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narrativo, fragmentario y, al mismo tiempo, intenso.<br />

Constituyen un depósito de reservas, un lugar material<br />

que se inviste de un aura que lo trastorna en espacio<br />

simbólico. Pierre Nora denomina lugares de la memoria<br />

a aquellos espacios u objetos que bloquean el olvido<br />

y que materializan experiencias difusas logrando<br />

capturar significados en un número restringido de<br />

signos. Lugares de la memoria que se entienden como<br />

tales en tanto son capaces de metamorfosearse y<br />

transformarse en sus sentidos iniciales. Son, sostiene<br />

Nora, objetos mises-en-abî-me. 20 A diferencia de los<br />

objetos históricos, carece de un referente preciso en<br />

la realidad. Lo que los hace lugares de la memoria es,<br />

justamente, la condición de eludir el relato ordenado y<br />

unidireccional del pasado.<br />

Estos objetos adquieren rasgos adicionales cuando<br />

nos remiten a un tiempo expandido, a un tiempo que<br />

configura una densidad diferenciada que le permite<br />

colocarse en el imaginario colectivo con el carácter de<br />

una época. Estos son rasgos que articulan con fuerza<br />

el proyecto de transformación social y cultural que<br />

dominó en los años sesenta en Argentina, y también,<br />

en la escena internacional. Una época en que su<br />

torbellino atrapa también los precedentes años de<br />

la restructuración del orden internacional durante la<br />

posguerra y cuya disolución muestra claras evidencias<br />

en los años setenta y ochenta. Una tensión que, en<br />

el orden nacional, se define entre la restructuración<br />

iniciada por el populismo peronista y la violenta derrota<br />

del proyecto sesentista que adquiere evidencia con<br />

el golpe de estado de 1076. Las imágenes artísticas<br />

estructuran lugares densos desde los cuales podemos<br />

repensar el magma de expectativas, deseos y tensiones<br />

colectivas que alimentaron el despliegue excesivo de<br />

energías que caracterizó el período. Lugares desde los<br />

que podemos, también, acceder a los sentimientos<br />

frente a la derrota. Testimonios (pruebas) y, al mismo<br />

tiempo, testigos (miradas), estos objetos conservan en<br />

un mismo soporte el contacto real con el tiempo al que<br />

remiten y el relato subjetivo acerca de cómo fue vivido<br />

ese tiempo.<br />

La revisión del quiebre institucional del ’68, cuando<br />

los artistas que habían actuado desde el espacio del<br />

Di Tella destruyeron sus obras frente al Instituto (que<br />

ha restituido recientemente la Fundación Proa) permitió<br />

hacer sobre la copia, todo aquello que no se hizo sobre<br />

el original: registrarlo, documentarlo, fotografiarlo,<br />

organizar un archivo de notas críticas sobre él. Aunque<br />

la reconstrucción de esta experiencia dejaba totalmente<br />

afuera de su registro la posibilidad de incluir una<br />

perspectiva crítica, otra mirada que permitiera sentir<br />

la densidad histórica de los treinta años transcurridos,<br />

era imposible no reflexionar sobre el paso del tiempo<br />

al estar frente a las obras allí expuestas. La carta que<br />

Pablo Suárez distribuía frente al Instituto Di Tella como<br />

una expresión antiinstitucioonal –y por ende, como<br />

antiarte- se mostraba en la escena de la reconstrucción<br />

en un marco, sobre la pared. Que la familia obrera de<br />

Oscar Bony, fuese llevada nuevamente a un podio<br />

aterciopelado sin marco de referencias acerca del lugar<br />

de la clase obrera en los sesenta y en los noventa, no<br />

impedía una reflexión que parecía ineludible. Estas<br />

intervenciones, a pesar de inscribirse en las búsquedas<br />

“desmaterializadas” de los sesenta, en tanto se definían<br />

como un arte de coyuntura, destinado a actuar el<br />

presente inmediato y no a ser conservadas para la<br />

reserva de los museos, restablecían, sin embargo, una<br />

trama de acontecimientos que parecía imposible no<br />

revisar desde las experiencias del presente.<br />

No son sólo los sesenta los que actúan, en toda su<br />

plenitud, como un lugar de origen para la memoria.<br />

También el pacto fundacional del peronismo recorre,<br />

como una imagen ineludible, los tiempos de reforma<br />

neoliberal del presente. En lo que parece, en apariencia,<br />

constituir una paradoja, es justamente Menem, elegido<br />

en un principio por el voto peronista, el que logró liquidar<br />

aquella forma de estado y de sociabilidad construida<br />

durante el primer gobierno de Perón. Menem es, tal<br />

como lo sostiene Tulio Halperín Donghi, el presidente<br />

peronista de una etapa histórica que se caracteriza,<br />

precisamente, por ser el fin de la sociedad peronista.<br />

21<br />

Él realizó aquello que ni los gobiernos militares ni<br />

el radical lograron ejecutar: el desmantelamiento del<br />

estado protector y la reformulación de las estructuras<br />

corporativas del sindicalismo, condiciones, ambas,<br />

que viabilizaron la incorporación de Argentina al<br />

mundo globalizado posguerra fría, protagonizado por<br />

los grandes grupos económicos y por la circulación<br />

fantasmática de los capitales.<br />

Es en este contexto que la instalación que Luis F. Benedit<br />

20.Acerca del concepto de “lugares de la memoria” (lieux de mémoire)<br />

y de la diferencia entre memoria e historia, véase el artículo de Pierre<br />

Nora, “Between Memory and History: Les Lieux de Mémoire”, en Representations<br />

N°26, Spring 1989, pp. 7-25. El título de mi ensayo claramente<br />

remite al de Pierre Nora.<br />

21.Cfr. Tulio Halperin Donghi, La larga agonía de la Argentina peronista,<br />

Ariel, Buenos Aires, 1994, y Juan Carlos Portantiero, “Menemismo y<br />

peronismo: continuidad y ruptura”, en Atilio Boron y otros, Peronismo y<br />

menemismo. Avatares del populismo en la argentina. Buenos Aires, El<br />

cielo por asalto, 1995, pp. 100-117.<br />

108 http//www.fba.unlp.edu.ar/<strong>textos</strong>

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