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Pero, ¿qué opinan los artistas? Prácticamente todas<br />

las respuestas –excepto en uno de los casos– apuntan<br />

contra la pretendida autoridad de los curadores. El<br />

genial Rómulo Macció es contundente: “Yo sé dónde<br />

pongo mis cosas. Los curadores no me interesan para<br />

nada: no los necesito”. El artista recuerda que en una<br />

de sus muestras en el Centro Cultural Recoleta colgó<br />

las obras como quería, “pero como había un curador<br />

que tenía que justificar su sueldo, les decía a todos<br />

viste cómo colgué los cuadros de Rómulo”. Remata:<br />

“Por ahí me equivoco, pero no necesito ningún curador,<br />

ni enfermero ni operador visual: deciles que se vayan a<br />

tomar por baño”.<br />

inexplicable”. “Yo no necesito a nadie que explique lo<br />

que hago: lo explico yo y se explica automáticamente<br />

por la misma obra. Si es necesario poner un traductor,<br />

el público está en problemas: porque quizás recibe las<br />

cosas como son, pero hay alguien que le dice que eso<br />

no es cómo lo está viendo. Y entonces nadie se anima<br />

a decir el Rey está desnudo”.<br />

En la vereda opuesta, Eduardo Stupía reconoce que<br />

tuvo una experiencia “extraordinaria” en su muestra en<br />

Cronopios. “El curador puede pelearse con vos, pero<br />

la disputa es estratégica, nunca de sentido. La obra es<br />

conceptualmente irreductible: si bien la obra también<br />

es aquello que se dice de ella, aun así, lo que se dice<br />

de ella no es la obra: esa es la paradoja”.<br />

Para el artista Germán Gárgano, existe un discurso<br />

del mundo del arte hegemónico que impuso un nuevo<br />

canon donde la obra está sostenida por la palabra y<br />

la mano del artista no debe estar presente. “La obra<br />

es la idea, el proyecto previo: la palabra pintada. Pero<br />

la pintura es proceso –y, claro, conflicto–: eso se<br />

transmite, pega en el cuerpo, conmociona”. Para este<br />

canon, afirma Gárgano, pintores como Noé, Gorriarena<br />

y él mismo pertenecen al viejo canon. “Curar es hacer<br />

de la obra discurso, y si yo no sé o quiero saber cada<br />

vez menos de mí mismo ¿por qué poner mis intentos<br />

bajo el ala del discurso? No es algo que pertenezca al<br />

campo de la pintura, pero el que quiera participar de<br />

eso que lo haga: será otra cosa”.<br />

Marcos Zimmerman, que en 2009 expuso en el instituto<br />

Cervantes de Tokio y, además, deslumbró una vez más<br />

con libro y muestra titulados “Desnudos sudamericanos”<br />

–un ensayo fotográfico con rasgos etnográficos que le<br />

llevó siete años de trabajo–, considera que el curador<br />

entró en el mundo de la fotografía, esta vez, por el vacío<br />

provocado por el desconocimiento de los galeristas:<br />

“Los curadores ocupan un lugar en un universo<br />

de fotógrafos que transformó la fotografía en puro<br />

artificio: por eso se necesita un curador que explique lo<br />

58 http//www.fba.unlp.edu.ar/<strong>textos</strong>

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