? El Maestro, feliz, solicitó calma. Y fue <strong>de</strong>sgranando<br />

algunas informaciones.<br />

-¿Recuerdas?: «En la casa <strong>de</strong> mi Padre hay muchas moradas...»<br />

Asentimos impacientes.<br />

- Pues eso. En mi reino hay unas estancias... digamos que «especiales», en<br />

las que volvéis a la vida. A la verda<strong>de</strong>ra vida.<br />

Nos observó complacido.<br />

-... Tras la muerte, tras ese fugaz sueño, apareceréis en un mundo distinto.<br />

-¿Con casas?, ¿con árboles?, ¿con ríos?.<br />

-Sí, mi impulsivo amigo, igual a éste... pero distinto.<br />

-Lo has dicho muchas veces, Señor...<br />

Capté el involuntario error y rectifiqué.<br />

-Perdón, lo dirás muchas veces... «Cuando llegue la hora <strong>de</strong>spertaréis en un<br />

mundo que ni siquiera podéis intuir.» Ahora dices que es igual a éste, pero<br />

diferente. No entiendo...<br />

-Es lógico, Jasón. Decidme: ¿imagináis unos cuerpos, una materia, que son y<br />

no son materia? ¿Estáis capacitados para compren<strong>de</strong>r una besar [carne] que,<br />

a<strong>de</strong>más es or [luz]?<br />

¿Carne y luz al mismo tiempo?<br />

No, no éramos capaces <strong>de</strong> similar ese concepto. «5-A eso me refiero<br />

-prosiguió el rabí haciendo un esfuerzo por acercar las palabras a nuestra<br />

corta inteligencia- cuando os digo que ese espléndido mundo es igual, pero<br />

distinto.<br />

-¡Materia y luz!<br />

Eliseo, <strong>de</strong> pronto, recordó algo que discutimos largamente en la cumbre <strong>de</strong>l<br />

Ravid. Y, ni corto ni perezoso, expuso su original y gratificante teoría sobre<br />

«MAT-1».<br />

El Maestro escuchó atento y visiblemente conmovido. Cuando Eliseo concluyó,<br />

sencillamente, le sonrió, aprobando su hipótesis con varios y afirmativos<br />

movimientos <strong>de</strong> cabeza.<br />

Fue suficiente.<br />

Mi amigo, entusiasmado, pegó un salto y, apretando los puños, gritó:<br />

-¡Lo sabía!... ¡Mitad materia, mitad luz!<br />

Pero el rabí, interviniendo, lo <strong>de</strong>shinchó en parte: ¿r-Más o menos, querido<br />

«pinche». Más o menos...<br />

300


Acto seguido, enlazando con algo que repetiría hasta la saciedad, advirtió:<br />

-¿Comprendéis ahora por qué os pido con tanta insistencia que VIVÁIS la vida?<br />

¿Entendéis por qué he dicho que estoy aquí para experimentar la existencia<br />

humana?<br />

-Déjame adivinarlo. Parece simple...<br />

Miré mis manos y me aventuré.<br />

-Esta forma <strong>de</strong> vida es única. Allá, en esos mundos especiales, tendremos<br />

otros «cuerpos»... distintos. No podremos vivir como ahora. ¿Te refieres a eso?<br />

¿Estás hablando, Señor, <strong>de</strong> apreciar y aprovechar esta oportunidad? ¿Nos<br />

estás diciendo que VIVAMOS la vida porque no disfrutaremos <strong>de</strong> otra semejante?<br />

No respondió. Nos <strong>de</strong>jó en suspenso unos segundos y, al percibir nuestra<br />

ansiedad, sonrió feliz, exclamando:<br />

-¡Perfecto, Jasón! VIVID intensa y generosamente. Saboread la vida. Disfrutad<br />

cada instante. Sabed que esta oportunidad, como dices, es única.<br />

Nunca volveréis a este estado. Amad la vida. Respetadla. Compartidla. Usadla<br />

con inteligencia y mo<strong>de</strong>ración. Os lo dije: es un regalo <strong>de</strong>l Padre.<br />

Mi hermano, entonces, estalló como un volcán, interrogándolo sin respiro.<br />

-Y ahí, Señor, ¿qué se hace? "-Te lo estoy diciendo, pero no escuchas:<br />

<strong>de</strong>spertar.<br />

-Pero, ¿a qué?<br />

-A la verda<strong>de</strong>ra, a la <strong>de</strong>finitiva vida. Ahí comienzas. Ahí arrancas hacia el<br />

Padre.<br />

-¿Se trabaja?<br />

-Por supuesto, aunque al principio todos necesitáis una «limpieza»...<br />

Notó nuestra perplejidad y aclaró:<br />

-Cuando seáis <strong>de</strong>spertados en ese mundo, todo, prácticamente, será idéntico<br />

a lo que acabáis <strong>de</strong> <strong>de</strong>jar aquí. Os lo repito: es un simple <strong>de</strong>spertar. Pero los<br />

<strong>de</strong>fectos y vicios <strong>de</strong> la naturaleza humana seguirán pesando... en parte. Y los<br />

míos se ocuparán entonces <strong>de</strong> «limpiarlos». No os preocupéis: la «cura» es<br />

rápida y sin dolor. Compren<strong>de</strong>d-lo: en esa otra realidad no cabe la <strong>de</strong>nsa y<br />

torpe herencia que arrastráis. Os prepararán para un largo, muy largo, camino<br />

hacia el Jefe. Un camino cada vez más espléndido. Una senda en la que,<br />

poco a poco, la luz dominará a la materia. Y llegará el día en que sólo seréis<br />

eso: luz.<br />

-Entonces veremos al Jefe...<br />

-¡Tranquilo, muchacho! Al «Barbas» lo verás... a su <strong>de</strong>bido tiempo.<br />

-Mitad luz, mitad materia... ¿Y cómo se sostiene esa materia? ¿Se come en el<br />

«otro lado»?<br />

Jesús parecía esperar la pregunta <strong>de</strong> Eliseo.<br />

-Se come y se bebe... pero no lo que tú crees.<br />

Mi hermano y yo nos miramos una vez más. Y tuvimos el mismo pensamiento.<br />

301


Esa afirmación <strong>de</strong>l rabí coincidía con lo <strong>de</strong>tectado por nosotros durante la aparición<br />

número catorce <strong>de</strong>l Resucitado, en la mañana <strong>de</strong>l sábado, 22 <strong>de</strong> abril<br />

<strong>de</strong>l año 30, en la colina <strong>de</strong> la «Or<strong>de</strong>nación» (hoy llamada <strong>de</strong> las Bienaventuranzas).<br />

En aquella oportunidad, el instrumental <strong>de</strong> la «cuna» <strong>de</strong>tectó en el<br />

«cuerpo glorioso» una clara ausencia <strong>de</strong> sistemas circulatorio y digestivo, tal<br />

y como los enten<strong>de</strong>mos en la Tierra. Él no lo dijo, pero quien esto escribe hizo<br />

sus propias <strong>de</strong>ducciones: quizá en ese nuevo mundo, en ese nuevo estado -en<br />

«MAT-1», como <strong>de</strong>cía mi compañero-, los «alimentos», integrados por esa<br />

enigmática sustancia (mitad materia, mitad energía [?]), fueran absorbidos<br />

total y absolutamente. En otras palabras: una «alimentación» sin <strong>de</strong>sechos.<br />

Francamente, quedé maravillado.<br />

En cuanto a la carencia <strong>de</strong> aparato circulatorio, si aceptaba las palabras <strong>de</strong>l<br />

Maestro, y las acepté, por supuesto, la explicación (?) podía ser muy similar.<br />

Aunque la ciencia no está capacitada todavía para enten<strong>de</strong>rlo, quizá esos<br />

«cuerpos» no se vean en la necesidad <strong>de</strong> respirar. O, si lo hacen, quizá se<br />

nutren <strong>de</strong>l oxígeno (?), o <strong>de</strong> lo que sea, por contacto directo <strong>de</strong> la «piel» (?)<br />

con el medio ambiente (?).<br />

Lo sé. Puras especulaciones...<br />

Sin embargo, por ahí apuntaron las respuestas <strong>de</strong>l Hijo <strong>de</strong>l Hombre.<br />

Como <strong>de</strong>cía el Maestro, «quien tenga oídos...».<br />

-Entonces -machacó el ingeniero-, se come y se bebe...<br />

Jesús asintió en silencio, pero no proporcionó más aclaraciones. Sencillamente,<br />

se limitó a repetir lo ya dicho.<br />

-Seréis como ángeles...<br />

-¿Con esposa o sin esposa? -Querido «<strong>de</strong>strozapatos», por favor, escucha<br />

cuando hablo...<br />

-Ya escucho, Señor...<br />

-Entonces estás sordo.<br />

-No -tercié mordaz-, es que es tonto...<br />

-¡Silencio, «fregaplatos»!<br />

-¡Haya paz!... Te <strong>de</strong>cía que en esa nueva realidad no se precisa <strong>de</strong>l sexo, tal<br />

y como lo entendéis en la Tierra. Allí no existen esas inclinaciones. Entre otras<br />

razones, porque la carne, el cuerpo material, no pasa al «otro lado». Aquí<br />

queda y aquí <strong>de</strong>saparece…<br />

-¡Maravilloso! -clamó Eliseo-. Entonces, si no hay esposa, tampoco hay<br />

suegra...<br />

El Maestro levantó los brazos, exclamando:<br />

-¡Me rindo!<br />

-No, por favor... Sujetaré la lengua, pero continúa hablando...<br />

Aproveché el frenazo <strong>de</strong>l ingeniero y me interesé por un punto que no terminaba<br />

<strong>de</strong> asimilar. Uno entre muchos, claro...<br />

-Dices que somos inmortales. Así nacemos. Entonces, ¿por qué no resuci-<br />

302


tamos por nosotros mismos? ¿Por qué se precisa a tus ángeles?<br />

Jesús tropezó <strong>de</strong> nuevo con el gran problema: la limitación <strong>de</strong> la mente<br />

humana. Quien esto escribe ansiaba saber, pero, lo reconozco, quizá me<br />

estaba aventurando en cuestiones que iban más allá <strong>de</strong> mi corto conocimiento.<br />

Aun así, el rabí lo intentó.<br />

-Hijo mío, no es mucho lo que puedo <strong>de</strong>cirte... por ahora. Hay criaturas <strong>de</strong>l<br />

tiempo y <strong>de</strong>l espacio que no estrenan siquiera su inteligencia. Por múltiples<br />

razones se ven privadas <strong>de</strong> un mínimo <strong>de</strong> espiritualidad. Pues bien, según lo<br />

establecido por Ab-bá, esos humanos no son «<strong>de</strong>spertados» tras la muerte.<br />

Deben esperar, en un sueño colectivo, a que llegue su hora. Y no preguntes<br />

más. Acepta mi palabra...<br />

¿Un sueño colectivo?<br />

Entonces creí enten<strong>de</strong>r una <strong>de</strong> las misteriosas frases <strong>de</strong>l Resucitado, pronunciada<br />

el 5 <strong>de</strong> mayo <strong>de</strong>l año 30, en la aparición en la casa <strong>de</strong> Nico<strong>de</strong>mo, en<br />

la Ciudad Santa:<br />

-«...Más que por esto (se refería a su resurrección), vuestros corazones<br />

<strong>de</strong>berían estremecerse por la realidad <strong>de</strong> esos muertos <strong>de</strong> una época que han<br />

emprendido la ascensión eterna poco <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> que yo abandonara la<br />

tumba <strong>de</strong> José <strong>de</strong> Arimatea...-Sólo una cuestión, Señor. Otros muchos seres<br />

sí disponen <strong>de</strong> ese mínimo <strong>de</strong> inteligencia y espiritualidad. ¿Por qué no resucitan<br />

por sí mismos?<br />

-También lo hemos hablado, mi querido y olvidadizo ángel. Sois inmortales, sí,<br />

y por <strong>de</strong>recho propio. Así lo ha querido Ab-bá. Pero no confundas inmortalidad<br />

con vida.<br />

-No comprendo... ¿No es lo mismo?<br />

-Sí y no. La vida prece<strong>de</strong> siempre a la inmortalidad. Ésta, en <strong>de</strong>finitiva, <strong>de</strong>pen<strong>de</strong><br />

<strong>de</strong> aquélla. Y no olvi<strong>de</strong>s que la vida es una prerrogativa <strong>de</strong>l Padre. Yo<br />

dispongo <strong>de</strong> ese po<strong>de</strong>r por su inmensa generosidad. Vosotros, en cambio, no<br />

estáis capacitados para ponerla en pie...<br />

Mi hermano le interrumpió.<br />

-¿Quieres <strong>de</strong>cir que el hombre nunca creará la vida?<br />

-Así es. Mientras pertenezca al reino <strong>de</strong> lo material... nunca lo conseguirá.<br />

¡Nunca!<br />

Aquel «nunca!» sonó rotundo. Yo diría que premonitorio. Todo un aviso...<br />

para nuestro mundo. Y añadió con idéntica contun<strong>de</strong>ncia:<br />

-No lo olvidéis: la vida es sagrada. Es patrimonio <strong>de</strong>l Padre. Abortarla, suprimirla<br />

o herirla es un <strong>de</strong>sprecio a quien la entrega... gratuitamente.<br />

Mensaje recibido.<br />

Y Eliseo, <strong>de</strong>seoso <strong>de</strong> retornar al tema capital, volvió por sus fueros.<br />

-Señor, si el cuerpo se queda aquí, en la tierra, ¿qué suce<strong>de</strong> con la memoria?<br />

Cuando pase al «otro lado», cuando tus ángeles me resuciten, ¿recordaré a<br />

este «fregaplatos»?<br />

303


El Maestro, dulcificando el tono, replicó:<br />

-En el «otro lado» recordarás y serás recordado. Reconocerás y serás reconocido.<br />

Ninguna <strong>de</strong> tus cualida<strong>de</strong>s se per<strong>de</strong>rá.<br />

Dudo unos instantes y, mordaz, matizó:<br />

-La <strong>de</strong> «pinche» <strong>de</strong> cocina... no sé.<br />

-¿Recordaré todo?<br />

-Todo lo que merezca la pena. Todo lo que te haya emocionado y servido para<br />

prosperar. El resto, las ten<strong>de</strong>ncias puramente animales, los vicios y <strong>de</strong>fectos<br />

<strong>de</strong>saparecerán con el cerebro físico.<br />

-¡Dios santo! -clamó Eliseo <strong>de</strong>sconsolado-. Entonces, mi suegra me reconocerá...<br />

Jesús le siguió la broma.<br />

-Te reconocerá y te perseguirá...<br />

-Por cierto, Señor, ¿veremos allí a nuestros padres?<br />

-Por supuesto, Jasón. A tus padres y a todos tus seres queridos. Ellos te<br />

ayudarán, pero, insisto, aquel lugar no es como éste. Allí no existen los lazos<br />

familiares, tal y como vosotros los interpretáis aquí, en la Tierra. En esos<br />

mundos no tienen cabida conceptos como «padre», «familia», «esposa» o<br />

«hijos»... ¡Sois como ángeles!<br />

Nos miró y al <strong>de</strong>scubrir una cierta <strong>de</strong>cepción en nuestros rostros, aclaró:<br />

-En esa nueva realidad, en «MAT-1», como tú dices, el Amor es tan pleno,<br />

intenso y limpio que los pequeños Dioses no echan <strong>de</strong> menos los antiguos y<br />

limitadísimos afectos humanos. Vuestra alma inmortal, libre al fin, quedará<br />

tan <strong>de</strong>slumbrada que nada <strong>de</strong> lo que ahora estimáis como prioritario os hará<br />

sombra. Os lo repito: habréis entrado en una aventura fascinante.<br />

El Maestro, al referirse al alma, empleó un término -nismah- que me confundió.<br />

El vocablo, en arameo, significa «espíritu o aliento». Y, no sé por qué,<br />

lo asocié a la «chispa» divina, regalo <strong>de</strong> Ab-bá. Y pregunté:<br />

-¿«Chispa» y alma inmortal son la misma cosa?<br />

El rabí, impotente ante la anemia <strong>de</strong> las palabras, suspiró ruidosamente. E<br />

intentó <strong>de</strong>scen<strong>de</strong>r a nuestro nivel.<br />

-No, Jasón, no son lo mismo. Pero no te atormentes. Todo será revelado... en<br />

su momento. Esa presencia divina, la «chispa», cuando mueras, se ocupará<br />

<strong>de</strong> custodiar tu memoria. Tu dikron. Ella la mantendrá a salvo hasta el<br />

momento <strong>de</strong> tu resurrección.<br />

Jesús leyó <strong>de</strong> nuevo en mi interior y precisó:<br />

-dicho dikron [memoria], no bal [mente]. Ésta, como parte integrante <strong>de</strong> tu<br />

cerebro físico, se disolverá con el cuerpo.<br />

Entonces, retornando a mi pregunta, completó:<br />

-El alma inmortal es otra criatura, in<strong>de</strong>pendiente <strong>de</strong> la memoria y <strong>de</strong> la mente<br />

física. Y ésa, la nismah, es acogida tras la muerte por tu ángel guardián. Él la<br />

mima y la conserva, también hasta el sublime instante <strong>de</strong> la resurrección.<br />

Difíciles palabras, lo sé, pero eran sus palabras. Y creímos lo que <strong>de</strong>cía.<br />

304


Sonrió compasivo y recalcó:<br />

-Tened calma. Mi Padre es sabio. Él sabe...<br />

-Alma inmortal..., «chispa» divina..., mente humana..., memoria... Señor,<br />

¡qué lío!<br />

-Querido «pinche»: confía en mí.<br />

-Señor -lo interrogué perplejo-, ¿y qué suceda en el instante exacto <strong>de</strong> la<br />

resurrección?<br />

-Sencillo: alma y memoria se reúnen. Y caminan juntas... para siempre.<br />

-¿Y la «chispa»?<br />

-También te lo dije: no te abandona jamás. Es el tercer «viajero» hacia la<br />

Perfección.<br />

-Y ese «viaje», Señor, ¿cuánto dura?<br />

-Si lo expreso en términos humanos, querido «pinche», no lo compren<strong>de</strong>rías.<br />

-¿Me aburriré?<br />

-Lo dudo...<br />

-¿Y cuánto tiempo permaneceré como «MAT-1»?<br />

-Lo justo y necesario. No mucho...<br />

-Señor, ¿qué te ocurre? Estás muy lacónico.<br />

-Comprén<strong>de</strong>lo. No está bien que me tires <strong>de</strong> la lengua...<br />

Eliseo, como siempre, no escuchó.<br />

-¿Y <strong>de</strong>spués? ¿Qué pasará cuando, al fin, sea un «hombre-luz»?<br />

-¡Sorpresa!<br />

-Entiendo... Veré al Jefe. El Maestro, malévolo, negó con la cabeza.<br />

-¿No? ¡Pues sí que está lejos! -Por cierto, Señor -intervine, planteando un<br />

asunto que, al menos para mí, no había quedado claro-, en esos mundos, al<br />

pasar <strong>de</strong> un «MAT» a otro, ¿se muere <strong>de</strong> nuevo? El Galileo sonrió y, mirándome<br />

como a un niño, sentenció rotundo:<br />

-No.<br />

-Entonces, sólo se muere una vez...<br />

-Exacto. Os lo he dicho: Ab-bá es po<strong>de</strong>roso, pero prefiere la imaginación.<br />

Comprendió nuestra confusión y, señalando las estrellas, exclamó:<br />

-Decidme: ¿sabéis <strong>de</strong> algo en la Naturaleza que se repita?<br />

Silencio.<br />

Eliseo y yo intentamos hallar ese algo.<br />

-No -me rendí-, que yo sepa, nada es igual.<br />

-Muy bien, Jasón. ¿Y por qué el fenómeno <strong>de</strong> la muerte iba a ser una excepción?<br />

Tu Padre «sabe»...<br />

-Señor, hay algo que me intriga... El Maestro y yo nos echamos a temblar.<br />

-¿Por qué nadie vuelve <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la muerte?<br />

-Te equivocas. Yo lo haré. -Ya me entien<strong>de</strong>s... Me refiero a los «<strong>de</strong>strozapatos».<br />

-Son las reglas. Vosotros también tenéis las vuestras...<br />

305


-Qué cielo más raro...<br />

-No, mi querido «pinche», eso no es el cielo. Os lo dije: tenéis una i<strong>de</strong>a<br />

equivocada. El cielo, el Paraíso, está mucho más allá. Ahora es imposible que<br />

captéis su auténtica naturaleza. En los mundos que os aguardan tras la<br />

muerte tan sólo intuiréis esa inmensa, inmensa, maravilla.<br />

-¡Dios bendito! -estalló mi amigo-. ¿Cómo vamos a transmitir todo esto a<br />

nuestro mundo? La ciencia no lo aceptará...<br />

-Mis queridos hijos: ¡<strong>de</strong>jad en paz a la ciencia! No estáis aquí para convencer<br />

a nadie. Sólo para transmitir. Dejad que la verdad toque los corazones. Con<br />

eso es suficiente.<br />

Eliseo, terco, no aceptó. Entonces, rememorando el vuelo <strong>de</strong> la bella mariposa<br />

que se posó en su vara, Jesús <strong>de</strong> Nazaret puso un elocuente ejemplo:<br />

-Queridos míos, la filosofía que rige los universos no pue<strong>de</strong> ser entendida por<br />

la inteligencia material. No os preocupéis...<br />

-«Respon<strong>de</strong>dme: si los hombres <strong>de</strong> ciencia no tuvieran la posibilidad <strong>de</strong><br />

comprobar la metamorfosis <strong>de</strong> una mariposa, ¿aceptarían que esa criatura ha<br />

sido primero una oruga? Dejad que pasen al «otro lado». Entonces verificarán<br />

que las leyes que gobiernan esas otras realida<strong>de</strong>s son tan físicas y rígidas<br />

como las <strong>de</strong>l tiempo y el espacio. La sorpresa, entonces, los <strong>de</strong>sconcertará.<br />

Ellos, «orugas» en la Tierra, se habrán transformado en «mariposas» ágiles y<br />

<strong>de</strong>slumbrantes. Vosotros sois testigos. El Hijo <strong>de</strong>l Hombre, una «oruga» más,<br />

hará el milagro y se convertirá en «mariposa».<br />

»Insisto: limitaos a ser mensajeros <strong>de</strong> mi palabra. -Por cierto, Señor, ya que<br />

lo mencionas, tenemos una ligera i<strong>de</strong>a, pero nos gustaría confirmarlo... ¿Qué<br />

ocurrió, perdón, que ocurrirá, con tus restos mortales? ¿Cómo <strong>de</strong>saparecerán<br />

<strong>de</strong> la tumba? V-Cosas <strong>de</strong> ángeles... Esbozó una picara sonrisa y añadió:<br />

-Tendréis que preguntárselo a ellos. Yo no tuve nada que ver.<br />

Titubeó unos instantes y redon<strong>de</strong>ó:<br />

-Mejor aún: interrogaos a vosotros mismos. En cierto modo también sois<br />

ángeles y conocéis esas «técnicas»...<br />

Entendí. Casi sin palabras, el Maestro vino a ratificar nuestras sospechas. Su<br />

resurrección, su retorno a la vida, nada tuvo que ver con el hecho físico <strong>de</strong> la<br />

«disolución» (?) <strong>de</strong>l cadáver. La misteriosa <strong>de</strong>saparición <strong>de</strong>l cuerpo obe<strong>de</strong>ció,<br />

muy probablemente, a una «manipulación» (?) <strong>de</strong>l tiempo. Alguien, sus<br />

ángeles, «con<strong>de</strong>nsó» o «concentró» en décimas o centésimas <strong>de</strong> segundo los<br />

años que hubieran sido necesarios para ultimar un proceso normal <strong>de</strong> putrefacción.<br />

Y la materia orgánica, mágicamente, se extinguió.<br />

El Maestro, confirmando mis apreciaciones, concluyó así:<br />

-Mi resurrección no <strong>de</strong>pen<strong>de</strong> <strong>de</strong> nadie. Yo soy la Vida. No caigáis en el error <strong>de</strong><br />

asociar ese gesto <strong>de</strong> piedad y respeto, por parte <strong>de</strong> los míos, con la realidad<br />

<strong>de</strong> mi vuelta a la vida.<br />

Mensaje recibido.<br />

306


Y exclamó, cerrando aquella inolvidable conversación:<br />

«-Llenaos <strong>de</strong> esperanza!... ¡La muerte sólo es un sueño!... ¡Sois inmortales<br />

por expreso <strong>de</strong>seo <strong>de</strong> Ab-bál... ¡Sois hijos <strong>de</strong> un Dios!... ¡Transmitidlo!<br />

¿Transmitir la esperanza? ¿Seré capaz?<br />

Que Él me ayu<strong>de</strong>...<br />

CUARTA Y ÚLTIMA SEMANA EN EL HERMÓN<br />

Fue la más dura. La más tensa y angustiosa. Fue, prácticamente, una semana<br />

sin Él.<br />

Es curioso. Teóricamente -según las normas- éramos meros observadores <strong>de</strong><br />

otro «ahora». <strong>Caballo</strong> <strong>de</strong> <strong>Troya</strong> lo prohibía terminantemente: nada <strong>de</strong> afectos,<br />

nada <strong>de</strong> lazos con los naturales <strong>de</strong> aquel tiempo histórico. Pues bien, no lo<br />

conseguimos. Jesús <strong>de</strong> Nazaret nos atrapó. Aquel Hombre-Dios se coló en<br />

nuestros corazones y, sencillamente, le amamos. Poco importó la operación.<br />

Nunca nos arrepentimos.<br />

Fue por esto que aquellos postreros días en la cumbre <strong>de</strong> la montaña santa<br />

representaron un suplicio extra. Y no porque el Maestro, o nosotros, sufriéramos<br />

percance alguno, sino, justamente, como digo, por su repentina salida<br />

<strong>de</strong>l mahaneh.<br />

Según consta en mi diario, sucedió al amanecer <strong>de</strong>l domingo, 9 <strong>de</strong> septiembre.<br />

El Galileo nos reunió y, con el rostro severo, anunció:<br />

-Escuchad atentamente. Ahora <strong>de</strong>bo <strong>de</strong>jaros por unos días. Es preciso que<br />

siga ocupándome <strong>de</strong> los asuntos <strong>de</strong> mi Padre...<br />

Nos alarmamos. Ni el tono ni el semblante eran los habituales. Parecía preocupado.<br />

Muy preocupado...<br />

-...Esperad tranquilos.<br />

Y concluyó con unas palabras que no entendimos:<br />

-...Es la hora <strong>de</strong>l rebel<strong>de</strong> y <strong>de</strong>l príncipe <strong>de</strong> este mundo...<br />

Punto final.<br />

Le vimos cargar algunas provisiones, tomó su manto color vino y, sin <strong>de</strong>spedirse,<br />

<strong>de</strong>sapareció entre los cedros, rumbo a los ventisqueros.<br />

¿Qué sucedía? ¿A qué obe<strong>de</strong>cía aquel brusco cambio? Unas horas antes,<br />

mientras <strong>de</strong>partíamos al amor <strong>de</strong>l fuego, el Maestro se había mostrado alegre<br />

y comunicativo.<br />

Eliseo y yo discutimos. Pasamos horas intentando <strong>de</strong>spejar el enigma. ¿Éramos<br />

los responsables <strong>de</strong> la súbita partida? ¿Qué habíamos hecho? ¿Qué<br />

pudimos <strong>de</strong>cir para que, a la mañana siguiente, se mostrara tan grave y<br />

distante?<br />

Quien esto escribe se negó a aceptar que fuéramos nosotros los causantes <strong>de</strong><br />

tan extraña actitud. Sus palabras, a<strong>de</strong>más, apuntaban en otra dirección.<br />

No, aquél no era el estilo <strong>de</strong>l rabí. A <strong>de</strong>cir verdad, por lo que llevaba visto y por<br />

307


lo que veríamos a lo largo <strong>de</strong> su intensa y apasionante vida <strong>de</strong> predicación,<br />

Jesús <strong>de</strong> Nazaret difícilmente se enfadaba. Que recuer<strong>de</strong>, sólo una vez se<br />

alteró y con razón. Fue en el atrio <strong>de</strong> los Gentiles, en el Templo <strong>de</strong> la Ciudad<br />

Santa, cuando abrió las puertas <strong>de</strong>l ganado <strong>de</strong>stinado a los sacrificios, provocando<br />

una catástrofe entre los merca<strong>de</strong>res y cambistas <strong>de</strong> monedas.<br />

Mi hermano dudó. Y llegó a culparse, atribuyendo lo sucedido a sus «torpes e<br />

infantiles preguntas».<br />

Hice lo que pu<strong>de</strong>. Le recordé las frases <strong>de</strong>l Galileo una y otra vez:<br />

«Esperad tranquilos... Ahora <strong>de</strong>bo <strong>de</strong>jaros por unos días.»<br />

Fue inútil.<br />

Eliseo vivió aquella semana en una continua tensión. Apenas dormía. Ascendía<br />

a lo alto <strong>de</strong>l dolmen e intentaba divisar a su ídolo. En dos ocasiones lo<br />

sorprendí preparando el petate, dispuesto a salir tras el Maestro. Discutimos<br />

<strong>de</strong> nuevo. Y necesité <strong>de</strong> todo mi po<strong>de</strong>r <strong>de</strong> persuasión para retenerlo. Aun así,<br />

a escondidas, se aventuraba por los bosques cercanos, siempre a la búsqueda<br />

<strong>de</strong> Jesús.<br />

En cuanto a mí, poco que contar. Alivié la ansiedad escribiendo con frenesí y,<br />

naturalmente, vigilando al aturdido ingeniero.<br />

Y la vida en el campamento continuó sin inci<strong>de</strong>ntes dignos <strong>de</strong> reseñar, excepción<br />

hecha <strong>de</strong> lo ya mencionado y <strong>de</strong> un par <strong>de</strong> inesperadas «visitas»...<br />

La primera tuvo lugar en la noche <strong>de</strong>l miércoles, 12. La verdad es que nos<br />

asustó.<br />

De pronto fuimos <strong>de</strong>spertados por unos gruñidos. Salimos y, en mitad <strong>de</strong> la<br />

oscuridad, distinguimos unas sombras. Mero<strong>de</strong>aban alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> la tienda <strong>de</strong>l<br />

Maestro.<br />

Eché mano <strong>de</strong>l cayado y, al aproximarnos, dos <strong>de</strong> los bultos huyeron veloces<br />

hacia las «cascadas». El fugaz blanco mate <strong>de</strong> unos largos y curvados colmillos<br />

avisó. Nos <strong>de</strong>tuvimos in<strong>de</strong>cisos. ¡Jabalíes!<br />

Una familia, en efecto, había penetrado en el mahaneh. Advertí a Eliseo. Algo<br />

se movía en el refugio <strong>de</strong> Jesús <strong>de</strong> Nazaret.<br />

Y los hechos se precipitaron...<br />

Mi hermano, ofuscado por su <strong>de</strong>seo <strong>de</strong> reencontrarse con el rabí, interpretó la<br />

inusual agitación en el interior <strong>de</strong> la tienda como una inesperada vuelta <strong>de</strong>l<br />

Maestro. Y gritó <strong>de</strong>sarmado:<br />

-¡Ha regresado!... ¡Jasón, lo atacan los jabalíes! No acerté a <strong>de</strong>tenerlo. Y<br />

corrió hacia la entrada, bramando:<br />

-¡Maestro!<br />

Fue inevitable. Al punto, casi en el umbral, se vio materialmente arrollado por<br />

el único y auténtico «visitante»: un chazir <strong>de</strong> enorme cabeza que, alertado<br />

por los gritos <strong>de</strong>l ingeniero, salió en estampida topando con el cuerpo que le<br />

cerraba el paso. Y el no menos sorprendido Eliseo cayó <strong>de</strong> espaldas, siendo<br />

pisoteado por el ariete. Afortunadamente, la «piel <strong>de</strong> serpiente» cumplió su<br />

308


cometido y mi amigo escapó con bien <strong>de</strong>l encontronazo. Lo peor llegaría<br />

<strong>de</strong>spués...<br />

A la mañana siguiente, al inspeccionar el lugar, nos vinimos abajo. Los voraces<br />

jabalíes habían dado buena cuenta <strong>de</strong> muchas <strong>de</strong> las provisiones. Pero<br />

el Destino, compasivo, acudió en auxilio <strong>de</strong> estos <strong>de</strong>solados exploradores. Ese<br />

mismo jueves, 13, el joven Tiglat reponía la maltrecha <strong>de</strong>spensa, aliviando la<br />

penosa situación. A partir <strong>de</strong>l inci<strong>de</strong>nte con el chazir <strong>de</strong>cidimos montar<br />

guardia durante las noches, iluminando el paraje con la fogata.<br />

Por un lado me alegré. La incursión <strong>de</strong> los jabalíes nos obligaría a unos turnos<br />

<strong>de</strong> vigilancia que, en cierto modo, hicieron la espera más corta y distraída.<br />

Pero el infortunio siguió rondando el mahaneh...<br />

Poco <strong>de</strong>spués, en el transcurso <strong>de</strong> la penúltima noche en el Hermón, recibiríamos<br />

una segunda «visita». Una sigilosa y <strong>de</strong>structora «visita».<br />

Aparentemente, todo discurrió con normalidad. Ni Eliseo ni yo <strong>de</strong>tectamos<br />

nada extraño. Sin embargo, con las primeras luces <strong>de</strong>l domingo, 16, <strong>de</strong>scubrimos<br />

el nuevo <strong>de</strong>sastre.<br />

Apagué el fuego y, siguiendo la costumbre, antes <strong>de</strong> retirarme a <strong>de</strong>scansar,<br />

entré en el refugio <strong>de</strong> pieles <strong>de</strong>l Maestro, inspeccionándolo.<br />

¡Dios santo!<br />

No supe si reír o llorar. También era mala pata...<br />

Reclamé a gritos a mi compañero y, señalando el rincón don<strong>de</strong> almacenábamos<br />

las viandas, le invité a examinarlas. Y así lo hizo. Al ver «aquello»,<br />

<strong>de</strong>sconcertado, retrocedió y, pálido, preguntó:<br />

-¿Qué es eso?<br />

El ingeniero sabía muy qué era lo que cubría materialmente las provisiones.<br />

Lo que lo <strong>de</strong>scompuso fue el número y la ferocidad <strong>de</strong> los «visitantes».<br />

Sinceramente, yo tampoco supe explicarlo. ¿Cómo <strong>de</strong>monios llegaron allí?<br />

Era increíble. ¡Las había a miles!<br />

Días más tar<strong>de</strong>, «Santa Claus» ofrecería cumplida respuesta.<br />

La comida, lisa y llanamente, apareció infestada por una constelación <strong>de</strong><br />

Camponotus sanctus, una insaciable hormiga arbórea, dueña y señora <strong>de</strong> los<br />

bosques <strong>de</strong> cedros. Estos insectos, especialmente activos durante la noche,<br />

se las ingeniaron para penetrar en la tienda, arrasando carnes, pescados y<br />

cuanto hallaron <strong>de</strong>sprotegido.<br />

Como es fácil <strong>de</strong> imaginar, el resto <strong>de</strong> la mañana fue consumido en un vano<br />

batallar contra las rojizas y tercas camponotus. Y la <strong>de</strong>spensa, nuevamente,<br />

quedó «bajo mínimos». Sólo se salvaron los huevos y los recipientes que<br />

contenían sal, aceite, vinagre y miel.<br />

Y en ello estábamos cuando, <strong>de</strong> improviso, escuchamos un lejano y familiar<br />

canturreo.<br />

Sería, poco más o menos, la hora «nona» (las tres <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong>).<br />

¡El Maestro!<br />

309


La verdad sea dicha. El recibimiento fue casi cómico.<br />

Jesús avanzó hasta nosotros y nos contempló en silencio. Nos quedamos<br />

como estatuas. Eliseo, perplejo, con la boca abierta, sostenía entre las manos<br />

unas hortalizas plagadas <strong>de</strong> hormigas. Yo, por mi parte, intentaba limpiar un<br />

manojo <strong>de</strong> tilapias curadas, igualmente conquistadas por las frenéticas<br />

camponotus.<br />

Era un Jesús distinto. Radiante. La habitual y penetrante luz <strong>de</strong> sus ojos<br />

aparecía ahora multiplicada. Aquella estampa nada tenía que ver con la <strong>de</strong>l<br />

Galileo que nos había <strong>de</strong>jado una semana antes. Más aún: la luminosidad era<br />

infinitamente más acusada que la irradiada durante toda la estancia en el<br />

Hermón.<br />

¿Qué ocurrió en los ventisqueros?<br />

El rabí sonrió al fin y, señalando las hormigas que empezaban a correr por<br />

brazos y túnicas, exclamó socarrón:<br />

-¡Vaya par <strong>de</strong> ángeles! No os puedo <strong>de</strong>jar solos. Un día más y acabáis con mi<br />

reino...<br />

Acto seguido, abrazándonos, susurró:<br />

-Se ha hecho la voluntad <strong>de</strong> Ab-bá... Ahora soy yo el Príncipe <strong>de</strong> este mundo.<br />

Esa misma noche -la última en el Hermón-, cálido y eufórico, explicó el porqué<br />

<strong>de</strong> su repentino y dilatado aislamiento en la cumbre <strong>de</strong> la montaña santa.<br />

En un primer momento apenas entendimos. ¡Era tanto lo que ignorábamos...!<br />

Después, conforme lo seguimos y escuchamos, fuimos comprendiendo.<br />

La cena, aunque frugal, resultó divertida, como siempre. El «cocinero-jefe» se<br />

hallaba feliz y se esmeró, echando mano <strong>de</strong> otra receta familiar: tortilla con<br />

miel, al estilo <strong>de</strong> la Señora, la <strong>de</strong> «las palomas». Y al final, el brindis favorito<br />

<strong>de</strong>l Maestro:<br />

-Lehaim!<br />

-¡Por la vida!<br />

Y el Galileo, ansioso por compartir su aventura en la soledad <strong>de</strong> las nieves,<br />

inició así sus aclaraciones:<br />

-Os contaré un cuento...<br />

»Hace tiempo, mucho tiempo, el gran Dios encomendó a uno <strong>de</strong> sus Hijos la<br />

creación <strong>de</strong> un nuevo universo. Y ese Hijo construyó un magnífico reino, repleto<br />

<strong>de</strong> estrellas y mundos. Era un universo inmenso.<br />

»Y aquel Hijo gobernó con amor y sabiduría durante miles y miles <strong>de</strong> años.<br />

»Pero ocurrió algo...<br />

»Cierto día, en una apartada región, varios <strong>de</strong> los príncipes a su servicio, jefes<br />

<strong>de</strong> otros tantos mundos, <strong>de</strong>cidieron rebelarse contra la autoridad <strong>de</strong>l Hijo y<br />

soberano. No creyeron en su forma <strong>de</strong> gobierno e incitaron a otros príncipes<br />

próximos a manifestarse contra lo establecido. E intentaron formar su propio<br />

reino, rechazando al monarca y, en <strong>de</strong>finitiva, al gran Dios.<br />

»EL Hijo, echando mano <strong>de</strong>l amor y la misericordia, trató <strong>de</strong> restablecer el<br />

310


or<strong>de</strong>n. Fue inútil. Los rebel<strong>de</strong>s, empeñados en el error, <strong>de</strong>spreciaron todo<br />

intento <strong>de</strong> reconciliación.<br />

«Finalmente, ese Hijo divino tomó una <strong>de</strong>cisión: viajaría <strong>de</strong> incógnito hasta<br />

los lejanos mundos <strong>de</strong> los infractores, haciéndose pasar por tan mo<strong>de</strong>sto<br />

carpintero. Escogió uno <strong>de</strong> los planetas y allí nació como un hombre más. Y así<br />

vivió, sujeto a la carne, y enseñando la verdad a las gentes. Les mostró quién<br />

era en realidad el gran Dios. Habló <strong>de</strong>l espléndido futuro que les aguardaba y,<br />

sobre todo, recordó que eran hijos <strong>de</strong> ese maravilloso Padre.<br />

»Pero la fama <strong>de</strong> aquel Hombre-Dios terminó llegando a oídos <strong>de</strong> los príncipes<br />

rebel<strong>de</strong>s. Y sucedió que, en cierta ocasión, cuando el carpintero oraba en lo<br />

alto <strong>de</strong> una montaña nevada, dos <strong>de</strong> los traidores se presentaron ante él,<br />

sometiéndolo a toda clase <strong>de</strong> preguntas.<br />

-«¿Quién eres...? ¿Cómo te atreves a hablar <strong>de</strong> ese Dios?... ¿Quién te envía?»<br />

Por último, convencidos <strong>de</strong> que se hallaban ante el Hijo y soberano <strong>de</strong>l universo,<br />

le hicieron una proposición:<br />

-¡Únete a nosotros!<br />

Y el Hijo replicó:<br />

-«Hágase la voluntad <strong>de</strong>l Padre.»<br />

Los rebel<strong>de</strong>s, <strong>de</strong>rrotados, se retiraron. Y todo el universo, pendiente <strong>de</strong><br />

aquella entrevista, elogió la misericordia <strong>de</strong>l Hijo y soberano.<br />

Des<strong>de</strong> entonces, el Dios disfrazado <strong>de</strong> hombre y carpintero ostentaría también<br />

el título <strong>de</strong> Príncipe <strong>de</strong> la Tierra.<br />

Terminada la historia, el Maestro <strong>de</strong>scendió a los <strong>de</strong>talles, revelando algo que,<br />

con el paso <strong>de</strong> los siglos, resultaría igualmente <strong>de</strong>formado.<br />

Esto fue lo que acertamos a intuir:<br />

Tiempo atrás, mucho tiempo atrás, en una minúscula región <strong>de</strong> su universo<br />

(en la nuestra), tuvo lugar una insurrección, más o menos similar a la expuesta<br />

en el cuento. Mejor dicho, en el supuesto cuento.<br />

Un viejo conocido <strong>de</strong> los humanos -Luzbel-, jefe <strong>de</strong> esa casi insignificante<br />

parcela <strong>de</strong> la galaxia, se alzó contra el or<strong>de</strong>n establecido, protestando por el<br />

largo camino exigido para llegar al Paraíso. Al parecer, calificó esa «marcha»<br />

<strong>de</strong> «frau<strong>de</strong> total», dudando, incluso, <strong>de</strong> la existencia <strong>de</strong> Ab-bá. La rebelión,<br />

sin embargo, no alcanzó excesivo éxito. Sólo 30 o 40 mundos la secundaron.<br />

La Tierra fue uno <strong>de</strong> ellos.<br />

Pues bien, no <strong>de</strong>seando acudir a métodos más severos -a los que tenía legítimo<br />

<strong>de</strong>recho-, el magnánimo Hijo Creador <strong>de</strong> este universo optó por encarnarse<br />

y «camuflarse» entre las más mo<strong>de</strong>stas <strong>de</strong> sus criaturas. Justamente<br />

entre las que habitaban en uno <strong>de</strong> esos mundos en rebeldía. Y se hizo<br />

hombre. Y vivió como tal, anunciando a los infelices súbditos <strong>de</strong> los príncipes<br />

rebel<strong>de</strong>s dón<strong>de</strong> estaba la verdad y quién era Ab-bá.<br />

Pero la naturaleza divina <strong>de</strong>l humil<strong>de</strong> carpintero no pasó <strong>de</strong>sapercibida para<br />

los jefes planetarios que encabezaban la insurrección. Y dos <strong>de</strong> ellos -un alto<br />

311


epresentante <strong>de</strong> Luzbel y el propio príncipe <strong>de</strong>l mundo seleccionado por el<br />

Hijo divino- acudieron a su presencia. Y lo hicieron en aquellos días <strong>de</strong> septiembre<br />

y en aquel lugar. Ésta, probablemente, fue la razón <strong>de</strong>l súbito ensombrecimiento<br />

<strong>de</strong>l Hijo <strong>de</strong>l Hombre cuando se alejó <strong>de</strong>l mahaneh. Él sabía lo<br />

que le aguardaba en la soledad <strong>de</strong> los ventisqueros. Sabía que estaba a punto<br />

<strong>de</strong> ofrecer una nueva oportunidad a sus hijos <strong>de</strong>scarriados.<br />

Y se sometió, dócil, a los interrogatorios y proposiciones.<br />

Pero, como <strong>de</strong>cía el «cuento», sólo se sometió a la voluntad <strong>de</strong> su Padre.<br />

Por último, estos seres no materiales -creados por el propio Hijo divino en luz<br />

y perfección- se retiraron <strong>de</strong>rrotados.<br />

Y el universo <strong>de</strong> Jesús <strong>de</strong> Nazaret -según sus palabras- asistió perplejo y<br />

conmovido a la «batalla dialéctica».<br />

En esos momentos -y sigo transmitiendo sus explicaciones-, el Hijo <strong>de</strong>l<br />

Hombre, por expresa voluntad <strong>de</strong> Ab-bá, fue investido como Príncipe <strong>de</strong> este<br />

mundo. Un título especialmente importante, según Él.<br />

A partir <strong>de</strong> ese suceso -afirmó-, la rebelión quedó «lista para sentencia». Al<br />

rechazar, una vez más, su misericordia, la suerte <strong>de</strong> todos ellos <strong>de</strong>pen<strong>de</strong><br />

ahora <strong>de</strong> «otras instancias». Y así sigue.<br />

Esto, ni más ni menos, fue lo acaecido en el Hermón en aquellos días. Unas<br />

jornadas trascen<strong>de</strong>ntales en las que, no obstante, no llegamos a percibir nada<br />

extraño, salvo la ya referida y grave actitud <strong>de</strong>l Maestro. La explicación era<br />

simple: esa «batalla» no se <strong>de</strong>sarrolló a nivel físico. En otras palabras:<br />

aunque lo hubiéramos acompañado a los ventisqueros, nada habríamos visto,<br />

ni tampoco oído...<br />

Como <strong>de</strong>cía, no fue fácil asimilar tan intrincadas y misteriosas explicaciones.<br />

Lentamente, sin embargo, iríamos divisando una «luz» que centraría el espinoso<br />

problema y, sobre todo, que <strong>de</strong>spejaría otras no menos interesantes<br />

incógnitas.<br />

Por ejemplo, según el Maestro, una <strong>de</strong> las razones <strong>de</strong> la violencia y primitivismo<br />

<strong>de</strong> la Herra hay que buscarla, justamente, en las consecuencias <strong>de</strong> esa<br />

<strong>de</strong>sgraciada rebelión. Al traicionar las leyes divinas, nuestro mundo, como el<br />

resto <strong>de</strong> los planetas que se levantó contra Ab-bá, quedó automáticamente<br />

incomunicado y sumido en la oscuridad y la barbarie. Y, «técnicamente», así<br />

continúa. Sólo cuando la «cuarentena» sea levantada, la humanidad -esta<br />

infeliz humanidad- recuperará la normalidad.<br />

Naturalmente, le preguntamos: ¿cuándo llegará ese venturoso día? La respuesta<br />

fue rotunda:<br />

-Cuando los rebel<strong>de</strong>s sean juzgados... Pero eso no está en mis manos.<br />

Lo que sí estaba al alcance <strong>de</strong>l Hijo <strong>de</strong>l Hombre era consolar e iluminar a las<br />

criaturas que pa<strong>de</strong>cen -y pa<strong>de</strong>cerán- este aislamiento. Y escogió uno <strong>de</strong> esos<br />

mundos en rebelión, sembrando la semilla <strong>de</strong> la esperanza: Ab-bá existe.<br />

Ab-bá espera. Ab-bá os ama...<br />

312


Lamentablemente, estos acontecimientos, registrados, como digo, en septiembre<br />

<strong>de</strong>l año 25, no fueron bien entendidos por los últimos seguidores <strong>de</strong>l<br />

rabí <strong>de</strong> Galilea. Tal y como verificaríamos más a<strong>de</strong>lante, Jesús los <strong>de</strong>talló con<br />

toda la claridad <strong>de</strong> que fue capaz. Sin embargo, fueron tergiversados. Salvo<br />

Juan, que no los menciona, los evangelistas y Pablo <strong>de</strong> Tarso (Hebreos, 2-14)<br />

terminarían confundiendo asunto y escenarios, ubicando el encuentro <strong>de</strong>l<br />

Maestro con los rebel<strong>de</strong>s (el Diablo) al otro lado <strong>de</strong>l río Jordán, tras el bautismo<br />

por Juan, el Anunciador. Del Hermón, ni palabra. De la trascen<strong>de</strong>ntal y<br />

<strong>de</strong>finitiva toma <strong>de</strong> conciencia, por parte <strong>de</strong>l Hijo <strong>de</strong>l Hombre, <strong>de</strong> su naturaleza<br />

divina, ni palabra. De sus intensas comunicaciones con Ab-bá en la cumbre <strong>de</strong><br />

la montaña sagrada, ni palabra. En suma: otro <strong>de</strong>sastre literario <strong>de</strong> los supuestos<br />

escritores sagrados...<br />

Como espero tener ocasión <strong>de</strong> relatar, lo sucedido en el célebre «<strong>de</strong>sierto»,<br />

tras el bautismo en el Jordán, fue mucho más importante que lo narrado por<br />

los evangelistas. Y lo a<strong>de</strong>lanto ya: en dicho retiro no hubo tentación alguna...<br />

Creo haberlo mencionado. El Hijo <strong>de</strong>l Hombre fue tentado, sí, pero no por el<br />

Diablo. Lo ocurrido en el Hermón no fue una tentación propiamente dicha. Fue<br />

un acto <strong>de</strong> amor. Otro más <strong>de</strong> aquel magnífico Hombre...<br />

Y llegó el final <strong>de</strong> nuestra estancia en las cumbres <strong>de</strong> la Gaulanitis. Esa noche,<br />

cercano el lunes, 17 <strong>de</strong> septiembre, antes <strong>de</strong> retirarnos a <strong>de</strong>scansar, Jesús <strong>de</strong><br />

Nazaret dio una última or<strong>de</strong>n:<br />

-Preparaos. Mañana partiremos. La hora <strong>de</strong>l Hijo <strong>de</strong>l Hombre está próxima...<br />

Y así fue. Su hora -la <strong>de</strong> su vida pública- se acercaba. Y estos exploradores<br />

fueron testigos <strong>de</strong> excepción.<br />

Sí, la aventura acababa <strong>de</strong> empezar...<br />

FIN<br />

En Ab-bá (Cabo <strong>de</strong> Plata), siendo las 11.55 horas <strong>de</strong>l martes, 27 <strong>de</strong> abril <strong>de</strong><br />

1999.<br />

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