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fondo blanco. Los críticos y el público se quejaron:<br />
¡Se ha perdido todo lo que amamos! ¡Estamos en un<br />
desierto! ¡Sólo un cuadrado negro sobre fondo blanco!”.<br />
El debate continuó en 1917, cuando Marcel Duchamp<br />
envió a una exposición de Nueva York un urinario de<br />
porcelana firmado con seudónimo. Cuando su Fuente<br />
fue rechazada, Duchamp —jurado de esa muestra—<br />
renunció. Y sacudió al mundo. Eran los años de<br />
explosión de las vanguardias históricas: del futurismo<br />
y dadá al expresionismo, el cubismo, el surrealismo.<br />
Algunas tenían aspiraciones utópicas; otras, como<br />
dadá, descreían de la promesa de progreso indefinido;<br />
pero todas coincidían en una actitud subversiva,<br />
anticonvencional, que se convirtió en motivo de<br />
perplejidad más que de certezas y que, de hecho,<br />
espantaba los gustos de la burguesía.<br />
El siglo de la furia<br />
El artista argentino Pablo Suárez, uno de los<br />
protagonistas centrales del arte conceptual y<br />
políticamente comprometido de los 60, comentó una<br />
vez que un rasgo típico del siglo XX es el haber sido<br />
un siglo de “furia contra la obra” de arte, entendida<br />
como objeto estable que provee un sentido totalizante<br />
y confortador. Para Suárez es “muy difícil generar un<br />
lenguaje útil si no se destruyen los restos del anterior.<br />
La obra es siempre una bomba que destruye un sistema<br />
perimido”. Sin embargo, advierte que desde que el<br />
negocio del arte es poderosísimo, “el mercado iconiza<br />
la bomba y le quita toda potencia”.<br />
Del otro lado, no son pocos los que abogan por un<br />
retorno a formas más tradicionales: “Ya ni siquiera se<br />
habla de Bellas Artes —se queja el galerista Ignacio<br />
Gutiérrez Zaldívar—, porque pareciera que la belleza<br />
es kitsch, demodé. Hoy, las salas exponen popó,<br />
esqueletos, muertos, sólo para llamar la atención. ¿Y<br />
qué se logra? Volver a un arte sólo para unos pocos<br />
privilegiados que saben ver allí donde nosotros sólo<br />
miramos. El espectador, como está en un museo, no se<br />
anima a decir: esto no me gusta, me aburre. Lo cual es<br />
un modo indirecto de silenciar a la gente”.<br />
Sin embargo, multitudes<br />
Parece, sin embargo, que los espectadores no son tan<br />
pocos ni se aburren tanto. Se entiendan o no, las artes<br />
contemporáneas convocan muchedumbres. Eso dicen<br />
las cifras de asistencia a los salones y museos, donde<br />
las formas no tradicionales de arte ya son la regla y no<br />
la excepción.<br />
En la aceptación del público compiten por igual<br />
los grandes maestros de la historia del arte con las<br />
exposiciones de arte contemporáneo: a la última Bienal<br />
de Venecia, llamada La dictadura del espectador,<br />
asistieron más de 250 mil personas. Y en Buenos Aires,<br />
Estudio Abierto en Harrod’’s convocó este año esa<br />
misma cifra en menos de un mes.<br />
Comentario aparte merece la exposición Los mundos<br />
del cuerpo, del médico anatomista Günther Von<br />
Hagens, que a comienzos de año llevó en Londres a<br />
más de 840 mil visitantes; y desde su inicio en 1997<br />
convocó a más de 13 millones de personas. Se trata<br />
de una perturbadora exposición de 200 cadáveres<br />
“esculpidos” en poses cotidianas cuyos líquidos<br />
orgánicos fueron reemplazados por resina epoxi. La<br />
muestra escandalizó a religiosos, ecologistas, críticos y<br />
escritores como Gunther Grass o Paul Virilio, que hasta<br />
acusaron a Von Hagens de ser un “nuevo Mengele”<br />
o que insulta a los muertos al exhibirlos como arte.<br />
Para contribuir a la confusión, Von Hagens afirma que<br />
su objetivo no es hacer arte, sino “democratizar la<br />
anatomía”. Sus estatuas, sin embargo, remiten muchas<br />
veces a obras clásicas: la pieza que tiene toda la piel<br />
en la mano (ver tapa), remite a la ofrenda del manto de<br />
San Bartolomé, de Miguel Angel, en la Capilla Sixtina.<br />
¿Es o no es arte? Quién sabe. Lo seguro es que es<br />
tremendamente inquietante. Y un negocio fabuloso:<br />
a un promedio de 8 dólares la entrada, en estos años<br />
recaudó más de 100 millones de dólares.<br />
La religión del arte<br />
Las grandes movilizaciones, a la manera de procesiones<br />
laicas, hacia los museos y salas de exposición no son<br />
un dato unívoco. Para algunos es señal de que existe<br />
un fuerte consenso con respecto a qué llamamos<br />
arte hoy. Aquello que en círculos más conservadores<br />
puede parecer incomprensible, el público lo recibe con<br />
curiosidad. Es más: es evidente que el espectador, aun<br />
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